El pragmatismo: un sentido común de época en América Latina

Pragmatism: a common sense of time in Latin America

Pragmatismo: um senso comum de tempo na América Latina

Marcos Cueva

 

De un tiempo a esta parte se ha vuelto de lo más frecuente invocar el siguiente motivo para actuar en los más diversos ámbitos de la vida cotidiana: “es que hay que ser pragmáticos”, así, con este plural que parecería convocar a muchos y mostrar algo evidente. ¿En verdad es indispensable “ser pragmáticos”?

El pragmatismo tal vez explique que, frente a una política convertida con frecuencia en un simple negocio para unos cuantos, muchos hayan concluido que “todos los políticos son iguales”, tal vez porque todos (o casi) decidieron en algún momento justamente “ser pragmáticos” (hasta colmar la paciencia con el “¡que se vayan todos!” argentino o con la revolución ciudadana en Ecuador, que expulsó a la partidocracia local, al menos hasta hace poco). Desde otro ángulo, a lo mejor sea el hecho de haber sido pragmático lo que le permitió a Daniel Ortega en Nicaragua volver al gobierno, en alianza con ex somocistas; asimismo, en el análisis de la política cubana que se realiza desde el exterior de la isla se hace pasar a Raúl Castro por “un pragmático”, según se dice, a diferencia de su extinto hermano mayor Fidel. El menor de los Castro sería pragmático por “aperturista” en algunos sectores, aunque no es seguro que en este caso se trate realmente de pragmatismo.

¿Por qué pueblos que recibieron ventajas nada desdeñables de gobiernos progresistas han votado por otros de derecha al pasar de los años, y sobre todo una vez conseguida cierta prosperidad material?¿Por qué otros no han protestado masivamente frente a las triquiñuelas de la Justicia que han permitido “golpes blandos” en varios países de América Latina? No está de más señalar que las votaciones latinoamericanas y caribeñas de todos estos años (con excepción de Cuba) han sido casi siempre cerradas, casi empatadas, por lo que las volteretas no debieran parecer demasiado extrañas. Ahora bien, algo más podría haber estado actuando: es la oferta de la “economía del goteo” (trickle-down economics) y por ende de la derrama de riqueza para los más, con tal de que “sean pragmáticos”, otra vez, y para no enredarse ni “atormentarse” en asuntos de principios, de convicciones, doctrinarios o “ideológicos”. Después de todo, los mismos que ofrecen “ser pragmáticos” –neutros- sugieren “desideologizar”-supuestamente, para que no sea subjetiva- la política y otras dimensiones de la vida social.

De manera menos visible, probablemente por no confesarse como tal, el pragmatismo ha ocupado buena parte del quehacer de las ciencias sociales en muchas universidades latinoamericanas, convirtiendo la teoría en un lugar yermo y no sin dar paso a nuevas carreras pareciera que exclusivamente orientadas al knowhow. No hace falta insistir demasiado en que la promoción del pragmatismo ha pasado por los medios de comunicación masiva, no sin influencia de Estados Unidos, país en donde por lo demás se formaron desde los años ’80 las élites dirigentes latinoamericanas y caribeñas (en particular economistas), salvo en contadas  excepciones. Esta verdadera urgencia de “ser pragmáticos” ha coincidido en América Latina y el Caribe con una fiebre de los negocios  que ha consistido en colocar directamente a empresarios en los más altos cargos gubernamentales -de Vicente Fox en México a Sebastián Piñera en Chile. Teniendo en cuenta los resultados de las elecciones en muchos países latinoamericanos, desde hace ya un buen tiempo  tal pareciera que una buena mitad de la población, pierda o gane, no quiere saber de otra cosa que del “pragmatismo”, que ofrece tomar parte de la derrama de riqueza sin tener que hacerse muchas preguntas, o ninguna, y, para algunos, sin tener que pagar el precio de la adhesión a principios. Por momentos, “ser pragmáticos” podría parecer la justificación de la falta de escrúpulos, pero sucede que, como veremos éstos no son de la incumbencia del pragmatismo, que pide ante todo resultados, y “que paguen”.

En este texto empezaremos por recordar la importancia que Antonio Gramsci le daba a la lucha por el sentido común de una época, en la medida en que sostendremos que el pragmatismo se asemeja hoy a este sentido común, aún sin serlo (es en realidad un pseudosentido común camuflado en el “sentido común” “común”). Luego de presentar los rasgos fundamentales del pragmatismo, en particular el de la Psicología de William James, no siempre fáciles de asir (por lo que nos ayudaremos de la caracterización que hiciera Giovanni Papini), nos preguntaremos en qué medida se convirtió de un tiempo a esta parte en lo que se llama, siguiendo a Gramsci, un “sentido común de época”, una época de masas, dicho sea de paso. Para ello, será necesario distinguir el “sentido común” del bon sens o buen sentido, un “sentido común sensato”, como lo ha llamado en México el investigador José Hernández Prado. Veremos que el “sentido común” (pseudosentido común) del pragmatismo no es una praxis, lo cual explica que los procesos progresistas latinoamericanos suelan carecer hoy de teoría, salvo excepciones. El pragmatismo –al menos el de William James, uno de los grandes exponentes del pragmatismo estadounidense, a quien privilegiaremos aquí antes que a John Dewey y Charles S. Pierce- redujo la filosofía a una dependencia de la psicología, algo que reforzó ese “pseudosentido común”, al hacerlo parecer más próximo de “la gente” que cualquier posible teoría. No es que todo el mundo deba ponerse a la filosofía, pero sí debiera haber probablemente reflexión colectiva ante el silencio como respuesta a las mentiras flagrantes de gobiernos empresariales -y por lo demás, corruptos- que no han conseguido mejores resultados sociales y de estabilidad política que los gobiernos progresistas. Tal vez esta reflexión esté impedida por el pragmatismo al acecho de los vuelcos de la coyuntura para adaptarse y obtener alguna ventaja. Como sugeriremos brevemente para concluir, el problema es que el pragmatismo no está exento de consecuencias negativas: si todo el mundo actúa pragmáticamente, “por instinto”, la sociedad tiende a desaparecer como espacio en común para dar lugar a la guerra intestina de todos contra todos.

Antonio Gramsci
Imagen 1. Antonio Gramsci. https://lombradelleparole.files.wordpress.com 

 

Gramsci y el “sentido común de época”

El sentido común puede tener la fuerza de una obviedad, de una evidencia, y es esta la fuerza que pareciera encontrarse en el “sentido común de época” de Antonio Gramsci (fallecido en 1937), el autor de Cuadernos de la cárcel, para quien había que remplazar desde la filosofía de la praxis el sentido común dominante de una época por otro, si se quería cambiar de régimen económico-social.

Hasta cierto punto, el “sentido común” puede parecer objetivo, y extraer su atractivo del hecho de que es colectivo –Gramsci afirma que “‘sentido común’ es nombre colectivo” (Gramsci, 1971: 9-10)- y aparece como resultado del juego de las muchas subjetividades (“sentido común” “común”, según veremos después). Existe una “filosofía espontánea” “(…) propia de ‘todo el mundo’”, como la define Gramsci, esto es, (…) la filosofía que se halla contenida: “1) en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y conceptos determinados, y no simplemente de palabras vaciadas de contenido, 2) en el sentido común, y en el buen sentido, 3) en la religión popular, y por consiguiente, en todo el sistema  de creencias, supersticiones, opiniones, maneras de ver y de obrar que se manifiestan en lo que se llama generalmente ‘folklore’” (Gramsci, 1971: 7). Por lo demás, como dirían los pragmatistas (William James al menos), pareciera que las creencias tienen el respaldo de una larga experiencia o, más aún, de otras creencias ancestrales que las ratifican. Tal vez así se explica la importancia que Gramsci le atribuyera a la religión, al considerar que “(…) es un elemento del sentido común disgregado” (Gramsci, 1971: 9). Al mismo tiempo, como lo hace notar el mismo autor, el “sentido común” parece tan obvio que circula de manera “difusa”: digamos que puede hallarse en muchas partes, aunque de manera opaca, lo que dificulta ponerlo en cuestión e incluso detectarlo cuando está “actuando”, porque no es contemplativo. En América Latina y el Caribe, no es raro que ese sentido  pase por “enseñanzas” entre religiosas y familiares, y de espaldas a la vida pública, mientras se recoge de manera acrítica –porque el mismo “sentido común” lo dicta- lo que vehiculan los medios de comunicación masiva: todavía más sentido común. El sentido común parece así anclado en las “tradiciones y costumbres”, algo parecido al folklore al que se refiriera Gramsci, y también en los “hábitos” contemporáneos de masas, sin que haya forzosamente choque entre ambas dimensiones.

“En la filosofía –escribe Gramsci- sobresalen especialmente los caracteres de la elaboración individual del pensamiento; en el sentido común, en cambio, los caracteres difusos  y dispersos del pensamiento genérico de cierta época y de cierto ambiente popular” (Gramsci, 1971: 14), lo que de nueva cuenta remite a un gran atractivo, porque es posible escudarse detrás de lo que parece ser “de todos” y al mismo tiempo “sabio”. La filosofía en el sentido común no siempre es explícita y no aparece como tal, ya que es, según el autor italiano, un “orden intelectual” (Gramsci, 1971:9). “La filosofía y la crítica, escribe Gramsci,  son la superación de la religión y del sentido común y, en ese aspecto, coinciden con el ‘buen sentido’ que se contrapone al sentido común” (Gramsci, 1971: 10) (“sentido común” “sensato”, según veremos después). ¿Qué ventajas presenta hasta aquí el sentido común? Proporciona en forma lo suficientemente difusa –como para no detenerse demasiado a “pensarle”- un “escudo” en la colectividad, como ya hemos señalado, que dispensa de los riesgos del criterio individual, y al mismo tiempo se presenta como espontáneo, luego entonces “natural” y no artificial, a diferencia de “lo intelectual”. Digamos que, desde este punto de vista, el sentido común aparenta ser una sabiduría colectiva que reconforta y dispensa de seguir o emprender el arriesgado camino del criterio propio, con frecuencia sujeto a la suspicacia del “común”.             

Gramsci le atribuye al “sentido común” la capacidad de dar una rápida respuesta al problema de la causalidad, con “experimentalismo”, lo mismo que parece ofrecer el pragmatismo. “¿En qué consiste exactamente el mérito de lo que suele llamarse ‘sentido común’ o ‘buen sentido?’”, se pregunta un tanto equívocamente el autor italiano. Responde: “no sólo en el hecho de que el sentido común emplea el principio de causalidad, aunque sólo sea implícitamente, sino en el hecho mucho más restringido de que, en una serie de juicios, el sentido común identifica la causa exacta y simple al alcance de la mano y no se deja desviar por enredos y abstrusidades pseudoprofundos, seudocientíficos, etc. El sentido común –continúa Gramsci- no podía dejar de ser exaltado en los siglos XVII y XVIII, cuando se reaccionó contra el principio de autoridad representado por la Biblia y Aristóteles; se descubrió que en el ‘sentido común’ había cierta dosis de ‘experimentalismo’ y de observación directa de la realidad, si bien empírica y limitada. También hoy, ante cosas similares, se omite el mismo juicio sobre el valor del sentido común, si bien la situación ha cambiado y el ‘sentido común’ actual es mucho más limitado en sus méritos intrínsecos” (Gramsci, 1971: 30). Hay más ventajas, puesto que el sentido común parece práctico, sobre todo para desentrañar causas, quizás incluso causas últimas (sin caer en el “abismo filosófico”), y además opuesto al dogma de autoridad: después de todo, no está de más señalar que los medios de comunicación masiva en América Latina aparecen como si actuaran y elaboraran sentido “desde abajo”, como representantes de la sociedad (o de la sociedad civil). Este sentido común es “popular” o al menos masivo, hay que recordarlo: parece además ser algo simple, explicar y orientar la acción sin demasiadas complicaciones. El sentido común es hasta aquí una comodidad: la religión, la familia pueden dispensar del esfuerzo de individuación, dictando lo que dicta el “sentido común”, y por ende de la brega por el criterio propio.

La superación de esta “comodidad” sólo puede pasar por la filosofía de la praxis, sobre la cual volveremos, pero que supone, sino todo un aparato teórico, sí por lo menos la capacidad para concebir (tener conceptos): “una filosofía de la praxis, a juicio de Antonio Gramsci, sólo puede presentarse inicialmente en actitud polémica y crítica, como superación del modo de pensar precedente y del pensamiento concreto existente (o del mundo cultural existente). Es decir, sobre todo, como crítica del ‘sentido común’ (luego de haberse basado en el sentido común para  mostrar que todos son ‘filósofos’ y no se trata de introducir ex novo una ciencia en la vida individual de todos, sino de innovar y tornar ‘crítica’ una actividad ya existente) (Gramsci, 1971:14). Es aquí que Gramsci propone no, desde luego, oponer al sentido común la conversión de todos en filósofos (o en científicos), sino cambiar un sentido común por otro, introducido desde un ángulo crítico –lo que, según veremos, sí supone en cambio la capacidad para conceptualizar. Lo sugerido por Gramsci es lo que han perfilado líderes como el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, frente a las volteretas electorales de poblaciones que han pasado en poco tiempo de ser pobres a integrar la llamada “clase media”. Parecieran haberlo hecho sin cambiar de sentido común, sin dejar el tradicional, el de “la costumbre”, aunque al mismo tiempo con apego a los medios de comunicación masiva más modernos y sofisticados. ¿Ha sido sabiduría o inmovilismo?

“La posición de la filosofía de la praxis, según Gramsci,  es antitética a la católica: la filosofía de la praxis no tiende a mantener a los ‘simples’ en su filosofía primitiva del sentido común, sino, al contrario, a conducirlos hacia una concepción superior de la vida” (Gramsci, 1971:15-16), lo cual, agreguemos, dista de estar reñido con el acceso a la sensatez. Hasta aquí, hay varios elementos que permiten pensar en un entronque del “sentido común” con el “sentido práctico”, lejos de “lo abstruso”, lo mismo que promete la propuesta pragmática.

 

El pragmatismo por sí mismo

El pragmatismo se presenta alejado de engorrosas filosofías y cercano al sentido común. William James (1842-1910) no se priva de arrogarse este sentido común: “en el lenguaje corriente, escribe, el sentido común de un hombre significa su buen juicio, su carencia de extravagancia, su espíritu práctico” (James, 1957a: 137), el mismo espíritu práctico que pareciera definir al pragmatismo. Queda excluido así que el sentido común pueda ser un modo de “filosofar” (“tomar las cosas con filosofía”, como decía Gramsci), de reflexionar, sino que lo es de “ser práctico”, casi que de resolver expeditamente, “sin pensarlo mucho”. Así, “’lo posible’, como algo menos que lo real y más que lo totalmente irreal, es otra de las magistrales nociones del sentido común” que James reivindica para el pragmatismo (James, 1957a:143). En cambio, la filosofía puede parecer como “lo ideal” y por ende lo imposible de alcanzar, cuando el Hombre quisiera en verdad resultados terrenos.

William James
Imagen 2. William James

James formula así lo que busca el pragmatismo, tomando en cuenta que existen dos traducciones, “conveniente” y “ventajoso”, según las ediciones: “lo verdadero, dicho brevemente, es sólo lo conveniente (ventajoso) en nuestro modo de pensar, de igual forma que lo justo es sólo lo conveniente (lo ventajoso) en el modo de conducirnos” (James, 1957b, 17). En otra parte de su obra, James lo afirma de la siguiente manera: “nuestra interpretación de la verdad, dice, es una interpretación de verdades, en plural, de procesos de conducción realizados in rebus, con esta única cualidad en común, la de que pagan. Pagan conduciéndonos en o hacia alguna parte de un sistema que penetra en numerosos puntos de lo percibido por los sentidos, que podemos copiar o no mentalmente, pero con los que en cualquier caso nos hallamos en una clase de relación vagamente designada como verificación. La verdad –prosigue James- para nosotros es simplemente un nombre colectivo para los procesos de verificación, igual que la salud, la riqueza, la fuerza, etcétera, son nombres  para otros procesos conectados con la vida, y (nótese bien, nota nuestra) también proseguidos porque su prosecución retribuye (el subrayado es nuestro). La verdad se hace lo mismo que se hacen la salud, la riqueza y la fuerza en el curso de la experiencia” (James, 1957a: 168-169).

En la manera en que lo presenta William James, el pragmatismo es efectivamente una promesa de no tener que esforzarse “filosóficamente”, por lo que parece lejos del idealismo y cerca en cambio del materialismo, entendido aquí desde un punto de vista filosófico, puesto que se trata de hacer la prueba del pudding, que está en comérselo: “el pragmatismo, escribe James, vuelve su espalda de una vez para siempre a una gran cantidad de hábitos muy estimados por los filósofos profesionales. Se aleja de abstracciones e insuficiencias, de soluciones verbales, de malas razones a priori, de principios inmutables, de sistemas cerrados y pretendidos ‘absolutos’ y ‘orígenes’”. (James, 1957a: 56). Digamos que de este modo no hay que esforzarse mucho en alguna teoría, ni por reflexionar, ir a fondo: hay que “probar”. Prosigue James con palabras frecuentes hoy en día: “(el pragmatismo) se vuelve hacia lo concreto y adecuado, hacia los hechos, hacia la acción y el poder. Esto significa el predominio del temperamento empirista y el abandono de la actitud racionalista. Significa el aire libre y las posibilidades de la Naturaleza contra los dogmas, lo artificial y la pretensión de una finalidad en la verdad” (James, 1957a: 56). De este modo, el pragmatismo, que apunta contra toda filosofía (monista, metafísica, pero también racionalista….) amalgamándolas desde el practicismo, parece oponerse a lo que para muchos, en la teoría, es “eso”, “en teoría” y por ende idealismo, por lo demás algo cerrado y con frecuencia para iniciados en lo que Gramsci llamara “orden intelectual”. A lo sumo, “(…)’las teorías’, dice James, llegan a ser instrumentos, no respuestas a enigmas, en las que podamos descansar” (James, 1957a: 57). Ya está, no hay que correr el riesgo de equivocarse de teoría… o de voto.

En su psicología, lejos de categorías impersonales, el pragmatismo se dirige por lo demás a cada subjetividad. Es así que James escribe: “parece como si el hecho psíquico elemental no fuera el pensamiento o este pensamiento o ese pensamiento, sino mi pensamiento, cada pensamiento es poseído” (James, 2016: 226). Así, “el hecho consciente universal no es ‘los sentimientos y los pensamientos existen’, sino ‘Yo pienso’ y ‘Yo siento’. De todos modos, ninguna psicología puede cuestionar la existencia de sí mismos personales” (James, 2016: 226). He aquí una psicología que tras destronar a una filosofía de apariencia engorrosa y dogmática parece dirigirse a cada quien tomado en su singularidad, “solo y sin otro de su especie”, aunque lo sea en realidad en su particularidad, en el entendido de que singular y particular no son lo mismo.

Es, como lo reclama el mismo James, una psicología “ya personificada”, sin importar mucho que con ello pueda ser parcial e introducir por la ventana el idealismo que fue expulsado por la puerta. Por lo demás, el pragmatismo se define como la psicología de la elección. “La prosecución de fines personales, dice James y la elección de medios para alcanzarlos son así la marca y el criterio de la presencia de la mentalidad en un fenómeno” (James, 2016: 8). La elección personal, seguramente que en base a ventajas posibles, imprime su sello al fenómeno exterior: en vez de aparecer empequeñecido ante “la Filosofía”, el Hombre interpelado aparece engrandecido en sus posibilidades, incluso con potencia para elegir entre los caminos que le den la mayor ventaja en lo que se propone.

Al menos en la perspectiva psicologizante de William James, el paso de la percepción a la concepción/conceptualización no lo es a un concepto o a conceptos que sean “impersonales”, válidos y reconocibles para todos. Cada quien tendrá tal vez su “concepto”, si cabe decirlo así, fuera de la lógica. Para James, “una nueva idea cuenta como ‘verdadera’ en cuanto satisface el deseo individual de asimilar la nueva experiencia a (la) provisión personal de creencias” (James, 1957a: 64).  El paso de la percepción a la concepción, según James, se hace siempre para beneficio de algún interés particular y la concepción con la que cargamos la experiencia no deja de ser un instrumento teleológico (James, 2016).

No está de más recordar qué es un concepto: es una representación, no una imagen, “un modo de tener presente en la inteligencia un objeto dado (…). Si la palabra representación indujera a confusiones, podría cambiarse por la de expresión o contenido o significado” (Gutiérrez Sáenz, 2006: 71). Pese a la libertad de elección que caracteriza a la mente, en el pragmatismo el significado está dado de antemano, manipulando al objeto, puesto que “es lo ventajoso para mí “(si bien se puede escoger entre distintas ventajas, de la menor a la mayor). Es el “sentido común” capitalista –la ganancia- que aparece sin serlo directamente, puesto que “el concepto objetivo es el contenido mismo de la idea, es lo que se conoce, es el aspecto real que se capta en el objeto extramental” (Gutiérrez Sáenz, 2006: 75). El mundo “extramental” no existe en el pragmatismo sino en la medida en que se puede extraerle una ventaja que no es nombrada como ganancia. El acto de conocer está distorsionado o pasado por un filtro, que es “el proceso psicológico necesario para ponerse en contacto con el objeto y lograr obtener una representación fiel de dicho objeto” (Gutiérrez Sáenz, 2006: 52). Pero para el pragmatismono importa tanto el objeto, sino la ventaja que reporte.  El concepto, contra la lógica, ya ha afirmado algo (dejando de ser un concepto para ser una creencia) y hecho un juicio (“es ventajoso”), aunque en su libertad el pragmatista pueda decir que no es partidario de juzgar, guardándose en cada momento la conveniencia para sí. El problema llega hasta la ciencia social, puesto que supuestamente debe abstenerse de juicios de valor y ofrecer resultados que seguramente serán ventajosos para quien consulte al experto.

Por lo demás, algo similar guía el juicio de realidad, que James no nombra como “juicio”: “Toda la distinción entre lo real y lo irreal, dice, toda la distinción entre creencia, incredulidad, y duda, está basada en dos hechos mentales –primero, que somos responsables de pensar de modo diferente lo mismo; y segundo, que cuando lo hemos hecho, podemos escoger por qué camino de pensamiento adherirnos y a cual ser indiferentes” (James, 2017: 290). Al fin y al cabo, para James, nada tiene propiedades esenciales: “todos los caminos para concebir un hecho concreto, si existen verdaderos caminos del todo, son igualmente verdaderos caminos. No hay propiedad ABSOLUTAMENTE esencial para ninguna cosa” (James, 2017: 333). Queda negada la posibilidad de la objetividad del concepto, digamos que una objetividad que tendría su punto de anclaje en el objeto como tal y en sus características, como la misma palabra “objetividad” lo sugiere. Es por este motivo que, pareciendo cargarse del lado del materialismo, incluso en su sentido más vulgar, el contante y sonante, el pragmatismo no deja de ser un idealismo que puede llegar a ser ciego ante la realidad exterior, extramental, salvo en lo que reporta de ventaja, alienando a la ganancia a quien lo practica. Queriendo “liberar”, el pragmatismo puede enajenar.

Luego entonces, “el solo hecho de la aparición como un objeto no es en absoluto suficiente para constituir la realidad, considera James. Eso puede ser la realidad metafísica, la realidad de Dios; pero lo que necesitamos es la realidad práctica, la realidad para nosotros mismos; y, para tener esto, un objeto no sólo debe aparecer, pero debe aparecer al mismo tiempo interesante e importante. Los mundos cuyos objetos no son ni interesantes ni importantes los tratamos simplemente negativamente, los marcamos  como ir-reales” (James, 2017: 295). “Esta función de concebir como un todo, de fijar, y llegar pronto a significados, dice James, no tiene significación fuera del hecho de que quien concibe es una criatura con propósitos parciales y fines privados” (James, 2016: 482), tal cual, por lo que, en el límite, puede haber tantas supuestas concepciones como personas, o mejor dicho, como fines privados. Después de todo, sobre las cosas concretas particulares, James considera que “su existencia real (…) se resuelve en sí misma en su peculiar relación con nosotros mismos. La existencia no es así una cualidad sustantiva cuando lo predicamos de cualquier objeto; es una relación, por último que termina en nosotros mismos, y con el momento en el cual termina, volviéndose una relación práctica” (James, 2017: 290). Por aquí entra una sacralización de la experiencia que es para James “(…) vera causa de nuestras formas de pensamiento. Es nuestro educador, nuestro ayudante soberano y amigo; y su nombre, basándose en algo con un uso tan real y definido, sale a guardar lo sagrado y encumbrado sin un sentido más vago” (James, 2017: 620). Dicho de otro modo, cuando “concibe” un ser lo hace para propósitos parciales y fines privados, digamos que pragmática y/o expeditamente para “pasar a la práctica” por alguno de los caminos existentes, siempre y cuando importe porque  “retribuye”.

No se está lejos del solipsismo cuando se afirma, como lo hace James, que “(…) la realidad significa simplemente la relación a nuestra vida emocional y activa. Este es el único sentido que la palabra tiene en las bocas de los hombres prácticos. En este sentido, cualquier cosa que excite y estimule nuestro interés es real; cuando un objeto aparece así ante nosotros de tal modo que volteamos hacia él, lo aceptamos, llenamos nuestra mente con él, hasta aquí  es real para nosotros, y lo creemos. Cuando, por el contrario, lo ignoramos, fallamos en considerarlo o actuar sobre él, lo despreciamos, lo rechazamos, lo olvidamos, hasta aquí es para nosotros irreal y no creíble” (James, 2017: 295).  Lo que puede resultar incómodo desde el punto de vista teórico parece en cambio cómodo y obvio desde el psicológico, un punto de vista por lo demás en apariencia más cercano a la gente en el sentido común, al llamar por lo demás a cada quien por separado: cada quien concibe siguiendo su individualidad, pareciera que sin tener que sujetarse a reglas comunes ni que preocuparse por la parcialidad de la supuesta concepción, y todo en aras de un “sano” interés privado. Lo que cuenta es siempre “lo que paga”.

 

Ecos del pragmatismo

Insistamos en que el pragmatismo se presenta como una comodidad, la de prescindir de lo que podría ser llamado “discusiones abstrusas”, siguiendo a Gramsci –quien, dicho sea de paso, en la cárcel se interesó positivamente por la obra psicológica de William James, por la vía de Georges Sorel (Orozco, 2003: 39)-.El mismo pragmatismo es sin duda alguna anti-intelectual, en la medida en que suele asociarse al intelecto como lo contrario de “lo práctico” –lo que no forzosamente es. Escribe el escritor italiano Giovanni Papini –de quien William James dirá lo mejor- a principios del siglo XX: “los beneficios espirituales de quien es o se vuelve pragmatista no son para desdeñar. El primero es un beneficio de tiempo, porque el pragmatista pone en reposo definitivo a las llamadas ‘cuestiones insolubles’, los pretendidos ‘enigmas del universo’, que no son más que problemas inexistentes, o bien, problemas mal planteados que devienen solubles cuando son enunciados de modo pragmatista. El tiempo que se ahorra de este modo puede ser usado en el estudio de otros problemas o en la aplicación práctica de teorías ya verificadas por la experiencia” (Papini, 2011: 80).

Giovanni Papini
Imagen 3. Giovanni Papini

De nuevo aparece la tentación de la comodidad. Por así decirlo, el pragmatismo argumenta que no se pierde en divagaciones, al grado que Papini escribe: “el pragmatismo difiere sobre todo de las demás filosofías por el simple hecho de que no es…una filosofía, si por filosofía se entiende una metafísica, un sistema del mundo, una Weltanschauung y cosas semejantes. El pragmatista –en tanto pragmatista- no se profesa más idealista que materialista, no cree en la doctrina de la creación más que en la de la emanación” (Papini, 2011: 75). Agrega el autor italiano: “(…) el Pragmatismo más que una filosofía es un método para prescindir de la filosofía. De una parte, mediante la lucha contra los problemas carentes de sentido, la metafísica, el monismo, etc., disminuye el campo de acción de aquello que se llama, históricamente hablando, filosofía, y de otra parte, al incitar a los hombres a hacer más que a decir, a transformar más que a contemplar, a forzar las cosas y a ser realmente de algún modo, en lugar de afirmar que ya son de ese modo, amplía el campo de acción en detrimento de la pura especulación” (Papini, 2011: 76). La teoría ya corre aquí incluso el riesgo de ser el equivalente de la pura especulación, obviamente ociosa. “”(El pragmatista) procurará por todas las formas, al decir de este autor, no ocuparse de una gran parte de los problemas clásicos de la metafísica (en particular de las explicaciones universales y racionales del todo) que son, para él, problemas inexistentes y carentes de sentido; en su lugar se ocupará muchísimo de los métodos, de los instrumentos del conocimiento y de la acción, porque está convencido de que es mucho más importante mejorar o crear los métodos para obtener previsiones exactas o para cambiar nosotros mismos o a los otros, que juguetear con palabras vacías en torno a problemas incomprensibles” (Papini, 2011: 74).  Ya hemos señalado que el pragmatismo pretende deshacerse no sólo de la metafísica y el monismo, sino también del racionalismo, al que incluye también en la especulación, algo que no es exacto, pero que vuelve una y otra vez en Papini: “(…) los datos racionales, dice este autor, no nos permiten alcanzar ni la universalidad (inconcebible), ni la racionalidad (relativa, incompleta), ni la realidad (empobrecimiento, insuficiencia de la mente)” (Papini, 2011: 23). A fin de cuentas, la filosofía pareciera no ser más que una pérdida de tiempo frente a la cual sería lícito preguntarse: ¿qué hacer?, luego de haber interrogado: ¿y todo esto, para qué sirve?”. Papini ve en la filosofía algo estéril frente a “las preocupaciones prácticas que van creciendo y engendran un desprecio cada vez mayor por las reflexiones y las meditaciones que no ofrecen utilidad inmediata” (Papini, 2011: 25), algo que incluye para el autor italiano la “indemostrabilidad de las leyes morales en ética” (Papini, 2011: 25). Desde el punto de vista del pragmatismo, se puede efectivamente ser inescrupuloso y dejar los problemas éticos de lado si el resultado de la acción reporta alguna ventaja.

“Ser pragmático” aparece por lo pronto como si fuera equivalente de “ser práctico”, lo que en realidad no es: William James, por ejemplo, admitía cualquier creencia religiosa. En todo caso, “ser pragmático” se presenta  con otras ventajas frente a una filosofía que, si aspira a ser universal, supuestamente “nivela” la parte en el todo: “visto que una filosofía universal, para todos, considera Papini, es por más de una razón un sueño vano, es preciso resignarnos con hacer una filosofía para cada uno” (Papini, 2011: 33), que además ofrece “soluciones” o “resultados” de tal modo que “todo aquel que sea digno tendrá su filosofía, adecuada a sus necesidades, a sus intereses, a sus sentimientos. Ya no se buscará imponer a todos un mismo uniforme de una misma talla” (Papini, 2011: 34). A riesgo de caer en el solipsismo, problema que para algunos también despunta en el “Yo universal” de  Giovanni Gentile (1875-1944), adalid del fascismo italiano, Papini aboga por “una investigación y creación práctica de lo particular y de lo personal” (Papini, 2011, 34), sin mencionar en este caso la singularidad. “He aquí, de este modo, escribe el autor italiano, la teoría del yo (en cuanto singular, en cuanto se distingue y separa del resto, según el autor, nota nuestra), la Egología, que contendrá las guías necesarias para que cada uno pueda hacer, consigo mismo, una autoscopía que le sirva como medida para procurarse la actividad y la filosofía que más le conviene” (Papini, 2011: 34). El pragmático se ve atraído por el anzuelo de lo particular –el “caso particular” de lo que ha sido entretanto postulado como ventaja universal, aunque sin confesarse como tal- . Al mismo tiempo está la posibilidad de hacerlo pasar por “lo que todos buscan”, antes que realmente por la singularidad. El pragmatismo termina por presentarse como un atractivo para cada uno a su modo, pero desde luego que también como propuesta para todos (por lo que cada uno es un “caso particular”), contra una racionalidad que según Papini relega los sentimientos, personales, variables y múltiples (Papini, 2011). Todos están llamados a hacer lo mismo, deshacerse de las “pérdidas de tiempo” filosóficas, y cada quien queda supuestamente en libertad de encontrarse sus ventajas según su propia conveniencia (así todos estén llamados a actuar de la misma manera, es decir, a conveniencia). Es el señuelo de la libertad que usa una derecha como la latinoamericana que al mismo tiempo llama a que todos busquen granjearse algo de las ventajas prometidas, en el entendido que las ventajas son ganancias, a diferencia de las oportunidades o las igualdades de condiciones. El anzuelo no se dirige a todos, sería demasiado: como en la psicología de William James, parece no tomar en cuenta más que lo único e irrepetible de cada quien, que puede hacerse de ventajas de la misma manera en que alguien se hace un traje a la medida. ¿Qué de más llamativo?

El pragmatismo pretende oponer a lo Uno lo múltiple, una “riqueza” que de otro modo no podría aparecer, ni siquiera con una lógica obligadamente relativa (si cada individuo tiene su propia lógica, y al decir de Papini, difieren la aristotélica de la nyaya) y contradictoria (si cada razonamiento incluye una petición de principio, siempre según Papini). “(…) Lo diverso, a juicio del autor italiano, está dado por la intuición y no por la razón; (…) Los efectos de lo diverso son (…) opuestos a los de lo único: a) el aumento cualitativo del mundo, b)a liberación del mundo de todos los esquematismos y verbalismos que la razón le ha puesto encima, c) la adquisición de una potencia más directa, porque solo excluyendo la intermediación del concepto y dirigiendo la atención a la producción de lo particular, o sea, del real concreto, podemos lograr una más vasta y rápida apropiación del mundo” (Papini, 2011: 50). Nótese que hay aquí de nuevo confusión entre lo particular y lo singular. En todo caso, es probable que en Papini el pragmatismo, muy estadounidense, aparezca un tanto deformado por supuestas influencias como el utilitarismo (que no es exactamente lo mismo), el positivismo (que tampoco lo es), el kantismo de la razón práctica, el nominalismo, el voluntarismo de Schopenhauer y el fideísmo. Bien visto, el pragmatismo autoriza a tomar en la filosofía –a la que por lo menos en Papini dice más o menos aborrecer- “cualquier cosa que sirva” para un “determinado efecto” o resultado finalmente “experimentado”. Esa filosofía no estaría en realidad constituida más que por creencias, y la que más vale es aquélla que lleva a actuar de tal modo que por conveniencia se obtenga una ventaja, lo que cierra el círculo vicioso: aparentemente múltiple, el pragmatismo tiene una visión ideal y única del mundo y, sobre todo, de lo que se puede tomar de él, una ganancia.

Algo similar a Papini, alguien cercano al fascismo italiano, era lo que creía Benito Mussolini, quien le declaraba el 11 de abril de 1926 al Sunday Times–en realidad, sin demasiado conocimiento pero sí con gran admiración por Estados Unidos- que “el pragmatismo de William James (le) fue de gran utilidad en (su) carrera política”, agregando: “James me enseñó que una acción debe ser juzgada por sus resultados más que por su fundamento doctrinario”. “Aprendí de James, proseguía, esa fe en la acción, esa ardiente voluntad de vivir y luchar a las cuales el fascismo debe gran parte de su éxito” (Orozco, 2003: 85). Es probable que la influencia de James sobre el futuro Duce se remonte a poco antes de 1910, con la lectura de la apología de Papini (Orozco, 2003: 87) ya mencionada aquí.

Álvaro García Linera
Imagen 5. Álvaro García Linera.  http://www.enlacesbolivia.com 

 

¿Un sentido común sin praxis?

Ya hemos visto que el pragmatismo pretende atraer personalmente, pero hay que volver al colectivo del “sentido común” “común”. El problema del sentido común ha estado a discusión ante las dificultades en las trayectorias de los procesos progresistas en América Latina y ha sido abordado explícitamente en algunos casos, como en Bolivia por Álvaro García Linera, desde un punto de vista no ajeno a la teoría, algo que conviene recalcar aquí. García Linera llegó a decir en 2016, al recibir el premio Rodolfo Walsh de la Universidad Nacional de la Plata, que quien administra el sentido común “monopoliza la política”; el vicepresidente boliviano se extrañó incluso por las batallas que por este sentido libran las redes sociales en los rincones más apartados de Bolivia, a donde llegan los teléfonos celulares, y él mismo fue definido como un intelectual que está en una “batalla cotidiana por el sentido común” (Stefanoni, 2008: 18). ¿En qué consiste esa batalla? Sin duda, en restablecer la praxis sin desdeñar la teoría y en particular la capacidad para concebir, dar entendimiento para los conceptos. De lo contrario, el pragmatista llega a ser el “ateórico”.

No está de más recordar que en su Filosofía de la praxis, Adolfo Sánchez Vázquez había visto el peligro de un “sentido común” confundido con el “sentido práctico”. “En vez de formulaciones teóricas –escribió Sánchez Vázquez- tenemos así el punto de vista del ‘sentido común’ que dócilmente se pliega al dictado o exigencias de una práctica vaciada de ingredientes teóricos. En lugar de éstos tenemos toda una red de prejuicios, verdades anquilosadas y, en algunos casos, las supersticiones de una concepción irracional (mágica o religiosa) del mundo. La práctica se basta a sí misma, y el ‘sentido común’ se sitúa pasivamente, en una actitud acrítica, hacia ella. El ‘sentido común’ es el sentido de la práctica. Como no hay inadecuación entre ‘sentido común’ y práctica, para la conciencia ordinaria el criterio que ésta proporciona en su lectura directa e inmediata es inapelable. La conciencia ordinaria se ve a sí misma en oposición a la teoría, ya que la intromisión de ésta en el proceso práctico le parece perturbadora. La prioridad absoluta corresponde a la práctica, y tanto más cuanto menos impregnada esté de ingredientes teóricos” (Sánchez Vázquez, 1980: 270). El problema puede ser aún más grave cuando se cree que la teoría es en el mejor de los casos idealismo, algo “irrealizable”, y en el peor, pérdida de tiempo, por inutilidad, sobre todo frente a la parafernalia técnica que ofrecen hoy los medios de comunicación masiva y las redes sociales. El idealismo que es en realidad el pragmatismo se presenta frente a lo anterior como una oferta material, por práctica, “útil”.

Así, señala Sánchez Vázquez: “para la conciencia ordinaria la vida es ‘práctica’, no en el sentido que Marx da a esa expresión, sino en el de práctico-utilitaria. Por otro lado, lejos de reconocer esta dimensión limitada de ella, la ve dotada de un poder autosuficiente, como una actividad que se abre paso por sí misma sin necesidad de apoyos extraños. No requiere, a su modo de ver, una actividad teórica que, en conjunción con ella, le despeje el camino. El hombre ‘práctico’ cuya imagen tiene ante sí la conciencia ordinaria vive en un mundo de necesidades, objetos y actos ‘prácticos’ que se impone por sí mismo como algo perfectamente natural, y al que no es posible sustraerse a menos que se quiera tropezar como tropiezan a cada instante los teóricos y, en particular, los filósofos” (Sánchez Vázquez, 1980: 28). Para el hombre común, la práctica misma ofrece un repertorio de soluciones, aunque en realidad existan por lo menos “visiones del mundo” subyacentes. El rechazo a la teoría persiste, sin duda por renuencia a un supuesto idealismo que “no paga”. “Los problemas, señala Sánchez Vázquez, sólo pueden surgir con la especulación y el olvido de esas exigencias y soluciones. La práctica habla por sí misma (…) Así, pues, el hombre común y corriente se ve a sí mismo como el ser práctico que no necesita de teorías; los problemas encuentran su solución en la práctica misma o en esa forma de revivir la práctica pasada que es la experiencia. Pensamiento y acción, teoría y práctica, se separan. La actividad teórica –impráctica, es decir improductiva o inútil por excelencia- se le vuelve extraña; en ella no reconoce lo que tiene por su verdadero ser, su ser práctico-utilitario” (Sánchez Vázquez, 1980: 28). Para el hombre “ateórico”, argumenta el autor, no hay “(…) necesidad de desgarrar el telón de prejuicios, hábitos mentales y lugares comunes sobre el que proyecta sus actos prácticos. Cree vivir –y en ello ve una afirmación de sus nexos con el mundo de la práctica-, al margen de toda teoría, de una reflexión que sólo vendría a arrancarle de la necesidad de responder a las exigencias prácticas inmediatas de la vida cotidiana” (Sánchez Vázquez, 1980: 23-24). Siendo el más práctico, hábil y quizás hasta astuto de los hombres, el “ateórico” es en realidad un idealista –en el sentido filosófico- ciego a las consecuencias de lo que hace, algo que “sucede” porque siempre “hay que hacer algo” sin conocer forzosamente en lo interno (en la mente) el objeto sobre el que se actúa.

Lo cierto es que la teoría ligada a la práctica fue en cierta medida olvidada en América Latina, haciendo a un lado las posibilidades de la educación y la cultura políticas (¿pérdida de tiempo? ¿idealismo?), y fue remplazada en ocasiones por la retórica. Ni siquiera puede decirse que haya sido particularmente profundo el debate sobre el extractivismo desde el punto de vista teórico. Así, es probable que la posibilidad de unir práctica y teoría se haya visto afectada por el pragmatismo que desde los ’80 se fue imponiendo en las ciencias sociales, a raíz de su fuerte vinculación con las universidades estadounidenses y la necesidad de “hacer” por parte de los organismos internacionales y las organizaciones no gubernamentales, necesitadas de expertos para “resolver”. El debate de ideas (¿visto cual idealismo?), en el entendido de que ideas y conceptos son lo mismo, fue remplazado por el de simples términos (signos que conducen a otros, y así…), más en un mundo en donde la imagen se confunde con la representación que no es. El hombre “ateórico” podría ser así el que, teniendo una imagen para todo, no tiene un concepto de nada.

A final de cuentas, bien pudiéramos estar aquí, en los “vuelcos de época”, ante un “sentido común” “común” o incluso un “pseudosentido común” desprovisto de sensatez. Ya lo habíamos señalado, este “practicismo” impide concebir, tener un concepto de las cosas y las personas, y hacerse una idea de sus propiedades de los objetos, algo que una persona ordinaria puede considerar innecesario.

Adolfo Sánchez Vázquez
Imagen 4. Adolfo Sánchez Vázquez. http://adolfo-sanchez-vazquez.blogspot.mx/ 

Sánchez Vázquez había reconocido desde 1972 que esta reivindicación de lo “práctico”-anti-intelectual- tenía una raíz filosófica: “(…) no sólo la conciencia ordinaria –escribió el autor- establece una oposición radical entre teoría y práctica. La historia del pensamiento filosófico muestra también un modo de concebir las relaciones entre teoría y práctica en una forma que no es sino la del punto de vista del sentido común, depurado de su tosquedad y elevado al rango de doctrina filosófica: tal es el punto de vista del pragmatismo. Su practicismo –prosigue- se pone de manifiesto, sobre todo, en su concepción de la verdad; del hecho de que nuestro conocimiento se halla vinculado a necesidades prácticas, el pragmatismo deduce que lo verdadero se reduce a lo útil, con lo cual mina la esencia del conocimiento como reproducción de la consciencia cognoscente de la realidad, aunque esta realidad solo podamos conocerla –reproducirla idealmente- en nuestro trato teórico y práctico con ella. Hay que advertir por otro lado que, fiel al punto de vista del sentido común, del ‘hombre de la calle’, el pragmatismo reduce lo práctico a lo utilitario con lo cual acaba de disolver lo teórico en lo útil” (Sánchez Vázquez, 1980: 271). Ya hemos sugerido que no es nada más lo utilitario, sino lo que arroja una ganancia.

El pragmatismo pone en tela de juicio la posibilidad misma del conocimiento de la realidad; simplemente se toma de ella –mediante los instrumentos adecuados, eso sí- lo que es ventajoso y se descarta lo que no lo es. En el pragmatismo de James, critica Sánchez Vázquez, la verdad  “(…) es puesta en relación con nuestras creencias y, además, con las creencias más ventajosas para nosotros. La verdad queda subordinada, por tanto, a nuestros intereses, al de cada uno de nosotros. En consecuencia, no se da en concordancia con una realidad que nuestro conocimiento reproduce, sino que responde a nuestros intereses, a lo que sería –para nosotros- mejor, más ventajoso o más útil de creer “(Sánchez Vázquez, 1980: 272). En lugar de teoría hay creencias e intereses que deben ser verificados, y por práctica se entiende, tal vez erróneamente, la experiencia que en realidad no puede ser elaborada más allá de lo que “se dice” en el ready made del “sentido común” “común”: desde este punto de vista, más allá de cierta simpleza de “ensayo y error”, no parece seguro, a nuestro juicio, que el pragmatismo permita elaborar la experiencia, salvo que no lo pretenda (es decir, que aspire a una experiencia sin verdadero conocimiento de la misma), mucho menos en lo que para Sánchez Vázquez es “(…)  verdadera significación social humana” (Sánchez Vázquez, 1980: 29). Si hemos de seguir a John Dewey, otro pragmatista estadounidense (1859-1952), lo que interesa al pragmatismo a un nivel más general  es el pensamiento apenas como un instrumento para controlar un entorno: “(…) el pensamiento es instrumental para el control de un entorno”, considera Dewey, agregando que es “un control efectuado a través de actos que no serían realizados sin la resolución previa de una situación compleja en elementos asegurados y una proyección acompañante de posibilidades –es decir, sin pensamiento (Dewey, 2004: 18).

El pragmatismo no es nada más un modo de “ahorrarse” el dolor de cabeza teórico; es también una forma de no preguntarse por la utilidad social de tal o cual resultado, más allá de ese control, con tal de que a cada quien le funcione individualmente. Paradójicamente, para el hombre práctico, considera Sánchez Vázquez, “las cosas no sólo son conocidas en sí, al margen de toda actividad humana –punto de vista del realismo ingenuo-, sino que también significan por sí mismas; es decir, ignora que por el hecho de significar, de tener una significación práctica, los actos y objetos prácticos sólo existen por el hombre y para él. El mundo práctico es –para la conciencia ordinaria- un mundo de cosas y significaciones en sí” (Sánchez Vázquez, 1980: 26).Es algo dado, “bajo control” y no transformable.  Así, puesto que la referencia es una América Latina desigual, la riqueza está dada, no es creada, y simplemente pareciera que es cuestión de explorar las distintas variantes en el modo de repartirla, alternando partidos y líderes si es necesario.


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Así las cosas, no hay mayor espacio no exactamente para la experiencia, sino para la praxis, la misma de la que hablara Gramsci como de algo necesario para cambiar de sentido común, en el entendido de que praxis y “práctica” no son lo mismo, puesto que en la primera interviene la teoría. El hecho de que parezca suprimida o en todo caso muy relativizada no debe llevar a creer que el “practicismo” del pragmatismo es o tiende a ser objetivo. No puede serlo porque es al mismo tiempo un idealismo que proyecta sobre la realidad exterior las creencias y los intereses considerados ventajosos (para beneficio privado), “manipulando” ese mismo exterior sin mayor consideración por su existencia extramental, independiente del Yo que “experimenta”. Es en esta medida que, a falta de praxis y de una concepción del mundo, el pragmatismo corre el riesgo de terminar dando palos de ciego, incluso sin darse cuenta por estar escudado en el “sentido común” “común”, del que nos ocuparemos ahora.

 

El riesgo de un “sentido común”

El “sentido común” no puede confundirse con el “buen sentido” (bon sens, en francés), que remitiría un poco más a una sensatez que no forzosamente existe en el primero. Este tema ha sido trabajado recientemente por José Hernández Prado -apoyándose en el pragmatismo para decidir de un “criterio de compatibilidad”- para resolver algunos problemas filosóficos de fondo: ¿cuál es la relación del “sentido común” con la realidad? ¿El “sentido común” engaña o enseña?¿Pasa por el examen de la razón? Distintos autores están divididos sobre el tema y podría decirse que el “sentido común” puede hacer las dos cosas a la vez, engañar y enseñar, pero la segunda en estrecha relación con la noción de “sensatez” que introduce en el análisis Hernández Prado y que remite a un proceso de individuación “tribunalicio”, en el cual la mente funciona a la manera –dicho sea como metáfora- de un tribunal con jueces y leyes (Hernández Prado, 2002). Si se quiere, para demoler el “sentido común” “común” en boga y pasar a otro, como propusiera Gramsci, es necesario pasar por el juicio y llegar a la sensatez: se trata de separar el grano de la paja de pseudosentido común presente en el mismo sentido común.

El “sentido común” “común”, como lo nombra Hernández Prado, no es lo mismo que el “sentido común” “sensato”, llamado así por el mismo autor, y que correspondería tal vez al que reclamara Gramsci. Muy en concreto, está en juego una sensatez estrechamente ligada al juicio: “si acaso, escribe José Hernández Prado, la sensatez es cordura o razonabilidad, a la vez que prudencia; si es ‘razonabilidad’ teórica y práctica y ‘prudencia’ igualmente teórica y práctica, entonces conviene –prosigue- asociarla con cierta ‘fuente’ o ‘principio’ originario que no se identifica con la simple capacidad para razonar o con la mera capacidad para actuar prudente o ‘racionalmente’ –es decir, echando mano de la razón-. Esta fuente o principio –considera el autor- pudiera consistir en la capacidad para enjuiciar o juzgar. El adjetivo ‘sensato, sensata’, como diferente de ‘razonable’ o ‘cuerdo’ y de ‘prudente’ o ‘correcto’, y como claro sinónimo de ‘juicioso’ o ‘juiciosa’, sugiere con nitidez que en lo relacionado con los términos ‘juicio’, ‘juicioso, juiciosa’ y ‘juzgar’ o ‘enjuiciar’, radica quizás la clave para comprender en qué consiste, plausiblemente, la sensatez o el ser sensato o sensata” (Hernández Prado, 2002: 6). Dicho en términos sencillos, repetir lo que dice el sentido común no es garantía de hacerse un juicio (propio). En cambio, hacerse de un juicio propio puede llevar a la sensatez y su propagación, si cabe un nuevo “sentido común”.

Juzgar no consiste de ninguna manera en condenar, mucho menos ex ante. Lo cierto es que este juzgar no es el fuerte del pragmático, que tal vez  juzga o se abstiene de hacerlo “según pague” (aunque ya ha introducido el juicio en el “lo que es ventajoso” o “conveniente”): de esta manera, las derechas latinoamericanas logran “golpes blandos” que más allá de cierto “sentido común” “común”, disperso, son en realidad débilmente juzgados por buena parte de la población, tal vez a la espera de que se sepa “quién da más ventajas” sin querer conocer-y juzgar- de otros factores en juego. Desde este punto de vista, el “sentido común””común” curiosamente engaña aunque parezca enseñar y la opción por el pragmatismo, un pseudosentido común, impide concebir las propiedades de una estructura socioeconómica y de los grupos sociales que la integran, que es lo que está fuera de la vista del votante latinoamericano hoy, y tal vez más que en un pasado no muy lejano. Ya no se trata del acto de conocer, sino de ser pragmático en “jugársela”, con los políticos y parte de la población haciendo más o menos lo mismo, no por asunto de intenciones, sino de “sentido común de época”.


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 Apoyándose en un antiguo autor escocés del siglo XVIII, el IlustradoThomas Reid, Hernández Prado considera: “los seres humanos enjuician las situaciones que viven de manera continua y permanente, y por supuesto que producen juicios correctos e incorrectos. Aquí es donde hacen acto de aparición los llamados prejuicios, que no son, en principio, sino ‘juicios’ –proposiciones, enunciados-aceptados de un modo a priori, o bien previo a, o aparte de la requerida actividad de juzgar. Los prejuicios son enunciados generalmente erróneos y reacios a someterse a un ejercicio renovado de ponderación de evidencias, a pesar de que siempre puedan prestarse a él. Ellos remiten a la ausencia del ejercicio de enjuiciar, o bien a un ejercicio de enjuiciar ciertamente defectuoso, acaso por constituirse en una forma apresurada, sesgada, deshonesta inclusive, etcétera. Grandes enemigos de la capacidad de juzgar en el ‘tribunalicio’ sentido reidiano serían, por supuesto, las pasiones humanas y los intereses ‘materiales’ asociados a ellas” (Hernández Prado, 2002: 14). Es justamente a estos intereses a los que apela –si bien no directamente- el pragmatismo y son los que están detrás de medios de comunicación masiva que a no dudarlo apelan a las pasiones humanas.

¿Qué sucede con los enjuiciamientos defectuosos? Que “(….) enriquecerían el pseudosentido común, argumenta Hernández Prado, de un modo análogo a como el juzgar cuidadoso –por asiduo y consciente- se vincula con el auténtico sentido común, para dar lugar a la sensatez como madura capacidad de juicio” (Hernández Prado, 2002, 17). Guiarse por lo ventajoso o conveniente puede ser práctico para “resolver”, pero no es seguro que sea un buen juicio y no, por lo menos en algunas situaciones, un enjuiciamiento defectuoso, cuando no el punto de partida de un prejuicio. ¿Puede ser acaso el modo de funcionamiento de un tribunal? “También sería factible –y muy frecuente-, considera el autor, que haya enjuiciamientos defectuosos que no conduzcan a juicios acertados y que perpetren principios para juzgar que otros ejercicios de juicio más competentes podrían revelar paulatinamente como principios impertinentes o incluso ‘pseudoprimeros principios” (Hernández Prado, 2002: 17). La ventaja o la conveniencia pueden ser pseudoprimeros principios. 

¿Qué ocurre con los pre-juicios? Ocurre que “(…) propician y dan forma a un inequívoco ‘pseudosentido común’ que frecuentemente se confunde con el sentido ‘común’ y ‘sensato’ y que, desde luego, asumiría al igual que él numerosas modalidades sociohistóricas” (Hernández Prado, 2002: 15). “La sensatez se extravía, dice Hernández Prado, (…) cuando los juicios están basados en evidencias insuficientes o defectuosas, desde luego, pero también en principios inadecuados o’pseudoprimeroprincipios’ que pasan erróneamente por ‘primeros principios’ del sentido común. Existen condiciones y razones para los extravíos de la sensatez: condiciones primordialmente socioculturales y razones argumentales o que sustentan lógicamente a los juicios insensatos” (Hernández Prado, 2002, XI). Así las cosas, el pragmatismo opera en realidad como un pseudosentido común –con la conveniencia como primer principio-  gracias al influjo de los medios de comunicación masiva, que en América Latina y el Caribe han tenido en los últimos tiempos una fuerte influencia del modo de pensar y de personajes estadounidenses o latinos radicados en Estados Unidos. En particular, ese pseudosentido opera con la creencia de que la riqueza la crean los ricos que la derraman y no el trabajo expoliado, por lo que quien trabaja –con frecuencia precariamente, aunque las condiciones cambien con los derechos sociales progresistas- debe estar a la espera de la magnanimidad de los grandes negocios y de la inversión extranjera. Se trata aquí de un pseudosentido común resignado, sin duda por influencia religiosa, y al mismo tiempo listo para obtener la rebanada de un pastel ya hecho, algo que no puede ser cambiado. La acusación que recae en los líderes progresistas es la de llevarse supuestamente, mediante la corrupción, una rebanada excesiva, sin que importe siquiera si es verdad o no: el “sentido común” “común” da veredictos.

Es así que el sentido común “común’” (…)” (…) no es infalible –ya que nunca existe en estado ´puro’, o aparte de ‘falsos’ primeros principios y prejuicios- ni es, en rigor, estático, y sus llamados primeros principios siempre conllevan alguna dosis de vaguedad. Siempre es posible errar al efectuar un juicio, sobre todo si ese juicio no cuenta con las evidencias suficientes y está apoyado en ‘primeros principios’ inadecuados. Sin embargo, el sentido común ‘sensato’, la sensatez, puede rectificar al sentido común ‘común’ y perfeccionar sus creencias fundamentales, o bien modificar positivamente el enunciado de sus ‘primeros principios’. El sentido común ‘sensato’ depura al sentido común ‘común’ de cuanto parece ser sentido ‘común’ pero no lo es, y discierne, así, entre sentido común ‘común’ y lo que hemos denominado ‘pseudosentido común’” (Hernández Prado, 2002: 108-109). Dicho sea de paso, el juicio en la sensatez “no nace”, sino que “se hace”, algo que suele olvidarse del sentido común, por lo que éste se presenta por lo general dando una “ilusión de objetividad” que desmiente por ejemplo Alfred Shutz al recordar que se trata de una “construcción”, aunque Hernández Prado (quien cita a Shutz) considera el tema sujeto a debate a partir de Reid (Hernández Prado, 2002).

El enjuiciar, facultad o capacidad de juzgar, “(…) madura lenta y hasta tardíamente en la mente humana, al decir de Hernández Prado, y no se hace patente tan temprano en ésta en sus formas más desarrolladas, como lo hacen, en cambio, las manifestaciones iniciales de la percepción, la memoria o el raciocinio, por ejemplo. Adicionalmente, a esta facultad se la puede ejercer mecánica o inconscientemente –como sucede durante la percepción sensorial y la memoria-, o también de un modo cuidadoso por consciente y reflexivo, que persiga no perder de vista ninguno de los elementos que enriquezcan y completen su ejercicio (…) Se trata, sin lugar a dudas, de una facultad mental muy importante y a menudo ignorada por los estudiosos de la ‘filosofía de la mente’, afirmaba Thomas Reid. En rigor, somos incapaces de forjarnos nociones precisas y diferenciadas de las cosas sin una determinada capacidad de juicio”, agrega Hernández Prado (Hernández Prado, 2002: 13). El problema con el pragmatismo es que no ofrece completar o enriquecer un raciocinio que puede aparecer del lado de las “pérdidas de tiempo”: ofrece más bien resolver, hasta en la urgencia, de tal manera que puede mover incluso a los sectores más precarios de la población a “ser prácticos” y confundir sus intereses con los del contrario.

 

Conclusión

El resultado cuando se difunde el pragmatismo, es que, al lado de toda clase de técnicas, hasta donde llegan a serlo, para hacer negocios, paso por paso y siguiendo instrucciones ya creadas (así aparezcan como ejemplos, a lo Dale Carnegie), la vida no es encarada como praxis (creadora, reflexiva, en palabras de Sánchez Vázquez) con aciertos y errores juzgables mediante conceptos , sino “controlable” desde el ángulo de “autoayudas” que ofrecen de todo, desde vivir cualquier experiencia al máximo hasta el “detener la vida” en un haiku, caricaturizando un poco al budismo zen. En todos los casos, no hay más que la comodidad de “aplicar” –con toda la potencia que otorga la técnica- sin hacerse mayores preguntas ni detenerse a pensar, porque se ha vuelto de “sentido común” este mismo “aplicar”. No se trata de transformar la realidad, porque viene ya dada, por así decirlo “lista para armar” para cada quien, o, peor aún, porque “está por hacer” por completo individualmente, sin antecedente ninguno, salvo tal vez el religioso (la Divina Providencia, “Dios mediante”).

Pareciendo oponerse al idealismo, el pragmatismo es en realidad –cosa en la que no se detiene Sánchez Vázquez- una variante de aquél, puesto que la experiencia es apenas aquello en lo que se pone la atención particular, el “interés” que, como ya se ha visto, busca un “valor en efectivo” (cash-value). Aquí está la gran contradicción de esta corriente que no logra ser realmente “de pensamiento”, al oscilar –como lo hace James- a conveniencia tema tras tema, con tal de que “resulte”: aspira a tener la supuesta objetividad de un sentido común y al desprenderse de conceptos y juicios opta por la parcialidad, como termina haciéndolo el votante pragmático, que por lo demás no tiene mayor problema en reclamarse de ella ni en preocuparse por lo que pueda conllevar la falta de imparcialidad u objetividad. Cada uno es libre de escoger y todos lo son, lo que en principio define a la mente, a condición de escoger todos lo mismo, que es lo ventajoso y conveniente, por lo general en la coyuntura. Así se explicaría parcialmente cierta mudez de buena parte de los pueblos latinoamericanos –a diferencia de los sindicatos ante los programas de ajuste estructural en los años ’80- ante la caída de un líder tras otro por “golpes blandos”.

El mismo William James llegó a describir el tipo de sociedad que crea este pseudosentido común donde todos salen a cazar ventajas: “en muchos aspectos, escribió el autor, el Hombre es el más despiadadamente  feroz entre las bestias. Como en todos los animales gregarios, ‘dos almas’, como dice Fausto, ‘moran en su seno’, una de sociabilidad y utilidad, la otra de celos y antagonismo con sus compañeros. Aunque en general no pueden vivir sin ellas, todavía, por lo menos en ciertos individuos, a menudo se cae en que no pueden vivir sin ellas tampoco. Constreñido por el miembro de una tribu, todavía tiene el derecho a decidir, en la medida en que descansa en él, en qué deben consistir los demás miembros de la tribu. Matar a unos pocos desagradables puede con frecuencia mejorar las oportunidades de los que quedan. Y matar a una tribu avecindada de la que nada bueno viene, sino sólo competencia, puede mejor materialmente el lote de una tribu (…). “De aquí viene la cuna ensangrentada, el bellum ómnium contra omnes, en el cual fue criada nuestra especie; de aquí deriva la inconstancia de los vínculos humanos, la facilidad con la que el enemigo de ayer se convierte en el aliado de hoy y el amigo de hoy en el enemigo de mañana; de aquí el hecho de que nosotros, los descendientes lineales de los actores vencedores de una escena tras otra de matanzas, debamos llevar aún con nosotros, prestos a estallar en llamas en cualquier momento, sin importar las virtudes más pacíficas que también podemos poseer, el rescoldo y los siniestros rasgos de carácter en virtud de los cuales ellos sobrevivieron entre tantas matanzas, perjudicando a otros pero saliendo ilesos ellos mismos” (James, 2017: 409-410). No se trata de que los pueblos sean culpables, pero sí quienes los han influenciado a través de los medios de comunicación masiva hasta masificar un “sentido común” “común” pragmático que no sería en realidad más que un pseudosentido común, a la larga insensato.

 

Bibliografía:

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Cómo citar este artículo:

CUEVA, Marcos, (2018) “El pragmatismo: un sentido común de época en América Latina”, Pacarina del Sur [En línea], año 9, núm. 34, enero-marzo, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1593&catid=57