Manuel Seoane ensayista: una “mirada aprista” de la argentina de los treinta

En el año 1935 el escritor y político peruano Manuel Seoane publicó en Chile un ensayo sobre Argentina. La obra era presentada como un reconocimiento al país que durante una década lo había cobijado como exiliado.

Palabras clave: APRA, exilio, ensayo, Argentina

 

Introducción.

En el año 1935 el escritor y político peruano Manuel Seoane publicó en Chile un ensayo sobre Argentina. La obra era presentada como un reconocimiento al país que durante una década lo había cobijado como exiliado. Tal vez porque la motivación para escribir no provenía de las habituales confrontaciones de ideas políticas que Seoane llevaba adelante, como uno de los líderes más importantes del APRA, el libro al que hacemos referencia se distancia del estilo de debate o denuncia, que caracteriza a la mayoría de sus textos. Rumbo Argentino procura ser, tal como lo declara su autor y lo reafirma uno de los subtítulos, un “sondeo en el alma argentina”. Se trata de un texto que podríamos encuadrar dentro de los llamados ensayos de interpretación nacional, cuyo objetivo radicaba en dilucidar las particularidades de algo que pudiese definirse como argentinidad. Este registro, como señalamos, resulta único entre las obras de Manuel Seoane.

En aquellos años no era una novedad que un extranjero escribiese acerca de las particularidades de la Argentina. De hecho el propio Seoane construye la legitimidad del despliegue de sus argumentos a partir de marcar sus diferencias con respecto a otros autores, también extranjeros. Las impresiones de Hermann Keyserling, José Ortega y Gasset, Waldo Frank y Paul Morand, acerca de la Argentina, son algunos de los antecedentes a partir de los cuales Seoane inscribe, pero a la vez diferencia, sus juicios. Sin embargo, más allá de estas declaradas referencias, el análisis del texto, desde una perspectiva que tome en cuenta las particularidades del ensayo, nos abre nuevas posibilidades de interpretación. La inscripción del texto en un horizonte de sentido, en una esfera de lo decible y lo pensable, nos remite a lo que puede denominarse el más allá del ensayo. Se trata, como señala Liliana Weinberg, del “vínculo con la vida, el enlace con ese mundo de sentido que es fundamento del ensayo pero que no puede comprenderse como tal hasta tanto no se dé como instaurado por el propio ensayo”.[1]

En este trabajo intentaremos, a partir de una mirada atenta a las particularidades del género ensayístico, desarrollar un análisis del texto de Manuel Seoane que hemos presentado.

Antes del ensayo: la llegada de Seoane a la Argentina.

Manuel Seoane (1900-1963) había arribado por primera vez a la Argentina en 1924. En aquellos años, su nombre ya se destacaba en los ambientes reformistas por su participación en las luchas de los estudiantes peruanos. Si bien Seoane provenía de una familia de tradición “civilista”, en la Universidad de San Marcos de Lima se había contagiado del espíritu reformista. Más allá de la amistad que unía a Seoane con Víctor Raúl Haya de la Torre, ambos habían disputado como candidatos la Federación de Estudiantes del Perú en 1923. El triunfo de Seoane significó el de las facciones más moderadas; sin embargo, una vez que el gobierno de Augusto Leguía se tornó más represivo y clausuró los avances reformistas que habían comenzado en 1919, Seoane declinó su cargo en favor de Haya, que había sido encarcelado. La suerte de ambos en poco tiempo sería la misma: el exilio.

Cuando Seoane llegó a la Argentina, rápidamente logró generar vínculos para desarrollar sus estudios de abogacía y su profesión de periodista. Entre los contactos que lo ayudaron a aclimatarse al nuevo ambiente se desatacan importantes figuras del reformismo argentino, como Alfredo Palacios. Éste prologaría dos años más tarde el primer libro de Seoane, titulado Con el ojo izquierdo (mirando a Bolivia). Allí el catedrático y político socialista da cuenta de algunas de las ideas y sensibilidades que explican la cordial recepción del militante peruano:

“Lo sigo a usted desde hace tiempo, aplaudiéndole sin reservas por su labor generosa a favor de la libertad de los pueblos iberoamericanos. Desde el día en que usted llegó, estudiante pobre y desterrado, a mi despacho de la Facultad de Ciencias Jurídicas, lo he visto dinámico, entusiasta, defender todas las causas nobles […] Es usted joven. Y en la juventud principalmente radica la posibilidad de iniciar la era de América Latina en que dejemos de ser repúblicas aisladas, antagónicas, anarquizadas por disensiones civiles, para formar todo un continente, idealista, espiritual y solidario que funde una civilización más humana”.[2]

El texto de Palacios sintetiza algunas marcas características de las ideas del reformismo de la época. La referencia a América Latina y al proyecto de unidad, resultaba por entonces una consigna compartida, que se difundía en torno de una extendida adhesión a la causa antiimperialista. Por otro lado, la expectativa puesta en la juventud, resumía un elemento característico del pensamiento de José Ingenieros, con resonancias del “arielismo rodoniano”, que identificaba en las nuevas generaciones a las fuerzas morales.

El libro prologado por Palacios era el resultado de una serie de impresiones y comentarios de corte sociológico, surgidos de un viaje de Seoane a Bolivia. Como advierte Martín Bergel, el texto al que nos referimos ofrece una de las prácticas características de la generación reformista: el viaje proselitista, productor de un registro simbólico conformado por una serie de sentimientos compartidos que definían una idea de comunidad.[3]

No resulta extraño, teniendo en cuenta estas referencias, que Seoane se incorporara rápidamente al espacio de la Unión Latino Americana (ULA), que había sido fundada por José Ingenieros y que sería comandada por el propio Alfredo Palacios.[4] La ULA expresaba, precisamente, esa solidaridad continental, surgida en torno de la preocupación por la amenaza imperialista. Sin embargo, la participación de Seoane estaría condicionada durante todos esos años por su adhesión al proyecto político del APRA. El frente creado desde el exilio por Haya de la Torre se transformaría rápidamente en una referencia del antiimperialismo latinoamericano, y Seoane en unos de sus dirigentes más importantes.[5]

La militancia aprista de Seoane, que lo llevaría a ser uno de los organizadores del Comité Aprista Peruano de Buenos Aires, y su simultánea participación en los espacios del reformismo argentino, supusieron ciertas tensiones. Martín Bergel señala que Seoane comprendió las dificultades que la prédica revolucionaria y la incansable acción política pregonada por el aprismo, tenían para encontrar repercusión en el reformismo argentino, en donde “pervivía un estilo de intervención intelectual encadenado todavía al sustrato arielista- iluminista”. De ahí que, aún si Seoane compartía con Haya de la Torre las críticas a la ULA por sus fines puramente intelectuales, durante su estancia en Buenos Aires se abocara a tareas de esa índole, de formación e investigación.[6] Algunas de esas tensiones son expresadas por el propio Seoane en el texto escrito a partir del viaje a Bolivia, al que ya hemos referido:

“Es cierto que disfrutaba de afectos y de paz en la gran capital del Plata, pero una diferente manera de concebir la acción, me distanciaba espiritualmente de los amigos cotidianos y especialmente del gremio estudiantil […] Aprecio más el dinamismo que la erudición. Creo que las grandes obras demandan impulsos calientes y exaltados y no la fría disección analizadora de los gabinetes”.[7]

Esa “distancia espiritual”, pero fundamentalmente sus convicciones y deseos de militar en su Perú natal, hicieron que Seoane regresara en 1930 para formar parte de las campañas de difusión del ideario aprista y para ocupar un cargo como representante en el Congreso Constituyente, en un contexto en el que la sección peruana del APRA se transformaría en el Partido Aprista Peruano (PAP). Sin embargo, los avatares impuestos por las medidas represivas de los gobiernos de Sánchez Cerro, primero, y de Benavides, después, llevaron a Seoane a abandonar el Perú y a refugiarse nuevamente en Buenos Aires. Las fugaces amnistías promulgadas por los gobiernos peruanos, le permitieron breves retornos, que pronto se transformaron en nuevos destierros. Así transcurrieron aquellos agitados años, antes de que se instalara en Chile, en 1936. Al abandonar definitivamente la Argentina, publicó un ensayo, sobre el que a continuación nos concentraremos.

Rumbo Argentino.

El ensayo escrito por Seoane está dividido en dos partes: en la primera el autor desarrolla las características de lo que considera los elementos centrales de la argentinidad. Este apartado está encabezado por el subtítulo “Sondeos en el alma argentina”. La segunda parte -“Una breve inspección política”- consta de tres secciones, repartidas entre las caracterizaciones de tres figuras: Hipólito Irigoyen, el General José F. Uriburu y Juan B. Justo.

Tal como indicamos en la introducción, el propio Seoane se encarga de justificar y legitimar su ensayo a partir de señalar las limitaciones en las producciones de sus antecesores. Ubicado en el diálogo abierto por otros escritores extranjeros que habían intentado sintetizar las características de la Argentina, el ensayo comienza con una crítica a los aportes de los otros autores. De acuerdo a la visión de Seoane, se trataba de “aves de paso, conferencistas de señoras munidos de indudable talento y sólida cultura, pero deportistas de la inteligencia, malabaristas de la frase y de la imagen, enamorados de la elegancia y de la sutileza”.[8] Estas descripciones resultan interesantes en tanto, si bien Seoane se entrega a la escritura ensayística, permanece en su imaginario la superior autoridad de sus argumentos, respaldados por el “conocimiento científico de la realidad latinoamericana”, tal como los apristas presentaban la “verdad” de sus diagnósticos y propuestas para el continente. En ese sentido, más allá de la dispar consideración que Seoane manifiesta por los trabajos de Keyserling, Ortega y Gasset, Frank y Morand, encuentra en todos ellos una superficial apreciación y conocimiento de los temas que desarrollan. Sin embargo, la crítica encierra también una diferente concepción acerca del trabajo intelectual. La tensión que precisamos al señalar las diferencias con el medio reformista, que Seoane percibía desde su arribo a la Argentina, se encuentra presente en esa caracterización.[9] La autopercepción como “hombres de acción”, en los años treinta había cristalizado en la definición de los apristas como “intelectuales - políticos”, vinculados directamente con la práctica, en un contexto en el que sus militantes se hallaban obligados a actuar en la clandestinidad en el Perú y debían habituarse al exilio o a escapar de las persecuciones.[10] Estas definiciones resultan claves para comprender algunos de los argumentos del ensayo de Seoane. Se trata de una obra en la que podemos encontrar rastros de ciertas ideas provenientes de la tradición reformista, pero que aparecen entremezcladas con algunos tópicos característicos del clima intelectual de la década de los treinta en la Argentina, y definiciones propias del aprismo, que había cambiado su fisonomía en aquellos años, al transformarse en un partido político de masas.

Seoane manifiesta una vinculación más directa con la realidad Argentina, que surge de haber traspasado las fronteras del mundo puramente intelectual. Al criticar a los otros escritores, remarca el lugar desde el cual habían desarrollado sus observaciones: “Presos de pequeños núcleos universitarios o intelectuales, dando conferencias en locales selectos, cerrados al gran público, topándose con esa cáscara de gentes que no representan nada en la vida sustantiva de un país”.[11] Seoane descubre esa sustantividad en el “alma del pueblo”, que él, a partir de haberse radicado en el país, había logrado conocer y sentir. Sin embargo el despliegue del juicio de Seoane acerca de la argentinidad, recupera de otra manera algunos tópicos del arielismo, y se inserta en un diálogo no explicitado con otros intelectuales, argentinos, que durante los años anteriores habían publicado ensayos para intentar aprehender el ser nacional. Aunque no encontramos una referencia explícita, seguramente Seoane había leído El hombre que está solo y espera, de Raúl Scalabrini Ortiz, o Radiografía de la Pampa, de Ezequiel Martínez Estrada, y posiblemente haya recogido de ellos la inspiración para escribir un ensayo que abordara el problema nacional, buscando definiciones en la cultura. En este sentido, el trabajo de Seoane forma parte de la producción ensayística latinoamericana que durante la década de los treinta, en el marco de la crisis mundial, elaboró definiciones acerca de lo nacional y continental, “resemantizando las concepciones heredadas del ensayo positivista (que en general implicaban una devaluación miserabilista de las masas nacionales)”.[12]

En Rumbo Argentino encontramos una serie de definiciones acerca de la cultura popular, que Seoane construye a partir de observaciones sobre la música, el deporte, las tradiciones y el lenguaje. El texto comienza con referencias al tema recurrente del mestizaje y el lugar de los inmigrantes. Seoane observa que la exaltación de la argentinidad actúa como un vínculo unificador, que en parte explica la vanidad y petulancia del argentino. Este rasgo, que, según Seoane, había sido “caricaturizado en forma rencorosa” por Ortega y Gasset, puede considerarse un elemento positivo:

“Indiscutiblemente el argentino es vanidoso. Y éste, su peor defecto, es su mejor virtud […] la vanidad es pecado de juventud. Podría decirse que la Argentina está viviendo sus veinte años. Esos deliciosos veinte años que nos emancipan de los padres y nos convierten en dueños y reformadores del mundo y sus contornos. Y esto es virtud en los jóvenes y en los pueblos.”[13]

Tal como puede apreciarse, existen en estos juicios influencias spenglerianas y de la teoría de las generaciones del propio Ortega. La energía creadora de la prepotencia nacional, que para Seoane había sido la forma de resolver el problema de la heterogeneidad de las razas y de las costumbres, aparece en el horizonte del progreso como un elemento más decisivo que el desarrollo industrial. Sin embargo, también advierte que esta cualidad del pueblo argentino, su parricidio con respecto a la decadente Europa de la que recibió la mayoría de la población, podría derivar en un desarrollo del tipo del norteamericano. Seoane descubre en el crecimiento material, un camino que conduce a la exaltación de valores superficiales y externos, como por ejemplo la excesiva importancia que estaban adquiriendo en la consideración popular los espectáculos deportivos, como el fútbol, transformados en una especie de religión, que sustituía “el afán por la cultura y el amor a las cosas del alma y la belleza”.[14] Estos juicios parecieran desplegar una preocupación similar a la expresada en el Ariel de Rodó, acerca de los peligros de la democracia y el temor por la pérdida de la espiritualidad frente a la masificación que implicaba el progreso y la modernidad.[15] Sin embargo, inmediatamente, Seoane señala:

Felizmente, el mate y el tango mantienen en el alma popular el culto a lo inútil y a lo sentimental, marginando un campo donde transitan la imaginación y la fantasía, es decir, impidiendo que la sórdida preocupación por el éxito económico absorba el espíritu de la criatura humana y la transforme en una máquina de ganar dinero, o que la simplista devoción deportiva lo conduzca hasta las selvas de la estupidez absoluta”.[16]

Puede apreciarse que Seoane reinstala la distinción rodoniana entre Ariel y Calibán, pero desde un registro que le permite legitimar lo popular, en donde se mezclan tradiciones urbanas y rurales, aportes de la inmigración y referencias a costumbres heredadas del gaucho y del indígena. Resulta particularmente interesante detenerse en la descripción que realiza Seoane del hábito de tomar mate, en tanto resume algunos de los temas que estamos comentando, pero al mismo tiempo permite observar los recursos implementados en la estrategia argumentativa, construida por medio del género ensayístico.

Seoane elabora en el apartado titulado “Misión nacionalista del mate criollo”, una personificación del objeto que se propone describir. El mate no es una calabaza curada que se utiliza para beber una infusión, es “el mate criollo”, que “posee una personalidad robusta y cumple una vital función nacionalista”. En su argumentación Seoane define un interlocutor: “No lo desprecie, señora. El mate merece un sitio preferido y honorable lejos de la grasa y sonora cacharrería culinaria”. No se trata de un elemento más, es “el Embajador Extraordinario que envía la cocina criolla para captar a los extranjeros inmigrantes”: “¿Usted no ha observado su rol pacifista, su tarea de nivelamiento democrático de intimación cordial?”[17]

Rescatado del conjunto de los objetos anónimos, develado su estatus diplomático, restituido como uno de los rasgos que definen la cultura popular, el mate adquiere un lugar destacado en la consideración de Seoane, quien relata su propia experiencia en el contacto con ese hábito:

“La primera vez que bebí mate sufrí quemaduras en la lengua […] Pagué escaldado tributo a mi atrevida audacia de sorber la bebida sin conocer la técnica de su saboreo. Fue una primera advertencia sobre la importancia del rito y, consiguientemente, una notificación de su significación nacional. Guardé xenófobo rencor, digna reserva de agraviado ante esta bebida indígena, arisca, casi cruel”.[18]

Esta primera experiencia traumática, luego se transforma, a través de la observación y el conocimiento de la técnica, en una aceptación y reconciliación con el hábito, que finalmente se descubre como un mecanismo de incorporación del extranjero. De allí la misión nacionalista del mate: “Las puertas de la argentinización comienzan a abrirse el día que la pava canta el himno de un hervor ante el inmigrante y éste iza hasta los labios el estandarte del mate criollo con su bombilla presentando armas”.[19]

Seoane observa también otras virtudes del hábito de tomar mate:

“Amén de captar al extraño en la forma descrita, el redondel de mateadores constituye una escuela de democracia igualitaria donde se esfuma el desagradable lindero de lo mío y de lo tuyo, en la que confúndense las huellas labiales de todos, en un inconsciente y anti-higiénico proceso de solidificación social.”[20]

El escritor peruano logra transformar al mate en el alma misma de la cultura popular, síntesis del mestizaje, en donde descubre las virtudes del ser argentino. En él se mezclan el elemento indígena, el criollo y el inmigrante. Tal como señala, el mate expresa un hábito de estirpe campera, “último regazo de aquel gaucho sublevado que fue derrotado o absorbido por el creciente industrialismo de la urbe”.[21] Hay allí una pausa frente a la vorágine del desarrollo. En el ser argentino descrito por Seoane encontramos una reconciliación de las dicotomías sarmientinas de civilización y barbarie, en una clave diferente a la que había propuesto Martínez Estrada en Radiografía de la Pampa.[22] El escritor argentino proponía observar, como en una radiografía, la realidad profunda, que le permitía descubrir invariantes históricas, en donde hallaba la persistencia de la barbarie debajo de las apariencias de una nación “culta y moderna”. Seoane, en cambio, procura reivindicar las herencias anteriores al aluvión inmigratorio, como una forma de soldar una cultura mestiza que puede entrar a la modernidad y celebrar al mismo tiempo los atavismos que la diferencian del mundo anglosajón. Ambos autores comparten, sin embargo, la preocupación por indagar en la nacionalidad a partir del ámbito de la cultura, sin referir a las cuestiones raciales, que habían predominado en los debates de las décadas anteriores.

A diferencia de los ensayistas que Halperin Donghi denomina “testigos de la república imposible” (Scalabrini Ortiz, Martínez Estrada, Borges y Mallea)[23], que procuran develar una realidad oculta tras una superficie engañosa, Seoane parece querer reconciliar esos elementos disociados. Aquí es donde adquiere sentido un comentario sobre el excursus político con el que se cierra el ensayo; esa segunda parte, que aparece editorialmente separada, pero que le da forma al texto como un todo, permite apreciar por qué las observaciones de Seoane sobre la Argentina, no adscriben al elitismo espiritual arielista, ni recorren el camino de la invocación de los “ciudadanos del país invisible” (Mallea), sino que se resuelven en el terreno político. Es que, a diferencia de aquellos escritores argentinos como los mencionados, que asumen el lugar del nuevo tipo de intelectual latinoamericano, que reivindica su libertad y espíritu crítico frente a los dilemas que le plantean la crisis[24], Seoane intervendrá como lo que es: un “intelectual – político”, referente de un partido que se propone como vanguardia de un movimiento de masas.

El ensayo político.

La relación distante que el reformismo de los veinte tenía con los partidos, expresaba la crítica a la política criolla y la reivindicación del lugar del intelectual, que no se veía contaminado por aquellas prácticas.[25] Este espíritu que había guiado la vida de organizaciones como la ULA, explicaba en parte su disolución en los años treinta, una vez que el Golpe de Estado encabezado por Uriburu clausuró el clima en que el que habían crecido las redes intelectuales de los veinte. En ese contexto, Alfredo Palacios y Julio V. González, entre otros, habían decidido incorporarse al Partido Socialista.[26] El propio Seoane había podido vivir en carne propia los cambios en la Argentina de la nueva década, cuando 1931 (durante su primer regreso a Buenos Aires), junto con Luis Heysen, había sido detenido por algunos días en la cárcel de Devoto.

Sin embargo, si este nuevo contexto hacía pensar a algunos que los partidos políticos y la participación en elecciones podía ser una nueva forma de intervención, las particularidades del predominio conservador durante lo que se llamó posteriormente la “década infame”, basado en un sistema autoritario mediado por el funcionamiento de una maquinaria fraudulenta, hizo que las ideas sobre la política se reacomodaran de diferentes maneras dentro del campo intelectual. Un sector encontró una referencia compartida en torno de la solidaridad con Rusia y la adscripción a la revolución como un horizonte hacia el futuro. Se trataba de intelectuales provenientes de diversas vertientes de la izquierda, que participaban de tribunas para el debate como la revista Claridad. Allí eran habituales las discusiones entre los simpatizantes del socialismo o el comunismo, acerca de las posibilidades y limitaciones del parlamentarismo o la vía insurreccional. Esta última también era considerada por los seguidores del partido mayoritario, el radicalismo; sin embargo tal estrategia no encontraba repercusión entre sus dirigentes, encerrados por la ambigua política del gobierno conservador, que alternaba entre la represión y la apertura.[27]

Frente a estas opciones y dilemas, en torno de la figura de Victoria Ocampo y la revista Sur se agruparon una serie de escritores de diversa orientación ideológica, pero que tenían una común reserva con respecto a participar de las pasiones políticas. El grupo del que formaban parte, entre otros, Martínez Estrada, Borges, Mallea, Canal Feijóo y María Rosa Oliver, profesaba, a pesar de sus diferencias, un “liberalismo espiritualista y cultural”.[28] En este sentido su mirada sobre la política estaba cruzada por una compartida percepción acerca del carácter moral de la crisis de la Argentina y del mundo, y de la responsabilidad de los intelectuales como reservorio de cultura, lejos de los “extremos ideológicos”; esta sería una actitud que mantendrían al menos hasta el estallido de la segunda guerra mundial.

En este contexto del campo intelectual, no era desconocido que Manuel Seoane era uno de los habituales escritores de la revista Claridad. Sin embargo, tal como propusimos en los apartados anteriores, su ensayo sobre la argentinidad, parecía despegarse del tono politizado de sus colegas y transitar el camino de otros referentes de la intelectualidad contemporánea. De allí que sus reflexiones sobre tres figuras de la política argentina, pueda llevarnos hacia un horizonte de sentido, que se comprende a partir de la descripción del campo intelectual.

Las referencias a Hipólito Irigoyen están cruzadas por una doble consideración. Por un lado, en el “retrato” de Seoane, el caudillo radical es un personaje que alcanza el estatus de mito. Su figura se desdobla entre lo real y lo ficticio, a través de una vida en la que su actuación política escurridiza contribuyó a erigir un personaje: “El misterio voluntario es su característica, su signo, su marca. No en balde nunca fue un científico, sino siempre un intuitivo […] Ignórase con precisión hasta el año en que vino al mundo”.[29] Tal vez exagerando las referencias para sustentar su caracterización del caudillo radical, Seoane elabora un tipo de biografía en donde se coloca como narrador omnisciente, logrando, a través del estilo del texto, que el  personaje efectivamente se confunda con el de una ficción.[30] Pero, para Seoane, Irigoyen es también una persona de carne y hueso, cuyas limitaciones como estadista afloraron en el momento en que dejó de ser un secreto conspirador contra el poder oligárquico y se transformó en el primer presidente democrático:

Irigoyen, ungido ya como mandatario, no exhibe un programa orgánico y claro. Parece dominado por la ley de inercia del movimiento anti-conservador. Falla en el manejo del aparato estatal. Pero acierta en la tarea destructora de los rezagos oligárquicos. Triunfo del político. Derrota del organizador. Al fin y al cabo es un místico y tiene derecho a la impericia y al empirismo”.[31]

El acceso del radicalismo al poder es para Seoane la apertura del Estado a los sectores medios, e Irigoyen encarna, con su austeridad, nuevos valores. El problema, para Seoane, es que su falta de capacidad como estadista lo había llevado a manejar las cuestiones públicas como si fuese el “administrador generoso de una gran estancia. El jefe cordial de una familia pródiga”.[32] El pasaje de personaje mítico a hombre de Estado permite afinar las críticas sobre las políticas de su gobierno. Seoane podrá así destacar la fortaleza de la política exterior, que ponía de manifiesto su “intuitivo repudio a la política imperial de los Estados Unidos”, y el apoyo al movimiento estudiantil, pero criticar la represión sobre los obreros en la Patagonia. Las referencias de Seoane a la figura de Irigoyen se cierran con la aparición del propio escritor peruano en un encuentro con el personaje; aquí las fronteras entre la realidad y la ficción se vuelven a confundir: o Seoane se ha incorporado al relato fantástico y se ha transformado en un personaje más, o Irigoyen ha abandonado su condición mítica para ser el interlocutor de un encuentro real. Seoane mantiene la ambigüedad en su relato:

“Entro a su comedor, moblaje sucinto, aspecto criollo, y el anciano se yergue ceremonioso y atento […] ¿Es el místico o el político huidizo? Difícil afirmarlo. Sólo puede asegurarse que ese anciano, vacilante ya, debilitado, enfermo, tenía empero el sello imponderable de la grandeza moral, de la austeridad cívica, y que sus palabras arrastraban un eco de sinceridad transparente”.[33]

Seoane nos pone ante una figura que ha unido lo ficticio y lo real en un legado moral y cívico. Hay algo en la caracterización de Irigoyen que nos remite a una concepción particular de la política, que los apristas se habían preocupado por precisar. Al referir a la figura mítica de Irigoyen, Seoane señalaba: “Posiblemente comprendió que en estos pueblos fantasistas, arados por la teología católica, era preciso insuflar una confianza mística, hija de la fe y no del conocimiento”.[34] El elemento mítico está presente en las ideas de los apristas: ha sido introducido en los debates de la intelectualidad peruana en la década de los veinte, y los apristas lo han incorporado como parte de una promesa de salvación sintetizada en la consigna “Sólo el APRA Salvará a Indoamérica”. Sin embargo, y como se manifiesta en las críticas al Irigoyen estadista, hay también un componente técnico de la política que es el resultado del conocimiento específico de los procesos socio económicos del continente. En el diagnóstico de Seoane, la falta de habilidad para resolver los dilemas que presentó la crisis económica de 1929, explica la caída del caudillo. Allí está el papel central de la intelectualidad aprista, para salvar a un pueblo, que necesita del mito, y orientarlo a partir del conocimiento técnico.

De acuerdo al análisis de Seoane, los sectores desplazados desde 1916, encontraron en el antiirigoyenismo un movimiento para retornar al poder en 1930, pero pronto descubrieron los peligros de restaurar la democracia y se alinearon detrás del “bigote asiático” de Uriburu.[35] El llamado a elecciones y el triunfo del radicalismo le habían demostrado a los sectores conservadores el peligro latente que implicaba la democracia. La necesidad de recurrir al autoritarismo era una muestra de que la sociedad había cambiado:

La Argentina fabril, tumultuosa, futbolística, ya no era la pacífica estancia de los Anchorena o los Alzaga. Fue engrandecida y fecundada por el esfuerzo sudoroso de los Pérez, los Campapietra y los Kaymowsky. Todos estos argentinos de primera sangre, que advinieron al poder junto a los criollos, detrás de las banderas demagógicas del irigoyenismo, y que componen la mayoría nacional, no querían resignarse a ser eliminados para siempre, como estaba ocurriendo.[36]

El balance de Seoane aparece claramente en las vetas del texto: Uriburu encarna los intereses de su clase, la oligarquía, que descubre en la democracia un camino sin salida. La sociedad argentina, mestiza, joven, prepotente, unida en su identidad nacional, presiona por su representación, aunque carezca de una expresión política capaz de dar cuenta de su espíritu democrático, presente en el “alma popular”. ¿Pero que opinión tenía Seoane del socialismo, en el que militaban los antiguos compañeros de las luchas reformistas de los apristas?

Juan B. Justo, a diferencia de Irigoyen era, para Seoane, un intelectual, cuyos aportes más destacados se recogían en el plano de las ideas. El fundador del Partido Socialista había promovido la recepción en la Argentina del conflicto universal entre el capital y el trabajo y se había mostrado preocupado por desarrollar una vertiente del socialismo que tuviese en cuenta el análisis particular, apoyado en un sentido práctico de la acción constructiva. De allí que muchas de las luchas inspiradas por sus ideas alcanzaran un resultado concreto en la legislación laboral. Sin embargo, Seoane no se priva de realizar una serie de críticas al socialismo argentino inspirado en la figura de Justo, en las que afloran claramente los lineamientos centrales de las doctrinas apristas:

Y es que Juan B. Justo, aparentemente realista, o quizás por serlo en exceso, no alcanzó a divisar la realidad nacional o indoamericana, circunscribiendo su miraje y su acción al perímetro denso de la capital federal, ciudad europea incrustada en un continente agrario […] Si en el continente hubiese hundido su mirada, tan libre de prejuicios ortodoxos y tan grávida de sugerencias, habría llegado a conclusiones valiosas sobre el imperialismo, la raza indígena, la situación de las clases medias y otros problemas de la realidad indoamericana.[37]

No es casual, a partir de las observaciones presentes en estas críticas, que el ensayo se cierre con una reivindicación del papel de Justo en la historia de las ideas, acompañada de una referencia a las “correcciones” introducidas por otro “intelectual-político”: Víctor Raúl Haya de la Torre.

Consideraciones finales.

La “breve inspección política” con la que se cierra el texto de Seoane, le agrega un ingrediente particular al ensayo de interpretación nacional. Se trata de una reflexión acerca de un campo en el que estaban depositadas las expectativas y la acción de un grupo de hombres (los apristas), que tenían en Seoane a uno de sus principales dirigentes. La identidad política del escritor peruano es un elemento fundamental para pensar el más allá de Rumbo Argentino. Manuel Seoane compartía con otros ensayistas que ocupaban diferentes espacios del campo intelectual en la década de los treinta, una particular sensibilidad y preocupación por abordar el problema de lo nacional, vinculado a la cultura. La fusión de esta temática con una dimensión política, forma parte de las particularidades de los sentidos de la reflexión del peruano. Este tipo de enfoques no era habitual dentro del repertorio de la revista Claridad, en donde Seoane escribía, junto a otros apristas exiliados.[38]

La descripción del campo intelectual argentino de la década de los treinta permite inscribir el ensayo de Seoane en un diálogo que supera las referencias construidas por el propio autor. Las temáticas que aborda el ensayo, están presentes en las intenciones de las reflexiones de otros autores, como Scalabrini Ortiz o Martínez Estrada, y en esas aguas buscaba zambullirse el peruano. Sin embargo, la especificidad de la propuesta encuentra sentido en la particular concepción acerca del trabajo intelectual y su vínculo con las luchas políticas, que impulsaba a Seoane a intentar proyectar las principales líneas interpretativas del aprismo (que no había abandonado su dimensión continental, a pesar de la actividad partidaria en el Perú) más allá de los ámbitos de debate exclusivamente político. Es el “intelectual-político” el que escribe un ensayo sobre la Argentina, antes de partir a Chile, donde continuaría su incansable proselitismo, a través de la militancia y el contacto con la política peruana, pero también por medio de la labor cultural, mediante el impulso de la editorial Ercilla.

En las observaciones de Seoane sobre las particularidades del ser argentino conviven difusas referencias a las ideas arielistas y juvenilistas, que habían inspirado el antiimperialismo de los veinte, y que el peruano había recogido en su primera experiencia de exilio en la Argentina. Sin embargo, recoge con entusiasmo el desafío de pensar la idea de nación y el lugar de la cultura popular, en un movimiento que lo aleja de aquellas influencias.

 


[1] Weinberg, Liliana, Situación del Ensayo, México, CCyDEL, UNAM, 2006, Pág. 59.

[2] Palacios, A. “Prólogo”, en Seoane, M. Con el ojo izquierdo (mirando a Bolivia), Buenos Aires, Juan Perotti, 1926, pp. 5-6.

[3] Bergel, M., “Con el ojo izquierdo. Mirando a Bolivia, de Manuel Seoane. Viaje y deriva latinoamericana en la génesis del antiimperialismo aprista”, mimeo, inédito. Agradezco al autor la comunicación de este trabajo.

[4] En una reciente recopilación de textos y conferencias de Manuel Seoane, Eugenio Chang Rodríguez destaca la influencia que tuvieron esos contactos: “A raíz de estos vínculos [con Ingenieros  y Palacios] Manolo liquidó toda conexión conservadora, comenzó a identificarse con el marxismo de J.C. Mariátegui y analizó el imperialismo a la luz del ideario del APRA”, Manuel Seoane. Páginas escogidas, selección e introducción de Eugenio Chang-Rodríguez, Editorial del Congreso del Perú, 2003, pág. 23.

[5] Tal como señala Alexandra Pita González en una reciente investigación, durante este período la común referencia a las ideas antiimperialistas podía articular la intervención en diferentes organizaciones, por más que existiera una competencia por liderar ese espacio. Esto hacía que los militantes peruanos exiliados pudiesen conservar su identidad aprista y al mismo tiempo ocupar importantes puestos en la entidad unionista. La unión Latino Americana y el Boletín Renovación. Redes intelectuales y revistas culturales en la década de 1920, México, El Colegio de México-Universidad de Colima, de México-Universidad de Colima, 2009.

[6] Martín Bergel, “Manuel Seoane y Luis Heysen: el entrelugar de los exiliados apristas en la Argentina de los veintes”, en Políticas de la Memoria, no. 6/7, Cedinci, Buenos Aires, 2007, pp. 124-142. El trabajo de Pita González documenta la intención de Haya de la Torre de incorporar a la ULA al proyecto continental del APRA. En sus discursos Haya diferenciaba a los “maestros” como Ingenieros, Ugarte y Palacios, de los “líderes”, que debían pertenecer a las nuevas generaciones, en las que él se situaba. Como ejemplo de las tensiones, también señaladas por Martín Bergel, en torno de la experiencia de exilio, puede citarse la intervención de Manuel Seoane, quien se desempeñaba como Secretario de la ULA, en un acto realizado con motivo del cuarto aniversario de la muerte de Ingenieros. En su evocación del fundador de la organización a la que representaba, Seoane no se privó de recordar el cariño que Ingenieros le había manifestado sentir por Haya de la Torre, al que consideraba “nuestro auténtico líder”. Ver Pita González, A., La unión Latino Americana y el Boletín Renovación..., Op. Cit., pág. 156. Para un análisis de los vínculos del aprismo con la ULA ver el capítulo VI: “Unionismo, Aprismo y Antiimperialismo”. También Bergel, M., “Manuel Seoane y Luis Heysen…, Op. Cit.

[7] Seoane, M., Con el ojo izquierdo…, Op. Cit. pág. 17.

[8] Seoane, M., Rumbo Argentino, Santiago de Chile, Ed. Ercilla, 1935, pág. 8.

[9] Tal como señala Martín Bergel, los fundadores del APRA, “no ejercerán exclusivamente el rol de letrados o educadores del pueblo, sino que serán incansables hombres de acción. La naturaleza de la praxis revolucionaria de los primeros apristas se comprende así a la luz de la doble legitimidad que invocan: la de portadores de saber y ejercitantes de prácticas específicamente intelectuales (esencialmente, la escritura y el dictado de conferencias), y la de “hombre en marcha”, incesantes organizadores y propagandistas de la doctrina que impulsan. Esa peculiar imbricación de teoría y praxis, así como el efectivo alcance continental que buscan para su movimiento, singulariza la perspectiva revolucionaria del APRA de los primeros tiempos”, “Intelectuales y revolución en el aprismo peruano de los años veinte”, ponencia presentada en las XI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Tucumán,  2007.

[10] He trabajado sobre esas cuestiones, a partir de las intervenciones de Seoane en la revista Claridad, en “Desear hacer lo que se escribe. Reflexiones sobre las ideas políticas y el rol del intelectual (combativo o comprometido) a partir de una polémica en Claridad.”, Inédito, 2008.

[11] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 9

[12] Mailhe, A., “Entre la exuberancia y el vacío. Identidad nacional y alteridad en tres ensayistas latinoamericanos: Gilberto Freyre, Fernando Ortiz y Ezequiel Martínez Estrada”, en: Gloria Chicote y Miguel Dalmaroni (eds.), El vendaval de lo nuevo. Literatura y cultura en la Argentina moderna entre España y América Latina (1880-1930). pp. 265-299, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2008, pág. 265.

[13] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pp. 14-15.

[14] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 17

[15] Ver: Terán, O., “El Ariel de Rodó o cómo entrar en la modernidad sin perder el alma”, mimeo, Inédito.

[16] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 18

[17] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 37.

[18] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pp. 37-38.

[19] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 40

[20] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 40

[21] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 41

[22] “Lo que Sarmiento no vio es que civilización y barbarie eran una misma cosa, como fuerzas centrífugas y centrípetas de un sistema en equilibrio. No vio que la ciudad era como el campo y que dentro de los cuerpos nuevos reencarnaban las almas de los muertos. Esa barbarie vencida, todos aquellos vicios y fallas de estructuración y de contenido, habían tomado el aspecto de la verdad, de la prosperidad, de los adelantos mecánicos y culturales. Los baluartes de la civilización habían sido invadidos por espectros que se creían aniquilados, y todo un mundo sometido a los hábitos y normas de la civilización, eran los nuevos aspectos de lo cierto y de lo irremisible”, Martínez Estrada, E., Radiografía de la Pampa, Buenos Aires, Losada, 14ª edición, 2001, pág. 341.

[23] Ver Halperin Donghi, T., La República Imposible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel, 2004, pp. 222-236.

[24] “ahora descubro que soy un dreyfusard, esto es, soy un trabajador del intelecto, mi labor me distingue tanto del pueblo como de los detentadores del poder, mi única esclavitud es la de la libertad de pensamiento, y mi misión consiste en hacer una crítica a fondo y sin concesiones de mi sociedad, inspirarme en ella, tematizarla, y devolverle a ella misma su propia imagen, retrabajada.”, Martínez Estrada, E. “Mensaje a los escritores”, 1959, citado en: Weinberg, L., “La dimensión americana de Ezequiel Martínez Estrada”, Prólogo a Martínez Estrada, E., Diferencias y semejanzas entre los países de la América Latina, Caracas, Ayacucho, 1990, pág. 20.

[25] “al descalificar a los miembros de los partidos en el poder y los gobernantes como hombres mediocres, impedidos del buen juicio para gobernar, destacaban [quienes participaron de la ULA] sus propios rasgos como actores políticos situados en una posición de supuesta pureza que implicaba para ellos el lugar de la crítica”, Pita González, A., La Unión Latino Americana…, Op. Cit., p. 277.

[26] En el caso de Palacios, se trataba de una reincorporación.

[27] Ver: Halperin Donghi, T., “Qué lugar para el radicalismo?”, en La República Imposible… Op. Cit., pp. 103-123.

[28] Terán, O. (coord.), Ideas en el Siglo. Intelectuales y cultura en el Siglo XX latinoamericano, Buenos Aires, 2004, pág. 61.

[29] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 116.

[30] “Hipólito Irigoyen, sin embargo, no está contento. El recuerdo del abuelo asesinado dibuja con obsesión, un camino para su vida”, Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 118.

[31] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pp. 123-124.

[32] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 126.

[33] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 138-139.

[34] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 115.

[35] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 150.

[36] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 153.

[37] Seoane, M. Rumbo Argentino, Op. Cit., pág. 176.

[38] Como ejemplo de estos diferentes registros, puede mencionarse el comentario que Liborio Justo publicó en la revista Claridad acerca del ensayo de Seoane sobre el que hemos trabajado: “Rumbo Argentino se titula un libro recientemente publicado por el ex diputado peruano Manuel Seoane, residente en la Argentina. En él hace una serie de observaciones intrascendentes y superficiales sobre nuestro ambiente, entre los que dedica todo un capítulo a narrar los desasosiegos que le causaba el hecho de tener un homónimo en un conocido ex jugador de football. Frente a esta obra comprendemos las preocupaciones del autor en ese sentido. Porque al final el lector se pregunta seriamente: ¿Quién la habrá escrito: Manuel Seoane, el dirigente aprista, o Manuel Seoane, el ex jugador de football?”, Claridad, N. 295, Noviembre de 1935.