Brisas

Dios y decir dos

No hay que odiar a Arguedas

Estampas ecuatorianas.
Las sombrereras de Sigsig

En Sigsig, un pequeño pueblo de la provincia del Azuay al Sur de Ecuador, las manos de las mujeres tejedoras de sombreros no descansan ni cuando aquellas caminan. Cargan paquetes en el rebozo– así se le llamaría en México- enredado en la cintura y simultáneamente sus dedos van dejando una fina red de paja toquilla, con la que se confeccionan los famosos sombreros conocidos en el mundo como “Panamá”, aunque es en ésta y en las otras regiones ecuatorianas de Montecristi y Jipijapa, dónde se originaron y se han producido durante siglos.

De diestros y siniestros

Hasta no hace mucho, ser zurdo era algo pecaminoso, malo, equivocado, torcido. ¿Cuántas historias refieren la persecución familiar y social contra los zurdos, esos tipos (y tipas) malhechos, a los que es necesario corregir, por su bien?

Toda una vida

He empezado a forzar el útero de mi mamá para salir y siento mi corazón latir más fuerte cada vez. La grasa en mi cabeza, la sangre, el agua del vientre me permiten deslizarme poco a poco. Somos ella y yo, los dos en un mismo cometido: la vida. Mi cabeza, untada en la grasa sabia de la naturaleza, se abre paso al universo nuevo, distinto, que me espera afuera.

Quince, dieciocho burros posan erguidos, flanco contra flanco, allá arriba, a la orilla del cantil rojizo. Observan atentos cómo nos acercamos cautelosos, con paso lento y sin balancear los brazos para no espantarlos, como si fuésemos tres cardones más de los pocos que sobreviven en este desierto. Una rara llovizna de dos horas que terminó antes del amanecer  permitió a nuestro rastreador seguir con facilidad las huellas frescas de la manada. Por el flanco derecho va elevándose el sol para recortar en negro el perfil de la sierra de San Francisco y pintar de amarillo la enorme planicie de El Vizcaíno que se extiende hasta el azul Pacífico, desde donde siguen llegándonos con la brisa, algodonosos manchones de neblina.

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El arribo a Zacacuautla, Hidalgo, a unos 180 km. de la ciudad de México, cerca de Tulancingo, el sábado 14 de noviembre, fue abrumador: Filiberta  y Benita expresan una enorme congoja, un estado de desasosiego e inquietud profunda: el  maravilloso bosque que provee de frescura y murmullos, que  abriga a aves y especies de la región y que es el sustento primordial de agua del pueblo está siendo arrasado. Cedros blancos, milenarias meliáceas de hasta 30 metros de altura, madera con tonos rojizos y muy aromática, son talados sin misericordia y con la complicidad del Estado y Semarnat hidalguenses. En palabras llanas: mientras que para los taladores el asunto de las meliáceas es lucrativo negocio, para las y los zacacuatlanos es sobrevivencia. ¿Cómo testimoniar el inminente desastre, la desesperación, lo que parece inevitable?

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Elsa y Susana  dan los últimos retoques en los rostros de las jóvenes trabajadoras sexuales. Rostros con la imagen cadavérica gracias a los afeites, los blancos intensos y los negros que resaltan la profundidad de ojos y comisuras de labios para el realce de los dientes pelones pero, en la versión de Elsa y Susana, se omite este toque ante el rojo intenso de labios que ¿han preferido las jóvenes? Estas desafiantes vivas-muertas, en su papel de edecanas, se han engalanado con vestidos gris perla y zapatos de tacón, recientemente adquiridos, para recibir a invitados y a sus propias camaradas de oficio.

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