Narrativa desde la prisión

Roberto Reyes Tarazona

Universidad Ricardo Palma, Perú

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Recibido: 28-07-2019
Aceptado: 15-08-2019

 

 

César Vallejo padeció carcelería en la cárcel de Trujillo del 5 de noviembre de 1920 al 26 de febrero de 1921, por un incidente confuso, del que investigaciones judiciales posteriores lo exculparon, pero no evitaron que tuviera pendiente sobre sí la posibilidad de ser nuevamente encarcelado. Tan temible posibilidad, fue una de las principales razones para su exilio y el que no regresara más al Perú.

En 1923 publica en los Talleres Tipográficos de la Penitenciaría, Escalas –o Escalas Melografiadas, título por el que muchos lo conocen–, conjunto de relatos estructurado en dos partes: Cuneiformes y Coro de vientos. La primera está constituida por textos relacionados con su prisión. No alcanzan a ser cuentos, sino prosas poéticas o estampas, puesto que no se registran en ellas tensión narrativa y, más bien, campean imágenes literarias vanguardistas, cierto tono onírico, alternándose la prosa barroca con la coloquial. Incluso, en los casos en que el autor no se abandona a la pura experimentación del lenguaje y se dedica a narrar, su lenguaje es el de un poeta:

Este hombre es delincuente. A través de su máscara de inocencia, el criminal hase denunciado. Durante su jerigonza, mi alma le ha seguido, paso a paso, en la maniobra prohibida. Hemos entrambos festinado días y noches de holgazanería, enjaezada de arrogantes alcoholes, dentaduras carcajeantes, cordajes dolientes de guitarra, navajas en guardia, crápulas hasta el sudor y el hastío (Vallejo, 1998, pág. 49).

 

La necesidad de libertad en el ser humano es un tema crucial en su obra poética, como también lo es la muerte, la añoranza por el mundo de su infancia, el destino del hombre y la injusticia social. Quince años después de su amarga experiencia en Trujillo, en el recuento de momentos decisivos en la vida de algunos hombres que componen uno de los Poemas Humanos, apunta en una de las estrofas: “–El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”. Pocas imágenes pueden sugerir más acertadamente las terribles condiciones de las cárceles peruanas de su época y la dramática experiencia que suponía sufrir carcelería en nuestro país. Esta dolorosa opinión, producto de su propia experiencia, constituye una afirmación que pudieron suscribir todos cuantos escribieron novelas y cuentos sobre el tema de las prisiones entre los años veinte y cincuenta del siglo pasado.

César Vallejo en París, 1926
Imagen 1. César Vallejo en París, 1926. https://img.panamericana.pe

Escalas, de Vallejo, abre una primera etapa de la narrativa de prisiones, que tiene como límite superior la década del cincuenta. Y aunque el tratamiento narrativo de Escalas no corresponde en estricto al de los libros escritos en las décadas del treinta y cuarenta sobre el tema, casi todos inclinados a una presentación realista, Escalas está ligada a ellos en tanto que la fuente que origina estos relatos se relaciona directamente con la injusticia del sistema judicial y las intrigas políticas locales.

En 1930, a la caída de Augusto Leguía por el golpe de estado de Luis Sánchez Cerro, en el contexto de la crisis económica a consecuencia del crac del capitalismo y de la emergencia de partidos de base popular, como el APRA y el Partido Comunista, se empieza a intensificar la represión a los intelectuales. El principal mecanismo fue la denominada “Ley de emergencia”, que imponía severas penas a quienes –según el criterio de las autoridades del gobierno– alteraran o pusieran en peligro el orden establecido. Sin embargo, como ya en esos años la politización de la clase intelectual era muy pronunciada, la “Ley de emergencia” pareció ser un reto más que un elemento disuasivo. Por entonces, no se concebía que un intelectual o un artista pudiera ser apolítico, salvo casos excepcionales, como el poeta José María Eguren. Es más, los jóvenes artistas, literatos, e intelectuales nacidos en los primeros años del siglo, cuando no militaban en el Apra o el Partido Comunista, eran simpatizantes de uno u otro partido.

A fines de los años veinte, Ciro Alegría, un joven e inquieto escritor en ciernes, fue uno de los primeros integrantes del recién creado partido aprista en su región, cuya sede era Trujillo. Al poco tiempo, el 16 de diciembre de 1931, cayó preso en Cajamarca, a propósito de una sublevación realizada por el Apra. Él había sido enviado especial del Comité Ejecutivo del Partido Aprista en Trujillo. Estuvo en la cárcel de esta ciudad hasta el 7 de julio de 1932, día en que estalló la revolución contra el gobierno de Sánchez Cerro y fue liberado por los rebeldes. Cuando el levantamiento de Trujillo fue debelado, escapó a Huamachuco, y de allí a Shicún. En octubre de 1932, fue nuevamente tomado preso y, en noviembre, lo trasladaron a la Penitenciaría de Lima, siendo luego condenado a diez años de prisión. Salió libre el 22 de octubre de 1933, gracias a un indulto otorgado por Óscar Benavides, sucesor de Luis Sánchez Cerro, asesinado en un atentado en abril de ese año. A fines de 1934, fue apresado nuevamente a raíz de una acción política en el Agustino, en Lima. A la semana salió desterrado con destino a Chile, donde escribiría las tres novelas que cimentaron su fama: Los perros hambrientos (1934), La serpiente de oro (1935) y El mundo es ancho y ajeno (1941).

Posteriormente a la publicación de estas novelas, representativas de lo mejor del indigenismo, Alegría emprendió varios proyectos narrativos en los años cincuenta. Uno de ellos fue una novela de tema carcelario: El dilema de Krause, que reseñaré más adelante

Así como él, en los años treinta y cuarenta, los artistas e intelectuales que publicaron narraciones sobre la cárcel la sufrieron en algún momento, y por razones políticas. En esos años no hay casos de escritores que escribieran sobre la prisión a partir de una investigación o por medio de informantes; menos aun utilizando solo la imaginación. El ficcionalizar –cuando no testimoniar– una situación de encierro carcelario se producía como si no hubiera sido posible evitarlo, lo cual es, en general y, no solo en nuestro medio, una constante. Escribir sobre un asunto tan doloroso y traumático, difícilmente es una tarea que acometa alguien que no la haya sufrido.

Ciro Alegría
Imagen 2. Ciro Alegría. http://periodicoelhalcon.blogspot.com

En función a las características expuestas, las ficciones sobre el tema carcelario –con escasas excepciones– tuvieron en común, aparte de la pintura de las terribles condiciones del lugar de reclusión, el trato despótico a los presos por parte de las autoridades, los conflictos entre apristas y comunistas, las relaciones entre presos políticos y comunes, el alejamiento de los familiares, la desesperación por el encierro y la pérdida de la libertad. Sobre esta base, solo el talento literario de cada uno y sus motivaciones e inquietudes más íntimas, los diferenciaron en los resultados.

Quizás un caso extremo en el tratamiento de la degradación general de los presos por las condiciones de las cárceles sea Vagancia, de Miguel de la Mata. Esta novela se incuba en las prisiones de su autor en los años 1930, 1934, 1937 y 1938, en El Sexto y en El Frontón. Vagancia es una novela que presenta con crudeza “el mundo sórdido, procaz y torpe de las cloacas humanas que, entre nosotros, son las prisiones”, como bien apunta Pedro Rodríguez, el prologuista de la obra. Como en la mayoría de los casos, la distancia entre la escritura de la obra y el momento de su publicación –producido en esta ocasión casi de manera azarosa– es muy extensa. De acuerdo al “informe” preliminar, la obra se terminó en 1941, publicándose 16 años después.

El peso narrativo de la novela descansa en las historias de los presos comunes, así como en su caracterización social y psicológica. De la Mata parece buscar en el diseño de estos personajes torturados por las condiciones de su origen y de las experiencias que han debido sufrir, algún elemento de rescate de su condición humana. Dedica muchas páginas a tratar de profundizar en la lógica de vida de los delincuentes, encontrando algunos casos posturas originales, como cuando recoge el pensamiento de uno de los “capos”:

–Mire, amigo: yo también soy un revolucionario. ¡No!, ¡no! ¡No sonría Usted! Le repito que yo también soy un revolucionario. Igual que ustedes. Yo también creo que el mundo está mal organizado y que la riqueza debe repartirse. Sólo que hay una pequeña diferencia entre ustedes y yo. Ustedes sufren persecuciones y se dejan fusilar porque el bienestar sea para todos, de porrazo, como un amanecer. Yo, no me dejaré fusilar porque amo la vida, pero, me persiguen y me traen las prisiones porque busco el bienestar… salvo que como estoy convencido de que todos de golpe es imposible, comienzo por conseguir el mío. Y dígame ahora, amigo mío: ¿no cree usted que si todos los pobres pensaran y obraran como yo, no estaría ya resuelta la cuestión social, sin necesidad de cantar la Marsellesa o la Internacional y sin necesidad de recurrir a las bombas, los fusiles, las barricadas y cuanto hay de obligatorio para la revolución? (De la Mata, 1957, pág. 47).

 

Lamentablemente, escenas y diálogos como este son escasos. Lo que predominan son las historias de ladrones y delincuentes comunes en general, de sus códigos de comportamiento, de sus aspiraciones, de sus problemas, de sus abusos sobre los vagos, la escala más baja del penal y cuyos integrantes sufren toda suerte de penurias y vejaciones, de manera que, la novela está impregnada de una atmósfera envilecida. Si la intención del novelista fue la denuncia, le faltó el necesario contrapunto de algún o algunos elementos que levantaran literariamente la obra, excesivamente naturalista.

En cambio, el uso del contraste de ambientes como recurso literario fue empleado sabiamente por José María Arguedas en El Sexto. La génesis de esta novela también se remonta a una prisión de su autor, quien entre 1936 y 1937, cuando era estudiante, estuvo recluido en El Sexto, novela que fue publicada también luego de un largo periodo: 1961.

En El Sexto, también se presentan escenas de degradación y envilecimiento de la condición humana, de violencia gratuita, a veces descarnadamente. Pero, mientras de la Mata se regodea en las historias de los presos comunes, pese a ser un militante político, Arguedas, que apenas era un estudiante con ideas progresistas, simpatizante de Mariátegui, presenta el mundo de la prisión incidiendo en los conflictos entre apristas y comunistas, con lo cual le da otra dimensión a la historia. Pero la principal diferencia es que Arguedas, paralelamente a la recreación de las condiciones de vida del penal, la perversión, abusos y violencia permanentes, se libera de la podredumbre por sus evocaciones del mundo andino, de su infancia, de los valores que asimiló en sus años de formación.

José María Arguedas
Imagen 3. José María Arguedas © Markus Ronjam. www.facebook.com

Así, en un momento crítico, en el que los presos apristas lo insultan considerándolo comunista, evoca uno de los días más significativos de su infancia:

Yo volví a ver en esos instantes, en la memoria, la marcha de los cóndores cautivos por las calles de mi aldea nativa. Una orquesta de pitos y tambores marcaba el compás. El cerro Auquimarca ardía con el sol; estaba cubierto de las rojas flores de k’antu, y el sol a esa hora lo hería de frente. Aún sobre las piedras oscuras de la montaña sombrillas de flores crecían y jugaban con el viento. El resto de la tierra, yerbas y arbustos, en el mes de agosto, estaban ya quemados por la helada (Arguedas, 1980, pág. 66).

 

En este párrafo se encuentran los elementos que darán pie a uno de los pasajes más intensos de la novela: la identificación del narrador con un ave mítica, su sentimiento de desgarro e indefensión, su respeto y asimilación a la cultura andina, bajo la presencia tutelar del Auquimarca; todo lo cual lo instala en el mundo mágico andino.

Incorporado este mundo en la novela, a través de la memoria y sensibilidad del narrador, se encuentra además un registro de personajes más rico e integrado a la trama general de la obra que en el caso de Vagancia; y su visión del penal, recorrido por fugaces imágenes de muerte, desde la que se asoma a la ciudad, es mucho más compleja que cualquier otra novela de sus pares, a tal punto que no sería demasiado aventurado decir que El Sexto encarna el Perú de los años treinta.

De la Mata y Arguedas son esencialmente narradores –a ellos se suman Serafín Delmar y Ciro Alegría. En cambio, Vallejo y Julián Petrovick, así como Magda Portal y Gustavo Valcárcel, por encima de todo son poetas.

Julián Petrovick (seudónimo de Óscar Bolaños), se cuenta entre los primeros adherentes al Apra. Para entonces, a pesar de su juventud, contaba con una reconocida trayectoria como poeta y promotor cultural, en tanto que colaboraba regularmente en revistas de vanguardia en los años veinte, y llegó a ser director de Hélice. En 1927, por sus actividades políticas durante el régimen de Leguía, fue deportado a Chile. Regresó a la caída de este gobernante. Como activista del Apra, fue tomado preso por la policía de Sánchez Cerro en 1932 y confinado a Madre de Dios, en un régimen de colonización forzada, junto con otros dieciséis apristas y trece comunistas. A la muerte de Sánchez Cerro fue indultado, pero por sus actividades políticas durante el régimen de Óscar Benavides, nuevamente fue apresado y esta vez enviado a El Frontón, donde estuvo recluido cinco años.

La isla y los trabajos, libro publicado en Chile en 1944, carece de una estructura orgánica. Está compuesto por material diverso, desde crónicas autobiográficas con evocaciones líricas de su tierra, el Valle del Mantaro, de su niñez, del amor. Se suman a ellos relatos cortos de la prisión, y cinco largos poemas. De alguna manera comparte algunos rasgos con Escalas, de Vallejo, libro con el que guarda un lejano parentesco, aunque solo en la intención, porque su nivel poético es bastante limitado. Lo mejor del libro son algunos pasajes en los que reflexiona sobre su condición de preso. El relato “Insomnio”, empieza de la siguiente manera:

Cuando se está condenado a un tiempo determinado de prisión, en muy pocos meses se logra cortar de raíz las raudas alas de la esperanza; lo que equivale a matar la mitad de la vida, porque vivir sin esperanzas es vivir a medias. La esperanza es el impulso, el motor de la vida. Sin esperanza todo se reduce al mínimum. Se entierra el hombre en sí mismo y acaba por consumir sus propias reservas espirituales. Degenera y degrada. Sólo así se explica el hecho de que un condenado sobreviva al tiempo de la condena. Por eso, las prisiones jamás pueden reformar al delincuente. Lo que hacen es inutilizarlo, desarmarlo para que nunca más sea un peligro para la sociedad, pero al precio inaudito de haberle destrozado la vida para siempre (Petrovick, 1944, pág. 59).


Imagen 4. https://i.pinimg.com

Serafín Delmar –seudónimo de Reynaldo Bolaños–, hermano de Julián Petrovick, es también uno de los fundadores del Apra y, como él, también era un animador cultural en los años veinte. En 1926 había publicado en Bolivia, en donde estuvo desterrado por sus actividades políticas, El derecho de matar, un libro de cuentos vanguardistas, en coautoría con Magda Portal. Fue también colaborador de Amauta y otras revistas de esos años, donde publica poemas y cuentos. En 1927 es apresado y conducido a la isla San Lorenzo, para ser deportado luego a Cuba acusado de fomentar un “complot comunista”. Al fundarse el partido aprista, en 1930, es elegido miembro del Comité Nacional. En 1932 fue acusado de participar en el atentado contra la vida de Sánchez Cerro en Miraflores, siendo condenado a veinte años de prisión por una corte marcial, sin las adecuadas garantías de defensa.  Al cumplir la mitad de la condena es liberado y opta por viajar a Chile, donde reside hasta su muerte.

En Cuba publica un breve relato: Diario íntimo de un condenado (1940); en Argentina, un libro de narraciones múltiples: Sol: están destruyendo a tus hijos (1941) y la novela: La tierra es el hombre (1942); en Chile, el libro de cuentos Los campesinos y otros condenados (1943).

El “Diario…”, texto evidentemente autobiográfico, incide en el tópico del prisionero político encerrado por sus ideas, tomando como referencia principal su caso. Y pese a la brevedad del texto (11 carillas), aborda la mayor parte de aspectos narrativos relacionados con la prisión de los luchadores políticos. Uno de ellos, el referido a la presentación de las condiciones materiales de la prisión, empieza así:

Ahora estoy en la “jaula” que los “técnicos” construyeron para los condenados sociales. Aquí vivimos 26 hombres, apretados unos a otros, conociéndonos hasta por el olor. Comemos, cocinamos, lavamos, trabajamos en el mismo sitio, queriéndonos y odiándonos muchas veces con ferocidad salvaje. Es que la “jaula” sin sol, asfixia, esteriliza los buenos sentimientos y saca del hombre todo lo malo. La tortura se acrecienta con la radio que chilla 15 horas diarias, y con los hombres que al no saber pensar, meditar; cantan, hablan, gritan, como para olvidarse que están presos. A veces pienso que nadie se transforma y se purifica en el fuego del sufrimiento (Delmar, 1940, pág. 7).

 

Otra preocupación, se plasma en las inevitables reflexiones sobre la condición del preso político y del ser humano en general:

Hay almas superiores que venciendo a la prisión, se han elevado por medio del estudio o del trabajo; otros, vencidos, se han inferiorizado hasta encerrarse en el más absoluto egoísmo, pensando que sólo la sangre cura los males. Ninguna planta buena crece en estos corazones que no conocen el sabor del amor. Cada día me convenzo más que es la cobardía lo que hace que los hombres maten. Al hombre íntegramente valiente le repugna la sangre (1940, pág. 7).

 

A continuación, retomando la tónica de evocación lírica de su niñez, con la que empieza el relato, se vuelca de nuevo a su ser más íntimo:

Estoy en el tercer piso de la “jaula”, gozando del suave silencio que, como la música, acaricia mi piel. Estoy volviendo a ser yo, y mi corazón me lleva a las noches cálidas de mi tierra, donde los murciélagos me hacían soñar con su aleteo vaporoso y embriagante, en cerros de salvaje aspereza y dentados como si hubieran salido del fondo mismo de los volcanes. Cerros azules, ocres, morados, silenciosamente altos. ¡Ay, que soledad inspiraban. Casi subiendo al cielo, imponentes, los miraba levantando la vista hasta que el corazón se me salía en un suspiro. Los cerros altos, y yo tan pequeño! Ni una planta, ni un árbol. Sólo el sol caía de lleno sobre los cerros, y las crestas filudas reflejaban su sombra gigantesca. Yo era un hombre perdido en esta primera edad de la piedra, pero qué satisfecho me sentía. Solo, con mi corazón que palpitaba amor por los cerros que se perdían más allá del cielo, más allá, no sé; pero era feliz en esta soledad que Dante no conoció (1940, pág. 7).

Serafín Delmar c. 1932
Imagen 5. Serafín Delmar c. 1932. Hombre de América (Buenos Aires), núm. 10, 06-1941.

Sol: están destruyendo a tus hijos, es un libro de difícil clasificación, pues Incluye crónicas del levantamiento aprista de Trujillo, relatos desde la prisión, estampas elegíacas provocadas por los trágicos sucesos, además de opiniones y denuncias de la represión. Por su estructura desarmada, sus desproporcionadas descripciones, la excesiva la intromisión del narrador en los hechos, no es libro logrado ni eficaz. Sus mejores momentos son aquellos en que es ganado por su imaginación orientada a hurgar en la naturaleza y sus criaturas.

En La tierra es el hombre, las episódicas presentaciones del presidio se dan en el contexto de una novela que pretende denunciar los abusos que afronta una comunidad andina:

-Ah, comunero. Yo también soy comunero, de la de Chupaca. Tengo de preso ya dos años largos. Me acusan de haber encabezado a los comuneros que se opusieron a que el obispo, por orden de Lima, vendiera las tierras que nuestros antepasados cedieron a la iglesia de Chupaca. Hubo balas y murieron varios comuneros, pero no vendieron la tierra a los hacendados (1942, pág. 88).

 

El caso de Juan Seoane es singular entre quienes escribieron sobre prisiones, pues, a diferencia de los autores mencionados, era un abogado que ejercía el cargo de juez y carecía de ínfulas de escritor. Por otra parte, a diferencia de su hermano, el “Cachorro Manuel Seoane, uno de los principales líderes apristas, él no era un activista político. Sin embargo, pese a ello –o precisamente por esto, como opinan algunos analistas políticos– fue tomado preso y acusado de complicidad del intento de asesinato de Sánchez Cerro, en 1931, y condenado a muerte por haber supuestamente facilitado el arma que se usó contra el dictador. Preso durante cinco años, salió libre por un indulto en el año 1937.

Hombres y rejas, el libro que Seoane escribió a partir de su experiencia en prisión, pretende ser exclusivamente un testimonio de lo que sufrió desde el momento de su condena a muerte hasta su cambio por cadena perpetua. Como todos los que se ocuparon del tema de prisiones, ofrece reflexiones sobre la sociedad y el hombre comprometido, presenta descripciones del lóbrego lugar y cómo se van articulando las relaciones sociales bajo el encierro, y cómo va procesando interiormente la pérdida de libertad y la amenaza de la pena capital que pende sobre él. Por su profesión, muestra de manera solvente el funcionamiento de la maquinaria judicial bajo la dictadura; además, reflexiona sobre la justicia social, el rol del partido aprista, la forma de vida de los políticos de entonces, de manera muy razonable. Todo esto cabe dentro de lo previsible; lo inesperado es que el testimonio alcanza un buen nivel literario porque la historia de las horas y días que vivió esperando su fusilamiento, y las alternativas de su apelación y demandas de indulto, provocan el suspenso propio de una novela. Además, de cuando en cuando sorprende con observaciones propias de un narrador de oficio:

Zapatea el motor entre el rezongo de los otros. Los grupos se han disuelto. Juegan los reflectores y sus luces se alargan sobre la “Puerta Colorada”. Se hiende el vano por la juntura de las hojas en un filo de noche. Arroyo, catarata de calle, y el rosario rodante pasa bajo la puerta “Mala Sombra”. En la rúa asfaltada brillan las luces y chispean sus cascos cabalgaduras impacientes. Camiones con ametralladoras se intercalan a nuestros automóviles. Vamos muy lento. Caballería que precede y escolta. Fuerza de a pie que nos rodea. Se acucia en el camino, se vigila en las sombras. Pero esa noche es noche de silencio y no hay noctívagos (Seoane, 1965, pág. 37).

 

El resultado final es un excelente documento de lo que representó la época represiva durante los gobiernos de Sánchez Cerro y Benavides, con el plus de su inesperada solvencia narrativa, a pesar de sus protestas en contrario.

Armando Bazán, a diferencia de Alegría, de la Mata, Petrovick, Delmar y Seoane, era comunista. Además, aunque escribió novelas, cuentos y ensayos, era fundamentalmente un estudioso de la literatura. Una de sus obras principales es una antología del cuento peruano que circuló a nivel internacional en los años cuarenta.

Su novela Prisiones junto al mar, trata de la vida carcelaria de un grupo de presos políticos recluidos en El Frontón. La obra, si bien se basa en vivencias personales y en la presentación de las condiciones de vida en la isla penal, se encuadra más dentro de los moldes de la ficción tradicional. Sin embargo, por encima de las historias de los presos políticos en la isla penal, de sus contradicciones e incertidumbre respecto a su libertad y su futuro, la obra se sustenta en las reflexiones de un intelectual que aprovecha las circunstancias para dramatizar sus ideas. Tanto el narrador como los principales personajes de la novela, afrontan su situación de manera bastante ecuánime. Podría afirmarse que la novela de Bazán –dentro de la narrativa de la prisión–, comparte con Hombres y rejas, el estatuto de novela sociológica, más que el de las novelas de denuncia política o de introspección psicológica. De allí que sean frecuentes las interpretaciones de los hechos inmediatos o pasados:

Don Augusto Leguía quiso fomentar la industrialización en el país y formar una burguesía moderna, emprendedora para enfrentarla a nuestros recalcitrantes latifundistas. ¿Qué culpa tuvo de que esos hombres a quienes protegía no tuvieran un noble espíritu patriótico, y se dedicaran al lucro, cuando no al robo descarado? Esas gentes eran profesionales jóvenes, abogados, médicos, ingenieros, gente de clase media, en su mayoría. Toda una esperanza. Se hicieron burgueses para vivir a sus anchas, pero no para dirigir empresas de engrandecimiento nacional (Bazán, 1943, pág. 73).

 

Esta presentación de los hechos por el narrador constituía una sugestiva hipótesis sociológica en esos años. Su aporte literario al tema de las prisiones es mucho menor que el de sus opiniones sobre la situación y las ideas de la época.


Imagen 6. https://mlstaticquic-a.akamaihd.net

La novela La trampa, de Magda Portal, no obstante haberse publicado en 1957, se genera luego de su renuncia al Apra, en 1948, partido del que fue militante desde su fundación, razón por la cual sufrió deportaciones, persecuciones y carcelería. Su caso es uno más en que media una larga distancia entre la ocurrencia de los hechos –su carcelería en el Real Felipe y en Santo Tomás ocurre en los años 34 y 35, durante el gobierno de Benavides– la escritura sobre ellos y la fecha de su publicación.

Como intelectual reconocida por sus trabajos poéticos y periodísticos, pero también por su ánimo combativo, decidió deslindar con su partido escribiendo primero un ensayo titulado “¿Quiénes traicionaron al pueblo?”, y, luego, la obra mencionada, en la cual denuncia algunas prácticas del partido que ayudara a surgir y la emprende contra la figura del jefe máximo. Esta se trata de una novela esencialmente política, tanto desde el plano de su intencionalidad narrativa, como por lo que se muestra dentro de ella. Casi podríamos decir que la prisión del protagonista es un telón de fondo de la historia principal. Interesa menos lo que ocurre dentro de la prisión que los sucesos que dieron lugar a su encarcelamiento. La novelista intenta desvelar la impostura de uno de los mitos del partido aprista: el martirologio. Denuncia la manipulación ideológica y la instrumentación de sus miembros, sobre todo de los jóvenes, por parte de la dirigencia:

Parece que cuando las cosas han llegado a su clímax y se avecina un nuevo colapso, los líderes sólo piensan en un recurso: un muerto! Quién? No importa. Hay que buscarlo. Del lado de los otros o del nuestro. Lo que interesa es el argumento truculento de un crimen, que sirva de motivo para encender el comentario callejero. Ya veremos cómo se lo achacamos al enemigo. Por ejemplo, podemos decir que ellos mismos han sacrificado a uno de los suyos para inculpar al partido y pedir nuestra liquidación. I si el muerto es de nuestro lado, decimos lo contrario, que lo mataron por venganza por ser un miembro destacado del partido (Portal, 1957, págs. 59-60).

 

Las circunstancias del asesinato al que es inducido a cometer el “mártir” fabricado por el partido, revelan diversas situaciones acerca de la manera cómo proceden los jerarcas del partido y, sobre todo, el “Jefe”. En su momento, esta denuncia hecha por una figura prominente del Apra, aunque tras el velo de una novela, conmovió los cimientos del partido de Haya de la Torre, y desde entonces quedó signada La trampa por esta característica. Tal vez por eso quedó en un plano muy secundario un hecho novedoso en la narrativa del país: la presencia de un personaje femenino en las acciones políticas, y dentro de una prisión. Magda Portal, por su militancia de antigua data, señala con autoridad muchos de los entretelones y características del partido:

En el partido hay muchos tipos de mujeres. Las mujeres humildes, esposas de obreros, obreras ellas mismas, trabajadoras de fábricas o talleres, o el numeroso gremio de las empleadas domésticas, con labores superiores a las 10 horas de trabajo. Vienen luego las mujeres de la clase media, empleadas de comercio, o funcionarias en las reparticiones del Gobierno, maestras, estudiantes, profesionales pobres. Estas son las auténticas “unionistas”, que se han inscrito en el partido con la esperanza de ser reivindicadas por él en sus aspiraciones económicas. Muchas también, por sus aspiraciones políticas (Portal, pág. 87).

 

En el límite del periodo, se debe considerar a La prisión (1951), de Gustavo Valcárcel. La novela de este autor aborda el tópico de un poeta de arraigada militancia política que escribe sobre una cárcel a partir de su experiencia personal, aunque el suyo es un caso excepcional por la mínima distancia temporal entre su experiencia carcelaria y la publicación en forma de libro. En el extremo opuesto se encuentra El Sexto, de Arguedas, cuya publicación se realizó más de tres décadas después del hecho real.

Valcárcel publicó La prisión al año de ser liberado de su carcelería y ser exilado a México. Él fue tomado preso en 1950 por la dictadura de Odría, debido a sus actividades como militante aprista. Poeta, como muchos de los mencionados a lo largo de este trabajo, también como Ciro Alegría, Serafín Delmar, Magda Portal, va a renunciar al Apra decepcionado principalmente por las claudicaciones de su dirigencia. En su novela, presenta también la vida carcelaria, con gran acierto narrativo. Sus reflexiones, de alto nivel literario, contiene por momentos pasajes narrativos muy bien logrados por la técnica, por la calidad del manejo de la secuencia de los hechos, por las imágenes que utiliza. Algo que llama la atención es que, no obstante las muy las buenas críticas que recibió su novela –y ventas– desde su primera edición, en México, no volvió a escribir novelas.  En el desarrollo de La prisión muestra gran talento narrativo y estar al tanto de la producción de narradores como Faulkner y Joyce, que recién estaban empezando a ser difundidos en nuestro país. En un pasaje, dice:

 

Nos alejamos de la tautología estúpida.

Life’s… a tale.

Told by a idiot, full of sound and fury,

Signifyling nothing

Ya desde Macbeth… Seguimos avanzando a lo largo de las calles de la Ciudad de Piedra, con neblina hiemal bajo su cielo. Quedan atrás los Dédalus y Blooms acriollados. Dublín americano, igualmente muladar de los espíritus (Valcárcel, 1967, pág. 41).

 

Como Arguedas, muestra claramente el enfrentamiento de posiciones entre apristas y comunistas, y no se inhibe de sacar a la luz el desgarramiento interior que supone la falta de libertad y su visceral rechazo a las injusticias. La recreación de su infancia y adolescencia y su vida anterior al encarcelamiento es muy viva, aunque referida al mundo urbano. Como Juan Seoane, demuestra claros conocimientos de los procedimientos judiciales; como Magda Portal, completa familiaridad con la praxis del partido aprista. Hasta podría decirse que tiene algo de cada uno de quienes le antecedieron en la prueba del encierro; lo cual no sería muy aventurado pensar, en tanto que la narrativa en torno a las experiencias carcelarias en los años treinta y cuarenta constituyó un tema recurrente. En tal sentido, no considero exagerado decir que los pasillos y celdas de La Intendencia, El Sexto, El Frontón, eran espacios tan comunes para los políticos como podían serlo las calles, bares y garitos de la ciudad para los escritores bohemios.

Así como la novela de Valcárcel muestra ya influencias que, de alguna manera, lo acercan a las aspiraciones de modernización de los escritores que surgen en la década del cincuenta, El dilema de Krause, de Ciro Alegría, no sigue la línea indigenista que tantos merecidos reconocimientos le trajeron. En esta novela, además de los temas mencionados cuando se trata de prisiones, Alegría empezó la narración con la pintura de un personaje singular: Krause, al que le dedica muchas páginas. Como se trata de una novela inacabada y Alegría no explicitó el plan general de la obra, se especula si Krause sería un personaje importante que se contrastaría a otros, en medio de sucesos épicos, o si se trataría del protagonista de una novela psicológica, a lo Dostoievski. Por lo expuesto en el avance de la novela, también se podría esperar que su autor tuviera la intención de explorar el inicio de la vocación personal de un creador, inscribiendo su texto en el rango de una “narrativa de formación” –o bildungsroman, como la denominan los especialistas.

Lamentablemente, solo son especulaciones, puesto que, también después de publicar El mundo es ancho y ajeno, empezó a escribir otra novela, de signo distinto a las anteriores: Lázaro, que, como El dilema de Krause, dejó inconclusa. Sin embargo, bastan las escasas páginas de “El dilema…” para apreciar su temple de novelista y el correcto diseño del personaje que aparece como su mentor y amigo en esta etapa de su vida. Porque en la narración, Alegría –como alter ego de Celso Arismendi– es un joven que apenas supera los veinte años y, aparte de sus ideas políticas, que aparecen ya definidas, solo ha sido capaz de escribir algunos poemas. Krause, su amigo, de origen alemán y mayor que él, y con mucha experiencia de vida, lo alienta a la escritura de novelas.

Frecuentemente, Krause examinaba también los versos y los esbozos de cuentos que el muchacho hacía. “No hagas versos”, le aconsejaba. “Tú tienes las características del narrador hasta cuando haces versos. Tus cuentos me parecen vacilantes porque estás pensando demasiado en lo que has leído, en los autores del otro lado del mar. Habla de los propios problemas americanos, a tu manera, con tu propia voz. Arizmendi argumentaba: “¿Quieres que renuncie a la herencia europea? Yo creo que el artista americano no deba ni pueda renunciar a ninguna herencia”. Y Krause exaltado: “¡Jamás pensaría eso! La cultura es una sucesión de apropiaciones. Lo único que reclamo es sentimiento americano. Lo hay, aun en los más europeizados de ustedes, y los de allá lo notamos. ¡Qué cosa tremenda es América! ¡Trágica y tónica! ¡Artísticamente, un mundo por descubrir! Métete en una novela, Celso. Dale duro. Lástima que yo no sirva para escritor. El diablo sabe que hubiera sido un gran novelista. Pero tú, Celso, escribe cuanto puedas. Pon en prosa la poesía que tienes y sé lo que debes ser. Un artista es una interrogación abierta frente al tiempo. Acepta tu destino doloroso y cúmplelo. Ya responderán por ti, después de que trabajes, los años. Creo que tú llegarás a ser algo en las letras, mucho quizá (Alegría, 1979, pág. 143).

 

Las décadas que vienen a continuación representan otro momento histórico, nuevos fenómenos sociales y económicos, distintas formas de hacer política, la emergencia de intelectuales de nuevo cuño, aunque de ninguna manera la desaparición de las injusticias, de la represión, de la marginalidad, de la amenaza de cárcel para los cuestionadores del sistema, de los luchadores sociales. En ese contexto saldrán escasas, pero importantes obras que marcarán su época, tanto por la atención a nuevos tipos de reclusión: el reformatorio de menores, la colonia penal en la selva, por ejemplo, como por los distintos tipos de militantes políticos. 


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La etapa de la narrativa de prisiones que sigue a la presentada abarca las décadas del cincuenta al setenta del pasado siglo. En estos años, si bien en algunos casos se incide en la tónica de las novelas de la etapa anterior, como Complot (1965), de Genaro Ledesma Izquieta, El Frontón (1966), de Julio Garrido Malver, y Niebla en la isla (1978) de Edmundo Bendezú Aybar, esencialmente de carácter autobiográfico, ahora surgen obras de características literarias y perspectivas muy diferentes a las de sus predecesores, como Los juegos verdaderos (1968), de Edmundo de los Ríos y Los hijos del orden (1973), de Luis Urteaga Cabrera. En ambas se advierte un tratamiento literario cuidadoso y una gran preocupación por el uso de técnicas narrativas modernas, aunados, por supuesto al tema del recorte de la libertad de sus personajes en nuevos contextos sociales y políticos.

Teniendo en cuenta que la narrativa de las prisiones está íntimamente asociada a las condiciones históricas de una época, la tercera etapa tendría que empezar en la década del ochenta, cuando Sendero Luminoso da inicio a sus acciones armadas y, progresivamente, en una escala cada vez mayor, provoca cambios significativos en la vida social del país. En la narrativa, en general, su incorporación como tema significativo se irá dando de manera incipiente en esta década, para alcanzar una atención creciente, sobre todo en el presente siglo. Pero, a diferencia de las décadas anteriores, el tema de la escritura sobre las prisiones en este contexto es muy limitado, pudiendo rastrearse apenas en algunos relatos. Por ahora.

En síntesis, si bien en las tres etapas, en mayor o menor medida, la escritura de ficciones sobre la prisión está asociada a una postura política, que responde a las condiciones políticas y sociales de cada momento histórico, y al tipo de artistas o intelectuales que encaran el tema, siempre se presenta un acercamiento a la intimidad del ser humano, a su lucha por su libertad personal y la superación de sus errores y limitaciones. Cada uno de los autores señalados pone en juego, pues, sus ideas, sus aspiraciones políticas, sus afanes personales, pero, sobre todo, su condición de ser humano en su derrotero en la vida.

 

Referencias bibliográficas:

  • Alegría, C. (1979). El dilema de Krause. Penitenciaría de Lima: novela póstuma. Lima: Ediciones Varona.
  • Arguedas, J. M. (1980). El Sexto. Lima: Editorial Horizonte.
  • Bazán, A. (1943). Prisiones junto al mar. Buenos Aires: Editorial Claridad.
  • De la Mata, M. (1957). Vagancia. Lima: Talleres Escuela Nueva.
  • Delmar, S. (1940). Diario íntimo de un condenado. La Habana: Arellano y Compañía de Impresiones.
  • Delmar, S. (1941). Sol: están destruyendo a tus hijos. Buenos Aires: Editorial Americalee.
  • Delmar, S. (1942). La tierra es el hombre. Buenos Aires: Editorial Americalee.
  • Delmar, S. (1943). Los campesinos y otros condenados. Santiago de Chile: Editorial Orbe.
  • Petrovick, J. (1944). La isla y los trabajos. Santiago de Chile: Editorial Pacífico.
  • Portal, M. (1957). La trampa. Lima: Ediciones Raíz.
  • Portal, M. (2017). La vida que yo viví. Lima: Casa de la Literatura Peruana.
  • Seoane, J. (1965). Hombres y rejas. Lima: Populibros peruanos.
  • Valcárcel, G. (1967). La prisión. Lima: Editora Paracas.
  • Vallejo, C. (1998). Escalas. En Novelas y cuentos completos. Lima: Ediciones Copé-Petroperú.

 

Cómo citar este artículo:

REYES TARAZONA, Roberto, (2019) “Narrativa desde la prisión”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 41, octubre-diciembre, 2019. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1809&catid=5