Entre “decencia” e “inmoralidad”: los carnavales huamanguinos de la ciudad de Ayacucho, 1850-1870
Between “decency” and “immorality”: the Huamanguino carnivals of the city of Ayacucho, 1850-1870
Entre “decência” e “imoralidade”: os carnavais Huamanguino da cidade de Ayacucho, 1850-1870
Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, Perú
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Recibido: 01-06-2020
Aceptado: 30-06-2020
Resumen
Resumen: Este artículo estudia la historia de la Fiesta de Carnaval en Huamanga, ciudad capital de Ayacucho, en la segunda mitad del siglo XIX. En este contexto histórico vemos como la ciudad demostró que sus habitantes de la clase popular o subalterna participaban anualmente en las fiestas carnestolendas. La fiesta popular del carnaval fue vista como “indecente” e “incivilizada” por los notables huamanguinos, que para hacerla más “decente” y “civilizada”, fueron los propios notables quienes participaron en ella para dar un toque más “moral”. Lamentablemente, los subalternos-indígenas no comprendieron y celebraban el carnaval como en antaño, con “bailes indecentes”, “conductas inmorales”, “desenfrenos sexuales” y sobre todo con música, festines y orgías, que lo realizaban tanto en sus barrios como en la propia ciudad capital de Ayacucho. Por más lucha por erradicar el carnaval considerado “diabólico” e “inmoral”; la decencia nunca pudo eliminarlo. Entonces, la Fiesta de Carnaval vino para quedarse por siempre.
Palabras clave: carnaval, decentes, inmoralidad, prensa escrita, notables, clase subalterna.
Abstract
Abstract: This article studies the history of the Carnival Festival in Huamanga, capital city of Ayacucho, in the second half of the 19th century. In this historical context we see how the city demonstrated that its inhabitants of the popular or subordinate class participated annually in the carnival festivals. The popular carnival festival was seen as “indecent” and “uncivilized” by the notable Huamanguinos, who, to make it more “decent” and “civilized”, were the notables themselves who participated in it to give a more “moral” touch. Unfortunately, the subordinates-indigenous people did not understand and celebrate the carnival as in the past, with “indecent dances”, “immoral behaviors”, “sexual debauchery” and especially with music, feasts and orgies, which were carried out both in their neighborhoods and in in the capital city of Ayacucho. For more fight to eradicate the carnival considered “diabolical” and “immoral”; decency could never eliminate him. So, the Carnival Party came to stay forever.
Keyword: carnival, decent, immorality, he presses once was written, good marks, classroom subaltern.
Resumo
Resumo: Este artigo estuda a história do Festival de Carnaval de Huamanga, capital de Ayacucho, na segunda metade do século XIX. Nesse contexto histórico, vemos como a cidade demonstrou que seus habitantes da classe popular ou subordinada participavam anualmente dos festivais de carnaval. O popular festival de carnaval foi visto como “indecente” e “não civilizado” pelos notáveis Huamanguinos, que, para torná-lo mais “decente” e “civilizado”, foram os notáveis que participaram dele para dar um toque mais “moral”. Infelizmente, os subordinados indígenas não entendiam e celebravam o carnaval como no passado, com danças “indecentes”, “comportamentos imorais”, “deboche sexual” e, principalmente, com música, festas e orgias, realizadas em seus bairros e na cidade capital de Ayacucho. Por mais luta para erradicar o carnaval considerado “diabólico” e “imoral”; a decência nunca poderia eliminá-lo. Então, o Carnaval chegou para ficar para sempre.
Palavras-chave: carnaval, decente, imoralidade, imprensa escrita, notável, subordinada.
Introducción
Desde la llegada de los españoles a la villa de Pucaray en 1540 y que luego de asentarse en el lugar y de denominarla como San Juan de la Frontera, implantaron no sólo su infraestructura en la construcción de templos y casonas coloniales sino que también que dejaron como “herencia” sus costumbres y tradiciones traídas desde España, como: La Semana Santa, La Fiesta de Todos los Santos y sobre todo la fiesta más popular que eran los carnavales y es porque ahí participaban libremente sin restricciones todo el pueblo.
Nuestra investigación nos lleva a confirmar que la fiesta carnavalesca desde que fue implanta en 1543 por los españoles en la ciudad de Huamanga, tuvo sus primeras festejos; en la que los españoles casi no participaban en las primeras décadas del siglo XVI, junto con la clase subalterna o popular, sino más bien ellos celebraban el carnaval de forma más “privada; es decir separados o apartados de la plebe huamanguina. Por otro lado, nuestra intención es contribuir a la revaloración de los carnavales de antaño y su celebración anual. De ahí que el estudio se justifica por dará a conocer a la sociedad del presente del sigo XXI, la importancia y el significado que tuvo la fiesta del carnaval durante el siglo XIX y ver cómo la aristocracia ayacuchana la consideraba “indecente” e “inmoral” por los comportamientos negativos de la clase subalterna en su participación.
En el estudio emprendido hemos considerado como hilo conductor el aporte que nos brinda el historiador Julio Caro Baroja (1965) sobre el carnaval en España; de Rolando Rojas, quien realiza un estudio sobre los orígenes del carnaval en Lima y Marisol de la Cadena (1997), que nos conduce a entender los que significaba la decencia por estos tiempos en el Cuzco; todos estos estudios históricos nos sirven para comprender el proceso histórico del carnaval huamanguino entre 1850 a 1870 en la ciudad de Ayacucho.
Nuestro planteamiento de investigación es ¿Cómo calificaba la prensa local la participación de los notables en el carnaval huamanguino durante la segunda mitad del siglo XIX? ¿La participación de los notables fue considerada “decente” y “moral”, mientras que la participación de la clase subalterna fue considerada “inmoral” e “indecente” en la fiesta carnestolendas huamanguinas? ¿Qué excesos observa el periodismo ayacuchano del siglo XIX en el carnaval para calificarlo de indecente? La investigación nos lleva a confirma que fue el periodismo y sus críticas las que influían en sus lectores, sobre todo los miembros de la comunidad de notables huamanguinos quienes eran considerado cultos y decentes y su participación en los carnavales realzaba la fiesta.
Una mirada a los carnavales de antaño en la ciudad de Huamanga
Desde la fundación de la ciudad de San Juan de la Frontera el 25 de abril de 1540, los españoles impusieron su religión y cultura a los indígenas habitantes de la pequeña villa. Uno de esas celebraciones fue la Semana Santa, la fiesta de Todos los Santos y la fiesta más popular el carnaval. Durante siglos, el carnaval fue la fiesta más esperada por los habitantes de Huamanga que se celebraba en calles y barrios tradicionales de la provincia, como Qarmenqa, San Juan Bautista, Qonchopata, Santa Ana, La Magdalena, etc., donde tanto hombres y mujeres huamanguinas de la clase notables y subalterna lo celebran a su modo.
En Huamanga colonial, las carnestolendas de antaño eran sugestivo; las sencillas y candorosas gentes se advertían durante los tres días, haciendo honores a los sabrosos pucheros (olla pequeña y con una sola asa)[1] de carnaval después de un baño externo de perfume, se organizaba bailes de máscaras por un grupo selecto de jóvenes disfrazados, provistos de artículos valiosos acudían en cita a los dorados, salones, a solemnizar con cultura la fiesta anual, haciendo de noche de relucientes monedas y de exquisitos confites huamanguinos. Las muchachas alegres como si fueran la misma pascua, hacían gala de su cultura y elegancia, luciendo vistosos vestidos, al mismo entusiasmo duraba los tres días.
El carnaval se transforma cada vez más en un fenómeno de élites. La “fiesta destinada al pueblo ayacuchano es regulada, para evitar las alteraciones del orden temidas por los grandes miembros de la “comunidad de notables”[2] (alcalde, prefecto, gobernador, intendente de policía, hacendados, terratenientes, abogados, médicos, maestros, cura, etc.) y eran siempre posibles “cuando se permitían comportamientos prohibidos el resto del año”.[3] La fiesta celebrada por la aristocracia huamanguina, por años se convirtió en una fiesta privada, a pesar que paseaban por las calles y echaban agua de olor, los notables no se justaban con el populacho; eso no quiere decir que los del pueblo no celebraban, sino que su celebración era mayormente en las calles donde ellos disfrutaban de la alegría y del jolgorio por esos días de carnaval.
Civilizar y controlar la “indecencia” del carnaval huamanguino en la ciudad de Ayacucho durante la segunda mitad del siglo XIX
Los reformistas borbones desde su óptica manifestaban que todas las formas que asumía la participación popular debían ser extirpadas, pues, se les consideraba como “vicios” e “indecente” propios de la clase subalterna o plebe. Las autoridades divulgaron sus medidas e impusieron reformas para evitar la “indecencia” en los espacios públicos donde acudía la sociedad a distraerse, como la Alamedas, las plazas; en ese sentido, su finalidad era arraigar la fiesta barroca del carnaval; lo cual no sucedió porque su celebración continúa más allá de sus prohibiciones, donde la clase popular participa sin respetar dichas normas cada año. Charles Walker (2009) manifiesta que:
los Borbones intentaron reorganizar las vías públicas de las ciudades y tomar su control. Mejoraron el trazado de las calles, crearon nuevas agencias para que supervisaran los barrios; reglamentaron las corridas de toros, las peleas de gallos y la ingestión de bebidas alcohólicas en públicos; desalentaron las costumbres disonantes de la religión popular e invirtieron, en los canales de agua y la infraestructura (pág. 27).
Un ejemplo de los desórdenes en la ciudad de Lima, fue que en 1770 era una “confusión de tiendas, carruajes, caballos y gentes. Entre ese hormiguero humano se imponía una cierta “libertad de expresión”; además de la jerga popular y el lenguaje soez que se escuchaban en las calles, los oradores disertaban sobre temas diversos, sociales y hasta políticos. Otro rasgo de las agitadas calles y plazas de Lima era que servían de territorio y refugio de ladrones y asaltantes, por lo que no eran garantía de seguridad para los nobles limeños. Pero las calles de Lima también se evitaban porque en sus esquinas se arremolinaba la gente del pueblo para matar el rato burlándose de los transeúntes. Los rumores y los chismes eran el entretenimiento de una sociedad que vivía de las apariencias. Como se observa, a pesar de sus intentos, las autoridades coloniales no pudieron someter a la plebe, ni mucho menos evitar ser blanco de su humor. Más aún cuando en algunas ocasiones, la clase domínate trataba de legitimarse apelando a un honor y una moral que ella misma no respetaba. Estas incoherencias fueron bien explotadas por la picardía popular, en especial por los negros, que como dijimos, eran la mayoría en la Lima colonial (Rojas, 2005, pág. 45). Así es como, los borbones deseaban a través de sus políticas reformistas calmar el desorden que ocasionaban algunas fiestas populares, sobre todo el carnaval, que al final -como dice Rojas- no pudieron eliminarlo, más bien, la fiesta carnavalesca siguió permaneciendo más allá del siglo XIX.
El carnaval huamanguino, desde 1850, no sufrieron grandes modificaciones en su celebración, más bien fueron los notables que iniciaron a participar con mayor frecuencia, como para resaltar la fiesta de “Don Carnal”; Huamanga y como en todas partes del Perú, esperaba la fiesta del carnaval para liberarse de sus “preocupaciones” y lograr por una sola vez al año tener el “poder” de “desafiar” a la autoridades, con canciones donde el “insulto” el “injuriar” a la clase notable aristocrática de Huamanga, era el ingrediente más picante del carnaval, donde la clase popular se consideraban los “amos” de esos tres días de “paganismo” cristiano.
Pero para “civilizar y controlar” los excesos del carnaval huamanguino, la participación de notables en la fiesta de torno más “decente” y más “moral” que años anteriores. Así, lo confirma un artículo en el periódico El Liberal de 1856, cuando informa:
Durante tres días una reunión de jóvenes abogados y muchos notables, recorrió las calles y casas principales de la ciudad; ya a pie, ya en caballo, untando con almidón y baño con agua de olor a nuestras bellas ninfas (mujeres) que correspondían con la misma especie (agua) en medio del bullicio, de la algazara y del entusiasmo mutuo. La armonía y la decencia brillaron en la juventud de ambos sexos.[4]
Como se aprecia, la celebración del carnaval, según el periódico local, este año lo organizaban los jóvenes decentes de la sociedad huamanguina, donde la “decencia consistió en la reformulación de los códigos de honor coloniales, con la ayuda de la noción científica de raza y la ideología liberal predominante entonces. Políticamente sirvió para que las élites liberales del Perú, pudieran, simultáneamente, afirmar premisas de igualdad y legitimar privilegios sociales que, siguiendo la ideología de la decencia, resultaba de algo que se consideraba un mérito personal: haber adquirido educación” (De la Cadena, 1997, pág. 8) y era así lo concebían los periodistas de aquellas épocas, ya ellos también pertenecían a la clase social de notables prestigiosos de la ciudad.
Es así como la tradición del carnaval huamanguino se impregna en la “memoria colectiva” de sus habitantes, por lo que la tradición, para Georges Balandier (1993) tiene “dos representaciones, una pasiva, que manifiesta su función de conservación, de puesta en memoria; la otra, activa, donde la tradición se inserta en una historia en la cual el pasado se prolonga en el presente, en la que recurre al pasado, quiere expresar permanentemente la verdad, la del orden (pág. 88). En ese sentido, las costumbres del carnaval se resisten al cambio sobre todo de la clase popular en los festejos; de ahí la participación de los notables en la fiesta carnavalesca.
Y como lo argumenta el periódico local El Patriota de Ayacucho en 1859, “la publicación de un periódico en un lugar, es sin duda el medio más adecuado, para que la civilización progrese…”[5] y eso es lo que El Liberal hacía a través de sus discursos periodísticos donde alentaba a los notables y jóvenes decentes a proseguir con las fiestas de carnaval demostrando decencia y moralidad en sus juegos y bailes.
El carnaval funcionaba como una especie de despedida de aquellos actos y placeres prohibidos durante la Cuaresma: entre ellos, el consumo de carne y licor, las relaciones sexuales, las diversiones. El carnaval era un momento propicio para la burla y la sátira, sobre todo del llamado “populacho”, pero era necesario que los notables en su participación denotasen un comportamiento culto y decente.
El carnaval no podía llevarse a cabo simplemente con la participación de la sociedad culta y del propio pueblo, sino que un ingrediente en el juego era, el agua, elemento indispensable en las carnestolendas huamanguinas en la que ambos sexos gozaban, bailaban, cantaban, se emborrachaban y hacían escándalos que eran “soportados” por la comunidad de notables: alcalde, prefecto, periodistas, maestros de escuela y colegios, militares, eclesiásticos, etc., quienes atinaban a “tolerar las costumbres” y los “malos hábitos” de la plebe en estos días de carnaval.
El entusiasmo de la llegada del carnaval también ofrecía que “con anticipación se preparan cascarones de huevo con agua de diferentes colores, recipientes de purpurina, globos para llenarlos de agua, serpentina y también chicha, licores y comestibles para las fiestas (González Carré, Gutiérrez, & Urrutia, 1995, pág. 216).
La alegría de la llegada del carnaval huamanguino, eran advertidas en la columna de la crónica local del periódico La Bandera de Ayacucho en 1864, cuando informaba:
El día de mañana y los dos siguientes habrá mucha algaraza [sic] en la ciudad, porque es el cumpleaños de su majestad báquica el carnaval, y para celebrarlo, aquellos ilustrados que no son, tartufones, hipócritas, fanáticos, beatos, sacristanes de roquete, se han de vestir de gala y armados de perfume y otros cachivaches de juego, pasarán un rato alegre entretenido, divertido con el bello sexo.[6]
El periodista aludía que los notables “ilustrados” que participan en el carnaval no eran hipócritas, fanáticos, aludiendo así que los miembros de la clase subalterna-indígenas-cuando participaban de esta fiesta si lo eran; por lo tanto, eran estos jóvenes decentes quienes deberían usar terno e ir perfumado para poder divertirse decentemente, demostrando a los “otros” que ellos eran cultos y su presencia resaltaba la fiesta carnetolescas de Huamanga.
Asimismo, el discurso periodístico fue más que elocuente, al considerar que con el carnaval se desataría los “desenfrenos” de los jóvenes por el bello sexo y se divertirían en estos días de carnaval con algunos excesos. En ese sentido, el periodismo recomendaba moderación en los días de carnaval:
este por su parte ahombrará en esos días y dando saltos y piruetas, como quien desafía al sexo fuerte, le bañara todo el cuerpo o algunas partes de él, con agua fría teñida de color, y como el frio puede penetrar hasta el interior de los lindos cuerpos, los jugadores neutralizaran los efectos a esta penetrabilidad con libraciones de licores alcohólicos, que, si no impiden la acción del frío, sirven eficaces para excitar el buen humor.[7]
La cita nos demuestra cómo el periodismo se quejaba sobre las muchachitas las cuales por desafiar al “sexo fuerte” se atrevían a echaban agua fría a los “jugadores” -varones- del carnaval, los cuales al estar con el licor en el cuerpo, para contrarrestar el frío, muchas veces, se aprovechaban para excitar no sólo el humor sino también los “excesos” sexuales que tenía a la fuerza con las damitas huamanguinas, las cuales muchas veces consentían estos actos, fingiendo que era normal en estos juegos de carnaval. Actitudes que, por supuesto, era repudiada por la comunidad de notables que no compartían estos actos en el carnaval.
En ese sentido, las llamadas “cucufatas”-mujeres decentes de Huamanga-rechazaba el carnaval por considerarlo “bárbaro” e “incivilizado”, los días martes y miércoles del carnaval huamanguino, ellas y muchos notables, acudían a los templos cristianos de la ciudad, para rezar y dar plegarias por los que “degeneraban” la fiesta del carnaval y rogaban para que esos comportamientos desaparezcan:
Las iglesias del Sagrario, La Compañía, Santa Clara y Santa Teresa, donde durante los carnavales tuvieron lugar las distribuciones religiosas, han estado bastante concurridas.[8]
Entonces, el controlar y civilizar por parte de la comunidad de notables y del periodismo ayacuchano, tenía como finalidad lograr cambios en la fiesta carnavalesca, que lo pudo lograr con gran insistencia de su participación en cada año que se lleva la fiesta durante el siglo XIX. Así vemos como en 1874, se informaba:
Esta fiesta popular que significa ¡se va la carne! Porque viene no en vísperas de abstinencia y del ayudo, ha terminado sin novedad. En este año, nuestros jóvenes se han portado mejor que nunca con la modernación propia de su civilidad. Han sido visitadas varias familias por aquel grupo de jóvenes, que no llevaban más objeto que rociarles con agua de olor y bailar con las señoritas.[9]
Esto confirma que la lucha de los notables por realizar algunos cambios en el comportamiento de los jóvenes en el carnaval, dio sus resultados; haciéndolo más “decente” e “inmoral” a la fiesta carnestolendas de Huamanga; claro está que los juegos en los barrios cercanos a la ciudad no tuvieron modificaciones en el juego de “don Carnal” sino más bien, los miembros de la clase subalterna se organizaban y participaba a su manera en sus respectivas áreas periféricas de la ciudad.
Imagen 1. Un baile carnavlesco al interior de una escuela religiosa. Foto: Baldomero Alejos, década de 1930. Obtenida de: www.archivoalejos.org
Entre “decencia” e “inmoralidad”. La percepción de la prensa sobre las carnestolendas en Ayacucho, 1870-1899
Según, Rolando Rojas (2005), el 16 de febrero de 1822, un decreto firmado por el marqués de Torre Tagle y ordenado por Bernardo Monteagudo, abolió el carnaval: Queda prohibido como contraria a la dignidad y decoro del pueblo ilustrado de Lima, la bárbara costumbre de arrojar agua en los días de carnaval, junto con los demás juegos impropios que se usaban en ellos” Ese mismo año se prohibieron las corridas de toros, las peleas de gallos, las casas de juegos y las loterías públicas, todas ellas diversiones populares que ocupaban el tiempo de ocio de la sociedad limeña” (págs. 50-51).
Para el caso de Ayacucho, el Carnaval republicano era uno de los acontecimientos más esperados por los pobladores de la región, especialmente en la ciudad capital del departamento, como la ciudad de Ayacucho, donde los discursos de la prensa escrita lo mencionaban frecuentemente, dando a conocer la llegada “Don Carnal” y los días de desenfreno carnavalesco que se producirían con la fiesta carnestolendas huamanguinas. El carnaval para la clase subalterna, era la fiesta donde se le podía permitir los más exagerados desenfrenos del cuerpo: bailes exóticos, bebidas abundante sin control, excesos sexuales, exageración en el canto con insultos e injurias; y donde los indígenas, podía divertirse y gozar sin que ninguna autoridad pueda prohibirles gozar del espectáculo, en la que ellos se convertían en los “amos” de la fiesta, donde la carne y los desenfrenos no se podían evitar.
Entonces, el carnaval no fue visto como una fiesta donde se podía permitir de todo, a pesar de que muchos notables no compartían con esos excesos de los indígenas, nunca pudo evitar que la plebe celebre como ellos lo hacía desde siglos atrás. Para darnos una idea del porqué los notables huamanguinos consideraban a la fiesta del carnaval como “indecente” e “inmoral”, era porque observan en los juegos y bailes, actitudes que no iban con la “decencia” y la “moralidad” que ellos profesaban como un ciudadano culto; en se sentido, considerando estas actitudes como una falta de respeto, el cual era replicado a través de los periódicos de la localidad.
Dentro de este contexto de la segunda mitad el siglo XIX, era común en la fiesta carnavalesca que se festejaba en los barrios y la ciudad de Ayacucho, “los juegos se inician en la casa, en el horno o en el barrio. Desde el amanecer del domingo circulan los cascarones rellenados con arrayán y coloretes pronunciados. Hay acercamiento de combatientes, manoseos picarescos, pintarrajeos de carátulas y algunas libertades ocultas a la vista de los padres, pero no a la de Cupido que se place en aquellos momentos” (Bustamante, 1943, pág. 67). Maximiliano Salinas Campos (2001) “Por lo que respecta a 1os juegos carnavalescos, son en 1os barrios más apartados y populosos se ha dejado sentir el tradicional juego, hasta el punto que e1 solo ha tenido lugar en 1os paseos apartados del centro y en algunas casas particulares. Por, entonces el carnaval era muy celebrado en las calles y en las quintas, algunos ocupados por familias del pueblo que, no teniendo quinta de recreo en tierra firme, celebraban el carnaval en medio de la calle y bulliciosamente. A pesar de las prohibiciones municipales, la ‘chicha baya’ era la heroína de la fiesta, enardeciendo con su sabor acre aun, 1os acordes de la guitarra y las voces de las cantatrices. Las zamacuecas y 1os ‘aros’ se extendido una población numerosa” (pág. 293).
Es así que el carnaval huamanguino se organizaba en el barrio en cuadrillas, como se refiere para 1890:
salían en cuadrillas organizadas por los naturales de los barrios tradicionales de Carmen Alto, San Juan bautista, La Magdalena, Santa Ana, Conchopata, Soquiacato, Magdalena, Maravillas, etc.[10]
Esta era corroborada por los regidores que opinaban en sesiones municipales, que desde décadas atrás o mejor dicho desde siglos, los barrios siempre se organizaron en cuadrillas y que en su recorrido por sus calles ingresaba a sus casas y mojaban a sus habitantes como también a los transeúntes. Manuel Bustamante (1943) manifiesta sobre este asunto, que “por las calles recorren otras pandillas de muchachos o jóvenes buscando con quien jugar. Conducen sus pertrechos en canastros al brazo. Globean del suelo al balcón de donde responden las muchachas. Los muchachos intentan invadir los altos, y la sirvienta abre la puerta, dando acceso al patio. Las muchachas gritan, corren de una pieza a otra y se esconden, mientras que los ñatos se esfuerzan por abrir las puertas que lo consiguen después de gran esfuerzo. Adentro de agarran, se polvean con talcos, se mojan con chisguetes. Las pandillas más grandes también pasean por las calles de la ciudad, donde las sirvientas y la vecindad juegan con agua de la pila pública o de la acequia. Otras pandillas disfrazadas circulan por las calles” (págs. 69-70), bailando y cantando tocando su guitarra, sus quenas y la popular “tinya” -tambor.
Por otro lado, la comunidad de notables consideraba al carnaval “indecente” e “inmoral” porque se daban comportamiento que no eran acorde a la cultura, a la educación culta y sobre todo a la moralidad que toda sociedad debería profesar, sin entender que el carnaval era el “mundo al revés” por estos tiempos; esta percepción de los notables y del periodismo local, era porque muchas veces se denigraba al sexo femenino cuando unos hombres se vestían de mujer y a la mirada de las damas ayacuchana, estos “gestos femeninos” hecho por hombre era grotesco e indecente; teniendo una visión de que los participante de la clase popular era un comportamiento “incivilizado” y “bárbaro” en la fiesta carnestolendas.
Pero estos comportamientos al interior del carnaval, son aclarados por el historiador Julio Caro Baroja (1965) al manifestar que:
la más clásica inversión propia del Carnaval es la del hombre que se disfraza de mujer y de la mujer que se viste de hombre, a que alude una composición poética… esto de vestirse con trajes del otro sexo era considerado pecado contra el sexto mandamiento… el hombre o el joven con un fondo de sexualidad equívoca que se vestía de mujer, poniendo en ello un refinamiento especial; la mujer que se vestía de hombre; el que se vestía muy en serio y con propiedad de personaje determinado, todos han reflejado algo de su yo, de su ser reprimido y más o menos oculto en el resto del año; todos han quebrado los usos y aun la moral admitida, han sido motivo de escándalo más o menos grande, más o menos real. Desvergüenzas mayores se llevaban a cabo en los carnavales antiguos (y aun en momentos de guerra o depresión política), y el producir horror a las mujeres pudibundas era una de las intenciones más claras de los que guastaban de tales obscenidades (págs. 90-91).
Estos comportamiento considerados “inmorales”, son parte del juego de carnaval, que como dice Julio Baroja, es la inversión del llamado “mundo al revés” donde todo estaba permitido; pero desde la mirada de los notables de la ciudad de Ayacucho, de 1850 hacia adelante, estos comportamientos era “indecentes” e “incivilizados” por más fiesta carnavalesca pudiera darse en la ciudad; esto fue el caso que sucedió en el carnaval de 1856 donde un tal Liborio, se había vestido de mujer; pero ante la mirada del periodismo local, este comportamiento era considerado como actitudes “afeminadas” que no se deberían permitir en el carnaval “decente” y “moral” que se debería llevar a cabo por esos tres días de fiesta; es posible que el tal Liborio, dejara salir su “ser reprimido” que lo tenía “agobiado” todo el año; siendo los carnavales, su única alternativa para “desfogar” sus comportamientos “femeninos” sin tener restricciones o prohibiciones que algunas autoridades le pueda impedir participar; y como los carnavales se permitía “todos” los excesos, Liborio, hizo las suyas durante las carnestolendas; a pesar de todo la mirada de las “pudibundas” (Pudorosas: llenas de pudor; es decir llenas de “honestidad”) huamanguinas, tan conservadoras, sólo les quedaba no participar de la que consideraban una “fiesta pagana”, sino más bien “refugiarse” en los templos cristianos, para orar por el alma de los considerados “bárbaros” y “salvajes” de don carnal.
Para tener una mejor percepción de lo que ocurría en os carnavales huamanguinos del siglo XIX y la mirada que tenía el periodismo de la época, veamos qué es lo que se informa para 1877 sobre un comportamiento de un miembro de la clase popular considerado como de “género dudoso”:
Un ser de género dudoso: Como no se ha podido definir hasta ahora a que sexo pertenece don Santiago Liborio, se repite el siguiente artículo; para que tal sujeto o sujeta (sea hembra, o sea, macho) varié de conducta y costumbre. No sabemos, hace tiempo, a que sexo puede pertenecer un individuo conocido con el nombre de Santiago Liborio; unos dicen que es hombre, fundándose en el estilo que lleva este vicho, y otros que es mujer por la mucha familiaridad que usa con las bellas seductoras, sus coqueterías, su peinado, los coloretes y otros tiene el sexo feo; el manual de piedad, sus insuperables rosarios, la costumbre de confesarse por la rejilla, sus ocupaciones propia de mujer; y en fin, otras tantas cualidades femeniles. Padres, hermanos, mariditos: cuidado con este pájaro no vaya a descubrir su condición.[11]
Quizás sea esto el mejor ejemplo de lo que los notables consideraban “indecentes” e “inmoral” en los juegos del carnaval; entonces nos preguntamos, si esto no era parte de la fiesta del carnaval ¿el de disfrazarse de mujer y simular gestos femeninos para causar risas y carcajada en el público asistente del carnaval que eso era su finalidad de la fiesta? No tenemos fuentes documentales que argumenta más sobre el caso, pero otra fuente periodística ratifique dichas exageraciones en pleno carnaval de 1895 cuando:
Un jovencito vestido de mujer y con ella, mejor dicho, con él de bracero un mocito de la hebra. Que no se repitan estos mamarrachos que dicen mucho en contra de la educación de los hombres del mañana”.[12]
Pensamos que eran parte de los juegos traviesos del carnaval huamanguino, pero también del travestismo que existía en la ciudad de Ayacucho. Esto lo justificamos cuando en tiempos del Intendente de Huamanga, Demetrio O’Higgins[13] (periodo de su gobernación entre 1799-1810), “prohibió los cantos y bailes indecentes, el travestismo, adulterio, las apuestas y la ebriedad” (Vásquez Gonzáles, 2011, pág. 197) en toda la región de Ayacucho. Entonces podemos asegurar, que el travestismo o la homosexualidad estuvieron presente en los carnavales huamanguinos de esta época, así como la burla de jóvenes que se vestían de mujer para hacer del carnaval más divertido e “inmoral”.
Otro caso, que nos acerca a lo que ocurría en los carnavales, eran los insultos, antes o durante la fiesta, como lo que le sucedió a Ignacio Beisaga en 1883, quien se quejaba de haber sido insultado por otros varones, quienes le gritaron que era “maricón, sinónimo de hermafrodita”;[14] estos insultos denigraban su condición de varón, por eso motivo enjuicio a los hombres que le habían injuriado, ofendiendo su honor de varón. Hay que tener en cuenta que, por estos tiempos del siglo XIX, que una injuria de este tipo era castigada con la cárcel o el propio destierro de la ciudad. Y estando en una sociedad conservadora como la ayacuchana; estos comportamientos e injurias, antes y durante el carnaval no eran “permitidos” por lo notables, así sea una fiesta donde “todo era libertinaje” “lujuria”, “desenfreno”, la sociedad, ponía peros; porque lo consideraban una ofensa hacia la sociedad “culta y decente” de Ayacucho; pero como hemos visto anteriormente, esto se consideraba parte de los juegos del carnaval en las plazas públicas donde:
la abolición provisoria de las diferencias y barreras jerárquicas entre las personas y la eliminación de ciertas reglas y tabúes vigentes en la vida cotidiana, creaban un tipo especial de comunicación a la vez ideal entre la gente, imposible de establecer en la vida ordinaria […] el carnaval se convierte entonces en el símbolo y la encarnación de la verdadera fiesta popular y pública, totalmente independiente de la Iglesia y del Estado (Bajtín, 2002, págs. 20, 97).
Lo sucedido con Santiago Liborio, que paseaba en el carnaval vestido de mujer, era parte de la fiesta donde “todo era permitido”. El periodismo ayacuchano no entendió en su momento que “la muchedumbre en regocijo que llena la plaza pública no es una muchedumbre ordinaria. Es un todo popular, organizado a su manera, la manera popular, fuera y frente a todas formas existentes de estructura coercitiva social, económica y política, en cierta medida abolida por la duración de la fiesta” (Bajtín, 2002, pág. 229). En ese sentido, como argumenta Salinas Campos (2001), para el caso del carnaval de Chile en el siglo XIX, dice que “el espíritu carnavalesco estaba vigoroso en la vida y la conciencia populares. A punto de emerger en cada ocasión de bullicio y alegría colectiva y de descontrolar los espacios ‘urbanizados’ apenas. Los aparatos policiales de la época no eran en absoluto capaces de poner orden público. En general, no eran respetados. Como se lamenta la prensa conservadora en 1893: “en Chile [...] no inspira la policía ningún respeto moral, nadie la obedece, en vez de coadyuvar a su acción se la burla” (pág. 289), lo que ocasiona en el carnaval huamanguino es lo mismo, no había “orden” sino diversión y burla. Porque el carnaval era eso “desenfreno” y “desorden”.
Tanto notables como periodistas del siglo XIX, tenían una visión errónea del carnaval, al considerarlo “inmoral” e “indecente” y no acorde a las costumbres cultas de dicha sociedad en los carnavales humanguinos, como sí o tuvo el carnaval festejado por los jóvenes culto de Ayacucho en 1856. Y esto lo decimos porque, fueron los mismos periodistas que reclamaban más “humor” en los carnavales con se hacía anteriormente:
Estos días han pasado no de muy buen humor porque ha faltado en ello la excesiva locura de años anteriores: Pues se van los carnales y entramos en la ceniza. Hacedle los funerales, bebiendo en los portales. Una copa bien rolliza.[15]
Entonces, el reclamo era obvio del periodista de la localidad, al manifestar que se extrañaba el humor y los “excesos” del carnaval huamanguino y que no eran como los años anteriores donde el espectáculo carnavalesco era divertido, exagerado, indecente, inmoral, bárbaro e incivilizado; pero eso es lo que extrañaban, porque seguramente comprendieron que el carnaval huamanguino simplemente era “sexualidad controlada; trabajo manual menospreciado; homosexualidad en primer lugar condenado, luego tolerada y finalmente rechazada; risa y gesticulación reprobadas; máscaras, disfraces y travestismos condenados, lujuria y gula asociadas. El cuerpo se considera la prisión y el veneno del alma” (Le Goff & Truong, 2005, pág. 35) y que era parte del juego y de la fiesta, más no sucedía posterior a las carnestolendas.
Para estar seguros que la “indecencia” y la “inmoralidad” era consentida y repudiada a la vez en el carnaval huamanguina, en el periódico La Verdad en marzo de 1892, manifiesta:
Carnaval, significa literalmente ¡Adiós carne! Porque los que toman parte de esa clase de festines y regocijos parece que se despiden de las buenas comidas que va a prohibir la cuaresma. Con ella se conforma el llamado carnaval, carnestolendas.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que sigue esas costumbres del antiguo paganismo, que, habido en esta ciudad, bastante juego entre todas las clases sociales.[16]
Como se ve, la queja de los juegos del carnaval es obvio en el discurso periodístico al considerarlo una costumbre del antiguo paganismo; entonces el “carnaval asaltaba y atentaba contra la gente decente, la gente educada, los caballeros, señoras y señoritas. Era un peligro para “las familias” (Salinas Campos, 2001, pág. 292) huamanguinas. Y, por otro lado, era obvio que eso no tendría nada de malo si no hubiera un ingrediente en su celebración como era la música, el festín y las orgías:
Algunos grupos de bailarines enmascarados iban a las casas invitadas, para pasar la hora de la noche, en medio de los encantos de la danza, al son de las melodías de la música.
Alegres comparsas de caballeros recorrían las calles en pos de seductoras huríes –mujeres bellísimas que poblaban Huamanga- para bañarlas con olorosos perfumes y suaves polvos de arroz; se apoderó del pueblo una fiebre, por decirlo así, loca alegría. Cuando aún reinaba la música en las casas, cuando aún la mañana del miércoles se notaban los rezagos del festín y de las orgías, ya la Iglesia dejaba oír sus gemidos, señalando frente de toda clase de gente que acudía a los templos con la ceniza de los muertos (ídem.)
Como dicen Jacques Le Goff y Nicolas Truong (2005), la civilización de las costumbres es una civilización de los gestos. Es esta sociedad fuertemente ritualizada, los gestos-manos juntas para la plegaria-los movimientos y las actitudes del cuerpo están en el corazón de la vida social. Las representaciones y los hábitos también (págs. 116-117). Y eso es lo que ocurrían en los carnavales humanguinos, luego de los desenfrenos y de la lujuria, los carnavaleros “invadían” todos los templos cristianos de la ciudad que se contaban en 33, entre coloniales y republicanos; entonces el miércoles de ceniza era un día de “arrepentimiento”, de pedir perdón por su “indecencia” e “inmoralidad” durante la fiesta.
En suma, el carnaval huamaguino, era una fiesta esperada por toda la población. El carnaval significaba “liberación del cuerpo”, donde todo exceso, exageraciones en los comportamientos, eran soportados y aceptados por la comunidad de notables y del periodismo en general, a pesar de no estar de acuerdo con su celebración “indecente e “incivilizada” de la clase subalterna, eran ellos los que hipócritamente, lo aceptaban, para no rivalizar con los miembros de la clase popular que eran mayoría en la celebración de carnaval durante todo el siglo XIX.
A manera de conclusión
Entender al carnaval huamanguino durante el siglo XIX, ha sido un estudio muy dificultoso por la falta de fuentes de archivo básicamente, pero de fuentes periodística que nos dan a conocer y explicar el proceso histórico de las carnestolendas.
Hay que tener en cuenta que el carnaval de Huamanga tuvo una continuidad que no fue alterada; lo que no quiere decir que fuera criticada por el periodismo de la época. Y a pesar de las críticas que se dieron en su momento, el carnaval siguió siendo el más festejado del año, simplemente porque eran tres días en que las autoridades políticas locales, el clero en pleno, los militares y sobre todo los notables cultos de la ciudad, toleraban dichas costumbres “indecentes” del carnaval.
Por otro lado, para frenar un poco los “excesos”, “desenfrenos” y volverlo al carnaval huamanguino más “culto”, “civilizado”, era controlar, pero desde lo interior de la fiesta, por eso los notables comenzaron a participar junto a sus hijos e hijas, dando un espectáculo más “decente” y “culto” a las carnestolendas; pero como no todo era “aceptado” por los miembros de la clase subalterna sin educación, ellos seguían celebrando el carnaval como antaño en sus barrios, villas y pueblos de la región, porque consideraban que ellos tenían “el poder” por esos días y los “amos” del carnaval.
A pesar que las damas conservadoras de Ayacucho, sobre todo señoras e hijas de los notables, que no participaban, sino que en esos días iban al templo a rezar y dar plegarias para erradicar el carnaval, nunca lo lograron, porque el carnaval vino para quedarse y en el siguiente siglo XX, el carnaval seguía siendo la fiesta más popular del año para toda la población:
¡Carnaval! Triunfo de la carne sobre el espíritu;
¡Carnaval insurrección de las pasiones contra la piedad!
¡Carnaval! Locura diabólica del mundo, que proclaman en todos los tonos; comamos y bebamos; coronémonos de rosas, que mañana moriremos. He allí lo que es el carnaval.[17]
Esta cita es una información del Obispado de Ayacucho, insertada en su periódico El Estandarte Católico a inicios del siglo XX, lo que demuestra que el carnaval huamanguino sobrevivió y continúo sin modificaciones en su celebración. A pesar de los excesos “diabólicos”, “inmorales” e “indecentes”, que manifiesta por los comportamientos que hemos podido observar en el siglo XIX, sobre todo lo de Santiago Liborio y que seguramente continuaron con otros personajes en pleno siglo XX, el carnaval fue la fiesta donde se conjugaba “decencia” y “moralidad” con la participación de los notables frente a la “indecencia”, “inmoralidad”, “desenfrenos”, y actitudes “incultas” e “incivilizadas” de la clase subalterna, el carnaval fue el eje de esa conjunción de diferencias, que de una u otro forma, “coincidían” que el carnaval huamanguino debería celebrarse y festejarse como en antaño, es decir del siglo pasado (XIX).
Notas:
[1] Puchero o sancochado, se prepara haciendo hervir conjuntamente la carne de vaca, carnero, tocino, papas blancas, camote, yuca, garbanzo, col, durazno, manzana, chuno, en una olla. Se sirve primero el caldo y luego el segundo, que se acompaña con arroz y con un aderezo de ají colorado.
[2] Archivo Regional Ayacucho (en adelante ARAY), Sección Municipalidad. Libro de Actas de sesiones. Años: 1857-1869. Legajo núm. 23: “La fiesta de los carnavales”, febrero de 1857.
[3] Ídem.
[4] El Liberal (Ayacucho), sábado 9 de febrero de 1856, pág. 3.
[5] El Patriota de Ayacucho (Ayacucho), sábado 31 diciembre de 1859, pág. 1 [sección editorial].
[6] El Duende, “Carnavales”, La Bandera de Ayacucho (Ayacucho), núm. 24, sábado 6 de febrero de 1864, pág. 3.
[7] Ídem.
[8] ARAY, Sección Municipalidad. Libro de Actas de sesiones. Legajo núm. 25. Años: 1878-1892: “A rezar al templo”, febrero de 1892.
[9] “El carnaval”, El Ayacuchano (Ayacucho), núm. 1, lunes 2 de marzo de 1874, pág. 3.
[10] ARAY, Sección Municipalidad. Libro de Actas de sesiones. Legajo núm. 25. Años de 1878-1892: “Las cuadrillas se organizan en carnaval”, febrero de 1890.
[11] El Republicano (Ayacucho), sábado 14 de abril de 1877, pág. 1.
[12] El Debate (Ayacucho), año VII, núm. 137, 6 de julio de 1895, pág. 3.
[13] Fue natural de Irlanda, quien vino al Perú en 1796. Nombrado como Intendente de Huamanga, el 22 de diciembre de 1799. Dejando algunas obras como la construcción del puente ce cal y piedra llamada Sutucchaca y el enlosado de las principales calles de la cuidad de Ayacucho. Hizo construir la triple arquería que da acceso a la Alameda y logro aumentar el agua para el consumo de la población a través de pilas. Mandó levantar el mapa topográfico con Miguel Tevor. Ordenó la limpieza de sus casas a los dueños, cada 8 horas e impuso el toque de queda desde las 10 de la noche hasta las 5 am del día siguiente. Estableció la formación de brigadas contra incendios y el alumbrado de todas las puertas de las casas del vecindario de la ciudad de Ayacucho. Véase: Vásquez Gonzáles (2011, pág. 194).
[14] ARAY, Sección Corte Superior de Justicia. Legajo núm. 248, folio 4, 1883.
[15] “Carnestolendas”, El Periodismo, periódico popular (Ayacucho), época IV, núm. 17, viernes 20 de febrero de 1885.
[16] “Los carnavales”, La Verdad. Órgano de la Sociedad Unión Católica (Ayacucho), año III, núm. 35, 4 de marzo de 1892, pág. 3.
[17] El Estandarte Católico (Ayacucho), año 1, núm. 8, 25 de febrero de 1903.
Referencias bibliográficas:
- Bajtín, M. (2002). La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de Francois Rabelais. Madrid: Alianza Editorial.
- Balandier, G. (1993). El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento. Barcelona: Gedisa.
- Bustamante, M. E. (1943). Apuntes para el folklore peruano. Ayacucho: Imprenta La Miniatura.
- Caro Baroja, J. (1965). El Carnaval (análisis histórico cultural). Madrid: Taurus.
- De la Cadena, M. (1997). La decencia y el respeto. Raza y etnicidad entre los intelectuales y las mestizas cusqueñas. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
- González Carré, E., Gutiérrez, Y., & Urrutia, J. (1995). La ciudad de Huamanga: Espacio, historia y cultura. Ayacucho: Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga.
- Le Goff, J., & Truong, N. (2005). Una historia del cuerpo en la Edad Media. México: Paidós.
- Rojas, R. (2005). Tiempos de carnaval. El ascenso de lo popular a la cultura nacional (Lima, 1822-1922). Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
- Salinas Campos, M. (2001). "¡En tiempo de chaya nadie se enoja!": la fiesta popular del carnaval en Santiago de Chile, 1880-1910. Mapocho(50), 281-325.
- Vásquez Gonzáles, J. M. (2011). Huamanga: Historia, tradición y cultura (Desde la época prehispánica hasta la histórica Batalla de Ayacucho de 1824). Ayacucho: Publigraf.
- Walker, C. F. (2009). Diálogos con el Perú. Ensayos de Historia. Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos.
Cómo citar este artículo:VÁSQUEZ GONZÁLES, José María, (2020) “Entre “decencia” e “inmoralidad”: los carnavales huamanguinos de la ciudad de Ayacucho, 1850-1870”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 44, julio-septiembre, 2020. ISSN: 2007-2309.
Consultado el Domingo, 6 de Octubre de 2024.Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1905&catid=6