Simbolismo animal y representación del cuerpo humano

Animal Symbolism and representation of the human body

Simbolismo animal e representação do corpo humano

Roberto Rivera Pérez[1]

Recibido: 18-08-2014 Aceptado: 22-09-2014

 

Introducción

La humanidad en general se ha caracterizado por la constante elaboración de constructos culturales;  algunos se manifiestan de manera conceptual (como es el caso del espacio y el tiempo), otros de forma material (imágenes religiosas) y finalmente un tercer grupo se hace evidente a razón de las reglamentaciones (como el incesto, los roles de género, etc.).  Lo único cierto, es que los varones se han valido del uso de la fuerza física y la violencia, la administración de las relaciones de poder, pero también de la elaboración de constructos simbólicos que buscan justificar su dominio sobre las mujeres, los débiles sociales (infantes, enfermos y ancianos), y sobre otros hombres.  Por lo tanto, se presenta este ensayo que tiene por objetivo central: Demostrar la existencia de un vínculo simbólico establecido entre las cualidades innatas de determinados animales propios de los espacios semirrurales mexicanos (toros, aves de combate y equinos) con la forma en que socialmente se construye el cuerpo masculino y femenino.  Además, se demostrará el cómo se encarnan simbólicamente sus amos en estos animales,  y de qué manera resuelven sus afrentas, incrementan su prestigio y  defienden públicamente su honor.

Para lograr lo anterior, será necesario apelar a los juegos de la masculinidad vaquera –parafraseando a Bourdieu (2000) y Connell (2003)-, entendidos como: El desarrollo y la participación dentro de los espacios de disputa (arenas –en términos de Turner (1974)-), como son el jaripeo, rodeo norteño, el palenque, las carreras de caballos, las charreadas y la doma de equinos o de yeguas brutas que se realizan como parte de los dones verticales ascendentes que se les entregan a los dioses durante los periodos festivos o como parte de la celebración de los ritos de paso personales. Aunque la realidad, es que estos mismos espacios y prácticas, encubren una serie de arenas destinadas a la exhibición, ostentación e incremento de las múltiples formas del prestigio masculino, como puede ser los capitales económicos[2] (ganancias en efectivo a razón de apuestas), materiales[3] (vestimentas, aditamentos necesarios y la pertenencia de animales), capitales sociales[4] (¿a quién se conoce?, pero sobre ¿quién te reconoce?), políticos y simbólicos[5] (entre los que se incluyen la belleza natural o construida de las señoritas solteras emparentadas con varones específicos y la serie de demostraciones de virilidad que caracterizan a cada uno de los miembros de la familia nuclear observada).


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1.0 Los orígenes de una discusión contemporánea.

Uno de los debates más apasionados en los estudios de las ciencias sociales –enunciado por la corriente estructuralista lévistraussiana- ha sido la distinción entre el ámbito natural y el cultural.  Donde este paradigma que se apoyó del espíritu humano e inconsciente colectivo, identificó en el tabú del incesto, el límite exacto entre ambos universos, es decir, la parte natural se regiría por lo biológico y la parte cultural por el establecimiento de las reglas.  Éstas se manifestarían en la prescripción y prohibición de agentes para el acto sexual y la alianza matrimonial; además, el mundo de las reglas determinaría quiénes serán los encargados de la organización y administración del universo, los responsables por mantener una buena relación con sus vecinos y quiénes serían los representantes en los intercambios entre iguales (otros grupos de hombres) y con los superiores (dioses).

En lo que respecta a los intercambios matrimoniales, se esperaría que cada uno de los grupos familiares por su parte tratara de sacar el máximo de los beneficios a su propia condición.  Manifestándose en los campos sociales (el incremento de las redes de amistad), económicos (acuerdos comerciales y monetarios), políticos (alianzas partidistas y propias de la administraci  ón del poder), simbólicos (la virtud femenina y la belleza de las señoritas casaderas). 

No sobra mencionar, que el grupo receptor estará en deuda casi permanente con el grupo donador (la familia nuclear de la novia), al recibir un signo que le permitirá la reproducción social y numérica del grupo huésped. Y si a lo anterior se le agregan los capitales simbólicos que caracterizan a la señorita casadera (la belleza física, virtud, inteligencia,  etcétera), el valor de la deuda tenderá a incrementarse.  Razón por la cual, ambas familias que están interesadas en la alianza, tenderán a reunir, contabilizar y exhibir sus medallones y demás formas de capitales (económicos, políticos, simbólicos, culturales, sociales y materiales), frente a todos los grupos interesados.  Sin mencionar, que además se harán constantes demostraciones y presunciones simbólicas del honor masculino, y comentarios positivos sobre la virtud (virginidad) inscrita en cada una de las señoritas solteras que resguardan.  Entendiendo por honor, cito: “El honor es el valor de una persona para sí misma, pero también para la sociedad.  Es su opinión sobre su propio valor, su reclamación del orgullo, pero también es la aceptación de esa reclamación, su excelencia reconocida por la sociedad, su derecho al orgullo” (Pitt-Rivers, 1979: 18).[6]  Y más adelante sostiene: “El honor incumbe a los grupos sociales de cualquier dimensión, desde la familia nuclear, cuyo cabeza es responsable del honor de todos sus miembros, hasta la nación, el honor de cuyos miembros va ligado a su fidelidad al soberano.  Tanto en la familia como en la monarquía una única persona simboliza el grupo de cuyo honor colectivo va investida su persona” (Pitt-Rivers, 1979: 35-36).

Considerando el fuerte valor público y social que se le adjudica al honor de una persona y / o el de una familia, el hecho de cuestionar, ofender o atentar en contra de éste, provocará por respuesta el inicio de los duelos, las vendettas y toda forma de revanchas socialmente aceptadas, y que no necesariamente están vinculadas a las reglamentaciones judiciales.  Las cuales, no autorizan el derramamiento de sangre, siendo la única forma socialmente aprobada para la limpieza del honor masculino y familiar.  Para muestra, puedo retomar de Pitt-Rivers: “…un hombre es siempre el guardián y el árbitro de su propio honor, ya que éste está en relación con su conciencia y va estrechamente unido a su ser físico, su voluntad, y su juicio como para que otra persona asuma su responsabilidad” (Pitt-Rivers, 1979: 26).  

Será en aquellos contextos tradicionales (espacios campesinos, ganaderos y semiurbanos), pero también en los territorios supuestamente “modernos”, es decir, aquellos en que los cambios culturales no han sido tan evidentes, que: aparte que los varones tendrán que cuidar su honor y cumplir cabalmente con su rol socialmente asignado por nacimiento (ser proveedores-reproductores-protectores). También deberán hacer continuas demostraciones  de su virilidad y demás capitales simbólicos en diferentes arenas públicas –en términos de Turner (1974)-, en las que se encontrarán otros tanto rivales masculinos, que al igual que los primeros tratarán de incrementar sus múltiples formas de capitales; y con ello, el prestigio de toda su familia extensa (propia de los hombres y de todas las mujeres que éstos protegen y resguardan). Para efectos de este ensayo, se entiende a la virilidad, como la “…capacidad reproductora, sexual y social, pero también como aptitud para el combate y para el ejercicio de la violencia” (Bourdieu, 2000: 68).  Y la arena se puede definir, como: “La analogía de arena, tomada de una corrida de toros o de una lucha entre gladiadores, tiene tres elementos que el mismo Turner destaca: a) Se trata de un antagonismo –simbólico o factual- que puede tomar formas diversas según las expresiones culturales. b) Se da en un marco explícito. c) Se pretende llegar a una decisión pública ya sea mediante la persuasión, la amenaza o la fuerza” (Turner citado por Varela, 2005: 103).

Justo en este momento se permite cuestionar sobre la importancia social y pública de los juegos de la masculinidad vaquera, y el preguntar: ¿por qué razón los hombres eligen determinados animales y les atribuyen cualidades específicas?  Premisa que será contestada en los siguientes apartados.

 

2.0 Aproximación teórica a los procesos de significación y construcción simbólica.

Antes de dar inicio al desarrollo de la premisa central de este ensayo, es necesario establecer la definición de símbolo: “…es una cosa de la que, por general consenso, se piensa que tipifica naturalmente, o representa, o recuerda algo, ya sea por la posesión de cualidades análogas, ya sea por asociación de hecho o de pensamiento” (Turner, 2007: 21).  Donde los símbolos se pueden enunciar en dos categorías diferentes: los símbolos en general (que referiré como: comunes) y los símbolos dominantes en términos turnerianos.  Ambas tipologías pueden ser explicadas de la siguiente manera: “Los símbolos generan la acción, y los símbolos dominantes tienden a convertirse en focos de interacción. Los grupos se movilizan entorno a ellos, celebran sus cultos ante ellos, realizan otras actividades simbólicas cerca de ellos y, con frecuencia, para organizar santuarios compuestos, les añaden otros objetos simbólicos.  Habitualmente esos grupos participantes representan ellos también importantes componentes del sistema social secular, componentes que pueden ser grupos corporativos, tales como familias o linajes, o meras categorías de personas que poseen características similares” (Turner, 2007: 25).  Igualmente, los signos pueden ser caracterizados de la siguiente manera: “…i) los signos no se presentan aislados; un signo es siempre miembro de un conjunto de signos contrastados que funcionan dentro de un contexto cultural específico; ii) un signo sólo transmite información cuando se combina con otros signos o símbolos del mismo contexto […] los signos son siempre contiguos a otros signos que son miembros del mismo conjunto” (Leach, 1985: 19).


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La diferencia enunciada entre los signos y los símbolos, permite la incorporación de los conceptos de la metonimia y la metáfora.  Donde “…la metonimia, existe cuando <<una parte representa a un todo>>; el indicador que funciona como signo es un contiguo a lo significado y forma parte de ello […] <  <el humo es un indicador del fuego>>” (Leach, 1985: 20).  Igualmente,  durante el desarrollo ritual, el “capturar” algún signo o a una mínima parte de los símbolos que permean en este ambiente, permitirá la comprensión del mensaje que de forma consciente o inconsciente tratan de transmitir los participantes de estos eventos.  Por su parte la metáfora: dependerá de una semejanza afirmada entre las partes del símbolo y el contenido del mensaje que se desea de transmitir.  Cabe mencionar, que tanto para la metonimia como la metáfora, y su vínculo con los signos y símbolos, el análisis de estos cuatro elementos se facilita durante el contexto y el desarrollo de los tiempos rituales, pero no se limitan a éstos.  Razón por la cual, el investigador podrá tomar como referencia los datos observados durante esos tiempos festivos, pero su análisis también lo deberá hacer extensivo al contexto de las instituciones y del sistema total que se está indagando.

Una vez que ya han sido definidos la mayoría de los conceptos que serán empleados en el cumplimiento del objetivo central de este ensayo, es oportuno entender al cuerpo como un constructo social que está identificado por un nombre propio y vinculado a una estructura familiar específica. En la cual, se le enseñará la dicotomía masculino / femenino, haciéndosele participe del rol que jugará toda su vida a razón de su fisiología.  Sea cual fuere su género (otro constructo social), el cuerpo debe ser cuidado, adornado para salir al espacio público, cumplir y evitar una serie de movimientos supeditados al género asignado.  Y finalmente, debe ser moldeado a razón de una serie de ritos de paso individuales a los que será sometido durante toda su vida.  Lo anterior no es una causal para que el individuo deje de participar activamente en el incremento y la exhibición de los capitales o demás medallones de su grupo de origen, sin importar el género al que pertenezca.   

Actualmente, persisten vastas evidencias materiales (pictogramas, grabados, estatuas, escudos de arma, máscaras, emblemas de sociedades secretas, etcétera), rituales (danzas, celebraciones, rituales de paso, juegos de la masculinidad, etcétera), evidencias sonoras (canciones) y ceremoniales (peregrinaciones, el sacrificio de un doble humano, etcétera) que sugieren una relación directa entre los humanos con ciertos animales en específico, es decir: ¿de qué manera se establece la relación entre los agentes humanos y estos actores simbólicos (los animales)? Para desentrañar los enigmas de esta premisa, el ensayo se centrará en el análisis de los toros de lidia y de rancho, los gallos de pelea y caballos domésticos.  Cabe aclarar, que a razón de que estos animales serán considerados como signos que tienden a transformarse en símbolos, durante desarrollos rituales –como se explicó anteriormente-, será necesario referir sobre los juegos de la masculinidad vaquera de la faena taurina (toros de lidia), el rodeo americano o jaripeo, el palenque (aves de combate) y los concursos-deportes que requieran equinos (carreras de caballos, concurso de caballos bailadores, charreadas, escaramuzas charras, concursos de equitación, juego de polo, etcétera).  Como ya se infería y se explicará en el siguiente apartado, pero antes será necesario hablar sobre los orígenes del anfiteatro, como predecesor de los ruedos contemporáneos:

La idea de los anfiteatros se manifestó durante esplendor de la cultura griega (Siglo V a.C.), pero al ser incorporada al imperio romano en el año 146 a.C., el principio arquitectónico fue adoptado y modificado a los intereses de éste. Posteriormente con la expansión de esta supremacía, seguida de su propia decadencia desde el año 475 d.C. hasta el siglo XIII, la herencia material nuevamente fue acogida por algunas de las culturas que en su momento habían sido conquistadas, quienes las incorporaron a sus celebraciones anuales. Sin embargo, la primicia de estos últimos casos siempre fue la misma, es decir, graderías construidas con la finalidad de presentar combate cuerpo a cuerpo entre gladiadores o contra animales, representaciones históricas de batallas memorables, etcétera.

La trascendencia contemporánea de este proceso histórico en particular, está presente en el ritual de la tauromaquia española (la corrida de toros), que a su vez inspiró a la construcción arquitectónica de los palenques; es decir, espacio en donde se enfrentan dos aves de combate (gallos) provenientes del lejano oriente, en sustitución de los gladiadores. Tradición que llegó a América supeditada a la conquista militar y evangélica por parte del imperio español. Cabe mencionar, que la práctica taurina en México sufre de nueva cuenta un proceso de sincretismo justo después de la independencia nacional, al incorporar la imagen del charro jalisciense que le solita permiso para iniciar el ritual (la corrida de toros)  a un sacerdote o a un representante simbólico del que fue el virrey de la entonces Nueva España (ahora México). Otra de las adaptaciones culturales a la arquitectura de los anfiteatros, ha sido la charrería, el jaripeo y rodeo que se continúa realizando en diferentes partes del país, pero también en los estados de mayor influencia migratoria en los Estados Unidos.   

 

3.0 Simbolismo e interacción en los juegos de la masculinidad vaquera.

Para efectos de este apartado, serán mostradas algunas de las condiciones y demás requerimientos socialmente establecidos para el cabal desarrollo ritual de los juegos de la masculinidad vaquera.  De esta manera, se mostrará la forma en que algunos de los animales que son ocupados en estos juegos rituales (toros, gallos y caballos) se transforman en símbolos dominantes, y que a su vez, se vuelven vehículos portadores de determinadas cualidades específicas que asemejan o deben ser apropiadas por los seres humanos.  Para lograr lo anterior, serán presentadas tres secciones en las que se desarrollará este apartado. Cabe mencionar, que todo el ensayo omite la descripción de las arenas y el desenlace puntual de los rituales que se realizan en su interior, para referir directamente a su análisis y así establecer la comparación entre las cualidades metonímicas y metafóricas que se establecen entre los cuerpos humanos y el de los animales.[7]

Primero, es necesario reconocer que existen una serie de actividades de esparcimiento, deportes, trabajos y hasta lugares (espacios) que están asignados para cada uno de los géneros y ocasionalmente para ambos. La razón se debe al principio de la doble metamorfosis de Godelier, la cual dicta: “Los signos de superioridad masculina –signos que son buscados, inventados- siempre tienen un carácter arbitrario. Cuando parte de que la dominación masculina parece derrumbarse, se tiene que recurrir al reinvento de nuevas pruebas de dicha supuesta superioridad […] En ciertas sociedades, las mujeres tejen porque son inferiores. En otras sociedades, los hombres tejen porque son superiores. La materialidad del acto de tejer no dice nada, pero siempre está cargada de sentido, y se nota un desplazamiento constante” (Godelier, 1997: 26).

Todas las mujeres que no sean estériles, deberán estar excluidas del ámbito de la representación simbólica y, limitar su estancia y permanencia en el espacio público. Además, las mujeres no podrán participar activamente en las arenas de los juegos de la masculinidad, es decir, aquellos espacios en donde de forma física y / o simbólica será expuesto el honor de uno o más varones. No sobra indicar, que en algunos de estos espacios está socialmente autorizado el ejercicio de la violencia y el derramamiento de la sangre, ya sea propia o del contrincante.  Razón por la cual, se limita la participación femenina a mera espectadora, como una alternativa de evitar la pérdida innecesaria de la sangre femenina. Bourdieu comentaría al respecto: “…los juegos sociales (illusio), que hace el hombre que es hombre de verdad: sentido del honor, virilidad […] es el principio indiscutido de todos los deberes hacia uno mismo, el motor o el móvil de todo lo ordenado, es decir, que debe realizarse para estar en regla consigo mismo, para seguir siendo digno, ante los propios ojos, de una cierta idea del hombre” (Bourdieu, 2000: 66-67).


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Cabe mencionar, que también existen casos de señoritas casaderas que han participado activamente en algunos de los juegos de la masculinidad que no requieren de un derramamiento forzado de sangre, tal es el caso del rodeo-jaripeo y toda clase de deportes ecuestres.  Sin embargo, su participación se ha visto como casos excepcionales y, que a razón de su originalidad sirven como elementos para el incremento de otras modalidades de  capitales simbólicos. Éstos, de forma inevitable, terminarán siendo ostentados por la mayoría de los varones con los que se está relacionado parentalmente (por filiación, descendencia o matrimonio). 

 

3.1  Relación general de la interacción entre los toros y los seres humanos.

Apoyado del  principio simbólico de la metáfora y del contacto, Pitt-Rivers (1997) analizó el papel del toro de lidia y el torero en la afrenta de la corrida de toros. Con respecto al primero, Pitt-Rivers sugirió establecer una relación metafórica que asemeja a este actor con un agente femenino, principio que se sostiene sobre la base del color (rosa) y forma de la vestimenta (prendas entalladas), la fuerte carga de los movimientos corporales no masculinos que se realizan como parte del espectáculo, y que se acompañan de los piropos, silbidos, cortejos y demás comentarios que generalmente le hacen los varones que integran el público espectador.  En franca oposición, pero respetando el principio metafórico, se presenta la imagen del toro, al cual socialmente se le han asignado y adjudicado cualidades como: la bravura, virilidad y la violencia innata.

Durante el desarrollo de las llamadas (es decir, las cuatro etapas rituales que están señaladas por el sonido de una trompeta, y que van marcando el tiempo ceremonial hasta el sacrificio del toro), provocarán que el torero de forma paulatina vaya abandonando las cualidades femeninas que le caracterizaban al inicio del enfrentamiento, para realizar evidentes movimientos cada vez más masculinizados y apropiarse de las cualidades del animal sacrificado (la violencia innata, bravura y la capacidad de imponer su voluntad sobre otros agentes humanos y no humanos). En otras palabras, a medida que se acerca el encuentro con la muerte del toro (la etapa final del ritual), el animal le irá heredando sus cualidades y fortalezas a su verdugo sobre la base del principio metonímico que se le adjudica a la sangre que ha sido derramada. Y de esta manera, se cumplen los preceptos del dominio masculino sobre el ámbito natural y femenino, al prohibir el derrame de la sangre por parte de las mujeres.

De forma análoga, el jinete del jaripeo o rodeo americano al exponerse a montar un toro embravecido, busca explotar y amasar en una sola esencia tanto las más preciadas virtudes humanas como la bravura y fuerza del animal sobre la base del principio de la ley de contacto.  En ese sentido, el control que puede ejercer el hombre sobre la bestia servirá para incrementar los parámetros de virilidad del primero a pesar del poco tiempo que dure sobre el segundo.  Por ende, se puede establecer que la monta de toros es simbólicamente análoga al control del falo y a la fuerza sexual que caracteriza a cada uno de los jinetes.   Argumento que se puede sostener, en la medida que comienza a ser evidente una autoidentificación entre las particularidades del animal inscritas en el cuerpo del hombre.  Por ejemplo: “Yo soy ese toro grande que atrae todas las miradas.  No más al entrar al baile, deje un troconón parqueada. Sé que soy el mero padre y jefe de la manada” (Fragmento del narcocorrido: El toro grande  del grupo Exterminador).

 

3.2  Relación general de la interacción humana con los gallos de pelea.

Los orígenes de las peleas entre aves de combate, se encuentran principalmente en la cultura china y japonesa.  Este gusto y  tradición se hereda al continente europeo sobre la base de la serie de intercambios comerciales que se establecieron antes del año de 1492. Posteriormente, el gusto por la pelea de gallos se incorpora en diferentes partes del continente americano sobre la base de la conquista militar española, dejando la herencia de forma permanente hasta la actualidad.  Fenómeno que se puede corroborar, principalmente en los estados de la frontera norte y centro de México.

 

La preparación de las aves de combate.

Algunos criadores de gallos cambian la alimentación de sus animales desde el momento en que desean participar en alguna contienda, sobre todo sí saben que asistirá un rival que por alguna razón se desea enfrentar en esta arena.

El entrenamiento de las aves de combate (gallos), se realiza una semana antes de la fecha convenida. Para este efecto, los criadores contemporáneos cuentan con una serie de jaulas de diversos tamaños y alturas que obligan a los animales a ejercitar sus patas y sus alas, se les separa de todas las gallinas y desde un día antes de la contienda, los animales duermen en sus respectivas cajas de transporte y solamente salen para continuar ejercitándose. 

Durante la semana previa, el criador se asegura de contar con todas las herramientas que necesitará en cada uno de los enfrentamientos, cerciorarse de que sus navajas se encuentren afiladas y que cuenta con el apoyo de dos personas de confianza que fungirán como soltador y amarrador del gallo. Además de invitar a sus parientes consanguíneos, compadres (parentesco ritual) y amigos para que apoyen económicamente, y a su vez, ganen dinero en efectivo sí triunfa su ave de combate. Principios que se pueden corroborar en Rivera Pérez (2013).

 

a)      El día esperado para realizar el combate.

En el barrio de San Pablo Jolalpan que pertenece al municipio de Tepetlaoxtoc de Hidalgo en el Estado de México, existe un terreno de siembra que desde hace un poco más de cuatro años se utiliza en este día como palenque, sobre la base de los festejos de su santo patrón.  Para esa ocasión (en el año 2013), se colocaron una serie de pacas de zacate que formaron un rectángulo de aproximadamente 56 m² de superficie.  Alrededor de la arena fueron colocadas sillas de plástico, un par de gradas en las bases del rectángulo y los servicios temporales del puesto de tacos y una cantina a un costado de la arena.  Algunos de los contendientes que habían sido previamente invitados, a las once de la mañana comenzaron a recibir llamadas por teléfono que les indicaba que ya iba a iniciar el palenque.  Cuando en realidad se efectuó en el itinerario de costumbre; es decir, casi a las dos de la tarde. Horario en que ya había terminado la misa católica de eucaristía del día domingo.  

 

b)     Desarrollo del palenque en el centro de la República.

En el lapso de tiempo que va desde el mediodía hasta las dos de la tarde comenzaron a arribar curiosos, galleros y apostadores. Con la primera parada (enfrentamiento) se abrió oficialmente el palenque. Los rivales pesaron a sus respectivos animales, acordaron la cifra para ser apostada, el apuntador tomó nota de los nombres, preparó el reloj con los 15 minutos reglamentarios de cada pelea, mientras los galleros y sus asistentes (el amarrador y el soltador) realizaban su trabajo, los amigos y parientes del dueño juntaban el dinero de base para la afrenta. Cabe mencionar, que el dueño del gallo –en esta región del país- solamente recibirá y solicitará el apoyo económico de sus consanguíneos varones y compadres presentes para cubrir la apuesta base; muy difícilmente se aceptará el efectivo de los amigos o de los invitados tanto de los compadres como de sus hijos. Una vez que estaban preparados los animales, a cada uno de éstos se le presentó la mona (un gallo más joven y de menor peso que agrede y les otorga valor a los contendientes). Durante este tiempo algunos de los asistentes masculinos (la mayoría eran varones, había niños y algunas mujeres), gritaban de todos lados la cantidad de dinero que deseaban apostar y el color del lado que representaría al gallo, por ejemplo: ¡Voy 100 al rojo!,  ¡Van 50 al verde!  O simplemente ¡100 ó 50 al rojo! y la respuesta que se esperaba era la siguiente: ¡Voy con verde! O ¡Juega! Señalando y mirando directamente a la persona que ofreció la apuesta.  Porque cito de Bourdieu: “…la división del trabajo del mantenimiento del capital social y del capital simbólico que atribuyen a los hombres el monopolio de todas las actividades oficiales, públicas, de representación, y en especial de todos los intercambios de honor, intercambios de palabras […] intercambio de regalos, intercambio de mujeres, intercambio de desafíos y de muertes” (Bourdieu, 2000: 64).

Entre las cosas chuscas que pude corroborar gracias a la herramienta metodológica de la observación participante, fue el caso de un par de hombres ebrios que apostaban una determinada cantidad a un gallo y la misma cantidad al contrario; de manera que aunque perdieran, su dinero se conservaba intacto.  Lo trascendente es que festejaban sus victorias en los gallos, sin perder ni ganar ni un solo peso. Pero también, escuche comentarios como: ¡Quien apuesta por necesidad, pierde por obligación! Y Para apostar en los gallos, hay que tener ¡huevos (Testículos)!

Durante este día presencié hasta treinta peleas, en cada una de ellas el reloj comenzó a correr hasta que se cumpliera el tiempo reglamentario y se designe tablas (empate) o un adversario haya sido determinado como ganador. Cabe mencionar, que no hubo ningún empate en todo el día, pero sí más de 30 animales muertos que se arrojaban a las orillas del terreno. Y para garantizar que no hubiera trampas y que se cumpliera con el pago de la apuesta, el árbitro tiene la obligación de insertar por pocos segundos un limón en cada una de las navajas contendientes, dictaminar quién fue el vencedor, resguardar y entregar la apuesta base al ganador. A cambio de sus servicios, el ganador le podrá dar una propina económica. 

Las contiendas duran muy poco tiempo, pues literalmente los animales se despedazan entre sí.  En esta circunstancia lo que importa solamente es la suerte que designará a un ganador y un perdedor. Debido a las heridas tan profundas que sufren los animales, puede llegar el caso en que ambos gallos se encuentren tirados en el suelo. En ese momento el árbitro se dirige a los soltadores diciéndoles: ¡Tomen a sus gallos! En pocos segundos los primeros revisan la gravedad de las heridas de su animal, si observan que está agonizando se le abre el pico y se le da respiración de boca a pico.  Y por todos los medios posibles, tratan de que el animal se mantenga de pie o por lo menos la cabeza erguida. La labor del soltador finaliza en el momento en que el árbitro grita: ¡Tiempo! Y se vuelven a soltar a los gallos. Algunos de éstos recobraron su fuerza y terminan por cortarle la garganta al oponente y picotear a un cadáver, pero en la mayoría de los casos solamente se espera ver qué animal muere más rápido, al respecto: “…pues si un gallo puede andar, también puede luchar y si puede luchar, puede matar, y aquí lo que cuenta es cuál de los dos gallos muere primero” (Geertz, 2006: 347).      

Existieron varios casos en que algún gallo solamente había sufrido heridas superficiales, en estos casos sus dueños los dejaban descansar dos o tres combates seguidos para después enfrentarlos de nueva cuenta y se repetía la operación hasta que ese gallo muriera o su criador decidiera retirarse del juego. Debo comentar, que todos los gallos que se enfrentaron por segunda o tercera ocasión, por lo regular, terminaban muriendo en la arena o fuera de ella, ya sea venciendo a su contrincante o perdiendo frente a él.     

Una vez que el árbitro designó al ganador, fueron pagadas todas las apuestas periféricas y se le entregó la apuesta base al vencedor. Se prepara el reloj con sus quince minutos reglamentarios y se da paso a la siguiente contienda.  

Una de las diferencias entre los palenques de Tepetlaoxtoc en comparación con la pelea de gallos de Bali –que es descrita por Geertz-, es: “…En los juegos profundos, en los que se apuestan grandes cantidades de dinero, lo que está en juego es algo más que las ganancias naturales: la consideración pública, el honor, la dignidad, el respeto, en una palabra […] el status. Pero el status está en juego simbólicamente, pues (salvo en algunos casos de jugadores viciosos arruinados) el status no se altera por la obra del resultado de una riña de gallos; es sólo, y eso momentáneamente” (Geertz, 2006: 356).

Afirmación de la cual difiero de sobremanera, porque sí es verdad que no se crítica a un hombre que perdió una pelea de gallos y mucho menos si cumple con el pago acordado, también es verdad que su prestigio como criador de gallos (su status social), decrecerá en la medida que pierda una pelea, luego otra y otra, en fin, el hecho de sus constantes derrotas lo marcarán metonímicamente como a una persona a la cual no se le debe comprar gallos de pelea, pues no sirven para el combate. Argumento que se generaliza en una red social tan cerrada y pequeña como es el caso de los criadores de aves de combate de los municipios vecinos de Tepetlaoxtoc de Hidalgo.

Lo que es cierto, es que el prestigio social del gallero vencido consecutivamente no decrecerá fuera de la red de galleros a la que pertenezca.


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Si se prestase un poco de más atención a la frase: “…los gallos son considerados como penes separables, que obran por su cuenta, órganos sexuales ambulantes con una vida propia” (Geertz, 2006: 358).  Se podrá apreciar que Geertz logró demostrar la relación simbólica y por simpatía que asocia a los hombres con sus gallos de pelea, pues: “La carnicería del reñider  o no es una pintura literal de la manera en que se tratan los             hombres, sino que es (lo cual casi resulta peor) una pintura de la manera en que, vistos desde un determinado ángulo, los hombres son imaginativamente” (Geertz, 2006: 367). En ese sentido, “…la riña de gallos reúne temas –salvajismo animal, narcisimo masculino, juego por dinero, rivalidad de status, excitación de masas, sacrificio cruento-, cuya principal conexión es su relación con el furor y con el temor al furor, al sujetar estas cosas a una serie de reglas que, por un lado las contiene y que, por otro, les permite desplegarse” (Geertz, 2006: 369).

El hecho de que los hombres sean los únicos que culturalmente tienen permitido realizar representaciones simbólicas, derramar voluntariamente su sangre y encargarse de todos los ámbitos de la reciprocidad e intercambio, provoca que las cualidades que simbólicamente se les han atribuido a los gallos de pelea (al igual que los toros de lidia y / o de monta), terminen por ser apropiados y explotados por los varones que están en contacto con ellos. Por tanto, y debido a  la relación simpatética que existe entre el hombre con el animal, y viceversa, no resulta difícil entender: el por qué a las personas osadas, arriesgadas y valientes se les compara o se les identifica con estos u otros animales.

Según lo expuesto anteriormente, formulo la siguiente pregunta: ¿los palenques pueden ser considerados como arenas políticas y simbólicas? Una aproximación a la respuesta sería que la pelea de gallos es un enfrentamiento simbólico entre dos hombres, o mejor dicho entre la virilidad (penes) de dos varones, donde uno de ellos termina por asesinar simbólicamente a su oponente. En otras palabras: el vencedor demuestra su supremacía viril sobre su contrincante; y además, si se considera que el número de miembros que integran las redes galleras del Oriente del Estado de México es reducida, y que se conocen entre todos ellos, se podrá entender que existe una rivalidad frecuente entre sus participantes (los criadores).  Esta rivalidad, al no poder ser solventada con la violencia física, recurre a la violencia simbólica; es decir, la pelea de gallos. Es por eso, que cuando un criador desea solventar esa rivalidad que puede surgir por cualquier pretexto relacionado o no con el palenque, preparará a un gallo en particular, lo cuidará y alimentará de manera especial hasta que llegue la oportunidad de enfrentarlo tal como lo pude comprobar en el territorio del municipio de Tepetlaoxtoc de Hidalgo, refiero:

Me encontraba en la casa de un criador local, quien  me explicaba sobre la forma en que se deben tomar a los gallos, las medidas y tipos de  navajas, así como la manera adecuada de alimentarlos y la cantidad de dinero que se tiene que invertir en la manutención de cada animal. La plática y la confianza, provocó que visitáramos la gallera para sus animales que se dedican exclusivamente a ser pisadores (sementales).  Estando ahí, sacó a un gallo de aproximadamente dos kilos y medio, y me dijo: ¡Éste ya tiene dedicatoria! Es para un güey de Chiconcuac (dándole un beso al ave).

E inmediatamente me explicó (sin dejar de cargar a su gallo), que existe un gallero del municipio de Chiconcuac al quien nadie había podido vencer, y por lo mismo, hacía alarde de sus animales y exaltaba su prestigio en los palenques. Entonces, el gallo que estaba en manos del criador de Jolalpan será el que remediaría la situación. Es decir, quitarle la corona del palenque a uno para colocársela a otro, circunstancia que a su vez crearía nuevos rivales en esta arena simbólica y política, pero eso sería solamente después de que la victoria fuera asegurada.  

 Por último ¿qué imagen proyectaría alguna mujer que participe activamente en un palenque? En todo el municipio de Tepetlaoxtoc, no existe registro sobre alguna dama que haya colaborado directamente en los palenques, pero la investigación logró conocer que en el municipio de  Zumpango en el Estado de México, según comentarios, existen un par de mujeres (posiblemente señoritas), que apuestan en los palenques y fungen como la amarradora y soltadora de sus propios gallos.  Las advertencias y gritos que se escuchan desde el público cuando van a participar estas mujeres, son de burlas, chiflidos y surgen comentarios como: ¡A ver si no te corre! O ¡No te vayas a cortar!, pues, es bien conocido en el mundo de los palenques, que un gallo literalmente corre buscando una salida de la arena en el momento que el pánico se ha apoderado de él y en el segundo caso, se refieren a las navajas. Los comentarios realizados respecto de este fenómeno, fueron que este par de mujeres nunca han ganado una sola pelea, a pesar de presentar animales muy caros y finos.  Donde la forma en que amarran las navajas, es la única razón creíble y posible que argumentaron los dos galleros con quienes platiqué, para justificar las constantes derrotas de sus oponentes femeninos.

 A pesar de que en esta investigación no pude observar directamente este fenómeno difícilmente puede ser cuestionada su veracidad, según las propuestas de Héritier, pues cito: “…los diferentes valores atribuidos a uno y otro sexo se convierten en escalas de valores igualmente diferentes y totalmente discriminatorias atribuidas a las tareas a las que afectan, y no a la inversa. No es porque la caza sea “noble” que los hombres cazan, sino porque los hombres son “nobles” y, por lo tanto, la caza también lo es. Éste es un fenómeno que continua observándose hasta nuestros días: una actividad masculina valorizada se desprecia cuando las mujeres acceden masivamente a ella […] Si las mujeres no pueden hacer correr sangre, tanto de los hombres como de los animales, la prohibición varía en intensidad según los grupos humanos.” (Héritier, 2007: 323).

Por ende, se entiende la serie de burlas que se les efectúa a este par de mujeres, como una manera de “devolverlas” al campo de la reproducción, el matrimonio y limitándolas como meras espectadoras en los palenques mexicanos, porque independientemente de su preferencia sexual, sí es que la hubiera, socialmente están consideradas como mujeres. Quienes enfrentarán a su gallo contra  el gallo de un hombre; es decir, el pene simbólico  de un hombre contra un gallo que no tiene la capacidad de adquirir una clasificación simbólica al pertenecer a una mujer, o mejor dicho: un limen dentro del contexto ritual, donde el resultado final será un derramamiento innecesario de la sangre simbólica de ambas mujeres, porque: “…asignan a las mujeres a lo privado, a lo interior, a lo doméstico, y a las tareas de mantenimiento concebidas como derivadas directamente de la asimetría funcional que hace que su cuerpo sea procreador y nutricio.  Una constante como la prohibición relativamente general de hacer correr sangre pues ellas mismas pierden la suya.” (Héritier, 2007: 323).

 

3.3 Relación general de la interacción humana con los equinos.

Hasta este momento, solamente falta por referir sobre las impresiones simbólicas que remite a la relación entre los cuerpos humanos y las demostraciones ecuestres. Sin embargo, toda interacción humana con los equinos, requiere de una relación estructural manifestada en la obediencia del caballo supeditada a la autoridad humana (domador, entrenador y / o jinete).  Donde el animal, y como resultado de su entrenamiento, tendrá la obligación de responder oportunamente frente a las indicaciones y las mínimas señales que se le realicen sobre la base del movimiento de la rienda, la cuarta o mediante un ligero piquete con una o ambas espuelas de su jinete. 

Sí es que se puede referir que existe una suerte de relación estructural entre ambos actores (caballo y domador-jinete), ésta se moverá entre el rango de lo permisivo y premiador hasta el dominio-castigo, que se enfatizará en el control físico que ejerce el jinete sobre su caballo.  Por ende, toda acción es válida con tal de mostrarle al animal: “…¿Quién es el que manda?” (Rivera Pérez, 2013: 282). Por el término de control, se entiende: “Cuando hablamos del control del hombre, nos referimos específicamente a su capacidad física y energética para reordenar los elementos de su medio ambiente, tanto en términos de sus posiciones físicas como de las conversiones y transformaciones energéticas a otras formas espacio-temporales. El hombre se adapta por medio del control.  El desarrollo de tecnología superior puede incrementar la efectividad del control y aumentar la capacidad del hombre para usar los elementos del medio ambiente de manera adecuada” (Adams, 2007: 57).  Y posteriormente, comenta en relación al poder: “No sólo todos los miembros de una relación social poseen algún poder, sino que no existe ninguna relación social sin la presencia del poder” (Adams, 2007: 60).

Por ende, desde que un individuo decide adquirir un caballo, tendrá que considerar el precio del animal, el espacio privado en donde será alojado (o el costo diario por concepto de la renta al interior de algún albergue), las instalaciones que se le destinarán para su uso exclusivo. También se debe tomar en cuenta, la cantidad de capital económico que será destinado diaria, semanal, quincenal o mensualmente para la manutención del equino.  Sin mencionar, todos los implementos necesarios para la monta del animal (la montura, las riendas, el bridón y pretal) y los implementos propios del jinete (espuelas y / o cuarta –no sobra incluir las prendas sugeridas-).

Por último, y como parte fundamental –de lo que posteriormente se convertirá en una rutina-, se tiene que limpiar diariamente las instalaciones del caballo. O en su defecto, cinco días a la semana –como una alternativa de prevención de enfermedades generadas por el descuido-.  Después de la limpieza del corral, el animal debe ser bañado, cepillado –de la cola a la cabeza-, acariciado y alimentado.  Además debe considerarse el tiempo efectivo que se le tendrá que dar cuerda o prepararlo para montarlo, y posteriormente llevarlo a caminar y / o ejercitar.

Los tiempos requeridos para la manutención y el trato de estos agentes no humanos, generalmente obligan a la contratación de los servicios de personal especializado, o que entre sus funciones se encuentren el atender oportunamente a los caballos.

La interacción entre el dueño y su caballo, comienza desde la elección del animal, seguido del arribo a su nuevo hogar. A partir de este momento y durante los días venideros, el caballo tenderá a evaluar e identificar a la persona que lo procura (alimenta), le limpia su corral y oportunamente lo cepilla, arregla y le da cuerda (lo monta). Según me lo han referido algunos criadores, dura varios días el tránsito de la familiarización entre el caballo y su cuidador. 

En ese lapso de tiempo, ambos agentes se evalúan mutuamente sobre la base de las primeras impresiones. Un par de comentarios que se me realizaron, fueron los siguientes: “…hay caballos que nada más de verlos, sabes que son unos mañosos. Esos que miran cuando te acercas de reojo ¡Esos son los de cuidado!” O “…los que estoy domando ahorita… ¡Son unos demonios! …con toda la extensión de la palabra” Entrevista con Don Jaime González Castillo, vecino del municipio de Tepetlaoxtoc. Inscrita en (Rivera Pérez, 2013: 283).


Imagen 5. www.vivetepetlaoxtoc-mex.blogspot.com

Al principio,  el caballo pondrá a prueba su posición estructural en relación al individuo que trata de controlarlo.  Muy probablemente lo amenazará (levantando ligeramente una mano trasera, realizando movimientos bruscos del cuello), agredirá (empujones) y en diversas ocasiones intentará patearlo o matar al i ntruso. Es precisamente en estas circunstancias, que la voz de mando masculina, debe ser pronunciada, escuchada y atendida. Para lograr lo anterior, la voz masculina será secundada por el uso de la fuerza y violencia física en contra del animal, ante la menor intención o provocación. Ya que de lo contrario, la relación estructural podría quedar fluctuante, y el equino podría tornarse mañoso, brioso y sin ningún límite de autoridad. 

Cabe aclarar, que el uso de la fuerza física y la administración de los castigos a los que será susceptible el animal, estará mediado por la experiencia del domador. Ya que al no administrar correctamente la violencia física y simbólica, lo único que provocará será la resistencia total del animal,  y la búsqueda de una sola oportunidad para atentar en contra de la vida de su domador y de todo agente humano que se le acerque.  El siguiente comentario podrá ilustrar lo anterior: “…¡ A mí no me levantas la pata! …¡No estás con mí papá!  …Debes entender que a esta edad, es como un chiquillo malcriado o un joven rebelde (seguido de un latigazo a las manos traseras de un caballo azteca). Y hay que dosificarle el uso del látigo.  Porque puede llegar el caso de que se curten por los golpes, y ahora sí. ¡A ver pégame! …después de curtidos ya casi nadie los doma y monta”  Comentario de José Manuel Delgadillo, vecino del municipio de Tepetlaoxtoc. Expresado en (Rivera Pérez, 2013: 284).

Una vez que el animal ha sido debidamente domado y que identifica plenamente a su dueño, está listo para ser entrenado en las artes ecuestres, como: pararse en dos patas por un tiempo determinado, bailar, caminar de espaldas, caracolear, trotar, correr a máxima velocidad, detenerse o cambiar de dirección a voluntad del jinete, recostarse por completo en el suelo, e incluso, responder al llamado de un silbido. Todas estas demostraciones artísticas, demuestran una eficiente comunicación y administración de una suerte de poder social y control  que ejerce el jinete sobre su animal.

Por el término de poder social, se puede entender como una “…parte de los procesos que articulan al hombre con su medio ambiente y le permiten enfrentársele con éxito.  Cualesquiera que sean las ideas y valores del hombre acerca de lo que sucede a su alrededor, siempre debe tratar con las formas físicas y energéticas por medio de las cuales se le presentan los fenómenos” (Adams, 2007: 56). Ya que el caballo, debe ser observado y entendido como un representante del medio ambiente que contiene en sí mismo, una fuerte carga simbólica y capital social.

Y a pesar de lo anterior, reiteradamente se me comentaba que una eficiente demostración ecuestre, dependerá del grado de confianza e intimidad que se logre establecer entre ambos actores, por encima de las demostraciones de fuerza a las que se tuvo que someter el caballo.

En ese sentido, ¿sería pertinente rescatar el principio que asocia la virilidad combativa adquirida por el torero durante las faenas taurinas -como lo sugiere Pitt Rivers (1997)-, o el principio de virilidad transmitido por contacto entre los jinetes y toros de monta en los rodeos y jaripeos, pero ahora analizado en las arenas de la demostración ecuestre? Por principios de cuentas, este ensayo reconoce que es una analogía metafórica muy forzada, y por ende, muy poco pertinente para la comparación en los mismos términos. Ya que se debe recordar que tanto los toros de lidia y de monta, como los gallos de pelea, socialmente están asociados o catalogados como animales violentos –agresivos por naturaleza-.  Los cuales, inevitablemente están destinados a derramar su sangre y a morir de forma física o simbólica, para transmitir o heredar sus cualidades viriles a todo varón con el que estén directamente asociados o relacionados en esos momentos.

Lo trascendental del principio anteriormente enunciado (la transmisión por contacto de las cualidades que caracterizan a uno o  ambos agentes –toros de lidia, toros de monta y gallos de pelea-), se puede hacer evidente en la relación jinete-caballo de la siguiente forma: primero habría que retomar el principio geertziano, que establece que: <<Los animales son extensiones simbólicas de los cuerpos humanos>> (Geertz, 2006).   En ese sentido y sin importar el género del caballo, todas sus acciones y movimientos corporales que realice durante su participación en las escaramuzas charras, demostraciones amateur y profesionales de baile, el carrusel charro, concurso nacional de caballos bailadores, carrera de caballos o alguna otra demostración o concurso ecuestre, más que ser expresiones propias de la virilidad y / o fortaleza física y sexual, deben ser explicadas como manifestaciones de la estética, belleza natural y simbólica que caracteriza a este animal. Y por lo tanto, los resultados de las presentaciones ecuestres en estas arenas artísticas, propias de la belleza y de la ostentación de los capitales simbólicos, serán más propias del ámbito femenino que del masculino. En otras palabras, a diferencia de los juegos de la masculinidad que necesitan del derramamiento forzoso de la sangre o demostraciones de virilidad masculina. Los estéticos movimientos que realizan los caballos podrán ser asociados metonímicamente a la belleza natural, estética y la virtud (virginidad) que podría caracterizar a cada una de las señoritas casaderas que forman parte del grupo familiar (nuclear y extenso) del dueño del caballo. Montesinos-Martínez podrían aportar algún detalle al respecto: “…la belleza femenina, sin importar la cultura a la que se haga referencia, representa un bien escaso […] las mujeres bellas son el mejor objeto de los botines de guerra, lo que refleja la objetivación de la mujer” (Montesinos-Martínez, 1999: 260).

Por ende, la inversión económica que deroga cada uno de estos agentes no humanos (lo que incluye su mantenimiento, entrenamiento y el costo de su presentación pública), pueden también ser asociados metafóricamente a la objetivización que sufre el cuerpo de las mujeres y a todos los embates que están sujetas antes de ser dominadas en el ámbito social (público), sexual (privado) y ser presentadas como parte de los capitales simbólicos en las reuniones familiares, de amigos y en los certámenes de belleza.  Para cerrar el ciclo que abrió esta interpretación, presento el siguiente testimonio: “En muchas ocasiones le he tenido que pegar con la cuarta en la cara, a muchos (hombres) que se acercan y le quieren ver los dientes a mi caballo. Pues, ¿quién les dio permiso? O ¿qué, acaso lo estoy vendiendo para que lo revisen? O acaso usted permitiría que un pendejo le tocaran las nalgas o manoseara a su esposa, nada más porque ¡Quiere verla cómo es!,  ¡Pues no, verdad! …¡Pues porqué tocan mi caballo!  …Siempre recuerde: ¡El sombrero, la pistola, la mujer y el caballo!, ¡nunca se prestan!” Entrevista con don Jaime González Castillo, vecino del municipio de Tepetlaoxtoc. Explicita en (Rivera Pérez, 2013: 287).    

Siguiendo el principio de ser extensiones corpóreas, los caballos también pueden ser vehículos portadores de arrojo, valentía y gallardía –propios de los varones que los cuidan, mantienen y son sus amos-. Cualidades que son necesarias durante la tauromaquia o al interior de los jaripeos y rodeos.

 

Conclusión.

Considerando que han sido los varones a quienes les ha correspondido la administración del poder, la fuerza, la elaboración de los constructos sociales (nociones de género, del espacio público / privado, las arenas, el territorio, etcétera) y la práctica de las representaciones simbólicas, no es una casualidad o una cuestión natural, el que las mujeres hayan quedado marginadas de los espacios para la representación pública, el uso de arenas en donde se debate y acrecienta el prestigio público-social, los principios del honor y la autoridad de hacer representaciones simbólicas. Ya que en la historia de la humanidad, se han elegido ciertos animales salvajes y domésticos que por sus características físicas, cualidades innatas y la forma en que ejercen la violencia (sobre todo animales depredadores), han sido comparados y asociados a las cualidades y demás valores sociales que los hombres deben adquirir, poseer, administrar y acrecentar, frente a otros varones, pero, sobre todo, delante de todas las mujeres prescritas para el acto sexual y la reproducción social.

En lo que se refiere a los animales domésticos, específicamente los toros, gallos de pelea  y los caballos, éstos se transforman en agentes portadores de capital simbólico, los cuales en ciertas circunstancias rituales y comerciales pueden representar una parte del cuerpo de sus amos (como es el caso de las aves de combate y los toros), también se transforman en portadores de virilidad que debe ser apropiada por un hombre y que se hace extensiva a la mayoría de los varones de su familia de origen y extensa (como corresponde en la relación toros de monta).  Además, el proceso de domesticación y dominio masculino que se ejercerá sobre el caballo, provocará que la briosidad del primero sea heredada a su domador hasta el grado de lograr la feminización simbólica del animal, la cual se manifestará en el galanteo, la estética y elegancia que le caracteriza a estos animales, una vez que ya han sido domados y entrenados en las artes y prácticas ecuestres.

Al hablar del palenque y la faena taurina, las condiciones sociales en que se desarrollan estos rituales, exigen la exaltación de los hombres y la prohibición de la participación de las mujeres, sobre la base del principio metonímico que adquiere la sangre femenina (menstrual) con la sangre derramada del animal, es decir, provocar un derramamiento de sangre simbólica innecesario para la mujer, y que éste sí podría causarle la muerte física por el principio de semejanza.  En ese sentido y de manera hipotética, se transformaría en un deshonor o un decremento del capital simbólico al hecho de que un hombre pierda frente a una mujer en alguna de estas arenas (sobre todo en el juego de gallos).  También sería considerado como una suerte de abuso,  aquel varón que decida probar sus gallos con los de una mujer, ya que pondría a competir su pene simbólico frente a un ente liminal y socialmente incompleto. Probablemente, no ocurriría lo mismo con los infantes masculinos, a los que se les alienta y apoya para que logren sus primeras victorias sin importar el rival (hombre o mujer). Por lo tanto, las mujeres pueden asistir y participar como espectadoras, admiradoras y potenciales agentes para una relación sexual ocasional a razón de la destreza y habilidad masculina demostrada.

Caso semejante, ocurre en la monta de toros y en las actividades ecuestres, con la diferencia de que al interior de estas arenas no es necesario el derramamiento de sangre, aunque eso no lo exime que pudiera ocurrir.  Y al no considerársele como un peligro simbólico, se puede permitir la participación femenina y de infantes de ambos géneros, más allá de simples espectadores. Por ende, la mujer al convertirse temporalmente en una jinete, se podrá volver un capital simbólico que tienda a incrementar la serie de capitales ya acumulados, exhibidos y resguardados por todos los varones con los que está emparentada por filiación, descendencia o alianza matrimonial. Cabe mencionar que a los anteriores capitales citados también se le suman los simbólicos, de la belleza, la virtud y demás cualidades femeninas de ella y todas sus semejantes con las que está emparentada (ya sea por filiación, alianza matrimonial o descendencia).

Sería interesante y propio de un análisis social contemporáneo, el conocer la carga simbólica que adquieren otros de los animales domésticos que no fueron incluidos en este documento.  Siempre y cuando se puedan ver y conocer sus atributos en una práctica ritual de alguno de los géneros.



Notas:

[1] Roberto Rivera Pérez. Es doctor en Ciencias Antropológicas con especialidad en Antropología Política. Adscrito como Docente - Investigador de Multiversidad Mundo Real Edgar Morin, México. Siendo responsable de los Nodos Transdisciplinarios de  Complejidad, Cosmovisión y Método, y Debates sobre Pensamiento Complejo y Transdisciplina. Siendo sus temáticas de investigación: La construcción simbólica de las identidades masculinas contemporáneas, sistemas y relaciones de parentesco, relaciones del poder, festividades, identidad y vida ritual. Actualmente, está innovando en los estudios sobre la complejidad.

[2] Carrasco Gutiérrez interpreta de Bourdieu lo siguiente: “…bajo la forma de diferentes factores de producción (tierras, fabrica, trabajo) y del conjunto de bienes económicos (dinero, patrimonio, bienes materiales) es acumulado, reproducido y ampliado por medio de estrategias específicas de inversión económica y otra relacionada a inversiones culturales y a la obtención o manutención de relaciones sociales que pueden posibilitar el establecimiento de vínculos económicamente útiles, a corto y largo plazo” (Carrasco Gutiérrez, 2008: 18).

[3] Se puede interpretar de Bourdieu (1991), lo siguiente: “…no existe herencia material que no sea a la vez una herencia cultural, los bienes familiares tienen como función no sólo dar testimonio físico de la antigüedad y continuidad de la familia y, por ello, la de consagrar su identidad social, no disociable de la pertinencia del tiempo, sino también la de contribuir prácticamente a su preproducción moral, es decir, a la transmisión de los valores, virtudes y competencias que constituyen el fundamento de la legítima pertinencia a las dinastías burguesas” (Bourdieu; 1991: 75) Y más adelante afirma, cito: “…el modo de adquisición de los muebles (gran almacén, anticuario, boutique, rastro) depende tanto por lo menos del origen social como del nivel de instrucción: con un nivel escolar equivalente, los miembros de la clase dominante originarios de la burguesía, de los que se sabe que han heredado con mayor frecuencia que los demás una parte de su mobiliario, han comprado sus muebles más a menudo […] en un anticuario que los que son originarios de las clases populares o medias” (Bourdieu; 1991: 76). 

[4] Bourdieu (1991), lo define de la siguiente manera: “…el efecto que produce la imposición de titulaciones, caso particular del efecto de asignación de estatus, positivo (ennoblecimiento) o negativo (estigmatización), que todo grupo produce al asignar a los individuos a unas clases jerarquizadas” (Bourdieu; 1991: 20).

[5] Bourdieu (1991), lo explica como: “…la adquisición de una reputación de competencia y de una imagen de respetabilidad y de honorabilidad cómodamente convertibles en posiciones políticas de notable local o nacional: se comprende por ello que sean y se sientan solidarios con el orden (moral) establecido, al cual, por otra parte, contribuyen enormemente con sus intervenciones cotidianas, de las que las declaraciones […] las posturas y las acciones políticas no son más que la forma más visible” (Bourdieu; 1991: 291).

[6] Cursivas del original.

[7] A todo interesado sobre la descripción y desenlace de los rituales propios de los juegos de la masculinidad vaquera, se le invita a revisar el capítulo III de Rivera Pérez (2013).

 

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Cómo citar este artículo:

RIVERA PÉREZ, Roberto, (2014) “Simbolismo animal y representación del cuerpo humano”, Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 21, octubre-diciembre, 2014. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1041&catid=13