La “memoria completa”. Relatos revisionistas del genocidio y acumulación política en la Argentina
¡A todos aquellos que crecimos pidiendo aparición con vida y castigo a los culpables!
La larga gestación del relato revisionista del genocidio
La historia del relato revisionista-negacionista del terrorismo de Estado durante la dictadura es la de un demorado proceso de ocupación de espacios en el campo intelectual por grupos intelectuales, más o menos derechistas, pero decididamente situados más acá de la línea que separa la opción por la impunidad genocida de la defensa de los derechos humanos. También es la historia del agotamiento de una serie de imaginarios políticos que se instalaron en la Argentina en el periodo posdictatorial, así como la paulatina expansión de imaginarios afines a una subjetividad antagónica. ¿Cómo fue el proceso por el cual, desde un consenso condenatorio del terrorismo de Estado y una reivindicación, no exenta de tensiones, de los desaparecidos como víctimas de la represión, terminaran ganando terrenos visiones revisionistas sobre la violencia política de los años 70? Nos referimos a visiones funcionales a una estrategia de deslegitimación de la lucha por el juicio y castigo de los culpables y por la memoria, verdad y justicia. Nos propusimos analizar la relación entre dicho proceso y las líneas generales de la historia política y social del país desde el final de la dictadura hasta nuestros días. En el presente artículo hemos trabajado sobre los siguientes ejes: a) la relación entre los cambios estructurales de la sociedad y los agotamientos y expansión de imaginarios contrapuestos en la formación y crecimiento de una audiencia receptiva de un relato revisionista de la dictadura y el terrorismo de Estado; b) la relación entre el desarrollo y la expansión de distintos espacios políticos de centroderecha y los intentos de elaborar un relato revisionista/negacionista del genocidio; c) el origen y las líneas generales de distintas versiones de un relato revisionista del genocidio por parte de autores y colectivos intelectuales conservadores o centristas. Partimos de la hipótesis primaria de que un lento y complejo cambio de subjetividades, que afecto a una parte de la sociedad argentina, precedió a la elaboración de un relato historiográfico revisionista, de signo reaccionario, y de cierta solidez intelectual. El trabajo de los intelectuales que dieron forma al relato revisionista fue precedido por la acción de actores políticos que pusieron en pie espacios y reagrupamientos, de distinta magnitud, que podían usufructuar como un capital una visión de la violencia antagónica a la desarrollada en los años 70 y 80 por los organismos de derechos humanos y las fuerzas políticas de izquierda y centroizquierda solidarias con la lucha contra la impunidad y por el castigo a todos los culpables.
Imagen 1. Ernesto Sábato le entrega a Raúl Alfonsín el informe CONADEP. Juicio a las juntas e impunidad para el aparato represivo. www.lagaceta.com.ar
Derechos humanos y democracia de baja intensidad
El fin de la dictadura trajo la paradoja de que en la Argentina en la que se juzgaba a los comandantes de las juntas golpistas, a la vez se impulsaba una política tendiente a preservar el aparato represivo no juzgando al grueso de los cuadros de las fuerzas armadas y de seguridad.[1] Esta política se coronó con las leyes de impunidad (Punto Final, 1986 y Obediencia Debida, 1987) del gobierno de Raúl Alfonsín, y luego por el indulto a los comandantes, junto a algunos dirigentes guerrilleros, por el gobierno de Carlos Saúl Menem en 1990. El correlato ideológico de esta legislación fue la denominada “teoría de los dos demonios”. Desde el campo de los movimientos de derechos humanos, se denominó de esa forma a un discurso elaborado por el gobierno alfonsinista y sus aliados intelectuales y periodísticos, consistente en interpretar el fenómeno de la violencia de los años 70 como la acción de minorías ultras de signos opuestos. Según esta “teoría”, la violencia insurgente, de la cual nunca se analizaban sus causas estructurales, había contribuido a debilitar el sistema democrático, legitimando la necesidad de una dictadura que aplastara a las organizaciones armadas. Dentro de esa perspectiva se condenaba la violencia ilegal de la represión bajo la dictadura (“terrorismo de Estado”), pero se insistía en la idea que la insurgencia de izquierda, y la militancia radicalizada en general, habían tenido mucha responsabilidad en la generación del clima que llevó al golpe de marzo de 1976. La violencia guerrillera había provisto del “pretexto” para la solución dictatorial. Se trataba de un discurso macartista que tendía a estigmatizar los reclamos políticos y sociales, e incluso cualquier cuestionamiento serio, a la “democracia recuperada” que no debía volver a ser víctima de la irresponsabilidad de la “izquierda loca”. El mensaje era claro. En la Argentina de la democracia de baja intensidad no había lugar para quienes quisieran cuestionar los equilibrios políticos y sociales hegemónicos.
Desde el campo de los organismos de Derechos Humanos, la izquierda marxista, los sectores consecuentes de la centroizquierda del peronismo, del radicalismo, etc. se desarrolló una visión alternativa a “la teoría de los dos demonios” como versión canónica elaborada desde el poder hegemónico. Las líneas generales de la contra versión militante antimpunidad de los años de la dictadura se basaba en los siguientes presupuestos y enunciados: a) la represión fue un plan genocida sistemático destinado a la supresión física de la militancia política y social combativa para imponer un plan de reconversión capitalista regresiva (“¡No hubo errores, no hubo excesos!”); b) la asimetría y no equiparación entre el terrorismo y Estado y la violencia de las organizaciones armadas (“No hubo dos demonios”); c) la reivindicación de la militancia de los desaparecidos (“Algo habían hecho”); d) el esclarecimiento de la situación de los desaparecidos (“aparición con vida”); d) el juicio y castigo a los cuadros medios y bajos de la represión (“castigo a todos los culpables”); e) restitución de los niños secuestrados (política de la identidad). Con sectarismos, contradicciones, limitaciones y hasta desfasajes, este fue el arsenal teórico con el que se enfrentó a la verdad oficial sobre el genocidio en la Argentina de la democracia de baja intensidad y a la política de impunidad de sus gobiernos.
No obstante nuestra evaluación crítica del relato oficial de la Argentina posdictadura sobre el genocidio, a los efectos del tema que nos ocupa en estas páginas, es bueno resaltar que la “teoría de los dos demonios” marcó el non plus ultra de cualquier intento, con un mínimo de representatividad, de reivindicación de la represión ilegal en el decenio que siguió al fin de la dictadura. Señalemos como dato representativo de esta tendencia que, en diciembre de 1983, la ley de autoamnistía dictada por la dictadura fue derogada casi por unanimidad en el parlamento nacional.[2] De hecho, en los años 80 la defensa abierta del genocidio y su metodología se restringió a acotados espacios de extrema derecha. No fue ajeno a este hecho cierta debilidad intelectual que caracterizó siempre a la derecha liberal y, un poco menos, a la de tipo fascistoide en la Argentina moderna. Los únicos libros y publicaciones que intentaron defender abiertamente la “guerra sucia” en los primeros años 80 fueron escritos por represores, como el general Camps, periodistas e historiadores comprometidos con la dictadura como Armando Alonso Piñeiro (1980a; 1980b), y abogados conservadores, incluyendo a defensores judiciales de los comandantes golpistas. El ámbito donde se leían estos libros eran círculos de militares, grupos de católicos preconciliares y pequeños colectivos como FAMUS (Familiares de Muertos por la Subversión) que celebraban misas por las víctimas del terrorismo.[3] Una modesta cultura revanchista filocastrense con límites bien precisos. Podríamos agregar a algunos grupos de la extrema derecha peronista, pero con ciertas tensiones. La ultraderecha peronista reivindicaba la represión a la guerrilla por las fuerzas armadas y de seguridad, dispuesta por decreto ley del gobierno peronista de Isabel Martínez, pero criticaban el golpe de estado que derrocó a dicho gobierno.[4]
Imagen 2. El comisario Alberto Villar. “Protomártir” de la Argentina fascistoide. www.infobae.com
Luego de la hiperinflación y el fin abrupto del primer gobierno constitucional en medio de saqueos de supermercados, llegó el gobierno de derecha “populista” de Carlos Menem (1989), que indultaría a las juntas militares y promovería un discreto arrumbamiento del discurso pro derechos humanos de la década anterior. En los desangelados años 90, la reconversión neoliberal y el momento ideológico de la “muerte de las ideologías” generó una atmósfera escéptica que permitió cierta emergencia de algunas voces que proponían “revisar” el pasado con “criterio ecuánime”. Empezó a escucharse la expresión “los derechos humanos tuertos”, como se denominaba a la negativa de los sectores más consecuentes del movimiento de derechos humanos de equiparar el terrorismo de Estado con la violencia guerrillera. Pasó a ser no tan infrecuente ver en la televisión a algunos referentes de cierta protonueva derecha “antipolítica”, tirando dardos contra los defensores “politizados” de los derechos humanos. Un ejemplo temprano, y bastante olvidado, de una presencia audiovisual a favor de la impunidad en la televisión de aire fue el ciclo Cartas al programa (1990), conducido por el periodista ultra católico y exfuncionario de la dictadura, Carlos Manuel Acuña. En dicho ciclo, emitido por Canal 2 de La Plata, se comenzaron escuchar los lugares comunes de lo que, con el tiempo, se conocería como “memoria completa”. Llamó la atención la inclusión en dicho ciclo de un video realizado por un colectivo orientado por el abogado de represores Florencio Varela, defiendo la represión ilegal con los típicos argumentos exhibidos en su momento por los propagandistas de la dictadura.[5] En un plano, si se quiere menos militante, quedó como icono de dicha atmósfera la imagen de la reaccionaria y clerical presidenta de la Liga de Amas de Casa, Lita de Lázzari, diciendo, desde la pantalla de la TV pública, que no había que pagar indemnizaciones a los parientes de desaparecidos porque muchos estaban vivos en Europa tomando sol en una playa.[6] En la televisión bizarra de los años del menemismo un programa sensacionalista, con formato de talk show, como Mediodía con Mauro, Canal 2 y luego TV pública, llegó a incluir entre sus columnistas a uno de los represores más sanguinarios de los años de plomo. El “turco” Julián, urgido por apremios económicos, se prestó para hacer el papel de punchimbal en dicho programa, siendo noqueado en cámara por familiares de desaparecidos y por algunos personajes mediáticos. En el noticiero Telenoche (Canal 13) este mismo sujeto, beneficiado por la impunidad a los efectos de la Ley de Obediencia Debida, llegó a contar con lujo de detalles cómo había torturado a discapacitados motrices.[7] Pero hasta acá seguimos en el terreno de expresiones panfletarias y de poco vuelo y maniobras sensacionalistas baratas, más que de un relato estructurado. Todavía no se habían encontrado las coordenadas mayores que confirieran una legitimidad mayor para la instalación de un discurso revisionista del terrorismo de Estado.
Imagen 3. Portada del libro Crónica de la subversión en la Argentina, de Armando Alonso Piñero.
Desarrollos políticos de derecha y revisionismos tempranos
Mientras en el área de la comunicación se vivían estas transiciones parciales y ambiguas, en la esfera política se asistía al ascenso y posterior declive de algunos espacios partidarios que incluirían en sus planteos programáticos, en sus estrategias discursivas y en sus rasgos identitarios, elementos de una visión revisionista sobre la violencia y la represión de los años 70. Pasemos revista a distintos casos:
a) El fenómeno carapintada y el MODIN
La emergencia del movimiento golpista carapintada, que protagonizó varios levantamientos militares (1987, 2 veces en 1988 y 1990), para conseguir el cierre de los juicios por violación a los derechos humanos, marcó un punto bisagra en el proceso político argentino. En lo concerniente al tema que nos ocupa, el carapintadismo hizo ganar un poco más de visibilidad, pero no forzosamente mayor consenso, a los sectores que reivindicaban la represión ilegal. Luego del movimiento de Semana Santa de 1987 los dirigentes de este movimiento castrense adquirían notoriedad mediática y luego política. El teniente coronel Aldo Rico, que encabezó el levantamiento de la guarnición de Campo de Mayo y el coronel Mohamed Alí Seineldín, que inspiró en las sombras los primeros motines carapintadas y lideró los dos últimos (diciembre de 1988 y 3 de diciembre de 1990). En 1988 Aldo Rico, dado de baja del ejército, fundó un partido político denominado MODIN (Movimiento por la Dignidad Nacional).[8] El núcleo original de este partido estuvo formado por exmilitares y miembros de fuerzas de seguridad. Pero en los comienzos de la década del 90, esta fuerza comenzó a concitar cierto interés en distintos sectores desilusionados de los partidos mayoritarios. Punteros de la derecha peronista, burócratas sindicales, agrupaciones de jubilados, etc., encontraron atractiva esta agrupación que incluía algunas consignas del peronismo histórico y que pretendía provenir de afuera del sistema “partidocrático”. De pronto surgía una agrupación que se definía como nacionalista antientrega, con cierta tendencia a la demagogia social y concediéndole algún espacio en su discurso a otro tema que comenzaba a instalarse en la sociedad argentina: la inseguridad y la lucha contra la delincuencia. Claro está que también el MODIN fundacional incluía en su plataforma la “reivindicación de la lucha contra la subversión”. No obstante, es sugestivo el hecho de que cuando el MODIN comenzó a cosechar algunos resultados electorales alentadores decidió cambiar su consigna primigenia a “reconsideración de la lucha contra la subversión”. Más adelante Rico llegaría a definir a su partido como de “centroizquierda” y a reducir su viejo discurso carapintada militante a un llamado a la “reconciliación nacional”. Posiciones estas últimas que provocaron la escisión de un ala dura de su partido en 1995 (MODIN, Azul y Blanco). La posibilidad de captar votos en los desangelados años del menemismo terminó obligando a flexibilizar el discurso milico duro prorepresión, que no era funcional a una acumulación política de gran envergadura en el conurbano bonaerense, donde la agrupación de Rico había tenido sus resultados más interesantes. Algunos trabajos de campo, basados en entrevistas a adherentes del riquismo, arriban a la conclusión de que el principal atractivo del MODIN se basó en una cierta aureola nacionalista (“recuperar la dignidad”), que atraía a votantes desencantados por el peronismo en la era Menem. Todo esto al margen de que la simpatía por algún discurso xenófobo y de mano dura contra la delincuencia también se hacía presente en algunos de dichos testeos.[9] Luego del declinar del MODIN como espacio partidario, Rico y sus fieles se incorporarían al espacio del peronismo bonaerense como una referencia territorial muy específica. El ex militar golpista fue elegido intendente del partido de San Miguel, cercano a la guarnición de Plaza de Mayo, con un núcleo duro de votantes de barrios militares.
Imagen 4. Aldo Rico y sus muchachos. http://socompa.info
Imagen 5. Del golpismo a la boleta electoral. www.pinterest.com
Mucho más modesta fue la trayectoria de las fuerzas políticas que reconocieron el liderazgo del otro dirigente histórico carapintada. El “turco” Mohamed Alí Seineldín, integrista católico de vieja cepa y antisemita apenas disimulado, nunca tuvo mucho éxito en sus emprendimientos electorales. En 1995 fundó, junto a otros líderes carapintadas, como Gustavo Breide Obeid, el Partido de la Reconstrucción Popular, que se definía como nacionalista católico, defensor de la familia, antiabortista y homofóbico. En el plano programático se declaraba contrario a las políticas neoliberales, contra el pago de la deuda externa y partidario del federalismo. El PRP reivindicaba a la represión ilegal, a la que denominaba “guerra patriótica”, en el mismo nivel que la guerra de Malvinas. Los resultados electorales que alcanzó el PRP fueron modestísimos. Con el tiempo sus adherentes se fueron diluyendo en el espacio del peronismo bonaerense en el ala duhaldista. Actualmente, existe como un sello partidario que reconoce como dirigente al excapitán Guillermo Breide Obeid, que suplantó a Seineldín, muerto en 2009. Durante la crisis de 2001 algunos grupos residuales del seineldismo formaron agrupaciones minúsculas como Patria y Pueblo, integrada por supuestos excombatientes de Malvinas, algunos punteros villeros provenientes de la derecha peronista y adolescentes fans de grupos de heavy metal y skinheads (El Clarín, 2001). Más recientemente, Seineldín ha sido reivindicado como un referente por el minúsculo partido neonazi Bandera Vecinal (Rebautizado Frente Patriótico en 2019), liderado por el antisemita Alejandro Biondini e integrado, hasta hace poco, como un aliado inmostrable, en el espacio del macrismo.
Imagen 6. Mohamed Alí Seineldín. Golpismo y reivindicación del terrorismo de Estado. www.lavoz.com.ar
b) El fenómeno Patti: mano dura para el presente y olvido para el pasado
En la segunda mitad de los años 90 terminaría de tomar forma un fenómeno que terminaría relacionándose con el discurso negacionista de la represión y que maduraría en el tercer milenio: la instalación de la “inseguridad” como un campo temático en la opinión pública argentina. En un país donde los barrios de clase media se empezaban a llenar de garitas y custodios particulares, comenzaron a darse las condiciones para que el discurso de la reivindicación de la mano dura, de ahora y de antes, ampliara su audiencia receptiva. Principalmente en el ámbito de una nueva clase media alta, ganadora de la reconversión de los 90, pero también en sectores un poco más abajo en la estructura social, que serían ganados por la ideología del “segurismo”.[10] El discurso de la “mano dura” y contra la “justicia garantista que le concede derechos a los delincuentes” se iría fusionando con la estigmatización de la lucha de los movimientos de derechos humanos, en especial los que denunciaban la persistencia posdictatorial de violencia para policial. A fines de los 90 este discurso sería enarbolado por una centroderecha más abiertamente nostálgica de la dictadura, que se presentaba como adalid de los ciudadanos comunes que querían trabajar y vivir en paz. De esta manera se instauró una cierta estructura del sentimiento en el cual, el reclamo por el endurecimiento de las penas a delincuentes, por cambios en el código procesal o por la baja de la imputabilidad comenzó a asociarse con el llamado a mirar para adelante y a dejar de “demonizar a las fuerzas armadas y de seguridad”. Periodistas reaccionarios como Bernardo Neustadt empezaron a reclamar desde sus espacios mediáticos el establecimiento de la “pena de muerte” y a promover actos de homenajes a policías muertos por delincuentes. Estos adalides del micrófono aprovechaban estas instancias para formular la pregunta retórica, y previsible, de ¿por qué la muerte de un policía no suscitaba ningún reclamo de parte de los organismos de derechos humanos?
Un temprano indicio de cómo la ideología del segurismo/antigarantista y justificadora de la violencia policial crecía entre los sectores medios se dio alrededor del procesamiento al comisario de Pilar, Luis Abelardo Patti. Este hombre, con una larga foja de servicios como represor durante el gobierno de Isabel Martínez y la dictadura genocida, fue procesado en 1990 acusado de apremios ilegales a un detenido. Grupúsculos de ultraderecha hicieron punta asumiendo su defensa en público. Pronto se sumarían cámaras empresariales y de comercio locales y grupos de vecinos de exclusivas localidades del norte bonaerense, presentando petitorios pidiendo la reincorporación de Patti al servicio activo.[11] Luego de varias peripecias por el estilo, Patti abandonaría la policía en 1993 y se dedicaría a la política levantando un discurso favorable a la mano dura, lateralmente reivindicador del terrorismo de Estado, pro clerical y homófobo, pero sin el componente “nacionalista” de las agrupaciones carapintadas. En 1995 se presentó como candidato a intendente en la localidad de Escobar, siendo elegido por un amplio margen (73%). Su gestión a cargo de este municipio incluyó algunos aspectos rocambolescos como la institución de guarda plazas, munidos de una especie de bastón de mando que debían ocuparse de expulsar a las parejas que fueran sorprendidas besándose. Siendo intendente, Patti irrumpió en operativos policiales, que estaban siendo cubiertos por los noticieros de la TV, munido de chaleco antibalas y pidiendo ser incorporado al procedimiento. Esta emergencia de una nueva derecha nostálgica del terrorismo de Estado encontró su campo más propicio en ese entonces, en localidades donde el voto de las clases media y alta definían los comicios. Sus principales bastiones fueron Escobar y la vecina localidad de Pilar, un bastión tradicional de la derecha del interior bonaerense. En 1998 fundó el PAUFE (Partido de Unidad Federal) con presencia en toda la provincia. Como candidato a gobernador bonaerense en 1999, Patti cosechó resultados relativamente modestos (7,7% de los votos). En cambio, le iría mejor en cosechar votos para cargos legislativos. En las elecciones de 2003 alcanzó el 12% de los votos para legisladores nacionales y se convirtió en la segunda fuerza provincial (El Día, 1999; Piqué, 2003; Sáenz, 2006).[12] Quedó como icono de aquel momento de gloria la ex diputada Mirta Pérez, madre de un niño asesinado por delincuentes comunes, militante del Partido Unión Federal, polemizando en la televisión contra la “izquierda que quiere que los asesinos anden sueltos” y justificando el terrorismo de Estado en los años de la dictadura con el argumento de que “impidió que fuéramos otra Colombia”. En los primeros años del kirchnerismo, el “pattismo” comenzó a retroceder electoralmente, aparte de sufrir varias rupturas faccionales. Con los años, luego de la condena judicial a Patti, esta corriente se diluiría en el espacio del peronismo antikirchnerista y en el emergente macrismo del PRO.[13]
Imagen 7. Patti, la mano dura con votos. www.cels.org.ar
Imagen 8. Mirta Pérez. Dolor personal y reclamo de pena de muerte. www.facebook.com
¿Cuál es el balance que puede hacerse del pattismo como fenómeno político y electoral? Sin duda tuvo contornos políticos e ideológicos más precisos que el caso el MODIN. El PAUFE atrajo y articuló a un voto tradicional de derecha en la provincia de Buenos Aires al que le sumó, en algunas categorías electorales, a contingentes de votantes lábiles de los partidos mayoritarios seducidos por el discurso de la mano dura y la vuelta al orden. Si bien no logró sobrevivir al decenio de vida no fue un episodio meramente anecdótico en la política del distrito electoral más grande del país. La reivindicación de un discurso revisionista sobre el terrorismo de Estado fue más explícita y más sostenida que en el caso del partido fundado por los militares golpistas. También lo fue la articulación de los tópicos reivindicación de la represión/mano dura a la delincuencia (pasado/presente). En la Argentina de vísperas de la crisis de 2001 existía ya un cierto público de potenciales lectores de un relato histórico “revisionista” de la represión ilegal. Pero seguían faltando las plumas capaces de escribir dicho relato con una cierta entidad intelectual.
c) El caso de Bussi y Fuerza Republicana en el marco regional tucumano
Un caso de acumulación política por derecha que involucraba la memoria del genocidio, pero en un contexto diferente al de Patti en Buenos Aires se dio alrededor del partido Fuerza Republicana en Tucumán. Esta fuerza política fue fundada en 1988 por el ex gobernador de facto y genocida, Antonio Domingo Bussi. Este represor organizó su partido sobre la base de algunos viejos núcleos políticos de la derecha provincial, pero sumando también a sectores escindidos del peronismo y el radicalismo tucumanos. A caballo de una crisis económica que afectaba a la economía azucarera regional, y que llevó al pago de sueldos en el área estatal con moneda-basura (bonos), Bussi redoró sus blasones como gobernador, que habían “reconstruido” la economía provincial después de haber ganado una “guerra sucia”. Fuerza Republicana también utilizó como capital político la reivindicación de la represión ilegal que rendía algún rédito en la provincia, aun entre sectores populares. Los partidarios de Bussi supieron agitar bien una cierta memoria local de la provincia que le ganó la guerra a los “fule” (subversivos), traidores a la patria que se habían atrevido “a profanar el Jardín de la República, cuna de la independencia”. En los actos políticos que realizaba este infame represor, que llegó a matar prisioneros a golpes, gente vestida con ropa de fajina se cuadraba frente a él le hacia la venia mientras cantaba la marcha de San Lorenzo. Otros sostenían pedazos de diarios viejos con noticias de ataques guerrilleros a guarniciones militares frente a las cámaras de la televisión.
Parte de la base social del bussismo provenía de sectores populares de una economía regional golpeada. Gente que buscaba una salida laboral en el empleo público o ingresando a las filas de las fuerzas de seguridad provincial. Según cierta percepción subjetiva, pero no tanto, Tucumán siempre fue una provincia donde buena parte de la plebe estaba relacionada con “taqueros y milicos” por parentesco, vecindad o relación de compadrazgo. En la provincia funcionaba desde mediados de la década del 80 el Comando Atila, un escuadrón de la muerte de la policía provincial, formado por ex represores de los años 70, que protagonizaron sonados casos de gatillo fácil contra algunos celebres clanes de delincuentes tucumanos (Los Gardelito). Amén de -¡faltaba más!- actuar como asesinos a sueldo de estancieros y empresarios en sus ratos libres. Este grupo fue uno de los pilares alrededor del cual se fue formando Fuerza Republicana como partido provincial. Durante los gobiernos justicialistas de José Domato (1987-1991) y Ramón “Palito” Ortega (1991-1995) el Comando Atila promovió varios acuartelamientos policiales, sumando incluso a la gendarmería, reclamando mejores sueldos para la policía y exigiendo a las autoridades provinciales el cierre de juicios por muertes y apremios ilegales (Bruschtein, 2008).
Imagen 9. Bussi con Videla en sus tiempos de gloria. https://elpais.com
La cabeza visible de estos comandos para policiales fue Mario Oscar “Malevo” Ferreyra, un comisario con un montón de causas de gatillo fácil y un pasado como represor genocida del que siempre hizo alarde. A raíz de su destitución de la policía en 1991, acusado de haber fusilado de manera ilegal a un grupo de delincuentes, Ferreyra se convirtió en un icono mediático de la política provincial. Así comenzó a mostrarse en público con revólveres a la cintura y con un sombrero panamá, siempre rodeados por policías y ex policías, que constituían su guardia pretoriana de “compadres”. Ferreyra solía definirse como un admirador de los grandes prohombres tucumanos que habían luchado en la guerra de la independencia y las luchas de unitarios contra federales. En sendos reportajes contó sus duelos personales, arma en mano, contra guerrilleros al estilo película de cowboys. Para que tanto alarde de virilidad fuera completo, las revistas sensacionalistas divulgaban su fama de donjuán que disponía de un harén de mujeres jóvenes rendidas ante sus virtudes de macho alfa. Esta versión “tucumaya” del general Patton también supo fusionar su trayectoria de “patriota contra insurgente” con la de policía eficiente por medio de la mano dura. Expresada en la clásica frase de la “sabiduría popular” provinciana: “cuando el Malevo dirigía la policía no había ni un robo, ni un secuestro”. De la misma manera, muchos de sus defensores traían a colación que, antes de ser separado de la policía, Ferreyra había realizado fuertes denuncias de corrupción contra altos mandos de la policía provincial. Grupos bailanteros y de folklore componían canciones en su honor (Camps, 2008).
Icono de una subjetividad regional de cierta solidez, el Malevo apostó a magnificar su figura por medio de una exposición mediática basada en una espectacularidad bien calculada. Lo cual se puso en evidencia en el famoso incidente en que abandonó el edificio de los tribunales en los que estaba declarando con una granada en la mano, entre aplausos de adherentes y la complicidad policial que le permitió fugarse. La misma espectacularidad que, un par de meses después, rodeó su arresto en un paraje rural. Ferreyra sería indultado por su protector político, Antonio Bussi, llegado al gobierno provincial en 1995. El represor que ganó la “guerra sucia” y el policía de “gatillo fácil”, reflejaba la funcionalidad de determinados capitales intelectuales y simbólicos cada vez más íntimamente relacionados. Fiel hasta el final a su estilo mediático, Ferreyra se suicidaría en 2008 frente a las cámaras de televisión acorralado por varios procesos por violación de derechos humanos que se le habían entablado luego de la reapertura de los procesos de lesa humanidad (La Nación, 2008).
Como es obvio el impacto de Fuerza Republicana, en su potencial político electoral, no puede ser evaluado fuera del contexto regional.[14] En su ascenso y caída se aúnan una memoria local de la “guerra contra insurgente” que dividió a la sociedad provincial en dos, el desencanto con los gobiernos provinciales posdictatoriales y una crisis social regional que llevaba a amplios sectores sociales a leer la realidad desde coordenadas distintas a las que primaban en el conjunto del país. No obstante estos límites concretos y muy claros, no puede pasarse por alto que el fenómeno del bussismo representó el ascenso y la representatividad electoral de una fuerza que, tanto en su campo simbólico, en sus rasgos identitarios y en sus estrategias discursivas, expresaba una valorización positiva explícita del terrorismo de Estado. En mayor medida aun que los otros casos que estudiamos. Bussi y Ferreyra representaban iconos del pasado autoritario y represivo de forma más descarnada que Rico o Patti. Eran los iconos de cierta “Argentina profunda” que consideraba al genocidio como una guerra justa. Como los adalides de cierto “orgullo milico y botón”. Como guardianes de una memoria que el país oficial posterior a 1983 había encubierto y deformado y que comenzaba a reclamar su lugar en el panteón de los supuestos hacedores de la patria.
Imagen 10. Malevo Ferreyra. Guerra sucia y mano dura. www.contextotucuman.com
El fenómeno Blumberg. Segurísimo y revisionismo
Diciembre de 2001 tuvo como consecuencia una crisis general de las representaciones, a la vez que generó un proceso de movilización popular y participación que puso al país en estado de asamblea durante varios meses. Esta “primavera democrática” marcó un límite al imaginario neoliberal que se había instalado en los años 90. El país en el cual la “gente” había sustituido al “pueblo” dejaba paso al país del “que se vayan todos”. ¿Se trataba de dos escenarios radicalmente distintos? Proponemos leer al estallido del 19 y 20 como un punto de inflexión que obligó a replantear los equilibrios interclasistas en la sociedad, las relaciones entre el poder político y las distintas fracciones de las clases dominantes y a repensar el régimen político consolidado desde una década larga atrás (De Lucia, 2002). Por debajo de estos procesos ciertas tendencias en la subjetividad social que se habían instalado en la década anterior seguirían conservando representatividad. En relación al tema que nos ocupa debemos destacar como un episodio saliente la derogación de las leyes de impunidad (2003), la reapertura de juicio y la renovada vigencia del movimiento de derechos humanos durante el primer kirchnerismo. Volveremos sobre este tema más adelante. Ahora nos interesa analizar un fenómeno puntual producido en esos años que permite observar cierta yuxtaposición de lo viejo y lo nuevo en la Argentina de comienzos del tercer milenio.
Un episodio que ilustra con claridad la estrecha la relación que, desde hacía una década larga, se venía estableciendo entre la expansión de la ideología de la lucha contra la inseguridad y la ampliación de una audiencia receptiva al discurso revisionista de la represión fue el llamado “fenómeno Blumberg”. En marzo de 2004 el joven Axel Blumberg fue secuestrado y asesinado por una banda de delincuentes que actuaban en la zona norte del gran Buenos Aires. Su padre, el empresario textil Juan Carlos Blumberg, ganó notoriedad mediática por este hecho y pronto se convirtió en el inspirador de un movimiento de opinión que proponía reformas al código penal y el endurecimiento de las penas. Entre abril y agosto de dicho año “el ingeniero” Blumberg presidió multitudinarias concentraciones en la Plaza del Congreso. Según las apreciaciones más serias, 150.000 personas en la primera de estas movilizaciones. Mucha clase media vociferante, pero también gente más humilde. No faltaron incluso en estas marchas cierta presencia, un tanto oportunista, de partidos de izquierda con banderas partidarias. Presencia que solo cosechó insultos y denuestos de parte de los “ejemplares” ciudadanos “apolíticos” que formaban mayoría. El padre del pobre Axel se fue convirtiendo en el icono de una supuesta mayoría, para nada silenciosa, de gente que reclamaba “soluciones en vez de problemas”. En principio sin salirse de la corrección política. Cuando en una de estas marchas algún grupito de entusiasmados empezó a pedir “pena de muerte”, Blumberg desde la tribuna los llamó al orden y les dijo que todos los cambios que se promovieran tenían que ser dentro del marco de la ley y la constitución. Los masivos petitorios presentados por esta corriente de opinión ante el Congreso de la Nación, derivó en una reforma legislativa (Ley 25.886 o Ley Blumberg) en el área penal (endurecimiento de penas, mayor rigidez del sistema de salidas transitorias, cambios en el código procesal, registro de celulares, etc.). Reforma que, al juzgar por las estadísticas, no parecen haber tenido el efecto esperado por sus inspiradores: garantizar la mayor seguridad de la población frente a la delincuencia.
Imagen 11. El “Ingenieri” Blumberg. Antigarantismo y nostalgia del orden perdido. www.elciudadanogba.com
Al producirse las masivas movilizaciones promovidas por Blumberg, varios políticos de centroderecha captaron el filón que ofrecía este movimiento de “ciudadanos comunes” cansados de ideologismos y otras yerbas… y que, palabras más palabras menos, querían mano dura contra los delincuentes. Blumberg, que alguna vez se definió políticamente como “más de centroizquierda que de centroderecha”, comenzó a sopesar sus posibilidades electorales. Con el tiempo comenzó a hacer gestos de potencial candidato derechoso qualunquista y antigarantista que lo fueron vampirizando de a poco. Con el tiempo, el culto y sensato ingeniero llegó a hacer declaraciones justificando el accionar policial en un tristemente caso de gatillo fácil (caso Bordón) y a sostener, muy suelto de cuerpo, que en la Argentina hacía falta establecer un sistema de voto calificado.[15] Pese a todo lo anterior es bueno aclarar que Blumberg fue cuidadoso y evitó pronunciarse a favor de la reivindicación de la represión ilegal mientras comenzaba a hacer negocios políticos con sus apologistas. En 2007, cuando ya las movilizaciones masivas eran un recuerdo, Blumberg fue candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires por el Frente Vamos Juntos consiguiendo solo un 1,26 % de los votos. Este conglomerado electoral contó con el apoyo de personajes como Bernardo Neustadt, la activista proimpunidad Cecilia Pando, nuestro ya conocido Luis Abelardo Patti; un viejo lobo del periodismo conservador como Julio Ramos, director del diario Ámbito financiero; y por un ascendente Mauricio Macri, en vísperas de llegar a la jefatura del gobierno porteño. Tengamos en cuenta que, aparte de haber sido impulsado por tamaña “claque”, Blumberg se presentó como candidato a la gobernación apoyando la candidatura a la presidencia de la nación de Jorge Sobisch, gobernador de Neuquén. Ese mismo año el mandatario patagónico vio eclipsada su carrera política debido a la muerte del docente Carlos Fuentealba, en una manifestación gremial reprimida por la policía de esa provincia. La estrella política de Blumberg se iría apagando no sin antes protagonizar un episodio rocambolesco, como fue la revelación de que este ciudadano ejemplar, que se presentaba siempre públicamente como ingeniero, nunca había cursado estudios superiores.
Imagen 12. Karina Mujica. Memoria completa y “nivel VIP”. https://spineoff.blogspot.com
Mirado a la distancia, el fenómeno Blumberg puede ser leído como un episodio político efímero que tuvo su impacto mediático y en las calles, pero que no llegó a tener un correlato semejante en las urnas. Mirado en sus tendencias profundas, es toda una radiografía de ese ya típico movimiento reflejo que hace que la repercusión y utilización de casos de delincuencia común, puedan ser funcionales a una acumulación política por derecha. Pero también es un llamado de atención ante cualquier lectura demasiado unilateral de estos procesos. Un recordatorio que, tanto los alcances como los límites de estas iniciativas están condicionados por el contexto general en que se producen. Se da la paradoja que la cantidad de personas interpeladas por el discurso blumbergista, excedió el universo clásico de los votantes de centroderecha, pero sin lograr traducir esa interpelación exitosa en términos electorales. Siendo en ese sentido muchos menos exitoso que los otros procesos de acumulación de parecido tenor que hemos venido reseñando. Sin duda se trataba de dos momentos distintos. La Argentina de los indultos había dejado paso a la Argentina de la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad. Después de la crisis de 2001 la agenda electoral de los votantes a mediados de la primera década del tercer milenio no era la de unos pocos años antes. Durante el primer kirchnerismo se reconstruyó parcialmente cierto imaginario populista, no clasista, en donde lo reivindicativo había recuperado alguna vigencia. Eso incluyó también la recuperación de algunas ideas-eje de los años 80 incluyendo un cierto rechazo al terrorismo del estado. Lo anterior no quiere decir que la ideología del segurismo de la mano dura hubiera retrocedido, sino que, en esos años, no representaba un capital electoral tan rentable. Pese a su poco éxito en las urnas el incidente Blumberg habla de la persistencia de una determinada forma de leer la realidad con la que se sentía representada una parte importante de la sociedad. Una parte que, si no era mayoría, tampoco era silenciosa. El esquema que asociaba mano dura para el presente, junto a la revisión del pasado, estaba más que instalado. El incidente Blumberg aportó un elemento original a este arsenal ideológico instalando la noción de “antigarantismo”, como pasó a denominarse, de manera indiferenciada, a la legislación que tutelaba los derechos y garantías de las personas procesadas y a los sectores de la justicia identificados con su defensa. No se trataba de un concepto desconocido, pero es en estos años del primer kirchnerismo que comienza a ganar una centralidad inédita. Según la perspectiva de los defensores de la mano dura el garantismo, representaba en la Argentina posdictadura un perverso dispositivo que garantizaba la impunidad de los delincuentes y determinaba la indefensión de los ciudadanos comunes. De la misma manera que antes de 1976 la “permisividad” de los gobiernos democráticos había facilitado la violencia insurgente Mientras tanto los grupos de decisión que podrían usufructuar políticamente esa forma de leer la realidad seguían esperando su hora.
La “Memoria completa” de la nueva derecha
La era kirchnerista marcó el comienzo de una experiencia reformista, relativamente progresista, con apoyo popular. El tema de los derechos humanos se reinstalaba y alcanzaba una mayor madurez y profundidad que en los años 80. En el revival de los derechos humanos en la Argentina del tercer milenio ganó un mayor consenso la reivindicación de los militancia de los 70 incluyendo las organizaciones armadas. Proceso que se relaciona con la consolidación de un trabajo intelectual de historiadores, periodistas y documentalistas que desde la década anterior venían trabajando por el rescate historiográfico de las experiencias de lucha anteriores a 1976 (Pozzi, Rot, Salas, James, etc.). También lecturas más políticas del tema (Bonasso, Verbitsky, Duhalde). En el campo de la izquierda y la centroizquierda la imagen de la militancia anterior al golpe genocida ganaba contornos más precisos. No sin muchas contradicciones, la lucha por Memoria, verdad y justicia fue esgrimida como un capital político e intelectual por los gobiernos kirchneristas. Es en ese contexto que finalmente, por reacción a la reinstalación de la lucha por el juicio y castigo a los culpables y el avance del estado de la cuestión sobre las organizaciones armadas, comenzó a elaborarse un relato revisionista-negacionista del genocidio y el terrorismo de Estado con solidez teórica y articulado con campos temáticos funcionales a una acumulación política de centroderecha.
La centroderecha política que había comenzado a crecer en su audiencia, a caballo de los cambios en la estructura social durante los años 90, por primera vez tenía la posibilidad de convertirse en el eje de alianzas políticas capaces de disputar el poder a nivel nacional. A caballo del desgaste de una década larga de gobiernos kirchneristas, el PRO (Propuesta republicana), se terminaría perfilando como la expresión más vigorosa de esta nueva derecha gestionista, anticorrupción, preocupada por la seguridad ciudadana, defensora de los equilibrios republicanos y prescindente de definiciones ideológicas precisas. Una fuerza que en sus años de consolidación contaría con una base de apoyo intelectual mucho más sólida y orgánica que la que tradicionalmente había caracterizado a la centroderecha argentina. La elaboración gradual de un relato revisionista del genocidio dictatorial formó parte, de manera oficiosa, de la construcción de la atmósfera política del llamado “fin de ciclo” kirchnerista y el triunfo electoral macrista de 2015.
Imagen 13. Lita de Lázzari. Negacionismo del genocidio en clave hogareña. www.twitter.com
El contrarrelato revisionista del terrorismo de Estado se asentaría sobre la noción de Memoria completa. Concepto que expresaba en términos de mayor formalidad política y con mayores pretensiones teóricas la vieja expresión coloquial de “los derechos humanos tuertos”. Se trataba de un relato que buscó a asentarse en dos presupuestos: a) el relato del genocidio levantado por los organismos de derechos humanos, la izquierda, y el gobierno kirchnerista era un relato parcial que encubría, y aun falseaba, la verdad histórica; b) el populismo kirchnerista y el avance de la izquierda motorizaba un tipo de política que podía llevar a tensiones como las que produjeron la violencia “terrorista” en los años 70 y el posterior golpe militar. Un diagnóstico y un pronóstico se articulaban en la base de la llamada Memoria completa. Los tradicionales grupos que reclamaban por una revisión de ese tipo (abogados de represores, parientes de genocidas presos) ya no estaban solos. Un nuevo activismo pro impunidad ganaba las calles. Personajes como la ya mencionada Cecilia Pando, esposa de un militar condenado por violación a los derechos humanos; Karina Mujica, ex pareja de un represor emblemático como Alfredo Astiz;[16] representaban la versión remozada de los viejos kamikazes pro represores, pero ahora contaban con el concurso de una falange de politicólogos y periodistas egresados de universidades privadas, principalmente de tipo confesional. También por la reaparición de cierto periodismo de ultraderecha que volvía con los caballitos de batalla de los 70. Como un indicio de los alcances y límites a la vez de esta tendencia mencionemos un rocambolesco escándalo, con algo de operación mediática, que sucedió en 2003. Nos referimos al repudio que provocaron las continuas apariciones en TV de un matrimonio de viejos actores, Fernando Siro y Elena Cruz, ya medio olvidados por el público, defendiendo al terrorismo de Estado y al dictador Videla. Estos derechistas de la tercera edad pagaron su ansia de promoción con repudios varios y con algunos escupitajos y huevos sobre su persona. El efímero partido derechista, a pesar de sí, Acción Republicana, liderado por el ex ministro Domingo Cavallo, que contaba entre sus candidatos a diputados a Elena Cruz, repudió sus declaraciones y buscó bajarla de las listas pero no se pudo por los plazos legales (La Nación, 2003).
Imagen 14. Portada de ¡Viva la sangre!, de Ceferino Reato. www.mperfil.com
De mientras el relato de la Memoria completa comenzaba a ganar cierta consistencia intelectual y hasta documental. ¿Cuáles fueron las plumas que acometieron la tarea de revelar la otra mitad de “la verdad”? No nos detendremos mucho en analizar la obra del periodista e historiador Antonio Caponetto, director de la revista fascista Cabildo en sus últimos años. Este católico preconciliar retomó el viejo discurso del periodismo integrista de los 70. Más que una guerra acá se llevó adelante una “cruzada” contra una entente judeo-marxista-liberal-masónica y satánica. Caponetto habla de la moral del guerrero cristiano, ensalza el papel de los capellanes como “guías espirituales de la cruzada” y despotrica contra la democracia. Incluso crítica por cobardes a las fuerzas armadas por no haber ejecutado con nombre y apellido a la militancia de los setenta y así no asumir la responsabilidad de las penas como corresponde a la “ética de un caballero cristiano”. Vamos a centrarnos más en el discurso de la derecha liberal dura que no abdica de sus pretensiones “republicanas”.
En la agrupación dirigida por Karina Mujica, “Asociación de Argentinos por la Memoria completa”, militó el abogado Nicolás Márquez autor de una serie de libros que intentaban demostrar que en la Argentina se vivió una guerra civil que solo pudo ser resuelta por medio de la intervención de las fuerzas armadas utilizando la metodología de represión ilegal. El más conocido de ellos es El Vietnam Argentino. La guerrilla marxista en Tucumán (2009), una crónica del llamado Operativo Independencia (febrero de 1975) y la lucha del ejército argentino contra la compañía del Monte del Ejército Revolucionario del Pueblo. Se trata de un libro técnicamente bien hecho, que incluye entre sus fuentes a trabajos de investigación de historiadores de izquierda y cuenta con cierta apoyatura documental. Otra evaluación nos merece la línea general de interpretación que propone. Márquez exagera la capacidad operativa de la guerrilla y sobrevalua el carácter de aportes internacionales (MIR, Tupamaros, etc.) para darle un carácter más “brigadista internacional” al conflicto. Machaca mucho con el paralelismo Vietnam/Tucumán intentando instalar la idea de una lucha de intrépidos comandos contra insurgentes (Rambos a la criolla) contra una guerrilla que golpeaba y desaparecía. Buscando de esta manera diluir la imagen de la operación tipo rastrillo y la desaparición forzada de militantes, combatientes o no. Márquez es egresado de la Fraternidad de agrupaciones Santo Tomas de Aquino, una casa de estudios católica conservadora con sede en Mar del Plata. Es militante de una derecha dura, anticomunista “precaída del muro”, antipopulista, antideología de género y homófoba. Márquez colabora con grupos como el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV) orientado por la abogada Victoria Villarruel. Se trata de una ONG que lucha por equiparar los derechos legales de las víctimas de acciones guerrilleras con las víctimas del terrorismo de Estado. Villarruel es autora, junto con Carlos Manfroni, de un libro titulado Los otros muertos (2014) en donde denuncia a la versión de los organismos de derechos humanos como una “historia oficial” falsificada.
Imagen 15. Portada de El Vietnam argentino, de Nicolás Márquez. www.goodreads.com
Otra figura destacada del revisionismo de la centroderecha osado es el periodista Ceferino Reato, director de la revista Fortuna y militante del PRO. A lo largo de una serie de libros publicados durante una década larga Reato desarrolló su contrarelato de la violencia política anterior a 1976. Los puntos centrales de la línea de interpretación que impulsa se basan en el pedido de un reconocimiento ecuánime a los miembros de las fuerzas armadas que pelearon contra las organizaciones armadas, el infaltable cuestionamiento del número de desaparecidos y el arrojar sospechas sobre la transparencia de métodos y objetivos de los organismos de derechos humanos. El “demócrata” Reato se ha cuidado de no pasar un cierto límite: la reivindicación abierta del terrorismo de Estado. Eso lo diferencia un poco de los revisionistas más duros. Su relato se presenta como una visión remozada de la “teoría de los dos demonios” pero llevando dicha lógica hasta sus últimas consecuencias. Introduciéndose en terrenos a los que la intelectualidad filoalfonsinista de los 80 había preferido mantener en un cono de sombras. Su versión de la violencia de los 70 es efectiva a la hora de sugerir que la represión ilegal, en sus líneas generales, era necesaria. Reato no vacila en remontar las raíces de la “violencia de izquierda” al clasismo cordobés de fines de los años 60. Como se ve sus “demonios” no son solo los grupos armados sino también la militancia combativa que se había animado a desafiar la dictadura de Ongania y sus sucesores. Pero el opus fuerte de la obra de don Ceferino es su análisis de la violencia insurgente posterior a la institucionalización de 1973. Al igual que Márquez sostiene que las acciones guerrilleras terminarían generando, por oposición, un consenso social mayoritario sobre la necesidad de un golpe militar. Reato le dedico un libro entero al frustrado copamiento de un regimiento del ejército en Formosa en 1975 por la agrupación Montoneros. En un tono entre épico y simpático describe la resistencia de conscriptos humildes, de origen campesino, contra una banda de terroristas inescrupulosos que despreciaban la vida humana. Reato pasa por alto que estos conscriptos eran parte, aunque no voluntaria, de un ejército que ya había comenzado a ejercer una represión ilegal contra la militancia política y social. ¡¡¡Un verdadero ejercicio de una contra memoria contra una “historia oficial falsificada”!!! Reato ha sido uno de los defensores más firmes del reclamo de que se les otorguen reparaciones económicas a los parientes de víctimas de las acciones de la guerrilla.[17] En relación al remanido argumento de que el número de víctimas de la represión es muy inferior al de 30.000 la fuente que Reato esgrime es ni más ni menos que el general Videla. Reato es autor de un libro reportaje a Videla titulado Disposición final. Ya cercano a la muerte el genocida defendió la metodología de la desaparición forzada de personas y las ejecuciones sin nombre y afirmó que el proyecto era que murieran 7.000 y 8.000 personas como un mal necesario. Reato terminó envuelto en un entredicho con Videla que, al salir a la calle el libro, negó haber señalado una cifra de muertos.[18]
Imagen 16. Portada de Disposición final, de Ceferino Reato. www.twitter.com
No sería completo el panorama del revisionismo derechista duro sino mencionáramos el opus “historiográfico” de Juan Bautista “Tata” Yofre; exdiplomático, cercano a Mas Canosa y otros referentes del exilio anticastrista, y exdirector de los servicios de inteligencia de Argentina (SIDE) durante el gobierno derechista de Menem. Yofre desarrolla un relato sobre la violencia en los 70 bastante parecido al de Márquez y Reato (necesidad de frenar la violencia guerrillera, la represión era reclamada por la sociedad, etc.) pero se ocupa más de la trama internacional del proceso. Este “historiador que vino del frío” ha sostenido tenazmente que el golpe de estado fue alentado principalmente por Rusia y Cuba, a pesar del anticomunismo rabioso de la junta militar. Más audaz aun es la insistencia de Yofre en minimizar el rol de Estados Unidos en el golpe genocida, negar la existencia del Plan Cóndor, etc. Yofre, que es coordinador de grupos web de Memoria completa, ha insistido con vehemencia que la claque cubano-nicaragüense-soviética ha seguido alentando a la guerrilla en la Argentina después del fin de la dictadura. Ha propuesto ver el episodio del intento de copamiento del cuartel de La Tablada (23 de febrero de 1989) como parte de un perverso “plan sovietista”. Yofre se suele presentar como un opositor al gobierno militar, del cual fue funcionario, criticándolo por ineficiente y carcomido por internas faccionales. También se muestra crítico frente a la decisión de ocupar las islas Malvinas provocando la guerra del Atlántico sur. No por eso deja de considerar necesaria la “lucha contra la subversión”. Luego de la llegada a la presidencia de Mauricio Macri, en diciembre de 2015, Yofre apareció como columnista en muchos programas periodísticos afines al nuevo oficialismo siendo presentado como un avezado y sagaz analista que venía a descorrer el velo de la “historia oficial” sobre los 70 (De Lucia, 2016).
Imagen 17. El Tata Yofre en la fiesta de fin de año de la diputada Carrió. Dios los cría y el macrismo los amontona. www.clarin.com
Las mencionadas versiones duras del relato de la Memoria completa no agotan las variedades del revisionismo de tipo conservador o centrista. La Memoria completa formó parte de una atmósfera difusa y plural que encontró un mínimo común denominador en la confrontación con las distintas versiones del relato de los 70 basados en las nociones de memoria, verdad y justicia. La pluralidad de versiones del relato revisionista es un hecho íntimamente relacionado con el proceso de construcción de una coalición mayoritaria que excedió el núcleo de las agrupaciones conservadoras clásicas y abarcó a fuerzas políticas y grupos que se referenciaban en otros universos de ideas. Los intelectuales y grupos “progresistas” sumados al proyecto de construcción de una gran alianza de centroderecha amplia y moderna también pondrían su granito de arena a la hora de revisar el pasado reciente del país funcional a la formación de una mayoría conservadora, pero sin renunciar a su perfil identitario.
El revisionismo del republicanismo centrista
En los años finales del kirchnerismo la convergencia de la centroderecha con sectores centristas (UCR, Coalición Cívica) favoreció que se sumaran a la falange de revisionistas duros una serie de aportes provenientes de “autores moderados” e incluso algunos con un pasado en la defensa de los derechos humanos. No estuvo exento de este fenómeno la búsqueda de captar votos por derecha de alguna “centroizquierda republicana” que venía siendo medio abandonada por su electorado más clásico. En 2007 la diputada Elisa Carrió, que en su momento había sido una de las impulsoras de la derogación de las leyes de impunidad, en su afán de captar parte del electorado liberal, había dicho que los juicios a los represores eran “una humillación a las fuerzas armadas”. Bomba política que provocó la división de su partido el ARI (Página12, 2007). Ese mismo año un mercenario freelance, disfrazado de periodista, como Jorge Lanata, publicó una novela titulada Muertos de amor. Lanata, alguna vez militante de izquierda, basaba la trama de su novela en el fusilamiento de dos militantes del Ejército Guerrillero del Pueblo de Jorge Masetti que, de manera completamente arbitraria, atribuía a un supuesto prejuicio antisemita de Masetti (ambos fusilados eran judíos). Se trataba de un esquema que asociaba la opción por la violencia revolucionaria con el autoritarismo irracional y un tipo de “fascismo de izquierda”. Un módico aporte a la instalación de un cierto imaginario de rescate “progre” de una tercera vía supuestamente equidistante de la subversión y del terrorismo de Estado.
Imagen 18. Portada de Muertos de amor, de Jorge Lanata. https://seikilos.com.ar
Si hay una figura que ayudo a cimentar la vertiente republicana-pragmática del revisionismo negacionista sin duda es Graciela Fernández Meijide, madre de un desaparecido e “histórica defensora de los derechos humanos”. Fernández Meijide fue, desde siempre, la cara visible de un sector de oportunistas enquistados en el espacio de los organismos de derechos humanos. Fue, desde sus años de militancia en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, una opositora consecuente a la reivindicación de la militancia de los caídos durante la dictadura. En la misma línea apoyo, de forma vergonzante, las leyes de impunidad del gobierno de Alfonsín y cuando se barajó la posibilidad de derogarlas durante el gobierno de la Alianza (1999-2001), del que ella formaba parte, se opuso de forma categórica.[19] De la misma manera se negó a secundar los pedidos de revisión de la situación de los presos por el copamiento del cuartel de La Tablada pese a las numerosas pruebas presentadas por organismos nacionales e internacionales que mostraban la irregularidad del proceso judicial, amén de los fusilamientos impunes de guerrilleros que se habían rendido.[20] Doña Graciela siempre utilizó el mismo argumento para justificar sus vertiginosos cambios de frente y sus alevosas claudicaciones: “no hay que hacer demandas que generen cuestionamientos problemáticos que ayudan a debilitar al sistema democrático”. Esta ministra de un gobierno que fue derrocado por un estallido social y concluyó con más de 20 muertos en su haber, eterna abonada de la “centroizquierda responsable”, terminó recalando en el gran reagrupamiento de centroderecha que formaría Cambiemos. Es en dicho contexto que publicó un libro titulado Eran humanos, no héroes (2013). En este libro Doña Graciela le da entidad de testimonio autorizado a sus agachadas de siempre. Las líneas generales de su diagnóstico son: a) hubo víctimas inocentes y otras que no; b) las víctimas no fueron 30.000, típico caballito de batalla de los negacionistas de todo pelaje; c) el movimiento de Derechos Humanos construyó un mito maniqueista sobre la militancia de las víctimas de la represión y habló en nombre de ellos, sin saber si hubieran compartido sus posiciones. Su libro está lleno de alusiones a los gobernantes de otros países latinoamericanos víctimas de la represión que luego adhirieron a políticas de olvido (Michel Bachelet, Dilma Roussef, Pepe Mujica y Lucia Topolansky). Fernando Meijide defendió públicamente la reducción de penas a los genocidas condenados, a cambio de supuesta información que estos pudieran brindar sobre los desaparecidos e, incluso, apoyó el pedido de prisión domiciliaria para los genocidas septuagenarios. Un trabajo sucio bien concebido y bien hecho. ¿Qué mejor prueba de la racionalidad de una política de olvido que el hecho de que hasta parientes de víctimas de la represión ilegal y dirigentes “históricos” del movimiento de derechos humanos llamen a “mirar hacia adelante”? Meijide es la principal impulsora del Club Político Argentino, una tertulia política con pretensiones de think tank oficioso del macrismo. Esta agrupación ha dado a conocer documentos que machacan con el concepto de la “universalidad de los derechos humanos” y toman distancia del ánimo de “venganza” que atribuyen a los organismos de derechos humanos más combativos. Pese a presentarse como un foro pluralista los posicionamientos de esta organización, con muy pocas excepciones, han sido siempre favorables al oficialismo macrista.
Imagen 19. Portada de Eran humanos, no héroes, de Graciela Fernández Meijide. www.clarin.com
El revisionismo liquidacionista con rostro “progre”
El revisionismo progre no se ha limitado a apuntalar por “izquierda” al revisionismo derechoso. También puso sus talentos al servicio del desprestigio de los sectores comprometidos por memoria, verdad y justicia. A caballo de limitaciones históricas y graves falencias que afectan al movimiento de derechos humanos y sus aliados (escándalos por corrupción, sectarismo, silencio ante contradicciones del oficialismo kirchnerista en materias de derechos humanos, etc.) los “progresistas sensatos” buscaron deslegitimar la histórica lucha contra la impunidad y el juicio y castigo llevada adelantes desde hace cuatro décadas. Tácitamente coincidían con el concepto de “el curro de los derechos humanos” al que se refirió en algún momento el presidente Macri. Tema al que el embajador y funcionario fashion Darío Loperfido también aludió cuando sostuvo que el número de 30.000 desaparecidos fue “dibujado”. Una de las operaciones periodísticas más repugnantes en ese sentido estuvo a cargo de un veterano de la obsecuencia política como Osvaldo Leuco. Este periodista que militó en las filas del Movimiento Todos por La Patria (el de la toma de La Tablada) ha sido una voz a sueldo de distintos amos: el gobierno de la Alianza, la diputada Carrió, el primer kirchnerismo, del que luego abominó para terminar siendo una de las espadas mediáticas de Cambiemos. Leuco afirmó en su programa de la cadena pro macrista TN que el gobierno de Cambiemos representaba la oportunidad de crear nuevos organismos de derechos humanos para enterrar la historia de sectarismo ultra que habían encarnado los organismos hasta ahora existentes. ¿Se referiría a organismos de derechos humanos que pidieran rebajas de pena a los genocidas y cárcel domiciliaria para los represores septuagenarios como sostiene Fernández Meijide? Leuco no se privó de hacer incursiones más audaces en el campo del revisionismo. En sintonía con la línea del “Tata” Yofre, este ex militante del partido comunista argentino, sostuvo que el golpe de 1976 fue digitado por la URSS y Cuba… y apoyado entusiastamente por la izquierda local.[21] En varias ocasiones Alfredo Leuco le rindió homenaje al cónsul norteamericano en la Argentina Tex Harris. Este diplomático, según consta en los archivos de los organismos de derechos humanos, atendió muchos reclamos de parientes de desaparecidos y facilitó la salida del país de militantes que estaban en la clandestinidad. El razonamiento de Leuco era que dar a conocer los esfuerzos de Harris a favor de víctimas de la represión también constituía un rescate de una “memoria negada”. En este caso negada por la “norteamericanofobia” de la izquierda local. Pero lo que Leuco se olvidó de mencionar en su relato es el hecho que el gobierno norteamericano de Jimmy Carter, que se presentaba como campeón mundial de los derechos humanos, no fue muy receptivo a las denuncias que Harris hacia desde Buenos Aires. El propio cónsul norteamericano comento, en varias ocasiones, que parte del personal de la embajada norteamericana, ansioso de tener buenas relaciones con el régimen videliano, boicoteó sus iniciativas a favor de perseguidos políticos y familiares de desaparecidos (EFE, 2019). ¿No era que la memoria tenía que ser completa?
Imagen 20. Alfredo Leuco. Del Movimiento Todos por la Patria a espada mediática del macrismo. www.gacetamercantil.com
En noviembre de 2015 las páginas de algunos diarios añosos fueron escenarios de algunas operaciones tipo “globo de ensayo” para tantear el humor social sobre los procesos a los genocidas luego del triunfo de la coalición Cambiemos. Y acá los buenos servicios de los revisionistas progres vinieron de perlas. El día 16 de noviembre de ese año La Nación publicaba un artículo de la periodista y senadora cordobesa Norma Morandini con el título Los derechos humanos no se defienden con mentiras. En el marco de una polémica con el diputado kirchnerista Remo Carloto, la senadora por Córdoba reiteraba distintas críticas que venía haciendo a la política de derechos humanos del gobierno kirchnerista además de insistir en una necesidad de reconciliación entre los “bandos en pugna” que, en su perspectiva, no era sinónimo de una claudicación moral ni una complicidad con el pasado. Al igual que Fernández Meijide, Morandini es familiar de desaparecidos, y al igual que la exministra venía sosteniendo desde los años del gobierno de la Alianza la necesidad de buscar un espacio de diálogo entre los familiares de víctimas de la represión y de los parientes de los muertos en acciones guerrilleras.[22] El artículo de Morandini fue citado por un editorial aparecido en La Nación el día 23 de noviembre de 2015 con el título de No más venganza. En este artículo se afirmaba que la elección de un nuevo gobierno era la oportunidad de terminar con la manipulación política de los derechos humanos kircnerista (“cultura de la venganza”) a la que se acusaba de rencorosa y sectaria. Más específicamente se arrojaba sospechas sobre la transparencia de algunos de los procesos y se solicitaba el derecho de prisión domiciliaria para los represores septuagenarios. Otro de los caballitos de batalla de los revisionistas moderados. Dicho artículo suscitó muchos comentarios en contra incluyendo un comunicado de repudio de los trabajadores del diario que lo público.
El revisionismo de la “izquierda sensata”
El campo del revisionismo en relación al genocidio ha incluido también a intelectuales del ala derecha de la socialdemocracia con fuerte inserción profesional en la Argentina posdictadura. Pensamos en el círculo formado alrededor de Luis Alberto Romero, Hilda Sábato, etc. que ocupó espacios importantes en la universidad y en el CONICET a partir de 1983, convirtiéndose en los adalides intelectuales de la democracia de baja intensidad. Estos “izquierdistas sensatos”, conversos al neoliberalismo y partidarios de la defensa de la democracia burguesa como único horizonte posible de organización política, apostaron en los 80 por el alfonsinismo, luego integraron el Frepaso y el gobierno de la Alianza y finalmente, en la mayoría de los casos, el gobierno de Cambiemos. Durante los 80 fueron fuertes defensores de la “teoría de los dos demonios” y en el último decenio han aportado algunos discretos granitos de arena al nuevo revisionismo. Principalmente desde la polémica contemporánea con la política de derechos humanos del kirchnerismo a la que acusan de corromper a los organismos de derechos humanos. Cercana a este espacio encontramos la mirada revisionista de los años 70 propuesta por la socióloga Claudia Hilb. Esta exmilitante de la izquierda revolucionaria, completo sus estudios durante su exilio en Francia durante el cual pasó a adscribir a lo que ella define como “izquierda democrática”. En coautoría con Daniel Lutzky, Hilb dio a conocer en 1984 La nueva izquierda argentina (1960-1980). Un libro muy atípico para ese entonces basado en el análisis del discurso de los órganos periodísticos y documentos de las organizaciones revolucionarias anteriores al golpe de 1976, inhallables en la Argentina de esos años, pero accesibles en archivos europeos. Se trata de un trabajo de rigor teórico y metodológico inscripto en una visión crítica de la izquierda revolucionaria desde una perspectiva antivanguardista y en la teoría antitotalitarista de Hannah Arendt. Para Hilb y Lutzky la izquierda revolucionaria se había encerrado en un discurso vanguardista autolegitimador que la conducía a adoptar criterios elitistas en relación de las masas que había pretendido representar y a convertirse en un enemigo letal del sistema democrático. Un enfoque que se inscribía en las líneas generales de la “teoría de los dos demonios” pero desde un marco conceptual más sólido que las vulgarizaciones más básicas sobre estos criterios que circulaban en esos años. No obstante, La Nueva izquierda… es un libro centrado en el análisis del discurso de las organizaciones de izquierda de los 70. Metodología bastante novedosa en nuestro medio para ese entonces. Es un trabajo que no desarrolla un relato cronológico y contextualizado del proceso político argentino desde los años 60 hasta el golpe genocida.
Imagen 21. Portada de La nueva izquierda argentina..., de Hilb y Lutzky. www.twitter.com
A caballo de la ola revisionista de los últimos años Hilb dio a conocer varios títulos centrados en la violencia política de los años 70. El más representativo de su posición es Usos del pasado (2014). Al igual que otros revisionistas, Hilb sostiene que desde 1983 en adelante se contó un relato maniqueo de buenos y malos alejado de la realidad. Esta autora ha aclarado, en varias ocasiones, que no avala la teoría de los dos demonios ya que reconoce que la violencia paraestatal es más grave y destructiva que la violencia insurgente. Pero los ejes de su reconstrucción de la violencia en los años de plomo parecen contradecir la afirmación anterior. Al igual que otros revisionistas Hilb pone mucho el acento en el concepto de “responsabilidad” de la violencia insurgente que legítimo la violencia represiva posterior. Por ese camino redunda en algunos tópicos polémicos (admiración ciega por el modelo cubano, fascinación por la violencia, maquiavelismo de las conducciones políticas, la posterior derechización de muchos líderes radicalizados, etc.) Desde ya que se trata de una crítica más elaborada que las de Márquez, Reato, etc. Lo que está ausente de su análisis, como en el de otros revisionistas, es el contexto previo a la violencia guerrillera. La crisis de legitimidad que existía desde el golpe de 1955 y que se acentuó luego del golpe de Ongania hasta el estallido de la lucha de calles en el Cordobazo. Para Hilb la izquierda insurgente saboteó el proceso de reconstrucción de un orden democrático en el periodo 1973-1976. Otro elemento ausente de su análisis es la reflexión sobre que significaba la democracia para la generación que llegó a la militancia en el momento del 68-69. En qué medida la apuesta por la democracia política ofrecía, en ese contexto, un mínimo de garantías de poder desarrollar un proceso de construcción de una sociedad igualitaria y basada en un poder de decisión de las mayorías. Hilb sostiene que a posteriori de la dictadura la izquierda insurgente siguió presa del mismo vanguardismo elitista. Lo que estaría evidenciado en el emblemático episodio de La Tablada como un “delirante” intento de reproducir la vía insurgente, esta vez inspirada en el modelo sandinista. A la hora de poner su granito de arena a la impronta “reconciliadora” Hilb ha defendido la política seguida en Sudáfrica con la Comisión de la reconciliación y la verdad que ha sido criticada, por muchos observadores, por haber consagrado la impunidad de notorios verdugos del régimen del apartheid.
En una línea con muchos puntos de contacto con la obra de Hilb tenemos los libros del historiador especializado en temas económicos Daniel Muchnik. Influenciado por la escuela antitotalitarista que floreció en Europa a partir de los años 80 Muchnick desarrolló en La negación de la realidad (2009) y Furia ideológica en la Argentina de los 70 (2013, en coautoría con Daniel Pérez) un relato que repite la vieja historia de las organizaciones armadas enzarzadas en un espiral de violencia que se terminó llevando puesto el proceso de democratización de 1973-1976. Muchnik pone mucho el acento en la comparación de la violencia de los años 70 en la Argentina y Latinoamérica con experiencias autoritarias de derecha e izquierda en otras partes del mundo (Guerra Civil Española, regímenes nazi-fascistas, regímenes del “socialismo real”, etc.).
Imagen 22. Portada de Furia ideológica en la Argentina de los 70, de Muchnik y Pérez. www.pinterest.com
Una cultura del olvido militante
El momento temporal en el cual puede fijarse la creciente atención de amplios sectores de la sociedad hacia el relato de la Memoria completa, en sus distintas versiones, puede fijarse hacia el fin de la primera década del siglo XX. Fue parte de una reacción frente al revival de los derechos humanos que siguió a la reapertura de los procesos a los genocidas en 2003. Un fenómeno inseparable de una serie de ensayos de reagrupamientos políticos que terminarían convergiendo en la formación de un polo político opositor al populismo kirchnerista que conseguiría llegar al poder en 2015. En ese contexto es que el relato revisionista de los 70 terminó de insertarse en un dispositivo que fusionara conceptos ejes como mano dura/antigarantismo/ revisionismo de la violencia de los 70 funcional a las estrategias de una coalición conservadora capaz de luchar por una mayoría. Un dispositivo que se integraría de manera natural, cuasi identitaria, en un espacio político que se definía como qualunquista (“ni derecha, ni izquierda”), gestionista (“nos gusta hacer cosas”), anticorrupción (“el curro de los derechos humanos”) y segurista (“los derechos humanos de las víctimas”). No se trató solo de una atmósfera difusa. Fue un fenómeno que acompañó la construcción de una fuerza hegemónica de centroderecha multiplicando las voces, espacios y ámbitos que comenzaban a expresar de manera más o menos directa su identificación con el revisionismo de los años 70. ¿Sería exagerado hablar de una cierta subcultura de la Memoria completa?
Como corresponde a un fenómeno político e ideológico del tercer milenio la instalación del relato revisionista de los años 70 incluyó todos los medios de difusión posibles (grafico, audiovisual, redes, etc.). Como es obvio el canal más central de la difusión del relato de la Memoria completa ha ido el soporte libro. Insistimos con la hipótesis que la formación de un público lector interesado a leer una versión revisionista al relato de Memoria, verdad y justicia sobre los años de plomo antecedió al trabajo de los escritores que escribirían ese relato. Las leyes de mercado dictaminan que para que surjan bestseller tiene que existir el público dispuesto a comprarlos. Aparte de los complejos cambios en la subjetividad social que venimos reseñando no podemos pasar por alto que, desde la crisis de 2001, se produjo un impacto de un tipo de “historia no profesional”, mayormente de signo ideológico progresista, dirigida a un público de clase media que parecía mucho más interesado que nunca en conocer las relaciones entre el presente y el pasado (Acha, 2008). Un poco más atrás, en los años del menemato, había florecido el llamado periodismo de “investigación” con libros que denunciaban la corrupción de los gobiernos posdictadura o que abordaban aspectos particulares de la violencia política, mayormente en clave de izquierda o progresista (Verbitsky, Bonasso, etc.). La relación de la industria editorial con el público y autores de la “Memoria completa” se relaciona con estos antecedentes de signo político opuesto. Nos interesa resaltar el hecho que buena parte de los libros que se propusieron reescribir la historia de los 70 en clave revisionista (Reato, Yofre, Fernández, Meijide, VIllarruel y Manfroni; Morandini) fueron publicados por la misma empresa: Editorial Sudamericana. Una editorial de vasta trayectoria en nuestro medio y orientado a cubrir las necesidades de un público lector bastante vasto.[23] El hecho de que una de las principales casas editoriales del país venga sosteniendo desde hace más de una década y media una línea editorial que incluye títulos “revisionistas” sobre la violencia en los 70 habla de la existencia de un universo de lectores bastante estable que tiene interés en leer esta versión de los hechos. Muy lejos quedaron los tiempos que solo ediciones del autor o sellos editoriales, prácticamente desconocidos, publicaban libros con esta línea de análisis.
En lo concerniente a los medios audiovisuales hemos señalado distintas presencias de voces revisionistas desde los años 90. Más abajo nos ocupamos de la incidencia de un relato más estructurado en las “pantallas chicas” de la era Cambiemos.[24] Preferimos detenernos a analizar el papel de las redes mediáticas en la difusión del relato de la Memoria completa. Como es un hecho conocido las redes han sido en los últimos años utilizadas, por todo el espectro político, para convocar cacerolazos, promover iniciativas de “vecinos” en los espacios barriales, impulsar petitorios, crear campañas solidarias, etc. A nuestro juicio existe una cierta afinidad entre los formatos digitales (sitios, blog spot, diarios digitales, cuentas de twitter) y los contenidos que difunden los sitios de Memoria completa, y otros aún más virulentos de tono más abiertamente fascistoide. Pensamos en ese carácter diferido de la web que aúna la masividad, con cierto anonimato de los receptores y con la posibilidad de interactuar con los emisores. Esta morfología se lleva bien con el carácter plural y difuso, siempre en el borde de lo correcto/incorrecto, de esta nueva derecha que aspiraba, con éxito, a desbordar sus límites históricos. Pensamos en uno de los sitios web más importantes de este tipo como Prensa Republicana. Con las ideas derechas. Es una web bien llevada y prolija que incluye entre sus colaboradores a un revisionista duro como Nicolás Márquez (director del sitio); notorios fascistas como Antonio Caponetto o Alejandro Biondini; católicos preconciliares como Cosme Becar Varela; un antifeminista y homófobo como Agustín Laje; un viejo académico conservador como Vicente Massot, un comunicador derrapado como Baby Etchecopar, un ultra liberal como Alberto Benegas Lynch (h); un autodefinido “anarquista de derecha” como Javier Milley; y una pariente de represores como Cecilia Pando. En los contenidos de este sito se mezcla la revisión de los 70, llamados al cierre de los juicios y la amnistía de los represores, con críticas a la iglesia conciliar, ataques contra la corrupción kirchnerista, críticas a la escuela kesnesiana, ideología antigénero, diatribas contra el marxismo gramsciano, y defensa de los principios de la escuela económica austriaca. En su lucha por la hegemonía la derecha parece haber revalorizado la vieja consigna maoísta de que “surjan cien flores” y es de reconocer que no lo ha hecho tan mal. Insistimos en que los buenos oficios de la web nos parecen centrales en este terreno. Los sitios web fueron efectivos órganos oficiosos del macrismo. Sus contenidos pueden ser encuadrados en un tipo de significaciones múltiples en el que conviven un mensaje basado en los pilares del discurso “republicano” de la nueva derecha (gestión, qualunquismo, revisionismo del pasado, mano dura y antigarantismo) con el desarrollo de temas y posiciones, hoy por hoy, más difíciles de incluir en un proceso de acumulación política de gran envergadura (homofobia, antifeminismo, racismo, antiabortismo rabioso, reivindicación lisa y llana del terrorismo de Estado). El contenido de estos sitios que expresa más crudamente esta dualidad se da en los “comentarios” de los usuarios. Mientras en un editorial se aclara que no se reivindica la metodología de la represión ilegal y la desaparición de personas los comentarios web incluyen frases como: “Éramos los dioses. ¡Cómo los hacíamos cagar a estos zurdos antes de matarlos!”; “¡Hace falta un doctor Mengele que diseque a las crías de las bolivianas que paren como perras!”. La derecha argentina de los tiempos que corren parece completamente consustanciada con la famosa frase de Rochefoucauld “la hipocresía es un favor que el vicio le hace a la virtud”.
Volviendo una pregunta que hacíamos más arriba nos atrevemos a contestarla diciendo que los ámbitos de difusión de la Memoria completa forman parte de una subcultura identificada principalmente con un hábitat de clase media alta, pero excediendo esos marcos sociales. Pensamos en un espacio emblemático de este universo social, aun sabiendo que no agota las posibilidades del fenómeno: nuestro ya mencionado country o barrio cerrado. Esa versión criolla de la gentrización. Una subcultura urbana delimitada a partir de una segregación espacial, también clasista, con el resto del espacio urbano. Una forma de habitar que se supone ofrece ciertas garantías frente a la inseguridad que el estado “ha dejado de garantizar”. Una sociabilidad concebida, principalmente puertas adentros del barrio que cuenta con sus propias escuelas, clubes, plazas, cines, súper mercados, y hasta capillas. Una cultura de consumo y adquisición de bienes simbólicos como códigos de pares. El country o barrio cerrado ha sido el principal, no el único, espacio de esta subcultura que se identifica con la propuesta de una nueva derecha gestionista, segurista y partidaria de un cierto conservadurismo fiscal (antiplanes, no al cepo, no a las retenciones al campo). Valores muy propios de gente que cuenta con su propia seguridad, su propia escuela y sus propios servicios de salud. En ese universo de los “ganadores” de los 90 el relato de la Memoria completa se movería como un pez en el agua.[25]
Imagen 23. Intelectuales con Macri y Michetti. Las plumas “socialdemocratas” del macrismo. www.politicargentina.com
Los relatos revisionistas y los límites políticos
En los años del macrismo la versión del relato revisionista más funcional a las estrategias políticas del oficialismo fue la del “republicanismo centrista” más que el de la Memoria completa más militante. Esta versión remozada y adaptada de la “teoría de los dos demonios” se presentaba como más funcional para un poder político que esgrimiría como un capital su vocación de revisar el pasado (“curro de los derechos humanos”, “30.000 es un número dibujado”) pero sin abandonar del todo el campo de la corrección política. Conjuntamente con la fuerte instalación en los medios de comunicación de las principales plumas del revisionismo duro (Márquez, Reato, Yofre) la versión más light de este proceso fue la más beneficiada por las expresiones audiovisuales y del periodismo gráfico solidarias con el oficialismo de Cambiemos. Ya mencionamos a Alfredo Leuco y su llamado a formar nuevos organismos de derechos humanos “ajenos a la manipulación política”. En el mismo tono Jorge Lanata en su programa Periodismo para todos atacó varias veces a referentes de los organismos de derechos humanos acusándolos de corrupción y vinculaciones non sanctas con el oficialismo kirchnerista. Avanzando en la línea de afirmar que el relato de memoria, verdad y justicia era una falsificación o una versión manipulada del pasado reciente el programa Intratables que se emite por América Noticias desde 2013, ha abordado el tema de la violencia en los años 70 llevando de invitados a familiares de gente muerte en acciones guerrilleras afirmando y mintiendo a plena consciencia, que su presencia había estado vetada en la TV hasta los “esclarecedores” tiempos que corren.[26] Una buena muestra de ecuanimidad en un programa que juega con la escenificación de un supuesto panel de periodistas “pluralista” siendo que la mayoría son notorios simpatizantes del macrismo. Incluyendo a nuestro conocido Reato. El panel de este programa está integrado también por algunos periodistas veteranos que en cámara hicieron su autocrítica por haber tenido simpatías izquierdistas en su juventud. Entre ellos Gabriel Levinas y la periodista Liliana del Franco que contó, en un tono casi simpático, como durante sus años de militancia en el PRT-ERP había tenido que aprender cómo se fabricaban bombas caseras. ¡Lo que es la magia de la televisión! En una sola operación se pueden lavar “pecados de juventud” mientras se alecciona al público para no repetir los “errores del pasado”.
Este periodismo sensato y bien pensante se complementó con otras expresiones “políticamente incorrectas”, solidarias con la atmósfera que envolvió al país durante “la revolución de la alegría”. Pensamos en personajes como Eduardo Feinmann,[27] o Rolando Hanglin, precursores del tipo de periodismo militante de la nueva derecha zafada. Pero sin duda el abordaje en “modo derrape” del tema de los derechos humanos en la cresta de la ola macrista tuvo su máxima expresión en el programa ¡Basta Baby!, conducido por el derechista recargado Baby Etchecopar por la señal A 24. Tal ciclo cumplió la función de soliviantar los fantasmas de una audiencia que tiene vocación de reinscribir la historia desde detrás de los muros de sus barrios privados.[28] Su conductor es un actor frustrado que ingresó al mundo de la conducción radiofónica y televisiva cultivando un estilo demagógico y bizarro copiado de comunicadores yanquis o europeos que aúnan xenofobia, desencanto reaccionario con los partidos, reclamos de mano dura y otros lugares comunes del discurso de la nueva derecha. Tal como si “el Baby” fuera una especie de versión argentina de Howard Stern.[29] Como es de esperar, lo menos que destaca en un ciclo conducido por “el Baby” es el aporte de algún mínima idea original. Con su estilo chabacano y prepotente se despacha con la clásica letanía de frases hechas contra los “montoneros que robaron y volvieron al poder”; “el curro de los derechos humanos”; “los afanos de Bostafini” (Se refiere a Hebe de Bonafini)”; “el pelotudo del Che Guevara”; “los jueces que sueltan criminales”; “los piqueteros y zurdos que cortan calles”; “las feministas del pañuelo verde”; “los negros que tienen hijos para cobrar el subsidio”; etc. No obstante esta indigencia ideológica, y ni que hablar de intelectual, “el Baby” no ha renunciado a la pretensión de presentar en su programa algunos aportes de mayores pretensiones teóricas sobre el pasado del país. Para lo cual contó con el concurso de nuestro conocido Nicolás Márquez que en varias ocasiones visitó su estudio para exponer su particular versión de la “Memoria completa”.
Imagen 24. Baby Etchecopar. Derecha mediática en versión bizarra. https://prensalibreonline.com.ar
Al igual que en el caso de las redes el universo de los comunicadores sociales del periodo macrista presenta dos rostros. Uno políticamente correcto que propone revisar los años 70 impugnado el relato de Memoria, verdad y justicia, pero reclamando ser parte de un consenso democrático, pseudocondenatorio de la represión ilegal. Otro rostro agresivo y recargado que aúna el discurso de demonización de la militancia de los 70 y los organismos de derechos humanos, con el reclamo por la mano dura, el antigarantismo, la represión de los conflictos sociales, y el odio a las minorías. Ambas expresiones forman parte de un dispositivo que por un lado construye la imagen de un gobierno moderno y civilizado dispuesto a revisar el pasado y enterrarlo gradualmente y que por el otro agita los peores fantasmas y temores que atormentan el cerebro del núcleo duro de los votantes de la centroderecha criolla. Esa misma dualidad mediática se reproduce en el plano de la política. La nueva centroderecha agiornada del tercer milenio contó, desde siempre, con kamikazes que se identificaban con el discurso revisionista más duro. Es el caso de la diputada Nora Ginzburg que en 2006 se negó a participar de una sesión conmemorativa de los cuarenta años del golpe porque, según entendía, representaba una versión sesgada del pasado reciente.[30] Esta legisladora beligerante, también famosa por sus opiniones homofóbicas, no se privó incluso de calificar de “fascistas” a los dirigentes de los organismos de derechos humanos. Representaba una variedad de outsider de una derecha macartista satisfecha de sí como la que en tiempos más reciente expresa un personaje bizarro como el diputado Alfredo Olmedo.[31] Pero mientras cuentan con los buenos oficios de sujetos dispuestos a inmolarse en público las expresiones más orgánicas del centroderecha siempre buscaron evitar una identificación plena con estos posicionamientos tan explícitos
Imagen 25. Diputada Nora Ginzburg. Gesto serio y negacionismo militante. www.revolvy.com
Imagen 26. Diputado Alfredo Olmedo. Un Bolsonaro a la criolla. www.elgrito.com.ar
Incluso se podría decir que la versión “republicano centrista” del revisionismo de los años 70 ha sido más efectiva que las versiones más militantes a la hora de delinear un módico programa de medidas tendientes a revisar la política de juicio y castigo contra los culpables. Sus principales caballitos de batalla fueron: a) la reducción de penas a los condenados por violación a los derechos humanos; b) la prisión domiciliaria para los represores ancianos; c) revisión de algunos procesos; d) un posicionamiento oficial sobre el número de desaparecidos; e) el recorte del espacio político e institucional de los organismos de derechos humanos. No obstante, no debe pasarse por alto que el gobierno macrista no pudo avanzar demasiado en el plano de acciones de gobierno y medidas legales para echar atrás el reloj de la historia. La instalación, luego del triunfo de Cambiemos, de una nueva atmósfera revisionista antisetentista encontró límites concretos al tratar de ser llevada a los hechos. El propio Macri sostuvo, cuando era candidato a presidente, que en su gobierno no se dictaría ninguna amnistía, ni se cerrarían los juicios a los represores como reclamaban los grupos por la Memoria completa. Ya en la presidencia desmintió varias veces que se tuviera en carpeta un proyecto de amnistía. En 2017, luego de una masiva y casi inédita, movilización de repudio, el gobierno tomó distancia de un fallo de la corte suprema que beneficiaba a un represor por el recurso del 2x1. La Casa Rosada también tomó distancia cuando la diputada Carrió habló de una revisión de los procesos a los militares. Lo anterior es independiente que desde la llegada de Macri al gobierno se instaló en el poder judicial una cierta sensación de “orden emitida por alguien” que favoreció las estrategias judiciales de algunos genocidas y sus defensores. No obstante, estuvimos lejos de una contra ofensiva triunfante de la derecha en el terreno de la lucha contra la impunidad y el castigo a los culpables.
Conclusiones
Si se pretende hacer una cronología del proceso que derivó en el desarrollo y la instalación de los relatos revisionistas sobre el genocidio en la Argentina se debe contemplar tres periodos claramente definidos: a) los años 80 y el consenso condenatorio al terrorismo de Estado aun con tensiones (teoría de los dos demonios). Los intentos de reivindicación o justificación de la represión se reducían a pequeños círculos carentes de representatividad y en buena medida de visibilidad. Los libros y trabajos que intentaban contar una versión justificatoria del genocidio eran panfletos y crónicas de escaso nivel intelectual; b) los años 90 y el desarrollo de algunos espacios políticos que se identificaban en distinto grado con la reivindicación o justificación del genocidio y alcanzaron distinto impacto electoral. Las voces que reivindicaban abiertamente el genocidio comenzaron a tener mayor visibilización pero, por lo general, con carácter minoritario y con poca entidad intelectual. En esos años comienza la asociación entre el reclamo por la seguridad y la mano dura para el presente y una política de olvido para el pasado; c) reacción posterior a la reapertura de los juicios a los represores (2003) que llevó por reacción al crecimiento de una audiencia receptiva frente a un relato antagónico de Memoria, verdad y justicia. Se desarrolló un relato revisionista de solidez teórica por intelectuales comprometidos con la construcción de una alternativa al populismo kirchnerista. La asociación entre segurismo y revisionismo del pasado se hace más estrecha y más elaborada (antigarantismo) El relato de la Memoria completa se convierte en un capital político capaz de ser usufructuado por fuerzas políticas con aspiraciones de poder.
Dentro de esta periodización queremos detenernos un poco en los años 90 como un momento privilegiado para observar distintas formas de transición en los imaginarios sociales leídos en sintonía con cambios estructurales en la sociedad. En los años 90 los cambios en la estructura de clases y los procesos políticos derivados de los mismos ejercieron presión y marcaron un cierto debilitamiento del imaginario de la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la impunidad instalado en la década anterior. A la vez se asistió a la expansión de un cierto imaginario “antipolítica” y de escepticismo ante la lucha por el juicio y castigo a los genocidas. Es en este contexto que se produjeron los primeros procesos de acumulación política de cierta envergadura que incluían en sus enunciados y programas distintos grados de reivindicación de la represión genocida. Se trataba de fuerzas políticas lideradas por figuras que estuvieron involucradas en la represión ilegal y su reivindicación. Se puede hasta señalar que dichos elementos constituían un elemento identitario de estos espacios. Es en estas experiencias político partidarias donde por primera vez se produjo un uso de tipo instrumental de la relación entre revisionismo de la violencia en los años 70 y política de seguridad y mano dura contra la delincuencia. El periplo relativamente corto de estos procesos se inscribe en los vaivenes de los humores políticos del país y su proyección en la agenda electoral, que no sería lineal, en los años siguientes. Todo lo anterior en el marco de un país en donde el sistema de partidos tradicionales iba dejando lugar a un juego cambiante de reagrupamientos de alianzas y coaliciones formadas alrededor de figuras políticas apoyadas en núcleos preexistentes y otros creados en función de una coyuntura. La primavera asamblearia de 2001-2002 y la reapertura de juicios en 2003 fue un momento bisagra donde se vivió en un revival de los derechos humanos junto con una reinstalación de cierto imaginario populista. Por unos años la vocación revisionista/segurista sobre los 70 no ocupó un lugar importante en el plano político electoral pero no puede afirmarse que se produjera una erosión importante en la atmósfera mental que aunaba revisionismo del genocidio, con pánico por la inseguridad y el reclamo de la mano dura. A nuestro juicio un episodio como el incidente Blumberg resume, en sus alcances y en sus límites, dicha ambivalencia.
La reacción contra la experiencia populista del kircherismo y el revival de los derechos humanos terminó de reunir los elementos que impulsarían el desarrollo de un relato revisionista del genocidio de cierta solidez teórica e intelectual: a) la consolidación de un amplio sector de la población, principalmente de clase alta y media alta, susceptible de sentirse identificado con una visión de los años 70 antagónica al relato de Memoria, verdad y justicia; b) la consolidación de núcleos de intelectuales y pequeños colectivos con vocación de escribir este tipo de relato; c) un reagrupamiento de fuerzas políticas con interés de utilizar el relato revisionista del genocidio como un capital político electoral.
Nosotros proponemos pensar el cúmulo de relatos revisionistas del genocidio como parte de una estructura de significaciones múltiples que se corresponderían más o menos con los tres tipos de relatos que venimos reseñando en estas páginas: a) El relato de la Memoria completa de la centroderecha militante; b) El relato del republicanismo centrista; c) el relato de la “izquierda sensata”. En su expresión más básica cada uno de estos tres relatos se basan en un mensaje que pueden resumirse en el siguiente esquema: a) La represión no fue estrictamente legal, pero necesaria dadas la circunstancia. El conjunto de la sociedad la reclamaba de manera abierta o tácita; b) La represión fue ilegal e indiscriminada pero no toda la violencia paramilitar y parapolicial fue ilegítima (oposición: militantes/víctimas inocentes); c) La represión fue ilegal y mayormente innecesaria, pero una parte importante de la responsabilidad política recayó en las organizaciones armadas que provocaron una espiral de violencia. Se trata de tres versiones distintas pero que encuentran un punto de convergencia en su impugnación al relato de Memoria, Verdad y Justicia. Las tres variedades de revisionismo apuntan a demostrar que el relato de los organismos de derechos humanos y las fuerzas de izquierda y centroizquierda es una falsificación del pasado y una manipulación del presente. Por distintos caminos se arriba a la misma conclusión:
Leído desde su instrumentalidad política el relato revisionista de la memoria completa, tal cual se apropiaría el gobierno de Cambiemos, es como un dispositivo bifronte que funciona de la siguiente manera: a) un relato revisionista militante del genocidio y el terrorismo de Estado elaborado por intelectuales derechistas; b) un relato un poco más flexible, apuntalado en expresiones difusas de los “republicanos centristas” e “izquierdistas sensatos”, que avalan la credibilidad del relato negacionistas apuntando a los puntos débiles de los relatos de izquierda y centroizquierda. En un nivel de lectura más pormenorizado los distintos relatos revisionistas, reconocen, con distinto peso específico, una serie de puntos comunes: a) existió una responsabilidad importante de parte de una izquierda violenta, elitista y autoritaria en el desenlace golpista de 1976 y la posterior represión ilegal; b) existió un cierto consenso general de la sociedad de que la lucha contra la guerrilla era necesaria; c) las víctimas de la dictadura se dividen en víctimas inocentes y otras que no (oposición combatientes/no combatientes); d) las víctimas de las acciones guerrilleras han sido un colectivo invisibilizado por la manipulación de la historia efectuada por los organismos de derechos humanos y los gobiernos posteriores a 1983; e) el movimiento de derechos humanos está controlado por grupos que reivindican la violencia política como parte de un plan que busca re editar un clima prerevolucionario contra la actual democracia; f) las modernas democracias han buscado solucionar las heridas del pasado con una política de reconciliación que contemplara algún grado de olvido para con la violación de los derechos humanos; g) la idea anterior expresaría el punto de vista del “ciudadano común” que no está interesado por perpetuar los debates y las discusiones de las décadas pasadas. Este marco unitario está atravesado por algunas tensiones siendo la principal el grado de justificación más explícita o más tácita, incluyendo supuestas tomas de distancia, de la metodología del terrorismo de Estado. Oposición que se recuesta en la división entre los autores que ponen más el acento en un relato de tipo bélico clásico de aquellos que hablan de violencia política en un sentido más general. Tanto autores como comunicadores solidarios con el relato revisionista han comulgado en un presupuesto explícito o implícito en sus distintas versiones: la idea de que las víctimas de la represión ilegal lo fueron más de la falta de escrúpulos y la irracionalidad de las conducciones de las organizaciones armadas y de la izquierda en general que de los militares que llevaron adelante a la represión. Como es obvio, estamos ante una operación que invierte completamente los términos no ya políticos, sino hasta lógicos, de la lectura del pasado reciente. En dicho terreno los buenos oficios del “republicanismo centrista” y de la “izquierda sensata” se han vuelto a revelar como más acordes con cierta sintonía fina del relato que el trabajo de los derechosos militantes. En la derecha criolla moderna se aplica aquella vieja máxima cristiana de que la palabra de un pecador arrepentido representa un capital más valioso que la del eterno virtuoso. Otro elemento que no es común a todas las versiones del relato pero que, sin duda, forma parte de una atmósfera que las abarca en su conjunto es el establecimiento de una relación tácita entre la violencia política de los años 70 y la actual “lucha contra la inseguridad”. Esa idea del “sentido común” reaccionario que asocia la oposición de la izquierda y los organismos de derechos humanos a la política de “mano dura” contra la delincuencia y los conflictos sociales con su reivindicación de la lucha armada sesentista con un proyecto autoritario. Esa sensación de estar viviendo bajo la sombra de una amenaza de tipo populista o izquierdista parecida a la de los años 70. La consigna gorila: “Quieren convertirnos en Venezuela” suplantó a “Querían que fuéramos otra Cuba”
El impacto de los relatos revisionistas no se agota en su instrumentalidad política. Forma parte de la cultura de una nueva derecha que no se reconoce en las mismas referencias intelectuales y simbólicas de los guetos conservadores de décadas atrás. Es parte de una forma de leer la realidad que presenta rasgos plurales y dinámicos y reviste un grado de solidez política e intelectual que no encontrábamos en la derecha de otros tiempos. Hemos señalado la importancia tanto de las redes como de ciertas formas de habitar (barrios cerrados) como elementos generadores de nuevas formas de sociabilidad, de nueva formas de establecer vínculos políticos y de definir identidades sociales. Sin duda los procesos que analizamos en este trabajo exceden en mucho el universo de la gente que vive en barrios cerrados y que usan las redes como principal forma de contacto. Pero ponemos el acento en dicho espacio porque representa el caso tipo de el ámbito subcultural al que nos referimos. Un microcosmos de relaciones entre pares, hacia adentro, y segregadas hacia el exterior. Un ámbito donde las relaciones con el conjunto de la sociedad privilegian el uso de redes y los mensajes que se reciben de los mass media. Es en ese ámbito donde una lectura de la realidad que oponía seguridad/derechos humanos; ciudadanos comunes/minorías ideologizadas aprendió a moverse como un pez en el agua y a pensarse como la Memoria completa de la Argentina reciente. Un lugar donde se formó buena parte del núcleo del público que leería los libros del relato revisionista vivenciándolos a través de un gran para texto formado por sitios web, boletines digitales, cuentas de twitter, comunicadores oficiosos, etc.
Es para interpelar y encuadrar políticamente a dicho universo social que pequeños colectivos intelectuales pasaron a ocupar un rol inédito en la historia de la centroderecha argentina. Queremos llamar la atención sobre la paradoja que el revisionismo de derecha, amén de su propia tarea de indagación, no se vedo el nutrirse, en el plano documental y de la información fáctica, de los aportes de los historiadores de izquierda que les precedieron en la tarea de reconstruir la historia de las organizaciones armadas y la militancia de los 70. Los historiadores de la Memoria completa atendieron a aquella vieja sugerencia de conocer bien al enemigo para escribir un relato antagónico sólido. El trabajo intelectual en el área de las ciencias sociales, aunque sus autores fueran en muchos casos abogados o periodistas, pasó a adquirir un peso sin precedentes en el ámbito político de la centroderecha. Así se formó un dispositivo tendiente a presentar una lectura realidad funcional a la construcción de una mayoría política que se presentaba como plural, abarcadora y respetuosa de las identidades y particularidades de sus distintos componentes. Un verdadero bloque de “gente decente” parados frente al acecho del populismo, el izquierdismo y otros istmos que atormentaban el cerebro de los buenos ciudadanos. Ese bloque que se sentía expresado en los sitios web y hojas digitales de la memoria completa, era también capaz de leer un libro de Reato, Yofre, etc., un día nublado de vacaciones, para luego soliviantarse mirando Intratables y aplaudiendo los brulotes mediáticos de “El Baby”. Hasta ese carácter entre “bizarro y zarpado” de los comunicadores de la nueva derecha expresa una determinada manera de comunicar mensajes hacia un público que no se siente mayormente sensibilizado por las profundidades analíticas. Se sabe que todo suma a la hora de construir un sentido común para legitimar la idea que las cosas como son no serán ideales pero que le ganan por varios cuerpos a cualquier alternativa que se le quiera oponer. Así como Armand Matelartt planteaba que la derecha chilena, que ganó la calle para impulsar la caída del gobierno de la Unidad Popular, supo ser “leninista” podríamos decir que la derecha que llevó al triunfo a la Alianza Cambiemos en 2015 supo ser “gramsciana”. Supo superar sus límites históricos y utilizar todos los recursos que tenía a mano para dar una batalla cultural que la izquierda había empezado a perder hace tiempo sin atinar e replantear los términos de la lucha.
Mirado desde el otro lado del cerco político el principal impacto de los relatos revisionistas es la pérdida del monopolio de la historia de los años 70 por el relato de Memoria, verdad y justicia. Se podrá argumentar que el relato de los organismos de derechos humanos y las fuerzas políticas que se identifican con sus reclamos y trayectoria nunca contó con una instalación profunda por fuera de la militancia y sectores comprometidos con cierta inquietud intelectual o política. Pero hasta hace poco tiempo era el único relato con legitimidad política, intelectual y moral de los años del genocidio y el terrorismo de Estado. Se le opuso la “teoría de los dos demonios” pero esta nunca contó con la solidez de un relato estructurado. Solo fue un discurso, a media voz, útil para justificar claudicaciones y deslegitimar reclamos, pero que no alcanzaba a fundamentar una versión antagónica de cierta solidez y organicidad. La situación ahora es otra y no puede especularse con retrotraer esa situación al pasado. A partir de ahora la tarea de la izquierda y los organismos de derechos humanos es hacer un esfuerzo intelectual y político para rebatir los relatos revisionistas instalados. No se puede intentar ignorarlos como, en buena medida, se ha hecho. La historiografía de izquierda, entendida en un sentido amplio, puede esgrimir un importante capital acumulado por sus aportes al estado de la cuestión sobre las luchas y los procesos de los años 60 y 70. Pero no es en el terreno de la historia académica para especialistas donde el relato del revisionismo liquidador abrió la brecha. Sino en el campo intermedio entre la historiografía profesional y la crónica periodista o el panfleto. En el campo de la historia de divulgación que, desde hace una década larga, llega a públicos amplios en nuestro medio. Es en ese campo, que se ha vuelto clave para la construcción de un “sentido común” social en la Argentina contemporánea, donde se sitúa un importante frente de batalla contra el revisionismo liquidador, que busca negar el genocidio, deslegitimar la lucha de los organismos de derechos humanos, demonizar a la militancia de los 70 y favorecer una visión del presente en donde la economía de mercado y la democracia representativa sin participación real de las masas es el único horizonte posible a la vista. Se debe tomar conciencia que el relato negacionista actual es producto de un proceso de maduración intelectual y política de una derecha que no solo tiene mayor poder de convocatoria, y mayor poder de reagrupar a distintos espacios bajo su egida, sino que también aprendió a “relatar” mejor la historia reciente. Ese campo del conocimiento que siempre le había resultado tan esquivo. No es un enemigo invencible, pero exhibe mayor solidez intelectual e iniciativa que en cualquier época anterior. Todos los que queremos una sociedad más igualitaria sin opresión ni explotación tuviéramos que tener presente que en la Argentina de hoy tiene más vigencia que nunca la afirmación de Walter Benjamin de que ni siquiera los muertos estarán a salvo de la sevicia del enemigo triunfante.
Imagen 27. Portada de Volver a matar, de Juan B. Yofre. www.goodreads.com
Notas:
[1] El modelo de esta política reconoce elementos comunes con el aplicado por el gobierno de Constantinos Karamanlis en la transición griega al final de la dictadura de los coroneles (1974) que aseguró una salida pactada entre los partidos políticos y los sectores blandos del régimen dictatorial residual. Al igual que en el caso griego, el juicio a las máximas jerarquías golpistas de la Argentina fue la piedra angular de una operación tendiente a eludir el juicio al conjunto del aparato represivo.
[2] Las expresiones más representativas de la centroderecha en el parlamento (Unión de Centro Democrático, la mayoría de los bloques de partidos provinciales aliados a la dictadura, etc.), votaron por la derogación de la autoamnistía de la dictadura. Con la sola excepción de Ricardo Balestra (Pacto Autonomista Liberal de Corrientes) y Héctor Devalli (Movimiento Federalista Pampeano). En los primeros años del gobierno de Alfonsín, fueron escasas las expresiones políticas que se desenmarcaron del consenso condenatorio al terrorismo de estado y al juzgamiento de los genocidas. En 1985 el Movimiento de Integración y Desarrollo liderado por Rogelio. Frigerio y el expresidente Arturo Frondosa, comenzó a hablar de “ley de pacificación” en una especie de maniobra “golpista blanda” de acercamiento a sectores militares duros que luego formarían la fracción carapintada. Por ese entonces también tuvieron alguna expresión en el mismo sentido el diputado de la extrema derecha peronista Herminio Iglesias y algunos referentes de Guardia de Hierro, corriente histórica de la derecha peronista.
[3] FAMUS (Familiares de Muertos por la Subversión) fue fundada en 1983 por un grupo de familiares de militares y civiles muertos en acciones de las organizaciones armadas. Su referente más visible fue la señora Hebe Solari de Berdina, madre de un teniente del ejército muerto en el monte tucumano. Su principal actividad fue realizar misas a los caídos y publicar solicitadas en los diarios homenajeando a sus caídos y polemizando con los organismos de derechos humanos. Pocas veces realizaron actos en la vía pública. Se trataba de una organización nostalgiosa de la dictadura con rasgos más bien prepolíticos.
[4] La corriente peronista de derecha Comando de Organización, liderada por Alberto Brito Lima, que había protagonizado choques violentos con la izquierda siempre reivindico la lucha “contra la subversión marxista”. En los años 80 algunos locales de este grupo se denominaban Comisario Alberto Villar en homenaje al represor homónimo que organizó la banda fascista para militar conocida como la Triple A durante el tercer gobierno del general Perón y que fue ejecutado por la organización Montoneros en un sonado atentado.
[5] Cartas al programa fue un ciclo con escasa audiencia, emitido en un horario marginal, en una señal televisiva que estaba bajo intervención judicial por un pleito poco claro entre sus propietarios y accionistas. Los programas de dichas emisoras consistían en espacios alquilados o cedidos a cambio de aportar alguna pauta publicitaria. Dichos datos hablan a las claras del particular contexto en que salió al éter este ciclo “pionero” en el revisionismo negacionista en la TV de aire.
[6] En varias ocasiones Lita de Lázzari afirmó que los desaparecidos estaban paseando por Europa. Una de sus intervenciones más comentadas, en ese sentido fue realizada en el año 2000 durante una emisión de ciclo El Parlamento de Lita que formaba parte de la programación de la TV pública. Puede vérselo en la web en el sitio Archivo Di Chiara. En otra ocasión Doña Lita se paseó en un tanque de guerra con un casco en la cabeza durante un festejo en el regimiento de los patricios. En esa ocasión mió a la cámara y dijo sin pudores: “Hay que matar algunos”. Tampoco se privó de hacer afirmaciones bastante aventuradas desde un punto de vista científico. En ese derrotero afirmó: “La culpa del SIDA es de las feministas que propagaron la liberación sexual”. Una síntesis más completa del “ideario” de Doña Lita puede leerse en (De Lázzari, 2011).
[7] Sobre cómo se trató el tema de la represión en el formato de talk shows ver De Lucia (1999).
[8] En las elecciones legislativas de 1993 el MODIN recibió 946.304 votos en todo el país, lo que lo convirtió en la tercera fuerza nacional con el 5,78% de los votos. Pero fue más impresionante el tercer puesto que obtuvo en la provincia de Buenos Aires con 692.269, que significaban el 11,8% de los sufragios. En las elecciones constituyentes de 1994 el MODIN cayó al 1,69% nacional. De ahí en más sus éxitos electorales se irían diluyendo.
[9] Sobre el universo de votantes del MODIN y sus aspiraciones ver (Zaremberg, 1997).
[10] Sobre el universo social de la nueva clase media residente en varios cerrados ver (Svampa, 2001). Sobre la instalación de la inseguridad como campo mediático ver (Fernández Pedemonte, 2010; De Lucia, 1999; 2018).
[11] Un caso temprano de activismo a favor de los represores se dio en un episodio poco recordado que sucedió en la ciudad bonaerense de Bragado en 1988. El obispado local había trasladado a una parroquia de dicha localidad al clérigo Christian von Wernich, que estaba acusado de haber participado en las actividades de grupos de tareas de la represión amén de hacer declaraciones justificativas del terrorismo de estado. Las principales fuerzas políticas y sociales de la ciudad de Bragado organizaron una marcha de silencio para repudiar la presencia de este personaje. Algunos grupos católicos de derecha de la diócesis de Mercedes, bastión del catolicismo preconciliar, convocaron a una contra marcha, en apoyo de este clérigo promilico.
[12] Un episodio bizarro de la breve historia del “pattismo” fue la postulación por el Movimiento Federal de Centro (pattismo de la Capital Federal) como candidata a diputada a la exvedette Moría Casan (Ana María Casanova) en las legislativas de 2005. Esta mujer, famosa por sus actitudes soberbias, exhibicionistas y por una búsqueda constante de autopromoción se pronunció a favor de la pena de muerte, por la mano dura contra la delincuencia y justificando la represión ilegal en los años 70. Esta representante de la “derecha zafada” y farandulera debe haber reflexionado sobre los alcances de algunas de sus propuestas cuando años después fue presa en dos ocasiones en Paraguay acusada de robo y tenencia de drogas.
[13] En cuanto a la actuación de Luis Abelardo Patti como represor señalemos que se remontaba a la época de la llamada Revolución Argentina. En 1973, junto a una patrulla policial fusiló, literalmente, a tres jóvenes que se hallaban en una confitería de la zona norte del conurbano porque los consideraba culpables de haber violado una mujer. Durante el gobierno justicialista previo a la dictadura formó parte de las bandas policiales y parapoliciales que perseguían a la militancia obrera y social en la zona norte del gran Buenos Aires. Luego del golpe de 1976 participó del llamado “Circuito Camps”, siendo responsable de la tortura y muerte de numerosos delegados de fábrica. En 1982 recibió una sanción interna por abuso físico contra un subordinado. En 1983 se lo acusó de haber asesinado a los militantes montoneros Pereira Rossi y Cambiaso. Las causas judiciales que tuvo en los años 90 derivaron en amenazas de muerte a los testigos de la acusación y atentados contra la casa de algún juez. Patti siempre defendió públicamente el uso de la tortura, a la que calificó como “interrogatorios fuertes”. En 2007, luego de ser procesado acusado de secuestros y crímenes, fue expulsado de su banca en la Cámara de Diputados. En 2011 fue condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Actualmente purga dicha pena que fue confirmada en posteriores instancias judiciales.
[14] Fuerza Republicana alcanzaría el 41% de los votos en las elecciones provinciales de 1991. La candidatura de Bussi a gobernador alcanzó el 44,03% de los votos no siendo elegido por muy poco. En 1995 sería votado por el 47,20% siendo elegido gobernador. A partir de 1999 los votos de este partido fueron descendiendo paulatinamente. En los años del kirchnerismo pasaría a ser una fuerza definitivamente minoritaria en la política tucumana. En sus momentos de gloria tuvo algunos resultados interesantes en otros puntos del país donde cosechó el “voto uniformado” de los barrios militares aledaños a las grandes guarniciones. En 1999 la cámara de diputados de la nación decidió impedir la asunción de Bussi a una banca de diputados por inhabilitación moral. En 2003 Bussi fue detenido por la desaparición de un exlegislador en la época de la dictadura. Fue condenado a perpetua en 2008. Fue uno de los represores que más condenas en su contra ha acumulado. Murió en 2011 cuando estaba siendo juzgado por nuevos procesos de lesa humanidad.
[15] En 2005 Blumberg fue designado como “embajador de la paz” por el híper reaccionario reverendo Sun Myung Moon, líder mafioso de la secta Moon, que visitaba la Argentina para establecer vínculos políticos y hacer negocios. Sumémosle a lo anterior que uno de los patrocinadores de la causa por el asesinato del joven Blumberg fue el abogado Roberto Durrie, secretario de justicia durante el gobierno de Videla, defensor de represores y reivindicador del genocidio. Blumberg padre llegó a compartir tribunas con Marcelo Bragañolo, padre del adolescente Matías Bragañolo muerto en un sonado incidente callejero. Este era un hombre que había militado en la extrema derecha peronista, para luego mantener estrechos vínculos con los servicios de inteligencia de la armada y con el mismísimo Almirante Masera.
[16] El ascenso y caída de Karina Mujica (pseudónimo de Karina Alejandra Marañón) como icono de la nueva derecha argentina merece algunas líneas aparte. Esta arrojada defensora del terrorismo de estado también se destacó, en su actividad pública, por su vehemencia en la defensa de un modelo de familia basado en una moral sexual conservadora de tipo religioso católico. Incluyendo el llamado a no usar preservativos y confiar en la abstinencia para aventar la posibilidad del contagio de una enfermedad sexual. Grande fue la sorpresa de la mojigata audiencia de Doña Karina cuando un programa de televisión le hizo una cámara oculta que demostraba, de manera inequívoca, que esta bella mujer ejercía la prostitución usando el nombre de guerra de Valentina. Eso sí, prostitución VIP, ¡como corresponde a una representante de la derecha zarpada!
[17] El autor de estas líneas no cuestiona que se le paguen indemnizaciones a parientes de personas que hayan muerto en acciones guerrilleras o a soldados y cuadros muertos en combate. Si nos oponemos tajantemente a la equiparación de la violencia insurgente con el terrorismo de estado. No se trata de fenómenos homologables ni en términos estratégicos ni en términos políticos. Para el autor de estas líneas violentos no son los que luchan, violentos son los que oprimen.
[18] La insistencia de los negacionistas en cuestionar el número de víctimas se basa en el informe de la CONADEP (Comisión Nacional de desaparición de personas) de 1985 en donde se registraron no más de 9.000 denuncias de personas desaparecidas. Muchos especialistas consideran que, dada las circunstancias en las que se desarrolló la represión genocida, este número está fuertemente subvaluado. Por otra parte, informes internacionales de esos años manejan cifras muy superiores. Por ejemplo, en un informe de la embajada norteamericana de 1978 se habla de, por lo menos, 22.000 víctimas.
[19] Durante su desempeño como ministra de Desarrollo Social en el gobierno de Fernando de la Rúa esta política “progre” avaló la rebaja de sueldos estatales y jubilaciones. Siguió siendo ministra luego de la renuncia del vicepresidente Chacho Álvarez, dirigente del FREPASO, partido que integraba Fernández Meijide, denunciado que el presidente de la república estaba encubriendo actos de corrupción (“caso de la Banelco”). Luego de marzo de 2001 se desempeñó ni más ni menos que como vicejefa de gabinete de un gobierno cada vez más derechizado. En su desempeño como ministra fue objeto de acusaciones por corrupción por la designación de parientes y allegados en cargos rentados. También por haber tomado resoluciones sospechosas de beneficiar a funcionarios allegados con subsidios y otras ventajas.
[20] El intento de la toma del cuartel de La Tablada por el Movimiento Todos por la Patria el 23 de febrero de 1989 fue un episodio oscuro relacionado con un trabajo de manipulación de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas enzarzadas en una interna entre “carapintadas” y “leales”. La “recuperación” del cuartel derivó en torturas, abusos sexuales y el fusilamiento de guerrilleros que se habían rendido. Cosa que se demostró con fotos, aparecidas en diarios argentinos y extranjeros, que mostraban como algunos de los militantes caídos habían sido tomados prisioneros luego de rendirse. Muertes que están impunes. El juicio que condenó a los atacantes fue denunciado por irregular por organismos internacionales de derechos humanos.
[21] La única fuerza de la izquierda marxista argentina que apoyó a la dictadura fue el Partido Comunista Argentino en el cual militaba Alfredo Leuco en esos años. Lo anterior no quita reconocer que esa fuerza política también contó con militantes víctimas del terrorismo de estado.
[22] Morandini había desarrollado esta línea de análisis en su libro De la culpa al perdón (2002), aunque no había llegado a un compromiso con las políticas de olvido tan fuerte como el que proponía Fernández Meijide. Morandini fue miembro del Observatorio de los Derechos Humanos del Senado de la Nación.
[23] Editorial Sudamericana fue fundada en Buenos Aires en 1939 por iniciativa de Antonio López Llausas, exiliado español antifranquista de filiación liberal. En las décadas siguientes se convirtió en uno de los sellos editoriales más importantes de la Argentina, publicando una oferta bastante diversificada de obras de ficción y ensayos de distintas áreas y especialidades. Desde 1998 pertenece a Peguin Ramdon House, grupo editorial. Sin duda no se trata de una casa orientada a cubrir los consumos de un sector del público identificado con determinadas posiciones ideológicas. No obstante, no sería arbitrario calificarla como una empresa orientada preferentemente a atender las necesidades de un tipo de lector de clase media y media alta con ciertas pretensiones y particularmente sensible a las novedades ideológicas e intelectuales del momento.
[24] En el cine nacional el revisionismo de la Memoria Completa ha tenido poca presencia. Contrasta lo anterior con la gran cantidad de largometrajes argentinos que desde los años 80 vienen tratando en tema de los “años de plomo”, desde perspectivas ligadas a la “teoría de los dos demonios” pero también desde un discurso más militante y reivindicador de la militancia de los 70. El formato de largometraje de ficción no ha sido muy transitado por el revisionismo de derecha. Podemos citar el caso de Cargo de Conciencia (2005), un panfleto estrambótico dirigido por el cineasta ultra conservador y cultor del cine exploitation Emilio Vieyra. Se trata de un burdo intento de demonizar a los organismos de derechos humanos y sus luchas. Una película que no vio casi nadie y que fue destruida por la crítica. El “republicanismo centrista” aportó El diálogo (2012), un documental de Pablo Racioppi y Carolina Azzi. Se trata de un largo ejercicio de “autocrítica” estereotipada contra la violencia de Graciela Fernández Meijide y el ex militante montonero Héctor Leys. Más acá tenemos un título fílmico que se relaciona con el revisionismo de la “izquierda sensata”. Nos referimos a Secuestro y Muerte (2013) de Roberto Filipelli, con guion de Beatriz Sarlo, David Oubiña y Marcelo Llinas. El filme es una dramatización libre del secuestro y muerte de Pedro Eugenio Aramburu por un comando de la agrupación Montoneros.
[25] El country o barrio cerrado no solo ha sido objeto de importantes trabajos sociológicos que abordan su análisis desde la perspectiva de los cambios en la estructura social. Desde hace un decenio y medio se ha instalado un cierto imaginario del country como expresión de un universo social de clase alta y media alta recientemente ascendida y cultora de códigos segregacionistas e insolidarios. En su versión más extrema se asocia con la imagen de gente refugiada detrás de los muros de sus barrios como resguardándose de la influencia del mundo externo. Justamente es en la segunda mitad de primera década del siglo XXI que el cine comenzó a ocuparse de este nuevo espacio físico y social de las ciudades argentinas: Cara de queso (2006); La viuda de los jueves (2009), Un fin de semana solos (2009). La popular telenovela para niños y adolescentes Patito feo (2008) también estaba ambientada en un barrio cerrado donde los barritas de chicas y muchachos se dividían a partir de líneas de clase. En 2005 la miniserie policial Quinto Mandamiento, le dedico un capitulo (El vigilador) a la vida en un country. Justamente este especial, basado en una historia de crímenes, doble moral e hipocresía asociaba este espacio con el rol de un personaje social clave de la Argentina pos reconversión de los 90: el custodio privado como opción laboral creciente para de hombres de poca calificación intelectual y con un posible pasado en las fuerzas armadas o de seguridad (“mano de obra desocupada”). Tema que ese mismo año se abordaba en el notable filme El custodio protagonizado por Julio Chávez. Detrás de los muros de exclusivos barrios cerrados se produjeron algunos casos policiales, de amplia repercusión mediática, que pusieron sobre el tapete las oscuras relaciones entre impunidad, condición de clase y doble moral. Pensamos en el caso García Belsunce (2000) y el caso Nora Dalmasso (2004). En la Argentina que floreció la “Memoria completa” el country o barrio cerrado está asociado a algunos de los fantasmas más abismales de la sociedad argentina posdictadura.
[26] La presencia de familiares de muertos en acciones guerrilleras o atentados llevado adelante por organizaciones armadas de izquierda nunca estuvo proscripta en la televisión posdictatorial. Durante los años 80 y 90 participaron en los ciclos de Bernardo Neustadt (Tiempo Nuevo) y de Mariano Grondona (Hora clave) figuras como Hebe de Berdina, presidenta de FAMUS; Eugenio Aramburu, hijo del general Pedro Eugenio Aramburu; la actriz Claudia Rucci, hija de José Ignacio Rucci; María Cristina Picón de Viola, viuda del capitán Humberto Viola. Ciclos como Siglo XX Cambalache, dirigidos por Fernando Bravo y Tete Coustarot también invitaron a familiares de muertos en organizaciones armadas. Lo mismo en ciclos conducidos por Enrique Geblum y Juan Alberto Badia. Numéricamente su presencia en la pantalla ha sido menor que la de los familiares de víctimas de la represión. Situación bastante comprensible si se tiene en cuenta que este último es un colectivo que exigía justicia frente a hechos de violencia impune. Por el contrario, la mayoría de los familiares de muertos en acciones guerrilleras no tenía causas pendientes ante la justicia. Como se deduce de la información que exponemos en este trabajo, tampoco estuvo proscripta en ningún momento en la pantalla chica la presencia de represores. Incluso podemos decir que esta fue numéricamente importante a partir de los años 90.
[27] Eduardo Feinman es un exponente curioso de una escuela de “periodismo ficción” precursora de las modernas fake news. Este ex dirigente estudiantil de centro derecha y apologista de la mano dura monto en el año 2000 una burda falsificación periodística con patas más cortas que la mentira. Como periodista de la señal de cable Crónica TV anuncio, en carácter de “primicia”, que había descubierto un grupo guerrillero de izquierda que se estaba entrenando en los bañados entrerrianos. El reportaje a los pseudo guerrilleros, con la cara cubierta con un pañuelo, bastante excedidos de peso y llevando armas que ni sabían empuñar, generaba más risa que “pánico rojo”. El reportaje al temible Comando Sabino Navarro puede verse en el web en el sitio de Crónica TV.
[28] Etchecopar protagonizó el 12 de marzo de 2012 un violento incidente de corte policial. Ese día, delincuentes entraron en su casa con móvil de robo. El animador y su hijo sufrieron heridas de bala. No obstante “el Baby”, que alguna vez representó a un policía duro en un ciclo televisivo que se levantó por el bajo rating, logró repeler el ataque de los delincuentes eliminando a uno de los agresores e hiriendo a otro. Jugando a ser un “Rambo sudaca”, “el Baby” hizo un uso demagógico de este incidente para revalidar sus blasones de defensor de la mano dura y el antigarantismo. Lo mismo cuando un grupo de exaltados le dio una paliza en la vía pública, ofendidos por sus comentarios, sin darse cuenta que personajes como este se retroalimentan de dichos incidentes.
[29] Howard Stern es un conocido locutor de radio norteamericano animador del popular programa The Show de Howard Stern que estuvo en el aire durante más de un cuarto de siglo. Cultivó siempre un estilo provocador y agresivo que combinaba un estilo de llenos de alusiones sexuales, insultos y descalificaciones a figuras artísticas por su apariencia física, comentarios racistas y xenófobos, reclamos de reimplantar la pena de muerte y otras cosas por el estilo. Stern se postuló para Carlos electorales por el Partido Libertario, una corriente que se define como anarquista liberal, y que propicia la reducción a mínimo de gastos de ayuda social, reducción de impuestos y otras típicas banderas de la nueva derecha dura de Estados Unidos. Stern ha manifestado, alternativamente, simpatías y críticas hacia Donald Trump, que en varias ocasiones fue invitado de su programa.
[30] Nora Ginzburg provenía del partido Recrear para el Crecimiento fundado por el ex ministro de economía Ricardo López Murphy, luego fue aliada del macrismo. Recrear, que con el tiempo sería absorbido por el PRO, sostuvo durante sus años de existencia propia (2002-2007) una posición desfavorable a la reapertura de juicios por crímenes de lesa humanidad, aunque buscó no agitar mucho el tema. Durante las elecciones presidenciales de 2003 levantó un programa en que se incluía la consigna “acabar con el estado paralelo insurgente” en alusión a las agrupaciones de desocupados y otros movimientos sociales que habían surgido durante la crisis de 2001.
[31] El diputado Alfredo Olmedo es un terrateniente sojero salteño, de fe evangélica pentecostal, que ha sido denunciado por mantener a sus trabajadores en condición de servidumbre. Como legislador ha sostenido posiciones homófobas, antiderechos de género y a favor de la mano dura contra los delincuentes. Una de sus incursiones parlamentarias más “recordadas” fue un insólito proyecto de ley por el que proponía el reimplantamiento del servicio militar. Con la misma audacia propuso reformar el código penal e instaurar la castración química de violadores. Este curioso fascista cocoliche no se privó de opinar sobre el tan traído tema de la cantidad de desaparecidos. En un reportaje a un diario web afirmó, con una precisión admirable, que los desaparecidos eran 6.800. Se rumorea que la Sociedad Watchtower, más conocida como Testigos de Jehová, habría contratado al Diputado Alfredo Olmedo para que vaticine el día y hora en que se va a producir el Armagedón.
Referencias bibliográficas:
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- Acuña, C. M. (2003). Por amor al odio. Crónicas de guerra, de Cámpora a la muerte de Perón. Buenos Aires: Ediciones del Pórtico.
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Cómo citar este artículo:DE LUCIA, Daniel Omar, (2020) “La “memoria completa”. Relatos revisionistas del genocidio y acumulación política en la Argentina”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 42, enero-marzo, 2020. ISSN: 2007-2309.
Consultado el Domingo, 6 de Octubre de 2024.Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1844&catid=5