Napoleón Conde Gaxiola

 

La muerte del amigo, maestro e investigador Ricardo Melgar Bao me ha dejado no solo perplejo, sino también muy triste. Con su presencia amena pero también sagaz, fue uno de esos entrañables amigos que acompañan la existencia. Recuerdo que lo conocí en un concurso de examen de oposición, allá por el año de 1977 en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en lo que es hoy el Museo Nacional de Antropología. Nuestras discusiones se alargaban días y noches, saltando por diversas temáticas como la historia del marxismo latinoamericano en general y en particular del caso peruano y mexicano. Por ese entonces, yo me encontraba escribiendo un texto sobre la historia del Partido Comunista Mexicano de 1919 a 1962. Texto que fue alimentado también por las conversaciones que sosteníamos tanto en su departamento ubicado cerca del metro Nativitas, en la calle Elisa 121, número 2, donde solíamos comer dos veces por semana, como en los cafés del centro de la ciudad donde pasábamos tardes enteras con otros colegas y amigos.

Ricardo se caracterizaba por tener una memoria viva y curiosa. Su conocimiento sobre figuras clave del movimiento comunista latinoamericano no dejaba de asombrarme. Era un experto en el legado y pensamiento de José Carlos Mariátegui sobre el que escribió además de numerosos ensayos, varios libros; entre ellos, Mariátegui, Indoamérica y las crisis civilizatorias de Occidente (1995); Mariátegui entre la memoria y el futuro de América Latina (2000) en coautoría con Liliana Weinberg, y las compilaciones José Carlos Mariátegui. Escritos de 1928, en coautoría con Francisco Amezcua (2008).[1]

Sus textos Burguesía y proletariado en el Perú 1820-1830 (1980); Perú Contemporáneo. El espejo de las identidades (1994) o Sindicalismo y milenarismo en la Región andina del Perú (1988) son ejemplos concretos del conocimiento histórico y crítico que lo caracterizaron. Ricardo también conocía la historia del Partido Comunista Mexicano y de algunas de sus icónicas figuras, como Rafael Carrillo, uno de sus históricos directores, y Hernán Laborde, otro de sus líderes. Era también un gran conocedor de la recepción del maoísmo en México, y de algunas de sus figuras como Edelmiro Maldonado, Camilo Chávez, Samuel López y Tereso González.

Recuerdo que se entusiasmó cuando le presenté al inolvidable Jaime Vila, el introductor de la revista Pekín Informa, la cual comenzó a circular en México en 1962. Los tres solíamos ir a la papelería y librería llamada Lina, ubicada en la calle Del Carmen donde, en aquel entonces, trabajaba Dionisio Luna Gutiérrez. Tomábamos café y pan con Jaime quien, además, tenía una colección completa de esta revista. Discurríamos durante horas sobre los problemas fundamentales que asechaban al partido por aquella época. En otra ocasión, le presenté a Ramón Couoh, histórico líder de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) desde su fundación en 1979 hasta el momento actual, así como editor del periódico La Verdad del Pueblo, que todavía se publica. También se interesó por conocer a otro viejo maoísta mexicano llamado Rubelio Fernández.

El interés de Ricardo por conocer todo lo que acontecía en el comunismo mexicano de aquella época era impetuoso y creciente, sin que por ello decreciera su interés por el escenario peruano.

Escuché por primera vez los nombres de Rolando Breña, Ludovico Kobi y sus discrepancias con el grupo llamado Partido Comunista del Perú en las largas conversaciones que sostuvimos Ricardo y yo, solos o en compañía de algún otro amigo.

Su análisis político sobre la lucha de clases en el Perú era sumamente interesante, y desde un hilo dialógico, tal como se ve presente en el famoso artículo titulado “Una guerra etnocampesina en el Perú: Sendero Luminoso”, publicado en 1986.[2] En dicho texto, que debe ser situado en el tiempo histórico en que fue escrito, Ricardo analizaba las características históricas en las que surgió Sendero Luminoso y qué elementos convergieron de la tradición andina y una recepción local de la Revolución Cultural China que tuvo lugar entre 1965 y 1967. Elaboró una crítica al fundamentalismo individualista de Abimael Guzmán, así como al oportunismo de algunos grupos militaristas de corte maoísta, entre los que se encontraba el grupo del Pensamiento Gonzalo y de algunos otros grupos guevaristas y también abordó la participación de Patria Roja en una dimensión electorera.

Ricardo no solo era un erudito y ávido estudioso de las ideologías, las perspectivas culturales y las dimensiones simbólicas de los discursos de los movimientos de izquierda de distintas épocas. También era un compañero, cuya humildad y simpatía por las redes intelectuales era inaudita. En mi viaje a Pekín a fines de los setentas me contactó con René Casanova, un viejo intelectual que trabajaba como traductor y escritor en la revista Pekín Informa. Este lazo me permitió un encuentro significativo y un mejor entendimiento de sus puntos de vista marxistas sobre el Perú contemporáneo.

Fueron innumerables las andanzas y acontecimientos que compartimos en aquella época, tanto para bien como para mal. Recuerdo que en una ocasión veníamos de tomar un café en Coyoacán cuando vimos la luz prendida de su departamento; Ricardo pensó que se trataba de un asalto, pero luego se dio cuenta que había sido espiado por la policía política. Pensamos que no había sido más que un susto, pero la policía también se había robado diversos escritos suyos. Fue tan complicada dicha situación que Ricardo e Hilda estuvieron viviendo en mi casa de la colonia Cuauhtémoc durante un tiempo. En algunas ocasiones yo lo invité a visitar mi pueblo natal, Navolato, en el estado de Sinaloa y él, tan abierto a la conversación como siempre, incluso se hizo amigo de mi padre. En 1979 viajamos varias veces y fue gracias a esto que pude conocer más de su vida, como su estancia en La Cantuta[3] y su militancia política en el movimiento estudiantil de su tiempo.

Hilda Tísoc, Napoleón Conde y su familia. Navolato, Sinaloa, 1979
Imagen 1. Hilda Tísoc, Napoleón Conde (playera blanca) y su familia. Navolato, Sinaloa, 1979.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

Hilda Tísoc y Ricardo Melgar, México, 1977
Imagen 2. Hilda Tísoc y Ricardo Melgar, México, 1977.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Su gran conocimiento del movimiento obrero latinoamericano era muy profundo y paradigmático. Asimismo, los distintos premios, reconocimientos y distinciones que recibió especialmente en los últimos diez años son una prueba de lo importante que ha sido no solo su pensamiento sino la intervención que ha tenido como profesor, pedagogo y colega. El más notables de sus libros: El movimiento obrero latinoamericano: historia de una clase subalterna,[4] deriva de su trabajo de titulación del doctorado en Estudios Latinoamericanos en 1989. Esta obra es un ejemplo del compromiso intelectual que Ricardo sostuvo durante toda su vida con el pensamiento proletario en el continente, desde Colombia hasta Chile, pasando por Cuba, Brasil y Bolivia.

Examen de doctorado de Ricardo Melgar Bao
Imagen 3. Examen de doctorado de Ricardo Melgar Bao, “El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna”, 13 de abril de 1990, UNAM.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Ricardo estuvo comprometido hasta los últimos días de su vida con la comprensión de los movimientos emancipatorios, así como de las representaciones clave de los líderes y discursos insertos en experiencias sociales e históricas particulares, tanto en América Latina en general como en México en particular. Su libro El zapatismo en el imaginario anarquista norteño: Regeneración, 1911 -1917 (2016), es un ejemplo perfecto. En esta obra, Ricardo evalúa la esfera política del caudillismo revolucionario, así como la recepción del anarquismo en una de las figuras más importantes: Emiliano Zapata. Estas indagaciones, entre otras, lo convierten en un pionero de los estudios de la recepción de la revolución mexicana en América Latina, como sostiene Pablo Yankelevich (2006)[5] en su reseña sobre el libro de Ricardo, Redes e imaginario del exilio en México y América Latina (2003).

Ricardo también colaboró en distintas revistas tanto en Argentina como en México y otros países, y emprendió una gran labor editorial al fundar la revista digital Pacarina del Sur. Estas son solo algunas muestras de la diversidad de actividades en las que Ricardo nunca dudó en comprometerse.

El nombre de la revista amerita una mención adicional, en cuanto que pacarina es un término quechua que hace referencia alegóricamente al portal que conecta las dualidades de origen y porvenir, y que encuentra su referente en los espacios acuíferos, lagos, lagunas, manantiales y mares. En ese sentido, el término que Ricardo eligió para nombrar su revista evoca tanto a la corriente de pensamiento crítico que emana a lo largo de toda América Latina, como también nombra a esta mirada que caracterizó a Ricardo, de mirar hacia el pasado como hacia el futuro. En Pacarina convergen las diversas maneras de conectar de manera creativa y crítica ambas temporalidades, pasado y futuro, en un pensamiento del presente. 

A su vez, el trabajo de Ricardo estuvo acompañado de una comprensión inigualable de las cosmovisiones e ideologías que rodearon las distintas organizaciones de izquierda en América Latina desde sus dimensiones simbólicas, como sus campos de acción.

Con la muerte de Ricardo, la intelectualidad mexicana, peruana y latinoamericana en general ha perdido a uno de uno de los representantes más activos del pensamiento crítico latinoamericano y a uno de los más relevantes de los últimos años. Los que hemos compartido el camino con él, lo sabemos de sobra. Sin embargo, no perdemos la esperanza de que su legado siga abriendo caminos para el pensamiento histórico y crítico, no solo dentro de los círculos intelectuales sino también en la participación política popular, con la que siempre estuvo involucrado.

Cierro recordando que Ricardo ha sido un ejemplo de amistad, no solo en el sentido personal sino también político e histórico. Una semana antes de su muerte hablamos por teléfono extendidamente sobre la necesidad de seguir luchando por una sociedad democrática y popular, al margen de la univocidad del neoliberalismo y del totalitarismo. El mejor homenaje a su pensamiento y praxis es defender el legado dialéctico con el que se sostuvo hasta el final.

Ricardo Melgar, marzo de 2008
Imagen 4. Ricardo Melgar, marzo de 2008.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Notas:

[1] [N. E.]: Una versión ampliada de esta compilación fue publicada en coautoría con Manuel Pásara como José Carlos Mariátegui. Originales e inéditos 1928 (2018). Ariadna Ediciones.

[2] Véase: “Una guerra etnocampesina en el Perú: Sendero Luminoso” (1986).

[3] [N. E.]: El autor se refiere a la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, en Chosica, Perú.

[4] [N. E.]: Este libro contó con dos ediciones, la primera publicada en 1988 en Madrid por la Sociedad Quinto Centenario en coedición con Alianza Editorial, en la Colección Alianza América núm. 19. La segunda edición en dos tomos, se imprimió en la Ciudad de México en 1990, por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Colección Los Noventa núms. 27 y 28.

[5] Véase: Yankelevich, P. (2006). “Sobre Ricardo Melgar Bao, Redes e imaginario del exilio en México y América Latina, 1934-1940”.

 

Referencias

  • Melgar Bao, R. (1986). Una guerra etnocampesina en el Perú: Sendero luminoso. Anales de Antropología, 23(1), 163-194.
  • Yankelevich, P. (2006). Sobre Ricardo Melgar Bao, Redes e imaginario del exilio en México y América Latina, 1934-1940. Historia Mexicana, 55(3), 1074–1079.