Proyección jesuita en el Pacífico: la fe entre el saber y el poder

Referimos las principales exploraciones jesuitas en las costas del Mar del Sur y el Mar de Cortés durante los siglos XVII y XVIII, mismas que contribuyeron a un mejor conocimiento del litoral californiano, condición indispensable para la continuación misional de la península. La imperiosa necesidad de fortificar puertos y construir ciudades en las costas, así como de mantener el interés de la corona en las misiones californianas, resultó un aliciente para tales expediciones, aunado al espíritu científico de los religiosos, quienes combinaron su labor misional con de exploración.

Palabras clave: Mar del Sur, jesuitas, exploración, California

 

Tiene su principio la California, que así la llaman por antonomasia
a la principal, en el mismo trópico de [cáncer] y gira
formando como una media luna por más de quinientas
leguas sin saberse de cierto si llega a juntarse con la
tierra firme para el norte, aunque lo más probable es ser isla…[1]

 

El Mar del Sur fue motivo de gran interés y su colonización necesidad imperiosa para los intereses de la corona de España desde su descubrimiento en 1513 por Vasco Núñez de Balboa, cuando atravesó por primera vez el istmo de Panamá. Se creía que este océano era la sede de reinos con riquezas por mucho superiores a las de los recién descubiertos y conquistados. Ciudades míticas como El Dorado o las Siete Ciudades de Cíbola y Quivira, situados según se creía en alguna parte cercana a este océano, prometían tesoros y riquezas más allá de cualquier perspectiva. Los relatos de viajeros, junto con la literatura de la época formaron en muchos la idea de explorar más allá de los sitios ya descubiertos.

Muchas zonas de este Mar del Sur fueron objeto de mitos, entre ellos la península de Baja California. Tenida por muchos y durante mucho tiempo como una isla, estuvo rodeada por largo tiempo de un halo de misterio, que aumentaba la curiosidad de exploradores y comerciantes que ansiaban extender sus redes a otras latitudes.

Relatos fascinantes, como el registrado en Las Sergas de Esplandián, de Garci-Rodríguez de Montalbo, en el que describe una isla, de nombre California, muestran las ideas que colmaban el imaginario de la época respecto a sitios todavía desconocidos y las riquezas ideales de América:

“… a la diestra mano de las Indias hubo una isla llamada California, muy llegada al Paraíso Terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese que casi como las Amazonas era su modo de vivir […] la ínsula en sí la más fuerte de riscos y bravas peñas que en el mundo se hallaba; las sus armas eran todas de oro, y también las guarniciones de las bestias fieras, en que, después de haberlas amansado, cabalgaban; que en toda la isla no había otro metal alguno.”

Rodeada por la fascinación creada por los mitos en torno a la “isla” de California, como era conocida entonces, fue objeto de constantes e infructuosos intentos de conquista y colonización, siendo uno de los primeros a cargo del conquistador Hernán Cortés, quien esperaba con esta expedición encontrar riquezas mayores a las obtenidas los últimos tiempos:

“… todos los que tienen alguna ciencia y experiencia en la navegación de las Indias, han tenido por muy cierto que descubriendo por estas partes el mar del Sur, se habían de hallar muchas islas ricas de oro, perlas, piedras preciosas y especería, y se habían de descubrir y hallar otros muchos secretos y cosas admirables; y esto han afirmado y afirman también personas de letras y experimentadas en la ciencia de la cosmografía.”[2]

En su Historia de la Antigua o Baja California Clavijero mencionó que:

“las ventajas que se esperaban no consistían solamente en la pesca de perlas, de cuya abundancia no solo se dudaba, y en los metales preciosos que se creía que habría en aquellos montes, sino también en que se evitaría que los piratas de las otras naciones de Europa se refugiasen en los puertos de la península como solían hacerlo […] y se hallaría un puerto cómodo en que los navíos que vienen de Filipinas a México hallasen auxilios a tan larga y penosa navegación”

La perspectiva de una abundante pesca de perlas, así como la profusión de metales preciosos, que habían sido reportados como recursos abundantes en las islas del Mar del Sur,  motivó en épocas tempranas a Cortés para emprender las primeras expediciones, dando así a una serie de intentos que más temprano que tarde terminaban en fracasos,  y que finalmente acabaron por convencer a la mayoría de que California era “inconquistable”, y a la promulgación de la cédula real que impedía entradas a California hasta nuevo aviso. [3]

La fascinación que rodeaba a California era aumentada por la creencia de que en algún sitio al norte se encontraba el tan buscado estrecho de Anián, que se creía era el punto de unión entre el Mar del Sur y el Mar del Norte –como se conocía a los océanos Pacífico y Atlántico respectivamente- por el norte del continente y que la “isla” era el punto de entrada a dicho estrecho.[4] Desde el descubrimiento del estrecho de Magallanes, que unía ambos océanos en el extremo sur del continente, exploradores y comerciantes esperaban encontrar un estrecho similar en el norte, ya que la comunicación de España con el comercio asiático por este estrecho se hacía sumamente lento y costoso.

Esperando encontrar el tan ansiado Estrecho de Anián, Cortés  escribió al rey Carlos V sobre su deseo de lanzarse a esta nueva expedición:

“… tengo por muy cierto que […] siendo Dios Nuestro Señor servido, tengo de ser causa que vuestra cesárea majestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos que los que hasta hoy en nuestra nación se tiene noticia.”[5]

Aunque obtuvo la licencia para pasar a California y establecer una colonia permanente, esta no obtuvo el resultado esperado. Estableció su colonia en lo que hoy conocemos como el Puerto de La Paz, que al cabo de dos meses debió abandonar a causa de los elevados costos que el sostenerla generaba, y que no se veían compensados con las ganancias generadas con la  extracción de perlas. Los grandes yacimientos de piedras y metales preciosos que tanto ansiaban encontrar parecían no existir y en ese clima casi desértico no había manera de cultivar la tierra, por lo que muy pronto su entusiasmo dejó lugar a la desilusión, cuando al cabo de dos meses debió enfrentarse a la realidad de que esa isla mítica repleta de riquezas, no era California.

Además de estas cuestiones, su privilegiada posición geográfica aumentaba el interés y necesidad de tener control sobre el territorio. Situada en la ruta que anualmente seguía la Nao de China,[6] establecida en 1565 por Pedro de Urdaneta, se le consideró como punto estratégico, ya que podía servir de alivio a los fatigados navegantes y abastecimiento de agua y víveres, además de proteger la nave de un eventual ataque pirata, cuyas incursiones en estas aguas eran cada vez más frecuentes. La corona de Inglaterra demandaba para sí este territorio e inclusive el pirata Francis Drake, quien había realizado recorridos previos, reclamó para su país la península, dándole el nombre de Nueva Albión.[7] El control de la península, a medio camino entre América y la especiería en Asía, otorgaba el control prácticamente total del comercio en el Mar del Sur y el comercio que en él se efectuaría, por lo que era imperiosamente necesario fortificar algunos puertos aquí. Como registró Clavijero:

“… el cabo de las Corrientes y el de San Lucas forman la embocadura del golfo, por el cual se comunica con el Mar Pacífico. Siguiendo desde el Cabo de las corrientes la misma dirección SE por las costas de la diócesis de la Nueva Galicia, Michoacán y México, se llega al puerto de Acapulco, a donde van a descargar los navíos de las islas Filipinas.

Sin embargo, California representaba serias dificultades para los exploradores, las cuales impidieron durante unos 150 años el establecimiento de colonias permanentes en sus territorios, y una vez constituidas, estuvo en riesgo su subsistencia más de una vez. Las dificultades que significaba el llegar a “tan dilatado reino”[8] eran pocas comparadas a las que representaba intentar establecerse.[9] Una y otra vez las expediciones regresaban a la contracosta, sin haber logrado sobrevivir y con graves pérdidas económicas.  Sobran las descripciones que mostraban las dificultades de subsistir en este territorio prácticamente desértico:

“El aspecto de California es, generalmente hablando, desagradable y horrido, y su terreno quebrado, árido, sobremanera pedregoso y arenoso, falto de agua y cubierto de plantas espinosas donde es capaz de producir vegetales, y donde no, de inmensos montones de piedras y arena.[10]

Estos intereses y los constantes fracasos de expediciones que durante buena parte del siglo XVI y casi todo el XVII produjeron la empresa colonizadora en California fueron aprovechados por los religiosos de la Compañía de Jesús, quienes intentaban obtener la aprobación de la corona para pasar a la península. Justificaban la necesidad y pertinencia de su entrada con argumentos de índole económica y espiritual. En la cuestión económica, ofrecían resolver la mayoría de los problemas que aquejaron a otras expediciones, como el difícil acceso, la vulnerabilidad ante los ataques de los nativos o la falta de bastimentos, y establecer colonias autosuficientes, tanto en el Pacífico como en el Golfo de California, así como la de fundar y fortificar puertos que sirvieran de abastecimiento a la Nao de China. Uno de sus principales promotores, y más tarde fundador de la primera misión, el padre Juan María de Salvatierra,[11] en carta al provincial Juan de Palacios, dio pormenor de su proyecto misional, en el que pretendía el establecimiento de misiones, pueblos y un presidio, que aparentemente los resolvería.[12]

En el plano espiritual Salvatierra aludió el compromiso del monarca español para con los “pueblos bárbaros” de las indias: la salvación de las almas. El rey era directamente responsable por las almas que se perdían por no apresurar la entrada. En palabras de Salvatierra: “la conversión de los infieles es su primera obligación y la deuda de más privilegiado derecho, la ampliación de la ley evangélica”[13].

 

Control espiritual y espacial

La provincia de Californias era la más septentrional de las  que conformaban el virreinato de la Nueva España, lo que dificultaba la recepción  de bastimentos, lo que dificultaba la ya de por si considerada imposible colonización. Como mencionamos más arriba, la corona española había decretado la suspensión de las expediciones a la península, aún las financiadas por particulares, debido a lo infructuoso de sus resultados, por lo que la solicitud de autorización jesuita para evangelizar la península debió alzar más de una ceja.

Una vez aprobada la entrada en la península y establecida la primera misión, comenzó a llevarse a cabo el segundo propósito: explorar el territorio por tierra y por mar. Los jesuitas habían adquirido el compromiso de explorar las costas de la península en busca del sitio adecuado para establecer el tan ansiado puerto peninsular, labor que además les permitiría encontrar lugares propicios para la fundación de futuras misiones. En 1701, los padres Salvatierra y Eusebio Kino[14] realizaron una de muchas exploraciones por las costas del Mar de Cortés, en la que por primera vez se confirmó la peninsularidad de California, si bien esto no fue plenamente aceptado sino hasta bien entrado el siglo XVIII, tras los viajes del también jesuita Fernando Consag.

Desde la primera fundación, la labor misional y la exploración resultaron tareas inseparables durante los casi setenta años de presencia jesuita en Baja California de 1697 a 1767, cuando fueron expulsados de los dominios del imperio español. Las crónicas y diarios de viaje dan testimonio de la importancia que la labor exploradora tenía y los frutos obtenidos de dicho trabajo.

La mayoría de los jesuitas que entraron a California contaban con formación universitaria, lo  que los hacía versados, además de los indispensables conocimientos teológicos, en otras ciencias, como la geografía, cosmografía, botánica, etc. Destaca el padre Kino, mencionado arriba, quien fue enviado a la península en 1683, en la fallida expedición del almirante Isidoro Atondo y Antillón, en calidad de evangelizador y cosmógrafo oficial de la corona. Kino y otros, además de su labor misional, fueron los geógrafos oficiales de las Indias, lo que permitió conocer mejor las apartadas provincias del noroeste de la Nueva España y sus exploraciones, y los mapas trazados gracias a esta labor, fueron frecuentemente utilizados por viajeros y comerciantes que se aventuraban en estas latitudes poco conocidas.

El interés jesuita por la exploración de las costas del Mar del Sur y el Mar de cortés proviene, entre otras razones, del compromiso adquirido ante la Corona de realizar dichos sondeos a lo largo del territorio buscando sitios dónde establecer colonias y puertos seguros.[15]

Figuraba entre sus motivaciones el deseo y compromiso de transmisión de la fe. Si bien su llegada a la Nueva España podría considerarse tardía, dada la presencia de otras órdenes religiosas –franciscanos, dominicos, agustinos-, que contaban con una fuerte presencia en el virreinato, su labor evangelizadora se concentró en las regiones más apartadas de los territorios americanos. Consideraban la conversión de los “salvajes californios” asunto de suma urgencia, ya que eran vulnerables a los ataques del demonio, “que no para ni deja ocasión de inquietar a estos pobres y desdichados indios”.[16]


Mapa trazado por Eusebio Kino  en 1701 donde muestra la unión de California con el resto del continente. Fuente: Archivo General de Indias, MP-MEXICO, 95.
Ante la amenaza de la Reforma Protestante la Compañía se había adjudicado la responsabilidad de combatir a los “infieles protestantes” y sus amenazas.  Evangelizar las apartadas regiones del norte de la Nueva España y tomar “posesión de esa desamparada tierra de California”[17] se convirtió en cuestión prioritaria.  En esta materia la exploración jugaba un papel muy importante, de acuerdo a las pretensiones de Salvatierra y otros misioneros fundadores, que como él mismo mencionó, resolvería los problemas que durante años parecieron no tener solución y que retrasaron la colonización de la península.

El principal problema del que adolecían los establecimientos californianos era la falta de subsistencias y la imposiblidad de producirlos en el lugar, debido a la precariedad de las lluvias. Trasladar los víveres desde la contracosta, además de ser lento, significaba un costo muy alto, que no se veía recompensado con ganancias a corto plazo, a lo que se sumaba el aislamiento casi total que padecían los colonos, lo que los hacía vulnerables a ataques. Kino y otros jesuitas pertenecientes a la primera generación de evangelizadores tenían por intención crear una red de misiones que en un futuro se conectarían con las de la Pimería en Sonora, con lo que el abastecimiento a las siempre necesitadas misiones californianas se haría de manera rápida y eficiente. Y consideraban que el primer paso para lograr este propósito era comprobar la peninsularidad de California.

Este interés jesuita por las exploraciones, sobre todo en busca de sitios que pudieran resultar de interés económico para la corona, significaba la posibilidad de seguir contando con el tan ansiado apoyo a las misiones. Las crónicas, cartas y diarios de viaje escritos en esta época dan testimonio del énfasis en el posible beneficio económico que podría obtenerse de determinado sitio con una explotación adecuada. Los informes sobre sitios propicios para la pesca de perlas, actividades mineras, salinas, zonas de cultivo, entre otras son frecuentes, lo que contribuyó a mantener el interés de la Corona en las misiones. Con esto esperaban contar con el apoyo financiero tanto de la corona como de los particulares, esto sumado a un posible interés por establecer estrecho contacto con prósperas misiones establecidas en Asia.

Por supuesto que los jesuitas no fueron los únicos interesados en explorar estas latitudes, pero también es cierto que las suyas fueron de las más diligentes y  contribuyeron a una mejor delimitación de costas e islas, que si bien se había venido realizado desde el siglo XVI, fueron perfeccionadas. Los mapas producidos de dichos recorridos fueron utilizados por exploradores y navegantes durante mucho tiempo.

 

Primeras exploraciones: Eusebio Kino y Juan María de Salvatierra

Destacamos las investigaciones de los padres Eusebio Kino y Juan María de Salvatierra, quienes en 1701 realizaron el primer recorrido de la orden por la costa del Mar de Cortés, hasta la desembocadura del Río Colorado, punto de unión de la península con el resto del continente. El resultado principal de la expedición fue la comprobación física de la peninsularidad de California, misma que fue plasmada en un mapa elaborado por Kino en 1701:

“[…] queriendo reconocer todo el país a que destinaban sus tareas apostólicas, se dirigieron hacia el río Colorado en marzo de 1701, acompañados de diez soldados y de algunos indios por el camino de la costa, que aunque malo era el más corto. Habiendo llegado más allá del paralelo 32°, observaron distintamente desde la cumbre de un monte la unión de la California con el continente”[18]

Otro cronista escribe:

“[…] subieron a un cerrito, que intitularon el Nazareno, y desde allí descubrieron con mucha claridad la costa de California, que pudieron divisar, haciendo cómputo, y juicio prudencial, que la anchura de mar entre aquella península, y la Pimería no podía extenderse más, que a quince, o diez, y ocho leguas”[19]

Sin embargo, sus primeras exploraciones en estas costas datan de los años 1684-1685, cuando acompañó al  almirante Isidoro Atondo en el mayor proyecto colonizador y el más ambicioso realizado antes de la entrada jesuita. Esta expedición tuvo como resultado la fundación de la población de San Bruno, misma que debió abandonarse tras dieciocho meses de sequia. Esta colonia estaba subsidiada por el real erario, que esperaba obtener grandes ganancias. En palabras de Kino: “en México aguardaban gran cantidad de perlas en compensación de los gastos reales”. En esta ocasión realizó, junto con Atondo, una exploración por las costas del océano pacífico en busca de la bahía Magdalena, considerada en un primer momento idónea para el tan ansiado puerto que sirviera de apoyo al galeón de manila, que cada año cruzaba estas costas.[20]

En sus crónicas Kino le adjudica al inglés Francis Drake la divulgación del mito acerca de la insularidad de california. Menciona que desde el siglo XVI la mayoría de los cosmógrafos la tenía como península, pero a raíz de la publicación de su diario de viaje, en la que daba detalles acerca de cómo la había rodeado por el norte, “engañó a toda Europa, y a casi todos los cosmógrafos de Italia, Alemania y Francia pintaron la California isla”.[21]

Si bien este viaje y sus resultados fueron representados en un mapa trazado por el mismo Kino, muchos dudaron de la veracidad de este descubrimiento, por lo que se siguió representando a California como isla hasta mediados del siglo XVIII, cuando la expedición del también jesuita Fernando Consag terminó por confirmarlo.

Poco después de este viaje el padre Juan de Ugarte (1660-1730) realizó un recorrido por la costa norte del Mar de Cortés, teniendo por objetivo continuar con los proyectos de Kino y Salvatierra de crear una red de misiones que conectara California con la Pimería, así como verificar las afirmaciones de estos misioneros que ya la representaban como península o bien confirmar las noticias sobre la posible existencia de un canal que comunicara al Golfo de California con el Pacífico, lo que facilitaría el contacto con la contracosta de sonora y Sinaloa y de ahí hacia el norte y el Océano Atlántico y Asia; deseaba además emprender la búsqueda del puerto “tan deseado por el rey y de nuevo encargado por el virrey para los navíos de las islas Filipinas”.[22]

Salió del puerto de Loreto en mayo de 1721. Su constante búsqueda del tan solicitado puerto lo llevó a recorrer el Golfo hasta la desembocadura del río Colorado sin encontrar dicho puerto. Sin embargo, logró confirmar las teorías de Kino y plasmó sus resultados en una relación de viaje, así como el trazado de una carta hidrográfica del Golfo:

“Este viaje no solo sirvió para resolver el problema, tan ventilado, de la unión de la California con el continente, y refutar la opinión de los que pretendían que los navíos de Filipinas podían viajar por el imaginado canal entre la California y Sonora, sino también para adquirir un conocimiento más distinto de aquel mar y sus costas y descubrir muchos errores comunes acerca de la situación de las islas y bajíos y de la dirección de las costas.”[23]


Mapa de Californias, trazado por Fernando Consag en 1746.
Fuente: Archivo General de Indias, MP-MEXICO, 576


Exploraciones de Fernando Consag

Entre el 9 de junio y el 25 de julio de 1746, Fernando Consag realizó un viaje de exploración por la costa del Mar de Cortés, desde el Puerto de San Carlos, al norte de Loreto, cuyo propósito, según él mismo consigna en su diario de navegación, era confirmar de manera definitiva si la Baja California era una isla o una península. Si bien viajes anteriores habían confirmado dicha teoría, aún había muchos que dudaban de esta afirmación, por lo que fue comisionado expresamente para dicha labor.

En su Diario de viaje, Consag presenta un informe detallado de los sitios a los que arriba o simplemente pasa de largo, dando cuenta de sus cualidades o posibles formas de aprovecharlos, como sitios de pesca de perlas, extracción de sal, recolección de guano y recursos marinos, así como sitios propicios para futuras fundaciones. Este relato sirvió también como una forma de denuncia ante los abusos que a decir de los jesuitas cometían los comerciantes de perlas contra los indios californios, con lo que mostraban la conveniencia de mantener a raya la migración no religiosa. En diversas oportunidades manifiesta las dificultades sufridas durante la travesía por causa de que al verlos, los indios los creían comerciantes de perlas, lo que provocaba reacciones de temor y rechazo.

El resultado de estas expediciones fue tal que, para 1759, unos diez años antes de que fuera expedido el decreto de expulsión, estos viajes y sus resultados eran ya conocidos en buena parte del mundo, como lo atestigua la carta que escribió el padre Andrés Burriel al padre Francisco Ceballos solicitando información detallada sobre California. En esta, se le solicita:

“[…] especialmente, se desean el derrotero y mapas del padre Clemente Guillén, Ugarte, Taraval, Consag (fuera del ya impreso de este), y demás que han hecho reconocimientos por mar y tierra, para que así se pueda perfeccionar el mapa del golfo y península y, singularmente, la costa exterior sobre el mar del sur, sus islas, bahías, ensenadas y cabos y mucho más de los puertos que haya cómodos. También se desea mayor noticia del beneficio de las nuevas minas, frente a la ensenada de Cerralvo, y una relación razonada de la formación de las perlas, parajes de placeres abundantes, modo de hacer la pesca de ellas, de conocer su valor y del comercio de ellas, etc.[24]

 

Facilidades para la exploración

El relativo éxito de las misiones exploradoras jesuitas se debió a diversos factores, que no siempre fueron producto del apoyo directo de la corona. Más bien, fueron logradas gracias a los “privilegios” que desde fines del siglo XVII les habían sido conferidos y por los que enfrentaron frecuentes desacuerdos con las autoridades civiles de la colonia. La licencia que autorizaba su entrada a California les confería total autoridad sobre el territorio y sus moradores, incluyendo la autoridad civil y militar, así como de los escasos recursos, por lo que este control absoluto les permitió religiosos disponer de embarcaciones y tripulantes, así como indígenas que al mismo tiempo que les servían de guía, les ayudaban a establecer contacto con los grupos que encontraban en su camino.

En sus crónicas y diarios de viaje los religiosos constantemente registran episodios en los que en el primer acercamiento a los indios de esta región, estos tenían conocimiento acerca de su propósito y parecían conocer los “rituales” que debían seguirse para congraciarse con ellos. Lo que los jesuitas consideraban actos espontáneos de fe, en realidad se trataba de estrategias aprendidas de los indios que habían establecido un contacto previo con ellos y les informaban de cómo debían comportarse para ganarse sus favores. No es de sorprender que los religiosos constantemente describan a grupos de indios avanzando a su encuentro, dando muestras de desear recibir los sacramentos y llevando a sus hijos al bautismo.

Asimismo, al ser muchos de ellos científicos, la labor exploradora fue un complemento a sus tareas misionales. Las crónicas californianas no se limitan a la descripción de sus costas. La mayoría, además de referir estos trabajos, dan cuenta de los recorridos realizados por tierra, donde de manera similar a las exploraciones marítimas, describen el territorio, su gente, así como los recursos disponibles. Destacamos la figura del padre Francis Herman Glandorff (1687-1763), misionero de la Tarahumara desde 1723 hasta su muerte. Si bien nunca estuvo en California, destacamos su afán explorador, por el que destacó al punto de ser llamado “el padre de los zapatos mágicos”,[25] debido a su constante caminar y de quien se dice: “la rapidez de sus idas y venidas era tenida por milagrosa”. Su ejemplo es muestra de la diligencia que muchos jesuitas en el noroeste mostraban. Con este celo pretendía:

“[…] que los jóvenes sacerdotes de esta Provincia se animaran más y más de ese espíritu a fin de que, cuando lo permitan las circunstancias, que esperamos en Dios sea pronto, vayan a continuar la tarea de la conversión de los indios que dejaron pendiente los Padres de esta Provincia de la antigua Compañía”. [26]

 

Consideraciones finales

Durante muchos años, la península de Baja California fue considerada “inconquistable” por las autoridades virreinales. Las condiciones físicas del territorio, aunadas a la hostilidad de sus habitantes, hicieron imposible la permanencia de las colonias que intentaron establecerse durante los siglos XVI y XVII. La presencia jesuita en la península no sólo fue el factor clave de su poblamiento, sino que permitió la más clara demarcación –hasta ese momento, por supuesto-, de los límites y condiciones de esta escurridiza península. Sus exploraciones y modelos poblacionales sirvieron de modelo para futuras migraciones. Hasta nuestros días encontramos los resultados de estos viajes en un sinfín de bahías, playas y cabos que fueron “bautizados” y que aún conservan sus nombres originales.

Si bien no dejamos de lado la gran importancia de las exploraciones que fueron realizadas antes y después de la etapa jesuita, su labor destaca por lograr con muy poco lo que muchos, contando con gran cantidad de recursos apenas vislumbraron.

 


Notas:

[1] Taraval, Sigismundo, La rebelión de los Californios, 1995, pp. 48.

[2] Tercera Carta de Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V. Coyoacán, 15 de mayo de 1522.

[3] Clavijero, 2007: 85.

[4] Venegas,  1943: 116.

[5] Cuarta Carta de Relación de Hernán Cortes al Emperador Carlos V. Tenuxtitlán, 15 de octubre de 1524.

[6] En su paso por California, la Nao de China llegaba al Cabo de San Lucas, recorriendo la costa por el Pacífico hasta la bahía de Monterrey, actualmente Estados Unidos, desde donde enfilaba a Filipinas.

[7] Bolton, 1937: 1.

[8] Piccolo, José María, Memorial sobre el estado de las misiones nuevamente establecidas en la California por los Padres de la Compañía de Jesús […], reproducido en Cartas edificantes y curiosas […]: 112-125.

[9] Recordemos que hasta el siglo XVIII, la península de California representaba el punto más septentrional del virreinato de la Nueva España, en la frontera con pueblos aún sin colonizar y en ocasiones hostiles. No sería extraño que los que lograban llegar a este punto sintieran que habían llegado al “fin del mundo”.

[10] Clavijero, 2007 : 11

[11] Milán, 1648-1717. Arribó a Nueva España en octubre de 1675; en 1680 pasó a las misiones de la tarahumara, donde permaneció trece años. A instancias de Eusebio Kino solicitó pasar a Californias para el establecimiento de misiones, lográndolo en 1697, cuando instaló la misión de Loreto, reconocida como Capital de las Californias durante la etapa jesuita. Murió en Guadalajara en 1717 durante un viaje de Californias a la Ciudad de México.

[12] Burrus, Zubillaga, 1986: 389.

[13] Ídem.

[14] Trento, 1644-1711. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1665. Matemático sobresaliente, pasó a Nueva España en 1681 y fue enviado a California en calidad de cosmógrafo en la expedición que realizaría el almirante Isidoro Atondo en 1683, donde permanecieron por un espacio de 18 meses. En 1687 pasó a las misiones de la Pimería, donde sirvió hasta su muerte.

[15] Clavijero, 2007: 125

[16] Carta del P. Francisco María Piccolo al fiscal Antonio Abarca dando informe de las misiones de California en 1698 en Burrus y Zubillaga, El noroeste…, pp. 401-403.

[17] Carta del P. Juan María Salvatierra al Provincial Juan de Palacios proponiendo establecer misiones en California. Octubre 10, 1696, en Burrus y Zubillaga, El noroeste…, pp. 389-399.

[18] Clavijero, 2007: 107

[19] Fluviá, 1996: 252-253

[20] Piñera, 1991: 40-41

[21] Garrido, 1986: 78

[22] Clavijero, 2007: 142

[23] Ibíd.: 154

[24] Carta del P. Andrés Marcos Burriel al P. Francisco Ceballos solicitando información más completa sobre la Provincia Mexicana, ca. 1759, en Burrus y Zubillaga, El noroeste…, pp. 67-77.

[25] Olimón Noloasco, 2007: 89-105.

[26] Ídem.


Bibliografía:

Cartas edificantes, y curiosas escritas de las Misiones estrangeras por algunos misioneros de la Compañía de Jesús, tomo tercero, Imprenta de la Viuda de Manuel Fernández y del Supremo Consejo de la Inquisición, 1754.

Bolton, Herbert, Francis Drake's Plate of Brass, California Historical Society Quarterly, Vol. 16, No. 1, pp. 1-16.

Burrus, Ernest, Zubillaga, Félix (Editores), El noroeste de México. Documentos sobre las misiones jesuíticas 1600-1769, UNAM, México, 1986.

Clavijero, Francisco Xavier, Historia de la Antigua o Baja California, Estudio preliminar de Miguel León Portilla, México, Porrúa (colección “Sepan Cuantos”), 2007.

Fluviá, Francisco Javier (editor); Apostólicos afanes de la Compañía de Jesús en su Provincia de México, Prólogo de Thomas Calvo y Jesús Jáuregui, Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, INI, México, 1996.

Garrido, Felipe (editor), Aventuras y desventuras del padre Kino en la Pimería, Asociación Nacional de Libreros, A. C., México, 1986.

Olimón Noloasco, Manuel, “El Padre Glandorff: un proyecto de beatificación que quedó en silencio”, en:   Karl Kohut, María Cristina Torales Pacheco; Desde los confines de los imperios ibéricos: los jesuitas de habla alemana en las misiones americanas. Iberoamericana Editorial, 2007, pp. 89-105.

Piñera Ramírez, David, Ocupación y uso de suelo en Baja California. De los grupos aborígenes a la urbanización independiente, UNAM-UABC, México, 1991.

Venegas, Miguel, Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente, Imprenta de Luis Álvarez de la Cadena, México, 1943.