Cavero y Meló, dos bolivaristas en la vida de México

Gustavo Vargas Martínez

 

Un economista yucateco y un general indígena neogranadino, los dos seguidores entusiastas de la epopeya libertadora, enlazan a México y a Colombia a comienzos del siglo XIX. No pudo prever el obispo ilustrado Antonio Caballero y Góngora, que saliendo de Mérida, Yucatán, y estableciéndose en Santa Fe y Cartagena de Indias, su discípulo José Ignacio de Cavero y Cárdenas (1757-1834) terminara afiliándose al partido revolucionario que impulsaba Simón Bolívar. Ni tampoco que el indio pijao José María Melo Ortiz (1800-1860), soldado de Bolívar en todas las campañas del Sur de América, concluyera sus días fusilado por los conservadores mexicanos en Chiapas, por defender la causa liberal de Benito Juárez.

Son estos dos ejemplos, tal vez descollantes de cómo la guerra americana de independencia hermanó a dos pueblos que aunque hoy nos parecen distantes en la geografía, nunca lo fueron en los momentos difíciles de nuestras repúblicas. Pero no fueron casos únicos: otro es el del veracruzano Miguel de Santamaría, quien en 1819 llegó a ser secretario del Congreso Constituyente de Colombia en Cúcuta y luego primer embajador de Bolívar ante Agustín de Iturbide, con todos los peligros y sutilezas que significó el enfrentamiento de un diplomático demócrata y un astuto emperador. De casos así está llena nuestra historia aun sin escribirse. Reparemos la falla aproximándonos a noticias breves del mexicano muerto en Cartagena y del neogranadiano fusilado entre los tojolabales de Chiapas.

 

José Ignacio de Cavero y Cárdenas

Pocos neogranadinos tuvieron la suerte de José Ignacio de Cavero y Cárdenas, quien con su participación en la revolución comunera de 1781 y en la Independencia de 1810, cubrió los cuarenta años precursores de la República fundada en 1819. Todo empezó cuando en 1777 el obispo Antonio Caballero y Góngora fue promovido desde Mérida (Yucatán) al arzobispado de Santafé. El 29 de junio del año siguiente desembarcaba en Cartagena, donde demoró ocho meses en preparativos para el ascenso a la Sabana. Trajo consigo a doce jóvenes mexicanos, casi todos de Yucatán: Pedro Bolio y Tordecilla, José Rafael Caraveo, Joaquín Cascaya, José Domingo Duarte, Pedro y Martín Guerra Villafañe, Esteban y José María León, Francisco Medina, Antonio Mendoza, Alejandro Villoría; y con ellos, José Ignacio de Cavero y Cárdenas, hijo de Diego y de Juana de Dios, nacido entre el 23 y el 29 de junio de 1757 en familia de acendrados principios católicos, en la cual dos de los hermanos, Diego y Juan José, fueron sacerdotes. Cavero, quien entonces tenía 21 años, destacará más adelante en su vida pública al servicio de Nueva Granada, primero como realista y luego como decidido patriota y revolucionario, no importándole su origen yucateco.

Al lado del arzobispo-virrey, Cavero fungió como oficial de su secretaría y redactó personalmente la relación de mando que Caballero y Góngora dejó al virrey Gil de Lemos, en Turbaco, el 20 de febrero 1789. De los muchos documentos coloniales de esta época que de alguna forma atañen a la formidable revolución comunera, evento de la máxima importancia en los anales históricos de América, pocos tan completos y analíticos como el que redactó Cavero: diez cuadros estadísticos y muy prudentes observaciones, bastante imparciales para el momento en que se vivía, dan cuenta del estado social y económico del reino.

En Cartagena fue administrador de tabacos, oficial real y administrador de la aduana por casi veinte años, hasta 1815. Por oficio y vocación tuvo a su cuidado la espléndida biblioteca de Caballero y Góngora, de casi diez mil volúmenes, entonces tal vez la mejor del país. Sin duda, Cavero fue un hombre notablemente informado de la riqueza y las posibilidades de la Nueva Granada. Además, vivió de cerca varios de los sucesos revolucionarios que dieron al traste con la dominación española en América, como la escandalosa o injusta prisión de Antonio Nariño en Cartagena, la fracasada conspiración de los negros haitianos en 1796 para apoderarse de Cartagena después de tomar el fuerte de San Lázaro, y los ecos de la revolución de abril en Caracas.  Cualquier hombre con sentimientos patrióticos se habría visto obligado a tomar partido por la independencia, cosa que hizo Cavero. Por eso no es de extrañar que, cuando se instaló la Junta Suprema de Cartagena en 1810, por medio de su procurador Antonio José de Ayos, Cavero simpatizara abiertamente con ese acto que significaba un paso más adelante que el fidelismo que caracterizó en ese año el pronunciamiento de otras ciudades. El 14 de agosto de 1810 se creó la Junta Suprema Gubernativa de Cartagena, poder autónomo de la ciudad y de la provincia con veintidós cabildantes que, al ser aumentados en diciembre de ese año, permitió la incorporación de Cavero. A ellos les tocó sortear la insurrección del regimiento Fijo, del 4 de noviembre de 1811, movimiento realista que quiso restablecer la autoridad de Fernando VII, apresar al cabildo entero y deportarlo a España. Sofocada la rebelión y reorganizada la Junta con reconocidos patriotas, Cavero quedó como presidente rotativo de una Junta de doce miembros, de septiembre de diciembre de 1811, razón por la cual el lunes 11 de noviembre Cavero apoyó el pliego petitorio que los diputados Ignacio Muñoz y Mauricio de Omaña dirigieron a la Junta, no sin antes ocupar con milicias los principales baluartes de la ciudad. La petición incluía nada menos que la independencia respecto de la monarquía española, la tripartición de los poderes y la extinción del Tribunal Supremo del Santo Oficio, entre otros asuntos menores.


Imagen 1. Retrato anónimo del yucateco Cavero existente en la Municipalidad de Cartagena  

La declaración de Independencia de Cartagena que Cavero firmó como presidente de la Junta Gubernativa no puede ser más elocuente:

Nosotros, los representantes del buen pueblo de Cartagena de Indias, con su expreso y público consentimiento, poniendo por testigo al Ser Supremo de la rectitud de nuestros procederes y por árbitro al mundo imparcial de la justicia de nuestra causa, declaramos solemnemente a la faz de todo el mundo, que la provincia de Cartagena de Indias es desde hoy de hecho y por derecho Estado Libre, Soberano e Independiente; que se halla absuelta de toda sumisión, vasallaje, obediencia, y de todo otro vínculo de cualquier clase y naturaleza que fuese, que anteriormente la ligase con la corona y gobiernos de España, y que como tal Estado Libre y absolutamente independiente, puede hacer todo lo que hacen y pueden hacer las naciones libres e independientes.

 

La junta en pleno juró la proclamación de la Independencia, pero no el obispo Custodio Díaz Merino, quien sin embargo fue reconvenido por Cavero para que se sumara a la declaración. El obispo siguió renuente. Un día después, el 12 de noviembre, cumplió Cavero la clausura de la Inquisición:

La Independencia absoluta de todo gobierno de España o cualquier otra nación extranjera sancionada ayer por el Supremo Gobierno, a impulsos del clamor público y proclamada por el pueblo es absolutamente incompatible con la permanencia ulterior del Tribunal de la Inquisición en esta provincia, sobre cuyo extrañamiento hubo petición expresa donde ninguna otra autoridad o magistratura pueda ejercerse que no emane o dependa esencialmente del Supremo Gobierno temporal; en su consecuencia dispondrán V.V.S.S. restituirse a la península, de donde dependen, dentro de quince días con los oficiales o subalternos que quieran seguirles […].

 

Con distintos pretextos la orden fue burlada hasta el 1º de enero de 1812, en que el Tribunal de la Inquisición se replegó a Santa Marta, que permanecía bajo gobiernos realistas. Ésta y otras circunstancias acrecentaron la hostilidad entre Cartagena y Santa Marta, de tal manera que en poco tiempo se fueron polarizando sus actitudes políticas, de modo que hacia Cartagena confluían los independistas y juntistas y Santa Marta se llenaba de monarquistas.

El 21 de enero de 1812 se expidió la primera Constitución del Estado de Cartagena. Cavero firmó como delegado de la ciudad, y en octubre viajó a Jamaica comisionado por el Estado para comprar municiones y víveres ante la virtual amenaza de un cerco español. A Kingston fueron a parar las joyas de los cartageneros y sus no escasos ahorros, porque la ciudad necesitaba estar proveída para la resistencia. Pero fue sólo en 1815, durante el periodo conocido como El Terror, impuesto por el general Pablo Morrillo, quien ostentaba el irónico título de Pacificador, cuando se requirieron de esos recursos, siempre insuficientes. Cavero, refugiado en Jamaica como otros cientos de cartageneros, salvó así la vida de un seguro fusilamiento cuando la ciudad fue tomada el 22 de agosto.

En circunstancias tan aciagas, el venezolano Pedro Gual fue comisionado a Estados Unidos, mientras Cavero lo fue ante el gobernador de Jamaica, el duque de Manchester, con el propósito de armar una flotilla que sería pagada con lo que quedaba de las fortunas de los cartageneros. Lo acompañaban el senador por Cartagena, Enrique Rodríguez, el coronel Narciso de Francisco Marín, John Robertson y Maxwell Hyslop, rico inglés avecindado hacía tres años en Cartagena como gerente de una sucursal de su casa importadora de Kingston.

Fracasó en su gestión, no obstante las autorizaciones extraordinarias que recibió Cavero para llegar a cualquier arreglo con Inglaterra. Y mientras el pueblo de Cartagena sufría hambre por el asedio y superaba enormes dificultades sin recibir ayuda significativa del interior del país, e imposibilitada de adquirir recursos de los amigos del exterior, Cavero tomó en sus manos la suerte absoluta de la provincia en octubre de 1815, cuando se le autorizó frente a los ingleses a tomar cuantas medidas juzgara convenientes: pactos, compensaciones e incluso, si no había otro remedio, la concesión de comercio exclusivo y ofrecimiento de la ciudad en calidad de depósito con tal de salvarla de la revancha española. Todo, excepto capitular con los peninsulares o volver a su dominación. El Congreso de Cartagena aprobó el envío de las misiones citadas, pero objetó el desembarco de tropas inglesas en Cartagena, sometió el comercio exclusivo que se concedería a los ingleses a los resultados del convenio que se firmara en Londres y rechazó la entrega de la plaza en depósito de Inglaterra.

Lo que no sabían ni Cavero ni otros patriotas en Jamaica era que Inglaterra, no obstante su monarquía liberal y parlamentaria, buscaba pactar con la Santa Alianza (Rusia, Austria y Prusia) fiel al Tratado de Chaumont, y no estaba dispuesta a entenderse con los pequeños insurrectos, cuando un arreglo con los colosos de Europa le significaba continuar con el dominio de los mares y cuando fijaba toda su atención en detener a Napoleón.

Estando Bolívar en Jamaica, se enteró de las desgracias de Cartagena, y quiso en octubre de 1815 entrar a la ciudad, aunque no se encontraba preparado para un asedio. Cavero y Hyslop le pidieron que asumiera la defensa de Cartagena. El 2 de diciembre les contestó:

A pesar de no tener la menor confianza en mí mismo; a pesar de serme extremadamente terrible la inmensa responsabilidad con que Vuestras Señorías quieren honrarme, invitándome para que vaya a contribuir a la defensa de Cartagena; y a pesar de todos los peligros que corra yo en cuantas situaciones pueda volver a colocarme la suerte, estoy pronto a servir a mi país: ¡Que Cartagena me llame y volaré a defenderla, o a sepultarme entre sus ruinas […]! Yo me consideraría degradado al rango de los pérfidos y crueles españoles si aborreciese a mis conciudadanos, a estos hermanos por quienes he combatido tantas veces y cuya libertad es mi única pasión. Un americano no puede ser enemigo ni aun combatiendo contra mí bajo las banderas de los tiranos […] Protesto bajo el sagrado empeño de mi palabra de honor que he olvidado las ofensas de los que, extraviados sin duda por el error, pensaron dañarme.

 

Bolívar vivía una situación extremadamente difícil en Jamaica. Sin audiencia, sin tropas, sin recursos, aun así estaba dispuesto a la lucha donde se le llamara. En Cartagena existían dos bandos irreconciliables. Cavero y los Gutiérrez de Piñeres, por ejemplo, se oponían a García de Toledo y sus amigos, pero siendo todos patriotas, aquellos se mostraban proclives a llamar a Bolívar en auxilio de la ciudad. En esos días Bolívar aconsejaba desde Puerto Príncipe: “Formémonos una patria a toda costa y todo lo demás será tolerable”. En las mismas fechas, Cavero impidió a Bolívar viajar a bordo del bergantín Doyle, que intentaba llegar al puerto de Cartagena, desde Jamaica, porque lo consideraba arriesgado e inútil. En efecto, la nave cayó en poder de los españoles. Bolívar salvó la vida gracias a Cavero, por lo cual la historia local le ha ofrecido el título de Libertador del Libertador.

Continuó Cavero viviendo en Jamaica como exiliado hasta que, conquistada la Independencia y establecida la Constitución de Cúcuta en 1821, fue designado intendente de Magdalena, provincia que entonces cubría casi todo el norte de Colombia, pero ejerció el poder apenas un par de meses, en 1824. No tuvo en realidad cargos de significación. Peor aún, el gobierno no le reconoció muchos de los gastos que había hecho en 1820, en Jamaica, en procura de la independencia, en especial las deudas que había adquirido para auxiliar al general Gregory McGregor durante sus campañas sobre Portobelo, ciudad tomada y perdida por el irlandés. Debía 7,308 pesos 21/2 centavos, y por ello estuvo preso, asediado por los acreedores jamaiquinos. Ni siquiera surtió efecto la recomendación de Bolívar del 1º de diciembre de 1820 al vicepresidente Santander para saldar deudas con Cavero. El 17 o 22 de agosto de 1834, pobre y olvidado, murió Cavero en Cartagena. Sus restos están en el templo colonial de Santo Toribio de Mogovrejo, en la nave central, bajo una gran lápida que registra su nombre y el lejano lugar de su nacimiento, Mérida de Yucatán.  

 

José María Melo y Ortiz

Cobrizo, de mediana estatura y complexión fuerte, fanático de sus caballos y estricto en la disciplina, es posible que José María Melo y Ortiz sea el único de los ex presidentes de Colombia cuyos restos mortales se encuentran fuera de su patria. Protagonista del célebre golpe político-militar del 17 de abril de 1854, llevado a cabo por una insólita alianza de artesanos cada vez más empobrecidos, y militares e intelectuales desilusionados de las fórmulas económicas que los políticos de la joven burguesía de cachacos ensayaba en el país en detrimento de los de ruana, pocos hombres del siglo XIX debieron sortear tantas contradicciones de clase, sociales y económicas, como las que afrontó Melo. Tuvo que cargar, además, con situaciones inéditas en la vida pública del país: si no pijao puro, sí tal vez el único presidente de Colombia que podría reclamar ancestros indígenas; el único que llegó al poder en todo un siglo mediante un golpe de estado; el único que concitó la furia de los partidos políticos de entonces, incluyendo a los sedicentes amigos, y el único que debió enfrentar, por primera vez en la historia republicana de Bogotá, una lucha armada callejera con el propósito de derribarlo.

Nació José María Dionisio Melo y Ortiz el 9 de octubre de 1800 en Chaparral, Tolima, hijo de Manuel Antonio Melo y María Antonia Ortiz. Creció en Ibagué hasta que se enroló en el Ejército Libertador, en calidad de teniente. Se le conocieron dotes de mando en las batallas de Popayán, Pitayó y Jenoy. Participó en tal caso en todas las batallas importantes de la Independencia de Sudamérica, hecho que muy pocos de sus coetáneos, aun siendo militares, hubieran podido demostrar: estuvo en Bomboná y Pichincha en 1822, en Junín, Mataró y Ayacucho en 1824 participó en el sitio a El Callao en 1825 y en la batalla del Portete de Tarqui en 1829. Por riguroso ascenso fue capitán en febrero de 1823, coronel en 1830 y general en 1851.

A la muerte de Bolívar y siéndole fiel en su programa político, apoyó a Rafael Urdaneta durante su breve mandato dictatorial. Y por igual causa fue expulsado a Venezuela, en donde, vinculado nuevamente a un grupo de oficiales que conspiraron contra el presidente José María Vargas, en 1835 obtuvo un efímero triunfo al derrocarlo. En esa conspiración, llamada “de las Reformas”, participaron abiertamente oficiales de la talla de Silva, Briceño, Ibarra, Perú de Lacroix, Julián Castro, entre otros, y gozó de la simpatía de Mariño y del oportunismo de Pedro Carujo. Fracasados en el intento de instalar un gobierno, al retomar el poder el general José Antonio Páez, “hombre fuerte” de Venezuela, fueron desterrados los conspiradores, unos a las Antillas, otros a Nicaragua. Con esto se frustró el plan de 9 puntos que los insurgentes habían presentado como ultimátum a Vargas, donde se preveía, entre otros asuntos, la reconstitución de la Gran Colombia.

Melo se dirigió en diciembre de 1836 a Europa. En 1837 encontramos a Melo en la Confederación Germánica, en Bremen, Sajonia. Allí estuvo en la Academia Militar y a esta época corresponde la lectura de textos políticos socialistas. En fecha desconocida de 1840 regresa a Nueva Granada, desatendiéndose de asuntos militares no obstante su reciente aprendizaje en Alemania. Trabajó en Ibagué, en asuntos comerciales, y llegó a ser jefe político del cantón. Entre el 13 de agosto de 1851 y el 19 de junio de 1852 lo encontramos al frente del Montepío Militar, una vez que el presidente José Hilario López lo rehabilita y lo asciende a general. Poco después López mismo lo nombra comandante de Cundinamarca.

Para entonces Melo se había casado con María Teresa Vargas París, cuñada de Urdaneta, con quien tuvo dos hijos, José María, quien se ahogó muy joven, y Bolivia, de quien nada se sabe. Nuevamente se casó, en 1843, con la panameña Juliana Granados, con quien tuvo otro hijo, Máximo, con quien llegará a Chiapas, México, en 1860, cuando éste tenía 15 años y 60 el general.   

No fue fácil el trabajo de Melo en la Comandancia. Rota la paz social por los esfuerzos de un rico sector de la oligarquía política librecambista, favorecer la importación indiscriminada de todo tipo de géneros y objetos europeos, licenciar el ejército veterano, considerado inútil y costoso, expulsar a los jesuitas, reformar, en fin, la constitución a la que consideraban poco liberal, Melo se convirtió, contra su voluntad, en símbolo de la resistencia gubernamental al cambio y de la urgencia proteccionista de las masas populares. El nuevo presidente José María Obando, en el poder desde el 1º de abril de 1853, ex realista, no contaba con el total apoyo de su propio partido. Las reyertas callejeras abundaban y tomaban cada día mayor animosidad, enfrentando a las clases sociales.


Imagen 2. José Ma. Melo Ortiz en pintura de José María Espinoza, 1854.  

En esas circunstancias, se fraguó por los enemigos de Obando y de Melo una inicua estratagema, un incidente alrededor de un cabo, Pedro Ramón Quiroz. El 1º de enero de 1854 llegó tarde al cuartel porque en una trifulca vana había sido herido. Al regresar Melo de una reunión en la presidencia fue informado del incidente. Ordenó arrestar al cabo sin saber de la gravedad de sus heridas, pero al enterarse de la situación real dispuso que se le trasladara de inmediato al hospital militar donde, poco después, murió. A Melo se le culpó de haberlo asesinado con su espada. De nada valió la explicación de Quiroz que expresamente, antes de morir, lo había exculpado. Un tal “macho” Álvarez, así llamado, publicó un libelo señalándolo como homicida. Melo se defendió a sí mismo en los periódicos El Liberal y El Neogranadino, demostrando que más de cuarenta testigos, incluido el presidente, estaban con él cuando Quiroz fue herido. Sin embargo, cuando se precipitaron los hechos que llevaron a Melo, en abril, al poder, se dijo que todo había sucedido para evadir a la justicia.

Los días anteriores al 17 de abril fueron de gran agitación popular. Las conspiraciones de los dos bandos en pugna hacían inminente el enfrentamiento. Aproximadamente 700 artesanos se armaron y ofrecieron apoyar a Obando, pero éste se reusó porque lo consideraba comprometedor. Melo quiso mediar en el conflicto, pero entonces el ejército y los artesanos, aquellos en uniforme de parada y éstos luciendo escarapelas con la insignia “vivan los artesanos y abajo los monopolios”, formados en la Plaza Bolívar, esperaban resultados y le ofrecieron respaldo decidido. Melo asumió entonces la grave responsabilidad de abolir la vigencia de la constitución, cerrar el Congreso, detener a Obando y al vicepresidente Obaldía y convocar al pueblo a defenderlo. No tuvo mayor éxito. Excepto un par de victorias militares en Tíquiza y Zipaquirá, el quipo político-militar de Melo gobernó a la defensiva durante los ocho meses en que pudo resistir la presión de los partidos tradicionales, que enemigos ayer, se congregaron fácilmente para restablecer, con la constitución, sus fueros y prerrogativas. El 4 de diciembre de 1854 Bogotá fue tomada militarmente por una coalición legitimista en donde se encontraban los generales Herrán, Mosquera y López, jefes, a su vez, de sendos partidos.

En 1855 se le siguió a Melo un sonado juicio que quiso ser criminal, por lo del cabo Quiroz, pero éste tuvo que ser político, a pesar de que varios de sus enemigos quisieron juzgarlo por insubordinación militar. El veredicto lo habría llevado al fusilamiento. Finalmente, se le hizo un juicio civil, con el que se le expulsó del país, confiscándosele sus bienes, pocos, y prohibiéndosele regresar al país durante ocho años. Expulsado de Nueva Granada, Melo salió rumbo a Costa Rica el 23 de octubre de 1855 en el vapor Clyde de la línea Astrad.

No hay muchas noticias de Melo durante los dos años siguientes. Hermético, nunca aclaró ni dejó testimonio del lugar donde estuvo. Se sospecha que, con nombre ficticio, participó en Nicaragua en la resistencia contra el filibustero norteamericano W. Walker. Pero en 1859 lo encontramos en El Salvador, como instructor del ejército y muy activo en la vida social del país. Después permanecerá escasos dos meses en Guatemala, donde se enemistó con el dictador Rafael Carrera, razón por la cual decidió pasar a México con su hijo Máximo. Parece que esto sucede hacia el 10 de octubre de 1859. Lo cierto es que el 17 de marzo de 1869, el periódico liberal de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, La Bandera Constitucional, lo saludó con gran despliegue en primera plana. Melo acababa de ofrecer su experiencia militar al gobernador Ángel Albino Corzo, uno de los pocos que entonces permanecía fiel al presidente Benito Juárez, refugiado en Veracruz. El día 2, Corzo le había pedido a Juárez la incorporación de Melo al ejército liberal, petición aceptada a pesar de que Juárez no simpatizaba con la ayuda extranjera: es posible que Melo haya sido el único general extranjero que defendió con las armas las leyes de Reforma liberal impulsada por Juárez.

En su condición de encargado de defender la frontera de México con Guatemala, Melo organizó un destacamento de caballería, de algo más de cien jinetes, y desde Comitán dispuso la defensa de Chiapas ante las incursiones de los conservadores que, desde el país vecino, llevaban a cabo operaciones tácticas, a las órdenes del general mexicano Juan A. Ortega. En la madrugada del 1º de junio de 1860, el pequeño destacamento melista ocupaba el casco de la ex hacienda de Juncaná, Zapaluta, hoy La Trinitaria, a 22 km de Comitán, cuando fue sorprendido por descargas de fusilaría. A Melo, herido al igual que cuatro de sus compañeros, se le fusiló sin fórmula alguna, porque había orden expresa de Ortega para matarlo. En las bolsas del general se encontró un mísero botín: un reloj, una cartera con cuatro pesos de plata y unas cartas. El cadáver permaneció cierto tiempo a la intemperie hasta que los indios tojolabales, habitantes de Juncaná, lo enterraron frente a la capillita del lugar.

Se han efectuado dos intentos por rescatar de ese lugar sus restos. En 1940, por gestiones del ministro Luis López de Mesa ante el presidente Lázaro Cárdenas, con la participación del legatario de Colombia en México Jorge Zawadsky, y en 1989, durante el mes de junio, a solicitud de los presidentes de Colombia y México. En los dos casos el trabajo arqueológico ha quedado inconcluso. Algún día retornarán a Colombia.

 

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Cómo citar este artículo:

VARGAS MARTÍNEZ, Gustavo, (2016) “Cavero y Meló, dos bolivaristas en la vida de México”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 29, octubre-diciembre, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1391&catid=4