La comuna de Bogotá: 1854 (Fragmento del libro El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna)[1]
La segunda mitad del siglo XIX encuentra a Colombia en una fase de reordenamiento del espacio productivo nacional. Al igual que en los demás países, la quiebra del centralismo mercantil colonial, la Guerra de Independencia y las guerras civiles interregionales vulneraron la estabilidad política de la nueva república. Todavía le tocaría vivir a Colombia algunas cruentas confrontaciones históricas que definirían el curso general del desarrollo capitalista y del proyecto oligárquico que le corresponde.
Hacia 1843, la República de Nueva Granada se aproximaba a los dos millones de habitantes, que en un 94% correspondían a una población rural de heterogénea composición étnica, aunque mayoritariamente mestiza. Las regiones indígenas coincidían con las provincias amazónicas, centro y suroccidentales. Los enclaves de negros bajo el régimen de esclavitud estaban ya muy fragmentados geográficamente y muy disminuidos en términos demográficos (30,000 esclavos). La presencia negra en el litoral costero y en las provincias suroccidentales era más significativa por su legado cultural-popular y su incidencia en el proceso de miscenegización que por exigua presencia en plantaciones y poblados.
En la sociedad neogranadina, por esa época e incluso hasta la guerra civil de fin de siglo, predominaban las formas económicas precapitalistas y los viejos patrones de opresión y dominación rural. Agricultura y artesanía rural aparecían entrelazadas a pesar del embate comercial de las manufacturas y productos extranjeros, principalmente europeos. El artesanado se concentraba en algunas zonas como Socorro, que elaboraba géneros de algodón para exportarlos hacia Cundinamarca, Antioquia y Venezuela; Santa Rosa Viterbo fabricaba loza; Boyacá y Cundinamarca tejían mantas y ruanas.
Se estima, según datos censales, que el 70% de la población artesanal rural era femenina y más que realizar su labor en talleres, sostenía la reproducción de la doblemente opresiva industria a domicilio. La recomposición del trabajo familiar obligaba a involucrar a los hijos y ancianos como ayudantes, para cubrir las tareas de preparación de alimentos y control de encendido del fogón de leña o carbón, el cuidado de los niños y de los animales domésticos, así como la labor artesanal de cardar, tejer, hacer loza o vasijas de barro, prendas de vestir y calzar, correajes, etcétera (Kalmanovitz, 1985, págs. 122-123).
La liberación aduanera de las importaciones siguió un ritmo zigzagueante, dependiendo de la correlación de fuerzas entre los sectores proteccionistas y librecambistas. El arancel de 1847 parecía haber afirmado la voluntad de la burguesía comercial y del sector terrateniente que orientaba la producción de sus latifundios hacia las crecientes exigencias del mercado mundial. La modificación en los patrones de consumo abarcó la indumentaria, el decorado de viviendas y edificios, el moblaje, las modas en mantelerías, sábanas, colchas, cortinas, etc., así como en la joyería y uso de carruajes.
Estos cambios en el modo de vida de las clases dominantes demandaron de los terratenientes una creciente suma de ingresos monetarios de la que antes no se veían urgidos. Favoreció la tendencia a la separación entre el hacendado y la hacienda, al promover su adscripción a una dinámica urbana cada vez más absorbente. Esto dio lugar a nuevas y penosas exacciones sobre el campesinado. Las tiendas de raya se introdujeron al ritmo del desarrollo de las haciendas cafetaleras. La creciente producción y exportación de tabaco, quina, añil y chinchiná no cambiaron el panorama de las condiciones de vida de los trabajadores del campo (Kalmanovitz, Op. Cit., pág. 137).
A partir del medio siglo, la clase terrateniente entendió que el proyecto liberal que auspiciaban la burguesía comercial se ajustaba más a sus crecientes expectativas de integración de la producción agrícola y pecuaria bajo su control, en función de las demandas y posibilidades que ofrecía el mercado mundial. Este hecho constituyó la clave de la hegemonía liberal entre 1850 y 1876, salvo los años de coalición entre 1855 y 1859, que se gestó para conjurar todo proyecto popular que pretendiese reeditar la explosiva, aunque efímera experiencia gubernamental del utopista Melo.
El artesanado urbano de Bogotá, Cali, Bucaramanga y otras pequeñas ciudades comerciales y administrativas neogranadinas hacia mediados del siglo XIX entró en franco proceso de radicalización política. Inició la lucha por el derecho al trabajo del que los desplazaba la industria europea y la manufactura de tejidos burdos de Norteamérica, al cambiar tabaco, añil, quina, oro y chinchiná por textiles de uso popular y por diversos artículos suntuarios que demandaban los terratenientes y comerciantes nativos. A estos sectores les parecía un evidente despropósito las medidas proteccionistas que exigían los artesanos, ya que en términos de precios, calidad y variedad, la economía artesanal estaba incapacitada para satisfacer los nuevos patrones de consumo.
El poeta artesano José María Garnica testimonia con elocuencia dramática esta contradicción a que dio curso el liberalismo económico del bloque oligárquico:
Nos traen mesas, taburetes,
escaparates,
baúles, zapatos, petates,
galápagos, ligas, fuetes
y multitud de juguetes
con que barren nuestros reales,
mientras nuestros menestrales
se abandonan por no ballar
cómo poder trabajar
igual a tantos rivales” (Vargas Martínez, 1986, págs. 74-75).
Garnica, al igual que sus hermanos de oficio, veían eslabonarse amenazadoramente las manufacturas extranjeras y la pobreza creciente de sus propios hogares. El régimen de Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849), impulsó una política económica abiertamente orientada hacia los intereses del capital comercial extranjero. En 1846 rubricó con los Estados Unidos un desigual Tratado de Amistad, Comercio, Navegación y Privilegios. De manera simultánea y a través de su ministro González, propuso al Congreso un proyecto de reducción de tasas aduaneras sobre los artículos manufacturados, análogos o idénticos a los que fabricaba en el país la economía artesanal; impulsó la navegación a vapor por el río Magdalena y construyó una amplia red de caminos y de servicio de transportes (Torres Giraldo, 1972, pág. 58).
A partir de 1846, el desarrollo de las denominadas “Sociedades Democráticas” entre los artesanos de Bogotá y otras ciudades del país marcó su convergencia con la prédica del liberalismo radical, asumiendo posturas anticlericales y prosocialistas. Estos clubes liberales y sociedades político-reivindicativas lograron definir el patrón del clientelismo tradicional al que estaban atados intelectuales, artesanos y otras capas subalternas urbanas. En el plano ideológico, jugaban un papel corrosivo en la medida que impugnaban los idearios conservadores y el catolicismo institucional al servicio del orden tradicional de la oligarquía criolla (Fals Borda, 1968, págs. 34 y ss.).
En 1849, la elección como presidente de la república del general José Hilario López se decidió por la acción concertada de las masas urbanas que impulsaban y agitaban las Sociedades Democráticas a los gritos de: ¡Viva López, candidato popular! ¡Viva López, terror de los conserveros! La mayoría conservadora en el parlamento se vio conminada a legitimar el voto popular, a riesgo de propiciar un desborde de las enfervorizadas muchedumbres urbanas.
El régimen de López con sus medidas radicales: reforma constitucional, expulsión de los jesuitas, abolición de la esclavitud, supresión de la pena de muerte por motivos políticos, eliminación del patronato, separación entre la Iglesia y el Estado, libertad de prensa, etc., generó una escisión en las filas del partido liberal y un realineamiento de fuerzas de parte de los conservadores y de las Sociedades democráticas.
El ala radical del liberalismo se aglutinó en torno a la denominada Sociedad Republicana (1850). En ella confluían diferentes tendencias, aunque todas reclamaban para sí la plataforma del republicanismo democrático francés de la primavera ideológica de 1848. Por un lado, los liberales neogranadinos asumían como propias la “defensa de la propiedad”, la “garantía de la seguridad pública” y sus “aspiraciones filantrópicas”, racionalistas y civilizadoras; por el otro, se postulaban socialistas y cristianos.
El socialismo de la Sociedad Republicana le venía de las ideas postsaintsimonianas de Pierre Leroux y Felipe Buchez, así como del republicanismo igualitario de Dézami, Toussenel y Blanqui. Uno de los principales ideólogos de esta organización, José María Samper, llegó a declarar que “El Gólgota ha sido la primera tribuna donde se ha predicado el socialismo”, afirmación que conmocionó a los medios tradicionalistas y conservadores. A partir de allí, esta facción liberal sería motejada como Gólgota. Era una paradoja para los conservadores y viejos liberales, enfrascados en plena lucha por la laicización o no del Estado y de la sociedad civil, que un liberal pudiera estar de acuerdo con el proceso de secularización de la política y con la reivindicación ideológica de Jesucristo. Los ortodoxos del liberalismo fueron a su vez denominados Draconianos, en razón de apelar a medidas de fuerza para resolver las diferencias ideológicas con la Iglesia y las políticas con los conservadores.
Los Gólgotas querían servir de contrapeso político a la creciente influencia de las Sociedades Democráticas y a las auspiciadas por los conservadores. Estas organizaciones políticas desarrollaron profusa actividad ideológica en el seno de las masas urbanas. Se vieron estimuladas por la ampliación del derecho de sufragio directo y secreto, así como por el respaldo estatal al desarrollo de este tipo de instituciones, que tendían a modernizar la escena política de las ciudades neogranadinas del medio siglo.
Las Sociedades Democráticas, conscientes de su rol en la elección presidencial de López, le habían hecho saber desde el principio que el viejo “sistema de clientelas” ya no funcionaría con ellas. Demandaban la satisfacción de sus más sentidas reivindicaciones en el lenguaje de los revolucionarios franceses de 1848: el derecho al trabajo y a la propiedad.
La aproximación ideológica y política entre los Gólgotas y las Sociedades Democráticas los convertía en una fuerza de presión importante ante el gobierno de López. Convergían en la acción de propaganda y educación de las masas en las nuevas doctrinas sociales, en la defensa de la libertad de asociación, pensamiento, prensa, sufragio político, así como en el rol tutelar del Estado en favor de las garantías republicanas. Disentían en el número y calidad de los derechos ciudadanos y de los fueros estatales, también en lo que respecta a la política económica gubernamental.
A fines de 1850 en Bogotá, el gólgota Ricardo Venegas, desde las páginas del Neogranadino en un artículo titulado “Socialismo”, oponía al Derecho al trabajo reivindicado por las Sociedades Democráticas el más terreno y lucrativo de obligar a trabajar. La polémica en torno al trabajo no era más que una traducción neogranadina parcial, de aquella otra que enfrentó a la Francia de 1848.
Las Sociedades Democráticas aparecían ante los ojos de los liberales, prestigiadas por su función civilizadora. Estas habían reemplazado a las viejas corporaciones gremiales que negaban la libertad de industria y trabajo, en favor de los maestros de oficio. Muy por el contrario, estas Sociedades democratizaban la participación de los artesanos al abrirse en igualdad de derechos a oficiales, jornaleros y maestros. Cumplían funciones político-reivindicativas, al mismo tiempo que promovían la capacitación en los oficios y en la educación elemental. Además, postulaban una ética del trabajo y de la vida ciudadana.
No obstante las virtudes exhibidas por las sociedades artesanales, hacían declaraciones que preocupaban al gobierno de López. Casi al concluir el año de 1850, el presidente y su gabinete visitaron a la Sociedad Democrática de Bogotá y vieron con alarma cómo se daba respaldo asambleístico a una nueva orientación doctrinal. Para esta Sociedad, de ahora en adelante “el socialismo era el resumen de su fe política y religiosa” (Vargas Martínez, 1972, pág. 39).
Los artesanos adherentes a las Sociedades Democráticas fueron popularmente conocidos como los “rojos”. Sin embargo, este apelativo propio a las connotaciones ideológicas de los tiempos modernos, se veía reforzado por el hecho de que los artesanos comúnmente llevaban gran sombrero de paja y ruana grande de bayeta roja forrada de azul que llegaba hasta los pies. Por su lado, los Gólgotas fueron identificados por el uso de la casaca. La indumentaria devino así en factor de diferenciación política más que de casta.
El desarrollo de las Democráticas, como se les llamaba popularmente, se extendió por las principales ciudades del país. Se calculaba en número de 200 a nivel nacional. En Bogotá se llegó a contar con más de 2,500 afiliados, en Cali con mil adherentes y con análoga membrecía en otras ciudades neogranadinas.
En el sur del país, en el Cauca y Buenaventura, su campaña en defensa de la propiedad comunal de la tierra de los indígenas frente a la voracidad de los terratenientes, agudizó la polarización social hacia el umbral de una nueva guerra de castas. Ello escindió a los propios liberales. El ministro de Hacienda Murillo Toro propuso el reparto de tierras estatales en beneficio de los campesinos indígenas y esclavos libertos en la región sureña. Al ser bloqueada su iniciativa por el presidente López, terrateniente del Cauca, presentó su dimisión (Shulgovsky, 1985, pág. 53). López, al igual que Obando y otros caudillos liberales, se habían beneficiado con la venta de la manumisión de esclavos al estado, así como de otras medidas propias del liberalismo económico. Por tales motivos fueron objeto de duras críticas por parte de las vanguardias artesanales.
El año de 1851 en Cali, las Sociedades Democráticas se fueron convirtiendo en un polo de confrontación social. Conformaron milicias urbanas y rurales y se abocaron a la toma de tierras, quema de propiedades y persecución de caciques y terratenientes (Henao y Arrubla, 1920, pág. 519). La respuesta armada de los terratenientes conservadores no tardó en manifestarse, siendo derrotados por el ejército liberal y las milicias de las Sociedades Democráticas.
La agitación social tenía, además de una expresión política y reivindicativa, otra que conmovía el sistema de ideas imperante. La efervescencia ideológica se movió en tres direcciones: la que enfrentaba a Gólgotas y Democráticos contra los Conservadores; otra que libraban Democráticos y Gólgotas entre sí; y, finalmente, las propias divergencias que distanciaban a las Propias corrientes en el interior de las Sociedades Democráticas.
Sobre este panorama ideológico, más que las tribunas populares (del Cabildo y del Parlamento) han dejado elocuentes testimonios las páginas de las diversas publicaciones periódicas de ese tiempo. El Neogranadino permitía la exposición de ideas tan disímiles como las de colaboradores proudhonianos y defensores del derecho al trabajo y aquellos otros que desde el liberalismo Gólgota las impugnaban. La Revolución defendía las tesis socialistas en materia económica frente a las objeciones del liberalismo económico. El Comunismo Social y El Alacrán atacaban a los terratenientes esclavistas y a la “aristocracia del dinero”.
Entre los exponentes de las corrientes utopistas del socialismo neogranadino merece destacarse la figura señera de Joaquín Pablo Posada (1825-1880), coeditor de El Alacrán (1849), que se abocó a lo largo de seis artículos a exponer su particular concepción de “El Comunismo”. Posada reivindicaba el derecho del pueblo a la rebelión contra la minoría aristocrática de quienes acaparan el dinero, el comercio, las tierras, a costa de la expoliación de los trabajadores. Sostenía igualmente que la independencia de América Latina no había resuelto los problemas del pueblo. La consigna que debería guiar a las masas neogranadinas debería ser la de ¡Abajo los de Arriba! Discrepaba de las tesis de Proudhon, prefiriéndose apoyar en las ideas del cristianismo socialista. Aunque por esos años circulaban les escritos en francés de Saint Simon, Enfantin y Cabet, pudo haber asimilado las ideas de otros propagandistas franceses o incluso españoles como Francisco Javier Moya y Sixto Cámara. Dista mucho de conocerse la literatura ideológica que moldeó el pensamiento doctrinal de Posada y sus afines y coetáneos.
Las preocupaciones de Posada y también sus esfuerzos apuntaban a la búsqueda de un nuevo orden social en la Nueva Granada. Fustigaba a la burguesía comercial y a los terratenientes, así como a sus expresiones políticas, y llegó a la conclusión radical de que: “Nuestro enemigo es la clase rica, nuestros enemigos reales son los inicuos opresores, los endurecidos monopolistas, los agiotistas protervos” (Vargas Martínez, 1972, pág. 25). Como veremos más adelante, el papel de Posada no se agotó en la experiencia propagandística, sino que destacó en la orientación política del régimen de Melo.
También merece citarse la labor de propaganda y combate ideológico en el movimiento popular, desarrollada por dos líderes artesanales de la Sociedad Democrática de Bogotá; nos referimos a Miguel León y Emeterio Heredia. El herrero León destacó como buen orador y mejor panfletista, orientando su prédica y agitación en favor de la lucha social y contra la pretendida neutralidad y autoridad del Estado. Heredia, por su parte, destacó en la polémica escrita que libró con el fundador de la Sociedad de Artesanos de Bogotá, convertida más tarde en Sociedad Democrática.
El viejo líder artesanal, mortificado por el nuevo rumbo político-doctrinal de la sociedad que él mismo prohijó y presidió, publicó un libelo intitulado El desengaño o confidencias de Ambrosio López, primer director de la Sociedad de Artesanos de Bogotá, denominada hoy Sociedad Democrática (1851). Se sumaba así a la campaña conservadora que se llevaba adelante desde fines del año anterior, a través del no menos elocuente periódico titulado farsescamente El Socialismo a las Claras.
Frente al repunte intemperado de las ideologías restauradoras, el dirigente artesanal Emeterio Heredia le replicó acremente al ultramontano Ambrosio López. Este último volvió a la carga con la edición de un folleto de mayor virulencia y conservadurismo titulado El triunfo sobre la Serpiente Roja, cuyo asunto es del dominio de la nación, en donde denosta al comunismo artesanal y a la acción de masas del 7 de marzo de 1849, que dio el acceso al poder a José Hilario López. La reacción de los artesanos esta vez fue de carácter orgánico. Expulsaron al maestro Ambrosio López por “tránsfuga” (Vargas Martínez, Op. Cit., pág. 40).
El conservadurismo oligárquico, liderado por Mariano Ospina y J. E. Caro, se conformó corno fuerza política en 1849. Un año después, apoyándose en la disidencia de Ambrosio López, los conservadores promovieron la formación de sociedades artesanales. Siguiendo el ejemplo del aristocratismo y conservadurismo francés, tiñeron de religiosidad sus iniciativas filantrópicas. Las palabras Caridad, Beneficencia y Filantropía se volvieron significativas entre el nuevo clientelismo artesanal. La revelación de la miseria y pauperización de las exasperadas masas urbanas los llevó a reeditar las medidas paternalistas recomendadas por Villaneuve Bergemont, Gerando, Ozanan y Melurd. Aparecen así la Sociedad del Niño Dios, la Sociedad Popular y la Sociedad Filotémica. Se trataba de una nueva estrategia de contención popular construida en base a la modernización oligárquica de sus formas de patronazgo y clientelismo político urbano.
Los conservadores se insurreccionaron en mayo de 1851 en Pasto, Antioquia. Neiva, Tunja y Pamplona, siendo aplastados en su intento por las fuerzas leales al gobierno central de Hilario López. Los vencidos optaron por replegarse y acumular fuerzas para una futura confrontación político-militar. Por otro lado, el régimen de López, conjurado el peligro conservador, se vio envuelto en una lucha faccional entre las corrientes y sectores que lo llevaron al poder. Los liberales escindidos y enfrentados y las Sociedades Democráticas desilusionadas y radicalizadas crearon una situación de vacío de poder que no resolverían ni las elecciones presidenciales ni la nueva constitución de 1853.
Los artesanos resultaron defraudados por las medidas de corte liberal dadas por la administración de José Hilario López (1849-1853). Si bien en el plano político, la participación popular tuvo una incidencia mayor y tendencialmente autónoma frente a la demagogia de los liberales y conservadores, sus intereses siguieron siendo vulnerados por la política exterior librecambista, que permitía el libre ingreso de las manufacturas extranjeras.
Durante las elecciones presidenciales de 1853, los conservadores se abstuvieron de participar, dejando que Gólgotas y Draconianos enfrentasen a sus candidatos: Tomás Herrera y José María Obando, ambos generales y caudillos terratenientes.
Los Gólgotas y Draconianos tuvieron que compartir el poder. Obando asumió la presidencia y Herrera fue designado por el Congreso como el primer representante político después del presidente. Las divergencias entre las facciones liberales se centraban en torno a la cuestión religiosa, la elección de gobernadores, el ejército y el control de las masas.
La cuestión religiosa expresaba dos niveles de confrontación. Por un lado, la oposición entre cristianismo y laicismo llevaba a dos maneras de entender el liberalismo como cuerpo de doctrina. Por el otro, la oposición se situaba en la relación Iglesia y Estado. Los Gólgotas proponían la tesis de “Iglesia Libre en el Estado Libre”, y la oponían a la de los Draconianos sobre el peligro del resurgimiento conservador a partir de un Iglesia unida y autónoma, sin fiscalización estatal.
La cuestión del ejército era objeto de divergencia entre el civilismo Gólgota y el militarismo Draconiano, es decir, entre quienes abogaban por su disolución y quienes demandaban su fortalecimiento. Los Gólgotas tenían un fundamento de doctrina, al entender el carácter del ejército por su estructura corporativa, sus fueros particulares y sus jerarquías estamentales, como una traba para el ejercicio de la igualdad jurídica de todos los ciudadanos de la Nueva Granada. Empero, animaba a los Gólgotas otra razón más terrena y coyuntural, y que consistía en que el ejército estaba de parte de los Draconianos. Por tanto, era imperioso restarle fuerza a este poder militar adverso.
A los Draconianos les disgustaba la elección de los gobernadores de provincias, porque ello le restaba fuerza al poder central. Además, los resultados de las elecciones de 1853 no les fueron favorables, y acrecentaron su oposición a esta autonomización del poder de las provincias. En lo que respecta a las masas, Gólgotas y Draconianos disentían sobre el rol del estado en materia de protección al trabajo, la propiedad, servicios asistenciales. También diferían estas vertientes liberales en torno a la política a seguir, frente a los gremios y a los comerciantes.
Desde la toma de posesión gubernamental, el general draconiano José María Obando profundizó las fisuras abiertas con los Gólgotas y Conservadores. Atacó a la ideología socialista de las Sociedades Democráticas, que le habían brindado su apoyo electoral. Sancionó la vigencia de la nueva Constitución de la República levantando la protesta airada de los Conservadores. Al régimen de Obando no le quedó otro camino, para garantizar su autoridad política, que apoyarse cada vez más en el ejército y en las Sociedades Democráticas para contrarrestar la convergencia de Gólgotas y Conservadores, que dejaron de lado sus rencillas históricas.
Gólgotas y Conservadores se unieron para combatir la Constitución y la amenaza roja de las Sociedades Democráticas que ponían en tela de juicio la propiedad, el orden, la libertad de industria y de comercio.
En las cámaras, la mayoría Gólgota-Conservadora presentó un proyecto sobre comercio exterior lesivo a los artesanos. Las Sociedades Democráticas llamaron a la movilización y oposición a dicho proyecto. Fuera del Congreso se produjo una batalla campal entre los de ruana roja y los de casaca, también llamados por el pueblo cachacos monopolistas. Nuevos incidentes se produjeron en la plaza de toros del barrio popular de Nieves, bastión de las Sociedades Democráticas. Las masas urbanas, que desde mediados de junio de 1853 gritaban mueras a los Gólgotas y Conservadores y vivas al presidente Obando y al general Melo, ya se encontraban en los umbrales del desborde violento.
La oposición popular se generalizó cuando la mayoría opositora promulgó algunas reformas constitucionales, que limitaron los fueros del ejecutivo. Obando no podía aceptar el control hegemónico del estado por parte del cuerpo legislativo. La Constitución y la ley de comercio exterior devinieron pues en objeto de polarización política general, abriendo las puertas hacia una solución de fuerza.
Bajo tales circunstancias, el gobierno de Obando buscó un mayor respaldo del general José María Melo, comandante militar de Bogotá que gozaba de la lealtad de las tropas sabaneras y de la simpatía de las Sociedades Democráticas. El desenlace político-militar no tardaría en llegar. La oposición de la coalición Gólgota-Conservadora aumentó su campaña en favor de la supresión del ejército, forzándolo con esta actitud a una definición política en favor de Obando.
José María Dionisio Melo y Ortiz (1800-1860) fue un militar de carrera. De extracción popular, hijo de una familia de campesinos de Tolima, se enroló a los dieciocho años en el Ejército Libertador de Simón Bolívar, peleando a su servicio en las batallas de Pichincha, Junín y Ayacucho. En 1851, bajo el gobierno de López, ascendió a general del ejército. Un año más tarde fue designado comandante general del Departamento de Cundinamarca y jefe de la II División del Ejército. El acercamiento de Melo a las masas populares urbanas fue progresivo, aunque de orientación definida, dado el acelerado proceso de descomposición y lucha política.
La contienda por la fijación de gravámenes fuertes a las mercancías extranjeras, el derecho al trabajo y a la propiedad apuntaban contra las estructuras mismas de la vieja sociedad criollo-oligárquica. Los artesanos radicales exigían no los viejos fueros gremiales de la colonia, que sólo favorecieron a los maestros y patronos de taller, sino la instalación de talleres fabriles de tipo colectivo promovidos por el estado con la finalidad de que les garantizase el derecho al trabajo, dadas sus carencias de capital. Pan, trabajo o muerte era el lema que rezaba en los pasquines y murales citadinos el 20 de marzo de 1854.
Vulnerado por la fuerza corrosiva de las facciones opositoras, el gobierno de Obando vivía sus últimos días. El 17 de abril de 1854, a las cinco de la mañana, los democráticos se congregaron disciplinadamente frente a las puertas del Cuartel de Artillería, habiendo sido previamente armados por orden del general Melo. Identificados con cintas rojas en los sombreros que llevaban por lema: ¡Vivan el Ejército y los Artesanos, abajo los Monopolistas!, se sumaron al contingente de 300 húsares al mando del general Melo. Iban a demandar a Obando que defenestrara dictatorialmente a la oposición Gólgota-Conservadora. En ese ínterin, defeccionó el doctor Lleras, presidente de la Sociedad Democrática de Bogotá y más tarde el propio Obando.
La Junta General Democrática, presidida por el doctor Francisco Antonio Obregón e integrada por el líder artesanal Jorge León, presidente del cabildo de Bogotá y los generales Gutiérrez de Piñares y Melo, al fracasar en su gestión mediadora con Obando lo destituyeron y otorgaron el mando presidencial al general Meto. Cinco personas más fueron promovidas para completar el gabinete: Pedro Martín Consuegra, Lisandro Cuenca, Andrés Tejeiro, Ramón Ardilla y Joaquín Pablo Posada. Este último, destacado ideólogo socialista.
Melo, respaldándose en la Constitución de 1843, promulgó un decreto supremo que protegía los especiales fueros presidenciales, pero que también declaraba abolidos todos los monopolios (art. 14); respetaba la propiedad, aunque justificaba su expropiación por “usos públicos”. En materia religiosa, declaraba el apoyo estatal a la religión católica, medida que tendía por un lado a aglutinar a las clases subalternas de la ciudad y el campo bajo las vertientes diversas del catolicismo popular y del socialismo cristiano, y por el otro lado, neutralizaba a una iglesia temerosa del anticlericalismo Gólgota, pero también de la radicalización secularizada de las masas.
La convergencia Gólgota y Conservadora pasó del plano político al militar. El régimen de Melo impuso fuertes cargas tributarias y préstamos forzosos a la burguesía comercial y a los terratenientes, aunque sólo se pusieron en práctica en las zonas bajo control político-militar.
En las provincias del Norte y en particular en las ciudades de Cali y Popayán, las Sociedades Democráticas y algunos contingentes del ejército mantuvieron efímeramente el control local. En la costa atlántica sólo Cartagena y Santa Martha aparecieron como dos solitarios lunares rojos. Sin embargo, a nivel nacional, el gobierno artesanal del general Melo progresivamente era aislado y cercado regionalmente. Las fuerzas Gólgotas y Conservadoras controlaban todo vínculo económico y diplomático con el exterior, gracias al apoyo intervencionista de los norteamericanos y británicos.
Como vocero ideológico del gobierno artesanal operó El 17 de Abril, periódico que tuvo como director al escritor socialista Joaquín Pablo Posada, miembro del gabinete melista. Las propuestas programáticas que enarbolaba este órgano de prensa y que consignaba el Estatuto de Gobierno expresaban un nivel de contradicciones en el interior del bloque artesanal-militar. Estas divergencias, que tuvieron como centro el problema de la tierra y sus métodos de resolución, deberían ventilarse en una convención nacional.
El Catecismo político de los artesanos y de los campesinos apareció publicado en las páginas de El 17 de Abril. Buscaba profundizar el curso de la Comuna de Bogotá más allá de sus límites urbanos y del bloque artesanal-militar. Las fuerzas motrices de la revolución deberían coaligar al artesanado y a los campesinos. La lucha por la restitución de las tierras comunales debería ser uno de los ejes programáticos del gobierno popular. Las experiencias antiterratenientes de las Sociedades Democráticas en el Cauca (1851) y las más recientes de Santa Martha (1854) deberían generalizarse. Sin embargo, la falta de criterios consensuales del gobierno melista, así como la imposibilidad de llevar a cabo la tan ansiada convención nacional en tiempos de guerra civil, colapsaron desde dentro las potencialidades revolucionarias de este excepcional experimento político de las clases subalternas neogranadinas.
La Comuna de Bogotá difícilmente podía consolidar un proyecto artesanal y campesino. Carecía, al igual que las fuerzas Gólgotas y Conservadoras, de la posibilidad de construir un proyecto nacional, de conjugar los disímiles particularismos regionales. Todavía la política neogranadina estaba muy marcada por los horizontes y pugnas interregionales. La propia configuración de la guerra civil entre el ejército democrático del Centro al mando de Melo y los ejércitos del Norte y del Sur bajo órdenes de Conservadores y Gólgotas indican la ausencia de integración política y de hegemonía regional. En esta dirección, la experiencia gubernamental de las Sociedades Democráticas fue una práctica regional antes que una de carácter exclusivamente urbana. Su expansión y radicalización política en el escenario nacional aparece fragmentada, salvo en el centro. El estallido precoz en el Cauca le restó fuerzas al proyecto político-militar de 1854.
El gobierno artesanal del general Melo logró infligir algunas derrotas importantes a las fuerzas opositoras. El 20 de mayo de 1854, en Zipaquirá y Tiguizá, venció a las tropas reaccionarias del general Tomás Herrera. Sin embargo, perdió la iniciativa estratégica y se replegó sobre la sabana de Cundinamarca. Esta situación militar favoreció las campañas militares contra las ciudades bajo control de las Sociedades Democráticas.
Los Gólgotas, con el general López a la cabeza, se agruparon en el Ejército del Sur, mientras que los conservadores se alinearon en tomo al general Mosquera, que comandaba al Ejército del Norte. La campaña de pinzas se inicia en noviembre de 1854. Las batallas se libraron en Pamplona, Bucaramanga, Vélez, Tunja, Tequendama y Cali, cercando al Ejército del Centro en el perímetro de la ciudad de Bogotá. Diez mil efectivos de las fuerzas del Norte y del Sur, bajo el mando único de Herrán, se lanzaron al asalto final bajo las banderas de orden y muerte, durante los días 3 y 4 de diciembre. Tras la heroica pero infructuosa defensa de Bogotá por unos 4.000 artesanos y militares melistas, cayó abatida la capital. Una despiadada represión escarneció a los vencidos.
El aplastamiento y persecución de las Sociedades Democráticas por las tropas del general López en la ciudad de Cali preanunció la noche negra de Bogotá. El 27 de junio caleño fue superado con creces por el 4 de diciembre bogotano. De los sobrevivientes, 200 artesanos fueron enviados a Panamá a cumplir trabajos forzados en calidad de zapadores. No todos llegaron, se les aplicó a varios la ley de fuga. Melo sería deportado. Concluía así dramáticamente la experiencia melista en Colombia, pocos meses antes de que quedase exangüe el proyecto artesanal y campesino de Belzú en Bolivia.
La desaparición de las Sociedades Democráticas abrió las puertas para el ulterior desarrollo del mutualismo artesanal frente al cual, liberales y conservadores promovieron diversas formas de filantropismo señorial y clientelismo político.
Concluido el gobierno conservador de Mariano Ospina (1857-1861), vino un largo período de dominio autoritario del Partido Liberal bajo el régimen federalista de los Estados Unidos de Colombia. La inestabilidad política quedó reflejada en las ciento cincuenta revueltas locales e insurrecciones regionales, en el curso cruento de dos guerras civiles (1860 y 1876) y en tomo al conflicto suscitado en la relación Iglesia y Estado.
Los artesanos, el naciente proletariado urbano-rural y los campesinos, además de servir de soporte del reordenamiento económico de tipo agroexportador, con frecuencia fueron utilizados como base de encuadramiento militar y carne de cañón por las fuerzas liberales y conservadoras, así como por los caciques locales, frustrando todo intento autonomista de lucha popular. En el plano ideológico, escasos fueron los periódicos y escritos obreristas o socialistas. Entre estos últimos merece recordarse el ensayo neosaintsimoniano de Manuel María Mediedo, intitulado La Ciencia Social o el Socialismo Filosófico, Derivación de las Armonías del Cristianismo (1863), en donde expone su concepción del estado basado en la justicia y la armonía social. En dicho escrito, Mediedo hace una implícita justificación de la tradición de la Comuna de Bogotá, al reivindicar el derecho del pueblo a defender sus ideales e intereses mediante la lucha armada.
El descontento acumulado por los artesanos no pudo ser paliado por ocasionales medidas gubernamentales, como la creación de la Escuela de Artes y Oficios de Medellín en 1864. El romanticismo social de factura liberal fue consciente de la situación desfavorable y penosa de los artesanos, pero sus llamadas de atención al estado cayeron irremisiblemente en el vacío. José María Samper, destacado intelectual liberal, en su ensayo La miseria en Bogotá (1867), hizo notar la presencia entre los artesanos de “un odio reconcentrado contra todo lo que se llama gólgota o radical” y que se opone a todo tipo de medidas proteccionistas (Caicedo, 1971, pág. 12).
Pero el último desborde artesanal no tendría como escenario Bogotá sino Bucaramanga. El año 1879, la Sociedad Democrática La Culebra Pico de Oro llevó a cabo una cruenta asonada artesanal-popular contra los terratenientes y comerciantes mayoristas de nacionalidad alemana, enriquecidos con la importación de manufacturas europeas y la comercialización del añil y del tabaco en el mercado internacional. Las masas enardecidas, dirigidas por los líderes artesanales, saquearon los establecimientos comerciales y ajusticiaron a un terrateniente bumangués y a dos comerciantes alemanes (Kalmanovitz, Op. Cit., pág. 205).
Un fondo de religiosidad y moralidad cristiana, así como un cierto chovinismo, justificaba ante las masas el ataque a los comerciantes extranjeros. El dirigente J. Pedro J. Callejas señaló como “libertinos” y “malignos” a sus enemigos históricos, pero fue obvio que más que una batalla en defensa de la moral cristiana se trató de una revuelta de clase.
Poco después, el envío de un navío de guerra al puerto de Barranquilla, por parte del imperio prusiano para exigir un desagravio público y una indemnización económica, motivó que el suceso cambiara de signo y que los exaltados democráticos de Bucaramanga pudieran acogerse bajo la legítima defensa popular-regional a la soberanía nacional.
Notas:
[1] Con motivo del 150 aniversario de la Comuna de París y su recepción en América Latina publicamos este fragmento del libro El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna de Ricardo Melgar Bao. El libro cuenta con dos ediciones, la primera publicada en 1988 en Madrid por Alianza Editorial-Sociedad Quinto Centenario (pp. 48-61). La segunda edición (en dos tomos) fue publicada en México en 1990 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Alianza Editorial Mexicana (Tomo I, pp. 48-61), segundo tiraje de 12 mil ejemplares.
Referencias bibliográficas:
- Caicedo, E. (1971). Historia de las luchas sindicales en Colombia. Ediciones CEIS.
- Fals Borda, O. (1968). Las revoluciones inconclusas en América Latina (1809-1968). Siglo Veintiuno.
- Henao, J., & Arrubla, G. (1920). Historia de Colombia para la enseñanza secundaria. Librería Colombiana, Camacho Roldan & Tamayo.
- Kalmanovitz, S. (1985). Economía y nación: una breve historia de Colombia. Siglo Veintiuno.
- Shulgovsky, A. (1985). La comuna de Bogotá y el socialismo utópico. Revista América Latina(8), 46-56.
- Torres Giraldo, I. (1972). Síntesis de historia política de Colombia, vol. 1. Margen Izquierdo.
- Vargas Martínez, G. (1972). Colombia 1854: Melo, los artesanos y el socialismo. La Oveja Negra.
- _____. (1986). Pensamiento socialista en Nueva Granada (1850-1860). Dialéctica, 11(18), 69-87.
Cómo citar este artículo:MELGAR BAO, Ricardo, (2022) “La comuna de Bogotá: 1854 (Fragmento del libro El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna)”, Pacarina del Sur [En línea], año 13, núm. 48, enero-junio, 2022. ISSN: 2007-2309.
Consultado el Sábado, 9 de Noviembre de 2024.Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2047&catid=5