Pedagogía cívica y actos de la memoria: El monumento a la Libertad en la ciudad de Ayacucho, 1852-1866

José María Vásquez Gonzales[1]

 

  

 

Memoria y olvido, un binomio del presente y del pasado

En este apartado, podemos manifestar que toda nación consagra una memoria sobre hechos históricos de su pasado. Y son los Estados quienes activan dichas memorias por medio de diversos mecanismos, como son los rituales de las ceremonias cívicas, el izamiento de la bandera nacional, la conmemoración del Día de la Independencia, entre otros. A partir de estas conmemoraciones se busca que los miembros de una nación recuerden los acontecimientos que la forjaron.

Para Jacques Le Goff (citado en Petar Ramadanovic, 1992) la conformación de la memoria requiere de un orden, de un hábito y de un conjunto de tradiciones.

  • El lugar de la memoria es un almacén, como en un archivo, se ordenan o clasifican tanto los recuerdos recientes como los distantes, poniéndolos a disposición del uso futuro.
  • El lugar de la memoria es una huella o impresión que recibimos a medida que nos afectan los sucesos que vivimos.
  • La memoria está presente en monumentos conmemorativos. Hay lugares que son memoria en sí, y que hacen recordar o traen algún recuerdo.
  • La memoria es una imagen en el sentido de que es una representación de algo. Como tal, puede ser un monumento.
  • El olvido, es una especie de falla de la memoria. El olvido es un sitio vacío y se reactiva en actos de recordar (reconstrucción). El olvido orienta la memoria, dándole dirección y acompaña al recuerdo, ya que éste nunca logra recuperar todo lo que se ha olvidado. Si la memoria es un recordatorio, también lo es el olvido. (Ramadanovic, 1992, pp. 134-136)

Lo antes manifestado por Petar Ramadanovic, permite comprender por qué el monumento a La Libertad en Ayacucho y la pileta que lo acompaña se colocaron en la  Plaza Principal de Ayacucho.

El monumento de La Libertad comunicaba –tanto para los habitantes de la ciudad de Ayacucho, como para quienes transitan por la ciudad– un mensaje patriótico, pues es un monumento que recuerda la Batalla de Ayacucho y la gesta independentista. Es un monumento que reactiva la memoria individual y colectiva sobre estos sucesos. De allí que pueda decirse entonces que el espacio que ocupa el monumento y la fuente se transformaron en un “lugar de la memoria”

Verónica Zárate Toscano, dice que “los lugares de la memoria fueron utilizados como una vía para construir la historia de una nueva nación. En este sentido, contribuyeron a difundir, mediante una pedagogía bien estructurada, aquellos elementos culturales que conforman la identidad, la filiación política y los valores cívicos. Todo ello tiene como fin participar en la invención de una tradición que recuerda sólo aquellos hechos históricos que son considerados claves en cada época” (Zárate, 2001, p. 1).

 

La alegoría a La Libertad en la Plaza Mayor en la ciudad de Ayacucho, 1852

Los escritos de Maurice Agulhon sobre la representación de la república y la libertad en Francia, y su recepción en América Latina, de la cual Trinidad Zaldívar Peralta aborda el caso de Chile, abonan con importantes elementos interpretativos para el estudio de la construcción del monumento a La Libertad en Ayacucho.

Maurice Agulhon, resalta que la imaginaria y el simbolismo de la República en Francia se representaba como una mujer encarnada en Marieanne (Mariana).

El análisis de la imagen femenina iba a hacerse tanto en el campo de las realizaciones (estatuas y bustos, monumentos y decoraciones, pinturas e ilustraciones, carteles y postales, medallas y sellos, entre otras más) como en el de las idealizaciones, esto es, sentimientos, opciones y personificaciones. El viejo símbolo de la libertad, [representada como] una mujer con gorro frigio, iba a evolucionar, en especial a partir de 1792. El flamante y efímero régimen republicano se doró entonces de una nueva alegoría oficial, en el que La Libertad se conjugaba con La República. (Agulhon, 2016, pp. 37-38)

 

Trinidad Zaldívar Peralta, explica que, al promediar el siglo, Chile participó del peregrinar del imaginario político republicano francés al adoptar alegorías cívicas republicanas. Sobre la imagen satírica de Marianne –entendida como representación alegórica de la república francesa– comenta que:

El republicanismo se encontraba ya en las fórmulas jurídicas y en la retórica política, en el discurso ideológico, en la imaginería, en el simbolismo de la época. Las alegorías ya eran conocidas desde los tiempos de la Independencia. Fueron los intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX quienes reivindican su filiación con la revolución francesa de 1789 y, junto con construir una interpretación de la Independencia como hija de ésta y como consecuencia de la difusión de sus principios, retomaron su imaginario simbólico. (Zaldívar, 2007, pp. 313-315)

 

También agrega, que Marianne, además de una representación alegórica de la República es educadora, transmisora de los valores republicanos y de la moral pública” (Zaldívar, 2007, p. 326).

 

El proyecto de construcción de la estatua a la Libertad en la ciudad de Ayacucho, 1852

La alegoría a la libertad en Perú fue propuesta por el Libertador Simón Bolívar, quien, en 1825 decretó la construcción del monumento a La Libertad en el campo de Ayacucho. Manifestó que dicho monumento debería erigirse a la memoria de la victoria de la Batalla de Ayacucho de 1824. Esta idea fue concebida siguiendo los cánones monumentales europeos, es decir, se proyectó como una estatua alegórica sobre una columna de bronces. Sin embargo, no se concretó por falta de presupuesto. Fue hasta 1852 que inició su construcción por el empuje regional de Ayacucho.

El 6 de agosto de 1852, por iniciativa del prefecto ayacuchano Manuel Tello, empezó la construcción de la pileta con la efigie de La Libertad. Dicha obra debería construirse de piedra de mármol de la zona del pueblo de Cangallo (ubicado en Ayacucho). El 10 de agosto de 1852, ante el notario público Mariano Tueros, se realizó la contratación del escultor de la obra, el ayacuchano Juan Suárez, quien se comprometió a entregarla, terminada y funcionando, para el 9 diciembre de 1852, día de conmemoración de la Batalla de Ayacucho. No obstante, a inicios de 1853 continuaba inconclusa, pese a la pena de multa económica que el escultor firmó durante la contratación.

El contrato firmado entre el municipio de Huamanga y Juan Suárez estipuló:

Primero de que se me va a pagar por todo mi trabajo a excepción de la conducción de toda la piedra que se necesite que dé cuenta del señor prefecto unos mil pesos entregados en esta forma: 500 cualquier día que los pida y 300 estando bien adelantados la obra; y los 200 restante cuando esté concluida.

La obra ha de tener una buena duración con agua corriente, poniendo en primera fila la taza principal ladrillo vidriado y cal, lo mismo que el enlozado de ladrillo trabajado con dibujos.

La pileta deberá quedar concluida y entregada al señor Prefecto para el día 9 de diciembre de 1852.

El monumento a La Libertad debería tener tres varas de altura con relación a la base de la columna, el pedestal debería ser de una vara o más si fuere necesaria para su proporción. Los cuatro costados de la columna deberían llevar inscrito en alto relieve “el campo de La Batalla de Ayacucho” así como plasmados los cerros y personajes figurados de los ejércitos en combate (realista e independentista). Dicho contrato fue formalizado en Ayacucho el día 6 agosto de 1852 (Aray Notario Mariano Tueros, Años: 1852-.1853. Legajo núm. 197. Folio: 19).

Raúl Mancilla añade que el 10 de agosto de 1852 se aumentó el presupuesto convenido, se estipula como nueva cifra 1400 pesos, a la vez que se colocó una cláusula de multa de 500 pesos en caso de más retracto o de incumplimiento de la obra. Los testigos suscritos fueron: Juan Bautista Bormideores, Juan Suárez, Testigo José Trillo Mansero, Juan Manuel Castro (Mancilla, 1980, pp. 22-23).

Para el historiador, Rodolfo Monteverde Sotil,

El primer monumento republicano a la Batalla de 1824 tardó casi tres décadas en levantarse en Ayacucho. La iniciativa regional le ganó a la del gobierno central. Aunque fue erigido en Ayacucho, no se hizo en la pampa de la Quinua, como Bolívar propuso, sino en la Plaza Mayor de la ciudad, porque pesó su uso público como surtidor de agua. La obra fue realizada por un escultor ayacuchano, heredero de una amplia y rica tradición en la talla de la piedra de Huamanga, contraponiéndose a la gran cantidad de escultura pública europea importada a Lima, desde mediados del XIX; lo cual, además, abarató su costo y facilitó su construcción e implementación. Según el italiano Antonio Raimondi, Juan Suárez, fue un destacado escultor huamanguino. Su pileta y escultura de La Libertad asombró, en 1853, al inglés Clemens Markham, a pesar que las vio inconclusas. (Monteverde, 2020, pp. 157-160)

 

Según el contrato firmado por el escultor: Se usarían piedras de Cangallo y los lados de la pila tendrían escenas en alto relieve del campo de Batalla de Ayacucho y de los ejércitos participantes; características que fueron esbozadas por Suárez a lápiz y con acuarelas.

A decir, de Rodolfo Monteverde, este monumento, fue fotografiada por

el diplomático e investigador norteamericano Ephrain Squier, alrededor de 1863. [En la fotografía] se ve a la escultura de La Libertad en muy mal estado de conservación. Tres años después se retiró el monumento de la plaza y se colocó una pila de fierro que fue conocida como la fuente inglesa, desconocemos cual fue el paradero del alicaído monumento a La Libertad (Monteverde, 2020, pp. 157-160).

A su vez, el historiador Narda Leonardini, señala que en el monumento

[…] la alegoría de La Libertad es el eje principal. Ella, de pie sobre el fuste trunco de una columna estriada, vestida con túnica, luce sobre su cabeza de larga caballera el gorro frigio, mientras que, con la mano derecha, levanta la antorcha para dar vivas a la república, y con la izquierda carga el cuerno de la abundancia ya existente como ícono peruano en el escudo nacional. La estatua se encuentra encima de un soporte paralelepípedo tallado en sus costados con altorrelieves relativos al campo de Batalla de Ayacucho con sus cerros y figurados los cerros, dentro de una fuente rectilínea nutrida de agua gracias a chorros que salen de las bocas de ágiles peces. […] La imagen de la Libertad como alegoría encerraba un mensaje más amplio, el de habernos librado, por fin, de la esclavitud y del dominio hispano. Por eso era necesario sacarla al espacio público, para recordar a los pobladores que dicho yugo había sido, finalmente, arrancado de raíz nada menos que en el mismo Ayacucho (…). (Leonardini, 2016, pp. 269-270)

Por otro lado, el historiador Nelson Pereyra Chávez, en su investigación sobre la fotografía en Ayacucho, comenta que:

Squier, en su breve estadía en Ayacucho, captó en una estereografía la Plaza Mayor de la ciudad (Ayacucho), en primer plano LA PILA ORNAMENTAL Y EL MONUMENTO A LA LIBERTAD ejecutado por el escultor Juan Suárez en 1852 y en el borde, aproximadamente 4 pobladores parados que visten ponchos, faldas y otros huamanguinos. Esta imagen, debido al prejuicio que el viajero sentía hacia los monumentos coloniales y republicanos, fue almacenada en sus archivos junto con otras vistas y demás objetos curiosos recogidos durante su permanencia en el Perú. (Pereyra, 2007, p. 15)

Todos los intelectuales nos refieren que la estatua a La Libertad y la pila ornamental fue fotografiada en 1863, siendo la primera foto que evidencia la existencia de dicho monumento conmemorativo en la Plaza Mayor de la ciudad de Ayacucho.

 

Inauguración de la estatua a La Libertad en la ciudad de Ayacucho, conocida con el apelativo de “Doña María Mercedes”, 1856

Luego de varios años de espera para inaugurar la estatua de La Libertad y pileta pública, recién se inauguró en la Plaza Mayor de la ciudad de Ayacucho en el año de 1856, en memoria de los Vencedores de la Batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824.

El periódico “El Liberal”, en su columna denominada “ARGOS”, nos informa sobre dicha Fuente de Mármol, diciendo:

Hace dos años (1854) que la fuente de mármol, para la Plaza Mayor de esta ciudad estaba concluída. A nuestro paisano, el ciudadano Don Manuel Tello y Cabrera, en el tiempo que ejerció la primera magistratura política de este departamento, se le debe la creación de esa exitosa fuente, el más bello ornato de esta nuestra capital. Nada omitió entonces, para hacer formar un hermoso diseño, conseguir la aprobación suprema del presupuesto de la obra, emprender los gastos presupuestados para construirla y comprar cañería de hierro. Estas están ya enterradas hasta el sitio conveniente. Al emblema de la Libertad, ya concluído, le mutilaron el brazo los soldados que se acuartelaron en el local de la prefectura, donde está depositada la fuente. Este defecto está ya reparado.

El cuadro grabado de la memorable Batalla de Ayacucho, sostenida por la estatua, es y será una representación sorprendente de las acciones heroicas de los ilustres fundadores de la independencia peruana. La perspectiva de las posiciones de los ejércitos libertadores y realistas-del escarpado del cerro Condorcunca del campo ocupado por los patriotas-de los barrancos-del hermoso sol apareciendo en medio de los cerros, iluminando el campo-la capilla destechada todo está figurado, en relieve, por el escultor, y hará renacer los recuerdos de la batalla.

La estatua de la Libertad, de mármol blanco, de dimensiones colosales y proporcionadas, colocadas en una hermosa plataforma de mármol jaspeado, sosteniendo con una mano el cuadro de la batalla, y apuntando con la otra el lugar del combate que dio renombre a la ciudad; llamaría la atención de todos. Los pescados, también en mármol, colocados en el pedestal de la estatua, arrojarán el agua por la boca.

Sólo falta armar todo este grupo artístico y útil, en el centro de la plaza. No queda ya duda alguna que pronto se exhibirá UN MONUMENTO PÚBLICO que eternice el sepulcro de los tiranos y la cuna de la Libertad. (El Liberal, sábado 12 de enero de 1856, núm. 3)

 

El sábado 09 de febrero de 1856, el periódico El Liberal, informa:

Concebido y puesto en planta por un prefecto paisano nuestro, obra de nuestros hábiles escultores de mármol, de nuestras canteras, plan diseñado por nuestros dibujantes, esculpido con arte por Juan Suárez. Para la pascua de resurrección de este año, debe pues estar ya colocada la fuente y bendecirla con pompa, sabemos que las mujeres se preparan para adornar la fuente con flores, telas y cintas. Sabemos también que vestidas de blanco, con bandas bicolores al pecho y adornadas sus seductoras sienes con coronas cívicas de rosas blancas, ofrecen entonces en coro y circunvalando la pila un alegre himno a la Libertad, después de la bendición. (El Liberal, 1856, núm. 7)

En la edición del sábado 1 de marzo de 1856, el periódico El Liberal tituló:

Fuente de mármol: sabemos que el señor prefecto Bermúdez con designio de plantificar cuanto antes esa hermosa fuente en nuestra Plaza Mayor, ha pedido a la capital (Lima) algunos quintales de estaño. (El Liberal, 1856, núm. 28)

Lo que significa que hasta este momento aún no se encontraba ubicada en la Plaza Mayor de la ciudad y mucho menos inaugurada. En la edición del sábado 26 de junio de 1856, comentaba el periodista de El Liberal:

Se activa con empeño la conclusión de esta hermosa obra, cuyo estreno se dice que será el 28 de julio, día de la independencia, pero no advierten las autoridades que el estreno de una hermosa fuente de mármol blanco, no tendrá el debido lucimiento sino se aplana y limpia bien la Plaza Mayor, así como algunas calles llenas de inmundicias. (El Liberal, 1856, núm. 28)

Dicho reclamo del periodismo, sobre que el espacio público donde debería ser ubicada la estatua de La Libertad, debería no sólo estar limpia sino que la:

Relación entre los monumentos, las plazas y alamedas, se veía como análoga a la relación entre el Estado y el pueblo. Es el caso de la propuesta de 1863 para crear un monumento en el campo de Ayacucho, que suscitó un editorial de El Mercurio (periódico limeño dirigido por Manuel Atanasio Fuentes) donde se reclamaba que el campo de batalla no sería el lugar ideal para la colocación de la obra puesta que no se podría asegurar su conservación. El único medio para preservarlo sería colocándolo en la principal plaza de Ayacucho, ya que no es dado traerlo a la capital sin defraudar justas susceptibilidades. Allí serviría de honroso ornamento y, lejos de sufrir deterioro, cada vecino y cada uno de sus habitantes se esmeraría en la conservación, restauración del monumento que recordaba las grandes glorias nacionales, cuya custodia les estaba confiada. (Majluf, 1994, p. 18)

Es así que, por insistencia de las autoridades ayacuchanas, el monumento conmemorativo y pileta de La Libertad debería ser colocada en la Plaza Mayor de la ciudad. El sábado 12 de julio de 1856, se informaba:

El 4 de julio de 1856, el contratista para la construcción de la fuente que está colocando en la Plaza Mayor, Don Juan Suárez, me ha hecho presente que carece de recursos para la continuación del trabajo porque se ha gastado ya el poco dinero, en pagar a operarios, canteros, compra de cal, plomo y otros gastos. (El Registro Oficial, 1856)

Se visualiza entonces que, desde esta fecha, ya existe la intención de su bendición de “Doña María Mercedes” (estatua de La Libertad), donde la nueva imagen de la Plaza, con sus adornos y escultura tendría desde entonces una función nueva y complementaria; ahora sería utilizada también para “eventos culturales, en especial para las retretas, aquellos conciertos públicos en los que participa lo más selecto de la sociedad” (Majluf, 1994, p. 24) de notables de la ciudad de Ayacucho.

“La escultura fue una de las primeras manifestaciones del gusto de una élite local que buscaba emplazarse dentro de una nueva cultura internacional. Había que demostrar a los visitantes extranjeros que los americanos no éramos salvajes, que también comprendíamos y participábamos de la cultura universal” (Majfuf, 1994, p. 29). Entonces, el monumento a La Libertad, no sólo representaba un homenaje a los vencedores de la Batalla de Ayacucho, sino que era una representación de un pueblo civilizado y progresista.

Según Natalia Majluf,

(El) coronel Zegarra explica que el monumento no sólo recordaría el hecho de armas que selló la Independencia, sino que sería “americano” y recordaría en principio del renacimiento de una gran parte de la humanidad. Levantar columnas públicas significaba progreso y en consecuencia un rotundo rechazo a las tradiciones locales. El monumento prometía unificar la nación por medio de una representación supuestamente neutra. La temprana iconografía de los monumentos peruanos apunta a una maniobra similar. (Majluf, 1994, p. 32)

En ese sentido, la estatua a La Libertad ubicada en la Plaza Principal de la ciudad de Ayacucho, representaba a los héroes. Estos “héroes contemporáneos simbolizaban la ruptura con la tradición y con la historia; marcaban la inauguración de un espacio nacional que recalcaba los orígenes recientes y la modernidad de la nación” (Majluf, 1994, p. 32). De modo que, “la reorganización del espacio social alrededor de la plaza, la referencia a un sitio de convergencia de todos los ciudadanos parece indicar al mismo tiempo la delimitación de un espacio propiamente político que funciona como centro de referencia para todos” (Kuri, 2017, p. 21). Siendo así que, el espacio público se convierte en una construcción histórica, porque revela el episodio de la Batalla de Ayacucho, representado por Doña María Mercedes (estatua de La Libertad) en Ayacucho.

Para el 4 de octubre de 1856, el periódico El Liberal por fin informa sobre la bendición de la fuente de mármol de La Libertad en la Plaza Mayor de la ciudad: 

Doña María Mercedes se llama a la señora que está sobre la columna de la fuente marmórea. Se ha repetido en nuestro día la máxima de establecer catecúmenos. Doña Mercedes cuenta más de 5 años y, sin embargo, recién ha recibido su bautizo y la pobre ignora el apellido que le ha cabido. (El Liberal, 1856, núm. 42)

Con ironía, el periodista, manifiesta su inquietud y a la vez su desazón de sentir que luego de un largo tiempo de cinco años, recién se dé la inauguración de la estatua a La Libertad, ubicada en la plaza principal de Ayacucho.

Las alegorías republicanas, verdaderas deidades de la “religión republicana”, al ser personalidades colaboraron a hacer asequibles las ideas de Estado y de nación entre un público cada vez más vasto que va integrándose a la actividad política.

En torno a estas imágenes se cultivó un incipiente folclore republicano cimentado en la categoría de lo femenino. Diosa del nuevo Olimpo democrático, constituyeron las verdades del dogma republicano, las heroínas del culto a la patria, las personificaciones de una época que buscaba liberarse de las creencias y verdades de la religión católica. Las alegorías cívicas, crean un imaginario republicano vestido en el lenguaje” (Zaldívar, 2007, pp. 334-336) de la Libertad que, en la ciudad de Ayacucho, se inauguró en recuerdo a la gloriosa Batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824.

En octubre de 1856, se escribía:

El 11 de octubre de 1856, se debería concluir el monumento a la Libertad, manifestándose sobre el material empleado que las tenemos en la provincia de Cangallo –se refiere al mármol– y que fue descubierta hace 4 años atrás cuando se hallaba de Prefecto el sr. Manuel Tello, el actual prefecto desea ahorrar al erario las sumas de dinero que se gastaba anualmente en la composición de la cañería de barro cocido vidriado, que conducía el agua a la pila de la Plaza Mayor de esta ciudad, reemplazandola con otra de fierro colado, que debería surtir de agua a una nueva fuente por estar aquella ya muy maltratada (…) Sobre el polígono se asienta una base cuadrangular de mármol blanco, figurando de relieve en toda su superficie la gran Batalla de Ayacucho. Surge de esta base una estriada columna del mismo mármol, la que se halla tronchada, simbolizando así el derruido poder español y sirve de pedestal a la estatua de la Libertad, que alba toda como un armiño ostenta majestuosa sus colosales formas. Parece que se hubiese hecho de yeso mate, y seguramente que esta opacidad no proviene de la misma piedra, que es tan buena como las de Paros y Samos. Se debe a ningún conocimiento que los menos afeccionados que la han trabajado […] sería necesario contratar en Europa un artista que viniese a enseñar lo mucho que aún se ignora para que la obra de esta clase tenga toda perfección. (El Liberal, 11 de octubre de 1856, página central)

Vemos entonces, que la construcción de la estatua a La Libertad fue criticada, en cuanto a los materiales utilizados por considerarlos toscos y que parecía de yeso mate; pidiendo que dicha construcción lo realice un extranjero europeo, quizás el periodista no veía tan duradera al monumento y de escasa belleza, a su mirada, era una estatua imperfecta. Pero como hemos visto, se inauguró.

La primera imagen data de 1863, en la Plaza Mayor, captada por el norteamericano Ephraim George Squier desde la esquina del lado Oeste del mencionado espacio público:

En ella se observa, en primer plano, LA PILA ORNAMENTAL Y EL MONUMENTO A LA LIBERTAD ejecutada por el escultor Juan Suárez en 1852 y que, en el año de la vista de Squier, se encontraba deteriorado y a algunos pobladores que POSAN EN LOS BORDES DE LA PILA VISTIENDO PONCHOS, FALDAS Y CETROS huamanguinos. (Pereyra, 2006, p. 31)

 

Imagen 1. Monumento Escultórico Conmemorativo a La Libertad ubicado en la Plaza Mayor de la ciudad de Ayacucho. Foto de 1863.
La Libertad ubicado en la Plaza Mayor de la ciudad de Ayacucho
Fuente: Cortesía de la Oficina de RR.PP. de la UNSCH.

 

Luego de tomar la estereoscopia de la Plaza Mayor de Huamanga, Squier por su parte anotó lo siguiente:

En la plaza, donde se puede comprar a los indios cebada, trigo, maíz y frutas traídas desde la parte más alejadas de la cadena oriental, hay una fuente, con una estatua de la libertad, que a mí me resultó emblemática del país, ya que se elevaba allí, sin una cabeza para dirigir o un brazo para hacer cumplir o defender. (Pereyra, 2007, pp. 15-16)

Como se aprecia, “el Monumento conmemorativo a La Libertad, estuvo ubicada en la Plaza Principal en homenaje a la victoria de la Batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824; la bendición de dicho monumento lo realizó el Vicario General, ya que el Obispo Dr. Santiago José Ofelán había renunciado” (Laurente, 2014, p. 64). Además, hubo no sólo la ceremonia cívica patriótica sino una gran fiesta por la noche, de unas dos horas. El desfile de la mañana, lo protagonizaron, los estudiantes de los Colegios Nacionales “San Ramón” y de “Nuestra Señora de Las Mercedes”. La inauguración de la pileta y monumento a La Libertad, fue pomposa con la asistencia del sr. Alcalde, el Prefecto, el Subprefecto, y los representantes de los barrios cercanos a la ciudad. Los cánticos de los niños no se hicieron esperar, todo fue una algarabía por ver a la estatua de La Libertad, majestuosa en el centro; y, debajo, botando agua de la pileta ornamental.

 

De la estatua de La Libertad a la Pileta Mayor del “Pascualito”, 1866

Durante 1859, las autoridades ayacuchanas, observaron que la estatua a La Libertad, se estaba deteriorando a causa de los materiales empleados y según dichos notables era necesario reemplazar con una fuente más resistente al tiempo. Es así que, en mayo de este año, el periodismo comentaba:

La fuente de agua de la Plaza Mayor de esta ciudad, construida años atrás y en ejercicio de dos a esta parte, se halla en completo deterioro por no haber sido verdadero mármol la piedra empleada en ella. Con este motivo la honorable municipalidad ha concurrido al gobierno y al congreso, solicitando el dinero necesario para costear la fundición de una pila de bronce cuya figura deberá ser al gusto del día; se sirva ud. formular un presupuesto de lo que podrá costar la pila de bronce parecida a la de Lima que ud. conoce, considerando que el precio del cobre es a 15 pesos el quintal. Francisco García del Barco (Prefecto) […], Ayacucho, 4 abril. (El Registro Oficial, 1859, núm. 17)

 

Esto refleja el triste final de nuestra emblemática pileta y estatua a La Libertad en la Plaza Mayor de la ciudad de Ayacucho, la cual fue posteriormente reemplazada.

En el periódico La Prensa de La Libertad, del jueves 31 octubre de 1861, se informaba:

Pila de Mercedes, se comenta: “camina a su total ruina, las verjas de hierro que la circulaban están en completo abandono y a merced de rateros, sus muchas hendiduras, que ya son caminos trillados, dan lugar para que entren los criados y saquen agua de la taza principal, cuyo trajín ha ocasionado el desmoramiento (sic) de las principales piedras que ornaban la taza. Como se ha obstruido los caños de las pilas adyacentes, los que van por agua invaden el interior; y no sólo causan daños ya apuntados; sino que ensucian el agua y todos beben mezclados con mil inmundicias. La actual municipalidad debe refaccionarla. (La Prensa de la Libertad, 1861, núm. 33)

Ello constituyó la razón de la desaparición muy temprana de la estatua de La Libertad, ubicada desde 1856 a 1866, espacio que, como se ha dicho, fue considerado “lugar de la memoria”, porque cada año se celebraba la conmemoración de la Batalla de Ayacucho (9 de diciembre), fecha donde recordaban a sus héroes, como Sucre, Córdoba, Miller, Lara, Gamarra, La Mar, etc.

Por otro lado, La Libertad, era la “estatua alegórica en forma de mujer o mujeres en forma de alegorías; en todo caso, estas últimas aparecían como una extensión de la arquitectura efímera” (Ortemberg, 2011, p. 108). Pero, la

libertad primera es, pues, la libertad de la nación, de la colectividad que se construye por cesión de una parte de la libertad de cada ciudadano. Hablar de esta libertad es tanto como hablar de gobierno libre, lo contrario al absolutismo, que ha hecho del monarca una divinidad invisible. (Guerra, 2001, p. 255)

Que dicho absolutismo español fue derrotado por el Libertador Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, en la histórica pampa de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, y aquello representaba el Monumento conmemorativo a La Libertad.

Así, los monumentos erigidos a la vista del público, permitieron a los ciudadanos sentirse partícipes de una historia monumental vertida del linotipo al bronce y al granito.

[Las] estatuas poseían su propia relevancia: hacer que un recuerdo histórico estuviera definitivamente presente, imponerlo, incluso a la gente común, pasiva o indiferente. Las plazas se convirtieron en arreglados parques, enrejados y llenos de árboles y flores, con el fin de celebrar el retorno de la naturaleza a la ciudad. (Brenes, 2005, p. 31)

 

Al ser ubicada y bendecida la estatua de La Libertad conjuntamente con la pila ornamental en la ciudad de Ayacucho, ésta daba lecciones de patriotismo y amor a la patria que se deberían inculcar a los jóvenes estudiantes de las escuelas y colegios de Ayacucho, que asistían a las ceremonias cívico-patriótica. Aquello “incluye tanto el contenido de la memoria (recuerdo de acontecimientos históricos específicos) como los valores asociados a su evocación (lecciones y aprendizajes históricos, modificados frecuentemente, por las necesidades del presente). La memoria colectiva de una sociedad llega a constituir una especie de patrimonio común de la misma con la que el individuo se encuentra desde que nace” (Aguilar, 1993, pp. 129).

En conclusión, la estatua de la Libertad ubicada en la Plaza Mayor de la ciudad de Ayacucho, señaló el camino de la conmemoración realizado cada 9 de diciembre, reflejada en el periódico La Juventud del sábado 17 de diciembre de 1864, que informa sobre las ocurrencias de esa histórica fecha y los sucesos que se dieron con los jóvenes escolares que participaron en honor a la Batalla de Ayacucho, representando a la estatua de La Libertad:

9 de Diciembre. Parece que este día bello y glorioso, está destinado por la providencia a ser el más placentero para los peruanos; 40 años han pasado en un campo no distante y en un día como este […]. Este día memorable ha sido recordado en esta ciudad con la más fría indiferencia: las iluminaciones de ordenanza escasísimas, música ninguna; solo las ridículas mojigangas (sic) paseaban sus estrafalarias figuras por las calles de la ciudad; a esto y a la misa de gracias se ha reducido la parte oficial de la solemnización de este gran día. ¿Cuál será la causa de esta indiferencia, de esta apatía? El pueblo ha celebrado este fructuoso acontecimiento a su manera, visitando el campo fiel emblema de nuestras glorias inmortales; el entusiasta pueblo de Quinua los recibió con exclamación de júbilo y atravesando la población donde se notaba una gran admiración, se dirigieron seguidos de todos los habitantes del llano; llegados allí, lejos de oírse como en otras veces el grito de alegría y entusiasmo, sólo se vieron correr lágrimas ardientes y silenciosas […].

La plausible nueva del fracaso acontecido a la Triunfo, apresuró el regreso de los jóvenes, quienes creyeron gozar del espectáculo grandioso que debe presentar una ciudad entusiasta por las glorias de su patria, hicieron lo posible para llegar cuanto antes; pero ¡qué cruel desengaño les aguardaba! La ciudad siempre silenciosa e indiferente parecía muerta; el estandarte nacional paseada por los jóvenes no despertó ningún eco en los secos corazones de los republicanos; a eso de las 9 de la noche un grupo que desembocaba por la esquina de la compañía nos presentó un espectáculo tierno y sublime a la vez: la estatua de La Libertad conducida en hombros se mostró rodeada de algunos jóvenes i (sic) de varias señoritas, que obedeciendo a los gritos de sus corazones dieron un elocuente ejemplo de entusiasmo y amor patrio, La Libertad parecía una madre desgraciada abandonada ingratamente por sus hijos más poderosos i (sic) buscada sólo por los más débiles. (La Juventud, 1864, núm. 44)

Los reclamos del periodista de no ver una multitud de gente que alborotara el campo, fue punto de atención, ¿Qué había pasado? ¿Por qué esa indiferencia hacia un día de glorias que nos dio La Libertad americana?, pues no todo el pueblo siempre está dispuesto o disponible para asistir a una ceremonia oficial; muchas veces por la ignorancia de no saber qué había ocurrido en ese campo, ni conocer qué son esas ceremonias con militares y notables de Huamanga, muchos no le tomaban la importancia del caso, por no saber qué se “celebraba”, por más que existan “rumores”, ha existido casi siempre el desánimo y la indiferencia de los no letrados o analfabetos, prefiriendo asistir mayormente a sus campos de cultivos o quedarse en casa a los quehaceres domésticos (en caso de las mujeres); es por eso que con el tiempo, estos reclamos de los periodistas se hicieron escuchar y las autoridades tomaron cartas en el asunto, declarando feriado ese memorable día, para la asistencia mayoritaria de la población a este evento trascendental.

Con el pasar del tiempo, las ceremonias cívicas patrióticas o conmemoraciones, se volvieron obligatorias, a través de ordenanzas prefecturales de la ciudad de Ayacucho y del gobernador del pueblo de Quinua, para lograr asistencia masiva; así, el Estado peruano, en representación de las autoridades locales de Ayacucho, lograron que la población asista masivamente a la histórica Pampa de Ayacucho cada año.

Para 1866, y con el deterioro de la estatua de la Libertad, se la reemplazó con la Pileta Mayor del Pascualito:

Para 1864, el diputado al congreso por Huamanga, Blas Huguet, manifiesta al Alcalde de la ciudad “que el supremo gobierno ha mandado construir una pila de bronce en Europa (Londres), para la Plaza Mayor de la ciudad; y que esta será enviada al puerto de Pisco en el primer buque que con ese rumbo zarpe”. (Vásquez, 2003, p. 14)

Es así que la estatua de La Libertad sólo quedó en el recuerdo de los huamanguinos de la época y se ubicó a la Pileta Mayor del Pascualito, la cual estuvo hasta 1924 en la Plaza Mayor de la ciudad de Ayacucho, reemplazada también por el monumento ecuestre del Mariscal Antonio José de Sucre hasta el presente siglo XXI.

 

Conmemoración y fiesta cívica como “actos de la memoria” alrededor de la estatua a La Libertad en Ayacucho

Luego de haber ubicado la pileta ornamental y la estatua de La Libertad, la comunidad de notables, inició alrededor de dicho monumento cada año, a conmemorar cada 9 de diciembre, la Batalla de Ayacucho; la Plaza Mayor se convirtió así, en un lugar de la memoria donde los actos protocolares dieron inicio a la fiesta cívica. Lempériere Annick se preguntaba “¿cuál es la visibilidad de las ceremonias propiamente cívicas? ¿cómo podrían las autoridades escenificar las fiestas cívicas indispensables para crear y nutrir el sentimiento colectivo de pertenencia a la nación republicana y distinguirlas claramente de las ceremonias religiosas consuetudinarias?” (Lempériere, 2003, pp. 336-337). La respuesta era que dichos actos de la memoria se reflejaban en las ceremonias públicas que se realizaban en monumentos conmemorativos a La Libertad, donde el estudiantado participante sacaba lecciones de patriotismo y de amor a la patria.

Como lo ha señalado Verónica Zárate Toscano,

La colocación de una escultura conmemorativa en determinados lugares no necesariamente respondía a la importancia de ese sitio por haber sido escenario de algún suceso histórico de la ciudad. Más bien estaba relacionado con la creación de nuevos espacios a los que se quisiera dotar de un contenido simbólico ya que eran utilizados por el Estado para reafirmar su presencia. Pero sobre todo se buscaba que fuera en el centro de la plaza principal o en la confluencia de dos avenidas que le proporcionarán el marco actuado para su lucimiento, no sólo estético sino representativo. (Zárate, 2003, p. 423)

 

Con el monumento a La Libertad en pleno centro de la ciudad, la presencia del Estado estuvo presente en las ceremonias cívico patrióticas realizadas en Ayacucho pues:

[la] “conmemoración del pasado desempeña una función esencial, una ordenada continuidad histórica. Frente al pasado, instaura una memoria que es compartida por todos los individuos socializados en la colectividad. Recordar significa reconocer la pertenencia de todos los miembros de una sociedad a un universo simbólico que existía antes de que ellos nacieran y continuarán existiendo después de que mueran. Mediante la conmemoración del pasado, a través de un fondo común de recuerdos, y también la memoria contribuye al sentido de pertenencia, a la cohesión y a la identidad social; sentirse proveniente de orígenes comunes fortalece el sentido de pertenencia y la identidad colectiva”. (Montesperelli, 2004, p. 40)

 

En Ayacucho y alrededor de la estatua de La Libertad, se daban esos “actos de la memoria”, siendo éstas;

La liturgia de la conmemoración –entendida como un ritual instituido– las procesiones cívicas y los desfiles patrióticos con sus himnos, estandartes y banderas, pueden catalogarse como procedimientos culturales que promueven y difunden la idea de nación en tanto comunidad imaginada. En suma, el despligue de ceremonias, rituales, conmemoraciones y de héroes patrios, se convirtió en la escenificación del “buen orden cívico” y su correcta lectura intelectual, moral y emocional convirtió a los asistentes (espectadores) en buenos ciudadanos. (Brenes, 2004, pp. 113-114)

Asimismo, al decir de Alev Cinar, 

Las celebraciones conmemorativas no sólo constituyen al “pueblo” como una comunidad nacional en el presente, sino también como una comunidad conectada con el pasado. Los días de conmemoración son también medios efectivos a través de los cuales el tiempo es nacionalizado. La conmemoración de un momento histórico en un día específico cada año sirve para estructurar el tiempo público en términos anuales, de manera tal que la vida pública se organiza alrededor de tales días, especialmente si son feriados legales. (Cinar, 2001, p. 13)

 

En este sentido, en la ciudad de Ayacucho, el 9 de diciembre, se presentó cada año como un día de conmemoración y de fiesta cívica, donde la comunidad de notables, las damas de sociedad y público en general, recordaba conjuntamente la histórica Batalla de Ayacucho de 1824, siendo el monumento a La Libertad, lo que los unía en un solo ideal: la conmemoración del 9 de diciembre.

Así, “las efemérides son las celebraciones cívicas a la patria, a los héroes, son las fiestas cívicas que recuerdan en el presente los aniversarios patrios, donde se rinde homenaje a los héroes hechos monumentos” (Eyzaguirre, 2021, p. 22), como ocurrió en 1856 con la inauguración de la estatua a la libertad en Ayacucho.

 

Pedagogía cívica desde la escuela: El monumento a La Libertad como enseñanza e identidad en Ayacucho

A fines del siglo XIX, “la escuela, se instala como una suerte de aparato para dar forma a las nuevas generaciones con el objetivo de lograr convertirlos en ciudadanos, en sujetos de la nación” (Rodríguez, 2014, p. 7). Entonces, para “civilizar a nuestra población se debería instruir a través de la educación como también crear el espíritu público, modernizar las mentalidades y formar las costumbres a través del nacionalismo cívico y patriótico de la nación” (Condori, 2011, p. 29).

Estas conmemoraciones a la Batalla de Ayacucho, de cada año, alrededor de la estatua de La Libertad, era con asistencia “obligatoria” de niños de las escuelas, que como dice Lilia Ana Bertoni, educar al pueblo, sobretodo a los niños, se “convirtió en un reto y la única forma de lograrlo era en el aula escolar, dándoles lecciones de civismo y en algunos casos, haciéndolos participar en desfiles y ceremonias patrióticas e inauguración de algún monumento conmemorativo” (Bertoni, 1992, s/n).

Como lo refiere, Nikita Harwich Vallenilla, las historias contadas por los maestros de escuela eran historias “oficiales”, consideradas las únicas verdaderas. Entonces,

Las inauguraciones de estatuas o de monumentos públicos, las celebraciones conmemorativas de determinadas fechas, así como el entierro de alguna personalidad, además de servir como pretexto para un ceremonial elaborado. Se encargaban también de transmitir un mensaje histórico que repetía fielmente la lección que sólo algunos aprendían en las aulas de clase. La exaltación de todas estas hazañas servía, además, al propósito de levantar una autoestima, tanto en el nivel local como en el nacional. Cada región debía tener su prócer y demostrar así haber contribuido a la formación de la patria común. (Harwich. 2003, pp. 542-543)

 

El poder transitar cotidianamente por la Plaza Principal por los ayacuchanos desde 1856, y observar a la estatua de La Libertad apoteósica, le daba un “valor pedagógico y nacionalizador hacia dentro de la sociedad estatal de los monumentos conmemorativos, su relación con los proyectos urbanísticos de la modernidad” (Ortemberg, 2015, p. 324); donde las diversas clases sociales la admiraban y recordaban la histórica Batalla de Ayacucho.

La escultura pública tenía un papel que jugar ante la problemática de la “educar al pueblo inculcándole una nueva estética y manteniendo vivo el ejemplo de los héroes nacionales. Así como las iglesias eran lugar donde comenzaban y terminaban las procesiones religiosas, los monumentos se convirtieron en los templos del Estado civil y la meta de sus procesiones cívicas. Los monumentos fueron erigidos como nuevos templos, los héroes transformados en santos seculares, las procesiones en apoteósicos manifestaciones cívicas. Por ello, la vida del monumento público no termina sino, que comienza con su inauguración” (Majluf, 1994, p. 35). Así que, mediante la “utilización del manual escolar, las pedagogías cívicas decimonónicas buscaron promover un proceso de asimilación política y cultural en torno a los conceptos de “patria” y de “pueblo” (Harwich, 2003, p. 546).

En conclusión, el Estado peruano “recurrió a la educación formal e informal y a la exposición didáctica contenida en las cermonias, los cultos personalizados a los héroes nacionales y la sacralización de los símbolos e íconos patrios. La imaginaria cívica conceptuada como material de la memoria, manifiesta un carácter pedagógico y simbólico, que enlaza el pasado con el presente y lo proyecta hacia el futuro” (Brenes, 2002, p. 10). Como dice Darwin Lazo Ramos, en la ciudad de Ayacucho, “los monumentos construidos y establecidos en los diferentes lugares, no sólo dieron una expresión de nacionalismo, sino se afirma que la escultura desempeña un papel pedagógico, ya que se buscaba educar al pueblo inculcándole una nueva estética, pero al mismo tiempo manteniendo vivo el ejemplo de los héroes” (Lazo, 2012, p. 64) de la Batalla de Ayacucho, a través de la estatua de La Libertad ubicada en plena Plaza Mayor de la ciudad.

En este sentir nacionalista de observar a la estatua de La Libertad, los pobladores ayacuchanos habitantes del Cercado de Huamanga, miraban cómo los niños y niñas en cada ceremonia cívico patriótica desfilaban con su bandera peruana en la mano, de igual manera los colegiales del colegio nacional “San Ramón” y de las “Educandas”, todos mirando a las autoriades que luego de izar la bandera, tomaban asiento para observar el desfile en honor a la Batalla de Ayacucho. “Los niños y jóvenes se convirtieron en el puente emotivo entre un pasado heroico para recordar y para rememorar. Los niños asumen así los deberes, no sólo cívicos sino también militares, de la nacionalidad” (Bertoni, 1992, p. 88). La enseñanza de la historia mejoraría su contribucción al proceso de la educación de una ciudadanía más activa en la contribución de su propia identidad, pues los individuos se sentirán más participantes en la constituciones de los recuerdos y olvidos colectivos” (Rivero, 2004, p. 67).

En este sentir del patriotismo, del civismo y de la admiración a los héroes de la Batalla de Ayacucho, el mensaje era, que la estatua de La Libertad, les indicaría que cada generación debería rehacer su propia historia “oficial” sin tener que sólo “imitar” lo que miraban en la ceremonias cívicas.

En todo este recorrido sobre la pedagogía cívica y los actos de la memoria sobre la estatua de La libertad en Ayacucho, la “historia total era una necesidad de una sociedad que trata de conocer el pasado para intervenir en el presente, y de transformar el presente para participar de alguna forma en la construcción del futuro. Porque la historia es una necesidad y casi un requisito indispensable para el ejercicio cotidiano de la ciudadanía y la libertad” (Martínez, 2004, p. 46).

En este sentido, se da una memoria histórica que viene a ser “un recuerdo colectivo, una evocación volcada hacia el presente del valor simbólico de las acciones colectivas vividas por un pueblo en el pasado. Es una acción que preserva la identidad y la continuidad de un pueblo, es no olvidar lo aprendido, muchas veces con sangre” (Emmerich, 2011, p. 1). Razón por la que, la “resurrección del pasado” sobre la estatua de La libertad, es una lección aprendida desde el pasado escribiendo en el presente, para que las nuevas generaciones del siglo XXI, puedan identificarse con esta historia. El monumento conmemorativo a La Libertad representó, para Ayacucho, el fortalecimiento que necesitaba para lograr su propia identidad nacional.

 

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Notas

1 Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

Cómo citar este artículo:

Vásquez Gonzales, José María (2023) “Pedagogía cívica y actos de la memoria: El monumento a la Libertad en la ciudad de Ayacucho, 1852-1866”, Pacarina del Sur [En línea], año 15, núms. 50-51, enero-diciembre, 2023. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Sábado, 27 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2097&catid=13