En busca del migrante ideal: los nipo-latinoamericanos y los reemplazos étnico-laborales en Japón

Searching for the ideal migrant: the Nippo-Latin American and ethnic-labor replacements in Japan

Pesquisando para o migrante ideal: o Nippo -Latinoamericanos e substituições étnico- trabalhistas no Japão

Dahil M. Melgar Tísoc[1]

RECIBIDO: 18-02-2014 APROBADO: 03-03-2014

 

Los cimientos étnicos de la industria japonesa

Cuando se piensa en Japón, tanto en las características de su sociedad o de su sistema económico y laboral, difícilmente se piensa en la presencia de migrantes internacionales en su base económica y productiva. No sólo porque a nivel internacional Japón refuerza la imagen de ser un país homogéneo en términos poblacionales, revestido además de una ancestralidad cultural que convive armónicamente con el desarrollo tecno-económico. Llevando a la práctica uno de los dictum célebres de la era Meiji: “ciencia occidental y moralidad japonesa” (Ortiz, 2003:82). [2] De igual forma, a modo de profecía que se cumple a sí misma, Japón se convierte en un ejemplo de cómo ingresar en el mercado internacional financiero, productivo, comercial y científico globalizados, sin que esta participación debilite el papel que juega la cultura propia en la estructuración de las relaciones sociales y económicas o bien, el papel del Estado como principal protector y garante del bienestar público. Es así como se aplaude la relativa solidez de su organización sindical y de la distribución no tan desigual del ingreso económico.[3] Mas, un hecho que queda ensombrecido en este relato de cohesión y éxito, es el papel económico y productivo que han jugado los migrantes internacionales en Japón. Así como su ubicación en el segmento inferior o secundario de un mercado dual de trabajo, en donde lo que rige es la precariedad laboral y el desamparo jurídico. Al respecto, puede señalarse que los mercados duales de trabajo están compuestos por dos segmentos diferenciados, en el primero, las condiciones de trabajo son relativamente óptimas y la remuneración salarial es acorde al perfil de los trabajadores. Al mismo tiempo, en la remuneración salarial se toma en cuenta la antigüedad laboral, el nivel educativo y las destrezas personales, entre otras características. En contraste, hay un segmento inferior o secundario caracterizado por la inestabilidad laboral, un salario bajo y una ausencia de recompensas o reconocimientos a las cualificaciones de los trabajadores (Huguet, 1996:81).

A pesar de que la segmentación étnica del trabajo no es una característica exclusivamente contemporánea, como puede apreciarse en la configuración de distintos regímenes coloniales a lo largo de las Américas, de África y Asia; de los regímenes de segregación en Estados Unidos, Sudáfrica y Australia, o bien, de las estructuras de castas en la India. De igual forma, en los análisis de los movimientos de migración Sur-Norte tampoco es “nueva” la relación entre migración, precariedad y trabajo, ya que distintos migrantes —tanto internos como internacionales— que se desplazan de periferias económicas a centros de producción y acumulación de capital, suelen ocupar nichos laborales precarios. Tal es el caso, por ejemplo, de indígenas y campesinos que a lo largo décadas se han desplazado a las ciudades y metrópolis de sus respectivos países —aunque algunos otros optan por traspasar la fronteras—, o bien, de los migrantes internacionales que no migran en calidad de trabajadores calificados. Pero pese a las diferencias en uno y otro caso, ambos comparten el hecho de que su inserción laboral se orienta a trabajos donde prevalece una baja remuneración económica, acompañada de una exposición inversamente proporcional al riesgo físico y económico. En suma, la intersección entre migración, etnicidad y trabajo tiene una raigambre estructural e histórica antigua. A su vez, las condiciones laborales precarias de los migrantes, la existencia de mercados duales de trabajo y la relación entre desigualdad y etnicidad tampoco son temáticas “nuevas” en el análisis social, pero a pesar de ello, el caso japonés puede aportar elementos empíricos derivados de su propia singularidad histórica y legal. Con miras a sistematizar información para un análisis comparativo de las expresiones equivalentes o divergentes en que la intersección entre etnicidad, migración y trabajo adopta en distintas partes del mundo. También, permite contribuir al estudio de las estrategias de reemplazo étnico, las cuales se suelen estudiar como prácticas no jurídicamente instituidas, sino llevadas a cabo de facto en la vida cotidiana; cuando en el caso japonés, forman parte de la política migratoria formal bajo un esquema de “ensayo-error” en busca del “migrante ideal”, tanto en términos productivos y económicos, como funcional al proyecto de una nación, que se imagina así misma como homogénea.[4] 

Fig.1 Simbología nacional
Fig.1 Simbología nacional

Fuente de imagen: http://goo.gl/jUmEEa

 

Migraciones y reemplazos étnicos

Los reemplazos étnicos ligados a las migraciones internacionales pueden estudiarse a nivel de políticas públicas con fines demográficos o económicos. En el primer caso están relacionados con proyectos de perfilamiento étnico-racial, por ejemplo, como sucedió en América Latina, donde entre mediados del siglo XIX, y principios del siglo XX se promovió el ingreso de migrantes europeos con miras a una política de mestizaje y blanqueamiento. En ella, el mestizo encarnaba la esencia de la identidad nacional, pero su mestizaje debía encaminarse hacia la hibridación con Europa (Wade, 1997: 42).

Una segunda vía de expresión de los reemplazos étnicos, acontece a nivel económico-productivo, donde se busca atraer migrantes para abaratar los costos de producción, o suplir los vacíos de mano de obra en sectores específicos. Sin embargo, los reemplazos étnicos cuya finalidad es económica y no demográfica, se acompañan de una sucesión continua de reemplazos como “medidas para mantener bajos salarios y condiciones precarias de trabajo, dado que los grupos recién llegados tienden a aceptar condiciones de trabajo que los grupos ya establecidos rechazan” (Mines, 2002: 42). Éste fue el caso de la transformación del paisaje étnico-nacional del campo californiano en Estados Unidos, donde se transitó de la contratación de chinos braceros, a la de japoneses, seguida de filipinos y finalmente de mexicanos (Philip y Mines, 1983: 57 y Kearney y Nagengast 1989: 2). No obstante, los reemplazos étnicos no sólo ocurren entre grupos de nacionalidades diversas, también hay sustituciones étnicas dentro de un mismo grupo nacional; por ejemplo, se ha incrementado el número de indígenas mexicanos trabajando en laborales agrícolas en California, y en contraste, ha disminuido el de trabajadores mestizos mexicanos (Kearney, 1989; Besserer, 1999 y Stephen, 2001).

Por tanto las políticas de reemplazo étnico dejan ver la construcción de la idoneidad de potenciales migrantes, de acuerdo a su perfil étnico-racial y/o su rentabilidad económica aunque en ocasiones, como en Japón, ambos propósitos pueden converger. Otra característica se relaciona con la continua circulación de migrantes justo a tiempo (Besserer, 2005), donde los regímenes de producción requieren no sólo que la entrega de los productos y mercancías sean justo a tiempo, también se precisa de trabajadores flexibles, “capaces de entregar su fuerza de trabajo donde quiera que se necesite, en la cantidad requerida y justo a tiempo” (ibid: 1).

Esta convergencia entre proyectos económicos, laborales y migratorios permite analizar el poder clasificador de las fronteras y de los Estados señalado en distintos trabajos por Michael Kearney. A través de éstos, se define qué migrantes son deseables y tienen derecho a cruzar las fronteras y quienes no; por lo tanto, el poder clasificador también funge como un poder filtrador de las poblaciones (Kearney, 2006: 32-33). Pero este poder no sólo opera a nivel de regulación migratoria, también delinea la manera en que los migrantes son emplazados en el mosaico étnico-racial y económico, dado que no necesariamente hay una convergencia en las posiciones en el espacio social y etno-racial que los migrantes solían ocupaban en sus países de origen, con respecto a las que tienen en los países de asentamiento (Kearney, 1992).

 

De la política velada par el ingreso de trabajadores extranjeros

El ingreso a Japón de trabajadores extranjeros para labores no calificadas se encuentra documentada desde finales del siglo XIX por medio de la llegada de taiwaneses  —entre 1899 y la década de 1920— quienes ocuparon trabajos de cocineros, peluqueros, cargadores en los puertos, así como agricultores. El segundo grupo sería el de surcoreanos quienes entre 1910 y la década de 1930 ingresarían en calidad de peones agrícolas, cavadores de caminos, mineros, albañiles y obreros (Komai, 2001: 13). En ambos casos, la migración correspondió a las fechas de anexión colonial de Taiwán y Corea al imperio japonés. Otra industria que proliferó fue la movilización de adolescentes y mujeres surcoreanas con fines de prostitución militar, las cuales fueron desplazadas tanto a las bases militares dentro de Japón, con el resto de sus asentamientos extra-territoriales para beneplácito de las fuerzas militares japonesas. Se calcula que un promedio de 200,000 coreanas fueron víctimas de estos abusos en un lapso de treinta años (International Press, 20 de junio de 2013). Pasada la guerra, no sería sino hasta finales de 1960 que se reanudaría el ingreso de fuerza de trabajo “no calificada”, bajo una nueva modalidad: trabajadores entrenamiento técnico (Komai, 2001:16).[5] Por su parte, la prostitución encubierta se reanudaría en 1970 bajo el eufemismo de ingreso de trabajadoras para la industria del entretenimiento. A este tipo de visado acudirían principalmente filipinas, pero también surcoreanas, taiwanesas y tailandesas. Finalmente en 1983, iniciaría un plan de ingreso para estudiantes extranjeros que deseaban aprender el idioma japonés bajo una matrícula de 100,000 estudiantes, en su mayoría chinos y surcoreanos (ibid: 18). No obstante, tanto las visas de entrenamiento técnico como las de enseñanza de idioma japonés, encubrían su real propósito: la recepción legal, más no formalizada de migrantes laborales. Dado que su ingreso y permanencia en el país eran legales, mas su estatus como trabajadores no era formalizado, al ser registrados como educandos y técnicos en formación y no como migrantes laborales propiamente dichos. Una consecuencia directa fue que al término de los contratos de enseñanza, muchos jóvenes no regresaran a sus respectivos países y por el contrario preferían convertirse en migrantes indocumentados. Por su parte, la presencia árabe y persa se debió a un acuerdo de excepción de visa para el ingreso con fines turísticos que Japón mantenía con distintos países, entre ellos, Pakistán, Bangladesh e Irán. Pero a inicios de 1990, esta relativa libertad de tránsito se suspendería para los ciudadanos de las naciones ya mencionadas.

Al respecto cabe señalar que en la opinión pública y oficial, se tiende a ver la migración indocumentada como un abuso de los migrantes internacionales al “voto de confianza” del Estado japonés, el cual no exigía mayores requisitos para el ingreso turístico. O bien, un aprovechamiento de su “buena voluntad” de ofrecer a distintos estudiantes y trabajadores —principalmente de países en vías de desarrollo— la oportunidad de acceder al aprendizaje del idioma japonés o conseguir una alta cualificación técnica. Lo cierto, es que su ingreso se alentaba en tanto eran trabajadores necesarios en un Japón que comenzaba a enfrentar las consecuencias productivas y económicas de una baja tasa de nacimientos, pero también del desinterés de los jóvenes japoneses en edad productiva de incorporarse a los sectores de trabajo industrial y manufacturero. Por tanto, a través de estos trabajadores extranjeros se proporcionó fuerza laboral necesaria para mantener el sistema productivo japonés. Además, la tónica de la política oficial era condenar la migración indocumentada, pero no se procedió contundentemente de manera penal o financieramente contra los contratistas o fábricas que la empleaban, hasta no haber garantizado el ingreso de una fuerza de trabajo sustituta, en este caso los nipo-descendientes de ultramar.

 

La reforma migratoria: en busca de una sustitución étnico-laboral

No fue sino hasta 1990 que se realizó la primera reforma migratoria para el ingreso de trabajadores “no calificados” y tuvo como población objetivo a los descendientes de japoneses nacidos en el extranjero, también denominados nikkei (nikkeijin). [6] Procurando conciliar bajo una misma ley la necesidad de atraer mano de obra internacional, sin que su ingreso incidiera en el esquema de una nación étnicamente homogénea. Sin embargo, a esta reforma la precedió una serie de facilidades de visa con fines turísticos y familiares para los nipo-descendientes, las cuales se convirtieron en medios para migrar legalmente a Japón y una vez allá, conseguir trabajo y cambiar su estatus migratorio a técnicos en entrenamiento. Para ello también comenzaron a proliferar agencias de viajes y enganchadores laborales y migratorios a cargo de japoneses y nipo-descendientes quienes ofrecían trabajo en Japón. Éstos fueron particularmente comunes en el caso peruano y brasileño[7] y tomaron como vehículos de difusión los periódicos de las comunidades japonesas de ultramar, carteles pegados en las asociaciones de migrantes y por medio del rumor, estos ofrecían la garantía de un contrato de trabajo, el costo del pasaje de avión —para aquellos que no podían auto-financiar su desplazamiento—, así como algunos adelantos salariales que serían descontados de manera fraccionaria. Mas una vez en Japón, los migrantes se enfrentaron a la rudeza del trabajo industrial no calificado, un descuento salarial mayor al acordado, la falta de reconocimiento de las horas extra o la confiscación de sus pasaportes como garantías para el pago de las deudas. Asimismo, vivieron el hacimiento, la precariedad habitacional y la ausencia de privacidad en los dormitorios, aún cuando los descuentos por concepto de alojamiento podían garantizar una mejor vivienda. Otra desventaja fue el conocimiento incipiente del idioma japonés entre los nikkei, aún entre aquellos que asistieron a escuelas filo-japonesas en sus respectivos países de nacimiento, lo cual los convirtió en dependientes lingüísticos de sus empleadores.

Fig.2 Familia nipo-mexicana
Fig.2 Familia nipo-mexicana

México, 2004.
Fuente: Archivo propio.

Un factor adicional de desencuentro, ha sido el hecho de que durante generaciones ha prevalecido entre distintos sectores de nipo-descendientes una exaltación de su ascendencia japonesa y una auto-percepción étnica como grupo de estatus. Hecho que ha alentado prácticas de endogamia que han facilitado la conservación de ciertos “atributos físicos”, nombres y apellidos japoneses. Mas ello no impide que los nikkei participen de la vida cotidiana, social, económica y política de sus países de nacimiento, o que se hayan formado numerosas familias exogámicas.

Pero aún cuando en Japón a los nipo-descendientes se les otorgó un estatus migratorio preferencial, no contaron con un acceso a mejores condiciones de vida y trabajo en relación a otros migrantes extranjeros “no calificados”. Al respecto es necesario remarcar que para los nikkei experimentar distintas formas de discriminación, desigualdad y violencia en la tierra de sus ancestros, así como haber sido considerados por los demás japoneses como extranjeros a secas y no como nipo-descendientes, ha llevado a un alejamiento emocional y étnico de Japón, y en consecuencia, un mayor acercamiento hacia América Latina.[8]

Para el 2007 el número de latinoamericanos en Japón rondaba las 400,000 personas, de las cuales se puede deducir que la mayoría son nipo-descendientes debido a que la política inmigratoria se encuentra enfocada en ellos. Es complicado estimar la cifra exacta de nikkei en Japón, ya que en los registros públicos se contabilizan a los latinoamericanos con y sin ascendencia japonesa en el mismo rubro, separándolos únicamente por nacionalidad. Tomando ello en consideración, se puede señalar que en 1985 habían 1,955 brasileños y 480 peruanos; mientras que para el 2008 la cifra había llegado a 312,582 y 59,723 respectivamente. En contraste, las demás nacionalidades no sobrepasan las 10,000 personas cada una;  por ejemplo, para 1985 habían 128 bolivianos, 329 argentinos y 110 paraguayos, incrementándose en 2008 a 6,527 para los primeros 3,777 para los segundos y 2,542 para los terceros (cifras del Ministerio de Justicia tomadas de Higuchi, 2009).

 

La formalización migratoria de la segmentación laboral

En 1990 entró en vigor la reforma migratoria que convocaba a  los nipo-descendientes a migrar a Japón en calidad de trabajadores no calificados. Sin embargo, dado que detrás de esta política económica también se procuraba salvaguardar el ideario de una nación homogénea, se impusieron restricciones para la elegibilidad del derecho de retorno, donde sólo descendientes de segunda y tercera generación, es decir a hijos y nietos de japoneses, así como sus conyugues e hijos menores de edad (cuarta generación) podrían migrar. Pero esta clausula desestimó que mediante otros mecanismos legales e ilegales, descendientes de generaciones subsecuentes ingresarían a Japón. Por ejemplo, hubieron distintos medios de ascenso generacional en la documentación familiar, siendo uno de ellos, la posibilidad de asentar a los descendientes de segunda generación como japoneses, en consecuencia, las sucesivas generaciones ascendían una posición. Otra estrategia fue el matrimonio con algún nikkei de menos generaciones y la alteración ilícita de la documentación familiar (koseki).[9]

La reforma migratoria ofreció a las familias nikkei una remuneración salarial comparativamente mayor a otros destinos migratorios, pero sobre todo una estancia legal. Por tanto, a este llamado acudirían nipo-descendientes de sectores sociales y económicos heterogéneos, pero cuya economía familiar había entrado en crisis. La mayoría de ellos se dedicaba al pequeño comercio urbano o de explotación agrícola, venta de comida en restaurantes y cafeterías, papelerías, farmacias, peluquerías, ferreterías y tiendas de artículos diversos, por mencionar los más comunes. De igual forma, había profesionistas de diversas ramas laborales, así como estudiantes universitarios que por motivos económicos vieron truncada su formación profesional. Ya que entre finales de 1980 y a lo largo de la década de 1990 se vivieron sucesivos ciclos de crisis económicas, hiperinflaciones, desestabilidad laboral y des-amortiguamiento del Estado de bienestar en América Latina. Condiciones estructurales a las que se añaden conflictos de orden político. Por ejemplo, en Perú, la migración a Japón tomó escenario en medio del conflicto armado entre el Estado peruano y las fuerzas insurgentes de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru.

Otro punto a destacar es que aún cuando los nipo-latinoamericanos representan un flujo migratorio que cuenta en promedio con una escolaridad entre media y alta, ingresaron de manera homogénea a trabajos no calificados conocidos por las tres k: kitani (sucio), kitsui (duro/estresante) y kiken (peligroso). Donde no se recompensa los conocimientos laborales o educativos previos, sino la rapidez manual, la destreza visual y la fuerza física. Asimismo, estos trabajos implican jornadas prolongadas y exhaustivas y en algunos casos rotación continua de turnos laborales, donde en una semana se trabaja de día, y en la próxima de noche; con las afectaciones al sistema nervioso que estos abruptos cambios pueden generar. Además, están expuestos a procesos productivos de contraste térmico que explican porqué las afectaciones a vías respiratorias son malestares frecuentes entre los migrantes. A lo que se suma el hecho de que en las fábricas de prensado de metales se desactivan los sensores de dedos, los cuales podrían evitar cortes parciales o totales de  dedos y falanges, siendo también éste un accidente relativamente común.

Al respecto de la ocupación laboral de nipo-descendientes, destacan los trabajos de ensamblaje en línea de autopartes y electrodomésticos, fundición y prensado de metales para los hombres; y labores de control visual, de calidad y arreglo de piezas, precisión manual, así como la preparación de comida en línea y su empaquetado en el caso de las mujeres. Aunque en los últimos años, también hay trabajo en la asistencia en el cuidado de ancianos y pacientes hospitalizados.

Fig.3. Nipo-peruanos en Japón a las afueras de una fábrica japonesa<br />Fuente: Cortesía de Mauro Higa
Fig.3. Nipo-peruanos en Japón a las afueras de una fábrica japonesa
Fuente: Cortesía de Mauro Higa

Entre otros factores a considerar, se debe remarcar que la estancia migratoria de los nipo-descendientes es legal, y en su mayoría cuentan con residencia permanente; pero a pesar de ello, no son trabajadores de contratación directa y por tanto, en buena medida carecen de acceso a los sistemas de pensión pública o servicio médico estatal.[10] A su vez, pese a que los sindicatos japoneses cuentan con una fuerza gremial comparativamente más sólida a otros sindicatos en el mundo, los migrantes extranjeros “no calificados” suelen estar excluidos de la filiación sindical  ya que no son trabajadores de base. Lo cual no significa que existan sindicatos que atienden sus demandas, como el Kangawa City Union que intercede en casos de despido injustificado,  desempleo y accidente laboral. Sin embargo, a fin de contrarrestar la acción sindical de los migrantes, varias empresas contratistas mantiene “listas negras” de trabajadores que han litigado en algún juicio a los cuales vetan para contrataciones futuras, tanto en las empresas o fábricas con las que está relacionada directamente, como otras con las cuales intercambian información.

En suma, si bien inicialmente los nipo-descendientes fueron considerados “migrantes ideales” producto de distintos desencuentros esta percepción ha cambiado. Entre ellos, influyó el hecho de que su permanencia migratoria no fue tan transitoria como las autoridades hubieran querido, así como tampoco resultaron ser “tan japoneses” como se imaginó al momento de diseñar la política de retorno. Es así como paulatinamente los nikkei también comienzan a ser sustituidos por nuevos flujos migratorios, en este caso, otros asiáticos quienes ingresan bajo la vieja modalidad de visas de entrenamiento técnico. Estos últimos ofrecen su juventud —en contraste al envejecimiento de muchos nipo-latinoamericanos en Japón—, también al no poder optar a la residencia por vínculo étnico, a nivel legal se vuelve más sencilla su futura expulsión. Al mismo tiempo, el sueldo de los becarios, estudiantes o trabajadores en entrenamiento técnico es más bajo al de un migrante promedio, ya que se argumenta que a cambio están recibiendo el aprendizaje de complejos sistemas productivos, aún cuando su trabajo radica en labores repetitivas de ensamblaje en línea las cuales no requieren ni tampoco les brindan conocimientos especializados. A consecuencia de ello, también escasea el trabajo disponible para los nipo-descendientes, sobre todo aquellos de mayor edad.

 

Conclusiones

A modo de conclusión, el caso japonés permite observar el funcionamiento de un mercado dual de trabajo étnicamente orientado, pero también marca cómo un Estado —en este caso el japonés— pone en marcha sucesivos proyectos inmigratorios, en ocasiones deliberados, en otros, encubiertos a través de eufemismos legales. Pero ya sea desde la política migratoria japonesa se nombre o no a los migrantes laborales como tales, su ingreso ha permitido subsanar un vacío de mano de obra en los sistemas de producción industrial y manufacturero en Japón. También, el caso abordado muestra cómo en las políticas de reemplazo étnico convergen proyectos económicos con proyectos demográficos, en este caso en aras de resguardar el ideario de una nación étnicamente homogénea. No obstante, la política inmigratoria japonesa ha terminado por ceder ante la rentabilidad del capital, y los beneficios de no fomentar el ingreso de trabajadores con los que se tiene una la relación histórica y consanguínea —como en este caso son los nipo-descendientes—, ya que éstos pueden acceder a la residencia permanente, mientras que otros migrantes que no gozan de ese vínculo, son fácilmente sustituibles y deportables.



Notas:

[1] Maestra en antropología social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Ha llevado a cabo diversas investigaciones sobre los nipo-latinoamericanos, especialmente en el caso mexicano y peruano, donde ha trabajado los temas de identidad, relaciones interétnicas, desigualdad social, violencia, transnacionalismo y diáspora. Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..

[2] La era Meiji es como se conoce al proceso de industrialización y construcción del Estado-nación japonés posterior a los dos siglos de clausura de Japón al contacto con el mundo (entre 1638-1853). Una vez re-incorporado a las relacionales diplomáticas y económicas internacionales, Japón emuló el patrón modernizador de Occidente con respecto a la configuración de su modelo político, militar, jurídico y social, aunque adaptando estas instituciones a las características de la sociedad japonesa. A fin de garantizar este tránsito, la clase política hizo uso estratégico del sistema de valores tradicionales tales como el respeto a la autoridad y el sacrificio individual en aras del bienestar colectivo como formas de ética pública y de nacionalismo popular (Duus, 1993: 97 y 100).

[3] Sin que con ello se niegue que persisten graves problemas de desigualdad de género en las relaciones laborales, o jornadas de trabajo extenuante y estresante a las que también están sujetos japoneses de nacimiento.

[4] El relato de naciones étnicamente homogéneas han sucumbido ante la presión étnica de sus minorías y a los marcos jurídicos internacionales que las protegen, pero en el caso japonés, prevalece la posición de ser un país étnicamente homogéneo. No sólo porque el único grupo indígena originario (los ainu) no es considerado como un grupo indígena, sino como minoría social. Por otro lado, hay distintos estudios culturales y científicos que procuran ofrecer validez a estos argumentos. A lo que se suma la propia simbología territorial de Japón como país-isla que en términos simples sugiere aislamiento y desconexión (Ortiz, 2003) al no ser una frontera tan porosa al ingreso de migrantes, como puede ser una frontera terrestre. También se recupera el hecho de que Japón se haya cerrado al contacto con el extranjero durante dos siglos –salvo tenues contactos comerciales principalmente con China y Holanda– procurando resguardarse del avance militar y cultural de Occidente sobre Asia. Sin embargo, no sólo los migrantes extranjeros que se han establecido en Japón y los ainu retan esta percepción de unicidad, también lo hacen los okinawenses y los descendientes de los coreanos anexados durante el imperialismo japonés. Para ver en mayor detalle las singularidades de cada grupo se puede consultar: Michael Wiener (1997), entre otros.

[5] Lo cual no quiere decir que no ingresaran migrantes, pero no mediante políticas estatales o de manera legal.

[6] Aunque en términos formales nikkeijin también refiere a la primera generación, es decir al migrante japonés (issei) que dejó el archipiélago y que vive en un país extranjero, en el uso cotidiano la palabra nikkei se usa como sinónimo de nipo-descendiente. Asimismo sólo son nikkei los descendientes hasta la quinta generación, es decir, nikkei son los hijos (nisei), nietos (sansei), bisnietos (yonsei) y tataranietos (gosei) de un japonés o japonesa.

[7] Para el caso peruano sobre los sistemas de enganchamiento migratorio se puede consultar el trabajo de Álvaro del Castillo (1999).

[8] Algunos trabajos que han retomado esta idea son los de Joshua Hotakka Roth (2002), Takeyuki Tsuda (2003), Ayumi Takenaka (2005) y Melgar (2014), entre otros.

[9] Al respecto de las estrategias de ascendencia generacional se puede consultar Melgar (2014).

[10] No fue sino hasta pasada la crisis económica de 2008 que se ha regularizado el derecho de acceso a estos servicios, aunque de ellos disfrutarán más los migrantes jóvenes y no los pioneros de la migración, al estar aproximándose a su edad de retiro.

 

 

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Cómo citar este artículo:

MELGAR TÍSOC, Dahil M., (2014) “En busca del migrante ideal: los nipo-latinoamericanos y los reemplazos étnico-laborales en Japón”, Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 19, abril-junio, 2014. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=936&catid=14