El crecimiento urbano sostenido y la necesidad del ordenamiento territorial compatible eco-social

Sustained urban growth and the need for compatible land use eco-social

Crescimento urbano sustentado e a necessidade de compatibilidade do uso da terra eco-sociais

Roque Juan Carrasco Aquino[1] y Guillermo Torres Carral[2]

Recibido: 11-05-2016 Aprobado: 12-06-2016

 

Introducción

Las grandes ciudades en el mundo actual han sufrido un proceso de crecimiento acelerado e ininterrumpido. En ellas destaca como característica principal la deshumanización y depredación de los ecosistemas, pero también que debido a la enorme centralización de servicios y actividades económicas, estén buscando la ordenación ecológica de su espacio, cumpliendo así los fines con que fueron construidas: un espacio de convivencia armónica, intercambio sociocultural fluido, espacios compactos, distancias más cortas para los intercambios socioeconómicos, un tejido urbano que integraba su entorno inmediato, incluyente, con valores que respetaban localidad de vida, etc. (como: la ciudad jardín de Howard; la ciudad lineal de Arturo Soria, entre otras propuestas resaltaban entonces). Sin embargo, actualmente sobre todo en los países atrasados y pobres como en Latinoamérica, aquéllas distan de ser ciudades habitables y ordenadas. De esta manera, sus zonas metropolitanas tienden hacia el agotamiento del suelo agrícola próximo a las ciudades, y la ausencia de espacios suficientes destinados a áreas verdes, además de contaminación atmosférica, polución por partículas suspendidas en el ambiente, incremento de CO2, SO2 (National Academy Press, 1997; Nino Y Baetz, 1996), que son síntomas evidentes de un desarrollo desmedido e insostenible, y con ello: vulnerabilidad socioambiental, estrés, enfermedades gastrointestinales, respiratorias, poco acceso a alimentos, agua disponible, pérdida de biodiversidad, etcétera.

Así pues, hoy estamos frente a una ciudad que, si bien desearíamos mejorarla y llevar una vida más armónica en ella, por lo contrario, está resultando en una débil convivencia y estando presente una serie de incertidumbres fincadas en rupturas orgánicas con la tierra y las comunidades. Así pues los intersticios habitables de la ciudad se vuelven cada vez distantes. De una ciudad compacta del pasado, hoy está en entredicho por el avance del modelo de ciudad funcional, abierta a las nuevas demandas de los usos del suelo y al consumo y transformación del territorio acicateados por una creciente demanda de recursos en energía y materia (Fernández y Vega, 1996).

 

Virtudes de una ciudad compatible con los seres humanos y los ecosistemas

En algunas de las metrópolis de hoy día, están presentes virtudes que resaltan sobre sus vicios; pero son tantos éstos que sus virtudes han cedido terreno ante las múltiples transformaciones irracionales que se han hecho sobre el territorio, principalmente, por la demanda del suelo urbano. En respuesta, la ciudad se convierte en un ámbito de convivencia paradójica: construcción de infraestructura urbana contraria a las necesidades de la población, uso irracional de recursos no renovables, destrucción de agroecosistemas tradicionales, concentración y centralización de servicios públicos en un territorio densificado; crecimiento y dispersión de habitantes por la geografía física del suelo urbano y no urbanizado. En contra parte, déficit en los servicios, y en los usos de suelo destinados para áreas verdes, el consumismo de energía y materia, asimismo se incrementan las distancias. La ciudad se vuelve más fragmentada, difusa y excluyente, con mayores sectores pobres, marginalización de jóvenes, aumentando la contaminación atmosférica, de los mantos freáticos; existiendo una acentuación en los índices de degradación socio-ambiental, como consecuencia del incremento de automóviles (la congestión vial, contribuye al cambio climático), aunque más modernos; lo que no deja de agudizar las causas del cambio climático.


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Sin embargo, por lo anteriormente dicho, existe la posibilidad de generar propuestas alternativas hacia una ciudad sostenible, tomando en consideración el planteamiento del Consejo Internacional de Iniciativas Ambientales (ICLEI), que indica que, una ciudad sostenible “…es aquella que ofrece servicios ambientales, sociales y económicos básicos a todos los miembros de una comunidad sin poner en peligro la vida y reforzando los entornos naturales, construidos y sociales de los que depende el ofrecimiento de estos servicios” (Rueda, 1998). Propuesta que desde la perspectiva de la Unión Mundial de la Conservación, en 1991, (Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas y el Fomento Mundial para la Conservación de la Naturaleza, 1991), deshojaba una iniciativa que sería la base de la cual se extrajo la definición anterior: “el desarrollo sostenible implica mejora de la calidad de vida dentro de los límites del ecosistema” (Wackernagel, 1996).

Tal propuesta, también tiene su origen en el Informe Brundtland (1987): “El desarrollo sostenible es aquel que atiende las necesidades del presente sin poner en peligro la posibilidad de que las futuras generaciones puedan atender las suyas”. Por su parte, El Serafy, se refiere al mismo informe y lo considera como una “necesidad”. En especial, a las necesidades de los pobres del mundo, a las que hay que dar prioridad; tomando en cuenta las limitaciones impuestas por el nivel de la tecnología y la organización social, así como la capacidad del medio ambiente para responder a las necesidades humanas actuales y futuras (El Serafy, 1997).

El crecimiento megapolitano, que actualmente estamos viviendo en la Ciudad de México desde 1970, reforzado con el neoliberalismo, tiene en parte una explicación de hechos históricos que se conjugan por la concentración y centralización del capital inmobiliario que sigue el curso de la renta urbana, resultando en que las grandes metrópolis subsumen a las periferias: Madrid, Barcelona, Paris, Londres, México D.F., Buenos Aires, Sao Paolo, etc. En virtud de que, existe un fenómeno que irradia a la ciudad central para dar forma y contenido a las concentraciones espaciales con sus múltiples actividades; primero, genera problemas por el tipo de crecimiento y absorbe su entorno; y segundo, la región metropolitana sobre una base artesanal, producción primaria, agrícola, sociabilidad campesina, tiene un modelo de desarrollo con tendencia hacia la ciudad difusa (metropolización del territorio, incorporación de pequeñas ciudades, pueblos etc.). Un modelo que llevado al extremo, es funcionalmente inviable, ecológicamente insostenible y socialmente insolidario. Este modelo de conurbación difusa[3] tiende a la máxima ocupación del suelo, que por cierto es invadido por urbanizaciones e industrias sin contar con los servicios para cubrir adecuadamente las necesidades, y exacerba una movilidad fuertemente dependiente del transporte privado, lo cual plantea construir una red cada vez mayor de autopistas y autovías junto a áreas de gran desarrollo, zonas de atraso (Atlacomulco) (ciudad dicotómica), que a su vez potencian la tendencia a la dispersión y acentúan la desvertebración del territorio (del Periódico El País, 1998).

Sin embargo, el hecho mismo de utilizar el concepto de sostenibilidad ha sido más popular (aunque contradictorio y limitado) que tiende cada vez más ser aceptado por la sociedad, demuestra la preocupación ambiental que está emergiendo. Siguiendo a Voula, al referirse al mismo concepto, nos indica que, el principio de sostenibilidad urbana vincula a las ciudades con su conciencia universal. El concepto se ha definido de diferentes formas. Se tiene cada vez más a definirlo como un proceso y no como un punto final, como un viaje más que como un destino. Al mismo tiempo retoma del Primer informe de la Comisión Europea sobre la Ciudad Sostenible (UE 1994) que, la sostenibilidad medioambiental no puede entenderse sin igualdad social y sostenibilidad económica. En suma retomamos lo que en diferentes autores coinciden: “sostenibilidad es la equidad prolongada en el futuro, la armonía en el porvenir; asimismo, es la que llega a equilibrar su progreso económico, social y ambiental con procesos de participación ciudadana activa” (Voula, 1997).

 

Ordenación del territorio urbano

Es necesario hacer una precisión del término Ordenamiento Territorial; concepto que es importante aclarar a la hora de enmarcar nuestro estudio. Ya que como una pieza clave denota un proceso que transforma el territorio, por lo que nos hemos apoyado en el planteamiento de Manuel J. Amaya: se entiende por Ordenación del territorio “como un conjunto de acciones concertadas para orientar la transformación, ocupación y utilización de los espacios geográficos, buscando su desarrollo socioeconómico y teniendo en cuenta las necesidades e intereses de la población, las potencialidades del territorio considerado y la armonía con el medio ambiente” (Amaya, 1998).


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En consecuencia, a nuestro juicio podríamos destacar que, la Ordenación del Territorio: es la transformación, apropiación y reutilización de los usos del suelo para cubrir ciertas necesidades de la población y manteniendo en lo posible un desarrollo socioeconómico más compatible entre naturaleza y sociedad; además, tener en cuenta los recursos medioambientales en el contexto de una aproximación a la armonía con el entorno, y aprovechando los recursos del presente sin perjudicar a las generaciones futuras.

Por su parte, las ciudades europeas y latinoamericanas, están sufriendo cambios muy importantes tanto al interior como de sus áreas conurbadas, debido en parte, a las consecuencias de las nuevas demandas de sus habitantes y de las transformaciones en los usos del suelo urbanos. Es decir, en un principio se construyen como estrategia de defensa contra las fuerzas externas, mientras que con el paso del tiempo estas formas de construir las ciudades fueron transformadas por las necesidades que irían surgiendo para abastecer la demanda de la migración y del crecimiento natural de las ciudades, y en paralelo el propio desarrollo industrial y de servicios daba las pautas de este crecimiento. Sin embargo, actualmente, podemos ver que el proceso se convierte aún más complejo. Siguiendo a Monclús, Fraga y Francisco Javier, plantean que existe un vaciamiento de las áreas centrales con tendencia hacia la terciarización y con pautas de “suburbanización” y “periurbanización”[4] y dispersión generalizada de las ciudades al sur de Europa (Monclús y Francisco, 1999). Estas características pueden ser consideradas para entender el rumbo presente de las ciudades latinoamericanas. Asimismo, la franja periurbana se presenta como un espacio donde se da una yuxtaposición de áreas construidas ex-novo, hábitat rural preexistente, polígonos industriales, espacios fragmentados agrarios, vías de comunicación y lugares de ocio (Formigo y Aldrey,1999).

Por otro lado, en concomitancia con lo anterior también influyen los siguientes factores en la expansión y crecimiento de las ciudades: “las grandes ciudades españolas están transformando sus periferias, debido a una serie de factores: elevación del nivel de vida, calidad ambiental y residencial, proximidad a espacios verdes, popularización del automóvil y aumento de la movilidad, encarecimiento del precio del suelo en zonas centrales, planteamiento urbanístico, etc. (De Miguel, 1999).

Estos factores están a la orden del día en la conformación y transformación del territorio y por supuesto de la ciudad y su área metropolitana. De ahí la preocupación por el ingente consumo y destrucción de los recursos naturales, concretamente en materia. Aunado a las características que constituyen el espacio metropolitano de parques industriales, parques empresariales, polígonos mixtos, centros comerciales, y de ocio, parques recreativos, parques de oficinas, parques tecnológicos, parques científicos, etc. Promovidos por las inmobiliarias para consolidar imágenes de marca a las iniciativas urbanísticas e inmobiliarias que llevan a cabo (Feria, 1999).

Hemos utilizado algunos planteamientos que podrían insertarse en nuestro análisis debido a la importancia en enfatizar en la necesaria ordenación del territorio. Y esto tiene que ver con los problemas medioambientales y con los usos del suelo (Consell Internacional per a les Iniciatives Ambientals Locals, ICLEI, 1998) para la ordenación del territorio podrían tomarse en cuenta, entre otros:

  1. Las condiciones del suelo pueden ser caracterizadas por los usos del suelo de los territorios urbanos (bosques, agricultura, espacios verdes de la ciudad y el entorno urbano).
  2. Racionalizar algunas áreas de la ciudad con carácter de prevención (reserva territorial) para garantizar una cohesión del paisaje natural y el entorno urbano más inmediato y funcionalizar los elementos ecológicos para vivir de manera lo más armónica posible.
  3. Mantener la compatibilidad de los usos del suelo con respecto a la capacidad de la demanda de sus habitantes y de sus necesidades sin perjudicar las generaciones futuras. Es decir, que exista una relación entre los usos reales del presente y la preservación de los espacios destinados a cada demanda racional tanto de recursos como de los sectores productivos y sociales.

 

Lo anterior es preocupante si tomamos en consideración que, mientras los indicadores económicos como la inversión, la producción y el comercio son sistemáticamente positivos, los indicadores ambientales clave en este proceso son cada vez más negativos. Los bosques menguan, los niveles freáticos descienden, los suelos se erosionan, los humedales desaparecen, las praderas se deterioran, los ríos se secan, las temperaturas aumentan, las especies vegetales y animales desaparecen, etc. La economía mundial, tal como está estructurada actualmente, no puede continuar su expansión si el ecosistema del que depende continua deteriorándose al ritmo actual (WorldWatch Institute, 1998).

 

Necesidad de una ciudad habitable

Además las condiciones materiales de vida  y trabajo de la población en las grandes ciudades se han venido deteriorando. La concentración de habitantes en un espacio físico de las ciudades, la contaminación atmosférica como producto del aumento en la circulación de los vehículos y de industrias contaminantes, la generación de desechos sólidos (entre los llamados inertes), contaminación e integración del suelo agrícola a la ciudad por el proceso incontrolado de la urbanización (McGranahan y Kjellén, 1996), por un lado; la absorción agigantada del territorio por los procesos de asentamiento y cambios en los usos del suelo, el derroche de la energía por parte del modelo actual de ciudad donde la concentración y centralización de servicios y la demanda de un mercado que consume y desecha; por el otro, están actuando de manera negativa en el territorio y exigen hoy día de un nuevo paradigma de ciudad. Y sobre todo, dentro de este ámbito, como respuesta a la insostenibilidad actual de crecimiento metropolitano se precisa de un nuevo concepto y realidad de ciudad.

Es en este sentido entonces, que se pueden crear las condiciones para proponer un paradigma de nuevo tipo de crecimiento y hacer que la ciudad de hoy se presente como sostenible y compatible; cambiar el papel funcional de insostenibilidad y de crecimiento difuso y fragmentado por una más planificada e integrada y no sólo que abastezca de recursos y se deshaga de los residuos, sino también tenga capacidad de controlar las pérdidas de calidad ambiental tomando en cuenta la ciudad como un “sistema fuerte y dinámico”. En este sentido, podríamos comentar con agrado cuando mencionamos que los sistemas físicos sobre los que se organiza la vida de los hombres (sistemas agrarios, industriales o urbanos) podrían ser sostenibles si tales sistemas dependieran de la posibilidad que tienen de abastecerse de recursos y de deshacerse de residuos (Naredo, 1998). O también se puede interpretar de lo que D. Mitlin y D. Satterthwaite, plantean como el desarrollo fuerte, en el sentido de que éste incluye muy bien los objetivos sociales explícitos para logar las metas de impulso dentro del desarrollo compatible y sostenible, en tanto que exige cambios sociales (Mitlin y Satterthwaite, 1996).

Por otra parte, la ordenación eco-social del territorio se puede comprender por el proceso de globalización. Este tiene sus propias características que lo definen no solo en función de la producción, sino en el ámbito de la agrupación de la materia y energía. Pero, asimismo, es concomitante la Globalización del mercado (Migliorino, 1995), cuya expresión tangible es indudable por medio de un mayor incremento en:

  • Internacionalización e integración de mercados.
  • Proceso de innovación y transferencia de tecnología.
  • flujos de información (sociedad de la información y del conocimiento).

 

El territorio y la compatibilidad

Si partimos de una connotación general, tendríamos que retomar algunas de las ideas que más se aproximan a contextualizar el propio concepto de sostenibilidad y compatibilidad. De esta manera pues tendremos entre otros planteamientos que el desarrollo sostenible es un proceso en que la explotación de recursos, la dirección de inversiones, y los cambios institucionales son todos hechos consistentes con un futuro común tejido como necesidades del presente. El concepto de desarrollo sostenible tiene como premisas, los siguientes puntos, según Khanna, (1989):

  1. Relación Simbiótica entre el consumidor (raza humana) y el productor en el sistema natural; y
  2. Compatibilidad entre la ecología y la economía.

 


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Planteándolo para el desarrollo sostenible o para una ciudad con principios de sostenibilidad, esto implica que se involucra y busca opciones exploratorias para las posibilidades en los  usos racionales de los recursos, selección de tecnologías, cambios estructurales de sistema, y sobre todo, de los modelos del consumo que producirían un resultado continuamente, o por lo menos limpia y justa en la calidad de los niveles de vida, así como ambiental; además, el estado medioambiental aceptable a través del rechazo del pago ecológico. Operación semejante podría ser el esquema en el plano regional, que significa identificación de las vinculaciones entre la dotación de los recursos, el desarrollo de las actividades económicas y sociales, capacidad asimilativa, progreso económico, comodidades, y calidad en los niveles de vida (Suju, Babu, y Khanna, 1997).

Tomando en consideración que la Unión de la Conservación (Programa del Medio Ambiente de las Naciones Unidas y del Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza) indicaba que “el desarrollo sostenible implica mejora de la calidad de vida dentro de los límites de los ecosistemas”. Siguiendo la misma trayectoria anterior, El Consejo Internacional de Iniciativas Ambientales Locales (ICLEI) propuso en los términos lo siguiente “el desarrollo sostenible es aquel que ofrece servicios ambientales, sociales y económicos básicos a todos  los miembros de una comunidad sin poner en peligro la viabilidad de los entornos naturales, construidos y sociales de los que depende el ofrecimiento de estos servicios” (Rueda, 1998)

Hemos planteado este punto de vista en virtud de que se ha dicho “…en los países industrializados del Norte los sistemas energéticos no son sostenibles, sino mortalmente fatídicos con el medio ambiente, ya que entrañan riesgos en el plano local, nacional, regional y mundial, y son causa de una amplia gama de efectos destructivos, desde el empobrecimiento del suelo debido a la minería hasta la creación de residuos…” (Loeser, 1993). De ahí que sea rescatable el buen uso de nuevas tecnologías y enfrentar los malos usos y transformaciones de los recursos en aras de no perjudicar las generaciones venideras como reza el mismo proyecto Brundtland.

Lo que sucede en el territorio, con base en la estrategia de aumentar sustancialmente el sistema disipativo de la periferia de las ciudades, también ha de tomarse en cuenta la integración al mismo tiempo, su dispersión de la mancha urbana. No obstante, se propone por otra parte, maximizar las relaciones e intercambios, lo que implica aumentar hasta el máximo en espacios reducidos y compactos los miembros diversos con capacidad de relación, es decir, el hombre, sociedad y organización hacen que las redes sean posibles en intercambios de bienes e información aumentando la diversidad potencial de comportamiento. De donde se puede deducir que se genera un aumento de complejidades cuando se intenta maximizar la recuperación de la entropía en términos de información. El modelo de crecimiento se aproxima a la idea de desarrollo sostenible (tomando el concepto de entropía como: primero, los intercambios entre el sistema y el mundo exterior y; segunda, que la suma de las partes sigue siendo positiva, excepto en estado de equilibrio). De aquí parte la idea de que los sistemas urbanos entran en competencia, (Rueda 1995); y también podría ser la falta de disponibilidad de materia o energía, incluso caer en el desorden (Michal, 1991). En suma desde la perspectiva del planteamiento de los físicos es “cualquier flujo de calor lleva consigo entropía” (Bennett, 1983).

Por otra parte, se puede mencionar también a los economistas que interpretan la sostenibilidad por medio de los derechos de propiedad. Ante esta propuesta, se retoma de la idea del “teorema de Coase, (1960)”, que usó como base teórica para una política de control de la contaminación no intervencionista, donde la idea central es por medio de un proceso de negociación entre el contaminador y el afectado por la contaminación. Cada uno podría compensar al otro dependiendo de quien tuviera los derechos de propiedad: en este sentido, si el contaminador tenía derecho de propiedad, el contaminado podría compensarle por no contaminar, y por otro lado si el derecho era del perjudicado, éste podría exigir al contaminador una compensación para tolerar el daño (Pearce y Turner, 1995).

También se puede decir que, las causas del daño medioambiental, radican básicamente en las actividades económicas: en la producción agrícola e industrial, en el consumo de energía y en la descarga de residuos, de donde se parte que es posible detener el daño al agregar un valor específico a cada recurso. Asimismo, es una característica central de las formas en que actualmente están organizados la producción y el consumo. En consecuencia, aquí surge la idea para algunos seguidores de esta corriente cuando le dan valor monetario y económico a los recursos naturales y proponen que, a las empresas se les vendan “licencias para contaminar” (planteándolo de otra forma: el que contamina paga; precepto un tanto irresponsable para las generaciones futuras): donde también es percibido el medio ambiente como un conjunto de artículos (bienes y servicios) valorados, como otros productos y servicios por individuos de la sociedad, además, se encuentran libres      –con precio cero- (Michael, 1991); en efecto estos planteamientos parten desde la perspectiva del marco convencional de la economía neoclásica.

Por otra parte, la definición de “sustentabilidad” que plantea la economía neoclásica implica también la maximización de los beneficios netos del desarrollo económico, sujeto al mantenimiento de los servicios y la calidad de los recursos naturales a lo largo del tiempo. Y en donde el desarrollo económico se interpreta como un modelo amplio con cambio estructural de la economía incrementando ingresos reales de las rentas per cápita (Pearce y Turner, 1995). Sin embargo, otros enfoques económicos plantean que de no ser sostenible el desarrollo la culpa podría ser del propio mercado o bien de un fenómeno generalizado e inevitable (por las leyes de la termodinámica).

La actual economía ecológica (a diferencia de la economía neoclásica) ve la economía humana inmersa en un ecosistema más amplio. La economía ecológica estudia (desde un enfoque reproductivo) las condiciones (sociales o de distribución de los patrimonios e ingresos, temporales, espaciales) para que la economía (que absorbe recursos y excreta residuos) encaje en los ecosistemas y; además, la economía ecológica considera al planeta Tierra como un sistema abierto a la entrada de energía solar. Por otra parte, esta corriente argumenta que la economía produce dos tipos de residuos: el calor disipado (por la Segunda Ley de la Termodinámica), y los residuos materiales, que mediante el reciclaje pueden volver a ser parcialmente utilizados, (Alier, 1994). Sin embargo, elude la discusión principal conectada a si el capitalismo y la explotación del trabajo deben subsistir.

Empero, desde los planteamientos de la economía ecológica y coincidiendo con ellos para revertir la tendencia actual, pueden proponerse los siguientes puntos:

  • Con respecto al viejo concepto de crecimiento -crecimiento de transformación cuantitativa- (throughput growth), basado en la utilización de caudales cada vez ingentes de energía y materias primas, es insostenible, por lo que deben restructurarse, cambiar y buscar de manera imaginativa los fines económicos que hagan uso menos intensivo de los recursos.
  • Que se exija un concertado esfuerzo que remodele las preferencias de los consumidores, que cambie el rumbo de los deseos y nos dirija hacia actividades benignas para el medio ambiente y la solución, a la vez que se reducen los consumos productivos por unidad del producto final, incluido los servicios.
  • Se requiere en consecuencia una aceleración del desarrollo tecnológico para reducir el contenido en recursos naturales de determinadas actividades económicas. Al tiempo se propone un aumento en las cargas fiscales sobre los procesos fabriles que más incidan sobre los recursos y sobre el medio ambiente (por ejemplo: tasas sobre emisiones de dióxido de carbono o sobre la extracción de minerales), con la finalidad del surgimiento de nuevas tecnologías (Goodland, Daly, al., 1997).
  • Otro de los aspectos a considerar en dirección a las mismas líneas anteriores, es la tesis de Martínez Alier desde la perspectiva del “coste externo marginal”, que una vez puesto un límite a las emisiones contaminantes o a la producción desde fuera de la economía, será la manera de retroceder la contaminación a su límite sea a través de instrumentos económicos como impuestos pigouvianos, transacciones coasianas, mercados de permisos de contaminación con objetivos a menor coste, etcétera.
  • Sin embargo, el planteamiento de la misma escuela de la economía ecológica trasciende más allá de las otras, expresándose en los siguientes términos: que la economía es un sistema abierto para estudiar cómo se interrelaciona la actividad económica con los ecosistemas y con los sistemas sociales y cómo se influyen de manera mutua. Asimismo, pretende comprender la posición del hombre en un mundo que está siendo simultáneamente creado y destruido por el hombre. En este sentido Federico Aguilera Klink coincide con los estudios e investigaciones a los que ha llegado Naredo, al plantear que la economía ecológica se preocupa por:
  1. La naturaleza física de los bienes a gestionar y la lógica que los envuelve.
  2. Considerar desde la escasez objetiva hasta la renovabilidad de los recursos empleados.
  3. Que existe la posibilidad de reciclaje de los residuos generados.
  4. Cambiar no sólo el sistema de conocimiento sino también el propio sistema sobre el que razona para evita el reduccionismo y la parcelación practicado por el sistema de conocimiento dominante (Aguilera, 1996).

 

Sin embargo, el problema con esta orientación de la economía ecológica es que elude la superación del modo capitalista de producción, lo que es injustificable debido al hecho de que la causa última de la depredación es la generación de plusvalía. De ahí la emergencia de la economía política ecológica.

Por otra parte, desde el punto de vista de la ciudad habitable y compatible (sostenible) -siguiendo a Naredo y a Rueda-, cabe hacer un razonamiento en función a los valores monetarios en el que el sistema se desenvuelve con las recomendaciones siguientes: conseguir una valoración adecuada del “capital natural” y hacer que la inversión en éste compense holgadamente el deterioro del mismo. Al tiempo que han planteado la sostenibilidad débil a aquella que aborda el tema desde la perspectiva monetaria propia de la  comercial; y sostenibilidad fuerte, desde la perspectiva material propia de la ecología y las ciencias de la naturaleza a ella vinculada; ante estos dos ejemplos de sostenibilidad se plantean algunos objetivos que deben ir en paralelo para su posible cumplimiento:

  • Reconvertir las conurbaciones actuales hacia la meta de sostenibilidad global, en tanto exige para que sea realizable, reavivar la conciencia colectiva, no sólo en lo local, sino también en lo global.

 

La meta de la sostenibilidad global-local exige revisar, relaja y condicionar la presión que han venido ejerciendo las ciudades sobre el resto del territorio, transformando las relaciones de simple explotación y dominio ciudad-campo, en otras de mutua colaboración y respeto, planteado por Naredo y Rueda (1998)..

El modelo de crecimiento hasta el momento ha dado sus resultados negativos. Según el Informe del Worlwatch, al destacar que, “la creciente presión ejercida por los 244.000 millones de dólares de capitales privados que circularon de los países industriales a los países en desarrollo en 1996, gran parte de ese capital se está invirtiendo en industrias basadas en recursos naturales o muy contaminantes, mientras los países pobres se esfuerzan por desarrollarse de acuerdo con el modelo occidental”. En el mismo sentido del cuestionamiento anterior, su preocupación también se dirige hacia un tipo de producción que no afecte más el estado actual de la tierra. Para este Informe, establece que en las próximas décadas habrá que hacer frente al paso de esos flujos de capital –la cantidad mencionada- a unas inversiones más sostenibles y en último término más productivas e sectores como energías renovables, agricultura regenerativa y fábricas de ciclo cerrado y emisiones cero (Informe del Worldwatch Institute).


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Por un modelo de ciudad basado en la economía ecológica

El modelo basado en los parámetros de la economía ecológica, está de acuerdo con el Informe Brundtland; en el sentido de que sus seguidores deberían hallar la forma de limitar, detener o incluso reducir el gasto de recursos y el impacto ambiental necesario que acompaña la actividad económica. Para ello Daly, plantea y describe la distinción entre crecimiento y desarrollo, que a nuestro juicio es de mucha importancia aclarar porque es aquí donde se encuentra el meollo del asunto.

Daly, propone que “crecer” significa aumentar de tamaño gracias a la asimilación o el crecimiento de materiales; mientras que para –él-  “desarrollo”, significa llevar a cabo un despliegue de potencialidades, la actualización o realización para acceder a un estado más pleno, grande o mejor. Resumiendo, lo que crece -dice- se hace mayor cuantitativamente. Sin embargo, en términos del desarrollo, éste se convierte en algo cualitativamente mejor o, al menos diferente (Daly, 1997).

En consecuencia es desde esa misma dinámica que el propio Daly propone la Economía en Estado Estacionario (EEE) y dice al respecto, ésta se define por cuatro características, (Daly, 1989):

Una población constante de organismos humanos.

Una población o un acervo[5]* de artefactos constantes (el capital axiomático o las extensiones del cuerpo humano).

Los niveles en que se mantienen constantes las dos poblaciones bastan para una vida placentera y pueden sostenerse en el largo plazo.

La tasa de procesamiento de materia y energía para mantener a los dos acervos se reduce al nivel más bajo posible. Para la población, esto significa que las tasas de natalidad sean iguales a las de mortalidad. Para los artefactos, esto significa que la producción es igual a la depreciación en niveles ínfimos.

 

Con base en los puntos anteriores son dos de ellos los que podríamos decir que se mantienen constantes: el acervo de organismos humanos y el acervo o inventario total de los artefactos. Po ello el mismo Daly, consciente de este modelo, sugiere que debe ser un concepto a mediano plazo donde los acervos son constantes durante decenios o generaciones, no milenios o edades.

La puesta en práctica del modelo de desarrollo sostenible implicaría necesariamente una transformación estructural del sistema social en general, así lo plantea Jiménez (1996): sobre todo, en el sistema económico. De los objetivos a considerar para invertir las tendencias actuales de insostenibilidad se incluyen los de “producir más y mejor con menos” en lo que se refiere en lo que se refiere a la utilización de recursos y energía; mejorar la eficiencia de los procesos productivos (reciclado, reutilización y la degradación); y de manera especial reformar la base tecnológica.

Sin embargo, el hecho de manejar un modelo ecológico que se vincula a una realidad, a la cual nos estamos refiriendo, tiene sus propósitos y reflexiones al replantear la idea que va en paralelo con aquel, y es el término de paradigma ecológico, propuesta hecha por Thomas S. Kuhn, retomado por Ramón Tamames en el sentido del “conjunto de teorías compartido por una comunidad científica y que a la postre sería asumido por la gente en general”, (Tames, 1995, 237). Incluso, como resultado último de que el modelo debe tomar en cuenta, sostenibilidad y ordenamiento del territorio, una trama general de progresiva planetariización de los problemas y de sus soluciones.

Existe por otra parte, en referencia a lo antes expuesto, una crítica planteada desde la perspectiva de Martínez Alier al Informe Brundtland, al decir que éste informe “…sostiene que el crecimiento económico es, en general, bueno para la ecología. La ilusión del crecimiento económico continuado es alimentada por los ricos del mundo para tener a los pobres en paz. Por el contrario, -continua más adelante- la idea correcta es que el crecimiento lleva el agotamiento de recursos (y a su otra cara: la contaminación) y eso perjudica a los pobres (Alier, 1994:36).

Por último cabe destacar que, al interior de este enfoque permanecen dos corrientes que las especifican aún más, y de vez en cuando, se contraponen o llegan incluso a coincidir con el modelo anterior. Las variables se encuentran entre los llamados “humanistas” y “científicos” .La primera se ubica del lado de los valores humanos y recurren a la autoridad de la ética teórica para la defensa de su propuesta. Mientras que la otra, recurre a la autoridad de la ciencia para avalar el modelo y destaca una regulación científica del desarrollo; y para alcanzar un desarrollo sostenible, éste, más que conformarse a las leyes de mercado, tendría que tener en cuenta determinadas leyes de la naturaleza. Según esta interpretación, a la ecología le corresponde el flujo de energía, mientras que los analistas económicos se centran en el flujo de la autovalorización del capital; esta visión del desarrollo defiende que la estructura básica del proceso económico es entrópica, y la ley de entropía rige sobre este proceso y su evolución. Al igual que el modelo “cientificista“ la autoridad que se presenta aquí como aval no es otra cosa que la de las teorías científicas, sobre todo, cuando recurre a las ciencias naturales (Medina, 1997).

En ese mismo sentido, retomamos los planteamientos que se han vertido en el contexto de la ordenación del territorio de la Agenda 21. Destacando la idea central en la que se precisa, “iniciar y prestar apoyo a la ejecución de mejores prácticas de ordenamiento de tierras que abarquen las necesidades competitivas de tierras para la agricultura, la industria, el transporte, el desarrollo urbano, los espacios verdes, las reservas y otras necesidades esenciales” (Agenda 21, punto 7,1998).

No obstante, el desarrollo sostenible o sustentable es un medio para el desarrollo que tiene valor añadido para una comunidad, un área o un país, además, se puede suceder que no es significativo influir sobre el ecosistema. Por ejemplo, las comunidades que han existido en el área antes del desarrollo, debían ser capaces para mantener su extensión sin haber dañado el medio ambiente (Bernnett, 1999).

Los espacios urbanos tienen muchas similitudes de apariencia física, estructura económica y organización social y son asediados por los mismos problemas de empleo y alojamiento, transporte y calidad del medioambiente. Los elementos urbanos horizontales en muchos casos son los mismos, como las áreas residenciales y comerciales que van en aumento dominado cada vez más por el desarrollo del “alto-rendimiento”; construidos con estilos internacionales. El mundo urbano contemporáneo es más que un agrupamiento heterogéneo de diversos acuerdos. Muchos observadores argumentan que el espacio llegara a ser una unidad y un punto uniforme, una ciudad global en que sus habitantes están imbuidos totalmente abarcando actitudes urbanas y valores, y, siguiendo modos de conducta comunes (Clark, 1996).

 

A manera de conclusión

En el contexto de un proceso de crecimiento urbano como el actual, es decir, la tendencia del uso irracional de los recursos naturales y humanos, nos puede llevar hacia un colapso físico ambiental que repercutirá negativamente en el sostenimiento de las ciudades actuales. Por otra parte, existe una aceptación de ciertos investigadores sobre las múltiples disciplinas que, de continuar con el crecimiento económico de manera ilimitada, en teoría sin necesidad de llevarlo a la práctica, así como el consumo de los recursos de forma irrestricta y sin control adecuado para su regeneración y su posible absorción por parte del ecosistema, en un corto tiempo empezaremos a sufrir los estragos más drásticos de la contaminación: las lluvias acidas, el efecto invernadero, los residuos suspendidos que pululan en el ambiente, el calentamiento de la tierra y la multiplicación de las enfermedades producidas por aquellos efectos perversos.

En definitiva los impactos en las grandes ciudades se pueden manifestar de manera generalizada. De ahí entonces, la necesidad de un nuevo paradigma de ciudad y tenga como propósito destacar en el ámbito de la sostenibilidad. En tanto, se debe plantear en principio un hecho que vincule al mundo físico de la economía, siempre y cuando se rescate la compatibilidad entre la sociedad y naturaleza.  

 

 

Notas:

[1] Dr. En urbanismo por la Universidad Politécnica de Cataluña, España. Profesor investigador del Centro Interdicsiplinario de Investigaciones y Estudios sobre Medio Ambiente y Desarrollo (CIIEMAD) del Instituto Politécnico Nacional.

[2] Dr. En Ciencias Agrícolas, por la Universidad Agrícola de Varsovia. Profesor- investigador del Departamento de Sociología Rural, Universidad Autónoma Chapingo, México.

[3] Aquí nos referimos a la “ciudad difusa”, como un espacio del territorio que se difunde entre la ciudad central, la periferia y los nuevos emplazamientos del proceso de descentralización que adquiere la ciudad metropolitana. Más que una especificidad de la ciudad compacta hoy es la expresión de las múltiples intercomunicaciones que desarrollan las piezas que constituyen la metrópoli y su área de influencia. Se pierde la delimitación jurídica-política de una ciudad central para restablecer un territorio más amplio y complejo integrando fragmentos sueltos que antes eran “satélites” sin precisión. De ahí la extensión que se diluye entre su forma anterior y la readaptación del presente para conformar un área que se difunda entre lo construido y lo vacío, lo edificado y lo reconstruido.

[4] Entendemos este proceso de “suburbanización” como a la dispersión suburbana o entre los límites de la ciudad en sí y su perímetro colindante con otros municipios. Este término igualmente proviene del concepto de “periurbanisation” de la literatura anglosajona, así como de la “périurbain” francesa. En el caso de la “periurbanización” se trata de un proceso situado en la periferia de la ciudad, que era eminentemente rural y que ha sufrido grandes transformaciones económicas, demográficas y sociales. En donde parte de los asentamientos procedentes de la ciudad hacia estos lugares los convierten en espacios de carácter residencial, pese a que las personas que la habitan trabajen en la ciudad. Al tiempo que se produce una aplicación intensiva por los usos del suelo en proceso de urbanización (residencial, industrial, ocio, agrícola, infraestructura viaria, etc.).

[5] A juicio de Daly el Acervo es el inventario total de los bienes de los productores y los consumidores y los cuerpos humanos; también se puede considerar como el conjunto de todas las cosas físicas capaces de satisfacer necesidades humanas susceptibles de apropiación.

 

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Cómo citar este artículo:

CARRASCO AQUINO, Roque Juan; TORRES CARRAL, Guillermo, (2016) “El crecimiento urbano sostenido y la necesidad del ordenamiento territorial compatible eco-social”, Pacarina del Sur [En línea], año 7, núm. 28, julio-septiembre, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1345&catid=11