Ricardo Flores Magón, otra vez. (Reseña crítica)[1]

Hilario Topete Lara[2]

 

Hace muchos ayeres hice de Ricardo Flores Magón uno de mis personajes favoritos, y aún lo es. Me he aproximado a él en dos ocasiones: una para tratar de entender las constelaciones de ideas entre las que una estrella fugaz, Ricardo, como muchos otros libertarios, algo especial ofrecía; por cierto, parte de mi fichero acabó en formato de libro (Topete, 1998). Acercarme a ese universo de ideas podría ayudarme a entender cómo era posible un revolucionario sin tocar una arma y sin participar en una refriega; cómo un anarquista pudo convivir entre liberales jacobinos, socialistas y, entre otros, anarcosindicalistas; cómo pudo pasar más de la mitad de su vida fuera de su país y en prisión sin permitirse doblegar la cerviz; y muchos “cómo” más. La segunda ocasión cambié de estrategia para conocer más en torno de su vida previa a la primera autocalificación de Ricardo como “anarquista”, es decir, incursionar en la vida familiar, la generación y el contexto (Topete, 2005). La primera vez fallé; la segunda, también. Desde entonces leo a quienes han hecho de Ricardo Flores Magón su personaje de estudio y vivo en la admiración hacia quienes lo hacen proponiendo algo nuevo. En ese ínterin me dije: hay que pensar a Ricardo como ser humano y preparé la que fue mi última acción en relación con él: una conferencia en el Foro Alicia, donde un sector del público se molestó porque hablé del anarquista como un ser humano; yo me di por satisfecho y nunca más volví  a hablar sobre el tema.

Esta etapa de mi prudente y distante relación con el que fue durante años el cerebro de Regeneración, terminó al caer en mis manos un libro, El regreso del camarada Ricardo Flores Magón, de Claudio Lomnitz. Fue una sorpresa agradable y agradecible por la calidad del texto, pero aún más lo es porque hace más de cuatro lustros yo había lanzado una provocación que a nadie inmutó. Dudo mucho que Claudio la haya leído porque fue en mi tesis de maestría y en un extenso ensayo que sólo Contribuciones desde Coatepec se atrevió a publicar en 2005 en una versión recortada. La provocación era para escudriñar más en la generación del ’92 adicionalmente, ahondar en el contexto en el que se prohijó  y sepultó al Partido Liberal Mexicano. Lomnitz, sin deberla ni temerla, lo ha hecho y de encomiable manera.

Los estudios generacionales, de sociología histórica en los que política, ideas y cultura eran vistos en diversas relaciones no son nuevas. Por citar sólo dos casos, lo han hecho David Cockfrot (1999) y Françoise Xavier Guerra (1998) con la mirada puesta en la Revolución Mexicana y sus pródromos. Pero mirar a un personaje prosopográficamente, con amenidad y con arrojo, sin miedo al uso del “posiblemente”, del “quizá”, del “no tengo información suficiente”, del “yo creo”; lo hace: los usa y va asentando la crítica de la fuente con juicios de valor incluidos; arrojando interpretaciones a diestra y siniestra, etcétera. Hace eso que a la luz de los historiadores clásicos podría parecer chocante, pero es justamente uno de los atractivos de la obra, dicho sea esto a título personal porque yo de historiador tengo sólo las intenciones. Afortunadamente no se trata de un libro de historia con preocupaciones, técnicas y teorías convencionales; más parece una búsqueda sociohistórica con algo adicional que le da una estrategia narrativa algo parecida a Quince Uñas y Casanova aventureros (1984). Los calificativos sirven de muy poco, pero hay que decir que el texto está próximo a una historia novelada por el predominio de la historiografía, la fuente, el dato. Poco o nada hay en él de ficción, y lo que sugiere que hay algo de ella en el trabajo son conjeturas en forma de hipótesis y lamentaciones por la falta de más datos; sin embargo, en tanto tales, no entran en el terreno de la ficción, sino del diálogo simultáneo con las fuentes y con el lector.

Lomnitz ha atravesado los caminos de Diego Abad de Santillán (1988), y José Cayetano Valadés (2013), entre decenas de historiadores y biógrafos de Ricardo Flores Magón; ha navegado entre novelas, cuentos y poemas de pelemistas,  a los que ha agregado el Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el relativamente reciente Archivo de Enrique Flores Magón; ha recorrido, como muchos otros, las páginas de Regeneración, de la familia del Ahuizote; Sometió a revisión los documentos que nos legó Ethel Duffy Turner; sí, la compañera de Jonh Keneth Turner (1998), quien nos obsequió su México bárbaro con unas estampas apocalípticas de la miseria humana que en aras del capital se vivía en Valle Nacional y en la península de Yucatán[3] y que a su vez vivió en carne propia un segmento de la decena trágica); consultó, además, un material que es fundamental para entender los años mozos de los hijos de Teodoro y Margarita y toda la generación de 1892, El Demócrata, cuya escrupulosa lectura nos ha puesto a dudar en algo sobre la imagen que Enrique Flores Magón confirió a Samuel Kaplan (1960) en su libro Peleamos contra la injusticia.

Siempre sostuve que arrancar y girar exclusivamente alrededor de ese libro para entender a Ricardo –y lo que se ha dado en llamar en la historia como magonismo-, es un desatino. Con esa idea en mente hace más  de cuatro décadas hube de viajar a  San Antonio Eloxochitlán para conocer los paisajes que conocieron su padre y Ricardo en su juventud; el proyecto era conversar con los viejos en torno de lo que era ser “Tata”, que yo vinculé con el sistema de cargos. No estaba equivocado y regresé con la certeza que Ricardo, quien casi no vivió allí tenía más “arrastre” que su padre, a quien nos presenta Enrique como un Tata. Esta idea no pude confirmarla con la información obtenida, pero obtuve otras cosas, como la siguiente.

Me intrigaba, como antropólogo, un relato en el que se romantizaba la vida comunitaria en la mazateca que Lomnitz ha identificado con un pasaje de La rosa blanca, de Bruno Traven (2000) y que a mí me parece una personal recreación de algunos pasajes de La conquista del pan de Piotr Kropotkin (1988).[4] Esto no era con exactitud lo que se recordaba de las prácticas comunitarias en Eloxochitlán y menos aún  Teotitlán del Camino porque no había comunismo, sino prácticas comunalistas sedimentadas y corriendo por las líneas del parentesco.[5]

Asimismo, por ese tiempo yo rastreaba la infancia y la temprana juventud de los tres hermanos y pude enterarme que Ricardo fue a la Escuela Nacional Primaria No. 1 y que su estancia en la Escuela Nacional Preparatoria bien vale la pena una nueva búsqueda de fuentes porque, a diferencia de Jesús y Enrique, no fue un estudiante destacado, según  mis indagaciones; aún más: agregado a que no terminó la carrera de leyes, en ocasiones no se presentó a exámenes (al parecer la bohemia lo había arrastrado poderosamente a los caminos del ajenjo y las prostitutas,[6] en contraste con sus lecturas de Nezahualcóyotl y poetas de su época de quien se dice, solía recitar de memoria algunos poemas de ellos). Su hermano Enrique, que se reputa desde siempre antigobiernista y antiporfirista en la obra de Kaplan, había trabajado para la administración Díaz en una circunstancia que pudiera parecer paradójica y hasta contradictoria con sus propios testimonios conferidos al periodista. Pero casi nadie lo había notado, aunque cualquier historiador sabe que el ultimogénito de los Flores Magón estaba pensando de frente a la historia y en la mitografía que suele envolverla. Pero regreso al libro, que es de lo que debemos hablar.

El libro es de un “peso” notable, por su paginado, y no muy recomendable para lectores de sólo El Libro Vaquero o las novelas de Corín Tellado, aunque es por demás ameno; tampoco lo es para quienes han hecho de Ricardo Flores Magón y correligionarios objetos de culto. Las razones: Enrique aparece por instantes dubitativo, en calidad de comodín aunque mucho más tiempo plegado al proyecto de Ricardo; eso explica, aunque Lomnitz no lo diga, por qué, luego de pasada la marea revolucionaria, Enrique no tuviese empacho en trabajar a favor de algunos candidatos a la presidencia y colaborase con el gobierno. Jesús, más pragmático, se convirtió tempranamente en un “hombre del sistema”. Ricardo es más soñador, como atrapado por “la idea” regeneracionista, aunque mucho más radical que sus símiles y antecesores del movimiento regeneracionista español (que por cierto tuvo como órgano de difusión, entre otros, a La Regeneración, homónimo del de Ricardo y Enrique). Lázaro Gutiérrez de Lara, más socialista que anarquista, es una pieza fundamental de los movimientos armados que antecedieron a la revolución mexicana y,  junto con Sarabia, conservaron también una gran asiduidad con Ricardo. Y aquí hay una larga cadena de etcéteras donde tienen cabida, como en ningún estudio anterior sobre los libertarios mexicanos, las mujeres: Ethel Duffy Turner y Elizabeth Trowbridge Sarabia, uno de los principales soportes económicos de eso que hoy mal llamamos magonismo. En suma, no es un libro complaciente y, a propósito, habrá más de alguien que leerá con repugnancia el calificativo “Camarada” asociado a Ricardo Flores Magón, a pesar de que él mismo lo utilizara en vida, por ejemplo cuando se dirigió a Helen White.

Es un compendio del ascenso de un proyecto liberal que transitó al anarquismo en condiciones de constante persecución y a distancia de México, que se apretuja en 718 páginas con una buena dosis de imágenes que dialogan con el -o relevan al- texto; alguna, por allí, aunque ilustrativa de la carencia de fotoshop a principio de siglo XX, está, quizá, en el lugar menos productivo (p. 416). Muchas de las 71 ilustraciones son desconocidas aún por los conocedores de los Magón y sus correligionarios; otras veces se trata de imágenes que ilustran muy bien el espíritu de la época. A propósito, Claudio emprende una lectura de contexto e imágenes que nos descubren el espíritu del Dandi que campea en su generación y se desliza por entre las imágenes[7]; pero no lo es todo: en ese contexto también nos entrega un retrato de la infancia de los Flores Magón, de los amoríos e infidelidades de Teodoro, de los medios hermanos paternos y maternos y, años más tarde, de la bohemia en que estaba envuelta la generación, sobre todo la generación de 1892 donde estaban Arnoux, Claussel, Gutiérrez de Lara y los tres Flores Magón, entre otros; de una bohemia que dejó en Ricardo una esterilidad, quizá debida a una espiroqueta pálida que no recibió su oportuna dosis de mercurio.[8] Una generación cobijada por liberales de la Talla de Filomeno Mata con quienes, agrego desde mi memoria, de acuerdo con las gacetillas que consulté, compartieron horas y en ocasiones días, de prisión en sus tiempos de estudiantes cuando encarcelados por sus publicaciones. Lomnitz nos retrata a un trío unido por el fuerte carácter de Margarita Magón y por un padre que los abandonó tempranamente dejando una herencia en tierras que fue a parar,  al parecer, a manos del primogénito varón que Teodoro engendró con su primera esposa. Un trío prohijado  por un coronel táctico que luchó por las causas de Porfirio Díaz quien –sostengo, sin tener los elementos suficientes para probarlo- algo tuvo que ver en las excarcelaciones inexplicables y recusadas a Jesús y a Ricardo, aunque Claudio no se ocupe del detalle en medio de múltiples suspicacias e interpretaciones que nos ofrece en su libro.

Es un  que parece como de manufactura simple, aparentemente sin pretensiones de dirigirse a un público académico pero con erudición y despliegue analítico, lo que quiere decir que es asequible por cualquier lector; el tono de chisme (p. ej. entre las pp. 500-507) que se desliza horizontal, vertical y transversalmente, le confiere un plus que lo torna seductor, aunque extraña que no haya puesto más en relieve las cartas que dirigiera Ricardo a Enrique desde Amapa, cerca de Valle Nacional, donde conoció la brutalidad en las plantaciones de tabaco que terminaría denunciando John Keneth Turner en su México Bárbaro, una historia que narra amenamente Claudio en uno de sus capítulos cuya manufactura hubiese elogiado Sir Arthur Conan Doyle por su tono detectivesco.

Del periodo prerrevolucionario me quedo también con esa puesta en relieve no de lo que sabíamos en torno de las persecuciones que sufrieron desde inicios del siglo XX tanto en Estados Unidos como en México cuyo maridaje terminaría por aniquilar lo que pudo ser la primera revolución anarquista, sino, dejando de lado las segundas versiones sobre el tema, muy bien documentadas, me quedo –repito- con la puesta en escena de las escisiones internas del PLM y la revaloración de “los traidores” que no lo fueron, de la supuesta homosexualidad de Antonio I. Villareal cacareada a destiempo, de las correligionarias lesbianas cuya conducta sexual reprobase Ricardo airadamente en una franca intolerancia que sólo podría competir contra su sinofobia; me quedo con la descripción detallada de los levantamientos armados descoordinados y las rencillas de los que los encabezaron; y entre otras cosas, con el proceso de desmoronamiento del grupo liberal en plena revolución mexicana; la pendiente cuesta abajo se ha interpretado muchas veces través de los escritos de Ricardo y Enrique y no a través del análisis del proceso, quizá debido a la insuficiencia de fuentes. Me lo quedo porque poco se sabe al respecto y coadyuva a atenuar el poder de la mitografía tejida en torno del anarquismo mexicano. Me lo quedo porque así Ricardo cada vez más parece un ser humano que un ser impoluto, perfecto, casi Dios, como otros -Diego Abad de Santillán, por ejemplo- nos lo han presentado; la historia de bronce funciona mejor para las películas de Hollywood y para quienes no quieren o no saben mirar la realidad en toda su complejidad. Me quedo con la puesta a descubierto del polémico episodio sobre Palomas y el plan ideado por Enrique para esa incursión armada, según su propia versión. Me lo quedo porque cuando Enrique escribió pasado el maremoto de la revolución mexicana, y cuando confirió sus memorias a Kaplan, siempre estuvo mirando a la historia de frente en sus memorias y produjo datos que eran una mezcla de sus lecturas y de sus propósitos, como aquel pasaje en el cual describe el modo de vida de los mazatecos o cuando se hace aparecer, junto con sus hermanos, al frente de El Demócrata con discursos incendiarios en 1892, cuando Ricardo era sólo un repórter, no periodista ni editorialista, y Enrique no es mencionado en lado alguno. Basta con buscar los nombres en todos los ejemplares de la corta vida del periódico y se corrobora.

De más tarde, me quedo, por lo novedoso que es para mí, con el episodio de Dick Ferris, la importancia que tiene la publicidad para generar oportunidades para los que la generan y saben utilizarla; me quedo con el tratamiento que da al filibusterismo en Baja California y cómo Tía Juana Springs se convirtió en centro de juego y prostitución (pp. 480 y ss). Adicionalmente, cómo vincula cada paso de la Junta y del Maderismo (más tarde el delahuertismo y luego el carrancismo, entre otros “ismos”) para dibujar la debacle de un proyecto liberal que es abandonado por uno definitivamente anarquista hacia 1913, a la vez que del proyecto se va quedando sin correligionarios por una mala lectura de los flujos de acontecimientos y de la política de facciones.

Claudio tiene oficio para escribir y deja que las ideas, los argumentos e interpretaciones sigan su curso natural, a riesgo de que se cuele el juicio fácil, como aquél con que hace acompañar una imagen de Alfred Sanftleben acariciando un gato, que le sugiere –el gato- que el amo, por ello, posee la sensibilidad de un romántico (p. 395). Se vale y es su responsabilidad.

Tiene oficio y a momentos no pude evitar que la imagen de La muerte de Artemio Cruz (Fuentes, 2008) viniera a mi mente, quizá menos por la narrativa que por el manejo del tiempo en tornos y retornos que aparecen como bucles que se entrelazan y tangencialmente coinciden una y otra vez en su desplazamiento, como en el vórtex planetario. Tiene oficio y nos produce el vértigo de la incertidumbre por no saber si uno está a ratos  frente a una novela histórica o a una historia novelada interrumpida la una o la otra por una crítica de la fuente que no se refugió tímidamente en el Taller del Historiador,[9] sino que se fue a los pasillos de la obra. A propósito, el apartado de entre las páginas 631 y 637, dedicado a la relación de Ricardo con Helen White tiene chispazos literarios de muy buena manufactura.

Tiene oficio y bien debería ser un excelente duelista de fines del siglo XIX, aunque no en la tesitura del Villarreal destrozado por Ricardo (p. 526) y llevar al campo del honor a su corrector de estilo que dejó ir al menos una media decena de errores de correspondencia gramatical y algunas precisiones de citaje (p. 480).  Su oficio es tal que a momentos pareciera que simpatiza con la idea de que Ricardo=Regeneración y viceversa y uno pudiera no darse cuenta de ello. En efecto,  son tales las bondades que el proceso de caída a tumbos de Regeneración y de la vida de Ricardo sometidos a la lupa no solo de las fuentes, sino del análisis y crítica de la fuente, podrán disculpar que algunas fotografías puedan estar fuera de lugar (p. 530) o que no refieren exactamente lo que se indica, como aquella de la página 658 en la que se tiene al furgón 516 que transportó el cadáver de Flores Magón de Ciudad Juárez a México, y en una cita se hace referencia  a la locomotora 910; el lector está obligado a pensar que el furgón bien puede ser usado para arrastre de carga liviana y no pensarlo exclusivamente como un carro de carga o que la fotografía es de un momento diferente al que refiere el texto.

Claudio no afloja el paso. Termina a tambor batiente atando hilos aquende, allende, allá y acullá. No para de atar hilos, al extremo que no termina con el cabo que llega hasta la muerte de Ricardo, sino también la de Manuel Sarabia, Elizabeth Trowbridge, Blas Lara, Lázaro Gutiérrez de Lara, Antonio Villareal. Su espíritu sepulturero deja a casi todos en la tumba, así como para que nadie se quede colgado de la brocha; los únicos títeres con cabeza serán al final, Enrique Flores Magón, Jesús Flores Magón, María Brouse, y los hijos de los miembros de La Junta, entre otros.

En suma, al trabajo de Claudio Lomnitz bien vale la pena dedicarle los poco menos de dos centenas de horas que implica la lectura de este, su más reciente libro y quien invierta en ello, no se arrepentirá porque estará en condiciones de ingresar a una forma muy peculiar de ensamblar historia, antropología, sociología, psicología freudiana, algo de semiótica y otro tanto de estética. Particularmente, puede asistir al proceso de un personaje que experimenta el proceso de conversión de un liberalismo crítico y radical, o jacobino a la mexicana, hasta la proclamación de un anarcocomunismo fundado en la ayuda mutua, en el amor como argamasa y en la felicidad colectiva como fin último. A conocer un personaje con sus aciertos y sus errores, con una enorme pasión por predicar la libertad.

 

Notas:

[1] Lomnitz, Claudio (2016), El regreso del camarada Ricardo Flores Magón, México, Era, 718 pp. ISBN 978-607-445-432-1,71 Ils.

[2] Profesor-Investigador en la Escuela Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (México). Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..

[3] La referencia al “infierno” de Yucatán y los esclavos de Valle Nacional (Oaxaca), se encuentran en los capítulos I, IV, y V.

[4] El pasaje a que hago referencia dice, literalmente: ¡Qué distinta es la vida en Teotitlán y su región a la vida en gran parte de este pobre México! En Teotitlán todo se posee en común, menos las mujeres. Toda la tierra alrededor de cada uno de nuestros pueblos pertenece a la comunidad entera. Todas las mañanas salimos a trabajar la tierra. Todos, menos los, enfermos, los inválidos, los viejos, las mujeres y los niños. Y cada cual lo hace con alegría, porque le da fuerzas saber que el trabajo que él y sus compañeros realizan es para el bien común. Llega el tiempo de la cosecha. Observen, hijos míos, cómo se dividen las cosechas entre los miembros de la tribu. Cada uno recibe su parte de acuerdo con sus necesidades. Véase S. Kaplan, op. cit., p. 13.

[5] Entre esas prácticas comunalistas destacaban el tequio, el servicio comunitario civil y el religioso, y la mano vuelta, entre otras.

[6] Los pasajes de la bohemia y los amoríos con mujeres de “la más sospechosa conducta”, capítulo olvidado por Enrique, fueron expuestos, por vez primera en J. C. Valadés (1986: 17).

[7] El fenómeno del “dandismo” escasamente se había tocado en estudios de la época y menos aún vinculado a los Flores Magón, como si éstos hubieran girado en una órbita diferente. Al respecto vale la pena recordar que uno de los pocos texto de autoría personal en El Demócrata bajo la firma de un Flores Magón, es el de Jesús denunciando la prohibición de usar bastón y sombrero de copa alta en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Bastón, guantes y sombrero de copa alta eran icónicos del Dandi.

[8] La posible esterilidad y su vinculación con una sífilis inoportunamente atendida se debe a las memorias de Librado Rivera. Véase  J. C. Valadés, (Loc. cit.). Lomnitz no lo comentó en su libro.

[9] La expresión está dicha a manera de metáfora utilizando el título de la obra de L. P. Curtis (1996).

 

Bibliografía:

Abad de Santillán, Diego (1988). Ricardo Flores Magón, el apóstol de la revolución social mexicana, México, Antorcha.

Cockfrot, James D. (1999). Precursores intelectuales de la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI.

Curtis, L. P. (1996). El taller del historiador, México, Fondo de Cultura Económica.

Fuentes, Carlos (2008). La muerte de Artemio Cruz, México Alfaguara.

Guerra, Françoise-Xavier (1988). Del antiguo régimen a la revolución, México, Fondo de Cultura Económica.

Kaplan, Samuel (1960). Peleamos contra la injusticia (2 tt.)., México, Libro Mex Editores.

Kropotkin (1988). La conquista del pan, México, Ediciones Antorcha.

Topete Lara, Hilario (1998). Ideas en movimiento, México, Taller Abierto.

Topete Lara (2005). “Los flores Magón y su circunstancia”, en Contribuciones desde Coatepec, núm. 8, Toluca, UAEM.

Traven, Bruno (2000). La rosa blanca, México, Selector.

Turner, John K. (1998). México Bárbaro, Época, México

Valadés, José Cayetano (2013). Historia general de la revolución mexicana (5 tt.). México, Porrúa.

Zamora Plowes, Leopoldo (1984). Quince uñas y Casanova aventureros, México, Patria.

 

Cómo citar este artículo:

TOPETE LARA, Hilario, (2017) “Ricardo Flores Magón, otra vez. (Reseña crítica)”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 30, enero-marzo, 2017. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1446&catid=12