Depuración de América: notas sobre un libro nunca escrito de Alfonso Reyes

Depuración de América: notes on a book never written by Alfonso Reyes

Depuración de América: notas sobre um livro nunca escrito por Alfonso Reyes

Felipe Ángel Hernández Hernández

Recibido: 15-08-2013; Aceptado: 30-09-2013

 

No hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie.

       Walter Benjamin

 

Pero esta alta marea de los pueblos postrados —aunque se opere conforme a la ley de un combate— será una incorporación. El vencedor absorberá las virtudes del enemigo muerto como sucedió entre Grecia y Roma, cumpliéndose así la pintoresca superstición del salvaje.

Alfonso Reyes

 

Introducción

Durante su estancia al frente de la embajada mexicana en Argentina, Alfonso Reyes, políglota y preclara figura en la cultura hispanoamericana de la primera mitad de la pasada centuria, escribió una serie de observaciones en un tono controversial. Dichas notas se encuentran en su diario personal, con fecha correspondiente al 30 de noviembre de 1929. Ahí, hace expresas sus intenciones latentes por escribir un libro, cuyo tema habría de ser el sitio que América ocuparía en su historia actual. El contenido del texto, se expone a continuación,

El otro día pensé cómo podía empezar mi soñada Depuración de América con un capitulo que sería: “Examen de profecías”. Todo esto de “la hora de América”, y las ideas de Vasconcelos y Frank que flotan en el ambiente de nuestra época, y de la decadencia de esto y el nacimiento de lo otro. Y si se puede hablar ―en el estado actual de intercomunicación y de nivelación geográfica― de la posibilidad de una “cultura americana” futura diferente y específica, que siempre he creído absurdo (Reyes, 1969: 294).

Depuración de América nunca fue escrita, lo cual es una verdadera lástima. No cabe duda del aporte que, este trabajo, hubiera significado para los estudios críticos interesados por trazar un cuadro más completo y dinámico del ideario americanista de don Alfonso. De haberse realizado, habríamos tenido un material privilegiado para enterarnos, más específicamente, de cómo estuvieron articuladas sus ideas en torno al Continente durante un periodo tan relevante en la historia intelectual de la región como fue la década del veinte del siglo pasado[1]. Por otro lado, habría sido un elemento comparativo idóneo, para una mejor comprensión de las obras americanistas que sí fueron escritas y divulgadas al público, Última Tule y Tentativas y orientaciones ―los ensayos que componen sendas publicaciones, fueron elaborados durante el veinteno que va de 1933 hasta 1943.

En cuanto a los estudios críticos dedicados a este eje temático del corpus alfonsino, han sido más que escasos a los que ha llamado la atención las expresas intenciones, de Reyes, por redactar este libro versado en América, aun cuando ellas tengan un llamativo carácter controversial. Sin embargo, en una reciente publicación conjunta, Rose Corral, en su ensayo “Alfonso Reyes y la cuestión del americanismo”[2] (2004), ha tenido la certeza de señalar la significación de esa cita, en especial, para aquellos que buscamos darle, al conjunto de los escritos americanistas, una dimensión histórica: que sepa valorar, de igual modo que las continuidades, aquellos aspectos de una obra que indican ruptura y ambigüedad.


www.capillaalfonsina.bellasartes.gob.mx

 Y es que, a menudo, este conjunto de ideas ha sido tratado, simplemente, como un hecho estático y monocromático; que si bien, lo vuelve más aprehensible al investigador y a su público, omite los problemas usuales de toda creación intelectual. Lo habitual es que se acabe definiendo el americanismo del escritor regiomontano de forma parcial, tomando sólo a consideración unos cuantos ensayos y no pocas preconcepciones, lo cual ha tenido por consecuencia, la proliferación de fáciles formulismos y lugares comunes. Sin embargo, este detalle registrado en su diario, nos obligan a reconsiderar el esquema diacrónico de sus ideas sobre América; ya que, es un indicio de distancia con un conjunto de intelectuales a los que la crítica solía identificar con el pensamiento del regiomontano, al concebirlos como versiones afirmativas de la misión continental, sobre todo con el novelista y ensayista judeo-estadounidense Waldo David Frank[3].

La conjetura ―un esfuerzo conjunto entre la fuerza imaginativa y de la curiosidad interpretativa― sobre el contenido espiritual de la obra Depuración de América, hace ineludible tratar a fondo el problema genealógico: el origen de las reflexiones del escritor mexicano en torno a la cuestión americana. Para ello, me resultan pertinentes las siguientes preguntas: ¿Cómo hubiera sido un libro de Reyes, acerca de América, en los años veinte del siglo pasado? ¿Cuáles sus temas? ¿De haberse escrito, se hubiera diferenciado de sus obras americanistas de mediados del treinta y el cuarenta? ¿No sería más acertado afirmar que, Depuración de América, en caso de haber sido escrita, hubiera expresado mejor el pensamiento que Alfonso Reyes tenía en la medianía de la década del treinta o del cuarenta como “Notas sobre la inteligencia americana” o “Posición de América”?

La manera en que procuraremos solventar los anteriores cuestionamientos, comienza a través de la agregación de otra anotación de su Diario en nuestra interpretación. Cuya significación, se debe a que la encontramos en estrecha complicidad con la anterior, de finales de 1929. Con la salvedad de que aquélla, nos llevará atrás en el tiempo, al año de 1924, justo en el momento en el que Reyes desempeñaba un encargo diplomático en España y, todavía, no estrechaba vínculos con los países Sudamericanos ―sería hasta 1927 cuando lo comisionen como embajador en Argentina. Como, a continuación, podrá apreciarse, los términos esta cita ― que, en este texto, será presentada en dos partes― están ideológicamente emparentados a los que ya se señalaban anteriormente. En la primera parte, consta lo siguiente:

Leídos, de Waldo Frank, Holiday y Rahab, con gran emoción. Comienzo del mismo Salvos. Creo que le escribiré una carta sobre algunas ideas de este libro: su concepto sobre la decadencia de Occidente (Europa) y del advenimiento de una cultura americana me parece demasiado simplista.

Ideas que me pueden servir para aclarar algunas pedanterías nacionalistas [las cursivas son mías] (Reyes, 1969: 75-76).

La relevancia del primer párrafo, estriba en que permite confirmar la existencia de una continuidad entre ciertos planteos de 1929 con éstos de 1924. Es notable que, Alfonso Reyes, mantuviera una actitud de desacuerdo ante las supuestas creencias de Frank (e implícitamente Vasconcelos), que anunciaban el agotamiento de la fuerza civilizatoria de Occidente, así como la emergencia de una cultura autóctona, la cual sería su relevo. Ahora bien, en cuanto a su lectura de la historia cultural de Occidente, Reyes, a lo largo de toda la trayectoria de sus reflexiones, nunca suscribirá a la tesis de una filosofía de la historia no progresista, como la de Oswald Spengler. Esto de poco podrá servirnos para caracterizar la estructura de su pensamiento en su relación a otros periodos más tardíos, pues encontramos que aquí predomina un eje de continuidad. En cambio, su rechazo a ultranza por validar que, de algún modo, los procesos históricos americanos gocen de un cierto matiz que los distinga ontológicamente del ser europeo, sí es algo propio de esta etapa; en ello se distingue con los desarrollos de su americanismo de mediados del treinta, donde sus posturas se irán radicalizando.  

Todavía es más significativa la línea final de esta cita (en cursivas) por dos razones. En principio, ella contendría en ciernes, una intención futura de Reyes, en dejar una constancia textual de su rechazo de las ideas de “la hora de América”, aunque no declara la unidad textual por la que se decantaría. Por otro lado, cuando califica estas ideas bajo el acerbo calificativo de pedantes y nacionalistas, es importante ver como el tema de lo nacional se confunde hasta cierto punto con el continental. Pareciera, entonces, que esta escueta línea contiene algo de anticipo de sus pretensiones futuras de escribir Depuración de América.

Podría esgrimirse, con cierta justicia, que estamos hablando, apenas, de un solo enunciado, lo cual se antoja insuficiente; que, el brevísimo apunte, podría estarse refiriendo a temas ajenos a los del americanismo, como a los debates, acerca de la nación y cosmopolitismo, que entabló en contra de sus detractores mexicanos. Sin embargo, hay un procedimiento, algo inusual para tratarse de un diario, que nos da argumentos para defender tal hipótesis; ya que, don Alfonso, tuvo el cuidado de agregar en la mencionada línea, una nota explicativa al pie de página, que funcionaría como un esbozo del contenido de sus ideas. Ésta será la segunda parte de la anotación de 1924 donde se aclara el sentido del nacionalismo criticado y que dice lo siguiente,

Traza un cuadro [se refiere a Waldo Frank] de las ideas fundamentales de la cultura europea, y luego expone cómo han sido rectificadas; y los rectificadores son todos europeos! (sic) ¿Qué tiene que ver América con esto? Tratase de una cultura que se desenvuelve con mayor o menor celeridad. Además, el arte y a la ciencia no les importa ser europeos o americanos, sino dar con la belleza o con la verdad. La geografía cada vez diferencia menos a los hombres que hoy se comunican tan fácilmente. Precisamente la obra del hombre ante el obstáculo geográfico es la nivelación (Reyes, 1969:75-76).

En este breve apunte, se denota la situación que ocuparía la América hispana, en el ordenamiento civilizatorio. En primer lugar, América y Europa, estarían integradas un mismo y solo proceso: la occidentalización. Los grados, así como los matices, que serían los únicos elementos distintivos del curso histórico entre una región y otra, se explicarían a partir del desfase temporal de la incorporación de América a la matriz de Occidente. Es notorio que la llegada al “banquete de la civilización”, por parte de los americanos fue tardía, lo cual los dejó en una situación histórica de desventaja respecto a sus pares las naciones europeas; sin embargo, la tendencia de la Modernidad ―categoría histórica a la cual Reyes hace referencia implícita― facilitaría, como posibilidad real, que en un futuro se alcance a lograr una cierta homogeneidad entre las dos áreas continentales. La distinción entre “celeridades”, sería que la americana tendría un ritmo más apurado; en cambio la de Europa, ya asentada sería más lenta, pues tendría la virtud de la estabilidad. En el marco de estas premisas, profetizar la muerte de Occidente, sería, no sólo el pregonar el desgaste vital de Europa; sino que, al mismo tiempo, conllevaría la interrupción o el desvío de la modernización en ciernes de las naciones de América. En tal argumentación, los pregones americanos de la decadencia de Occidente, serían tan autodestructivos, como el dispararse uno mismo en el  pie.

Sin embargo, no quedaría sólo en el terreno de lo deseable el que Europa y Occidente perduren en el concierto civilizatorio. Sino que en el plano de lo real, para Reyes no hay la menor duda de la inmanencia histórica de Occidente; de sus atributos de corregir sobre la marcha sus errores. Diferirá enteramente con la concepción spengleriana de las culturas, en cuya concepción, éstas, contendrían un dispositivo ya inscrito en su esencia, y que las igualaría a la lógica de un ser biológicamente orgánico. En cambio, para Reyes, el Occidente tendría su más genuina homologación en el comportamiento del espíritu humano, en su posibilidad de generar experiencias de sus errores y así sortear los periodos críticos.

Quedaría por ser abordado, otro de los desprendimientos en el texto citado y que, atañe a esa teleología implícita dentro del esquema que Reyes propone. Si bien es cierto que, como se ha dicho ya, la única vía realista, para diferenciar el modo de ser de ambos Continentes, está constreñida al plano de los accidentes, mas no en las esencias; no por ello queda excluida la necesidad, en este trazado interpretativo, la postulación de un orden jerárquico. En su cuadro clasificatorio, quien detentaría los planos superiores sería, naturalmente, Europa; mientras que, en un rango menor, América entabla esfuerzos para ascender ―ayudada, a la vez, por la modernización del mundo― y así lograr la anhelada nivelación. Estamos bajo un modelo de la cultura de corte desarrollista, en la que las naciones más avanzadas, en este caso, las de Europa, son las que dictaminan la configuración de tabla de valores a seguir por aquellas que sufren un rezago civilizatorio. Por ello, resulta pertinente, interrogarse sobre cuál sería el criterio principal que le sirve a Reyes para discriminar los avances de los retrocesos.

Existirían ciertos elementos que permiten dar un poco de luz, acerca de la naturaleza de dicha pauta valorativa. El lugar que ocupan la producción artística, así como la científica, parecen ser indicadores del grado y de la cualidad de las naciones en su incorporación en el orbe Occidental. Hay que partir del hecho de que, una de las creencias de más arraigo en la concepción histórica de Reyes, estriba en que, aquello que define, al mismo tiempo que diferencia, la identidad occidental de las demás culturas, son los nexos guardados con la universalidad: Occidente no produciría objetos de cultura, sino la Cultura. De ese modo, el arte, así como la ciencia, han de ser coherentes con ese principio civilizatorio; las naciones civilizadas han de construirse bajo tales pilares.

Esta virtud ecuménica, no sería consecuencia de la contingencia, ni al designio de una voluntad providencial, sino a una peculiar configuración; en la cual, la facultad de aquello que entendemos por tradición, se renueva. Ésta se compondría, no ya de un contenido de sesgos provincianos, donde su vigencia tendría por sostén su poder intrínseco para ligar a una comunidad determinada a un espacio propio y a un pasado lejano, clausurando la incursión de valores exógenos. Sino que, por encima de aquellas invenciones, reductible sólo al fomento de la identidad de tal o cual grupo, la visión de la cultura de Reyes tendrá pretensiones más amplias, pues dará preferencia a las creaciones cuyo principio sea el de la esencialidad; es decir, Reyes está en busca de un repertorio espiritual, no sólo a la mano de un grupo de hombre, sino a la humanidad entera. Aun cuando, en sus textos, encontremos que esa amplitud tan sólo sea la expresión de una pequeña porción de ella, el occidente europeo.

Ahora bien, resulta habría que dejar claro cuáles serían los actores destinados a la transmisión y producción de tales bienes espirituales. Ellos no podrían ser otros que las elites intelectuales de cada nación, aquello que Reyes nombrará como “la inteligencia”[4]. Serían estos los únicos sujetos con la capacidad de que sus creaciones tengan la propiedad de ser trascendentes. En Reyes, universales como la Verdad o la Belleza, son los cimientos que sostienen el orbe de occidente; por tanto, que las actividades artísticas o científicas se esgriman como pilares de la universalidad de Europa u Occidente, no debe extrañar. En definitiva, la norma a partir de la cual, Reyes, puede calibrar el avance de América y Europa, será la participación con el conjunto de realizaciones de corte universal; no es de extrañar, entonces que,  en este planteo, Europa esté posicionada como la vanguardia del orbe entero. Así mismo, la función de criterio puede intercalarse hacia un cometido teleológico; el cual propiciaría que, la vida civilizatoria esté activamente intencionada; es decir, en tensión de un determinado telos, en este caso, una tendencia hacia una igualdad cosmopolita ante los bienes de cultura.


www.capillaalfonsina.bellasartes.gob.mx

Al momento de efectuar una comparación de la cantidad y calidad en la información aportada entre la cita de 1924 y la de 1929, notamos lo poco que esta última suma a la investigación. Aun cuando nos permite enterarnos del posible nombre del libro en cuestión, Depuración de América, así como el de uno de los que serían sus capítulos, “Examen de Profecías” (aun cuando ellos sirvan para aventurar algunas hipótesis) en el momento que nos trasladamos al ámbito de las explicaciones, pocos son los aportes que nos brinda. Las ideas fundamentales ya están trazadas a mediados de la década (1924). Aun cuando limitadas (por circunscribirse a la naturaleza textual de un diario), deben su circunstancia a un periodo específico del pensar de Reyes, en el que apenas daba sus primeros tanteos al tema de América. Una etapa, en la que la producción americanista se daba a cuenta gotas ―quizá a ello se deba ese estancamiento de sus ideas en ese lapso de cinco años. Por ello, bien podría suponerse que, de haberse cristalizado el libro Depuración de América, hubiera sido fuente de discrepancias con aquella obra americanista por excelencia, Última Tule (este libro se incluye en el onceavo tomo de las obras completas del autor); ya que, para cuando ésta fue escrita, bastante agua había pasado bajo el puente.

 

En busca de un libro no escrito

Si bien, no sería del todo posible librar de nuestra curiosidad una cierta desazón, debido a esa “no-escritura” de Depuración de América; tal carencia, bien puede tornarse en un estímulo para asumir el riesgo de llenar ese vacío. Se podría comenzar por plantearse una serie de cuestionamientos que proporcionen algunas sendas aproximativas a los hipotéticos contenidos y desarrollos de lo que pudo ser la obra. Lo primero, sería interrogarse, si pudiera ser factible que, tales ideas (así como las polémicas) que animaban a la proyección de Alfonso Reyes  de escribir este “libro”, se hubiera plasmado bajo el ajeno ropaje de otras unidades textuales ―quizá algún ensayo o, tal vez, en alguna de sus tantas conferencias―; aunque, claro está, titulado de otra manera. Otra vía de indagación sería si Reyes se hubiera decantado por un campo temático no específicamente americanista, sino que estas ideas hubieran sido incluidas en la serie de escritos sobre lo mexicano o, tal vez, pudiéramos hallar atisbos de ellas en su obra poética o narrativa.

Creemos encontrar en la investigación Rose Corral una fuente de coincidencias e inspiración en estos cuestionamientos. Aun cuando no van a dejar de ser perceptibles algunas discrepancias sostenidas con algunas de sus propuestas, eso no anula el hecho de que esta autora arriesgue un abordaje poco convencional, a la vez que provocativo del americanismo. En su trabajo exegético, “Alfonso Reyes y la cuestión del americanismo”, Corral nos dice:

Empieza a germinar en Reyes la idea de escribir un libro sobre América pero le importa marcar sus distancias frente al optimismo de un Frank, a su fe, no exenta de cierto candor, en el porvenir de América, o al sesgo mesiánico del Vasconcelos de La raza cósmica. Esta idea, la posibilidad o no de una “nueva cultura americana”, sólo será desarrollada y cuestionada por Reyes mucho más tarde, en 1942 en “Posición de América” (Corral, 2004:175).

En estas aseveraciones de Corral, encontramos por vez primera el interés de explorar si es que, las proposiciones que habían sido reservadas para Depuración de América, pudieron haber sido transferidas a otros textos. Aun cuando resulta acertada esta propuesta, al situar esa obra o texto en un periodo tan tardío del ideario americanista de Reyes (1942), provoca suspicacias. En el apartado anterior, se ha intentado demostrar que, las anotaciones del diario de Alfonso Reyes fechadas en el año de 1924 ―y que no toma a consideración Corral en su interpretación―, subsumen en su sentido a las de 1929; o sea que, si se pretende hacer una hermenéutica historicista del ideario de Reyes, como propone Corral, resultaría inverosímil el que, en un lapso temporal tan extenso (de casi veinte años), dichas posturas se hayan sostenido tal cuales; ya que no hubieran variado a como se hallaban en un principio.

Claro que, en “Posición de América”, pieza clave, tanto de madurez americanista en el corpus de Alfonso Reyes, es posible encontrar tópicos compartidos con los extractos analizados de los diarios. Pero esta característica dista de ser única en este ensayo; ya que, es relativamente fácil detectar, en una cantidad considerable, esas temáticas en otros de sus escritos, incluso, en algunos cuya elaboración fue mucho más temprana a la de 1942. Parecieran un tanto apresurados, como, también, muy poco fundamentados los juicios que citábamos de la autora.

Las razones de nuestro diferimiento se deben, principalmente, a dos de las enunciaciones de Rose Corral. Con la que afirma que en “Posición de América” se logra el desarrollo de la filosofía de la cultura implícita en el Diario de Reyes. Ya que, si bien es cierto que, el tema de la cultura tiene una formulación teórica en tal ensayo, la articulación de sus enunciados tendría que explicarse como una ruptura y no, una culminación, ni un desarrollo de los postulados de la década del veinte[5]. También, en tal escrito, no es posible constatar una de las peculiaridades de los escritos de los diarios, que es el tono polémico en contra de posiciones como las de José Vasconcelos y Waldo Frank; al contrario, en lugar del debate y la discusión, predomina un ánimo reconciliatorio, que viene tomando forma en trabajos anteriores, con las concepciones de sendos intelectuales; incluso, en ellos se respiran ciertos aires de familia.

Desde esta perspectiva, la ruta por la cual nos decantaremos, ya que pareciera ser la más adecuada para dirimir este dilema interpretativo, consiste en la exigencia de que las ideas contenidas en los posibles textos mantengan una coherencia interna con la articulación del americanismo del momento. Partiendo de la premisa de que existen distintas configuraciones de la idea de América en nuestro autor, tendríamos que ubicar un texto que, además de que compartiera los temas de Depuración de América, pudiera comunicarse con todo su universo significante. De tal manera que, las semejanzas no sólo tendrán que localizarse en la conceptualización utilizada por Alfonso Reyes; sino, también, habrían de responder a un determinado plano sintáctico, donde las analogías puedan corresponder con las exigencias de una lógica entre las conexiones enunciativas.

Entonces, aun cuando, es compartida la sugestión del estudio de Rose Corral, en donde se asevera que la proyectada empresa de Depuración de América, finalmente, no se quedó en el tintero; en cambio, se difiere en la tentativa del texto propuesta por la autora, el ensayo “Posición de América”, donde hipotéticamente hubieran quedaron vertidas tales ideas[6]. Ya que, creemos que los enunciados del texto de 1942, no guardan la suficiente coherencia con los atisbos que encontramos en el Diario.

 

Un paradigma trinitario: Civilización/Occidente/Latinidad

Si bien es cierto que, en la clasificación de la gama temática de sus ensayos y conferencias, “Discurso por Virgilio”, no es reconocido como un trabajo estrictamente americanista ―muchos críticos, así como recopilaciones, la sitúan en relación a una problemática sobre lo mexicano―, podría ser esa pieza clave que embone los extractos que habíamos citado de los diarios. A continuación, procuraremos indicar los tópicos comunes, pero también demostrar cómo, este último ensayo mantiene vivo el clima polémico sobre el papel de América, en las postrimerías de la década del veinte. Hay que añadir que, a diferencia de “Posición de América”, este texto fue escrito en el año 1930, lo cual es un argumento a su favor, ya que guarda apenas un año de distancia de la referida anotación en su diario.

En los aspectos más abstractas en la prosa de “Discurso por Virgilio”, va a elaborarse una teorización, implícita, sobre las características esenciales de la Civilización en su relación con lo autóctono; ella, algunas veces, se dará desde una perspectiva nacionalista y, otras, desde el plano continental. Cabe advertir que, dicha especulación, no es formulada a partir de un discurrir sistemático y ordenado, sino que la exposición de sus ideas se debe, principalmente, a un despliegue discursivo de índole retórica; en donde el recurso a las imágenes, así como los planos metafóricos, se encuentran entremezclados con el recurso de un marco conceptual. Es por ello que muchas de las ideas acerca de la cultura y lo civilizado, y que tal vez sean las más reveladoras, deban ser halladas en el ámbito connotativo del discurso.

La problemática central, más allá del laudo celebratorio a la figura del poeta latino, consiste en la persuasión a través de la intelección de aquellos elementos que caracterizan el orbe de Occidente, en contraste con otros núcleos culturales o civilizatorios. Dicha exposición está orientada para el convencimiento de un auditorio determinado, las elites culturales nacionales (secundariamente las del continente), en no vacilar ante el reto de asumir su más genuino principio civilizatorio, el occidental. Es evidente que su mensaje no está dirigido a un público en general, ni tan siquiera al intelectual visto individualmente, sino a un campo de la cultura cuyos vínculos con el poder del Estado han de ser estrechos.

Si bien es cierto, que el personaje central del ensayo es Virgilio, sus líneas no pretenden inmortalizarlo mediante su exaltación en un pasado remoto, sino que procura hacerlo mediante su puesta en acto dentro los asuntos y dilemas de la vida nacional; una de las líneas más elementales, será el empeño por darle una orientación adecuada (a partir de un humanismo latino) a la política educativa del régimen posrevolucionario. Antes de ello, tiene que precisar los pilares que la sustentarían; habrá, pues, que realizar un ejercicio de depuración tanto de modelos civilizatorios, como de las formas de practicar la autoctonía. Por ello, este discurso se presenta idóneo para deslegitimar las indecisiones de aquellos intelectuales, que se han opuesto o que pudiera ser que no hayan comprendido en todas sus implicaciones, esquema de Civilización que implica la latinidad en su conexión con la obra virgiliana. En forma tal que, la figura del poeta (así como sus creaciones) cobran su significado, en el mundo del texto, como el de un personaje representativo; es decir, una entidad individual prototípica de una determinada totalidad. En ese tenor, Reyes, nos presenta en el inicio disertación, el sentido de su “Discurso por Virgilio”,

Se trata de un acto de latinidad. Se trata de una afirmación consciente, precisa y autorizada, sobre el sentido que debe regir nuestra alta política, y sobre nuestra adhesión decisiva a determinadas formas de civilización, a determinada jerarquía de los valores morales, a determinada manera de interpretar la vida y la muerte (Reyes, 1996: 157-158).

En la instrumentación que Reyes hace de la historia cultural, no dejan de traslucirse tanto su afectividad, como su repulsión, hacia ciertas formas civilizatorias. Mientras que, por un lado, no duda en hacer tabula rasa de la cosmovisión de los diversos grupos étnicos que lograron su sobrevivencia en el contexto adverso de una imposición cultural que data desde la Conquista. Por otro, lo latino sería impermeable al paso de las centurias, sus creaciones políticas e institucionales no serían las únicas que se sostendrían intactas en su sentido, hasta la actualidad; sino que, incluso, algo tan subjetivo como la forma de percibir la vida y la muerte, esa hermenéutica que subyace a toda colectividad humana, habría sorteado el cataclismo de las visiones del mundo acaecidas por la irrupción de la modernidad.

El americanismo de Alfonso Reyes se sostendrá en una valoración dicotómica de los significados culturales: abriéndola ad infinitum para la latinidad y, vaciando, hasta su anulación, cualquier otra. De allí que, en su esquematización de la historia continental, el periodo de descubrimiento, conquista y colonización, habría sido el “punto cero”, el momento en que su historicidad arranca; mientras que, todos los ordenamientos anteriores, habrían de petrificarse como “pasado absoluto”, en una situación de histórica irredención. Los signos legados por el mundo precortesiano se vuelven en un sinónimo de ruinas, estas no tienen el menor merecimiento de ser sujetos de hermenéutica alguna, así como alguna vez intentaron los estoicos con las divinidades antiguas, rescatándolas mediante su instauración en un ordenamiento significativo, el cual se les había negado desde la crítica platónica (Grondin, 49-52: 1999).

Mientras que, la cosmovisión del latino es idealizada y purificada de violencia, vamos a encontrarnos con que las civilizaciones precolombinas, no por casualidad, son descritas con virulencia, simplificadas hasta el extremo de la barbarie; así señala de manera tajante que,

Y hasta hoy las únicas aguas que nos han bañado son —derivadas y matizadas de español hasta donde quiera la historia— las aguas latinas. No tenemos una representación moral del mundo precortesiano, sino sólo una visión fragmentaria, sin más valor que el que inspiran la curiosidad, la arqueología: un pasado absoluto. Nadie se encuentra ya dispuesto a sacrificar corazones humeantes en el ara de divinidades feroces, untándose los cabellos de sangre y danzando al son de leños huecos.  (Reyes, 1996: 161).

La insistencia por el autor de una adhesión sin ambigüedades a la forma civilizatoria latina, no contradice en lo más mínimo tomar parte del proyecto de Occidente; ya que, su sentido va a emplearse en términos casi idénticos al de latinidad. Es notable esta adición al Occidente “a secas” que leíamos en los escritos de su Diario que, pareciera justificarse en varios sentidos. Uno de ellos ― el cual no se libra de ser paradójico―, se debería a que le posibilita al conjunto de sus argumentos un margen de historicidad; ya que, en los esbozos contenidos del Diario, sus opiniones sobre el occidente son demasiado abstractas.

Ahora, el autor cuenta con un caudal de acontecimientos ad hoc, listos para ser seleccionados, con el fin de demostrar que el “modelo civilizatorio romano” habría sido un ejemplo de tesón universal. Ellos han de ser evidencias de persistencia ante los ámbitos contingentes de la vida, la historia y la geografía; es decir, por mostrarse trascendente a las condicionantes históricas. De ahí la paradoja de latinizar occidente; ya que se busca historizar una entidad que se quiere sea esencial, en recurrir a la historia, para evidenciar su intrascendencia frente a una genuina fuerza civilizatoria: el imperio cronológico de occidente. En esta interpretación, más que un acontecer de la historia, los procesos civilizatorios parecieran surgir de una mítica imposición, algo así como el advenimiento de una naturaleza de segundo grado y que subsume el orden de los asuntos humanos. En ese sentido, Reyes afirma que,  

No sólo nosotros recibimos la sustancia latina a través de España, evidencia que nadie niega. Sino que los mismos pensadores británicos —ellos que ven el paisaje desde la otra orilla de lenguas y de razas— no dudan a veces en reconocer que, en los cimientos de su formación nacional, las piedras fundamentales han venido de Roma. El concepto de la civilización latina es ancho y elástico. No sólo salta barreras de religión, puesto que tan latinas son las ruinas del Foro pagano como la cúpula católica de San Pedro. Porque toda civilización adelanta modificándose, y las aguas que entran al mar no son ya las mismas que habían bajado con los deshielos de las cumbres. ¡Y todas son el mismo río! Acrecido al paso con afluentes, batido con otras sales del suelo, alterado con otros regímenes de climas y lluvias, pero siempre —en el saldo de su corriente y las erosiones que traza por la tierra— el mismo río (Reyes, 1996:159).

Los hechos históricos, así como la serie de imágenes expuestas en la anterior cita, no son del todo inocentes, pues tienen el afán de continuar cimentando el imaginario de un determinado ser de Occidente, más que una pretensión de una descripción objetiva e imparcial de la historia cultural. Aun cuando en el espacio del texto, se da cabida a la conflictividad del mundo de Occidente, los hitos de violencia ―ejemplificados por las confrontaciones entre mundo hispánico y el anglosajón, en su presente, o el choque entre la religiosidad pagana y la cristiana en Roma, en el pasado― son deliberadamente apaciguados, en aras de indicar al lector, la tendencia de unificación y armonía de lo latino.

Esa voluntad de incorporación, cuyo atributo principal sería su capacidad para homogeneizar modelos culturales aparentemente opuestos, es uno de los argumentos fundamentales de la universalidad del Occidente latino. Ya que en términos espaciales, no existirían zonas inhóspitas para su expansión; en cuanto al tiempo, queda a la letra y los letrados transmitir su sustancia y mantenerla vigente. En ese sentido, la distinción entre los hombres, sería una mera marca aparente y superficial de lo que es la verdadera Humanidad; el hombre concreto sería apenas un fragmento que puede ser sanado por esa voluntad ecuménica, inserta en el código civilizatorio latino.

No podemos dejar al margen que esta versión de la latinidad se halla en implícita controversia con otras. Uno de sus objetivos, sería desacreditar las posiciones más radicales y militantes del latinismo en el debate intelectual; ya que, amenazarían el a priori de esta concepción de Occidente: su esencia unificadora. La más significativa y conocida, sería la defendida por José Vasconcelos, en cuya visión se delinea la franca confrontación civilizatoria entre la latinidad, orgánica e integradora, con la maquinaria imperialista del orbe anglosajón. Esta lectura del mundo, batido entre dos polos culturales contrapuestos, sería agriamente tildada en su Diario como “pedanterías nacionalistas”.

En Reyes tal dualidad no estaría formulada en términos sustanciales, pues no habría civilización latina o anglosajona, ambas serían comprendidas de una forma monista, como Occidente latino; ya que, sendos mundos culturales, habrían sido bañados por las aguas de una misma esencia, sus simientes nacionales serían por igual latinas. Y si, en su origen, habría semejanza, lo mismo debería suceder en la meta. Por supuesto, para esto, Reyes tiene que elidir las agresiones imperialistas estadounidenses en la región latinoamericana, aspecto que sí resulta clave en la flamígera prosa vasconcelista.

 

Dos esquemas para lo autóctono americano

Un segundo aspecto que llama la atención en el “Discurso por Virgilio”, será el empeño por saldar cuentas con un tema de suma importancia en el ambiente intelectual de la época, el nativismo americano[7]. Aquí, se pondrán a prueba los aciertos y errores de la expresión “cultura americana”, que tanto le preocupa dilucidar en sus anotaciones del año 1929. La reflexión acerca de la dialéctica entre la totalidad/universalidad con lo particular/regional en hispanoamericana, se desplegará en dos esquemas, los cuales ocuparan una situación jerárquica dispar. El primer molde sería a lo que, en su texto, Reyes refiere como una autoctonía original. El segundo, aunque no fue posible encontrar en su ensayo, ni en otros, una denominación por parte del autor, bien se podría calificar como una autoctonía local.  

Primordialmente, serán dos los componentes que permiten la distinción en sendos modelos de lo propio. El primero se fundamenta en las prácticas de los agentes de la mencionada dialéctica. La autoctonía original, la acción se llevará a cabo por lo que Reyes llama como “la inteligencia”: la elite letrada, donde cabrían los artistas, políticos y científicos. En esta “aristocracia del espíritu” se encontrará el nexo que liga una comunidad determinada con una vertiente cultural más general y abstracta, con la civilización. En el Diario, en la nota de 1924, el regiomontano deja entrever que son dos las actividades mantienen viva la tradición de Occidente, el arte y la ciencia. 

En la de tipo “local”, pareciera que el papel de agente le es adjudicada a un sujeto cuya expresión busca ser la cristalización de los pueblos o a las comunidades regionales. La creación de objetos culturales que ―en esta etapa, la obra que le sería propia es artesanal―, estarían estrechamente vinculados a la circunstancia de su producción. La actividad de los hombres en esta configuración, tendrían por finalidad la perpetuidad de las formas heredadas, más que la innovación de éstas.

Reyes buscaría que estos dos órdenes se conecten. El ideal sería un diálogo, pero que no alcanza a lograrse en los planteos que nos da el autor. Ya que la deseada dialogicidad se encuentra en términos demasiado desiguales. La autoctonía original es sustancial, en todos los aspectos, se basta a sí misma, sin que medie la local. Pareciera que sólo el seguir dicha ruta, sirve para nivelar las distancias entre el europeo y el americano. En cambio, la autoctonía local, en sus propios términos tiene pocas aspiraciones a trascender, sería más un objeto para la curiosidad del hombre, más que para su edificación.      


www.capillaalfonsina.bellasartes.gob.mx

A primera vista, todo pareciera señalar que la propuesta de Reyes sería una derivación de lo que en ese periodo venían diciendo muchas de las vanguardias europeas, en donde la novedad y la ruptura ocupaba un sitio preponderante de las distintas actividades del espíritu; sin embargo, ella se encuentra atemperada por un segundo rasgo fundamental, el grado de proximidad a la vertiente civilizatoria occidental. El valor de cada modelo cultural, reside, no en la ruptura, sino en servir a la continuidad del proceso civilizatorio, a través del incremento de su acervo de cultura. Parte de las virtudes que tendría, entonces, el Occidente, consistiría en no percibir como amenazantes las novedades procedentes de la vida moderna, sino en su capacidad para integrarlas en la línea de su evolución.

Sin lugar a dudas, la “autoctonía original”, participa un sentido más pleno y coherente con el patrimonio de la cultura universal. En el caso específico de la intelectualidad americana, aun cuando, la norma ha sido recurrir a la imitación de las creaciones espirituales importadas de Europa, esto habría propiciado un dialogo oculto o inconsciente con la tradición occidental, con benéficas consecuencias, como la  elaboración de un buen número de obras científicas o artísticas. Esto tendría un sitio especial en el campo de la literatura, alcanzando un matiz propio: sin hacer presunción de ello, en la más pura espontaneidad, la elite intelectual habría comenzado a hacer arte, literatura y ciencia de lo americano, sin más. De ahí que, en una suerte de velada interpretación circunstancialista de la cultura de la región, Alfonso Reyes afirme que,

A tal punto es espontánea y hasta inevitable esta originalidad de lo autóctono, que muchas veces opera en contra de los propósitos conscientes del artista. Los Modernistas americanos se abrieron a las influencias del Simbolismo francés, y sin embargo, y muchas veces sin quererlo ellos mismos, produjeron una obra original y peculiarísima, renovando —a vueltas de algunos inevitables errores— las riquezas de nuestra sensibilidad y de nuestro lenguaje poético (Reyes, 1996: 161).

En contraparte, lo autóctono regional, al no requerir para validar su existencia de una auténtica adherencia a la empresa civilizatoria de la Totalidad, terminaría por presentarse como una versión empobrecida de la actividad humana. Su universo objetual, sus artificios (que el mismo Reyes asumiera, despectivamente, como “jicarismo”), aspirarían al estatuto de carácter ornamental: una gama amplia de colores, sabores y sonidos. Serían creaciones atadas más que a la forma, a la sensualidad de sus materiales. En consecuencia carecerían de la profundidad con la que cuentan las creaciones edificantes del espíritu ―sólo asequibles para nuestra América, por la intercesión de la autoctonía original.

El aporte de este esquema cultural sería superficial para la alta cultura, pues la consistencia de sus objetos sería tan transitoria como la materia de sus encantos. Incluso, más que ser el conducto de una determinada sensibilidad comunitaria, es decir, de un determinado ethos, su finalidad se agotaría en la satisfacción de intereses más elementales: el de las sensaciones. El postrar la cultura popular en la jaula de los sentidos, tendría un propósito bien claro, en la concepción de Alfonso Reyes. El cual sería, explicar que, este determinado tipo prácticas culturales, tienen su correspondencia con etapas más cercanas al plano animal del hombre, que al de su humanización. El ordenamiento de la totalidad social, a partir de estos principios, constituirían un retroceso en el plano de la evolución de la humanidad que la modernidad habría abierto.

Por supuesto que todo esto conlleva una crítica a las tentativas indigenistas de los intelectuales de la región. No sólo sería posible, sino que en los hechos, habría una serie de producciones literarias centradas en la autoctonía local, una especie de búsqueda de la energía nativa, por tanto tiempo despreciada; sin embargo, exaltar como ejemplo, las culturas de los grupos sometidos y rezagados de América, no sería provechoso desde las exigencias que impone el mundo civilizado; más bien sería una forma de degradar la cultura, como dice Reyes, nivelarla hacia abajo; término que se podría tomar, en un sentido estricto cuanto arriesgado, como un descenso en la cadena de la evolución humana.

Una evidencia de este remanente de un cierto darwinismo social, sería el grado de ambivalencia que enturbia el discurso de Alfonso Reyes cuando aborda el estatuto ontológico de las comunidades marginadas del núcleo occidental. Inclusive, no es necesario acudir a la obra ensayística del autor, sino que puede encontrarse en las regiones de su corpus poético, como sería el caso de “Yerbas de la Tarahumara” (1929), escrito apenas un año antes de “Discurso por Virgilio”. Aquí, en un tono paternalista, el regiomontano brinda una descripción de la etnia indígena, los rarámuris, en los siguientes términos,

Desnudos y curtidos,

duros en la lustrosa piel manchada,

denegridos de viento y sol, animan

las calles de Chihuahua,

lentos y recelosos,

con todos los resortes del miedo contraídos,

como panteras mansas. (…)  

 

Mal año en la montaña,

cuando el grave deshielo de las cumbres

escurre hasta los pueblos la manada

de animales humanos con el hato a la espalda. (Reyes, 1996a :121)

Si bien, la descripción poética que hace de los tarahumaras tiene pasajes marcados por un tono piadoso, además de no estar exento de cierta simpatía, lejos está el texto de inscribirse dentro del indigenismo. Aun cuando el tema es compartido, el indígena, hay un terreno en el cual encontramos un sesgo a cualquier pretensión empática; donde predomina una velada hostilidad hacia el grupo indígena en cuestión. En los extractos citados, se vuelve evidente el afán del autor por establecer una indefinición ontológica de aquellos seres que desfilan ante la perplejidad de su mirada. Los órdenes encargados de dar cuenta del tipo de totalidad e individualidad, si bien a veces los presenta en una tónica de ambivalencia, al llamarlos “animales humanos”; en otras ocasiones la referencia hacia su animalidad será más contundente, cuando describe su descenso a los pueblos de Chihuahua, los calificará de como una “manada”.

Aunque, los indígenas, en el marco del poema, no sean en términos estrictos, animales, lo cierto es que serían participes, desde una exegesis actual y moderna, más de los imperativos de la bios que de la polis. Es claro que la antropología filosófica en Reyes, en términos concretos no es democrática, sino que es selectiva, sólo algunos hombres son plenamente humanos. Será pues, un humanismo aristocrático, en donde la humanidad quedaría supeditada al cumplimiento de una serie de requisitos, culturales o civilizatorios, es decir, a la acción de la paideia, no del ethos.

La imagen que hace de los indígenas “panteras mansas”, sería una manera de instaurarlos en el contexto de una existencia dictada por la naturaleza, más que el de la historicidad. Esta sería una manera de hacer visible su vitalidad perdida, la esencia ausente y errante de estos grupos, al haberse tornado inadaptados para una existencia activa en el mundo, en un transitar anacrónico por la vida moderna. Como una contraimagen a la supuesta mansedumbre del indio, no deja de ser significativa la manera en que recomienda la lectura del poeta latino en las escuelas mexicanas; ya que, “dotar a los niños con Virgilio es alimentarlos con médulas de león” (Reyes, 1996:165).

Otro síntoma de la humanidad viciada del indígena sería el de su temporalidad. Pues estaría supeditada a los azares y ritmos de los ciclos naturales; así como las aguas inevitablemente escurren por la montaña, en semejanza, lo harían los tarahumaras. Ellos no tendrían una decisión ante dichos imperativos, subsumiendo su destino, más que a la agilidad del ser histórico, le sería propia la gravedad, la pesadumbre irrevocable, de la naturaleza, ese hato que llevan a cuestas. No sería la vida activa lo que orientaría sus destinos, sino una especie de resignación geográfica, un extravío de su facultad humana. Sin embargo, los ojos del poeta, no son los mismos de aquellos seres que está describiendo, sino los de un civilizador; por ello, más que una lectura resignada, llama a la acción concertada,

Campeones del Maratón del mundo,

nutridos en la carne ácida del venado,

llegarán los primeros con el triunfo

el día que saltemos la muralla

de los cinco sentidos. (Reyes: 1996a: 122)

A los tarahumaras (así como a los indígenas en general), siguiendo los razonamientos  de Reyes, habría una manera de rescatarlos de su letargo biológico/cultural; que consistiría en empujarlos a dar el salto en la carrera (o la Maratón, si se prefiere) evolutiva. Ello debiera darse, no por la iniciativa del indio (que en sí mismo no tendría), sino mediante la reconstrucción de la nación mexicana, después de la fractura que significó, para Reyes, su revolución. De ese modo, se daría el tránsito de un mundo constituido principalmente por el imperio de la naturaleza y de los sentidos, a otro mejor, donde los bienes del espíritu se derramarían en tales pueblos, ése, no podría ser otro más que el de su modernización. En consecuencia, su humanidad pasaría de ser un suceso ligado a lo accidental a uno esencial: el triunfo de la diferencia específica por sobre el de la atribución genérica.

La única alternativa realista para lograr este objetivo sería la persistencia, desde la inteligencia, en lo autóctono original, pues aun cuando proporcione una cierta expresión de lo local, se orientaría bajo la égida de los órdenes universales de lo verdadero, lo bello y lo bueno. Seguir estos altos ideales haría que las abigarradas masas de América, puedan elevarse en la cadena de evolución social. Al mismo tiempo, lo “autóctono regional” es motivo de censura como modelo estético. Tanto los nacionalismos e indigenismos exacerbados, errarían en la pretensión de orientar la cultura descendiéndola a lo popular. Por ello consistiría el “ideal político en igualar hacia arriba, no hacia abajo” (162). Aun cuando Reyes pretende matizar sus críticas (muchas veces corrosivas) a las distintas versiones en que se manifestaba la cultura popular; casi siempre resulta inevitable que, en la fórmula sintética de sus planteos, se trasmine, a veces bajo una observación reduccionista y simplificadora, su rechazo. El contraste exacerbado de lo universal con lo local es evidente en el cuadro de imágenes y preguntas retóricas que se leen, en el siguiente pasaje de su obra,

En punto a pequeña industria popular y curiosidades regionales —sarapes, bordados de pluma, primores de colorines y todo eso que un valiente pintor de México llamó una vez “el jicarismo”—, todos estamos dispuestos a robustecer el desarrollo del matiz local, porque al fin se trata de adornos graciosos que la cultura se cuelga al pecho. Pero cuando pensamos en los verdaderos ideales de la cultura, ¿quién va a pretender que nuestra verdad científica sea diferente de la verdad científica de otro pueblo? ¿Qué diría Platón del mexicano que anduviera inquiriendo una especie de bien moral sólo aplicable a México? (Reyes, 1996: 170)            

 

El relativismo cultural y sus consecuencias

“Discurso por Virgilio” desvela planos ocultos que amplían la noción del controversial ahínco de su pensamiento. El examen de las ideas que enfrenta, en este texto, no se limita al escenario americano, sino que la empresa va más allá; inclusive, puede decirse que, no es tan sólo con un corpus de ideas con las que entabla el debate, pues también lo hace ante un ambiente generalizado de la cultura, donde la confianza ante los procesos civilizatorios parece haberse perdido. También, hay que considerar que, el foco de irradiación de esta vertiente, que Reyes concibe como perniciosa, no se ubicaría en los márgenes del mundo de Occidente, sino en el seno de la Europa misma. Si a partir de los registros en el Diario tenemos la impresión de que el pesimismo cultural es un hecho aislado, limitado a la apropiación que hicieran algunos intelectuales americanos sobre la filosofía de la historia de Spengler y su peculiar articulación, pues no es trazada por la línea del progreso. Ahora, en el ensayo del treinta el malestar ideológico del escritor mexicano tiene motivos más amplios. Lo que salta a la vista también, es que el ánimo pesimista con respecto al destino de Europa y Occidente, no será explicado sólo a partir de un nacionalismo exacerbado en las voces americanas, sino también habría un sector importante de intelectuales europeos que, al mismo tiempo de haber hecho conciencia de los momentos críticos, daban pasos hacia la descentralización de Europa como hegemon cultural. Todo esto fue motivo de conflicto en Reyes, que más que adoptar una postura comprensiva al hecho, tomó una de confrontación,           

¿Dónde nació esta egolatría, esta manía geográfica que a todos nos tiene contaminados, y que nos lleva a considerar con exagerado respeto los datos de latitud, longitud y altitud, como si ellos condicionaran de modo absoluto el ser de la gente?

Junto a esta fórmula viene a funcionar la de la llamada psicología de los pueblos. Muchas ideas arrumbadas como inservibles, y que parecían ya derrotadas antes de la guerra europea, pero que entonces fue conveniente resucitar a manera de armas de ataque, han recobrado con creces su antiguo honor. Por el camino real que conduce desde Gobineau a Keyserling, a través de Frobenius y Spengler, entró la filosofía perspectivista y comenzó a lanzar trazos para triangular y medir el contenido de las razas y las culturas. Y aquí vino también a juntarse el auge singular de la etnografía, del folklore y de la arqueología, que a los penetrantes ojos de Ortega y Gasset se ha presentado como la recién nacida en la familia de las bellas artes. (Reyes, 1996:169).    

Un sector importante de la esfera intelectual europea, también, sería fuente de conflictos para el ideario de don Alfonso. La razón que une a esta pléyade de pensadores, a veces tan dispares, sería el sesgo relativismo cultural que puede seguirse en sus posturas; sin embargo, hay que advertir que, salvo el autor de La decadencia de Occidente, no podríamos clasificarlos de asumir una postura radical. También podemos encontrar en ellos planteamientos eurocéntricos e incluso racistas. Pero esto no pareciera ser causa  de rechazo para el escritor mexicano. Al contrario, toda serie enunciativa que legitime un discurso nativo, será el objeto de sus críticas.

Por ejemplo, Joseph Gobineau[8], precursor, según Reyes, de esta familia de pensadores, no es atacado sostener en sus posturas un cierto racismo matizado, sino por no acatar la existencia de un ideal de hombre, sino propugnar la existencia de “hombres”. La marcada aversión hacia la labor arqueológica  y etnológica de Leo Frobenius, se explicaría en que éste, en sus estudios, habría vuelto los ojos, con asombro y admiración, a las olvidadas civilizaciones del África; en contraposición de Reyes, cuyo universo significativo está centrado en Occidente. De Oswald Spengler, tal vez la figura que le resulta más chocante, no parece del todo descartar la creencia de que las culturas contengan inscriptas en sí su ocaso (que detenten un ciclo vital homólogo al de los organismos vivos), lo que le resulta inconcebible es que, en este conjunto, comprenda a la civilización occidental. En cuanto a José Ortega y Gasset, filósofo y cercano amigo del literato mexicano, no le objetará algunas de sus pedanterías eurocéntricas vertidas en 1928, en ensayos tales como “Hegel y América” (Ortega y Gasset,1983: 676-678), donde recrimina a la intelectualidad americana de no poseer la estatura histórica de Europa, sino del peligro que representa el perspectivismo vital de su filosofía, el cual podía validar las andadas relativistas en América, como lo fue, una de sus más profundas y  geniales obras ensayísticas, “Las Atlántidas” (1924), donde el discurrir filosófico orbita ante la perplejidad, de Ortega, sobre los resultados de la ciencia arqueológica y etnológica[9] en Africa y Asia. El caso del Conde de Keyserling, un personaje menor en comparación con los anteriores, pero cuyos viajes por América lo pusieron en contacto con Reyes, debió haber sido incluido en este conjunto por su abordaje exotista a las naciones del Continente y por ser propenso a la tentación de brindar disparatadas tipologías psicológicas de los pueblos.

Una de las maneras de las cuales se sirve Reyes para desacreditar esta vertiente, será a través de una argumentación que reduzca su explicación al de ser reacciones a un contexto de adversidad. Lo que estarían describiendo y teorizando esta serie de autores, exceptuando a Gobineau, fallecido en 1882, sería el mundo surgido a partir de la crisis posbélica europea. Tanto el pesimismo cultural, como el deslumbramiento y simpatía ante otras culturas o modelos civilizatorios, serían cara de una misma moneda: una muestra de desconfianza generalizada hacia los valores civilizatorios de occidente. Hasta antes de la guerra, Reyes, nos refiere que todas esas ideas habían sido derrotadas, pero la crisis en Europa habría de ser la razón de que resucitaran. Al atar esta serie de discursos a su contexto, también, se añade un indicativo de la falta de universalidad de las ideas que contienen; ya que los presenta como meros desprendimientos intelectuales constreñidos a su situación inmediata, por lo cual los haría incapaces de trascenderla.

Lo que no deja de ser sugerente es la fórmula que iguala a este agrupamiento intelectual con la derrota. Es claro que si un pensamiento puede ser derrotado, es legítima la deducción de la carencia de sus enunciados, de no ser necesarios ni, tampoco válidos. A esto podría sumarse el poco interés de persuasión, de estos pensadores, a la acción política de los oyentes; en haberse convertido, como después habrá de llamarlas, en filosofías de la tragedia, pues serían respuestas simplemente contemplativas de los avatares del mundo. A todo lo anterior, el papel de la derrota tiene que ver con un defecto en el foco interpretativo en dichas teorías; sin embargo habría otra falla, sólo que la atribución de esta deficiencia se debería al objeto focalizado.

La relatividad en los planos de la cultura, pareciera ser otra de las manifestaciones de la derrota. Esos estudios y las reflexiones en torno a las colectividades ajenas a los procesos modernos, no sólo estarían ensombrecidos por ser un suministro de conocimientos irrelevantes a la Civilización misma, sino que introducirían en ésta, elementos de un perjudicial modo de ser, el de los vencidos. Hay un pasaje singular en “Discurso por Virgilio”, pues podría haber sido una inspiración (no sin una dosis irónica y sarcástica) del título seleccionado que da nombre a una de las obras históricas indigenistas más importantes en México[10], La visión de los vencidos, del historiador Miguel León Portilla. Veamos lo vertido en el pasaje del Virgilio de Reyes, 

Sobre la melancolía y la postración del indio, al que es nuestro deber sacudir, despertar a la alegría de la vida que ya tenía olvidada, incorporar a nuestro mundo de ideas y de anhelos, ¿vamos todavía a volcar las perezas del nirvana y las ociosidades de la plegaria como fin en sí? “Ayúdate y yo te ayudaré.” No queremos hacer de México un pueblo de esclavos. Alerta los hombres de buena voluntad. Hay que dar un ideal de victoria, no hay que acostumbrarse ni engreírse con las visiones del vencimiento (Reyes, 1996: 173-174).      

Pero regresemos hacia la forma en que nuestro autor da cuenta, en su texto, de esta serie pensadores. Es interesante que vuelva al procedimiento de la simplificación de las posturas que confronta, incluso, tal reducción pareciera tornarlas ajenas a la aguda comprensión de don Alfonso. En su descripción hay una confusión a veces elemental; tal pareciera que el sentido de ese conjunto planteamientos se debiera los métodos y a una epistemología emparentada con las ciencias positivas; en ese sentido pareciera que sus propuestas son una especie de abordaje cuantitativo de las culturas: se encargarían de triangular y de medir su contenido. Sin embargo, al menos en el caso del historicismo orteguiano, sabemos de su gran deuda con las llamadas ciencias del espíritu; nada más distante de esa pseudociencia que Reyes intenta de presentar a sus lectores. El caso de los demás, es bastante semejante, estamos ante filósofos, historiadores o viajeros diletantes (como el peculiar caso del conde alemán).

Para un defensor a ultranza de la verdad universal ―como uno de los baluartes del progreso del mundo occidental―, de una mentalidad receptiva a las novedades, no deja de resultar extraña la percepción negativa que hace de la de ciertas ciencias humanas como la arqueología y la emergente etnología, explicándolas como parte de las manías contaminantes de un clima decadente. Resulta notorio, también, que ponga en un mismo saco a estas dos ciencias con el folklore (que no es propiamente una ciencia), sin ninguna preocupación por el matiz y el distingo. Tal pareciera que, el surgimientos de estos saberes, significara una amenaza a los principios epistémicos sobre los cuales se sustenta su hermenéutica histórica. Al mismo tiempo que, estas ciencias, implícitamente irían a contracorriente del pensamiento de Reyes, ellas estarían sirviendo de sustento para un tipo de generalizaciones no universales, es decir, estarían anunciando formas alternativas de verdad, belleza y de bondad, mediadas por las circunstancias de la cultura.

No hay que olvidar que, para Reyes, el saber más perfecto proviene del procedimiento sintetizador de los datos de la ciencia, algo así como un saber metateórico. Más que una indagación de lo concreto (por ejemplo, en alguna etnia), el conocimiento mayor valía sería el encargado de estudiar las tendencias más generales de la humanidad (su curso civilizatorio). Entre más abstractas sean tales tipos de enunciaciones, mejor será para su manera de entender el mundo. La arqueología y, aún más, la etnología posibilitan una perspectiva más analítica y penetrante de lo cultural: una a través de la dimensión temporal profunda, la otra en el estudio de las culturas vigentes. Las dos irían a contracorriente de lo deseable para una ciencia de lo universal, al mismo tiempo que sus resultados podrían desmontar los prejuicios de ese saber generalizador. Este será uno de los raros casos donde encontraremos un Alfonso Reyes conservador.

No obstante, en el texto vamos a encontrar otra explicación a dichas resistencias que vale la pena tomar en consideración. En la trama argumentativa, Alfonso Reyes, va a realizar una delimitación de los márgenes de validez en este conjunto discursivo. La legitimidad de los saberes tendría por condición una pauta que serviría para distinguir entre aquellos entes que tienen sustancialidad histórica (el ser de Occidente) de aquellos que carecen de ella, y que se instaurarían en una situación de ambivalencia entre la naturaleza y lo humano. Habría, entonces, un saber específico para cada una de estos dos estados.

En ese sentido, las colectividades organizadas sobre los fundamentos de la simplicidad y el aislamiento o aquellas que se han extinguido, quedando en un remoto pasado, serían el objeto correspondiente de este tipo de investigaciones relativistas, vertidas en distintos registros: una historiografía de orden no occidental, el perspectivismo filosófico, la arqueología o la naciente etnología, etc. No es que, este compendio de saberes implique del todo falsedades; sin embargo, no tendrían la legitimidad epistémica de tomar por su objeto de investigación a los fenómenos que suceden en las sociedades modernas; por tanto, no serían ciencias de lo actual, sino de algo así como de lo residual.

Como una consecuencia de todo lo anterior, va a sumarse a su argumentación un criterio de tipo pragmático. Una política pública fundada en los preceptos de dichos saberes, sería inadecuada para abordar la complejidad de los Estados modernos y sus sociedades civilizadas. Si epistémicamente resultan incapaces de hacer inteligible las tendencias de las naciones modernas, más aún lo serán para serles útiles en su progresión social.

Estas reflexiones sobre las formas en que el saber tiene lugar, además de vía adecuada para ser aplicado, delinean una determinada estructura intelectual, cuya arquitectura se erige en las proposiciones de un esquema histórico evolutivo. Donde su dinámica se constituiría  por una sucesión de fases que atraviesa la humanidad y que irían sucediéndose unas a otras. Estos nuevos conocimientos (relativismo, perspectivismo, etnología, etc.) no serían sino, paradójicamente, la tematización de una región senil de la historia humana, de etapas ya superadas o, si acaso, sus remanentes. La crítica por eso irá en dos frentes, pero bajo una misma lógica instrumentalista del saber. Aun cuando el conocimiento que aporten sea verdadero, se anula al ser insignificante para la intelección de los procesos de civilización. Lo mismo sucede con la práctica política, esos saberes tienen por objeto seres no políticos, lo cual los limita en su conocimiento a la mera curiosidad o folklorismo.  Alfonso Reyes lo expresa en de la siguiente manera,

Quien niegue que la planta humana se matiza diversamente en la diversidad de tierras y climas, será ciego y sordo. Quien niegue su importancia fundamental a este hecho cuando se trata de pueblos primitivos y aislados, de cunas de civilizaciones, será ignorante. Quien partiendo de ese solo dato vegetal quiera establecer una historia del pensamiento moderno, se equivocará groseramente. Y mucho más se equivocará si se empeña en fundar una política moderna, es decir, un sistema de preceptos de inmediata aplicación, sobre evoluciones geográficas cuyo ritmo milenario es tan lento que escapa completamente a la utilidad social (Reyes, 1996: 169).

Pero, regresemos a aquella sospechosa lectura por parte Reyes en la que encontramos el significado de este conjunto de ideas bajo una grave deformación. Una de las primeras incomprensiones que saltan a la vista es  en el texto son descritas como si su lugar en el conocimiento fuera el de una ciencia natural o positiva de las culturas. Sin embargo, a todas luces sabemos de responden más adecuadamente a ser agrupadas entre las ciencias del espíritu que en las de la naturaleza, ¿Hay alguna explicación que podamos darle a esa confusión interpretativa, tal vez deliberada? Si seguimos el hilo discursivo anterior, quizá podamos dar cuenta de ello. Esta incomprensión de tales saberes, al negársele su estatuto humanista, quizá tenga su fundamento en la lectura evolucionista que, Alfonso Reyes, sostiene de la humanidad en esta etapa de su pensamiento. La presentación de estas ideas como saberes positivos, capaces de cuantificar y medir una determinada esencia humana, tiene que ver con que los hombres a los que tiene por objeto, a los ojos de Alfonso Reyes, sólo pueden ser entendidos de tal manera. La distorsión de los sujetos (y sus creaciones discursivas), en el “Discurso por Virgilio”, provendría de una suerte de reflejo de sus objetos determinados, inaprehensibles por las ciencias humanas. Si las colectividades que están supuestamente fuera de la modernidad, no logran alcanzar con plenitud su humanidad, sólo pueden ser estudiadas por medio de una episteme naturalista. Si el reino al que pertenecen es, todavía, al de la necesidad, ya que no se comportan históricamente, entonces bien pueden ser mensurables. Al no ser sujeto de hermenéutica, los grupos no occidentales, se tornan insignificantes en su producción epistémica, ética y sensible.

 

La hora de América

Pero la prueba más concluyente, que entrevera la confección de “Discurso por Virgilio” con las sendas anotaciones del Diario, en 1924 y 1929, es el apartado en el cual centra su argumentación en el destino continental. En los puntos 13 y 14 del ensayo, los únicos en los que América ocupa un lugar exclusivo, Alfonso Reyes, va interpelar, no sólo a Waldo Frank (al que alude en segunda persona del singular), sino que al libro que refiere en su crítica, Salvos, es el mismo que desembocara en los adversos comentarios de 1924. También, el escritor mexicano emplea el mismo contraargumento que encontrábamos en la nota al pie de  página, ya mencionada, el cual sostiene que a cada crisis de la civilización de Europa, habría tenido su correspondiente enmienda por los mismos europeos (aunque aquí alude a ellos como “occidentales”); la exposición en un texto público de los esbozos de 1924, en las notas de sus diarios, la podemos leer a continuación en el discurso de 1930,

Los dieciséis principios del mundo occidental que agrupa Waldo Frank en el prólogo de sus Salvos, concedo —para mejor entendernos— que hayan sido rectificados; pero, en todo caso, tú me concederás, amigo Waldo, que han sido rectificados por los mismos occidentales. ¿Qué pensaríamos del historiador que, al ver estallar el Renacimiento, profetizara la muerte de Europa sólo porque Europa se renovaba, y declarara que era llegado el gran día de Grecia, cuando sabemos que Grecia no fue más que un pretexto? (Reyes, 1996: 172).

Otro de los indicios que permiten afirmar que “Discurso de Virgilio” fue el compendio de ideas que no pudo realizarse en Depuración de América, es el abordaje al tema crucial de  la época, los llamados “discursos de la hora”, que en el Diario adquiere la expresión de la “hora de América”. Al atender los apuntes de Reyes en 1929, es evidente lo que para él significan y las razones de su rechazo; tales discurso se insertan en un plano no evolutivo de la historia. En ellos hay una significación distinta a los hechos mundiales, las guerras así como la depresión en la economía mundial capitalista, son anuncios de un mundo que decae; pero, al mismo tiempo, son signos de la necesidad de una renovación en términos radicales. En cierta forma, estaríamos ante una experiencia apocalíptica de la historia, en la cual Europa, tal vez por primera vez en la historia intelectual de América, se ve empequeñecida ante la vitalidad de la cultura autóctona. Desde las páginas de su diario, Reyes, ha combatido estas ideas, aludiendo a la universalidad de Occidente, además de su talento por adaptarse a los periodos críticos.

Puede resultar curioso que en “Discurso por Virgilio”, Reyes, se asuma en los “discursos de la hora”, junto a Waldo Frank y José Vasconcelos, pero esto no es más que una argucia retórica; ya que cuando explícita que entiende por ello, el sentido es completamente diferente. En su “hora de América” reinstaura, la temporalidad lineal evolutiva, por sobre el pregón de la catástrofe. Todavía más, en el cuadro de las jerarquías, que en sus contrincantes, suponen una América mejor posicionada ―al menos de cara a un futuro no muy lejano― que la vieja Europa; en la postura de Reyes, se invierte la gradación: Europa continua siendo el modelo histórico más próximo al ideal civilizatorio occidental. Veremos entonces que Reyes pondrá en escena dos esquemas contrapuestos de lo que llama “hora de América”; de manera que nos dice,

Así, cuando se habla de la hora de América —hora en que yo creo, pero ya voy a explicar de qué modo— no debemos entender que se ha levantado un tabique en el océano, que de aquel lado se hunde Europa comida de su polilla histórica, y de acá nos levantamos nosotros, florecientes bajo una lluvia de virtudes que el cielo nos ha ofrendado por gracia.

No: hora de América, porque apenas va llegando América a igualar con su dimensión cultural el cuadro de la civilización en que Europa la metió de repente; porque apenas comenzamos a dominar el utensilio europeo. Y hora de América, además, porque este momento coincide con una crisis de la riqueza en que nuestro Continente parece salir mejor librado, lo cual hará que la veleidosa fortuna se acerque al campeón que mayores garantías físicas le ofrece. Pero para merecer nuestra hora, hemos de aguardarla con plena conciencia y humildad.  (Reyes, 1996: 171).

Es patente en la serie de extractos citados la forma en que estas dos configuraciones se encuentran tensionadas. Una, cuyo anclaje a la realidad sería más que dudoso, en la que los deseos y el deber ser, estarían en confusión con lo histórico y el ser. Y la otra, en el cual se prestaría cabal atención a los problemas y limitantes del estado de la cultura actual del Continente, una vía más realista. Con ello no se quiere decir que Reyes nunca confundiera esos dos planos (el ser y el deber ser) en otras de sus interpretaciones, por ejemplo en su idea de Occidente; sin embargo, es patente una actitud un tanto escéptica ante la misión histórica de América.

El argumento central del esquema de Reyes consiste en que debe existir una preparación cultural y social antes de aspirar a la dirección de la Cultura. En esa formación civilizatoria aventaja Europa a América, ya que ésta todavía aspira a imitar con perfección las creaciones de aquélla, y si acaso origina alguna novedad, lo hará mediante la imitación de formas ajenas; en esto se sigue al ya mencionado, modelo de “lo autóctono original”. De tal manera que, si Reyes habla de una “hora de América”, lo hace de forma más que dudosa, ya que, fundamentalmente, el camino de su progreso y modernización, consiste, en mantenerse como una copia de lo que en Europa acontece.

Hay un razonamiento secundario, que no deberíamos desestimar, aun cuando sea hipotético. En una aparente concesión a sus rivales, Reyes señala que en el contexto actual de depresión financiera, en donde, supuestamente, económicamente el continente americano, estaría posicionándose de mejor forma, pudiera ser posible salir con un mayor provecho que Europa en el plano civilizatorio. Sin embargo, no hay un esfuerzo del autor, en brindarle un andamiaje causal, desde el punto de vista de la cultura, a esta profecía, sino que la deja al acaso, a la “veleidosa fortuna”.

Sin embargo, habría una propuesta alterna de interpretación de este argumento. Ya que, Reyes, podría estar aplicando el principio de selección natural en la historia de la cultura. En ese juego de continuidades y discontinuidades, de tendencias y azares, Reyes especula con una combinatoria a partir del tamiz de una lectura evolucionista. Los esfuerzos actuales, tenderían hacia la conformación de un organismo socio-cultural fuerte, o al menos, lo suficiente, como para que en un momento de crisis, América, pudiera aprovecharla oportunamente y dar un golpe de mano para hacerse de las riendas de la civilización; así, en verdad llegaría su hora. Esta versión, sin embargo, no anula las anteriores, igualmente está subordinado el argumento a que América se afiance como una entidad histórica como la europea.

Aunque no deja de ser inquietante el que, de ser acertada esta propuesta, nos exigiría replantearnos la concepción acerca de los sustentos teóricos de la filosofía social de Reyes, en esa etapa de su pensamiento, al menos. Desde luego, hay la posibilidad de que el planteamiento de “la selección natural de las culturas”, sea de consistencia retórica más que real. Realizado con la intención de convencer al auditorio de que, siguiendo la ruta de la occidentalidad, aun cuando sea a través de la mimesis cultural de Europa, habría segura recompensa. También, en conminarlos, por no desvariar hacia fuentes culturales exóticas, internas (indigenismo, criollismo, etc.) o externas (orientalismo) y, por tanto, persistir en la segura ruta de nuestro destino. Pero no deja de ser estimulante, esa acumulación de guiños afines al cientificismo de un personaje que supuestamente Reyes (en conjunto a sus cómplices ateneístas) habría sido un ferviente detractor[11].   

Lo que sí podría afirmarse, es que su “hora de América”, no es ahora. Lo cual, en los debates de la época, termina por secundar la secuencia de críticas provenientes del frente hispano, con Ortega y Gasset como la cabeza más visible. Aunque Reyes haga uso de tono más comprensivo y hasta de cierta mesura, el sustraerle merecimientos a América de ser una alternativa a la crisis de la cultura en Europa, va a ser que su discurso se encuentre en consonancia con las severas críticas, que en esos años, el pensador español venía planteando en forma de aforismos, desde su Revés de almanaque (1930), donde se pueden encontrar algunos en que se reprende la precipitación de los americanos (en particular a Waldo Frank),

Como los americanos parecen andar con prisa para considerarse los amos del mundo, conviene decir: «¡Jóvenes, todavía no¡ Aún tenéis mucho que esperar, y mucho más que hacer. El dominio del mundo no se regala ni se hereda. Vosotros habéis hecho por él muy poco aún. En rigor, por el dominio y para el dominio poco habéis hecho aún nada. América no ha empezado aún su historia universal» (Ortega y Gasset, 1983: 812).

 

Anotaciones finales

Todas las piezas embonan. La fecha cercana de publicación de Discurso por Virgilio, 1930, de las observaciones vertidas en los diarios de 1924 y 1929. Los mismos temas son igualmente abordados: el carácter sustancial, autorreferencial, de la civilización del Occidente Latino; el papel de los universales en la construcción de la vida de Europa y en un futuro para América; lo accesorio que resulta para el discurso hablar una supuesta “cultura americana”, una autoctonía endógena; la ruta errónea a que conducen los discursos de “la hora”, y la intercomunicación humana como tendencia inexorable del mundo. Pero no sólo hay coincidencias, encontramos desarrollos de aquellos gérmenes que se atisbaban apenas en el Diario. No hay que esperarse hasta los ensayos de 1942 para darnos una buena idea de lo que habría contenido Depuración de América.

Y, sin embargo, quedan las preguntas ¿por qué no se escribió?, ¿cuál es la razón de que se haya vertido ese contenido en un texto como “Discurso de Virgilio”? El hecho de que Depuración de América no se haya escrito, se debe a que los temas continentales aún son marginales en las preocupaciones del escritor mexicano. Sus tentativas por escribir un libro, son excesivas para ese momento, en el cual son escasos los trabajos de este tipo. También tiene que ver que sus ideas tienen un carácter reactivo y polémico ante los planteamientos de Frank y Vasconcelos, no son producto de una reflexión constructiva y meditada. Con los años y su involucramiento en la vida intelectual del continente, habrá la materia discursiva suficiente para producir un libro. Pero, mientras, habrá de conformarse con una unidad discursiva más modesta, un simple ensayo, que ni siquiera tiene por objeto principal América, sino la política pedagógica de su nación.

Es claro que si los temas americanos se han yuxtapuesto a los de otra índole, lo mexicano, tiene su razón, en lo poco que le habían ocupado a su pensamiento los problemas continentales. Incluso, esto sería una señal clara de que aún, el ser americano se encontraba subordinado a las reflexiones sobre el ser nacional; pareciera que Reyes todavía no salda cuentas con algo que le resulta más elemental, el modo histórico de México. Aun le aflige que la vigencia como nación, después del cataclismo revolucionario, se halle en cuestionamiento. Esta zozobra es evidente en la urgencia de sus planteamientos por integrar al indio a la vida civilizada, pues aun cuando en sus descripciones, prefiere dar cuenta de ellos al mundo, como melancólicos y sometidos por naturaleza; durante la faena revolucionaria desempeñaron un papel histórico activo, especialmente en la zona centro sur de México.

Tampoco deja de ser revelador, la esencia violenta de su concepción de Civilización, en los trabajos de este periodo. Si bien la violencia seguirá siendo asumida a lo largo de su corpus americanista, en los textos posteriores a 1936 con “Notas sobre la inteligencia americana”, son de un corte defensivo, ya que se instauran en una concepción geopolítica de agresiva neocolonialidad. Pero en esta etapa, civilizar no deja de significar también la destrucción de otros mundos, por el bien de ellos mismos. Los planteamientos de Alfonso Reyes, se suman a esa violencia activa y sistemática, más que defensiva, debido a que se ésta subyace el comportamiento de la sociedad y la cultura. A pesar de que la jerga usada parezca sumamente idealista, donde la historia del mundo sería la misma que la de sus espíritus, aspectos como el darwinismo social, el racismo o la eugenesia terminan por ser parte de la articulación del sistema de su pensamiento. Si bien es innegable la apropiación del latinismo de José Rodó, no cabe duda de que en esta nueva versión del Ariel, tendría unos colmillos largos y afilados.    

Sólo queda por plantear que, el interés en este trabajo interpretativo por indagar sobre esas dos anotaciones del Diario, está estrechamente vinculado con una lectura genealógica del pensar americanista de Reyes. No sólo queremos conformarnos con la exactitud de correspondencias textuales que ya señalamos; sino con dar con un Reyes desconocido. En sumergirnos en la informidad de sus planteamientos. Y tomar conciencia de la dificultad de los inicios de una idea, del juego dialéctico a la vez que analógico entre sus continuidades y las rupturas.

    

 


Notas:

[1] Periodo en la historia de intelectual de la región que, el investigador Martin Stabb, califica como el de un “redescubrimiento de América”. En su libro sobre el ensayo hispanoamericano lo refiere así: “Los estudiosos de la cultura hispanoamericana han observado a menudo que las primeras décadas del siglo veinte se caracterizan por un marcado ánimo americanista y nativista. Es un momento en que el continente intenta reemplazas los modelos sociales, políticos y estéticos de Europa con instituciones sociales, estructuras políticas y creaciones artísticas propias” (Stabb, 1969: 93). Como a continuación se verá, el pensamiento de Alfonso Reyes puede concebirse como una anomalía a este ánimo generalizado.

[2] El texto se encuentra en la publicación conjunta, Alfonso Reyes y los Estudios Latinoamericanos, para mayores referencias ir a la bibliografía.

[3] Acerca de este campo intelectual, al cual Reyes estaba en franca oposición, mi maestro Andrés Kozel, nos brinda detalles de sus condicionamientos históricos:

En la década de 1920, la convergencia entre un conjunto de elementos asociados a la Revolución Mexicana y su política cultural ―en cuya concepción y materialización desempeñó un papel crucial José Vasconcelos―, y a la expansión a nivel continental de los postulados de la reforma universitaria  (…), tuvo entre sus consecuencias el esclarecimiento relativo de los rasgos definitorios de lo que ya era una tradición específica. (Kozel, 2012: 17)

[4]  La categoría de inteligencia, será uno de los motivos principales de uno de los ensayos más importantes del americanismo de Reyes, “Notas sobre la inteligencia americana”. Sin embargo, hasta antes de que éste texto fuera escrito, 1936, su uso dentro de la jerga alfonsina era como inteligencia a secas, sin denominación geográfica o histórica alguna.

[5] Someramente, podemos decir que la teoría de la cultura que se desprende de este texto es contrapuesta a la que se defiende en sus diarios y otros escritos de la época. En éstos la cultura es definida desde una lógica dualista, donde lo universal se contrapone a lo contingente, su esencia a sus accidentes, así como lo necesario de lo accesorio. En “Posición de América”, en cambio, a partir de la obra Estudio del hombre del antropólogo estadounidense Ralph Linton, busca dar una definición de la cultura más seria que en sus anteriores empeños, llegando a una conclusión monista de su dinámica.  

[6] El criterio de coherencia termina por dinamitarse al analizar cuál es el sentido de América en el ensayo de 1942 en confrontación de los diarios. Sólo retengamos el siguiente extracto de “Posición de América” donde es tomada como un nuevo comienzo en la historia de la civilización:

 “Este esquema abarca como una consigna general, como un santo y seña de la conducta, a todo el Nuevo Mundo. Inútil entretenerse en averiguar si tal fenómeno corresponde al concepto de juventud, que en el caso asume un sentido limitado, o más bien, como creemos, al concepto de nuevo punto de partida. Claro está que este nuevo punto de partida supone un aprovechamiento de las formas culturales antes alcanzadas, y queda siempre expuesto a accesiones involuntarias de lo inútil” (Reyes, 1997: 262 y 263).

[7] Tanto las ideas como las salidas a los problemas sobre lo autóctono, en “Discurso por Virgilio”, son deudoras del libro de Pedro Henríquez Ureña, publicado dos años antes, Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), en particular en la brillante conferencia de 1926 “El descontento y la promesa”. Sin embargo, la exposición reflexiva, matizada y problematizada de lo autóctono (presentando a cada corte de la expresión americana como una versión legítima) en la reflexión de Ureña, se disuelve en el planteamiento dicotómico y aproblemático que Reyes le da al tema, en gran parte porque sus fines no ciñen a la explicación sino a los dictados del convencimiento a partir de la controversia. 

[8] Del pensador y diplomático decimonónico francés, Tzevan Todorov consigna en su libro Nosotros y los otros, que: “Se puede señalar, para empezar, que hace gala de una cierta grandeza de espíritu, que rompe con la reputación del racialista. No se le puede acusar de chauvinismo estrecho, ni de incitación a las guerras coloniales, y menos aún de exterminio de las razas inferiores” (Todorov, 2007: 156).

[9] El paralelismo polémico que hace “Discurso por Virgilio” con “Las Atlántidas” es innegable. Ortega se vuelve un crítico en este texto de la filología clásica:

 “La vieja idea de que los griegos y los romanos eran los pueblos clásicos, corroborada por el hecho de que nuestra civilización ha recibido de ellos profundas influencias, dio origen a este pernicioso favoritismo.

Pues bien: hoy las cosas han cambiado. (…) Ha producido esto un rápido desplazamiento de la filología clásica hacia un plano más modesto de la atención científica. En su lugar, jóvenes disciplinas avanzan y atraen la curiosidad de los mejores. Así la prehistoria y la etnología” (Ortega y Gasset, 1983a: 756).

[10] Lo mismo sucede con una de las obras novelísticas imprescindibles de la literatura mexicana, La región transparente, de Carlos Fuentes, donde se juega con el famoso epígrafe con el que comienza el ensayo Visión de Anáhuac; “Viajero, has llegado a la región más transparente del aire” (Reyes, 1995:13), reza el texto alfonsino. Claro, al cotejar las dos versiones que del Anáhuac nos dan los dos escritores en sus obras, es patente la disonancia y tensión.

[11] La cercanía de Alfonso Reyes con doctrinas de cuño cientificista, en este periodo, no debería tener lugar a dudas. Por motivos de espacio no ahondaremos demasiado. Aunque ignorado por completo, el texto Sobre la migración en Francia (1927), libro que vio la luz, al ser publicado en 1947 (y que ahora se encuentra recopilado Misión diplomática), ha tenido un significado nulo a los críticos de su obra. En dicho estudio, Reyes, brinda recomendaciones a los gobiernos de México y Francia de evitar las corrientes poblacionales indeseables, mediante la aplicación de métodos científicos eficaces. La vía científica consiste en la selección de grupos étnicos afines a la población nativa. Dice que: “Entre los individuos hay que proceder a un examen y a una selección conforme  con los métodos de salubridad e higiene, y aun teniendo en cuenta ―para las futuras generaciones― los preceptos o atisbos de la eugenesia” (Reyes, 2001: 448). El caso de México le resulta todavía más problemático que el francés, debido a su composición étnica más heterogénea. El Estado tendría que aplicarse política y científicamente para que el indígena logre una mezcla con una raza adecuada, que evite degeneraciones para un futuro. Por ello, el diplomático mexicano, lanza la siguiente solución.

Pocos confiesan que la mezcla española, a pesar de haber significado para América la herencia de algunos errores de España (acaso menos repugnantes que ciertos errores de otras razas), ha dado por lo menos sus pruebas históricas: ha “prendido” en la masa de la sangre indígena como una vacuna de efectos ya conocidos, y ha producido, como quiera, republicas y pueblos capaces de vida autonómica y civilizada (Reyes, 2001: 451).

 

Bibliografía:

Corral, Rose en: Adela Pineda Franco e Ignacio M. Sánchez Prado (eds.), Alfonso Reyes y los estudios latinoamericanos, Universidad de Pittsburgh, Pittsburgh, 2004.

Grondin Jean,  Introducción a la hermenéutica filosófica, Editorial Herder, Barcelona, 2002.

Henríquez Ureña Pedro, Obra Crítica, Biblioteca Americana, Fondo de Cultura Económica, México, 2001.

Kozel, Andrés, La idea de América en el historicismo mexicano. José Gaos, Edmundo O’Gorman y Leopoldo Zea, Colegio de México, México, 2012.

Ortega y Gasset, José,  Obras completas, Tomo II, Alianza/Revista de Occidente, Madrid, 1983.

_____, Obras completas, Tomo III, Alianza/Revista de Occidente, Madrid, 1983a.

Reyes, Alfonso, Diario (1911-1930), Universidad de Guanajuato, Guanajuato,  1969.

_____, Obras completas, Tomo II, Fondo de Cultura Económica, México, 1995.

_____, Obras completas, Tomo XI, Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

_____, Obras completas, Tomo X, Fondo de Cultura Económica, México, 1996a.

_____, Misión diplomática, Tomo I, Secretaría de Relaciones Exteriores/Fondo de Cultura Económica, México, 2001.

Stabb, Martín, América Latina en busca de una identidad. Modelos de ensayo ideológico hispanoamericano 1890-1960, Monte Ávila Editores, Venezuela, 1969

Todorov, Tzevan, Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana, Siglo XXI Editores, México, 2007.

 

Cómo citar este artículo:

HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, Felipe, (2013) “Depuración de América: notas sobre un libro nunca escrito de Alfonso Reyes”, Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 17, octubre-diciembre, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=838&catid=4