Nación, nacionalismo y fronteras: Los dilemas y paradojas de la migración

El desplazamiento de las poblaciones de sus espacios originarios, es un atributo inherente de todo ser humano y ha sido realizado en todos los tiempos. No existe país en el mundo que no tenga migrantes, ni espacio receptor de población que no sea también emisor. La libertad de desplazamiento es un derecho humano, no ha requerido su formalización, por ello segregar a migrantes es una violación a los derechos de todas las personas. Todos somos migrantes, el espacio planetario es de la humanidad. La pretensión de limitar o impedir migrantes-trabajadores y promover la de ricos y empresarios, revela exclusión, desigualdad y constituye una contradicción para un sistema que requiere de la libertad de desplazamiento de las poblaciones productoras y consumidoras del mundo. Discriminar por ser nacional o extranjero, es tan absurdo como la expulsión, represión o asesinato de judíos, comunistas, gitanos o trabajadores. Las fronteras, esas líneas reescritas muchas veces o las delimitaciones territoriales del poder, que convirtieron al nacional en extranjero, son efímeras, sin capacidad de crear naciones, por el contrario, las identidades sociales, culturales e históricas crean naciones y Estados. Los procesos que mundializaron negocios, comercio o trabajo, han colonizado también el imaginario colectivo, capturando las necesidades e ilusiones de las poblaciones, por ello no se migra a cualquier espacio social. Los países ricos, los que hoy reprimen, promovieron y realizaron ocupaciones y colonizaciones que empobrecieron los países. La migración de los pobres es una consecuencia del pasado y del presente que compromete a los países receptores de migrantes-trabajadores. Más de la mitad de la población mundial viven en las ciudades, ellas son Estados, fábricas, mercados y hoy en día pretenden convertirlas en cárceles para los trabajadores y migrantes, lo cual es contradicción y un atentado contra la humanidad.

Palabras clave: migración, fronteras, nación, nacionalismo, derechos humanos

¿Puedo hablar a nombre de todo este trasiego sin fin
de una humanidad errada y errante, fugitiva y fugaz,
incapaz de quedarse quieta porque cree
que la inmovilidad es lo contrario a la libertad? [1]

Introducción

La calificación de inmigrante lleva la impronta de ser considerado como un extranjero o extraño a una comunidad o sociedad donde radican nacionales. La sola denominación es una separación, en apariencia formal, sin embargo, es la fuente para ser valorados como los desiguales frente a los iguales nacionales, lo cual es la base para ser identificados como ilegales e incluso como potenciales delincuentes o terroristas. La polaridad nacional-extranjero, está presente en el tratamiento jurídico, político y social sobre los migrantes y la migración, lo que ha derivado en exclusiones y represión a los migrantes trabajadores a los que consideran usurpadores de la vida en un espacio que pretendidamente no les pertenece.

Las extensas y complejas discusiones y estudios sobre lo nacional y el nacionalismo, no han contemplado el fenómeno migratorio, como su consecuencia de la forma como se aborda y es tratado el fenómeno migratorio, presente en todas las sociedades del mundo. Estas dimensiones merecerán en el presente ensayo, algunas reflexiones necesarias en las circunstancias críticas del presente.

La migración es un fenómeno que ha tomado importancia contemporánea para los Estados, ante su masificación y la imposibilidad de controlarla, regularla o impedirla, por parte de los países ricos y una fuente importante de divisas para los países pobres. Además, pone en evidencia la vulnerabilidad social, económica y política de los migrantes, ante las inconsistencias en la normatividad, nacional e internacional, que atentan contra los derechos ciudadanos y hace transparente las contradicciones en las sociedades civiles, así como, en la desigual representación de la heterogeneidad social por parte de los Estados.

La migración es un fenómeno complejo, su naturaleza social no permite validar alguna explicación de modo rígido ni pretender comprenderlo a partir de los comportamientos individuales y aislados, como tampoco se explica con descripciones cuantitativas. Las migraciones de las poblaciones no son procesos desarticulados de los contextos sociales de donde la población emigra y llegan los inmigrantes, por ello, la crisis mundial del presente, ha agudizado los procesos migratorios, pero también revela la crisis interpretativa sobre el fenómeno migratorio.

El imponer leyes, limitaciones o condiciones a los procesos migratorios y particularmente a los trabajadores, han demostrado su ineficacia, no por las extremas o débiles medidas represivas adoptadas, sino porque desconocen las determinaciones complejas del fenómeno y porque no contemplan acciones sobre los procesos que inciden en la migración.

En la actualidad, no es posible aducir ignorancia de las relaciones sociales asociadas con la expulsión de las poblaciones de sus espacios de vida y menos aún, justificar la exclusión, vejación y muerte a los migrantes. La violación de todo derecho ciudadano al inmigrante en el espacio internacional, es la consecuencia de procesos de iniquidad y exclusión de los trabajadores y pobres. La migración es un efecto sistémico de la desigualdad, polaridad y la dominación social en los países, tanto expulsores como receptores de poblaciones. Los migrantes no son expresiones colaterales del crecimiento, ni están al margen de los procesos de reproducción económica y política contemporánea, están integrados subalternamente a una economía global, donde son útiles y necesarios de una economía que se apropia del bienestar y libertad de las poblaciones.

El ensayo intenta brindar una aproximación interpretativa desde distintas perspectivas analíticas, para mostrar las paradojas sobre la problemática migratoria y su dimensión política y económica global, que afectan a las poblaciones y sociedades.

 

La migración como expresión de la socialidad humana

Las poblaciones a través de todos los tiempos han viajado por el espacio planetario, cada vez se encuentran nuevos vestigios de vida y culturas distintos de sus espacios originarios. En tumbas egipcias han encontrado restos de tabaco y coca, cuando son originarios de América, asimismo, hay huacos retratos de vikingos e indios en la cultura mochica (300 AC-700DC)[2], en el Perú, etc., son innumerables los ejemplo de la integración social entre culturas en todo el mundo. La pretensión de sujetar a las poblaciones a espacios determinados, es un error. Nadie elige donde nacer, pero si elige a donde convivir y trabajar, por ello las poblaciones migran en el planeta, como en un futuro cercano, lo harán en el espacio sideral. La hospitalidad con el foráneo es una tradición arraigada en los pueblos y comunidades del mundo, también los griegos tenían leyes de hospitalidad con los extranjeros, en las polis, porque ellos mismos se consideraban como un pueblo viajero y porque asumían que estaban amparados por Zeus.

La migración es un fenómeno mundial, no hay ámbito alguno que no abriguen personas de distinto origen nacional. La ocupación territorial del planeta por las personas, tiene una larga existencia temporal, relacionada incluso con el origen de nuestra especie, la cual no evolucionó como homo sapiens, en todo el mundo, sino en un espacio continental particular. Sin embargo, estamos en todo el planeta porque es el ámbito de vida humana con otras formas de vida y especies.

Las artificiales separaciones fronterizas, no pueden escindir el origen y destino común de los humanos, que no comparten solo un espacio nacional, sino el planetario. Los ámbitos nacionales no son separaciones que aíslen a los pueblos de procesos integradores a nivel mundial, como tampoco existe una historia nacional que no tenga determinaciones ni incida de otros espacios sociales.

La emigración no es un atributo de sólo algunas sociedades, como tampoco es unidireccional ni es indiferente a las circunstancias de las sociedades y épocas. La movilidad de las personas es una condición de su existencia, pero también lo es del propio capitalismo, que ha creado múltiples y inmensas cantidades de mercancías que requieren ser producidas y realizadas por los pobladores del mundo. La producción, la distribución, el intercambio y el consumo mundial del capitalismo, no ha originado las relaciones internacionales que le son previas, pero si las ha incrementado e intensificado. Luego, la emigración no es sólo de países pobres a los ricos, aun cuando mediáticamente sea lo que destaca, también migran las poblaciones en los países ricos, como también ocurre en los viejos y nuevos procesos de colonización de los países ricos hacia otros, en donde se extraen recursos y riquezas.

“La primera ola fue la de una migración colonizadora. Entre los siglos XVI y XVIII, se produce una importante salida de población europea que va a colonizar América; pero estos migrantes no aprendieron el náhuatl o el quechua; más bien ellos impusieron a los nativos el castellano o el portugués. Pero no solamente fue una colonización lingüística, también colonizaron el imaginario y las maneras de pensar y de sentir de la población amerindia. En este sentido, a diferencia de lo que ocurre con los actuales migrantes que deben integrarse y someterse a la cultura de los países a donde llegan, los conquistadores no solamente no se integraron a las culturas de Anahuac o del Tawantinsuyo sino que les impusieron los usos y costumbres de los europeos.

La segunda ola migratoria se produce entre la segunda mitad del siglo XIX y los primeros decenios del siglo XX. […] las élites dominantes buscaban el progreso en la civilización europea y para lograrlo desarrollan políticas tendientes a favorecer la inmigración de la población "blanca"; querían poblar a los países americanos con los representantes de la modernidad. En ese periodo, millones de europeos cruzaron el Atlántico para establecerse en América y civilizar a las naciones "bárbaras". Así, se va imponiendo en el imaginario colonial lo que a partir de fines del siglo XIX se denominará «América Latina». ”[3]

En Europa durante las décadas del cincuenta y sesenta y del siglo XX, los flujos migratorios internos eran promovidos por los Estados de Europa occidental y central, ante la carencia de trabajadores para determinadas actividades de baja remuneración. Así, países del sur –Italia, Portugal, España y Grecia-, proporcionaban dicha fuerza de trabajo, luego lo fueron los trabajadores de Turquía y Yugoeslavia y contemporáneamente, son los migrantes de Magreb, latinoamericanos y otros países pobres, los cuales son absorbidos en la construcción, la industria y los servicios.[4]

La migración independientemente de los estereotipos y prejuicios, es un proceso que ha estado presente en la historia de la humanidad, así como es parte consustancial de la vida y evolución de todas las especies del espacio planetario. Los individuos no pertenecen a los espacios, nunca han estado enclavados a territorio determinados, como tampoco lo están los continentes en el planeta, ni las galaxias en el universo. La ubicación y socialización de las personas a determinados espacios, formaliza nacionalidades y ha posibilitado establecer, en contextos y momentos particulares, identidades históricas y culturales. La diversidad de relaciones sociales y tradiciones, se dan en un espacio específico, pero no es la territorialidad la que determina las culturas ni las separaciones o uniones entre pueblos y sociedades. La interrelación social, la identidad, la acción colectiva, son las determinadoras de la conservación, metamorfosis o desaparición de culturas o sentimientos nacionales. De tal manera, los patrones de vida, de cultura e historia podrán reproducirse en distintos espacios, pues no requieren de la inmovilidad a su espacio originario para conservar, transformarse o desaparecer.


Asumir que el territorio es consustancial para crear lazos identitarios entre las personas y pueblos, es una posición que otorga al espacio la determinación de las relaciones sociales, lo cual es un absurdo. Las personas no son calificadas por el espacio, por el contrario, son las relaciones sociales, las que califican y ponderan al territorio. Las nacionalidades no están confinadas a un espacio, de ninguna manera constituyen cá rceles para los ciudadanos nacidos en determinados países. Los volúmenes de poblaciones que emigran o inmigran, son sólo descripciones cuantitativas de movimientos de personas entre ámbitos espaciales, pero no explican ni permiten comprender las múltiples dimensiones del fenómeno migratorio, aun cuando debemos reconocer, que gran parte de los estudios sobre este fenómeno social, desde los censos sociodemográficos de 1869 en Argentina, pasando por las obras de Gino Germani (1955, 1964) y muchos otros, seguidores o no de sus interpretaciones del sociólogo argentino.

La unidad de los fenómenos que transcurren en espacios determinados, son importantes para explicarlos y comprenderlos, pero de ninguna manera supone, que esos eventos pertenezcan a esos territorios, ellos transcurren en esos espacios y en relación con otros fenómenos. No hay espacios vacíos ni absolutos. La ubicuidad temporal y espacial es necesaria porque las relaciones sociales son históricas, surgen, evolucionan, se profundizan o desaparecen en momentos y circunstancias particulares, que no son equivalentes ni semejantes a eventos en otros tiempos y espacios, ni se comportan del mismo modo en el transcurso de su existencia, como tampoco lo hacen los procesos y circunstancias donde interactúan. La identificación de las relaciones sociales con los espacios de vida, es consustancial a la socialidad humana, a la vez que constituye una impronta en la vida de las personas, pero no la define ni determina. El dinamismo peculiar de los fenómenos en relación con otros, dan contenidos y significaciones particulares al tiempo-espacio, pero no a la inversa. Creer que el desarraigo a un territorio, lo es también con su cultura  y las identidades sociales, es una ingenuidad fatalista. Se tendrá que reconocer que existen muchas naciones que no poseen un territorio o se les ha arrebatado, sin que ello signifique la renuncia nacionalista a una nación que sólo tiene existencia en la conciencia de las personas.

La conformación de naciones-Estados, es la conformación de unidades sociales, económicas y políticas, que implica la movilidad de personas por el espacio nacional. La integración social no requiere del registro del desplazamiento ni asentamiento de las personas, porque la constitución ciudadana otorga también la libertad e igualdad para viajar y establecerse en el territorio nacional. Sin embargo, la integración mundial no ha estado acompañada del reconocimiento de una ciudadanía global, la Declaración Universal de los Derechos Ciudadanos es sólo una formalidad, los migrantes o los extranjeros, son vistos paradójicamente como los extraños en un mundo que ha integrado culturas, historias, mercados y poderes.


Fuente: Elaboración propia. Naciones Unidas. Departamento de Asuntos Económicos y Sociales. División Población. 2010.
Las ciudades en el mundo, no sólo son ciudades-Estados, son también ciudades-fabricas, ciudades-mercados y hoy también ciudades-cárceles, que requieren del trabajo y mercancías del mundo para ser consumidas por el mundo y particularmente por las ciudades. El 50.5% de la población mundial reside en las ciudades, así como las grandes ciudades industriales absorben y demandan el 75% de las poblaciones urbanas del mundo, las cuales crecen a un ritmo más veloz que su crecimiento vegetativo, despoblando el campo.

 

Las tendencias emigratorias no obedecen exclusivamente a las condiciones imperantes en sus espacios sociales, obedecen también a una colonización del nuestro imaginario colectivo, lo cual no solo se expresa en el desplazamiento poblacional hacia los países ricos, sino incluso, entre países pobres, con distinto desarrollo relativo. Las migraciones hacia determinados espacios, no son arbitrarias, hay determinaciones ligadas al pasado que ha capturado la aspiración e imaginación colectiva, que inciden en las formas de vivir, trabajar y consumir, en razón de esos modelos configurados social e históricamente. Cualquier espacio no es ámbito para todo emigrante. La migración es inteligible a las condiciones históricas, culturales y relaciones de las poblaciones con los ámbitos donde emigran, son consideraciones que dan consistencia, pertinencia, significación y orientación a los procesos migratorios, aun cuando no son los análisis que predominan. Conocer las condiciones materiales por las cuales son expulsadas las poblaciones, son perspectivas que no integran las determinaciones externas, tangibles e intangibles del pasado y presente, de los espacios donde se asientan los migrantes. Esas interpretaciones que responsabilizan a los migrantes y sus espacios de procedencia, son argumentos esgrimidos para impedir, reprimir o expulsar migrantes, así como para imponer oprobiosos muros separando pueblos y sociedades. La migración es un fenómeno articulador que compromete social, simbólica e históricamente a las sociedades donde se establecen los migrantes. Ellas, no son ajenas al fenómeno, han influido y desde luego, no pueden eliminar ni deben reprimir, porque trasciende a voluntades y decisiones gobiernos, porque los compromete social e históricamente.

En este sentido, las migraciones mexicanos, salvadoreños, dominicanos, etc., a Estados Unidos, así como, los guatemaltecos ingresan a México, los nicaragüenses a Costa Rica, los peruanos hacia España, México o Argentina, los haitianos a República Dominicana, los filipinos en Hong Kong, los tailandeses en Japón, salvadoreños y costarricenses en Canadá, ecuatorianos o africanos en España, los egipcios en Bahrein, los mozambiqueños a Sudáfrica. No hay país que no tenga migrantes y ni pueda impedir la emigración, lo cual es producto de la desigualdad entre sociedades y de las identidades de vida, cultura, así como constituyen representaciones simbólicas y aspiraciones sociales construidas colectivamente.

La globalización de las especies, mercancías y poblaciones en el planeta no es un fenómeno económico contemporáneo, aun cuando sea el capitalismo quien lo masifica e intensifica. La migración siempre existió, trasciende lo económico, para ser una práctica con contenidos sociales, inherentes de los individuos y colectividades en el mundo. La historia registra masivas migraciones en Europa, Asia y América, lo muestran las infinitas estelas de tradiciones musicales o alimenticias, en el uso instrumentos, lenguas, armas, construcciones, vestimentas, producciones, etc., que se conservan, comparten y reproducen entre sociedades. Los rasgos de otras culturas, son evidencias tangibles e intangibles de un espacio mundial de integración de culturas y poblaciones.

El poder establecido en las ciudades no solo controla el espacio social de las urbes, también subordina las áreas rurales y establecimientos sociales deprimidos, desprovistos de servicios y marginales del bienestar, destinadas a los pobres y migrantes-trabajadores.[5] Asimismo, la propiedad, la producción y las redes de distribución y consumo del campo, como las tecnologías empleadas y los procesos laborales, están controlados por el poder urbano. De este modo, las ciudades garantizan productividad, rentabilidad y el abasto necesario para las ciudades.[6] De este modo, se crean las condiciones nacionales para la expulsión de las poblaciones rurales hacia las ciudades y el exterior. Las relaciones centralizadas y concentradas, imperantes en las ciudades, han creado las condiciones para la emigración mundial de las poblaciones.

Es una contradicción asumir prácticas represivas contra los migrantes, cuando son necesarios e influidos por el propio crecimiento y expansión económica del sistema y de las sociedades ricas. Sin embargo, habría que ponderar que las expresiones tangibles contra los derechos ciudadanos, es una práctica segregacionista y racista que tiene en los migrantes sus principales víctimas, aun cuando no exclusivas, los trabajadores nacionales en las ciudades también han perdido derechos, así como reducido su organicidad laboral, reivindicativa y política. Las restricciones a los migrantes es una contradicción, pero es funcional al sistema en tiempos de crisis, porque sobreexplota la fuerza de trabajo y porque crea falsos adversarios en los trabajadores y población nacional, que también sufre de iniquidades y carencias que no son originadas por los trabajadores de otros países. Los migrantes están aislados social, económica y políticamente por los Estados y por las poblaciones nacionales, convirtiendo a los trabajadores migrantes, legales o ilegales, en prisioneros en las hoy ciudades-cárceles o como cárceles de la miseria lo denomina Loïc Wacquant (2000). El confinamiento en aparente libertad de las urbes, recuerdan los trabajos forzados de trabajadores sin derechos, sin libertad ni democracia de otras épocas.

Las ciudades crecen a pesar de las cínicas restricciones para los inmigrantes, lo cual revela transparentemente los usos maniqueos y arbitrarios contra los ciudadanos-trabajadores, por parte de los gobiernos de empresarios nacionales y globales. La frase «El trabajo os hará libres» de los nazis en Auschwitz, podría revelar la esencia una tiranía que buscaba imponerse mundialmente, es también una consigna del presente globalizado que excluye, explota y asesina a los definidos como desiguales. El trabajo como expresión de la creatividad y realización humana, en una sociedad libre y democrática, se ha transfigurado en libertad de propietarios y gobernantes para el consumo productivo de la libertad de los trabajadores y migrantes. Una libertad privada, en un universo de esclavitud capitalista o la subsunción real del trabajo al capital global, condena a los migrantes, la democracia y la libertad.

 

Naciones y nacionalismos

Las naciones, culturas y comunidades no desaparecen, aun cuando las fronteras las atraviesen en el tiempo y en el espacio, por ello es una regularidad encontrar comunidades transfronterizas que comparten mitos, tradiciones, historia, trabajos, consumos, prejuicios, formas idiomáticas y alimentos, etc., donde no existe ruptura ni discontinuidad social. La fluidez y porosidad de las fronteras,[7] o la relatividad de ellas, es más antigua que los procesos mercantiles globales.

La separación y aislamiento de los pueblos son decisiones políticas, militares o de poderes autocráticos, no son originadas en las fronteras ni por diferenciaciones culturales entre pueblos colindantes. La separación de los pueblos fronterizos por determinaciones políticas, con o sin muros, conforma historias y modos particulares de vida y cultura, pero ellas no son fuente de conflicto ni la beligerancia entre pueblos vecinos o lejanos. La diferenciación de los patrones de vida obedece a relaciones sociales que no pueden ser idénticas a otras, la igualdad robótica o la utopía mecanicista, son absurdas especulaciones. Esto es, no son las separaciones de culturas las que han originado las guerras y exclusión entre pueblos, poblaciones y clases, han sido poderes avasalladores, transgresores, conquistadores o invasores, los que han creando nuevas y arbitrarias fronteras dentro o fuera de sus espacios de vida. Las tragedias individuales, los vejámenes y saqueos a las poblaciones, que acompañan las guerras, han creado intencionalmente auténticas fronteras sociales.

Las guerras en América Latina que dividieron países, pueblos y culturas, han sido separaciones generadas por poderes autocráticos, por intereses económicos y políticos trasnacionales. La memoria histórica de los pueblos recuerda el sacrificio de hermanos, pero desconoce o se oculta a los reales causantes e intencionalidades de los enfrentamientos, donde se inmolaban combatientes, sin conciencia y al servicio de poderes que no representaban los intereses ciudadanos ni nacionales. Las cicatrices de la historia son abiertas incesantemente por la educación oficial y mediáticamente, recordando hechos y encubriendo las plutocracias políticas y militares. Los límites al conocimiento y la información esclavizan conciencias y crean auténticas fronteras sociales entre pueblos, poblaciones y clases[8]. Las fronteras sociales e incluso odios, perduran y separan personas y poblaciones donde las historias no han sido reinterpretadas ni los poderes interesados han desaparecido.

Esos sentimientos nacionales que se separan y aíslan de otras sociedades, que se nutren del dolor y muerte, es una manipulación intencionada, que recuerda o crea odios para justificar acciones desde el poderes autocráticos, nunca democráticos. Esos sentimientos, no son expresión de la memoria histórica de los pueblos ni son construcciones comunes ciudadanas, la evocación de miedos y odios, son tejidos construidos para mantener o ampliar privilegios privados.

Las separaciones o identidades nacionales frente a otras, han sido idealizadas como manifestaciones simbólicas unitarias en el pensamiento y la acción colectiva. Indudablemente la identidad social de las poblaciones, independientemente de su situación material de clase, trabajo o consumo,[9] constituye una fuerza con una potencialidad transformadora extraordinaria, de ahí que sea apreciada, en algunos contextos, como una condición orgánica necesaria para el desarrollo nacional[10] o como una fuerza política o militar, pero también ha suscitado interpretaciones que lo aprecian como algo deleznable.[11]

La globalización no ha eliminado la nación ni el nacionalismo. La economía, producción o consumo planetario, está relativamente pautado por relaciones históricas nacionales. El nacionalismo no ha desaparecido, como tampoco han desaparecido las fronteras, los Estados ni las naciones. Las relaciones internacionales lleva la impronta, desde 1944, del acuerdo en Bretton Wood, entre Inglaterra y Estados Unidos donde se impusieron condiciones en las relaciones internacionales y crearon las entidades del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, de triste memoria en la historia reciente de América Latina. La globalidad supone articulación, no desaparición, de las peculiaridades nacionales, en un proceso heterogéneo y plural.[12] Los sentimientos y acciones de pertenencia a determinados espacios sociales y culturales, es consustancial a la historicidad y socialización humana.

La cultura de los pueblos es el vínculo entre su pasado y el presente, no es un patrimonio que pueda ser esquilmado como un objeto o una mercancía. Los patrones culturales e históricos son la impronta que tiñen las relaciones y actuaciones de las sociedades. Esas vivencias socializadoras, culturales e históricas no desaparecen con las nuevas relaciones y eventos, se enriquecen, como lo demostraban José Carlos Mariátegui (1977), Sol Tax (1964), Karl Polanyi (2003), Werner Stark (1974), entre otros. La globalización no es la imposición del estilo de vida y consumo de los países ricos y empresas mundiales, es la integración de la diversidad y pluralidad social de los pueblos. La articulación del mundo no es un fenómeno nuevo, lo evidencian los procesos migratorios entre otras muchas muestras, lo que no ha implicado la anulación de pertenencias, originarias o adoptadas, de las personas, grupos y sociedades.

El nacionalismo no es una reminiscencia del pasado, es un sentimiento de identidad colectiva que se convierte en una resistencia y oposición a transgresiones de lo común y nacional. Esto es, la identidad nacional no pertenece al Estado, sino a las capacidades integradoras de cada sociedad civil, de este modo tiene una potencialidad que puede ser disfuncional a gobiernos, por ello mediática, como políticamente se critica, distorsiona o falsifica ese sentimiento y acción nacional. Los nacionalismos son diversos, según la naturaleza de las naciones, de su constitución social e histórica[13], imaginar que son similares en causas, devenir y consecuencias, es un equívoco su sacralización o satanización.

La globalización dominada por intereses hegemónicos, económicos y políticos,  ha conformado un mundo atomizado, donde las preocupaciones, peligros, esperanzas o ilusiones de humanidad no están presentes. En tal sentido, las posibilidades de identidad social nacional, no están agotadas, aun cuando sus expresiones son precarias en el espacio latinoamericano, ante la pérdida de organicidad, libertad y democracia, así como, por la pérdida de soberanía y capacidad reguladora de los Estados que han privatizado su actuación pública, procesos que no son irreversibles.

Los sentimientos nacionales o nacionalistas han sido fuerzas transformadoras, que conmovieron inéditamente la situación y condición de las sociedades, así como, fueron fuerzas que inauguraban lo público en algunas sociedades y construían Estados que representaban y amparaban con legitimidad sus sociedades civiles.

Cabe anotar, que los sentimientos de identificación social y cultural, es una característica de la socialidad de las personas con sus espacios, como una relación natural con su medio ambiente, pero los sentimientos individualistas y desarticulados, aun cuando colectivos, pero sin organicidad social y sin correspondencia estatal, no constituyen ni crean procesos nacionales ni nacionalistas. Las identidades sociales en los espacios de vida, no han sido suficientes para constituir Estados ni naciones, como tampoco, todos los actores sociales han tenido la capacidad organizativa, ni la fuerza para conformarse e integrar proyectos nacionales.

El nacionalismo es ruptura en su espacio social, ante concepciones y prácticas individualistas y privadas, actúa como una conquista social y constituye inéditamente, un ser colectivo, conciente y unido por reivindicaciones comunes, así como, es una autodeterminación o separación con poderes externos que violentan las relaciones creadas social, históricamente  y territorialmente. La heterogeneidad de situaciones materiales y de conciencias en las sociedades desiguales, no siempre han creado sociedades desarticuladas y controladas por dictaduras, de facto o electorales.

Las identidades nacionales, comunes y públicas, son fenómenos ideológicos que han sido construidos en desigualdad material y clasista, no requieren condiciones materiales, como supone Eric Hobsbawm,  “… las naciones y los fenómenos asociados con ellas debe analizarse en términos de las condiciones y requisitos políticos, técnicos, administrativos, económicos y de otro tipo.”,[14] pero tampoco son construcciones esencialmente desde arriba (Hobsbawm, 1990) o exclusivamente desde arriba como lo interpreta Ernest Gellner (1997). Estas interpretaciones obedecen a tradiciones objetivistas e instrumentalistas, así como a visiones donde aprecian a los movimientos populares o nacionales, como objetos sin conciencia, decisión ni voluntad propia. El nacionalismo que construye naciones es movimiento heterogéneo que simultáneamente destruye y construye patrones sociales, sin embargo, no es posible imaginar que es acción colectiva que de manera conciente, conoce el tipo de sociedad que construye, más allá de las conquistas ante formas de dominación particulares, como cree Benedict Anderson (2007).

El nacionalismo hace referencia a una identidad social de personas y organizaciones con una nación, conformada histórica y culturalmente por una colectividad intergeneracional. Los vínculos construidos colectivamente en distintos momentos crearon naciones, las cuales se reproducen en la medida que las poblaciones se identifican con el origen común y el asumir un destino compartido.

El nacionalismo identificado con relaciones culturales, históricas, también asume particulares vínculos con las estructuras sociales donde esta inserto, pero constituye una fuerza transformadora en condiciones y momentos particulares y concretos.

La nacionalidad en sentido estricto no está asociada a la pertenencia a determinado espacio territorial. La nacionalidad y el nacionalismo, son construcciones sociales de identidad con valores comunes a todos en una comunidad de vida, intereses y de destino. El reconocimiento de lo propio, es también el reconocimiento de los otros, que no necesariamente, como extraños o enemigos.

La actual potencia militar norteamericana, es una nación que fue construida por personas que llegaron de distintos espacios. Fueron inmigrantes que intencionalmente crearon una identidad distinta de los cuales procedían, de donde fueron expulsados, rechazados o excluidos social o políticamente, pero no olvidaron ni necesariamente fueron renegados de las experiencias, conocimientos y tradiciones, las cuales se fusionaron con otras para conformar una identidad en un espacio diferente. Esa nueva articulación social, no fue espontánea, fue intencionada y orgánica, fue un poder con capacidad para desplazar a los habitantes de su territorio, para segregarlos y confinarlos en reservaciones, así como la de impulsar la Revolución Americana, que los liberaría de los vínculos coloniales ingleses, que creaba individuos libres, pero manteniendo la exclusión de nacionales y extranjeros, a los que consideraban inferiores e indignos de ser libres.

La colectividad migrante en Estados Unidos, conformada en nación, había constituido un poder que se arrogaba la facultad para convertir en extranjeros a los nativos. El desplazamiento de esas poblaciones indígenas, se realizaba en momentos que los nativos no conformaban una nación. La integración de las poblaciones indígenas ante la ocupación y la agresión, se integraba como nación indígena, pero los desiguales enfrentamientos, la masiva migración y dominio de otras culturas en su espacio de vida, hacía inviable una nación indígena en el espacio ocupado y usurpado por extraños. Los procesos de colonización, del pasado y presente, son la manifestación de poderes que destruyen o pretenden destruir valores, símbolos, tradiciones y creencias, así como se apropian de sus patrimonios y recursos en los espacios sociales invadidos, para convertirlos en súbditos de valores, leyes y formas de vida ajenas y extrañas a su historia y cultura.

Las revoluciones francesa, americana, la bolchevique, mexicana o costarricense, pueden ser algunas de sus evidencias, mientras que las derrotas revolucionarias, constituyeron fracasos nacionales, sociales y públicos, como la revolución aprista en 1932, en el Perú, la boliviana en 1952 o del sandinismo nicaragüense en 1979, pueden ser muestras de la inviabilidad social y política de creación de una identidad y un Estado nacional o social.

El nacionalismo es el autodescubrimiento de la fuerza colectiva que aglutina a todos contra la individualización del poder en el espacio nacional, o la concreción de la libertad individual en comunidad, a la vez que es la construcción de un sentimiento que es común, público y nacional. La identidad inédita y simbólica, no se forja por la diferencia con otras culturas o color de piel, sino por el constructo orgánico e histórico de cada nación. El sentimiento de identidad nacional es un sentimiento individual de pertenencia a un espacio social, cultura o historia, pero el rasgo distintivo del nacionalismo, es el ser una valoración identitaria, compartida en comunidad con acciones colectivas.

La socialidad, cualidad común e intrínseca entre los individuos, no supone la posibilidad de un emprendimiento colectivo, como el nacionalismo, dado que requiere una comunicabilidad, voluntad y decisión para coincidir con una valoración y actuación definida y concreta, en una coyuntura determinada. La concordancia más allá de una actuación coyuntural solidaria, es la de convertirse en un movimiento consistente y transformador, es la concreción de una conciencia de la necesidad de los cambios, los cuales podrán ser garantizados por su organicidad. El nacionalismo es la construcción de un proyecto nacional, que nace ante la oposición, interna o externa, de prácticas privadas o coloniales que se apropian, niegan o destruyen símbolos, recursos o patrimonios valorados como colectivos y nacionales.

La nación y el Estado, en contextos sociales nacionalistas, son continuadores del espíritu y acción colectiva. Sin embargo, la constitución nacional y nacionalista no es eterna ni autónoma, como lo son las organizaciones creadas por ese proceso. Su vigencia no trasciende las circunstancias que la crearon ni de la significación, devenir y organicidad de la colectividad en la sociedad civil.

Las naciones, como relaciones sociales, son creaciones históricas, orgánicas y colectivas, no son permanentes ni inmutables. El nacionalismo en las luchas anticolonialistas del pasado, contrasta con la atomización individualista, desorganizada y sumisa de las poblaciones y Estados, ante la agresión imperial del presente. La creación de naciones no son atributos de cualquier sociedad, como tampoco lo es, toda acción colectiva ni cualquier capacidad para crear organizaciones.

Los sentimientos nacionales suelen ser fetichizados por el poder estatal, convirtiéndose en agresores de pueblos y migrantes que no atentan contra lo nacional ni los derechos de nacionales. Los Estados ilegítimos, transgreden los derechos de otros como una forma aparente y falsificada de defensa de lo nacional, para ganar legitimidad, perdurabilidad política y legitimar expansionismos. Esos poderes son los que han separado poblaciones, no los nacionalismos ni las fronteras.

La nacionalidad tantas veces evocada para reprimir a los trabajadores no nacionales, es tan sólo una formalidad de uso discrecional por los Estados, dado que es sólo un registro oficial donde se asienta un nacimiento o una naturalización, no confirma pertenencia a un espacio. ¿Acaso la inscripción registral es la que otorga nacionalidad?  ¿Quién no está registrado, no pertenece a ninguna sociedad o se convierte automáticamente en extraño, extranjero o migrante? Suponer que los indígenas de Talamanca no eran costarricenses porque no estaban inscritos ni tenían cedula de identidad[15], es sin duda, un absurdo, pues esas poblaciones y culturas han permanecido en sus espacios desde antes de la construcción de la sociedad y Estado costarricense. Asimismo la adopción oficial de una nacionalidad, en razón de los requisitos establecidos, según sean un empresarios, profesionales o trabajadores, son criterios arbitrarios y no igualitarios, que no garantizan ni buscan identidad del migrante con la sociedad donde reside. Esto es, el ser nacional, extranjero o migrante en un espacio, es insustancial e consistente, como se muestra cuando indígenas Bribri de Costa Rica, optan por inscribirse también como ciudadanos panameños para paliar la exclusión social en su espacio nacional, sin que ninguna autoridad registral lo pueda cuestionar, lo cual no es extraño en comunidades colindantes. Asimismo, muchos países reconocen legal y constitucionalmente el tener varias nacionalidades, como también ocurre con los ciudadanos europeos, que poseen una ciudadanía comunitaria, sin menoscabo de sus derechos en otras sociedades del mundo.

“En cualquier ciudad de Europa central es muy corriente encontrar a personas mayores que han tenido de manera consecutiva documentos de identidad expedidos por tres estados distintos. Un habitante de Lemberg o Czernowitz que tenga una edad similar a la mía ha vivido bajo cuatro estados, sin contar las ocupaciones sufridas durante la guerra. Es muy posible que un ciudadano de Munkacs haya pertenecido a cinco, si decidimos incluir en la lista la breve autonomía concedida a Podkarpatska Rus en 1938. Puede en épocas más civilizadas, pongamos por caso 1919, le estuviera permitido elegir la ciudadanía que prefiriese, pero, a partir de la segunda guerra mundial, lo más probable es que se viera obligado a salir del país por la fuerza o tuviera que integrarse en el nuevo estado en contra de su voluntad.”.[16]

En 1919, Europa estaba conformada por 23 nacionalidades, hoy después de 91 años, son una cincuentena. Las nacionalidades no son delimitaciones validas ni pertinentes que puedan separar personas ni espacios sociales, como tampoco lo son para el tránsito de mercancías. La libre circulación de mercancías implica la libre movilidad de las personas que las crean y consumen. El permitir el ingreso a unas personas, negarles el acceso o expulsar a otros, independientemente de su condición de religiosa, ideológica, clase o de nacionalidad, es una violación a un derecho humano, como lo es la expulsión de gitanos en Francia, de mexicanos en Estados Unidos, de palestinos de sus tierras o en general de los migrantes de sus espacios de vida. Pero, también son transgresiones a lo nacional, a las propias naciones plurales, cultural y étnicamente, porque son regresiones racistas y segregacionistas.

El poder estatal sobre las fronteras nacionales o el resguardo formal del territorio, ante potenciales, reales o ficticios enemigos, no es una facultad comparable con la restricción de ingreso a ciudadanos de otros países, menos aún en una época donde transitan libremente, sin restricción alguna por las fronteras, turistas, comerciantes, inversionistas y funcionarios, así como mercancías, capitales, etc. La desregulación estatal frente a los propietarios globales, guarda profundas diferencias con las imposiciones contra los derechos ciudadanos de los inmigrantes-trabajadores.

Los Estados que han validado el derecho igualitario en una sociedad desigual, no poseen un poder que se encuentre por encima de los derechos ciudadanos, ni tienen facultades reconocidas ni aceptadas para impedir o limitar el derecho al libre desplazamiento de ciudadanos. Los Estados no son propietarios de los países, ni los países ni las personas son propiedades privadas. La ciudadanía es multicultural, como existen Estados de más de una nación y en sociedades poliétnicos.[17] La ciudadanía trasciende los espacios nacionales.

La negación de derechos a otros en sociedades interdependientes, es una contradicción que atenta contra la reproducción del sistema social y económico del capitalismo, que requiere de la personas libres de ser productoras y consumidoras de mercancías. El consumo productivo de la libertad en el proceso de trabajo es una condición básica del capitalismo, solo es posible en tanto condición de la existencia social de individuos libres.[18] Las relaciones laborales que atan a los trabajadores más allá del tiempo pagado o explotar de manera cautiva a los trabajadores, nacionales o extranjeros, constituyen formas regresivas de los derechos laborales, para conformar los nuevos esclavos del capitalismo contemporáneo. La práctica contra los inmigrantes contemporáneamente, es la reedición reaccionaria del esclavismo, donde los derechos de unos pocos contrastan con los de muchas personas sin derechos. La transgresión a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, violenta también de las propias leyes nacionales. De este modo, la igualdad formal entre ciudadanos del mundo, se transforma en un discurso cínico, ante una desigualdad real y la inoperancia de entidades nacionales e internacionales, que carecen de voluntad y facultad para amparar los derechos ciudadanos.

 

Las fronteras: delimitaciones de poderes

La frontera, esa línea que divide artificialmente pueblos y personas, es una separación tan efímera, como una línea reescrita muchas veces. Las fronteras han cambiado y seguirán haciendo, como se modifican las relaciones en los espacios sociales. Las ventas, la ocupación, la conquista de territorios efectuados con dinero, colusiones y guerras, han creado nuevas fronteras, y en casos, han convertido al coterráneo, en inmigrante y hasta en enemigo. Las nacionalidades, no entendidas como manifestaciones de naciones, sino como identificaciones formales e institucionales de pertenencia a ámbitos territoriales delimitados estatalmente, se esfuman ante los afanes y ambiciones de poderes que usurpan territorios, como manifestaciones tangibles de poderes expansionistas y como medio para el despojo de riquezas.

Las fronteras que separan formalmente Estados y nacionalidades, son reminiscencias de otras épocas, cuando se requería de la posesión y propiedad de un territorio y de todo lo comprendido en el mismo, riquezas, recursos y poblaciones, para tener o conservar el poder. Las ambiciones individualistas posesivas del presente, como los encomenderos del pasado, se arrogaron los intereses de las naciones y poblaciones para usarlas como fuerzas beligerantes en escaladas expansionistas, transgresoras de derechos ajenos, en nombre de pretendidos intereses patrios. Las fronteras han sido auténticas cicatrices de dolor y muerte, promovidas desde poderes coloniales, imperiales o de usurpadores de espacio y riquezas de los pueblos.

Las fronteras, en periodos precapitalistas, eran las garantías patrimoniales, sociales y políticas de poderes establecidos, las cuales eran resguardadas con fuerzas bélicas. Hoy en día el control, dominio y explotación de los recursos riquezas sociales, naturales o ambientales, no requieren de la posesión ni propiedad de los mismos, como tampoco requieren de fuerzas armadas que la resguarden. La movilidad de capitales, el control accionario, la sociedad con testaferros y empresas globales, son una muestra de un capitalismo que se libera de la propiedad, que distrae capital y encarece las inversiones, pero el control privado de la producción, productividad y rentabilidad, es ahora mundial. El papel del capital financiero, la propiedad accionaria y los términos de intercambio desigual, son sólo algunas evidencias empíricas del proceso transnacionalizado, donde las víctimas son los países pobres y las poblaciones trabajadoras. Hoy en día no se requiere de la posesión del territorio y recursos para lucrar y controlar las riquezas, trabajos y recursos en cercanos o lejanos espacios sociales. Las fronteras ni las nacionalidades constituyen limitación para la concentración y centralización del capital y del poder. La soberanía ha sido violentada, los espacios y recursos nacionales están inscritos en proyectos globales hegemónicos.

El patrimonialismo, posesivo e individualista, se sustenta en una práctica ambivalente y contradictoria del Estado, por un lado, se ampara y protege la propiedad y ganancia privada en el espacio nacional, pero por otro lado, estos entes, han perdido el control del espacio de su poder e incluso, han sido objeto del poder privado trasnacional.[19] Esto es, el patrimonio territorio, al que se le asigna como dador de nacionalidad a quien nace en ese espacio, ha perdido el carácter nacional, para hacerse privado y trasnacional. Los poderes en otrora nacionales, están globalizados y los Estados han perdido soberanía.

Desde otra dimensión, la estructura social contemporánea en las grandes ciudades, está conformada de crecientes relaciones multinacionales entre familias, culturas, negocios, producción, consumo, etc. La pluralidad social del espacio, es una condición humana y relacional, así como constituye una necesidad para la economía, las sociedades, culturas e incluso, para diversidad genética y la reproducción biológica. La unidad e integración de las personas en el espacio, trasciende las determinaciones de poderes privados y Estados sobre los territorios. Las intervenciones políticas de poderes patrimonialistas, han separado sociedades y limitan la unidad e integración social, cultural e histórica de los pueblos y naciones.

Las fronteras, esas líneas difusas que separan espacios sociales, son concreciones territoriales de pactos o negociaciones políticas o es el resultado de cruentas guerras, no son demarcaciones estáticas que puedan ser perpetuadas. Las pugnas por el control y dominio del espacio fronterizo, han sido argumentos que justificaban las manifestaciones más encarnizadas entre pueblos, víctimas de pugnas entre mezquinos intereses privados. Los enfrentamientos bélicos fronterizos no son entre culturas, valores, tradiciones o formas de vida. La guerra ha tenido un uso legitimador de exacciones con inmunidad e impunidad de la agresión, en los ámbitos propios o ajenos. Es una forma de borrar y reescribir la historia desde el poder de las armas.

En nombre de la nación se han cometido los más atroces vejámenes contra la vida, las organizaciones y los individuos en las sociedades del pasado y presente. Las invasiones y agresiones son actos que pretenden eliminar la oposición o resistencia a los afanes expansionistas de dominación. Lo reconstitución de lo común, de la nación y la acción colectiva, en una sociedad y sistema interdependiente, tendrán vigencia y potencialidad reivindicativa en el nacionalismo. Los historiadores tienen una deuda pendiente con la reinterpretación de los fenómenos sociales, del nacionalismo o de la irrupción de las colectividades en la historia, salvo algunas excepciones[20], aun predominan visiones individualistas, caudillistas o economicistas en el conocimiento del pasado y del presente. Una historia escrita desde el poder de los vencedores, constituye un atentado contra la memoria histórica e identidad de los pueblos.

La nación vive mientras existan relaciones que reproduzcan la cultura e historia de los pueblos y mientras exista organicidad de individuos identificados con los valores y prácticas comunes. En ese sentido, una nación no muere ni desaparece con la ocupación ni la derrota militar, está encarnada en la memoria y subjetividad de los pueblos. La existencia de las naciones son manifestaciones de la pluralidad social, las cuales no son ni pueden ser idénticas, ni constituyen amenazas a otras culturas. La atribución del sentimiento nacional, como determinador de enfrentamientos, es aparente, aun cuando es usado por poderes interesados como argumento para distraer, crear odios y azuzar las voluntades, dejando inmunes e impunes los ejercicios políticos autocráticos.

 

Los inmigrantes: excluidos pero necesarios

La migración alcanza aproximadamente a 214 millones de personas en el mundo, siendo 105 millones son trabajadores (OIT, 2010), cifras aproximadas, dada la alta movilidad de las poblaciones y imposibilidad de estimar las poblaciones no registradas. No es un proceso aislado, a pesar de ser el 3% de la población mundial, su trascendencia es destacada por su contribución en la rentabilidad privada e ingresos fiscales, como por los esfuerzos de los Estados para controlarla como justificación de prácticas chovinistas. La migración en los países ricos y productivos, absorben el 75% de la población en las ciudades y las tendencias por absorber a más población es una tendencia creciente. La concentración y centralización de la economía, servicios, la política y la población, es un requerimiento del capital en los espacios urbanos, Lima, entre otras muchas ciudades, pasó de una población de 800.000 personas en 1940, a 8 millones de pobladores en el 2008. Las ciudades son el centro de atracción de la migración interna y externa, a la vez que constituyen centros polarización social y de tensiones explosivas. La migración es una problemática global, consustancial al sistema imperante y que no puede ser resuelta nacionalmente ni con arbitrarias prohibiciones.

El suponer que la migración se debe a decisiones y acciones de los propios migrantes o por las diversas condiciones sociales, económicas y políticas nacionales que expulsan a sus poblaciones, es ocultar que los espacios sociales donde se asientan los migrantes, han creado las condiciones para aceptarlos e integrarlos a la estructura social, política y económica en esas sociedades. La expulsión-fuga de peruanos al exterior en el último siglo ha sido aproximadamente de 3.129.119, los cuales de manera regular se han establecido en Estados Unidos, Chile, Canadá, México, Japón, Corea y Australia.[21]

Las determinaciones del pasado que han integrado culturas, economías, poblaciones y estilos de vida, no han desaparecido por el contrario se han fortalecido en la globalización contemporánea, por ello los inmigrantes se dirigen a determinados espacios donde son imprescindibles, como se les reconoce y también reprime.

“Entonces, este flujo constante de gente trabajadora y de talento ha hecho de Estados Unidos el motor de la economía mundial y una luz de esperanza en todo el mundo. Y nos ha permitido adaptarnos y prosperar ante cambios tecnológicos y sociales. Hasta la fecha, Estados Unidos recibe enormes beneficios económicos porque seguimos atrayendo a los mejores y más brillantes de todo el mundo.[22]

Los migrantes son útiles y necesarios en las sociedades donde se asientan y contribuyen en los procesos determinantes de las mismas. La existencia de coyotes está coludida con empleadores, funcionarios y autoridades, quienes se enriquecen de la explotación, estafas y chantajes a los migrantes. Las diferenciaciones culturales y modos de vida de las poblaciones migrantes, son propias a la historicidad de las personas, el creer que esos patrones son disfuncionales, es una consideración ideológica segregacionista, pues los migrantes no imponen su cultura en otros pueblos, la reproducen en círculos reducidos entre paisanos y amigos.

La migración de las poblaciones trabajadoras está conformada por jóvenes y adultos en su plena capacidad física e intelectual, capaces de trabajar en las condiciones más adversas para satisfacer sus necesidades básicas propias y familiares. De este modo, las sociedades que expulsan el talento, fuerzas y capacidades transformadoras de los nacionales, se están privando de las fuerzas fundamentales para la organicidad, el desarrollo y la democracia en sus espacios. Hoy en día el dramatismo de la expulsión de las poblaciones, está comprometiendo a los menores de edad no acompañados,[23] no sólo latinoamericanos,[24] sino también a menores de Europa del Este hacia España y otros países europeos.[25] Los tardíos reconocimientos de las capacidades y emprendimientos de nacionales en el exterior, así como las necesidades imperantes, han promovido programas de repatriación, garantizándoles traslados, trabajo y adecuadas remuneraciones, aunque ello sólo ha sido para atraer a profesionales y especialistas competitivos altamente cotizados. Sin embargo, no todos los Estados ni las sociedades civiles, están en capacidad para promover tales prácticas, como tampoco son prácticas igualitarias, libre de prejuicios racistas o de clase.

“Actualmente, por ejemplo, las estructuras médicas de los países más ricos estarían en serios problemas si decidieran eliminar al personal médico inmigrante (no sólo enfermeras, sino también doctores). Más aun, dado que la mayoría de los países ricos tienen tasas de crecimiento demográficas descendentes (el porcentaje de personas mayores de 65 años sigue creciendo) los nacionales no podrían beneficiarse de las pensiones de las que actualmente gozan si no fuera por los inmigrantes (entre 18 y 65 años de edad) que expanden la base de contribuciones que permite financiarlas. Sabemos que en los próximos 25 años, si es que el número anual de inmigrantes no se cuadruplica, habrá recortes presupuestarios drásticos hacia 2025.”[26]

En el presente globalizado la libre circulación de mercancías, inversiones, etc., así como la mundialización de los negocios, la política, la ciencia o la investigación, ha requerido intensificar y masificar las relaciones entre personas y sociedades. Sin embargo, este proceso de integración mundial contrasta con las acciones parcializadas de los Estados con respecto de los migrantes. Así, la inmigración de los pobres y trabajadores, es visto como problemático, los cuales, desplazados por diversas razones de sus espacios de vida y cultura, son tratados como personas sin derechos ni ciudadanía e incluso sin nacionalidad ante la indiferencia de sus Estados y entes internacionales. A los trabajadores migrantes se les ha arrebatado la ciudadanía[27], no son representados, no hablan por ellos e incluso carecen de capacidad organizativa[28], no tienen o es limitada su capacidad de convocatoria, propositiva, negociadora y limitadas las facultades de acción colectiva, porque los migrantes han sido reducidos a una condición humana elemental, porque satisfacen precariamente el hambre propia y familiar, ante miserables salarios, porque están atrapados a la inseguridad, inestabilidad y el miedo, indefensos y víctimas de la manipulación y objetos de toda forma de manipulación política y mafiosa. Así, los migrantes también están confinados a elementales formas de vida social, para una subsistencia tan sólo inmediata[29]. La globalización se ha convertido en una contrarrevolución política y social, que convierte a los pobres y migrantes en útiles y necesarios a intereses y poderes despóticos y atrasados de empleadores, mafias y gobiernos.

El desempeño laboral de menor prestigio social, desde tiempos remotos hasta el presente, tiene una determinación clasista. Los obreros que han conquistado derechos y construido formas de acción colectiva y organizativa, son los sectores que ofrecen mayor resistencia ante cualquier abuso de poder y son quienes recurren al sistema institucional y jurídico que amparan los derechos democráticos en la sociedad. Sin embargo, este no es el caso de los migrantes, ellos no tienen asegurado un trabajo estable ni legal, así como tampoco permanencia segura, luego las instituciones y legislaciones nacionales los niegan como ciudadanos, de ese modo están legalmente excluidos pero de modo ilegítimo.

Los migrantes son los nuevos subalternos del presente, como diría Gayatri Spivak (1997), son víctimas de la agudización de los procesos de exclusión clasista en la crisis económica y política del capitalismo contemporáneo. Una radicalización de la confrontación social, pero de carácter unilateral, sin la resistencia ni oposición de los migrantes. Haciendo una analogía, se puede afirmar que era la condición de los judíos en tiempos del nacional socialismo alemán.

“… era un pueblo totalmente impotente, considerado un enemigo pérfido e irresistible por parte de los dirigentes y ejércitos cuyo poder era mayor; lo cierto es que la propia idea de que los judíos pudieran representar una amenaza para el poder de países como Alemania, Francia e Italia era ridícula. Pero una idea generalizada, puesto que, con escasas excepciones, casi toda Europa volvió la vista a otro lado mientras les mataban. Es una ironía de la historia que la palabra más usada para calificarles en la abominable jerga oficial del fascismo fuera «terroristas», del mismo modo que argelinos y vietnamitas fueron tachados de «terroristas» posteriormente por sus enemigos… Es estos momentos, el Estado judío está haciendo que Yasir Arafat –independientemente de su historia de errores y desgobierno- se sienta como uno de aquellos judíos perseguidos…, pero se puede decir que los palestinos actuales, bajo la ocupación israelí, son tan impotentes como los judíos en los años cuarenta. El ejército, la fuerza aérea y la marina de Israel, con gran ayuda económica de Estados Unidos, han creado el caos entre la población civil indefensa de Cisjordania y la franja de Gaza. Desde hace medio siglo, los palestinos son un pueblo desposeído, con millones de refugiados y la mayoría de los que quedan bajo una ocupación militar que se remonta a hace 35 años, a merced de los colonos armados que roban sistemáticamente sus tierras y un ejército que ha matado a miles de palestinos. Otros muchos están encarcelados, o han perdido el trabajo, o son refugiados por segunda o tercera vez, y no tienen derechos civiles ni humanos.”[30]

Sin embargo, las condiciones de los inmigrantes en todos los países del mundo son deprimentes y dramáticas, no sólo los ilegales son víctimas de represión, encarcelamiento o muerte, sino incluso quienes están incorporados a la vida política, militar y económica en los países donde son inmigrantes.

“El resultado es aproximadamente 11 millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos. La gran mayoría de esos hombres y mujeres simplemente buscan una vida mejor para sí mismos y sus hijos. Muchos se quedan en sectores de la economía con salarios bajos; trabajan arduamente, ahorran y no se meten en problemas. Pero debido a que viven en la clandestinidad, son vulnerables a empresas inescrupulosas que pagan menos del salario mínimo o trasgreden normas de seguridad laboral, y esto coloca en injusta desventaja a las empresas que cumplen con dichas normas y a los estadounidenses que exigen con razón el salario mínimo o sobretiempo. No se denuncian los crímenes, ya que las víctimas y los testigos temen apersonarse. […]. Y se pierden miles de millones en ingresos tributarios…”.[31]

En estas condiciones, no es posible esperar identidad de los inmigrantes con los valores y cultura con los ámbitos sociales donde laboran. Así, sin identidad social y sin compartir un destino común, están confinados a trabajar como máquinas, con prácticas individualistas o en pequeños grupos de coterráneos. De este modo, los migrantes han sido  convertidos en los desclasados en el presente globalizado, dispuestos a desempeñar cualquier labor, con miserables salarios y con precaria calidad de vida. Los migrantes excluidos, legales o ilegales, han sido convertidos en los nuevos ilotas del sistema, creados y al servicio incondicional de un sistema alienado por la ganancia, que los necesita para su reproducción en una época que no termina y ante tendencias que carecen de las fuerzas para destruir lo caduco y construir un mundo pletórico de democracia. Pero, el dramatismo de la presente crisis, es que los poderes prevalecientes destruyen la pluralidad orgánica de las sociedades civiles, así como, la tolerancia, la igualdad, la democracia y la posibilidad del desarrollo, por ello se aprecia la creciente creación de nuevos contingentes de excluidos, migrantes, pobres o desempleados, así como aparecen grupos mafiosos y corruptos que agudizan las desigualdades sociales. La polarización social, sin resistencia y sin organicidad de los sectores subalternos, configura un dramático horizonte en la globalización del presente.

La exclusión de inmigrantes es una determinación social que va más allá de las decisiones, voluntad y acción individual o institucional, que pone en evidencia prácticas extremas de un sistema social y político, que ha transgredido los valores y la ética que fundamentaba y legitimizaba su existencia. La crisis del sistema es tangible en todos los campos de la vida ciudadana, estatal y las relaciones internacionales, que validan pensamientos y prácticas regresivas colonialistas y patrimonialistas. La validación de la exclusión como un medio para la obtención de ganancia y el crecimiento, es el ejercicio encubierto de un poder político despótico, la  ley en Arizona -Ley ISB 1070-, es solo un ejemplo de un proyecto atrasado y racista, contra los inmigrantes y todo derecho humano.

Los procesos represivos que violentan los derechos humanos de los migrantes, en las sociedades del capital mundial, muestran con su práctica una condición de inseguridad, inestabilidad y miedo, ante la crisis, quiebra o liquidación concreta de las fuentes de su riqueza y privilegio social y político. La trasgresión a quienes más explotan, es la manifestación de una paranoia destructiva e ignorante, para tratar de conservar privilegios. El confinamiento a elementales formas de vida a los migrantes, es una expresión del propio miedo ante el preludio crítico, que pone en riesgo sus propias formas de vida y de reproducción económica.

El contraste social con la inmigración de las clases pudientes, muestra el carácter clasista que tienen las prácticas migratorias de los Estados. La inmigración de la clase adinerada, a diferencia de los migrantes-trabajadores, es altamente ponderada por la industria del turismo y por los entes empresariales y financieros, así como incentivada por los Estados contemporáneos. Las cifras alcanzadas entre viajeros y turistas en el año 2008, fue de 924 millones de personas, según la Organización Mundial del Turismo[32] y se estima para el año 2020, la cantidad de 1,600 millones de personas. La promoción al turismo para la rentabilidad, se contradice con la represión a los migrantes-trabajadores a quienes no reconocen su contribución en la generación de ganancias privadas e ingentes ingresos fiscales.

Las ideas en torno de la inmigración en los espacios sociales donde residen y trabajan los migrantes, están impregnadas de argumentos segregacionistas que les atribuyen ser los causantes de la desocupación, del mayor gasto social por parte de los Estados, de la precarización de los servicios públicos, así como de la mayor violencia y delincuencia en las sociedades, etc. Afirmaciones que son aceptadas sin fundamento, por identificaciones ideológicas, prejuiciadas y excluyentes, las cuales en muchos casos son alimentadas por una difusión mediática coludida con poderes autocráticos. La justificación de prácticas contra los inmigrantes-trabajadores, documentados o indocumentados, como contra los refugiados, desplazados y expatriados, son violaciones a los derechos ciudadanos, que trascienden al movimiento migratorio, para ser auténticos atentados políticos contra las poblaciones trabajadoras.

La existencia de trabajadores migrantes maltratados fuera de sus espacios nacionales, no marca una ruptura con respecto a su condición de vida en sus contextos nacionales, emigran por necesidad y ante carencias, como un medio que les permitan satisfacer las necesidades propias y familiares. La violación de los derechos ciudadanos de los inmigrantes es la continuación de un proceso de exclusión en sus países, sin embargo, son útiles y necesarios en las sociedades, porque laboran en las peores condiciones, mal remuneradas y en trabajos que son despreciados socialmente y que incluso son compartidos con otros migrantes[33], en sus propios espacios nacionales. Los trabajadores al emigrar no mejoran su calidad de vida, por el contrario, la empeoran porque son sobreexplotados, perseguidos y reprimidos, a la vez que perpetuán la condición de migrantes-excluidos, como una marca indeleble, a sus hijos y otros familiares. Las acciones contra los migrantes están más allá de consideraciones jurídicas, para relacionarse con despiadadas formas de racismo, como la peor expresión de la lucha de clases.

Los migrantes-trabajadores ya estaban confinados a una situación y condición de vida de extrema pobreza, el acto migratorio como medio para la subsistencia, es la regresión a formas elementales de vida social, sin duda la expulsión de trabajadores, nacionales y extranjeros, es un atentado de lesa humanidad.

 

Integración económica

La sociedad capitalista el presente es la sociedad que más riqueza material ha generado en la historia de la humanidad y paradójicamente muestra ser también la que mayor pobreza está generando en el mundo. Los procesos productivos, distribución, consumo e intercambio, se han articulado mundialmente como nunca antes, de este modo, los procesos económicos capitalistas muestran su naturaleza global.

La producción y el consumo nacional, se han convertido en medios para la articulación internacional, ya no constituyen un fin y una necesidad para la satisfacción de las necesidades y el bienestar nacional. Desde los inicios del capitalismo, la producción trascendía las necesidades nacionales, para ser destinada a ser consumida internacionalmente, hoy en día dicho proceso es ha profundizado, crece la producción para la exportación, pero ahora, sin atender las necesidades nacionales.

La articulación internacional era y es una necesidad para la realización de los valores plasmados en las mercancías. Se produce nacionalmente para ser consumida por el mundo, lo cual a su vez crea las condiciones para la internacionalización del capital y la producción. De este modo, se producen partes de mercancías en países para ser ensamblados en otros, por costos y productividad. Sin embargo, este proceso no concluye, el desplazamiento del capital y actividades económicas entre los espacios sociales es una regularidad, así como, es mayor la influencia política del capital mundial que impone condiciones favorables a su inversión y la subordinación de los intereses nacionales para producir para el mundo, mientras se pierde soberanía productiva y alimentaria, la vez que se crea inseguridad y se pierde soberanía alimentaria.[34]

En Costa Rica, la producción de piña para la exportación, ha significado la pérdida de muchas hectáreas para la producción de alimentos vegetales y animales para el consumo nacional, lo cual revela transparentemente la cosificación de las relaciones sociales, a la vez que constituye una disociación entre las necesidades de los productores y de la sociedad en los espacios de la producción. Esto es, se exportan mercancías baratas, que sintetizan la explotación del trabajo nacional, para la fijación de precios especulativos en otros mercados. La producción para la exportación genera pobreza, porque no se compensa el valor de la fuerza de trabajo en razón de la calidad de vida alcanzada, sino en razón de precios más bajos, competitivos, en el ámbito internacional. Una competitividad con pésimos salarios, empobrece y crea falsas ilusiones de trabajos mejor remunerados en otros espacios nacionales.

El desfalco de la fuerza de trabajo, los recursos de la naturaleza y el medio ambiente que realiza el capitalismo contemporáneo, son atentados contra la vida.

Las formas organizativas de las sociedades, han sido diversas y tienden hacia una mayor integración mundial. Las modalidades adoptadas para validar la ganancia como una fuerza articuladora en la sociedad, han sido diversas y heterogéneas, desde las invasiones y ocupaciones militares, la corrupción política, como mediación del poder económico o la imposición de tratados y convenios internacionales unilaterales. Sin embargo, la ganancia no es un fin en sí misma, como tampoco lo es la legislación, ni la ocupación militar. Las validaciones por la coacción, ideológicas o jurídicas constituyen los medios como se ha legalizado el poder autocrático en la sociedad mundial.

Los poderes nacionales que resistían los distintos embates hegemónicos, hoy en día son vulnerables o han cedido a las influencias políticas y económicas globales. Sin embargo, la integración mundial es un proceso irreversible, tanto por la socialidad y capacidad exploratoria de los humanos, como por la efectividad de los poderes para supeditar las relaciones sociales en los espacios de su influencia. Sin embargo, la globalización de los mercados, mercancías, capitales, de los patrimonios culturales de los pueblos, de los monumentos del pasado y las maravillas naturales, no se corresponden con el reconocimiento de las personas a migrar y establecerse libremente en los espacios que decidan convivir, a pesar que esta sociedad mundial es obra de todos los habitantes del planeta.

El trabajo en la sociedad capitalista es una condición para la valorización del capital y el trabajo asalariado es un requisito para su reproducción. La interdependencia, iguala en importancia a sus actores sociales, así, el trabajo pertenece al capital, como el capital pertenece al trabajo. Una determinación mutua que al no tener su correspondencia política ni distributiva, crea las bases para la imposibilidad reproductiva del capital y del trabajo. La sobreexplotación del trabajo, la exacción colonial de recursos y riquezas de los pueblos, serán algunas consecuencias transitorias de poderes desiguales, mientras se agudiza la crisis y el antagonismo social, económico y político de la aldea global.

El que las relaciones capitalistas contemporáneas se aproximen a las prácticas discriminatorias de regímenes colonialistas, son evidencias de un capitalismo que requiere de las formas antidemocráticas para paliar su inestabilidad y crisis. El garantizar crecimiento y rentabilidad a través de la sobreexplotación del trabajo y el uso con tecnologías del siglo XXI -informática, nanotecnología, ingeniería genética, microelectrónica-,[35] pero con relaciones laborales del siglo XVIII, muestra su carácter regresivo social y político en el presente.

Los migrantes son parte de los actores sociales involucrados en este proceso, que de modo desigual contribuyen al incremento de la valorización del capital, pero sin distribución de la riqueza, con extrema pobreza, iniquidad,  pérdida de calidad de vida y paradójicamente se ha creado una inmensa masa de pobres o excluidos, sin capacidad de consumo de la inmensa diversidad y cantidad de mercancías, que necesitan ser compradas. Las transiciones distributivas del salario de los trabajadores en los cuida carros, vigilantes, empleadas domésticas, trabajadores de la construcción, indigentes, desempleados o las remesas de los migrantes, crean efímeras capacidades adquisitivas alimentando el comercio y la recuperación de valores al capital productivo, pero no son soluciones que puedan perdurar. El desfalco del trabajo de ocupados y migrantes, son sólo formas transitorias que no resuelven la crisis sistémica, como tampoco lo son los auxilios financieros a las empresas globales en los países ricos.

La labor de los inmigrantes aumentan los excedentes con el trabajo barato y sin derechos, de este modo abaratan los bienes producidos, contribuyendo directamente en la competitividad empresarial, pero también son fuente de ingreso fiscal, pero también se nutren de divisas los países que expulsan poblaciones al trasladar salarios como remesas,[36] con lo cual se ayuda a familiares y dinamiza la economía en sus espacios originarios. Asimismo, los salarios de los migrantes y en general, los trabajadores contribuyen con recursos salariales a los entes financieros que manejan privada y estatalmente, los ahorros obligatorios para fondos de pensión complementarios, a la vez que los costo de envío de las remesas[37], alimenta el mercado financiero, así como incrementa la utilidad y liquidez de los negocios privados de las divisas, como ocurre con el caso mexicano,[38] que no son excepción para otros casos latinoamericanos. Los migrantes-trabajadores contribuyen a la economía en mayor proporción que otros trabajadores, pues son los trabajadores subalternos, excluidos a la vez que sobreexplotados por miedos, persecución o por ponderaciones sociales. Esto es, los migrantes son un gran negocio privado, estatal, financiero y mercantil, lo cual muestra la miseria del capitalismo, así como su tendencia contemporánea con los trabajadores en general.

El dogma capitalista por el crecimiento y la expansión, valorado como obra de la inversión extranjera directa y por el empleo de tecnología, es un prejuicio ideológico ignorante de la función del trabajo humano en la valorización del capital, así como niega la directa acción del trabajo en la competitividad y la rentabilidad.[39] De manera específica, los salarios de los migrantes, no sólo constituyen el medio para la subsistencia y la reproducción de sus empleadores, también adquieren una significación sistémica, los envíos de parte de sus salarios a los países originarios en el mundo, cumplen funciones reactivadoras económicas en sus espacios sociales. En el año 1990 las remesas en el mundo alcanzaron los US$ 31.000 millones, mientras que para el 2005, fue de US$ 200.000 millones (Banco Mundial, 2006) y de US$ 328.000 millones en el año 2008 (Banco Mundial, 2008). A pesar de la crisis, para el año 2009, las remesas en el mundo fueron de US$ 414.000 millones, en el cual participan 192 millones de migrantes. Los envíos, en 2009, a los países pobres eran de US$ 316.000, cifras sin duda importantes que alimenta un sistema y difiere su crisis[40]. Asimismo, la contribución de las remesas para paliar la inequidad y la pobreza, es superior en más del doble de la asistencia extranjera en los países pobres, de los recursos sociales dispuestos por sus Estados e incluso supera la inversión extranjera directa. Además, la efectividad de las remesas es directa, sin mediación alguna, en paliar las carencias a las poblaciones pobres y con ello se reactiva actividades mercantiles y productivas en tiempos críticos, pero sin ser una política ni pública.

El incremento de las magnitudes de las remesas se encuentra en directa correspondencia con el aumento de migrantes en el mundo, así las estimaciones para el año de 2008, los inmigrantes de la India enviaron US$ 27.000 millones; de China US$ 25.700 millones; México US$ 25.000 millones (Banco Mundial, 2008). El ingreso en América Latina por remesas fue de US$ 52,000 millones, lo cual supera a la Inversión Extranjera Directa y exceden en seis veces la asistencia oficial para el desarrollo en la región latinoamericana. En el Perú, las remesas en el año 2007, según cifras oficiales, fue de US$ 2.000 millones y se estima que para el periodo de 1990-2008, fue de US$ 18.739 millones.

Los migrantes son útiles y necesarios para los propietarios, la producción y el crecimiento de las ciudades y sociedades, por ello los Estados establecen cupos, visas o permisos temporales a los migrantes-trabajadores, lo cual es una transparente práctica contra los migrantes en razón de intereses y propósitos que le son ajenos, a la vez que la hace inconsistente y arbitraria. Pero, la contribución de los trabajadores, sólo será en la medida que exista trabajo y la remuneración satisfaga sus necesidades individuales y familiares.

Las prácticas excluyentes contra los migrantes-trabajadores, no podrán erradicarse mientras no sean considerados como sujetos con plenos derechos civiles, económicos y políticos, lo cual no solo será una reivindicación jurídica, sino también política, donde los actores no sólo serán los migrantes, sino los trabajadores, pues son tendencias presentes en las relaciones laborales del presente globalizado.

La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano adoptada por la Asamblea Constituyente Francesa, en agosto de 1789 y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, han sido logros formales alcanzados por las sociedades, los cuales eran vigentes mientras existían las fuerzas sociales y políticas que lo validaban. Sin embargo, las circunstancias del presente, son distintas, las sociedades civiles han perdido capacidad orgánica y los Estados perdido soberanía y poder para administrar lo común en una sociedad integrada. Condiciones que si bien no han derogado los derechos, no constituyen regulaciones reales ante poderes autocráticos en el espacio nacional ni global.

La paradoja de la libertad de los propietarios del capital, para invertir y realizar sus aspiraciones en cualquier espacio del planeta, contrasta con la pobreza, exclusión e iniquidad de quienes construyeron esas libertades para los propietarios. Mientras no existan o no se reconstruyan las condiciones sociales y políticas globales que respeten y amparen las diferencias entre personas, organizaciones, pueblos y culturas, será una utopía la democracia, la igualdad y la solidaridad en las sociedades civiles y sus Estados.

 


[1] Carlos Fuentes, Todas las familias felices

[2] Museo Cassinelli. Trujillo, Perú.

[3] Germaná, 2005: 20

[4] Santacreu, 2005

[5] Subirats, 2005

[6] Huaylupo, 2009

[7] Mummert, 1999

[8] La competencia por el acceso a los mismos mercados, son algunas de las manifestaciones contemporáneas, como se nutre la manipulación de sentimientos chovinistas que justifican prácticas e intereses privados, nunca públicos ni nacionales.

[9] García, 1991

[10] Silvert, 1965

[11] Benegas, 1997; Köhler, 1997

[12] Borja y Castells, 1998

[13] La constitución real de la nación y la constitución social del Estado, es simultánea con un movimiento nacionalista exitoso. Es retórica la equivalencia entre nación y país, el reconocimiento formal de un país y un Estado, no encarnan ni representan los intereses nacionales ni ciudadanos. Los movimientos sociales nacionalistas crean naciones y Estados sociales (Hobsbawm, 1990).

[14] Hobsbawm, 1990: 18

[15] La Ley de Inscripción y Cedulación Indígena N° 7225, fue promulgada el 19 de abril y publicada el 8 de mayo de 1991 (Gaceta, 1991). Toda la vida republicana costarricense hasta el cumplimiento de la Ley, los indígenas no existían para el Estado, no eran reconocidos como ciudadanos, ni sus derechos amparados.

[16] Hobsbawm, 2004: 14

[17] Kymlicka, 1996

[18] Zavaleta, 2009

[19] Himkelammert, 2003

[20] George Rudé (1978, 1981a, 1981b) y Carlos Pereyra (1979, 1980, 1984), entre otros rescatan la visión de la colectividad en la historia de las sociedades.

[21] Sánchez, 2007

[22] Obama, 2010

[23] Quiroga y Sòria, 2010

[24] Morales, 2007

[25] Alonso, 2010

[26] Wallerstein, 2007: 1

[27] El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos en Honduras, Ramón Custodio, denuncia la persistencia del uso excesivo de la fuerza y detenciones arbitrarias por parte de quienes realizan controles de  migración. “La gran mayoría de estos abusos no se investiga con seriedad y los responsables rara vez rinden cuentas de sus actos, lo que fomenta un clima de impunidad”. Los migrantes se enfrentan a los abusos de las bandas delictivas, como secuestros, extorsión y tortura, por parte de las propias autoridades policiales y militares (La Tribuna, 2010).

"Las personas migrantes en México se enfrentan a una crisis de derechos humanos que las deja prácticamente sin acceso a la justicia, por miedo a represalias y a ser deportadas del país si denuncian los abusos", expresó Rupert Knox, investigador de Amnistía Internacional.

[28] Aspecto que tiende a cambiar por las protestas, movilización y organicidad de los migrantes, así lo muestran las huelgas emprendidas por inmigrantes mexicanos y latinoamericanos por violación a sus derechos laborales y migratorios en diversas ciudades en EE.UU (Brooks, 2006); las huelgas de inmigrantes, en cuatro países europeos (España, Francia, Italia y Grecia), “Un día sin inmigrantes”, fue una huelga de trabajo y consumo efectuada el 1º de marzo del 2010 (Kaosenlared, 2010); la huelga de hambre de cuatro inmigrantes hondureños, el 1º de enero del 2010, protestan en la Florida por el cese de las redadas, que han ocasionado en periodos recientes 181,000 detenciones y 215,000 deportaciones (El Heraldo, 2010). Asimismo, las recientes movilizaciones contra la Ley de Arizona –abril 2010-, que discrimina y penaliza la inmigración ilegal, ha sido repudiada el 1º de mayo del 2010, con movilizaciones en 70 ciudades norteamericanas. Dicha ley podría afectar a 44 millones de inmigrantes hispanos en los Estados Unidos (Agencias, 2010). La aprobación en la ley discriminatoria y racista contra los migrantes en Arizona es la materialización de un proyecto impulsado durante el gobierno de George W. Bush, rechazado por el senado, el cual negaba la amnistía a once millones de trabajadores migrantes y agudizaba el control y la represión a migrantes (Europa Press, 2006). Los inmigrantes están construyendo democracia, defendiendo sus derechos, también contribuyen al respeto de los derechos de todos los trabajadores de sus espacios laborales.

[29] El asesinato de migrantes en México, pone en evidencia el reclutamiento de migrantes como sicarios en las bandas extremistas que han implantado gobiernos de terror en diversas zonas del área. La opción delincuencial a los expulsados de sus sociedades, constituye un peligro para la vida y derechos de los migrantes y las sociedades.

[30] Said, s/f

[31] Obama, 2010

[32] Lacarrieu, 2009

[33] Los nacionales por diversas razones, jurídicas, prestigio, dignidad, presión social, u otras, no desempeñan determinadas labores en sus propios espacios, así, los cogedores de café en Costa Rica son efectuados básicamente, por nicaragüenses e indígenas panameños, mientras que los migrantes centroamericanos y suramericanos son los trabajadores urbanos y agrícolas en labores despreciadas en el espacio norteamericano.

[34] Huaylupo, 2009

[35] Gilly y Roux, 2009; Castells, 1998

[36] Salas y Pérez, 2006

[37] Se estima que la disminución en 5 puntos el costo de los envíos de dólares a los lugares de origen, se dispondrían US$ 16.000 millones por año para los migrantes o sus familiares, lo cual revela la importancia que tienen las remesas para los corredores de divisas.

[38] CESOP, 2004

[39] Huaylupo, 2001

[40] Las cifras son registros efectuados a partir de datos de 200 corredores, los cuales representan a 29 de los principales países desde donde se envía el dinero y 86 países receptores, lo cual es aproximadamente el 60% del total del registro de las remesas, sin tener estimaciones de envíos por vías informales.

 

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