La marginación de los indios apaches, pampas y ranqueles como parte del discurso político dominante en México y Argentina durante los siglos XVIII y XIX

El propósito de este escrito es el de comparar el proceso de construcción en los discursos políticos dominantes las categorías conceptuales que se definieron los apaches en el norte de México y a los indígenas pampas y ranqueles de la zona de frontera pampeana en Argentina. Examinaremos los mecanismos de inserción de dichas construcciones sobre estos pueblos originarios en el imaginario social de los pobladores de la frontera septentrional del territorio mexicano y del sur argentino y revisaremos el impacto de la aplicación de las reformas borbónicas en estos territorios, las cuales significaron una táctica ofensiva, durante la segunda mitad del siglo XVIII, en la guerra contra el indio infiel, y, por otro lado, ya durante el período independiente, reflexionar sobre el efecto del discurso civilizatorio de las campañas de exterminio contra dichos grupos étnicos realizadas en las últimas décadas del siglo XIX por los gobiernos mexicano y argentino.

Palabras clave: construcción, frontera, imaginario, desierto pampa

 

Se trata de pueblos indígenas dedicados, sobre todo, a una economía de apropiación, cazadores recolectores que con el contacto con los grupos agricultores también practicaron, aunque en menor escala, la agricultura, sobre todo en el caso de los ranqueles, grupo étnico de sustrato tehuelche araucanizado que vivió al sur de Córdoba y en la actual Provincia de La Pampa, Argentina. El intercambio continuo con los pobladores no indios de la zona fronteriza, aparte de la dinámica de guerra, generalmente defensiva por parte de los soldados presidiales y vecinos no indígenas en forma de partidas y campañas militares para rescatar los cautivos y el ganado llevado por los indios durante los asaltos/malones[1], devino en tratados de paz acompañados con las respectivas raciones, igualmente en un comercio fronterizo, en el canje de cautivos, en el impacto sobre la vestimenta y la dieta de los grupos que entraban en contacto. Tanto en el norte mexicano como en el sur argentino se puede comprobar la tesis boltiana de las instituciones de frontera, como el presidio y las comandancias de frontera, para la avanzada poblacional española. No debe perderse de vista el tipo de vecindad -relaciones diplomáticas, problemas de límites geopolíticos- durante el siglo XIX entre México y Estados Unidos, y entre Argentina y Chile, para tener en cuenta las fricciones en torno al tema indígena de frontera. En el último cuarto del siglo XIX, ya con los gobiernos independientes, la solución al llamado “problema indio” sería dada con la acción militar ofensiva. Parte de las consecuencias, en cuanto a los sobrevivientes de esta guerra genocida, sería seguir el modelo del gobierno estadounidense con las reservas aborígenes para el caso argentino, o la deportación de los apaches hacia los Estados Unidos en donde serían encerrados en las reservas.

Territorialmente, la idea de frontera está asociada, entre otras cosas, a las “poblaciones limítrofes”, a los poblados de la campaña y los centros urbanos, a las divisiones geopolíticas entre dos países, pero cuando esta división se da en territorio que supuestamente forma parte de la nación es cuando aparece un primer problema, me refiero a las llamadas fronteras interiores que delimitaron la tierra ocupada por los hispano criollos y los indios indómitos, y que usualmente se resolvía con la fórmula de establecer el límite entre lo bárbaro y lo civilizado, en suma, una frontera interior que separaba ambos mundos desde el período colonial español y que recién se resolvió en las postrimerías del siglo XIX ya en pleno período independiente.[2]

Dice Operé que “En la historia del continente, la frontera está asociada a una vaga idea de aventura y peligro, salvajismo y viaje a los infiernos.”[3] ¿Cómo se construye la frontera?, ¿es una simple mojonera la que permite establecer los límites? Este es un concepto occidental, una elaboración que nos lleva a la época de la España medieval en la que se distinguía la tierra de los infieles de la tierra de los cristianos. En México y Argentina desde los inicios de la época colonial se dio una situación similar, es decir, establecer la frontera como un espacio social y político en donde se dividían dos formas de ver el mundo según la cultura de los europeos y de los pueblos originarios.[4] Esta tierra de frontera (borderlands)[5] creará el escenario donde se realizará el enfrentamiento entre los grupos indígenas que no se dejarán conquistar y los europeos y criollos que insistirán en ello. Se convirtió en un espacio híbrido[6], de negociaciones, de comercio, de intercambio de ideas, de malones; será, entonces, el punto en donde se tocan dos realidades distintas:

Las fronteras tienen cuando menos dos lados, de modo que una frontera en expansión invariablemente colinda con la frontera de alguien más. En vez de verlas como líneas, parece que las fronteras se entienden mejor como zonas de interacción entre dos culturas diferentes, como lugares en que las culturas del invasor y del invadido contienden entre sí y con su entorno físico para producir una dinámica única en el tiempo y en el espacio.[7]

 

El bárbaro infiel en el período colonial novohispano y argentino

“Por pueblo bárbaro tengo a aquel que no está sujeto a leyes ni a magistrados, y que finalmente vive a su arbitrio, siguiendo siempre sus pasiones. De esta naturaleza son los indios pampas y habitantes del Chaco.”[8] ¿Por qué elegir esta cita para comenzar este apartado? Porque, además de brindarnos una definición del concepto de pueblo bárbaro, nos ofrece dos ejemplos de las naciones indias que en 1773 se identificaban como tales en el imperio español. La autoría de esta frase generalmente es atribuida a Concolorcorvo, el secretario mestizo de Alonso Carrió de la Vandera, un español que era funcionario del gobierno español y que realizó un viaje cuyo itinerario incluyó salir desde el Río de la Plata con destino final a la ciudad de Lima en el Virreinato del Perú. El resultado de este recorrido fue el libro El lazarillo de ciegos caminantes escrito por alguno de estos dos personajes. En esta misma obra se halla la siguiente referencia:

En el sitio nombrado el Pergamino [Provincia de Buenos Aires] hay un fuerte, que se compone de un foso muy bueno con un puente levadizo de palos, capaz de alojar adentro cuarenta vecinos que tiene esta población, y son otros tantos milicianos con sus oficiales correspondientes. Tiene cuatro cañoncitos de campaña y las armas de fuego correspondientes para defenderse de una improvisa irrupción de indios pampas, en cuyas [sic] frontera está situado el presidio, que comanda el teniente de dragones don Francisco Bamphi, a cuya persuasión aceptó la maestría de postas Juan José de Toro, que era el único que podía serlo en un sitio tan importante.

[…] En la Nueva España, viendo la imposibilidad que había de reducir a los indios bárbaros que habitan en los despoblados llanos del centro de la Nueva Vizcaya, ocupando más de cien leguas al camino real para pasar al valle de San Bartolomé del Parral se formaron cuatro presidios, con distancia de uno al otro de veinticinco leguas, con cincuenta soldados cada uno y sus oficiales correspondientes.[9]

Así, en este texto no resulta extraño el tratar de establecer comparaciones entre los indios indómitos del norte del territorio mexicano y los del sur de Argentina, específicamente los apaches, los pampas y los ranqueles, puesto que desde el período colonial era válido este vínculo. Los indígenas pampas, los ranqueles y los apaches pertenecían a la categoría de indios infieles, indios bárbaros o indios enemigos[10] como generalmente se les nombraba en las crónicas, en los reportes de las comandancias de frontera o en los discursos políticos, aunque vale la pena aclarar que para el siglo XIX la palabra civilización iba acompañada del concepto de progreso. Además, los territorios en los que se hallaban estos pueblos indios se ubicaban en lo que se llamaba Tierra adentro y sus límites eran las fronteras interiores del imperio español y luego, durante el siglo XIX, de México y Argentina como países independientes. Carlos Martínez Sarasola menciona que:

«Tierra adentro» es la denominación que se le daba al territorio indígena de Pampa y Patagonia. Es el territorio que para las comunidades libres significa el refugio y la posibilidad de desplegar la vida originaria, sin interferencias.

Kilómetros antes, la frontera es la zona gris que mezcla a indígenas, desertores, cautivos, depredadores y “bagos”. La frontera es el espacio inmediatamente anterior a tierra adentro. Y es el paraíso y el terror. Lo primero para todos aquellos que buscan la libertad. Lo segundo para aquellos que reciben el impacto de la guerra sin cuartel.

Frontera y tierra adentro son dos espacios confundidos en una misma energía cultural que por encima de la población indígena y su identidad nos muestra ese desorden vital de una vida cotidiana única.”[11]

En un texto como el del jesuita Juan Nentuig, El rudo ensayo. Descripción geográfica, natural y curiosa de la Provincia de Sonora, 1764, hallamos múltiples referencias al supuesto barbarismo de estos apaches que asolaban Sonora, a su carácter de enemigos de la Corona, a los estragos económicos y sociales que provocaban sus ataques, particularmente, el robo de ganado, el rapto de cautivos y el enfrentamiento contra los soldados de los presidios. Asimismo, hace mención de los indios amigos como los pimas y los ópatas, quienes brindaban su ayuda para defender a las misiones y poblaciones novohispanas de los ataques de los apaches, los indios enemigos. En consecuencia, según Nentuig, los apaches eran los indios infieles, los indios enemigos, la “cruel nación”, la “bárbara nación” que tantos daños provocaba a los vecinos hispano criollos de esta provincia:

Digo pues que desde el nuevo presidio del Norte, por Xanos y Fronteras [junto al pueblo de ópatas de Santa Rosa de Corodehuachi] hasta Terrenate, pasa de 100 leguas la frontera de sus tierras: desde Terrenate hasta donde se junta el río de la Asunción con el Xila, cuyos dos brazos, Verde y Salado, de que se compone dice el padre Jacobo Sedelmayr, nacen en unas sierras de los apaches, y bajan rumbo sudueste al Xila, lo cual indica que aún llega a más altura […] de latitud, la apachería, con que damos su extensión norte sur de 150 leguas por lo menos, por donde linda hacia poniente con la pimería. Y si son de esta misma nación los que infestan el Nuevo México, la tienen todavía mucho mayor por sus términos, que miran hacia el oriente. Por lo menos se puede dudar que los mismos que roban en Sonora van cada año a la feria de Nuevo México, pues lo demuestran los hierros de las bestias que de aquí llevan a aquel mercado.[12]

 

Sirva lo siguiente para ejemplificar el caso argentino en ese mismo período. En la “muy noble y muy leal ciudad de la Santísima Trinidad Puerto de Santa María de Buenos Aires”, durante la sesión de cabildo del 21 de agosto de 1766, se trató sobre los estragos que había provocado un ataque indio y la manera que preveían los cabildantes para solucionar la situación de los soldados presidiales:

En atención a haver dado los indios infieles, en las fronteras de esta Ciudad y Su jurisdicion y haver echo conciderable extrago, matando alguna xente, llevándose muchas muger.s y muchachos cautibos, y robandose mucho ganado de todas especies. Sin que se aya conseguido el castigo, Sin embargo de haverse dado prontas providencias por el Gobierno, haviendose Segun Se tiene noticia rebuelto mucha gente de la q.e fue en Su Seghim.to por falta de lo necesario para Su Subsistencia; teneindose entendido que las compañias que cubrian las fronteras, de poco tiempo –a esta parte no permanecen, por no haverseles acudido con sus Sueldos.[13]


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En los documentos recién citados, se hallan referencias similares: indios infieles, bárbaros, frontera, presidios, robos, cautivos. Pero hay otros puntos que también es preciso mencionar para seguir estableciendo similitudes entre el caso mexicano y el argentino, me refiero a las raciones que desde las postrimerías del período colonial y luego durante el período independiente se daban a los indígenas como parte de los acuerdos de paz,[14] y al comercio establecido entre comunidades indias o entre poblaciones de blancos y pueblos indígenas, y cuya “mercancía” serían los cautivos y el ganado robado durante las incursiones, pero también piezas de lana o cuero elaboradas por los indígenas y que trocaban por aquellos artículos que ya se habían hecho indispensables en su vida cotidiana: piezas de herrería, géneros, azúcar, yerba mate (en el caso argentino), por mencionar sólo algunos. Cabe aclarar que, según autores como Carlos González y Ricardo León, el concepto occidental de pillaje no era entendido de la misma manera por los apaches puesto que el hurto formaba parte de su cultura desde antes de la llegada de los europeos. De hecho, ellos en realidad no se llaman apache, es decir, el nombre apache no es el que originalmente se daban a sí mismos los miembros de este grupo. La voz apache o apachu viene del zuñi y significa “enemigos de los campos cultivados”. Los apaches se reconocen a sí mismos como los dines, “el pueblo”.[15] Así, la “rapiña a sus vecinos, indios y no indios, que nunca fue considerada por los apaches como robo y menos como acto de declaración de guerra formal”[16], no era concebida de esa manera por el hombre blanco. Ya se vio que Nentuig informa de la venta de ganado sonorense en Nuevo México, lo cual demuestra el contubernio de las autoridades españolas de esa provincia a la hora de hacer estos negocios con los indios. Con respecto al comercio, en el caso argentino tenemos que:

A mediados del siglo XVIII el intercambio fronterizo pesaba tanto en la vida de los indígenas, que cuando se interrumpía llevaba a crisis económicas; por eso, las autoridades chilenas amenazaban con suspender la actividad mercantil para presionar sobre los mapuches.

Los mercaderes pampas llegaban periódicamente a la ciudad de Buenos Aires y a localidades cercanas (así como a Carmen de Patagones), trayendo no sólo sus productos sino también los de tribus chilenas o cordilleranas argentinas. Y cuando en 1780 el virrey Vértiz prohibió ese comercio, las tribus lanzaron una serie de malones sobre estancias y pueblos bonaerenses, buscando recuperar el mercado perdido: de lo contrario, se quedaban sin colocar sus excedentes y sin muchos productos de consumo diario.[17]

Según refiere Raúl J. Mandrini, en un escrito presentado al rey en Madrid en 1804 por Miguel Lastarría, quien se desempeñó como secretario del virrey Gabriel Avilés de Fierro entre 1799 y 1801 en Buenos Aires, se informaba que los comerciantes indios amigos provenientes de las pampas del sur, a quienes Lastarría nombraba salvajes comerciantes, cuando iban a la capital del virreinato del Río de la Plata para comerciar “se alojan en una casa del primer barrio de la ciudad donde expenden aquellos efectos, prefiriendo a cambio la venta por moneda; compran en nuestras tiendas y almacenes; se van, y vuelven frecuentemente con sus mujeres”; calculaba, señala Mandrini, que este intercambio comercial entre indios y españoles “movía un monto anual de unos 120,000 pesos, una suma más que considerable para la época.”[18]

Blas Pedrosa, un excautivo, era dueño de uno de los establecimientos en donde se alojaban los indios, particularmente ranqueles y pehuenches, que iban a Buenos Aires para comerciar; aparte, había otras dos posadas, también llamadas “corralones”, que también son mencionadas por Mandrini, siendo la más famosa la conocida como la “esquina del Pampa”, cuyo dueño, Ángel Izquierdo, estaba casado, al parecer, con una india llamada María de las Nieves. Izquierdo, por diversas razones, a saber, negocios, amistad y parentesco, tenía un fuerte vínculo con los comandantes de frontera y los caciques indios fronterizos, por ejemplo, controlaba el negocio de las pulperías en la línea de fortines del sur de Buenos Aires. Los establecimientos, “mezcla de almacén y posada para indios”, de Pedrosa y de Izquierdo estaban ubicados en la calle de San Nicolás, actual Avenida Corrientes. Pedrosa es un personaje bastante singular, luego de haber sido rescatado de su cautiverio entre los ranqueles hacia 1786, sirvió al gobierno de Buenos Aires como baqueano en las expediciones a Salinas Grandes para recolectar sal en territorio indio (que servía para conservar la carne de res que se consumía en Buenos Aires), como lenguaraz y, aparte, se dedicó al comercio con los indios; incluso, se ofreció como proveedor de las raciones y regalos que el gobierno del virreinato les daba a los indígenas en esos años de paz finiseculares, particularmente, el suministro de yerba, tabaco y aguardiente.[19]

Mandrini, merced al estudio de un personaje como el recién citado, describe a la frontera sur argentina durante los siglos XVIII y XIX “como un espacio que, históricamente construido, marcaba un ámbito de interacciones complejas que, sin excluir la violencia, incluían múltiples formas de complementariedad y convivencia y, en conjunto, abarcaban prácticamente todas las instancias de la realidad social”, definiendo a las relaciones de frontera como interétnicas y sociales. Así, no sólo considera a la frontera como un límite (entre indios y blancos, entre salvajes o bárbaros y civilizados) o como un espacio vacío, ignorado, incomprendido, sino que advierte la complejidad de las relaciones fronterizas entre indios y no indios, cuyos indicadores serían: el comercio, los regalos y raciones, las influencias culturales hacia ambos lados, las cautivas, los cautivos y agregados (sobre todo los bandoleros, los soldados desertores, los peones huidizos o los refugiados políticos), la participación de los indígenas en las guerras civiles, las alianzas que llegaron a incluir el parentesco entre los indios y los huincas[20], los parlamentos y tratados de paz, entre otras cosas.[21]

Por su parte, Carlos Martínez Sarasola, cuando analiza la frontera de Buenos Aires, advierte que el crecimiento de esta ciudad exigía mantener “una campaña despejada” de incursiones indígenas, en particular, dado que la expansión de las bandas tehuelches y araucanas (mapuches) representaba una amenaza para Buenos Aires, a mediados del siglo XVIII se intensificaron las medidas militares contra los grupos indígenas de la provincia lo que marcó “una franja divisoria nítida, que a partir de entonces buscaba ser mantenida por unos (los indígenas) y violentada y llevada cada vez más lejos por los otros (los españoles).”[22] Es entonces, dice este autor, cuando:

Comienza la obsesión por la frontera. Una frontera que más allá de los límites físicos divide dos mundos en pugna. La frontera, más que político-militar, es cultural.

Esta frontera se afianza con la instauración del Virreinato, pero […] la lucha por ella se inicia unos años antes, con la creación de los primeros fortines.

La línea de fortines será hasta 1879 el símbolo más acabado de esta obsesión, que estallará en ese año. El equilibrio mantenido durante tanto tiempo llegará a su fin, con el avance de la expedición de Roca.[23]

En otro orden de cosas, deseo hacer una breve referencia al tráfico de cautivos en el norte de la Nueva España. Las  historias de cautiverio en la América española han sido analizadas por autores como Fernando Operé o Sara Ortelli, esta última aborda, además, la presencia de agregados entre los indios fronterizos. Un ejemplo de estos agregados en territorio del septentrión mexicano a finales del siglo XVIII lo proporciona Ramón A. Gutiérrez, quien, en su libro Cuando Jesús llegó, las madres del maíz se fueron, narra la historia de Francisco y Teresa del Valle, dos esclavos indios de Nuevo México que para poder estar juntos, decidieron irse a vivir con los apaches, desafortunadamente fueron recapturados por sus dueños. También ocurría que los cautivos blancos eran vendidos en lugares alejados del sitio de su captura por los indios. En el caso de María Rita Peralta, quien cayó en manos de los comanches en Tomé, Nuevo México, y que hacia 1780 fue hallada por Antonio Gil Ibaro en una subasta de esclavos en Texas. Él “la adquirió a cambio de 2 pieles y 50 pesos y la devolvió a sus padres.”[24]

De cualquier forma, es necesario mencionar el texto de Sara Ortelli, Trama de una guerra conveniente: Nueva Vizcaya y la sombra de los apaches (1748-1790), en el que demuestra que los ataques apaches fueron exagerados por gobernadores, capitanes de frontera, misioneros, mineros, hacendados y comerciantes porque esto convenía a sus intereses socioeconómicos y políticos, es decir, de los hombres fuertes de Nueva Vizcaya[25]. Señala que “los capitanes de presidio estaban más ocupados en sus negocios particulares como terratenientes y mineros, que en la defensa del Septentrión.” Los apaches, dice la autora, fueron catalogados como enemigos externos de la Corona española, como infidentes, es decir, “el delito de infidencia remitía a un sujeto laico y político entendido como súbdito, que había sido desleal a su soberano”. Esta nueva categoría etnopolítica representaba cabalmente el cambio de paradigma, ya no se trataba de un pecado, sino de un delito, una afrenta política contra el rey. La presencia de los llamados infidentes evidenciaba que el comercio de ganado se había convertido en un modus vivendi. Otros infidentes serían los vagamundos, los bandoleros, los fugitivos, los abigeos y los desertores, que junto con los apaches serían los grupos marginados. No sólo eran los supuestos apaches los que robaban ganado, sino que había abigeato y comercio en manos de autoridades y hacendados coludidos.[26]

 

El bárbaro incivilizado durante el siglo XIX en México y Argentina

Luego de haber finalizado sus respectivas revoluciones de independencia, los gobiernos de Argentina y México tuvieron que enfrentar los problemas derivados de las luchas civiles que afectaron directamente sus relaciones con los llamados indios bárbaros. Evidentemente había que considerar el espacio que ocupaban estos indígenas y cómo se vio afectado por el establecimiento de las fronteras geopolíticas entre Argentina y Chile, y entre México y Estados Unidos respectivamente. Recuérdese la competencia entre aquéllos por la cuestión límites para establecer la soberanía sobre la Patagonia y Tierra del Fuego en el último cuarto del siglo XIX o el efímero artículo XI del Tratado Guadalupe Hidalgo que en 1848 preveía que los Estados Unidos deberían inhibir las incursiones de los salvajes en territorio mexicano. En México, esta cuestión indígena formó parte de las discusiones en la cámara de diputados, por ejemplo, se habla abiertamente de una guerra de exterminio contra los bárbaros del norte en las primeras décadas de vida independiente.[27]

Según Salcedo Alfaro, los gobiernos de los Estados de Chihuahua y Sonora “pusieron precio a las cabelleras de los apaches y les declararon de manera formal la guerra” en 1833 y 1835 respectivamente. Los cazadores de cabelleras, quienes aparecieron en esos años, “reunieron con engaños a los indios desarmados para masacrarlos por sus pistoleros y el Ministro de Guerra comunicó a la Comandancia General de Chihuahua sobre los excesos cometidos por Santiago Kirker, uno de los cazadores, durante la guerra contra los apaches.”[28] Luego de la Guerra de 1846-1847 entre México y los Estados Unidos, era muy frecuente encontrar en los diarios noticias como ésta:

Los apaches, tribu aunque menos fuerte y numerosa que los comanches, son en extremo sagaces, tienen un conocimiento asombroso del país y habitan dentro del mismo estado diseminados en parcialidades o familias, mudando sus aduares de unas a otras sierras o aguajes en los lugares desiertos desde donde acechan a los transeúntes y a las haciendas y lugares cortos, acometiendo con rapidez asombrosa.

En cuanto a reducir a estas tribus a sociedad me parece cosa sino imposible en extremo difícil. El gobierno español lo procuró con muy buenos elementos y no hay ejemplo de que jamás pudiera lograrlo, lo más que ha podido conseguir en los tiempos más felices de esta guerra es que después de bien castigados, los indios hayan pedido la paz, que no han sido mas que treguas, pero a condición de sustentarlos a ellos y a sus familias, de modo que sólo bajaban a los presidios a recibir sus raciones, embriagarse con licores fuertes de que gustan mucho y en seguida se marchaban a sus rancherías en donde vivían de la caza y de la rapiña. En mi juicio estos salvajes no pueden civilizarse, lo único que pudiera intentarse sería, para bien de la humanidad, exterminar a los indios de armas, coger prisioneros a las mujeres y niños y educarlos diseminándolos en el centro de la república, y aún así hay mil ejemplos de que han vuelto a tomar sus costumbres salvajes, aún después de haber conocido los goces de la sociedad. Convendría pues, aumentar el número de los presidios habiendo fondos con que sostenerlos, pero para ubicarlos debidamente sería necesario visitar el estado, particularmente en sus fronteras, para decir con acierto que otros puntos debieran cubrirse, mientas tanto, me ocurre observar que al poniente de este estado deberían establecerse otras dos o tres compañías presidiales, una de ellas en Namiquipa, antiguo presidio, otra en Santo Tomás y otra en Yapomera, puntos todos que hostilizan con mucha frecuencia los bárbaros y que se hallan indefensos y muy avanzados en la frontera.[29]

Más adelante, en 1874, se discute en el Congreso Constitucional de la Unión acerca del apoyo presupuestal a las colonias militares en el norte de México para resolver el problema de los indios bárbaros del norte o si resultaba más conveniente apoyar a los estados del norte con una subvención especial para que ellos se defendieran directamente de los ataques indios con la participación de los habitantes de aquellas regiones. Entre otras cosas se argumentaba que estas medidas eran válidas, es decir, la creación y fomento de colonias militares, porque:

Desde que los indios están reconcentrándose sirven los recursos de la civilización para hostilizarnos, la guerra de bárbaros, sin perder nada de su carácter salvaje, viene siendo cada día un asunto más grave para México. Antes los indios no invadían armados unos con fusiles y otros con flechas envenenadas, sin impulso extraño, ni más mira que el robo. Hoy se presentan con el vestido de la Civilización, que hace a los pacíficos moradores del campo tomarlos por viajeros y pagar con su vida el error; vienen en buenos caballos, con monturas negras, americanas, y armados de rifles que se cargan por la recámara con cartuchos metálicos, han aprendido con los americanos a manejar a la perfección las armas de fuego; y conociendo la ventaja que tienen con este armamento moderno sobre nuestros campesinos, armados todavía con el antiguo fusil de muy inferior alcance y precisión en el tiro, se colocan a la conveniente distancia para defender impunemente.[30]

En la segunda mitad del siglo XIX los asaltos apaches habían provocado que a Sonora se le considerara como “un gran rancho apache” y se hiciera uso de viejas estrategias como la de emplear indios amigos, es decir, amigos de los blancos y enemigos de los apaches. Rodolfo Acuña asegura que en “la década de 1870, en el distrito de Altar, el gobierno empleó a los papago para que persiguieran a los apaches, aprovechando así la ancestral enemistad de esta dos tribus indígenas. Además el gobierno pagaba a los papago trescientos pesos por cada cabellera apache.”[31] No sólo eso, se acusaba directamente a los agentes de la oficina indiana de Washington, ubicados en Arizona, de que los indios vendían en su presencia “el fruto de sus rapiñas” cuyo campo de operaciones eran Sonora, Chihuahua y Durango.[32] Algo similar tenemos en el caso argentino, por la rastrillada “de los chilenos” los indígenas dirigían al ganado robado en las estancias argentinas hacia los pasos intercordilleranos para ser vendido en el sur de Chile a los estancieros de esa región.


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En Argentina, se nombró a Juan Manuel de Rosas como el “Héroe del desierto” porque en 1833 había hecho una campaña militar contra los indios del desierto (así se le decía al territorio indio, a la pampa, un desierto para la civilización). También,  lo largo del siglo XIX, se fomentaron las rivalidades entre los diversos pueblos indígenas, un ejemplo de indios aliados al gobierno argentino serían los pampas de Catriel que sirvieron para combatir a los indios salineros de Calfucurá. Así, las voces: frontera, desierto, cautivo, bárbaro y tierra adentro se volvieron parte de este imaginario social y, por ende, no resulta extraño que en 1878, Estanislao S. Zeballos hablara de la conquista de quince mil leguas sobre territorio indígena enemigo, una avanzada de la civilización hacia el desierto de la barbarie.[33] Arturo Capdevilla, cuando se refiere a esta campaña militar sobre el territorio del sur argentino perteneciente a los indios realizada en los años 1878-1879, escribe a mediados del siglo XX:

Y bien: la República Argentina no pudo hacer sino lo que hizo: tomar posesión de esas tierras por la sencilla razón de que eran suyas. El indio que nos tocara en suerte no constituía más que ganado humano: las cosas por sus nombres […] Había palabras terribles. Por ejemplo, frontera. Por ejemplo, Tierra Adentro. Frontera significa de suyo inseguridad y riesgo. La frontera pertenece en ese tiempo a un gaucho degenerado, bastante más salvaje que el propio ranquel, a ser exacto -¡y por qué no lo sería!- el retrato que Mansilla nos da.[34]

El coronel Lucio V. Mansilla, sobrino del general de Rosas, fue un importante militar y diplomático en la segunda mitad del siglo XIX. En el tiempo que era oficial del ejército argentino en la frontera con los indígenas ranqueles fue hospedado en las tolderías indias durante su viaje a principios de 1870 para efectuar un tratado de paz con los ranqueles del sur de Córdoba, Argentina. En su libro Una excursión a los indios ranqueles recrea sus experiencias:

Y como siempre que bajo ciertas impresiones levantamos nuestro espíritu, la visión de la Patria se presenta, pensé un instante en el porvenir de la República Argentina el día en que la civilización, que vendrá con la libertad, con la paz, con la riqueza, invada aquellas comarcas desiertas, destituidas de belleza, sin interés artístico, pero adecuadas a la cría de ganados y a la agricultura[35]

A manera de conclusión, me permito decir que en ambos casos las diferencias culturales se han resuelto mediante el uso de la violencia; que en la historia de los indios bárbaros del norte mexicano y del sur argentino, las fronteras socioculturales significan fronteras de guerra. No sólo se estigmatizó a los indios construyendo su otredad desde una posición sumamente etnocéntrica nombrándolos infieles o incivilizados, sino que la solución al llamado “problema indio” se dio con una guerra genocida. A los sobrevivientes les tocó la suerte de vivir en reclusión, creando una nueva frontera, la de las reservas en el caso estadounidense con los apaches que fueron deportados de México porque ni siquiera se les consideraba que eran mexicanos; la de las reservas o colonias aborígenes en el argentino. El olvido, la indiferencia, el etnocentrismo y la ignorancia permiten que esas fronteras socioculturales se sigan reproduciendo.

 


Notas:

[1] Malón (Argentina) o maloca (Chile), voz mapuche que significa correría indígena, maloquear. Durante el período colonial y el siglo XIX eran las incursiones de asalto de los indios a las estancias y propiedades de los españoles y criollos.

[2] En el caso mexicano, estas fronteras interiores se localizaron particularmente en el norte del territorio, durante el período virreinal en la gran Chichimeca, luego en el siglo XIX, independiente, después del Tratado Guadalupe Hidalgo de 1848, con la formación de la nueva frontera geopolítica con los Estados Unidos, las incursiones indígenas tomaron un matiz diferente, se crearon las colonias militares para combatir dichas incursiones y se perdió el concepto de fronteras interiores; de hecho, los indios indómitos como los apaches y los comanches no fueron considerados ciudadanos mexicanos.

Sobre las incursiones indias en el norte de México y las colonias militares a mediados del siglo XIX, véase: Ana Lilia Nieto, “The ‘Hope of the Nation’. Moderate Liberals and the Defense of Mexico’s Northern Frontier, 1848-1853”, tesis inédita de maestría en Historia, Departamento de Historia, Universidad de Calgary, Alberta, Canadá, 2002. En particular léase el capítulo 3, “The Indian Incursions”.

[3] Fernando Operé, Historias de la frontera: el cautiverio en la América hispánica, México, FCE, 2001, p. 13.

[4] Acerca de la frontera como un espacio sociopolítico y la coexistencia de diferentes ámbitos crono-culturales, véase Jorge Calbucurá, La Geografía del Tiempo en el Espacio histórico. Hacia una sociología de historia de los pueblos indígenas, quien analiza el caso mapuche chileno, los futamapu (entidades territoriales mapuche) y la usanza mapuche de los parlamentos que fue adoptada por los españoles y por los gobiernos criollos del siglo XIX para las negociaciones con los indios en las fronteras militares.

http://www.mapuche.info/mapuint/contreras070701.pdf última fecha de consulta 10 de mayo de 2011.

[5] Tanto Jorge Calbucurá, Ib., como David Weber, La frontera española en América del Norte, México, FCE, 2000, hacen alusión a Herbert Eugene Bolton y al impacto que su obra “The misión as a frontier institution in the Spanish American colonies” tuvo para el análisis de la voz frontera con el modelo de las borderlands en el que la frontera es la puerta de acceso a un territorio ocupado, ya poblado por los indígenas, y al que se trasladará al aparato institucional español para poder penetrar a dicho territorio y someter a sus pobladores originarios a través de misiones y presidios. Esto habría que matizarlo porque, en el caso argentino, las misiones jesuíticas del sur del Neuquén, en el período colonial, fueron destruidas por los ataques indígenas.

[6] Las culturas no son puras, sus elementos se permean a través de procesos de aculturación y transculturación. En la frontera sucedía algo similar, los indios se apropiaron de muchos elementos culturales de los no indios y éstos de aquéllos a través de diversos mecanismos, a saber, la presencia de ganado vacuno y caballar cimarrón luego de la primera y frustrada fundación de Buenos Aires en la década de 1530 (los indios incorporaron a su dieta, a sus rituales, a su política y a su economía estos animales, se los apropiaron -usando un término de Bonfil Batalla-, material y simbólicamente), el comercio interétnico, los tratados de paz y las raciones que impactaron la dieta de los pueblos originarios (yerba mate, licor destilado, azúcar), el cultivo en las chacras de las tolderías indias, la vestimenta, los saqueos con los malones (utensilios, facones, objetos de metal), el mestizaje interétnico resultado del cautiverio femenino, los agregados (“refugiados políticos” o gauchos huidizos de la leva) que iban a refugiarse a las tolderías indias, el uso de los cautivos alfabetizados como escribanos de los caciques indios, etc. Así, el término usado en el siglo XIX para referirse a los indígenas con mayor evidencia de este contacto era el de “semicivilizados”. Obviamente, los hombres no indígenas también se vieron involucrados en este proceso, baste recordar el aprecio que se tenía por los ponchos indios que, aparte de hermosos, no dejaban pasar el agua por lo apretado de su urdimbre.

Ortelli sostiene que: “Este espacio -el desierto, la tierra adentro- estaba atravesado por una serie de significaciones de carácter cultural y simbólico determinadas por la cosmovisión occidental. Así, en el discurso de los hombres de la colonia era percibido a través de la discontinuidad, un espacio al que se entraba y del que se salía por “puertas”, aberturas imaginarias que lo recortaban artificialmente, como si se penetrara en otra dimensión.” Sara Ortelli, “¿Apaches hostiles, apostatas rebeldes o súbditos infidentes? Estado borbónico y clasificaciones etnopolíticas en la Nueva Vizcaya de la segunda mitad del siglo XVIII”, Anuario del IEHS, número 21 (separata), p. 7. Lo que Blengino denomina porosidad, el carácter transitivo de la frontera,  Vanni Blengino, La zanja de la Patagonia. Los nuevos conquistadores: militares, científicos, sacerdotes y escritores, Argentina, FCE, 2005, p. 170.

Sobre el concepto de hibridización de las culturas, véase: Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo, edición 2001; y acerca de las fronteras vistas como espacios de interacción cultural véase: Raúl J. Mandrini y Sara Ortelli, “Las fronteras del sur”, p. 39, en Vivir entre dos mundos. Las fronteras del sur de la Argentina. Siglos XVIII y XIX, Raúl J. Mandrini (editor), Colección Nueva Dimensión Argentina, dirigida por Gregorio Weinberg, Argentina, Taurus, 2006, pp. 21-42.

[7] David Weber, op. cit., p. 27.

[8] El lazarillo de ciegos caminantes de Concolorcorvo (1773), aunque también esta obra es atribuida más bien a Alonso Carrió de la Vandera, Colección Memoria Argentina dirigida por Alberto Casares, Argentina, Emecé Editores, 1997, pp. 218-219.

[9] Ibid., p. 50 y p. 219.

[10] En Argentina esto se evidencia sobre todo en los territorios australes del Imperio español; por ejemplo, en Mendoza se le llamaba auca al indio enemigo. La voz auca es quechua y significa “corsario”, “ladrón”, “enemigo”, “traidor”, “indio de guerra”. Sobre esta etimología véase el índice analítico y el glosario preparado por Carlos Araníbar para la edición empleada de la obra de Santa Cruz Pachacuti, Relación de Antigüedades de este Reino del Perú, Perú, FCE, 1995, p.  170.

[11] Carlos Martínez Sarasola, Nuestros paisanos los indios. Vida, historia y destino de las comunidades indígenas en la Argentina, Argentina, Colección Memoria Argentina, Emecé Editores, 2005, p. 213.

En México también se usó la expresión Tierradentro para referirse al camino que conectaba México y Zacatecas, es decir, aquel que llevaba hacia la gran Chichimeca. Sobre este particular, véase Bernardo García Martínez, “La creación de Nueva España”, pp. 235-306, en Historia General de México, México, COLMEX, 2006 (versión 2000). En particular, el acápite II, “1548-1611” (“El espacio sin límites” y “La gran Nueva España”), pp. 281-289.

[12] Juan Nentuig, El rudo ensayo. Descripción geográfica, natural y curiosa de la Provincia de Sonora, 1764, (introducción, apéndice, notas e índice por Margarita Nolasco Armas, Teresa Martínez Peñaloza y América Flores), Colección Científica 58, Etnología, México, SEP-INAH, 1977, p. 83.

[13] Archivo General de la Nación. Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires. Publicado bajo la dirección del director del Archivo General de la Nación, Augusto S. Mallié. Serie III, tomo III – Libros XXXIII, XXXIV y XXXV, años 1762 a 1768. Buenos Aires, 1927, pp. 410-411.

[14] Con respecto a los tratados de paz realizados con los indios rebeldes, lo mismo en México que en Argentina incluían el sistema de raciones. Al iniciarse el proceso de independencia, los avances en cuanto a alianzas y convenios de paz con los indios recién efectuados se perdieron. Eso explica el posterior comportamiento de estos indios en contra de los gobiernos independientes mexicano y argentino, máxime si se considera que el sistema de raciones se descontinuó por un tiempo. Las raciones incluían tabaco, azúcar, alcohol, harina, cuentas como la chaquira, artículos de herrería, géneros, entre otras cosas. En el caso argentino habría que añadir la yerba mate como parte de las raciones.

[15]Philippe Jacquin, Los indios de Norteamérica. Una explicación para comprender. Un ensayo para reflexionar, México, Siglo XXI Editores, 2005, p. 17 y p. 31.

[16] Carlos González H. y Ricardo León, Civilizar o exterminar: Tarahumaras y apaches en Chihuahua, siglo XIX, Colección Historia de los pueblos indígenas de México, México, CIESAS-INI, 2000, p. 150.

[17] Miguel Ángel Palermo, “A través de la frontera. Economía y sociedad indígenas desde el tiempo colonial hasta el siglo XIX”, en Nueva Historia Argentina. Los pueblos originarios y la conquista, pp. 343-382, Myriam N. Tarragó (dirección del tomo), Buenos Aires (impreso en Barcelona), Editorial Sudamericana, 2000, tomo I, pp. 374-375. Los productos intercambiados eran, entre otros, los tejidos mapuches chilenos, piñones, manzanas silvestres, sal, cueros, piezas de talabartería, bolas de boleadora, cestos, fuentes de madera, plumas por parte de los indios, y géneros, espuelas, cuentas de vidrio (chaquira), azúcar, yerba mate, galleta, harina, tabaco, aguardiente, cuchillos,  por parte de los hispano-criollos. Se llega a estimar alrededor de 60,000 ponchos mapuche que “cruzaban anualmente las fronteras chilenas” rumbo al este de la cordillera en el siglo XVII. Los ponchos pampas y los de Santiago del Estero eran de los más costosos y muy apreciados por los criollos porque tenían un tejido tan apretado que no dejaba pasar el agua. (pp. 375-376).

[18] Raúl J. Mandrini, “Desventuras y venturas de un gallego en el Buenos Aires de fines de la colonia. Don Blas Pedrosa”, p. 45, en Vivir entre dos mundos, op. cit., pp. 43-72.

[19] Ibid., pp. 55-59. La yerba mate, I lex Paraguayensis, también conocida en la época colonial como “la yerba de los jesuitas” porque se domesticó en las misiones guaraníes del Paraguay y “se la  exportaba en grandes cantidades hacia el Río de la Plata”, es un té que hasta la fecha forma parte de los rasgos culturales de Argentina y otros países sudamericanos. Véase: Alberto Armani, Ciudad de Dios y Ciudad del Sol. El "Estado" jesuita de los guaraníes (1609-1768), México, FCE, 1982, pp. 60-61 y p. 115.

[20] Los indios pampeanos identificaban con este vocablo a los “cristianos”, a los hombres “blancos”.

[21] Raúl J. Mandrini, Presentación, pp. 10-12, y “Desventuras y venturas de un gallego…”, p. 68, en Vivir entre dos mundos…, op. cit. De hecho, este texto reúne varias biografías de personajes de frontera, tanto indios y no indios argentinos como extranjeros (daneses y galeses) para ejemplificar todas las maneras mencionadas en las que se pueden entender las relaciones interétnicas y sociales fronterizas a lo largo de esas dos centurias en el sur argentino. pp. 9-17. Sobre los agregados puede revisarse a Sara Ortelli, “Historias de cautivos y agregados. La incorporación de no-indígenas entre los comanches y los ranqueles en el siglo XIX”, en Revista Cuicuilco, Nueva época, volumen 6, número 17, ENAH-INAH, México, septiembre-diciembre, 1999, pp. 153-171. Éste es uno de los pocos trabajos contemporáneos que vinculan el caso mexicano con el argentino: “Tanto en el norte de México como en la frontera rioplatense la gran mayoría de los cautivos eran habitantes rurales de las zonas agrícolas y ganaderas que se extendían a lo largo de la frontera.”, p. 159.

[22] Carlos Martínez Sarasola, op. cit., pp. 131-132.

[23] Ibid., p. 132. Para que el lector se dé una idea de la forma cómo se expandió la frontera de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX puede revisar a Tulio Halperin Donghi, “La expansión de la frontera de Buenos Aires (1810-1852)”, pp. 77-91,  en Tierras Nuevas, México, Centro de Estudios Históricos, Nueva  Serie 7, COLMEX, 1973.

[24] Ramón A. Gutiérrez, Cuando Jesús llegó, las madres del maíz se fueron. Matrimonio, sexualidad y poder en Nuevo México, 1500-1846, México, FCE, 1993, pp. 240-241.

[25] La Provincia de Nueva Vizcaya estaba conformada por Durango, Chihuahua y la zona sur del actual Estado de Coahuila.

[26] Sara Ortelli, Trama de una guerra conveniente: Nueva Vizcaya y la sombra de los apaches (1748-1790), México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2007, p. 31.

[27] Cfr. Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora 1821-1853, México, Siglo XXI, 1985. En particular, el capítulo 7, “El liberalismo y el indio”.

[28] Manifiesto de relaciones exteriores e interiores, AGN, GD 118, Justicia, vol. 248, expediente 45, foja 356, 1840 apud Adriana Salcedo Alfaro, “La región apache: levantamientos chiricahuas en la frontera norte de México (1848-1862)”, tesis de Etnohistoria, México, ENAH, 2010, p. 157.

[29] El Faro, periódico del Gobierno del Estado Libre de Chihuahua, 23 de diciembre de 1848. Noticia localizada por la Dra. Ana Lilia Nieto Camacho y compartida con la autora de este escrito. Lo señalado en negrita es mío.

[30] Diario de los Debates. Séptimo Congreso Constitucional de la Unión, Tomo 2, pp. 874-892, fecha 18 de mayo de 1874. Citado por Lázaro Cárdenas Batel en “Debate legislativo y pueblos indígenas. México, 1810-1870”, tesis inédita de licenciatura en Etnohistoria, México, ENAH-INAH, 2001, pp. 132-133.

[31] Rodolfo Acuña, Caudillo sonorense: Ignacio Pesqueira y su tiempo, México, Era, 1981, p. 128.

[32] Diario de los Debates…, op. cit., p. 134. Véase también a Rodolfo Acuña, Idem.

[33] Véase Estanislao Severo Zeballos, La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sur de la República al río Negro, Estudio preliminar de Raúl J. Mandrini, Argentina, Taurus, 2002. Dice David Weber que “La idea de la frontera como una línea que representa el inexorable ‘avance de la civilización hacia el desierto’ tal vez ejerza todavía algún influjo en la imaginación popular, pero los estudiosos serios han dejado de ver fronteras en esos términos etnocéntricos.”, op. cit., p. 27.

[34] Arturo Capdevila, “Reseña de la Historia Cultural de la Argentina”, en Facundo de Domingo F. Sarmiento, Argentina, Ediciones Jackson, 1945, pp. XXVI-XXVII.

[35] Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, Argentina, Colección Austral, Espasa Calpe, 1993, tomo I, p. 119.