Miguel Gutiérrez: un heterodoxo en la literatura latinoamericana[1]

Miguel Gutiérrez: A heterodox in Latin American literatura

Miguel Gutierrez: A literatura latino-americana heterodoxo

Ezequiel Maldonado[2] y Angélica Aranguren[3]

Recibido: 19-05-2013; Aprobado: 28-06-2013

A mediados de agosto de 2011, Angélica Aranguren y yo nos encontramos con Miguel Gutiérrez (Piura, 1940) y su esposa Mendis, en la Tiendecita Blanca, un café ubicado en la Lima pituca. Ahí empezó un diálogo y, posteriormente, una larga entrevista vía correo electrónico, que Miguel Gutiérrez generosamente nos concedió y hoy presentamos en este número de nuestra revista. Es lamentable el nulo o poco conocimiento de la obra de Miguel Gutiérrez en Latinoamérica y aún en su propia patria, Perú. Tal vez influyó el estigma o la visión negativa (difundida) propalada por voceros y funcionarios del gobierno y aún literatos peruanos que lo vinculan al movimiento guerrillero Sendero Luminoso, SL, o por mantener una sólida postura político-ideológica vinculada al marxismo leninismo; en la época en que Francis Fukuyama (pregona, “anuncia”) propala el fin de la historia y las ideologías, y los intelectuales se asumen comprometidos con su obra. Autor de varias novelas que reflejan una visión local-universal, una perspectiva totalizadora, que las vuelve entrañables; ha teorizado sobre literatura universal y peruana y ha escrito el gran ensayo sobre la Generación del 50 en Perú: un vehemente y encendido alegato sobre sus pares filósofos, poetas y narradores, y el compromiso del intelectual, que le mereció descalificaciones y múltiples impugnaciones del mundillo literario peruano. En seguida reseñamos tres de sus obras principales.


La violencia del tiempo (1991), es una obra magna en más de un sentido, la reciente edición de Punto de lectura (2010), contiene 1042 pp. En esta obra, a través de Martín Villar, p  ersonaje central, aborda la portentosa tarea de buscar un linaje, su obsesión por conocer, reconocer sus raíces, se convierte en el sentido de su vida. En la literatura latinoamericana podemos ubicar relatos de este tipo: búsqueda de la hoja que somos en el enorme árbol genealógico del que formamos parte. Cien años de soledad, de García Márquezes también parte integrante de esta idea; igualmente La mujer habitada, de Gioconda Belli. En nuestras culturas, con pueblos multiétnicos y pluriculturales, no sorprende que buscar la identidad, se vuelva imperioso. Pueblos cruzados por tiempos y culturas diversas. El impacto de la conquista y colonización sobre nuestra más remota raíz india nos hace preguntarnos, ¿Dónde está en nosotros el pasado indígena? ¿Vive aún? ¿Qué formas adopta? ¿Cuál es la parte española que nos conforma? ¿Cómo la valoramos?


Miguel Gutiérrez vincula siempre la historia de Piura, lugar de búsqueda de Martín Villar, con la historia de Perú: la microhistoria con la Historia. Se trata de una reconstrucción histórica que corre paralela a la necesidad de un reconocimiento personal. El autor posee una enorme habilidad para transitar de la historia política a la historia individual y viceversa. En la reconstrucción de su identidad y su linaje tiene un papel esencial el relato oral, la historia que vive en los viejos, memoria de su pueblo. Martín Villar escucha atento relatos de su madre, sus tíos, los vecinos, en el velorio de su abuelo se interroga: al perder mi niñez me pregunté quién soy y cuáles son mis vínculos con los otros cercanos.

Esta necesidad de reconstruir su historia lo conduce al encuentro del ciego, de quien escucha cada noche relatos, de Don Asunción Juáres, de Don Timaná quien le da a beber la pócima del cactus dorado que actúa sobre sus recuerdos y los activa y revive: son pálidas, torpes e insuficientes (las palabras escritas) sobre lo que de verdad oí y vi acuciado por el espíritu del cactus y la protección del sabio anciano. Emprende la búsqueda de lugares, de casas, espacios que pueden encender sus recuerdos y recrear su memoria. Múltiples personajes son parte de este fresco monumental, cada uno de ellos posee su propia historia, un gran calidoscopio. Los sentimientos personales, expresan a su vez los grandes problemas sociales que constituyen enigmas, contradicciones latentes en nuestras sociedades: racismo, clasismo, sexismo, el papel del mestizaje, vía la violación, y un principio violento de nuestras existencias; la fascinación por lo extranjero que el dominador ha ubicado como modelo de belleza, elegancia, etc. De esta manera, las acciones en continuo movimiento de Martín Villar conducen la reflexión hacia preguntas permanentemente abiertas en Perú y en Latinoamérica.

Confesiones de Tamara Fiol, editada en 2009 por Alfaguara, ubica un acontecimiento central en la vida política y social de Perú, la presencia de Sendero Luminoso, sus acciones y posteriores consecuencias. Dentro de éste la participación de las mujeres es trascendente. En buena parte de la producción científica y literaria sobre la historia de este movimiento, al ignorar o minimizar la presencia de las mujeres, se ofrece una imagen trunca de los procesos que impactaron la sociedad total. De ahí la importancia de la búsqueda por parte del autor, de mujeres líderes, para hacerlas visibles, dotarlas de voz propia y ofrecer un panorama completo, en lo posible, de los sucesos que trastocaron al Perú.


El autor reconstruye la personalidad de Tamara Fiol, una de las mujeres de Sendero, contestataria y transgresora en todos los ámbitos de su vida: en lo político, social, sexual, etc. A través de entrevistas con el periodista Morgan Scott que viaja a Perú en busca de profundizar en un reportaje inicial intitulado “Las mujeres de Sendero Luminoso”, Tamara Fiol se devela ante un lector que es testigo tanto de la polifacética y extrema existencia de Tamara como de la vida cultural y política de la Universidad de San Marcos, y la vida artística y bohemia de Lima. Se entreteje la vida apasionada, siempre al límite de Tamara, sus recuerdos, con un presente de intensa actividad política, y las posibles perspectivas al futuro. Es una novela intensa donde el autor nunca pierde los hilos de lo social, los procesos políticos, las intensas vivencias de Tamara, las emociones del periodista que termina por involucrarse con la trágica existencia de Tamara Fiol.


            Uno de sus textos clave para entender el itinerario de su pensamiento es el polémico y excelso ensayo La generación del 50: un mund  o dividido. No es un típico ensayo producido en los cubículos universitarios, de corte académico, y sin embargo, mantiene un elevado rigor en cada uno de sus juicios a pesar de que su elaboración se produce en el fragor de una de las guerras internas más crueles y sanguinarias en el Perú en los años ochenta del siglo XX con un saldo aproximado de más de 60 mil muertos. Es como si en México, valga la comparación con sus distancias geográficas, políticas, ideológicas, Carlos Fuentes o José Emilio Pacheco, postergaran durante un breve lapso su obra creativa en aras de emprender la osada aventura intelectual de testimoniar sobre su generación, también del cincuenta, y denunciar el clima imperante de la infame guerra en México, con más de 60 mil asesinados; y que en esa empresa desplegaran su sabiduría, como dice Gutiérrez, en el territorio del debate (o si se quiere, del combate) de las ideas. En palabras del autor:

La generación del 50 constituye un documento sobre una época en que todas las producciones culturales, literarias y artísticas llevaban la huella de la cruenta y prolongada guerra interna que se desarrollaba en territorio peruano. Es más, y para decirlo en el viejo estilo, el élan que recorre de la primera a la última página de mi libro es el hecho de la guerra, situación que generó incertidumbre, miedos y expectativas que repercutieron en la vida íntima y social y en las formas de conciencia en las que se cristaliza lo que algunos filósofos denominaban el espíritu de la época. De modo que mi libro, además de ser un estudio sobre una generación, contiene el testimonio de un yo que no se oculta en aras de una ilusoria objetividad sino que se muestra implicado emocional, moral y políticamente con uno de los momentos más críticos de la historia del país… Y es esta dimensión testimonial la que confiere singularidad a mi trabajo…

            Dos cuestiones involucra Gutiérrez en el anterior párrafo, que se complementan y derivan en un genuino ensayo: la subjetividad del ensayista a través del manejo del yo y lo que él nombra como la dimensión testimonial. Esa subjetividad, tan vilipendiada en los círculos académicos, es lo que permitirá al escritor imprimir el ritmo de su escritura, el tono del lenguaje y estilo ya que, directa o indirectamente, se verá perturbado por una situación contradictoria y vulnerable cuando seres muy cercanos optan por la vía guerrillera y se vinculan en la guerra popular. Algunos intelectuales se extrañan de que no estuviese preso; otro, expresó una enorme desilusión de que siguiese vivo Gutiérrez por considerarlo corresponsable por la matanza. En medio de tales descalificaciones, prejuicios y temores, el testimonio de Gutiérrez cobra una enorme relevancia en sus reflexiones sobre la poesía, la narrativa y el pensamiento social peruanos, junto con la trayectoria vital de autores de la talla de Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso o Vargas Llosa. Un testimonio intelectual, el del aquí y el ahora de Gutiérrez, en donde manifestó sus diversas potencialidades en una escritura febril, ansiosa, eufórica por momentos, que se desplegó en una sola y dilatada secuencia sin ningún punto y aparte; y, recordemos, en una Lima en tinieblas, con la luz de un candelabro y tecleando en una Remington o una Smith Corona, con dinamitazos, descargas de fusilería y el desplazamiento de tanques del ejército peruano por las calles.


            ¿Por qué esa animadversión, odio furibundo y descalificaciones hacia Miguel Gutiérrez? Entre otras razones, por trascender estudios y reseñas complacientes a través de una fundamentación teórica, por ser coherente en sus convicciones político-ideológicas y no ocultar un pensamiento basado en el marxismo-leninismo, que ya constituye una afrenta, y, la peor ofensa, en palabra y acción, el haberle conferido el status de intelectual al líder de Sendero Luminoso. Ello provocó que se desataran las furias del averno intelectual, se exigiera su expulsión de la República de las Letras y se descalificara la obra creativa de Miguel Gutiérrez. ¿Qué atrevimiento, colocar como intelectuales, en el mismo plano, a Ribeyro, Vargas Llosa y a Abimael Guzmán? En el ensayo, Gutiérrez destaca la personalidad de Guzmán y lo ubica como un intelectual de partido, intelectual orgánico del PCP y de Sendero Luminoso. “Guzmán era un expositor sobresaliente y altamente persuasivo, dice Gutiérrez. Con una lógica implacable (el sarcasmo era su principal recurso) examinaba un problema, criticaba y demolía las posiciones contrarias y señalaba a un público ávido el camino a seguir”. Sin embargo, en un análisis lapidario se pregunta si son correctas la línea, la estrategia, las tácticas y formas de combate de SL; y si ha existido un balance autocrítico sobre errores de concepción y de desviaciones ideológicas. Se interroga sobre la consigna “Pensamiento Gonzalo” y el apresuramiento de promover una concepción del mundo apenas en proceso; también cuestiona una política autoritaria, hostil hacia los intelectuales, los que no militaban en su partido. En el balance hacia una figura de tal complejidad, permanecen inquietudes y perplejidad hacia q  uien mantuvo una posición de clase y se vinculó al destino de su pueblo.


            Un leit motiv que recorre la obra ensayística de Miguel Gutiérrez se refiere al “compromiso social del escritor”. Un tema de encendidas polémicas allá por los sesenta y setenta del siglo XX que involucró a la generación del boom y con la revolución cubana en el centro de los debates. Estar a favor o en contra signó ese compromiso social en sus variadas gamas: “la búsqueda existencial, la elección de la marginalidad y el exilio, hasta la participación directa en los acontecimientos político sociales” En el subcapítulo El intelectual y el poder, Gutiérrez se pregunta, ¿es posible llevar una vida auténtica dentro del sistema? ¿Hay lugar todavía para que el individuo desarrolle sus potencialidades sin que sea absorbido por la maquinaria social? ¿El heroísmo es posible aún en la era del imperialismo? Y estas interrogantes le permiten comp  arar, establecer contrastes y confrontar con la intelectualidad peruana de la generación del cincuenta.


En seguida presentamos las preguntas iniciales que propusimos al escritor Miguel Gutiérrez. Sin embargo, éste nos señaló, “He respondido a cinco de ellas porque creo que las dos preguntas restantes ya se incluyen de alguna manera”, cuestión en la que estuvimos de acuerdo.

1)      Ante la reedición, veinte años después, de La violencia del tiempo (2010), en Punto de Lectura y la reciente publicación Confesiones de Tamara Fiol (2009) en Alfaguara, ¿quedó en el pasado la “marginalidad”, o cierta heterodoxia en que se  había movido Miguel Gutiérrez?

2)      Su línea de conducta, su pensamiento coherente entre lo que dice y hace, ¿todavía produce odios y descalificaciones en Perú, ese “certamen de odios y pasiones desencadenadas” que  usted describe en la segunda edición (2008) de La generación del 50: un mundo dividido?

3)      A propósito de este excelente ensayo, hay una insistencia en lo que usted llama “Las formas del compromiso social” y en éstas inicia con “Las bases objetivas de la praxis”; en México, cualquier gacetillero o crítico literario diría que es un anacronismo hablar del compromiso del intelectual: “tema de los sesenta y setenta” y su vínculo con la Revolución cubana, y que hoy los escritores “se comprometen únicamente con su obra”. ¿Podría comentar cuál sería para usted este compromiso del intelectual en el tercer milenio?

4)      Releyendo algunos pasajes de Hombres de caminos, La violencia del tiempo, como parte del ciclo sobre la f  amilia Villar de Piura, usted me parece más cercano a Guimarães Rosa, Roa Bastos y hasta a Juan Rulfo, o sus temas y línea de conducta los veo emparentados con esto  s “neo regionalistas”, como peyorativamente algunos críticos sitúan a estos escritores, que con el cosmopolitismo sin barreras, por ejemplo, de un Vargas Llosa u otros escritores que olvidan sus raíces, si es que las tuvieron, y escenifican las tramas de sus obras en Tokio, Alemania o Inglaterra. ¿Cuál es su punto de vista?

5)       En varias de sus obras es relevante el papel de las mujeres: fuertes personalidades que, en sociedades patriarcales como las latinoamericanas, se muestran independientes, asumen militancias y corren sus propios riesgos, sin necesidad de la presencia masculina, o a pesar de ésta. ¿Estamos, en el tercer milenio, ante mujeres excepcionales o es una nueva generación hoy presente? ¿Cuáles son las claves para entender este fenómeno?

6)      En esta misma línea, qué importancia tienen las mujeres en su literatura y en su propia vida. En qué aspectos radica la diferencia, si es que existe, entre la visión de mundo de un escritor y una escritora.

7)      Ante el conflicto armado y la violencia política de las pasadas décadas, ¿considera que, frente a un discurso oficial legitimador de la violencia, los literatos peruanos han estado a la altura de sus circunstancias históricas?


 

Respuestas:

1.- Siempre he sido un heterodoxo, incluso en relación con el marxismo. En mi vida de escritor e intelectual he llevado a la práctica una marginalidad selectiva. Frente al poder político y a los poderes literarios he sido ciertamente un marginal casi absoluto. Por ejemplo, en los últimos tiempos he rehusado en varias oportunidades a participar en eventos culturales que se realizaban en el Congreso de la República y nunca pisé la Casa de la Literatura durante el gobierno de García. Y sin duda mantendré esta misma actitud si el actual gobierno de Ollanta Humala incumple con el programa que lo llevó a la presidencia. ¿Qué habría ocurrido si me hubiera tocado ser escritor durante un régimen socialista? Le habría brindado mi decidido apoyo pero sin renunciar mi derecho a la crítica y, sobre todo, nunca me habría convertido abyectamente en un burócrata de la cultura con los ojos vendados para no ver lo que realmente ocurre en el seno de la vida pública y privada de las sociedades socialistas. No, mi vida y mi conducta siguen siendo las mismas, ahora que una editorial “grande” viene publicando mis novelas. Aunque en mi manera de ser hay algunas líneas de sombra que me acercan a Óscar Mazaret, me hubiera gustado parecerme a Cósimo Piovasco de Rondó, el melancólico y sabio héroe de El barón rampante.


2.- Pensé que los odios y rencores que suscitó mi libro La Generación del 50: un mundo dividido eran cosas del pasado, hasta que un artículo mío —escrito en el 2005 para restablecer la verdad de lo que realmente  ocurrió en un encuentro de escritores peruanos celebrado en Madrid ese mismo año—, desencadenó una increíble polémica que del territorio de la literatura se extendió a los campos de la cultura y la política. Como en el artículo afirmé que si bien la “secta garcilasista” (así denominé a la vieja argolla que desde los principales medios de prensa ejercía el “mandarinato” cultural) ya no tenía en sus manos el poder absoluto, todavía dominaba ciertos espacios de la cultura oficial. Todos los escritores que se sintieron aludidos arremetieron contra mí, contando con el apoyo del antiguo mandarín José Miguel Oviedo, el de bizarra prosa. Rompiendo todos los límites, los más enconados descalificaron literariamente mi obra y me acusaron de senderista. Incluso Oviedo llegó a responsabilizarme de los 60 mil muertos que dejó la guerra interna y creo que hasta se lamentaba de que yo no hubiera muerto en alguna contienda. Varios escritores vinculados de alguna manera con esta argolla, al acercarse a mí, siempre se sienten en la necesidad de deslindar posiciones ideológico políticas conmigo; un escritor en una entrevista relativamente reciente afirmó que La Generación del 50… le pareció un libro tan repudiable que me castigó quitándome el habla. En un programa cultural de televisión dirigido por el que yo denominé: “el tonto de la secta” (según me contaron éste ponía como requisito para tener un espacio en el programa el que los escritores expresaran algún tipo de crítica o reparo a mi obra o mi persona), un psiquiatra a quien muchos años atrás había consultado, en contra de toda ética profesional y basado seguramente en una razón arcana me acusó de ser un hombre malo o malvado (dijo más o menos: “en el Perú existe un hombre malo llamado MG”). Y, como era de esperarse, el “tonto de la secta”, en dos páginas completas que le concedió el director de la sección cultural del “decano” de los diarios de Lima (y a quien durante la polémica yo había señalado como miembro de la secta garcilasista) escribió un furibundo y ridículo artículo a raíz de la publicación de la segunda edición de La Generación del 50…, amparándose en supuestas posiciones democráticas, aunque perteneció al conjunto de escritores que vieron con simpatía al fujimorismo. Bien, esto por el lado de la derecha o de la derecha liberal. Pero también por el lado de las izquierdas he sido objeto de duras críticas. De mi libro, no les gustaba algunas propuestas estéticas, estuvieron en abierto desacuerdo sobre la valoración que hice de algunos intelectuales o escritores, como, por ejemplo, Eielson, Vargas Llosa o Pablo Macera, pero en particular se manifestaron en contra por su lenguaje irreverente, poco ortodoxo y supuestamente poco proletario. Hace unos tres años, a propósito de una entrevista que me hicieron en un diario (sacando la afirmación de su respectivo contexto, el titular decía “La novela es incompatible con el socialismo”) un grupo de intelectuales que siempre estuvieron sólo en la periferia de las luchas pusieron el grito en el cielo por la entrevista, sin tomarse el trabajo de remitirse a mis propuestas tal como son fundamentadas en mis escritos. Incluso un mal poeta en una carta publicada en el  mismo diar  io donde apareció aquel titular aseguró que yo me había pasado “a la otra orilla” y con podrida escolástica pretendió darme unas clases elementales de marxismo. En algún círculo de izquierda se le han hecho duras objeciones ideológicas a mi novela Confesiones de Tamara Fiol, sobre todo en relación a la figura de Tamara que según sostienen dista de ser una heroína proletaria, supongo que estos comisarios deben considerarla poco menos que como una perra burguesa decadente. También en estos últimos años, se ha pretendido reescribir la historia de la revista Narración de la que fui uno de sus fundadores. Según estos supuestos amigos —en realidad, sólo fueron dos; uno de nula influencia en los Nos. 2 y 3, en que la revista adquiere su verdadera dimensión; el otro, que se integró al grupo en el último número— yo fui una suerte de integrante fantasma, completamente circunstancial, que no hizo ningún aporte significativo a la publicación. Sí, todavía no se han calmado los odios y rencores (y también hay que decirlo, las envidias) en torno a mi persona. Pero con la publicación de mi último y reciente libro de ensayos La cabeza y los pies de la dialéctica, que reúne sin ninguna autocensura los artículos y ensayos en torno a ideología y literatura y las responsabilidades del escritor que he venido escribiendo desde hace cuarenta años, todo se pondrá en su sitio, y es mi mejor respuesta a mis detractores de derecha e izquierda. Antes de concluir, sin embargo, tengo que señalar que pese a las campañas en mi contra no pocos escritores, en especial jóvenes de menos de cuarenta años, de notable talento y gran honestidad, se han acercado a mí con franqueza y alegría para charlar principalmente de esa cosa maravillosa que es la literatura.


3.- Durante el fujimorato, también resurgieron con nuevo brillo corrientes adversas al compromiso social del escritor, propuesta que se consideraba como desfasada y obsoleta. Como consecuencia, por un lado, de la descomposición y hundimiento del llamado mundo socialista y la recomposición y fortalecimiento del sistema capitalista con sus prédicas y profecías neoliberales como las del señor Fukuyama, y por otro, en el frente interno, con la derrota de Sendero y el MRTA, se impuso una cierta literatura del olvido, neutral, apolítica, formalista, erótica, lúdica, fantástica, cuyo representante de mayor talento fue el escritor peruano-mejicano Mario Bellatin; pero también surgió una nueva derecha inspirada en la prédica anticomunista de Mario Vargas Llosa. A diferencia del grupo anterior, actuaban de manera beligerante, sobre todo a través de la televisión, contra todo lo que sonara a socialismo o comunismo mientras hacían la apología del liberalismo y el neoliberalismo y cuya figura más notoria fue Jaime Bayle. Sin embargo, simultáneamente, se desarrollaba una narrativa de la resistencia, de la guerra o del no olvido, en la que participaron escritores de todas las generaciones del Perú, con producciones estimables, buenas e incluso muy buenas, como las de Dante Castro y Óscar Colchado. Por cierto, algunos escritores vinculados a los narradores arriba aludidos usaron el tema de la guerra interna, pero con fines comerciales. No se debe desdeñar el impacto que tuvo en la juventud las propuestas y prédicas tanto de los escritores “neutrales o apolíticos” como los de la derecha liberal y anticomunista. Con todo, los nuevos narradores que han empezado a publicar en el nuevo milenio no son ajenos a lo social, lo político o lo humano, pero lo hacen por razones no ideológicas, sartrianas, marxistas o liberales, sino fundamentalmente por razones éticas o simplemente por dignidad y decencia humana. Después de muchos años, a raíz de las recientes elecciones presidenciales, y por iniciativa de escritores jóvenes, intelectuales y artistas, de posiciones políticas diversas e, incluso, opuestas, firmaron un pronunciamiento a favor de la candidatura de Ollanta Humala, sobre todo para cerrarle el paso al retorno del autoritarismo y corrupción fujimorista con la candidatura de Keiko Fujimori. En cuanto a mí, por haber vivido hasta los diez años en un barrio pobre de Piura, donde descubrí en carne propia las hondas desigualdades sociales y formas de existencia excluyentes, con sus componentes racistas, tomé desde la infancia y para siempre el partido de los pobres y de los ofendidos y humillados, todo lo cual me imponía responsabilidades y deberes para con los demás y con la comunidad humana, requerimiento que se hizo más intenso en mi pubertad y adolescencia con la lectura apasionada de Dostoievski, Alegría y Vallejo. De modo, que muchísimos años antes de leer a Malraux, Sartre o Camus o a los teóricos y líderes del marxismo, ya llevaba sobre mí todo el peso de la responsabilidad y compromiso social. Desde luego, también siento el peso del compromiso en relación al texto literario, pero siempre comprendí que la perfección formal y artística del mismo dependía de mi adhesión a mis más profundas convicciones humanas. Aunque muchos acontecimientos históricos, políticos y sociales han ocurrido en el mundo, mi deber frente a lo humano ha perdurado. En el nuevo milenio nuevos retos tendrá que asumir el escritor (en realidad ya los está asumiendo) no sólo en relación a su país sino también en defensa del planeta y la supervivencia de la especie humana. ¿Desde qué posición ideológica asumo mis responsabilidades de escritor? Soy un marxista heterodoxo de espíritu vallejiano, que cree que para reandar el camino de la izquierda comunista hay que volver al Manifiesto Comunista, ese maravilloso texto en que confluyen el comunismo y la utopía libertaria.


4.- Mi novela más reciente, Una pasión latina, se desarrolla alternativamente en Washington D.C. y en ciudades peruanas como Piura y Ayacucho, el narrador de Confesiones de Tamara Fiol, es un norteamericano de ascendencia latina nacido en Nueva York, que como reportero de guerra se desplaza por diferentes países del mundo, las acciones de La violencia del tiempo se despliegan por ámbitos regionales, nacionales y cosmopolitas, por ejemplo, las aventuras del señor Bauman de Metz nos ponen frente al París de 1871 y las peripecias del padre Azcárate lo llevan por los campos de España y concluyen en Barcelona durante la Semana trágica de 1909, Babel, el paraíso se desarrolla en una mítica “capital del Imperio”, con episodios que tienen lugar en diferentes partes del mundo, como, por ejemplo, Australia, incluso en mi primera novela, El viejo saurio se retira, a través de personajes como el padre Gaspercha, nos asomamos a la Europa de la pre y la post segunda guerra mundial… Lo cierto es que desde que era muy joven estuve en desacuerdo con dicotomías como narrativa rural y narrativa urbana, nacional y comopolita, así como concebí un realismo que incorporase lo onírico, lo fantástico y lo mítico y lo metaliterario. La imaginación no debe tener límites y debe explorar todo tipo de realidades. El secreto reside desde qué posición filosófica, social y humana se desarrollan estas exploraciones. Los seres humanos de Vallejo cumplen su destino en las realidades andinas, en las urbes cosmopolitas o en los campos de batalla de España. Por lo demás, me siento muy honrado que me compare con escritores que admiro tanto como Roa Bastos, Rulfo y Guimarães Rosa, precisamente a los dos últimos les he rendido homenaje en algunas páginas de La violencia del tiempo, con paráfrasis y variaciones de sus respectivos estilos.


5.- En mi infancia y adolescencia conocí o tuve noticias de mujeres extraordinarias que después, de alguna manera, las encontré parecidas a las heroínas y antiheroínas del teatro clásico y de las novelas de los grandes maestros. No ocurre lo mismo con la narrativa latinoamericana y sobre todo con la narrativa peruana, si bien en aquellas existen personajes femeninos memorables como la Alejandra de Sobre héroes y tumbas, la Maga de Rayuela o las mujeres tan complejas y fascinantes del mundo onettiano. Hasta donde yo puedo ser consciente es probable que este vacío en nuestra narrativa que incluso se extiende hasta mi propia generación (en las que salvo escasísimas excepciones son reencarnaciones de la Virgen María —madres y novias idealizadas— o de la ramera bíblica –las amantes o putas corruptoras) haya sido una de las razones que me llevaron a incorporar en mis historias a personajes femeninos en roles destacados. No sé, por supuesto si lo habré conseguido, pero esto fue (y aún es) una de las motivaciones de mi escritura novelesca. Ahora bien; las mujeres de mis ficciones pertenecen a estratos sociales, a mundos geográficos y culturales distintos y a épocas diversas. Acaso con la excepción de la tía Blanca, el triste personaje de El viejo saurio se retira, todas las mujeres que protagonizan mis historias son figuras femeninas recias y en apariencia masculinas, como, digamos, las amazonas que luchan contra el poder de los hombres. Serían entonces las vengadoras de su género y algo también las justicieras que, como Antígona, se inmolan para cambiar las leyes estatuidas de los hombres. Pero una lectura más atenta (aunque admito que no necesariamente el autor es el mejor lector de sus obras) mostrará que se trata de mujeres que revisten de una coraza y esconden su feminidad como respuesta a las agresiones recibidas no sólo por los hombres, sino también por la familia y la colectividad. Sus heridas no son rituales o simbólicas; son heridas y agravios reales y concretos que ellas guardan en la memoria. Por cierto, ellas no son ajenas a las pulsiones de la venganza ni a los requerimientos de la justicia. Pero se distinguen de las amazonas y las Antígonas (las doña Bárbara, las Emma Zunz) en que su lucha no es por estatuir el poder femenino o cambiar las leyes del mundo. Ellas en realidad combaten por reivindicarse a sí mismas y construirse un espacio igualitario y digno en la sociedad humana. Por eso en lo más íntimo conservan su feminidad y deseo de amar a plenitud, y esto es válido incluso para personajes tan “duros” como la Zarca de La destrucción del reino y Visitación Cabrera de La violencia del tiempo.



Notas:

[1] Damos las gracias a Concepción Álvarez C. por su lectura atenta y las observaciones sugeridas a este reportaje.

[2] Profesor-investigador, Departamento de Humanidades de la UAM, Azcapotzalco.

[3] Doctora en ciencias sociales y profesora en la Universidad Mayor de San Marcos, Lima, Perú.

 

Bibliografía:

Gutiérrez, Miguel. Hombres de caminos, Perú, Editorial Horizonte, 1988

_____, La violencia del tiempo. Perú, Santillana, 2010

_____, Babel, el paraíso. Perú, Colmillo blanco, 1993.

_____, El mundo sin Xóchitl. Perú, FCE, 2001.

_____, El viejo saurio se retira. Perú, Promoción cincuentenaria editores, 2004.

_____, Confesiones de Tamara Fiol, Perú, Alfaguara, 2009.

_____, La generación del 50: un mundo dividido. (Ensayo). Perú, Arteidea editores, 2008.

 

Cómo citar este artículo:

MALDONADO, Ezequiel; ARANGUREN, Angélica, (2013) “Miguel Gutiérrez: un heterodoxo en la literatura latinoamericana”, Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 16, julio-septiembre, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.
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