El Ártico americano. Una historia que vino del frío

Daniel Omar de Lucia

Instituto Superior Joaquín V. González, Argentina

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Recibido: 12-05-2020
Aceptado: 15-06-2020

 

 

A Tito, Timoteo y Filemón. Los tres osos polares de peluche más queribles del mundo.

Las regiones árticas y subárticas constituyen, en términos de geografía física y humana, una porción claramente delimitada de nuestro planeta. Las tierras isleñas y continentales ribereñas al océano Glacial Ártico forman parte de la masa euroasiática y el continente americano, así como de sus respectivas plataformas continentales. En lo concerniente a las regiones árticas y subárticas americanas, plantear una perspectiva general para su historia incluye el análisis de algunos procesos de tipo estructural de tiempo largo. No puede pasarse por alto que se trata de la parte de nuestro continente más directamente involucrada con la llegada de los primeros seres humanos (migraciones prehistóricas siberianas, posteriores oleadas en las que llegaron otras etnias de América del Norte, entre ellas los inuit). También es la parte América que, de manera lateral, formó parte de una temprana red comercial y colonizadora que partía del noroeste de Europa (expansión vikinga hacia Groenlandia y América del Norte). En el presente trabajo intentaremos esbozar un esquema que sirva de marco para una historia del Ártico americano, privilegiando el segmento temporal que se inicia con la incorporación a la economía-mundo a partir de 1500. Para eso revisitaremos el estado de la cuestión que atañe a los siguientes procesos: a) la relación ecosistemas y sociedades autóctonas en el periodo previo a la incorporación de la región a la economía mundo; b) la formación de espacios coloniales tempranos en los bordes subárticos y árticos y su interacción con distintas sociedades aborígenes; c) el largo periodo de exploración y reconocimiento de la taiga y la tundra americana; d) las formas de interacción de grupos exógenos (traficantes de pieles, balleneros, misioneros, mineros) con las etnias autóctonas; e) la delimitación jurisdiccional de distintos espacios coloniales y nacionales en el extremo norte del continente; f) la incidencia en la región de una serie de procesos contemporáneos de alcance mundial (Segunda Guerra Mundial, Guerra Fría, llegada de mega emprendimientos económicos, tensiones geopolíticas en el Ártico post-Guerra Fría); g) la elaboración de miradas sobre las poblaciones nativas desde la alteridad occidental como expresión de la expansión y evolución de una serie de imaginarios coloniales. De la misma manera nos propusimos definir los parámetros principales para una propuesta interdisciplinaria que permita definir los nexos y vínculos entre todos estos procesos en el marco regional.[1]

Posibles vías de acceso de los cazadores siberianos a América del Norte (15.000-12-000 AP)
Imagen 1. Posibles vías de acceso de los cazadores siberianos a América del Norte (15.000-12-000 AP). https://commons.wikimedia.org

 

Una modesta biblioteca del Ártico

En el campo historiográfico contemporáneo son pocas las obras de historia universal de largo aliento que le han concedido alguna entidad a la historia de las poblaciones del Ártico y su colonización por los estados modernos. Arnold J. Toynbee ensayó una mirada histórica sobre los habitantes del Ártico americano con algunas pretensiones teóricas. En sus Estudios Históricos ensayó una tipología general de las civilizaciones del mundo tomando como ordenadores su génesis, crecimiento, colapso y desintegración. En ese orden incluye a los esquimales, junto a los polinesios y otros nómadas, en la categoría de “civilizaciones detenidas”. Toynbee, tomando como referencia el trabajo antropológico de Steensby, presenta a los inuit como una sociedad fuertemente adaptada al medio, pero tratando de eludir a una tentación determinista lineal:

El tour de forcé de los esquimales fue permanecer en o sobre el hielo y cazar focas. Cualquiera que pudiera haber sido el incentivo histórico, es evidente que, en algún momento de su historia, los antepasados de los esquimales lucharon audazmente con el contorno ártico y adaptaron sus vidas y exigencias con habilidad consumada (Toynbee, 1985, pág. 160).[2]

 

De esa manera sostiene que el resultado fue el de una adaptación fuertemente condicionada a un medio extremo como el de la tundra ártica, pero no niega la variedad de respuestas humanas a los problemas derivados de este proceso.

En las grandes colecciones de historia universal una excepción, en el generalizado olvido del tratamiento de las regiones árticas, la constituye la Historia general de las civilizaciones, dirigida por Maurice Crouzet que, en el tomo dedicado a la expansión europea a fines del siglo XIX, redactado por Robert Schnerb, le dedica una sola carilla a “Las míseras sociedades del Ártico”. En este manual se señala que en el siglo XIX “las exploraciones y el comercio” hicieron emerger a la escena histórica a los pueblos ribereños que desde Eurasia a América del Norte viven del pastoreo de renos y de la pesca y la caza en los bosques cercanos. De la misma manera, se sindicaba a los esquimales como el más “típico de estos pueblos” y se informaba que la llegada de los traficantes extranjeros arrojó influencias contradictorias sobre la vida de los pueblos autóctonos:

Proporciona a los nativos el arma de fuego, la herramienta de metal, el petróleo que facilita la cocción y el alumbrado, la harina, el azúcar y él te que hacen más variada y agradable la comida, pero también el alcohol y las enfermedades (Schnerb, 1982, pág. 349).

 

La presencia extranjera propagó endemias para las que los nativos no tenían anticuerpos y exterminó algunas especies, animales trastocando el patrón de relación de las etnias locales con el ecosistema. Por oposición, según Schnerb, los estados que empezaron a ocupar el área buscaron introducir nuevas especies y a desarrollar políticas de protección a los nativos y poblaciones mestizas.

Esquimal de Groenlandia
Imagen 2. Esquimal de Groenlandia. Ilustración de la Novísima geografía… de Reclus (1906).

Los antecedentes constituyen intentos de elaborar esquemas de cierta entidad historiográfica que superen el cúmulo de textos sobre el Ártico, basado en libros de viajeros y misioneros, estudios antropológicos y manuales de historia de las exploraciones de las regiones polares. Respecto a los estudios antropológicos, destacamos los trabajos de Franz Boas (1964), Marcel Mauss (1979), Hans P. Steensby (1917), Knud Rasmussen (1930), Kaj Birket-Smith (1983), Murdock (1975), Jean Malaurie (1996), R. H. de Larramendi (1992), etc. sobre los inuit; los estudios de Claude Lévi-Strauss sobre los pueblos de la costa noroeste (1972; 2001), los distintos análisis sobre el c y prácticas afines en el Pacífico americano noroccidental –Radclife Brown, Marcel Mauss, Marvin Harris (1996)– y los estudios de Mircea Eliade (1976) sobre el chamanismo en América del Norte. El desarrollo del estado de la cuestión sobre las sociedades de las tundras y taigas americanas conoció una trabajosa evolución para logar superar el enfoque antropológico más clásico y poder avanzar hacia un esquema que contemplara problemáticas más etnohistóricas. Destacándose algunos señeros trabajos de campos entre inuit y amerindios boreales en dicha perspectiva.

Desde una mirada más de conjunto sobre el extremo estadounidense y su relación con las redes de comercio exógenas y distintas presencias coloniales, debemos mencionar el carácter liminar del clásico libro Europa y la gente sin historia de Eric Wolf y su análisis del comercio de pieles desde los Grandes Lagos, en dirección al norte. Wolf plantea que el tráfico de pieles, junto a la trata negrera atlántica, fueron los dos procesos centrales de la incorporación de América al sistema económico mundial. Durante distintos ciclos, el eje del comercio de pieles pasó de a) los pueblos horticultores y cazadores del subártico oriental; (1600-1770) a; b) los pueblos de las llanuras de los Grandes Lagos hasta el borde del bosque subártico occidental (a partir de mediados del siglo XVIII) y, luego; c) a la taiga subártica del noroeste hasta el borde la tundra desde fines del siglo XVIII.

Por donde fue, el comercio de pieles llevó consigo enfermedades contagiosas y guerras más y más enconadas. Muchos grupos nativos fueron destruidos y desaparecidos por completo; otros fueron diezmados, desbaratados y arrojados de sus hábitats originales. Las poblaciones sobrevivientes buscaron refugio con aliados o se unieron a otras poblaciones, con frecuencia bajo nuevos nombres e identidades étnicas. Unos cuantos, como los iroqueses, crecieron a costa de sus vecinos (Wolf, 1987, pág. 237).

 

De parte de las historias nacionales de Canadá y regionales de América del norte destacamos Creighton (1949) y Fohlen (1972) con análisis interesantes sobre la ocupación del Ártico canadiense y su constitución como una frontera interna, abierta y colonial. También el libro colectivo de Kerry y Coates (2001) sobre el Gran Norte canadiense. Alrededor del quinto centenario del “descubrimiento” de América, se han dado a conocer los resultados de simposios y grupos de investigación que se ocupan de experiencias particulares en la vida de los pueblos del septentrión americano, destacándose los enfoques temáticos sobre: a) procesos de complejización social en distintas etnias locales y la interacción entre sociedades nativas complejas y las que se mantuvieron en el nivel de bandas; b) el estudio de distintas experiencias de expansión colonial y nacional (la “Rusia Americana”, la Alaska norteamericana, la Groenlandia danesa y la ocupación canadiense del “Gran Norte”); c) y las imágenes de la alteridad construidas alrededor de los pueblos nativos por distintos actores sociales que tomaron contacto con ellos en los últimos dos siglos: misioneros, balleneros, exploradores, artistas, etc. (De Larramendi, 1992; Peset, 1989; Álvarez Maurin, Broncano Rodríguez, & Chamosa González, 1994; Rostkowski & Deveres, 1996). Un caso particular lo constituye el desarrollo de una disciplina de desarrollo reciente, como la historia del clima, de la cual el análisis de la relación sociedades/cambios climáticos ha involucrado directamente a varios casos particulares del Ártico americano: a) las migraciones de los pueblos autóctonos; b) la expansión escandinava a partir del año 1000 y; c) el enfriamiento en la “Pequeña Edad de Hielo” a partir de 1300 (Le Roy Ladurie, 1990; 2017; Fagan, 2007; 2008; 2009).

Portada de Historia del clima…
Imagen 3. Portada de Historia del clima…, de Emmanuel Le Roy Ladurie

Portada de El Gran Calentamiento…
Imagen 4. Portada de El Gran Calentamiento…, de Brian M. Fagan

La obra de Jared Diamond (2006; 2015), inscripta en una perspectiva materialista cultural no determinista, se ha centrado en la interacción de las sociedades tradicionales con el uso de los recursos naturales. En esa perspectiva, le ha concedido bastante interés a las respuestas elaboradas por las sociedades que habitaron el Ártico americano. ¿Por qué colapsó la Groenlandia vikinga? ¿Por qué los inuit lograron sobrevivir a través de una adaptación dura a un medio extremo? Con muchos puntos de contacto con las problemáticas ligadas a la relación sociedades/recursos/respuestas culturales tenemos la obra de McNeill y McNeill, Las redes humanas… (2010), que intenta una perspectiva de la historia mundial tomando como eje la expansión de la especie humana y los distintos vínculos regionales y mundiales que esta fue generando. Dentro de dicho esquema, le reconocen una cierta autonomía a la problemática del Ártico americano y su articulación de tiempo largo con las regiones árticas euroasiáticas. Este novedoso enfoque incluso permite abordar desde una mirada interdisciplinaria (etnohistoria, historia económica, historia ambiental, etc.), una serie de procesos de tiempo largo en la historia del Ártico americano que durante mucho tiempo fueron privilegio exclusivo de los estudios paleontológicos, arqueológicos y lingüísticos. Pensamos en los clásicos trabajos de autores como Hrdlička (1917), Rivet (1960), Canals Frau (1950), etc. sobre los debates alrededor del poblamiento de América y el establecimiento de los pueblos inuit en el norte de nuestro continente. Sin duda la historia del tiempo largo del Ártico y subártico americano incluye distintos procesos que ponen en primer plano las relaciones oceánicas regionales. La expansión vikinga a partir del año 1000, la incorporación de la Groenlandia nórdica a la red económica y cultural con Europa hasta comienzos del siglo XV, así como la exploración vikinga de regiones de América continental han merecido una atención particular por los expertos en historia vikinga, especialmente desde el descubrimiento de las ruinas de la comunidad nórdica de L'Anse aux Meadows (Terranova), en 1963. Representando los aportes más interesantes para este proceso, que afectó de manera lateral el extremo norte de nuestro continente, los trabajos clásicos de Durand (1967), Jones (1965) y Logan (2014). Mucho más profusa ha sido la producción sobre la historia de la exploración moderna del Ártico americano y la búsqueda del paso del Noroeste y la carrera hacia el Polo Norte geográfico, destacamos entre estos trabajos los de Treue (1946) y Kirwan (2001).

Reconstrucción del poblado vikingo de LAnse aux Meadows
Imagen 5. Reconstrucción del poblado vikingo de L'Anse aux Meadows. www.publicmedievalist.com

 

Ecosistemas y sociedades originarias

Sin duda alguna estamos hablando de una región en donde la especificidad de las relaciones entre el medio geográfico y el medio histórico es difícil de exagerar. Desde el temprano proceso de población de continente americano, la relación entre los ecosistemas árticos y subárticos y las respuestas de las distintas sociedades que lo habitaron a los desafíos del medio se proyectan en primer plano. En términos fitogeográficos, la región se divide en los siguientes biomas: a) tundra ártica que abarca a Groenlandia, los archipiélagos del norte canadiense ,la parte norte y oriental de Alaska y parte de la costa norte canadiense; b), la taiga o bosque boreal subártico, que abarca buena parte de Canadá, la península del Labrador, las tierras del Escudo Canadiense y el oeste del país hasta cerca de la costa del Pacífico, donde su límite meridional está más al norte que en la costa Atlántica; c) el bosque mixto o bosque acadiano, que se extiende desde el borde de la taiga hasta el norte del valle de San Lorenzo y de los Grandes Lagos, donde comienza el bosque de hojas caducifolias y el límite norte de las praderas en el centro-oeste canadiense. Las Montañas Rocosas, en su sección canadiense, combinan características de tundra y flora y fauna de pradera. La costa de la Columbia Británica, expuesta a las corrientes del Pacífico representa un bioma más propio de climas relativamente templados con combinación de bosques y zonas de pasturas en la parte meridional, más presencia de coníferas en la costa y un tipo más de tundra en la meseta del norte en los límites con Alaska.

Distribución de las lenguas inuit
Imagen 6. Distribución de las lenguas inuit. https://es.wikipedia.org

Los primeros seres humanos que poblaron el Ártico americano fueron las oleadas migratorias que formarían la población paleoesquimal. Una serie de culturas microlíticas de grupos que pasaron desde Siberia a América en migraciones interglaciares muy remotas. Según algunos, desde fechas tan remotas como 25.000 años AP y, con más seguridad, desde los finales del último periodo glacial en 11.500 AP, relacionadas con la inmigración hacia América de las grandes culturas cazadoras siberianas que entraron por el estrecho de Bering. En relación a este último proceso, no se descarta tampoco que antiguos pobladores paleoindios migraran desde los bosques templados a la taiga y la tundra al fin de la última glaciación. Estas viejas culturas microlíticas se extenderían hasta Groenlandia y la península del Labrador. Las más tardías se relacionan con las migraciones de 5.5000 AP, cuando llegaron desde Asia pueblos que serían antepasados de los paleoesquimales Dorset. En el 4.500 A.P., llegaron al sudoeste de Groenlandia donde crearon la cultura Saqqaq (4.500-2800 AP). Eran pueblos de cazadores de aves, focas y morsas, no así de ballenas. Vivían en pequeñas tiendas. También conocían el arco y flecha, aunque la especialización en la explotación de recursos marítimos parece que los hizo caer medio en desuso. Paralelamente se desarrollaron en el norte de Groenlandia las culturas Independencia I y II. En los primeros siglos de la era cristiana, avanzaron desde el Ártico occidental y central los paleoesquimales Dorset que antes del fin del primer milenio llegaron hasta Terranova, Labrador y Groenlandia. Desarrollaron una cultura de arponeros de hojas triangulares orientada, principalmente a la caza de focas y morsas. Perforaban las banquinas de hielo para cazar a sus presas. Construían casas comunales donde podían vivir hasta 30 personas. Usaban grasa de foca como combustible e iluminación. Practicaban trueques en redes de comercio con otras culturas cazadoras especializadas. En la península de Labrador les disputaron el territorio y recursos a los indios algonquinos.

Área de la cultura Dorset
Imagen 7. Área de la cultura Dorset. http://www.beforebc.de

Los antepasados de los inuit (esquimales), habitantes etnohistóricos de la tundra y la taiga, hay que buscarlos en la cultura Thule. Esta se origina en una migración siberiana que llegó a Alaska hacia el 500 D.C., que alcanzó la región de Nunavut, en el actual Ártico canadiense, en 1000 D.C., y el norte de Groenlandia hacia el siglo XIII D.C. Son pueblos que no tenían parentesco biológico con los Dorset pero que, de acuerdo a los indicios que brinda la arqueología, mantuvieron interacción con ellos. Los relatos orales de los actuales inuit denominaban a los Dorset tinuitq, en singular y sivullirmiut (“primeros pobladores”) en plural. Los describían como hombres más altos que ellos, pero con una cultura inferior. Sobre la base de la inmigración Thule se constituyeron distintas culturas de cazadores de focas, renos, osos polares, morsas, bueyes almizcleros, etc. complementada con la pesca fluvial y lacustre de salmones. Pero el rasgo más distintivo de su economía depredadora era la caza de pequeños y medianos cetáceos que los Dorset no practicaban. Formaban las clásicas bandas de no más de una veintena de personas que se desplazaban en umiac (canoas extensas), por las bahías y senos marítimos para cazar una ballena que le sirviera de alimentación por todo el invierno. Con los Thule/inuit se desarrollarán mejores técnicas de navegación, incluyendo el uso del kayak, la domesticación de animales (perros), el uso del trineo y las casas de hielo (iglú). Parte de los inuit Thule serían los creadores de la cultura de los Inuksuk, en el noroeste de Groenlandia que se caracterizaría por momificar a sus muertos, construir viviendas más complejas y el uso del material de hierro. Elementos que han dado pie a especulaciones por posibles influencias de los poblados vikingos. De la misma manera los inuit balleneros de Alaska habrían accedido a artículos de hierro, previos al contacto con los europeos, por medio de intercambios con los pueblos de la costa oriental de Siberia. Un párrafo aparte merecen los Aleutas pobladores de archipiélago de las Aleutianas, situado cerca de la costa de Alaska al sur del estrecho de Bering. Son un pueblo de cazadores-pescadores que reconoce un tronco común con los inuit, ligados lingüística y culturalmente a ellos, pero también con algunos rasgos que hablan de una cercanía con los Yupik, los primos siberianos de los esquimales. Al igual que los inuit vivían de la caza de mamíferos marinos, aves, peces, caribúes y focas. Sus mujeres practicaban la cestería y distintas industrias óseas, líticas y con marfil. Habitaban en pequeñas aldeas costeras cercanas a fuentes de agua dulce. Se llamaban a si mismo Unagan, cuando los traficantes rusos tomaron contacto con ellos en el siglo XVIII:

Caza de ballenas por inuit Thule
Imagen 8. Caza de ballenas por inuit Thule. http://cocomagnanville.over-blog.com

Aleutas
Imagen 9. Aleutas. © Edward Sheriff Curtis, 1930. https://wikioo.org

La taiga era ocupada en su sección occidental por los pueblos amerindios de lengua atapasca, dentro del grupo de lenguas de la familia na-dené, que combinaban la caza del reno y pequeños mamíferos con la pesca en lagos y la costa marítima. Extendiéndose desde la costa norte por el este hasta el occidente de la península de labrador y por el sur hasta la sección septentrional de las rocosas y las praderas los pueblos de lengua Cree combinaban la caza de nutrias, zorros y castores con pesca lacustre y marítima. Más al este, los pueblos más septentrionales de la familia algonquina cazaban nutrias y renos en la taiga oriental al norte de los Grandes Lagos y hasta la costa del Atlántico. Tanto las culturas cazadoras y pescadoras de la tundra como las de la taiga no fueron extáticas. Conocieron cambios y transiciones producto de las migraciones y extinciones de especie producidas por los cambios climáticos o por la depredación humana. También por las innovaciones tecnológicas y otras adaptaciones desarrolladas por las poblaciones autóctonas y otras derivadas de préstamos producto de los contactos con los primeros europeos que llegaron a la región.

Tundra de Alaska
Imagen 10. Tundra de Alaska. ©USFWS. www.audubon.org

El límite sur de la taiga con los bosques acadianos del este, los bosques de transición al norte de los Grandes Lagos, las praderas del centro este y la costa templada del Pacífico representan, en tiempo largo, una frontera cultural. Frontera que marcaba el limite septentrional de los pueblos que combinaban la producción de alimentos con la caza (agricultores algonquinos, iroqueses, hurones) o con pueblos cazadores-pescadores que desarrollaron rasgos de complejidad social (acumulación de excedentes, estratificación social, consolidación de elites guerreras, etc.), previos a su contacto con los europeos como es el caso de las jefaturas de pescadores kwaliut, los haida y otros pueblos de la costa occidental de la Columbia Británica y el sur de Alaska.[3]

Taiga de Canadá
Imagen 11. Taiga de Canadá. www.pinterest.com

 

Una lenta incorporación al sistema económico mundial

Los primeros contactos europeos de los habitantes del extremo norte del continente se produjeron con la expansión nórdica sobre el Atlántico Norte a partir del siglo X. Los vikingos noruegos colonizaron el sur de Groenlandia a partir de 932 D.C. y luego del año 1.000 exploraron y llevaron adelante algunos intentos efímeros de colonización de otras islas y tierras continentales americanas (Tierra de Baffin, la Bahía de Ungava, la península de Labrador y la isla de Terranova. Quizás también el extremo nordeste del actual Estados Unidos). La Groenlandia vikinga fue durante más de cuatro siglos el final de una red comercial que comenzaba en Escandinavia. En 1121, el Vaticano nombró un obispo en el poblado groenlandés de Gardar que se convirtió en la primera diócesis católica del continente americano. A partir de 1260, los poblados vikingos de Groenlandia reconocieron la soberanía de la corona de Noruega con la que mantenían un importante tráfico comercial. Los vikingos, en sus exploraciones en la parte continental de América del Norte, tomaron contactos con pueblos aborígenes del continente (algonquinos aparentemente) y quizás con los pueblos Dorset que habitaban el norte de la península de Labrador. Después del 1300 se encontraron con los inuit Thule, cazadores de focas del círculo polar, que emigraron al sur siguiendo a las focas con el enfriamiento del siglo XIV y atacaron los poblados vikingos. Los nórdicos denominaron a los nativos americanos, tanto inuit como amerindios, skraelings (hombres horribles). El descenso del clima en el Atlántico Norte fue haciendo cada vez más difíciles las comunicaciones con Europa. Se tienen noticias de algunos viajes a Groenlandia en los siglos XIV y XV e incluso algunas sobre estos poblados en franca decadencia. La más conocida de estas noticias fue la transmitida por el cartógrafo danés Claudius Clavus que, según parece, habría estado en Groenlandia hacia 1420. De él tomaría la información sobre Groenlandia el obispo de Upsala Olaus Magnus para escribir su Historia de Gentibus Septentrionalibus (1555). Documentos de los papas Nicolás V (1448) y Alejandro VI (1492), confirman la pérdida total de contacto del vaticano con aquella lejana diócesis en el límite del mundo conocido. El final de estas comunidades se produjo en algún momento de la segunda mitad del siglo XV. Algunas noticias de crónicas de viajes permiten suponer que grupos de colonos de origen europeo habrían sobrevivido hasta comienzos del siglo XVI. Durante el pontificado de León X se nombró a Vincent Kampe como obispo de Gardar, pero fue una designación en el papel. Mientras, la expansión atlántica europea hacia el hemisferio occidental volvería a comenzar a religar, lentamente, el septentrión americano al mundo desde fines del siglo XV.

Rutas de los vikingos en el Atlántico Norte
Imagen 12. Rutas de los vikingos en el Atlántico Norte. http://jaxsont.weebly.com

Islandia y Groenlandia en la Carta Marina, de Olaus Magnus (1539)
Imagen 13. Islandia y Groenlandia en la Carta Marina, de Olaus Magnus (1539). https://commons.wikimedia.org

Grabado de Olaus Magnus sobre la expedición danesa de 1472
Imagen 14. Grabado de Olaus Magnus sobre la expedición danesa de 1472 donde se ve un europeo peleando con un esquinal. https://upload.wikimedia.org/

En 1472, veinte años antes que Colón realizara su célebre viaje a las Antillas, una expedición danesa-lusitana liderada por Didrik Pining y Hans Pothorst y llevando al portugués João Vaz Corte Real, como representante de ese país, habría llegado a la costa oriental de Groenlandia y quizás también a la isla de Terranova. En 1497, Juan Caboto descubrió oficialmente Terranova a donde, desde algunas décadas antes, marinos vascos, bretones e ingleses pescaban y cazaban cetáceos. Era la famosa “isla de los bacalaos”, mencionada en los mapas y portulanos precolombinos.[4] En 1501, el ya mencionado Corte Real desembarcó en la península del Labrador. En las décadas siguientes, pescadores portugueses, vascos y holandeses se establecieron en la costa canadiense. Desde Terranova hacia el norte la costa Atlántica americana se convertirá en la tierra de las “grandes pesquerías”. En 1534, Jacques Cartier (1944) comienza la exploración francesa del valle de San Lorenzo y toma contacto con los indios hurones. Estos eran un pueblo de agricultores que vivían al norte de los Grandes Lagos. Era una sociedad con algún grado de estratificación y organizadas en jefaturas relativamente simples. Hacia comienzos del siglo XV habían constituido una confederación tribal al norte de los Grandes Lagos. La frontera norte del territorio hurón se correspondía con el límite ecológico entre los pueblos agricultores y los cazadores recolectores de los bosques subárticos. En esa dirección, los hurones mantenían un circuito de comercio que llevaba hasta la costa de la Bahía de Hudson. Los agricultores hurones cambiaban maíz y artículos artesanales propios por caza y pesca de las tribus cazadoras y canoeras. Los franceses fundarían Quebec en 1608 y comenzaron a establecerse a lo largo del valle del San Lorenzo. La etapa de las pesquerías dejaría paso al tráfico de pieles. Nacería el circuito comercial entre el Canadá francés y la Huronía, como los franceses denominarían a la confederación tribal que tenía su epicentro al norte del lago Ontario. La alianza franco-hurona tendría su equivalente más al sur en el circuito comercial que los holandeses de Nueva Ámsterdam (actual Nueva York) con los indios iroqueses del valle de Hudson, tradicionales enemigos de los hurones. Los Coureur des bois (corredores de los bosques) y sus rivales Voyagers (viajeros), como se llamaría a los tramperos con licencia, comenzarían a viajar hacia la Huronía, donde cambiaban pieles por mosquetes y los objetos de hierro (cuchillos, cacharros), muy apreciados por los indios. Los traficantes franceses también se desplazan hacia el norte, a pie o en canoa, para comerciar con las etnias cazadoras que vivían en el borde del bosque boreal. En 1659, Radisson y Groseilliers llevaron adelante una expedición hasta la costa de la actual Bahía de Hudson, abriendo el camino hacia el comercio de pieles con la costa norte. Nacía la cultura de los tramperos de los bosques canadienses como europeos montaraces que adoptaban las prácticas y saberes de los nativos.

Pesca de ballenas en la costa de Canadá en el siglo XVI
Imagen 15. Pesca de ballenas en la costa de Canadá en el siglo XVI. www.extremeiceland.is

Más al norte comenzarían, en el siglo XVI, las exploraciones de marinos ingleses y balleneros holandeses buscando el paso hacia Asia por el oeste. En 1576, el inglés Martin Frobisher bordeó la costa de Groenlandia y llegó hasta la isla de Baffin, donde creyó descubrir oro que terminó siendo pirita, u oro falso. En dicha travesía tomó contacto con unos inuit en el primer encuentro registrado de europeos con esquimales desde los cruces de los normandos con skraelings. Más al norte, el inglés John Davies sería el primer europeo en desembarcar en Groenlandia luego del fin de la colonización vikinga, en su viaje de 1588 en busca del paso del Noroeste. Buscando el paso hacia Asia por el noroeste, el inglés Henry Hudson descubriría en 1610 la Bahía que lleva su nombre en el marco de un viaje que culminaría en un motín y en la muerte de Hudson y los tripulantes que se mantuvieron leales a su capitán. Los viajes de James Hall y su piloto William Baffin que le dio nombre a la isla homónima (1612) completaron todo un ciclo de descubrimientos en la vertiente Atlántica del Ártico americano. Las costas de Groenlandia y los archipiélagos cercanos serían, hasta el siglo XVIII, una zona de preponderancia de los marinos británicos al orientarse la actividad naviera de los Países Bajos a buscar el paso a Asia por el noreste. No obstante, los balleneros holandeses, alemanes, etc. tendrían también su presencia en dichas regiones en esos siglos. Luego llegarían los navíos de los centros balleneros de las trece colonias: Nantucket y Nueva Bedford. En aquellos mares árticos se cazaba la ballena mysticetus, o ballena groenlandesa, a la que Herman Melville, le dedica un pasaje descriptivo muy extenso en Moby Dick.

Del otro lado del continente, Francis Drake llegó probablemente hasta cerca de Vancouver en su viaje de circunnavegación de 1578. Exploradores españoles contemporáneos llegarían también hasta la costa sur de Canadá. Desde la Rusia asiática, los cosacos que exploraban la Siberia oriental alcanzaron la costa del Pacífico a comienzos del siglo XVII y quizás visitaran, ya entonces, la costa americana. En 1728, el marino danés al servicio de los zares rusos Vitus Bering, descubrió el mar que lleva su nombre. En una segunda expedición entre 1738 y 1743, reconoció los archipiélagos de las islas Aleutianas y la costa de Alaska (“tierra grande”, en lengua aleuta). Formó parte de esta expedición el ornitólogo alemán Georg Wilhelm Steller, que realizó un valioso trabajo de relevamiento de la fauna de estas islas y tierras heladas del Pacífico Norte.

Mapa del cuarto viaje de Henry Hudson (1610-1611)
Imagen 16. Mapa del cuarto viaje de Henry Hudson (1610-1611). https://es.wikipedia.org

John Davis, explorador inglés de Groenlandia
Imagen 17. John Davis, explorador inglés de Groenlandia. www.collectionscanada.gc.ca

Vitus Bering, explorador de Alaska
Imagen 18. Vitus Bering, explorador de Alaska. https://upload.wikimedia.org

En 1670, aprovechando la experiencia de los tramperos franceses, se instalaría una presencia europea permanente en los límites entre la taiga y la tundra con la llegada de los ingleses de la Compañía de la Bahía de Hudson (CBH, 1670) a la Tierra de Rupert para aprovechar el comercio de pieles de las cuencas fluviales al norte del Canadá francés. La posición de la compañía se fortalecería luego de la Paz de Utrecht (1713) y la renuncia de Francia a pretensiones sobre sus territorios. Luego del paso de las colonias francesas de Canadá a manos de Gran Bretaña en 1763, se fundaría otra compañía (Compañía del Noroeste) con pretensiones sobre el comercio de pieles en la Bahía. Sería la época de los pedlars, o traficantes de pieles anglófonos de Montreal que, guiados por métis, o mestizos franco-indios, desafiarían e monopolio de la CBH. En 1812 ambas Compañías se fusionarían por presión del gobierno británico.

Henry Hudson
Imagen 19. Henry Hudson. https://upload.wikimedia.org

William Baffin
Imagen 20. William Baffin. https://es.wikipedia.org

En 1728, el misionero noruego luterano Hans Edge fundó Godthab (la actual Nuuk), para misionar entre los esquimales de Groenlandia. Comenzaría a formarse una nueva colonia noruega-danesa dedicada a la pesca de ballenas y al tráfico de pieles bajo el monopolio de la corona. En esos años iniciales, Godthab debió enfrentar una epidemia de viruela que diezmó a buena parte de la población inuit (1733-1734). Edge tradujo el nuevo testamento al inuit. En 1737 volvió a Dinamarca a organizar un seminario de misioneros para evangelizar a los inuit. La experiencia misionera luterana entre los grupos de inuit a los que llegó tuvo mucho de aculturación coercitiva. En otro terreno, los relatos de viajes de Edge y su tarea en la confección de mapas aportaron un mejor conocimiento de la región. En 1747 llegó la misión de los Hermanos Moravos, que iniciaría una experiencia de evangelización alternativa. Lo anterior incluyó un intento de dar una expresión escrita a la lengua inuit. Con base en su experiencia groenlandesa, los moravos se establecerán también entre los inuit de Labrador en 1771. Desde mediados de siglo, los traficantes daneses comenzaron a cambiarle a los inuit fusiles por pieles. En 1775, Dinamarca cerró los puertos de Groenlandia a los barcos extranjeros y se empezó a gestar el monopolio comercial de la compañía colonial. En 1800, una nueva epidemia le costó la vida a un tercio de habitantes de la colonia

Hans Edge
Imagen 21. Hans Edge. https://es.wikipedia.org

Por su parte, los rusos comenzarían a partir de 1740 su colonización del Ártico americano erigiendo misiones ortodoxas en las islas Aleutianas y la costa sudeste de Alaska. Pronto se iría afirmando la presencia de los traficantes de pieles rusos, acompañados a veces de yakutos y otros aborígenes siberianos. Con base en Kamchatka, los rusos vendían las pieles con destino al mercado chino. En dicho derrotero establecerían relaciones, a veces pacíficas, pero las más de las veces muy violentas, con inuit, aleutas y amerindios. En 1765 traficaban en toda la costa al sur de la Tierra del Príncipe Guillermo. En 1781 se estableció una compañía comercial oficial. En 1784 fundaron un primer poblado en la isla de Kodiak. Ese mismo año se produjo la llamada “Masacre de Awa'uq”, en la que una partida de traficantes comandada por Grigori Shélijov escarmentó de manera sangrienta a los pobladores aleutas de Kodiak que querían impedir la excursión de los rusos. Poco a poco los rusos reducirían manu militari la resistencia de aleutas e inuit repeliendo, a la vez, la invasión de los indios tinghit a sus tierras. La primera etapa de la presencia rusa se centró en la caza de nutrias hasta que esta especie empezó a menguar producto de la depredación. Comenzaría el ciclo de la foca. Catalina II les impondría a los esquimales la obligación de proveer a la compañía rusa de una cantidad determinada de pieles de foca cada año. El trabajo de los misioneros ortodoxos tendría éxito entre los aleutas y algunos inuit continentales. Con los años se formaría una población mestiza de europeos y autóctonos antepasados de los actuales “criollos rusos de Alaska”. En 1799 se fundaría Sitka, que sería la capital de la “América rusa”. La experiencia colonial de la América rusa estará signada por dos procesos: el tráfico de pieles y el trabajo misional de la iglesia ortodoxa.

En la segunda mitad del siglo XVIII los viajes de James Cook (1778), Jean-François de La Pérouse (1786) y Alejandro Malaspina (1794) habían terminado de reconocer de forma completa la costa noroeste del continente americano. Los intentos españoles de establecer una colonia en la actual Costa Oeste de Canadá y el sur de Alaska (Territorio de Nutka) cesaron luego de las negociaciones entre George Vancouver y Bodega y Quadra en las Convenciones de Nutka (1790, 1793 y 1794), en las cuales España reconoció los derechos británicos en la región. Trabajando al servicio de la Compañía del Noroeste, Alejandro Mackenzie, exploró el río que lleva su nombre hasta su desembocadura en el Ártico (1789) y luego atravesó el continente hasta llegar al Pacífico en Bella Coola (actual Columbia Británica) en 1793.

Asentamiento español en Nutka durante la expedición de Malaespina
Imagen 22. Asentamiento español en Nutka durante la expedición de Malaespina. www.diariodejerez.es

Traficantes de pieles de la Compañía de la Bahía de Hudson
Imagen 23. Traficantes de pieles de la Compañía de la Bahía de Hudson. https://sv.wikipedia.org

Catedral ortodoxa rusa en Sitka, Alaska
Imagen 24. Catedral ortodoxa rusa en Sitka, Alaska. https://es.m.wikipedia.org

Durante el siglo XIX el Ártico americano conocerá varios puntos de inflexión en relación a su grado de articulación con el sistema económico mundial y los espacios coloniales aledaños. La famosa expedición de Ross y Parry de 1818, llegó a la Bahía Melville (Groenlandia), el punto más al norte alcanzado hasta el momento por exploradores y tomó contacto con los esquimales cazadores de focas de la región, la población más septentrional del mundo, que no habían tenido contacto con europeos hasta el momento. En esos años las expediciones del joven explorador con raíces balleneras, William Scoresby (1806-1807; 1813; 1816 y 1822), ampliaron mucho el relevamiento geográfico de Groenlandia y los archipiélagos vecinos, así como de la flora y fauna del lugar. En 1824, la expedición de George Lyon descubrió en la isla de Coats, en la Bahía de Hudson, un grupo nativo que hablaba una lengua desconocida por los otros inuit, que los denominaban Sadlermiut y que quizás fueran los últimos descendientes de los antiguos pobladores Dorset. Otro episodio de la larga era de exploraciones del Ártico en busca del paso del Noroeste fue la legendaria expedición perdida de John Franklin en 1845. Luego de haberse perdido contacto con esta expedición británica se mandaron varias misiones a buscarla. En 1854 se supo por informes de inuit que un grupo de marinos había muerto de inanición en la isla del Príncipe Guillermo, luego de comerse a los muertos durante el naufragio. Entre 1848 y 1851 el geólogo danés Hinrich J. Rink recorrió partes de Groenlandia, tomó contactos con los Kalaallit, uno de los grupos más numerosos de inuit polares. Rink iniciaría la tarea de recoger las tradiciones orales de los inuit, trabajo en el que tendría muchos continuadores. Durante todo el siglo continuaría el proceso de búsqueda del paso del Noroeste, objetivo que recién se alcanzará a principios del siglo XX. Durante el último cuarto del siglo XIX comenzarán los intentos para alcanzar el Polo Norte.

En materia política, los dos episodios más importantes de la centuria serán la compra de la Alaska rusa por Estados Unidos en 1867 y la constitución de la Confederación Canadiense, con autonomía de la corona británica, ese mismo año. En relación al primero de estos procesos señalemos que el imperio ruso comenzó a preocuparse por las dificultades que representaban sus posesiones americanas a partir de la Guerra de Crimea (1853-1855). Puntualmente se tenía una anexión por parte de los británicos de Canadá. Luego del descubrimiento de oro en los bosques del oeste se acentuó la presencia inglesa en la región. Esta incluyó la construcción de rutas en el oeste canadiense, lo que produjo el incidente conocido como la Guerra del Bute (1864) y la masacre de trabajadores blancos por los indios. Esta presencia británica incluyó un proyecto frustrado de establecer un cable telegráfico a través del estrecho de Bering, para unir América con Asia. Luego de concluida la Guerra de Secesión, el secretario de estado estadounidense William Seward comenzó tratativas con San Petersburgo para la compra de la Rusia americana. Esta se concretó en 1867, pese a que en la opinión pública norteamericana no existía una actitud aprobatoria por la operación.[5] Por su parte, la CBH cederá, en 1870, sus dominios en la Tierra de Rupert al gobierno canadiense, que lo incorporó los Territorios del Noroeste.

Un puesto comercial de la Compañía de la Bahía de Hudson, por Harry Ogden (1882)
Imagen 25. Un puesto comercial de la Compañía de la Bahía de Hudson, por Harry Ogden (1882). https://es.m.wikipedia.org

En el terreno económico, se incrementó en el bosque boreal la presencia de los traficantes de pieles, a los que pronto seguirían los mineros. Las factorías balleneras de las costas e islas más septentrionales afectarán de distinta manera la vida de los pueblos inuit que migraban por la caza de cetáceos, la cual se extinguió. Los misioneros de las distintas iglesias denunciaron los estragos que la presencia de los balleneros y otros marinos representaban para los nativos en Groenlandia, la tierra de Rupert y Alaska. Entre otras cosas, la difusión del alcoholismo, enfermedades venéreas y viruela, los abusos a mujeres, las prácticas esclavistas y de tráfico de nativos. Entre los amerindios del noroeste se produjeron algunos movimientos religiosos de rechazo a la presencia blanca. Hasta el límite sur de la taiga llegaron los ecos del movimiento religioso del Ghost Dance, difundido por los sioux, dakotas y otras tribus. Más al norte, en las riberas del río Mackenzie, había aparecido en 1812, la profetisa Kutenai (“mujer-hombre”) predicando el rechazo al cristianismo y la presencia de los colonos.

Mascara ritual Kwakiutl. Museo Peabody de Arqueología y Etnología, Universidad de Harvard
Imagen 26. Mascara ritual Kwakiutl. Museo Peabody de Arqueología y Etnología, Universidad de Harvard. https://commons.wikimedia.org

La Costa Oeste de Canadá, al sur de Alaska, había tenido una historia diferente. Luego de la convención de Nutka visitó la región el explorador inglés George Vancouver (1794) que firmó acuerdos comerciales con los jefes Kiwakult. Pronto la CBH comenzaría a ganar presencia en la región. Los británicos fundaron Vancouver en 1824 y Fort Rupert en 1849. La fiebre de oro del río Fraser (1858) hizo aumentar la población blanca de cazadores y traficantes, así como su intercambio con los indígenas. Comenzaría, aquí también, un complejo proceso de aculturación parcial con los efectos clásicos en esos casos (prostitución, alcoholismo, difusión de endemias y choques violentos entre colonos y nativos). En 1871, se fundó el estado canadiense de Columbia Británica. En 1884, la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia de Montreal, promovió el desarrollo de estudios de campo en el Canadá occidental para estudiar mejor a las sociedades de la taiga y el bosque boreal. En 1885, las autoridades prohíben la practica ritual del Potlatch, a la que consideran un obstáculo para convertir a los indios en sujetos activos de una moderna economía de mercado (acumuladores de capital o asalariados “libres”). Esta prohibición estuvo vigente hasta 1951, pero no se consiguió desarraigar tan fácilmente la práctica que, de forma más o menos clandestina, se siguió realizando hasta comienzos del siglo XX. Más recientemente, la práctica del Potlatch, como elemento identitario, ha sido rescatada por algunas comunidades de la región. En su moderna versión adaptada, los regalos suelen incluir artefactos modernos y reparto de dinero. Más al norte, en Alaska, durante el periodo de dominio ruso, los sacerdotes ortodoxos habían realizado campañas contra los movimientos de danzas indígenas en donde veían el encubrimiento de cultos paganos inuit y amerindios. Luego de 1867, esta actitud será imitada por los misioneros protestantes y católicos establecidos en la región.

Practica del Potlatch en la costa de la Columbia Británica a fines del siglo XIX
Imagen 27. Practica del Potlatch en la costa de la Columbia Británica a fines del siglo XIX. https://es.wikipedia.org

Durante el siglo XIX se consolidarían en el extremo norte del continente una serie de poblaciones fruto del mestizaje entre blancos y nativos, fenómeno que derivó en el desarrollo de otras tantas identidades étnicas marginadas en distintos grados: a) los mestizos de esquimal y danés en Groenlandia, b) mestizos franco-indios de la península del Labrador; c) los criollos o descendientes mestizos de los colonos rusos con mujeres inuit o amerindias en Alaska; d) los métis del oeste canadiense, fruto de la mezcla de colonos británicos (escoceses, nativos de las Orcadas) y franceses con mujeres indias. Estos últimos constituirán una subcultura de tramperos y campesinos con derechos precarios sobre la tierra. Constituyeron un actor político de peso en la región, incluso en el plano militar. En 1816, junto a algunas tribus indias, se aliaron a la Compañía del Noroeste contra el monopolio del comercio de pieles concedido por la corona a la CBH, siendo derrotados y masacrados en la Batalla de Seven Oaks. Décadas después, serían protagonistas de la revuelta del Red River (1869-1870), reclamando la incorporación de parte del territorio que había pertenecido a la CBH a la federación canadiense, conformando la colonia de Manitoba. Esta revuelta, liderada por Louis Riel, reclamaba el reconocimiento de los derechos de propiedad a los colonos, el derecho de voto a los métis y el respeto a su cultura, en parte franco-católica. El perfil étnico cultural de los criollos rusos de Alaska, insertos en el proceso de diversificación de la población que acompañó la fiebre del oro de 1898, se fue desdibujando. No obstante, se conserva hasta el día de hoy, el uso de lengua rusa en distintas localidades alaskeñas (Ninilchik, Kodiak, etc.). También fue la importante presencia de la iglesia ortodoxa entre aleutas, esquimales, amerindios y descendientes de criollos. Luego de la separación de Noruega y Dinamarca en 1814, Groenlandia quedó en manos de la corona danesa. Durante el siglo XIX Copenhague intensificará su presencia en la isla del Ártico americano. Principalmente redoblando el esfuerzo misionero entre los inuit y realizando trabajos de exploración. En esos años se produjo una migración masiva de inuit canadienses a partes desoladas de Groenlandia, donde se organizó, entre 1862 y 1863, un gobierno con la participación de los colonos europeos, pero con exclusión de los nativos. En 1864 H. Rink comienza a publicar un diario en lengua inuit llamado Atuagagdliutit, que todavía se edita.

En, 1896 el descubrimiento de oro en Klondike produjo la migración masiva de aventureros a la región canadiense del Yukón y luego a Alaska, donde la fiebre de oro se extendería en 1898. La fiebre del oro modificará el perfil económico de la región. Barcos a vapor surcarían los ríos Mackenzie y Yukón por varias décadas. Algunos grupos amerindios e inuit adoptaron las formas de habitar, indumentarias y otros préstamos culturales tomados de los colonos. Tanto en Alaska como en el territorio del Yukón, el fin del auge aurífero significo una fuerte caída de la población e incluso el despoblamiento de localidades. A comienzos del siglo XX, el Ártico americano ya no guardaba ningún secreto desde el punto de vista geográfico y su incorporación jurisdiccional a distintos espacios coloniales y nacionales iría tomando los rasgos estructurales que conserva hasta hoy.

Metis del norte canadiense
Imagen 28. Metis del norte canadiense. http://rendezvousvoyageurs.ca

Louis Riel. Líder de la revuelta del Red River
Imagen 29. Louis Riel. Líder de la revuelta del Red River. https://es.swashvillage.org

 

La consolidación del orden colonial en el Ártico

La bebida fuerte y la sífilis son dos lindos regalos de la tierra de los puritanos para nuestros hermanos indígenas (Henderson, 1947).

El siglo XX comenzó para el Ártico americano con la conclusión del proceso de exploración y relevamiento geográfico. Los dos acontecimientos que culminaron dichos esfuerzos serían el descubrimiento del paso del Noroeste por Roald Amundsen en 1903 y la polémica expedición de Robert Peary, considerada el descubrimiento oficial del Polo Norte. Estas exploraciones fueron contemporáneas a la delimitación y consolidación de distintas jurisdicciones coloniales en el Ártico. En Alaska, a la fiebre del oro de 1898 siguieron los primeros aprestos de organización territorial por parte del gobierno estadounidense. Desde 1884 existía un gobernador nombrado por Washington y un delegado electo al congreso con voz, pero sin voto. En 1902 se empezó a construir el ferrocarril Seewald-Fairbanks, que estaría concluido en 1914. Aunque en los primeros años del siglo XX el declive de la actividad minera haría descender la población sensiblemente. El territorio comenzaba a perder su perfil de refugio de buscadores de oro, bandidos forestales y tribunales mineros que a veces habían sido una forma de arreglar cuentas y concretar venganzas apenas disimuladas. En 1912, Alaska se convirtió formalmente en territorio, con capital en Juneau. Se consolidaron los vínculos económicos con el puerto de Seattle en la costa del Pacífico estadounidense, cerca de la frontera con Canadá, que hasta 1935 será paso obligado entre el resto de Estados Unidos y Alaska como un privilegio monopólico. Se desarrollaron la industria forestal, minera y pesquera. Se incrementó la presencia de misiones religiosas de distintas confesiones (ortodoxos, católicos, anglicanos, presbiterianos, etc.). La Segunda Guerra Mundial incrementaría la presencia militar en la región y promovería muchos cambios. Durante los años siguientes, los colonos comenzaron un lobby para alcanzar la condición de Estado, que llegó recién en 1959. El desarrollo de la aviación permitió integrar mejor Alaska con el resto del territorio estadounidense. El descubrimiento de petróleo en 1968 marcaría un nuevo ciclo en la historia económica de la región

Como vimos, la Confederación Canadiense, dominio autónomo del Imperio británico desde 1867, hizo suyos los viejos territorios de la Compañía de la Bahía de Hudson. En 1870, la mayoría de estos pasarían a formar los Territorios del Noroeste, que sufrirían diferentes organizaciones espaciales en las décadas siguientes (Creación de Alberta y Saskatchewan en 1905, cesión de parte de los Territorios del Noroeste al crearse las provincias de Ontario, Manitoba y Quebec en 1912). Los Territorios del Noroeste incluyeron a los archipiélagos árticos poblados por los inuit y la costa continental ártica central. El contacto permanente con la población blanca en estas regiones se comenzó a producir de forma efectiva en los años 20. El gobierno de los archipiélagos más septentrionales sería por mucho tiempo jurisdicción de la policía montada. Por varias décadas más, los autóctonos del Gran Norte canadienses serían, principalmente, problemas de los policías de casacas rojas y de los misioneros católicos y protestantes. Estos territorios no tuvieron representación en el parlamento canadiense hasta 1952. Al año siguiente se le concedió el derecho del voto a los inuit.

Más al oeste, el territorio del Yukón había conocido un auge de la población como efecto de la fiebre aurífera de 1896-1898. Pero en los años siguientes, siguiendo con la clásica suerte de las regiones que vivieron las “fiebres del oro”, también comenzaría a perder población. Al igual que en Alaska, la era de los gambusinos dejó paso a la de las grandes compañías mineras. El descenso de la población llevó a una rebaja del estatuto autonómico del Yukón que en los años 20 pasó a ser gobernado por un delegado del gobierno central. Durante la Segunda Guerra Mundial, la construcción de la autopista Alaska afectó la vida de las comunidades aborígenes (contaminación, endemias). Más al sur, Vancouver, capital de la Columbia Británica, se consolidaría como el gran puerto del Pacífico canadiense. A comienzos del siglo XX llegará al noroeste la organización obrera de mano de la IWW (Industrial Workers of the World), los famosos “wobblies”, que se expandían por toda la cuenca del Pacífico. Las tierras del Yukón y Alaska conocerían las huelgas mineras y ferroviarias. Un sindicalismo de frontera, muy ligado a los conflictos obreros de los puertos de Seattle y de Vancouver.

Vancouver
Imagen 30. Vancouver. www.independent.co.uk

Para Groenlandia, el principio de siglo XX también trajo algunas novedades. La separación de Noruega de Suecia en 1905 y la llegada al trono noruego de Haakon VII, príncipe danés, motorizó viejas reivindicaciones del gobierno de Oslo sobre la legendaria isla descubierta por Eric el Rojo. En 1925, por iniciativa del gobierno noruego, se establecieron en las desoladas tierras del fiordo Kangertittivaq (70 grados de latitud N), unas 700 familias lideradas por Ejnar Mikkelsen. Este contingente fundó la ciudad de Ittoqqortoormiit (“la caza grande” en inuit), una factoría para la caza de cetáceos y osos polares. En 1931 un segundo contingente noruego buscó extender el control a toda la mitad norte de la isla. Esto derivó en un conflicto territorial entre Copenhague y Oslo. Pero la sangre no llegó al río. Fieles a la clásica frialdad nórdica, ambos gobiernos sometieron su diferendo a la Corte Internacional de Justicia que fallo, en 1933, a favor de la soberanía danesa sobre la isla.

Es interesante señalar que entre las últimas décadas del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, mientras los estados con soberanía sobre el Ártico iban consolidando su jurisdicción territorial respectiva, se asistió también al avance del estado de la cuestión sobre las sociedades árticas y subárticas. A través de trabajos de campo y estudios comparativos, la mirada científica sobre los habitantes de la taiga y de la tundra avanzó más allá de las generalidades y superó, parcialmente, los esquemas y criterios teocéntricos. Incluso algunos de los trabajos de campo del Gran Norte americano adquirieron carácter paradigmático dentro del campo de la antropología y la etnología. Es el caso de la estadía de Franz Boas (1881-1883) entre los esquimales de la isla de Baffin y su análisis de las respuestas de los cazadores inuit a los desafíos del medio extremo. Son los estudios de Mauss sobre las variaciones estacionales del ciclo económico y social de los cazadores de la tundra (1904-1905) y sus ensayos sobre la antropología del don, definiendo las distintas tipologías del Potlatch entre los amerindios de la Costa Oeste (1923-1924). Es la obra de Rasmussen un estudioso de raíces inuit, que realizó numerosos expediciones y estadías en todo el Ártico desde Groenlandia hasta Alaska durante la segunda, tercera y cuarta década del siglo XX. Rasmussen aporta en sus escritos numerosos conocimientos sobre la cultura material, las técnicas de caza y los patrones de habitación y desplazamientos de los inuit. Pero quizá el rasgo más destacable de su trabajo sea la recopilación de información oral sobre la mitología y la cosmovisión de los habitantes de la tundra siguiendo la tarea que unas décadas antes había iniciado H. Rink. Igualmente, podemos destacar su trabajo de rescate de la memoria que este pueblo ártico conservaba de los contactos esporádicos que desde hacía siglos venían entablando con marinos de origen europeo. Es también el trabajo de Birket-Smith, integrante de la expedición que comandó Rasmussen recorriendo el Ártico desde el Atlántico al Pacífico en 1923-1924, y sus interesantes aportes al estudio de la cultura inuit, sus rasgos comunes y diferencias con los pueblos amerindios de la taiga. Mencionemos también el descartable el rol de Peter Freuchen, compañero de Rasmussen en varias expediciones y en la fundación de un puesto comercial en el actual emplazamiento de la base aérea Thule, en el norte de Groenlandia. Este antropólogo, aventurero y militante socialista y antifascista, dio a conocer en Dinamarca la cultura inuit y fue un crítico severo de muchas políticas en relación a los inuit, en especial la evangelización compulsiva y traumática por misioneros cristianos. Mientras el septentrión americano pasaba a ser definitivamente incorporado al orden colonial, la imagen etnohistórica de sus habitantes autóctonos superaba su carácter de miscelánea o icono para adquirir contornos más reales.

 

De la Segunda Guerra Mundial al fin de la Guerra Fría

La Segunda Guerra Mundial cambiaría profundamente la vida del Ártico americano. La ocupación de Noruega y Dinamarca por las tropas nazis puso sobre el tapete la situación de sus colonias en el Atlántico Norte. Los ingleses y sus aliados canadienses ocuparon Islandia, el archipiélago de las islas Feroe y otras islas menores entre 1940 y 1941. La más extensa y estratégica Groenlandia conocería una solución más original a la situación derivada de la ocupación de su metrópoli por las tropas hitlerianas. Las autoridades coloniales de la isla se negaron a reconocer al gobierno danés subordinado a la ocupación alemana. El 9 de abril de 1941, Henrik Kauffman, embajador de Copenhague en Estados Unidos firmó, sin la autorización de su gobierno, un acuerdo con el gobierno estadounidense en el que se encomendaba a Washington, cuya neutralidad en el conflicto era cada vez menos creíble, la defensa de Groenlandia. Un virtual protectorado. Las “neutrales” tropas estadounidenses llegaron a la isla en junio de 1941, repartiéndose tareas con británicos y canadienses en la defensa del Atlántico Norte. En esos años, comenzó la construcción de la base aeronaval de Thule, recién concluida del todo en 1951, durante la Guerra Fría. Otro aprovechamiento bélico del lugar fue la explotación de los yacimientos de criolita, necesarios en la industria bélica. Por su parte, Canadá ya había considerado en el verano de 1940 la posibilidad de que su costa atlántica se convirtiera en un teatro de guerra y reforzó su presencia naval en el Golfo de San Lorenzo. El Ártico canadiense también vio incrementada la presencia militar propia y norteamericana. Citemos el ejemplo de la ciudad de Iqaluit (actual capital de Nunavut), nacida como una base militar en esos años. Durante el conflicto, Groenlandia y los archipiélagos árticos canadienses fueron importantes puertos de partida de los convoyes con armas destinados al Puerto de Arcángel en la Unión Soviética. De la misma manera existió un circuito de bases aéreas clandestinas (“Ruta de la Bola de Nieve”) que incluía Terranova, Groenlandia e Islandia en dirección a las Islas Británicas. También se establecieron bases meteorológicas y de comunicaciones en el norte de Groenlandia y en los archipiélagos canadienses. El mar de Groenlandia fue un escenario menor de los combates aéreos y submarinos entre las fuerzas aliadas y las avanzadas nazis. Los estadounidenses entrenarían a canoeros inuit y a pescadores nórdicos conocedores del norte de Groenlandia para detectar posibles incursiones alemanas. Estas incluyeron la instalación de estaciones clandestinas en la costa oeste groenlandesa, siendo pronto desbaratadas por las fuerzas aliadas. Parece que estas acciones estaban coordinadas por un célebre comando militar y meteorológico nazi situado en el Ártico, cerca de Spitsbergen, que se rendiría en septiembre de 1945, cuatro meses después del fin de la guerra.

Desde ya que fueron mucho más importantes las operaciones bélicas en Alaska. El territorio estadounidense se llenó de aeródromos, bases y rutas militares durante los años del conflicto. Las operaciones en las islas Aleutianas entre junio de 1942 y agosto de 1943, incluyeron combates navales, submarinos e incluso desembarcos nipones en algunas islas (Attu, Kizhi, etc.). Parte de estas operaciones japonesas tuvieron finalidades de divertimento en relación a las operaciones en teatros militares más centrales de la Guerra del Pacífico. (batalla de Midway). Pero una parte de estos esfuerzos estuvieron orientados a establecer cabezas de playa en Alaska y la costa canadiense en el Pacífico. Al igual que Alaska, el vecino estado canadiense de Columbia Británica vio modificado su perfil por las obras de infraestructura militar y el acantonamiento de efectivos. Es el caso de la ciudad de Dawson Creek que se convirtió en la terminal ferroviaria donde llegaban los abastecimientos y se establecieron los técnicos y mano de obra para terminar de construir la autopista Alaska. En esos años se sucedieron episodios oscuros como el internamiento de nativos aleutas e inuit alaskeños, por parte del gobierno estadounidense, en campos de concentración con la supuesta intención de protegerlos. La liberación de documentos oficiales yanquis permitió constatar que se había utilizado a inuit “objetores de conciencia” como cobayos humanos, sometiéndolos a radiación.

Mujer Yupik con su hijo, primos siberianos de los Inuit (1930)
Imagen 31. Mujer Yupik con su hijo, primos siberianos de los Inuit (1930). https://upload.wikimedia.org

La militarización del Ártico durante el conflicto mundial se continuó e intensificó durante la Guerra Fría. En 1946, el presidente estadounidense Harry S. Truman le propuso a Dinamarca la compra de Groenlandia, pero el gobierno danés rechazó la oferta. Los tres países con soberanía en el Ártico americano (Estados Unidos, Canadá y Dinamarca) suscribieron el pacto de formación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949. En dicho marco se celebró un acuerdo bilateral danés-estadounidense que, entre otras cosas, confirmó a futuro la continuidad de las bases yanquis en Groenlandia, aunque se concluyera formalmente el protectorado estadounidense sobre la isla. En los años 50, las fuerzas armadas estadounidenses comenzaron a montar la DEW (Distant Early Warning Line, o Línea Avanzada de Alerta Precoz). Una serie de bases militares que abarcaba desde la costa oriental de Groenlandia hasta las islas Aleutianas en prevención de un posible ataque soviético desde el Ártico. Lo cual habla a las claras de cómo los demás estados involucrados en la región cedieron importantes cuotas de autonomía política en función de la llamada “defensa continental”. Situación más marcada en el caso de la administración colonial danesa en Groenlandia en la que no dejó de incrementarse la presencia militar norteamericana. Aparte de la presencia yanqui en su territorio, Canadá redobló su propia presencia militar en la región a partir de los años 50. Es el caso de la ciudad de Alert (Bahía de Nures), el poblado humano más boreal del mundo, que nació como un observatorio meteorológico militar en 1958. Según se dice, se produjeron varios incidentes entre submarinos rusos y canadienses durante la crisis de los misiles de 1962. La mayor presencia militar en el Ártico tuvo como consecuencia lateral una fuerte instalación de la aviación civil, esbozada ya en el periodo de entreguerras por medio de los vuelos exploratorios de las fuerzas armadas. Groenlandia, que en términos estratégicos fue siempre considerada un “gran portaviones”, se convirtió en el nudo central de una serie de rutas de aviación comercial transpolares que unían América, Europa y Asia, sin tener que atravesar el espacio aéreo de los países del bloque socialista. El avión que inauguró la aviación comercial transpolar despegó de Copenhague en 1954.

La Guerra Fría también tuvo una serie de efectos colaterales para las poblaciones del Ártico americano. El peso de lo militar en la región tuvo variadas consecuencias ambientales, sanitarias y de desarticulación de la vida de muchas poblaciones. Quizás la expresión más clara de la repercusión regional de la guerra de bloques fue la erección de un virtual “telón de hielo” entre las islas norteamericanas y las de soberanía soviética en el estrecho de Bering. Por su parte el gobierno canadiense, entre 1953 u 1955, deportó, encubriendo el acto como una migración “voluntaria”, a familias inuit de la Bahía de Hudson a parajes solitarios como una forma de reafirmar la presencia del país de la hoja de arce ante posibles asentamientos clandestinos soviéticos. Se trataba de aborígenes que, luego de un asentamiento de larga data en poblaciones sedentarias, habían perdido buena parte del patrón cultural de los nómadas. En los inhóspitos pasajes a donde fueron conducidos se separó incluso a grupos familiares y se los puso bajo la autoridad de la policía montada que los sometió a un régimen de disciplina militar. En 1953 pasó algo semejante en Groenlandia cuando se desplazó a la fuerza familias inuit que ocupaban el espacio donde se establecería la base área estadounidense de Thule. Tanto en Alaska como el Ártico canadiense se entrenó a grupos de pobladores originarios para cumplir misiones de espionaje. Cuesta dejar viejos hábitos. La liberación de archivos estadounidenses de esos años hizo saber que, una vez más, los esquimales de Alaska habían sido usados como cobayos humanos, aplicándosele yodo radiactivo para estudiar el comportamiento de la tiroides en situaciones de frío extremo. La línea DEW fue desmontada parcialmente en los años 80 del siglo XX. El “telón de hielo” entre los esquimales de Siberia y Alaska se levantó en 1988 pudiéndose reencontrar familias separadas desde hacía cuatro décadas.

Trazado de la Línea Avanzada de Alerta Precoz (DEW)
Imagen 32. Trazado de la Línea Avanzada de Alerta Precoz (DEW). https://commons.wikimedia.org

 

Estructuras económicas y políticas de una periferia colonial

Mirando desde la perspectiva contemporánea, el rasgo saliente que unifica al Ártico americano es la continuidad de ciertos rasgos coloniales de hecho. Lo anterior es independiente del status jurídico político que fueron adquiriendo estos territorios: a) Alaska como estado de la Unión Norteamericana desde 1959; b) Yukón como territorio con un gobierno electo a partir de 1978; Nunavut como estado con derechos autónomos en el seno de la Confederación Canadiense desde 1999 y; c) Groenlandia como región autónoma del reino de Dinamarca desde 1953, con su autonomía ampliada por sucesivas reformas. Estas regiones han seguido siendo de hecho semicolonias, ya que la mayoría de las decisiones estratégicas que orientaron su desarrollo económico, afectando la vida de las poblaciones locales, fueron tomadas en otros sitios. Esta situación ha conocido algunos cambios, pero lo fundamental de aquellos equilibrios se prolonga hasta el presente. Lo anterior es particularmente válido en lo concerniente al desarrollo de las economías minera, petrolífera, forestal, pesquera o ganadera de la región. Por medio de la exploración área se fueron descubriendo yacimientos de uranio, radio, cobalto, zinc, criolita y otros muchos minerales en el Gran Norte. Se empezó a esbozar la posibilidad de desarrollar una economía primaria extractiva con algún grado de industrialización complementaria en el Gran Norte. Esto implicó algunos cambios progresivos, aunque contradictorios, en la vida de los habitantes árticos. Localidades diseminadas y distantes a lo largo de las bahías e islas fueron integradas por el uso de la aviación que cubría los servicios sanitarios, postales, educativos y religiosos de esas poblaciones en tierras inhóspitas. Citemos un caso concreto. En 1950, al desatarse una epidemia en la Bahía de Cambridge, en el actual territorio de Nunavut, se logró trasladar un equipo sanitario completo vía área. En los años 50 y 60 del siglo XX, se produjo la sedentarización de los últimos nómades de Alaska y de los esquimales del extremo norte canadiense. Las aldeas de iglús dejaron lugar a pequeñas localidades, adjuntas a viejas bases militares, de no más de 3.000 o 4.000 habitantes, formadas por casas prefabricadas aisladas térmicamente con fibra de vidrio. También a pueblos, de pequeñas dimensiones, adjuntos a yacimientos mineros. Algunas de estas poblaciones fueron concebidas como pueblos portátiles, que debían ser levantados por la compañía minera cuando la rentabilidad del emprendimiento concluyera. La caza, la pesca y la confección de indumentaria con pieles dejaron de ser las únicas actividades de los inuit, aunque el trabajo en los emprendimientos económicos del Gran Norte no lograse siempre cubrir toda la oferta de trabajo. Una nueva generación de inuit sedentarios, que ya no conoció la vida nómada, fue entrando en escena.

Inuit a bordo de un buque canadiense para ser examinados como posibles afectados por tuberculosis
Imagen 33. Inuit a bordo de un buque canadiense para ser examinados como posibles afectados por tuberculosis. www.rcinet.ca

La relación de los autóctonos con los poderes estatales conservaría aspectos traumáticos. En los años 40 y 60, el Gran Norte canadiense conoció el flagelo de la tuberculosis como enfermedad social. Una de las consecuencias laterales de estas situaciones sanitarias fue la reubicación compulsiva de aldeas inuit. En el mismo contexto hay que evaluar el polémico sistema de escuelas internados canadienses donde se debía socializar a los niños inuit, amerindios y algunos de raíces métis en pautas de integración a la “Civilización”. Eran instituciones dependientes del Departamento de Asuntos Indígenas y administradas por religiosos protestantes y católicos y buscaban que los niños olvidaran sus lenguas nativas y promovían una aculturación de tipo traumática. Este sistema recién se desmontaría en la década de 1990-2000, luego que trascendieran denuncias sobre maltrato y abuso a los internos. Un caso semejante, en menor escala, se registró en Groenlandia, donde en 1951 se seleccionó a niños inuit y mestizos de familias residentes en Godthaab para ser enviados a Dinamarca para un experimento piloto para la educación de niños aborígenes según pautas occidentales. Se trató de una separación compulsiva y, en algunos casos, contra la voluntad de los padres de los niños. Estos niños vivieron en un campamento en Copenhague, donde se le enseñó a hablar danés y luego fueron repartidos entre familias adoptivas de forma temporaria. A su regreso a Groenlandia, a la mayoría de estos niños le costó retomar su vida normal. Al igual que en procesos semejantes, en otras partes del mundo fenómenos como el alcoholismo, adicciones y conductas asociales han tenido su parte en la socialización aculturadora de los nativos del septentrión americano.[6]

La reina de Dinamarca visitando a los niños inuit desentrañados
Imagen 34. La reina de Dinamarca visitando a los niños inuit desentrañados. www.bbc.com

El auge petrolero en Alaska durante la década del 70 es una de los casos más exitosos del desarrollo de industrias extractivas regionales. En 1968, cuatro años después de que un megaterremoto destruyera Anchorage y otras localidades alaskeñas provocando un colapso económico, se descubrió petróleo en la Bahía Prudhoe, en el norte del estado. Este hecho promovió la recuperación económica regional y llevó a la construcción de un gran oleoducto en 1977. El desarrollo petrolero tuvo una serie de consecuencias. Entre ellas la concesión de un 10% de las tierras del estado a los pueblos autóctonos, a cambio de que estos renunciarían a seguir con sus demandas territoriales que afectaban la posibilidad de explotación del crudo. En 1976 se enmendó la Constitución del Estado para crear un Fondo Permanente estatal que destinara un 25% de las regalías petroleras que recaudaba el fisco para distribuirlas en dividendos anuales entre los ciudadanos de Alaska, para financiar “inversiones rentables”. Como parámetro, señalemos que en 2018 cada ciudadano residente del estado recibió 2.200 dólares por cabeza. El uso que suele darle la población de esta inhóspita región a estos dividendos, en particular en las zonas rurales, es pagar servicios eléctricos, gasíferos, comprar herramientas de trabajo, etc. La explotación petrolera en Alaska siempre estuvo envuelta en protestas y controversias por los daños que provoca en el medio ambiente y en particular a la fauna. En 1989, el hundimiento del buque petrolero Exxon Valdés y los daños que provocó marcaron un momento particularmente álgido de esta discusión. El gobierno estadual, desde el año 2002, en manos del partido republicano, ha mantenido una política de apoyo constante a las mega industrias petroleras.

En el Gran Norte canadiense se vienen desarrollando en las últimas décadas importantes proyectos mineros por parte de grandes empresas transnacionales. Un caso testigo de estas tendencias lo constituye el complejo minero diamantífero Diavik, propiedad conjunta de varias firmas minerales internacionales, inaugurado en 2003 cerca del Gran Lago del Esclavo en los Territorios del Noroeste (Canadá). Se trata de una región que había conocido un importante flujo de población en los años 30 a partir del descubrimiento de oro, seguida de los clásicos vaivenes que caracterizan a estos procesos. En la última década del siglo XX, el ciclo aurífero dejó paso a la minera diamantífera a cielo abierto. Diavik emplea una mano de obra mayormente nativa y mestiza (25.000 obreros), a la que habría que agregar a los empleos creados por actividades subsidiarias al polo minero (construcción de carreteras, transporte terrestre, construcción de un puerto de aguas profundas, etc.). Como ha sucedido en emprendimientos similares, se ha denunciado el aumento de la contaminación de los acuíferos a raíz de las actividades del yacimiento.

Mina diamantífera de Diavik
Imagen 35. Mina diamantífera de Diavik. www.ir-zfp.com

Explotación petrolera en Alaska
Imagen 36. Explotación petrolera en Alaska. www.ulyces.co

La economía de Groenlandia se basa principalmente en la explotación pesquera, que provee la mayoría de los ingresos económicos de la región. Algunas exportaciones, como la del camarón, han gozado de buenas temporadas. Pero en los últimos años han retrocedido las exportaciones ictícolas en su conjunto. Las principales pesqueras danesas tienen plantas de enlatado en Groenlandia aprovechando la mano de obra local con bajos salarios. En 2007 comenzó la explotación del rubí. Capitales mineros canadienses y de otros países se han establecido en la región, explorando las posibilidades de explotar uranio, petróleo y otros minerales muy reclamados por industrias de punta. En relación a la explotación de uranio, se produjo una larga controversia sobre sus consecuencias negativas para el medio ambiente. En 2013 el parlamento groenlandés derogó las prohibiciones que establecían tolerancia cero para actividades extractivas a cielo abierto. En 2017 se autorizó a explotar yacimientos de uranio, en los que estaban interesados capitales australianos.

Desde el punto de vista político se produjeron, en las últimas décadas, movimientos importantes en distintos ámbitos regionales del Ártico americano. El gobierno danés le reconoció una autonomía limitada a Groenlandia en 1953. Ese mismo año se permitió el ingreso de misioneros católicos a la isla, terminándose con el monopolio religioso que la iglesia luterana detentaba en el lugar. Dato este último que habla a las claras del carácter colonial del vínculo con la metrópoli. La autonomía se amplió por medio de un plebiscito en 1979 y luego con otra consulta en 2008. Entre ambos plebiscitos cambiaron muchas cosas en la isla. En los años 70 se fue formando el actual sistema de partidos de la isla, independiente de las fuerzas políticas danesas. En 1979, la capital Godthaab pasó a denominarse Nuuk, en idioma groenlandés. Paralelamente se incrementó la presencia de inuit en el aparato del estado y otros espacios de poder. En 1981 comenzó el proceso institucional que concluyó con la instalación de la universidad de Groenlandia, conocida como Ilisimatusarfik en 1987. En esta casa de estudios se desarrollaron mucho los estudios culturales, lingüísticos y antropológicos tendientes a resaltar el perfil identitario groenlandés en un país donde los eurodescendientes puros son una minoría. Entre Groenlandia y Dinamarca habían existido roces a raíz de la incorporación del país nórdico a la Unión europea en 1973. En 1985, amparada en su estatuto autonómico, Groenlandia convoco a un referéndum que decidió el abandono de la Unión Europea, no así de la OTAN. El motivo del retiro se debió a que la inclusión en el espacio económico de la comunidad perjudicaba a la industria pesquera groenlandesa. A partir del plebiscito de 2008 el carácter autonómico del territorio de Groenlandia pasó a incluir un amplio control local sobre los recursos petrolíferos y acuíferos, el control local de la guardia costera y la consagración del idioma inuit como lengua oficial. De la misma manera, la consulta dejó planteada la posibilidad legal de un futuro referéndum para la autodeterminación nacional.

La bandera del independentismo más radical es sostenida en Groenlandia por el Inuit Ataqatigiit, un partido mezcla de socialdemocracia, nacionalismo inuit y eco izquierda, fundado en 1976. Sus votantes son, fundamentalmente, inuit y mestizos. El Inuit Ataqatigiit absorbió en 1983 al Partido Laborista (Sulissartut), que era el brazo político de la Confederación de Organizaciones Obreras Groenlandesas, el Sik (Sulinermik Inuussutissarsiuteqartut Kattuffiat).[7] El Inuit Ataqatigiit llegó a conseguir la mayoría relativa en las elecciones de 2009, superando al partido Siumut (socialdemócrata), que defiende posiciones independentistas más graduales. En 2016, una encuesta de opinión arrojó un 64% a favor de la independencia. Pero al año siguiente, un sondeo de opinión más pormenorizado arrojó un resultado muy distinto. 78% de los encuestados se pronunció en contra de la independencia si no se podía garantizar el mantener el nivel de vida actual. Las elecciones de 2018 parecen haber aventado la posibilidad de una independencia plena a corto plazo. Los socialdemócratas gradualistas de Kim Kielsen consiguieron el 27,2% contra los independentistas más radicales del inuit Ataqtilgliit, que consiguieron el 25,5%. No son números muy contundentes. Pero en su conjunto los independentistas retrocedieron un 7% en relación a los anteriores comicios. Las elecciones marcaron también el avance de los social liberales (19,5%) y otras fuerzas de centro derecha (Atassut, conservadores) opuestas a la independencia. Tal es el actual equilibrio político en un país que a veces ha sido presentado como un ejemplo de respeto a la diversidad pero que también, igual que en los otros países del Ártico americano, afronta problemas, heredados de una asimilación compleja y traumática de los autóctonos. Entre ellos alcoholismo, crecimiento de violencia de género y una alta tasa de suicidios. Fenómenos que incluso han inspirado el surgimiento de una corriente literaria inspirada en las convenciones y tópicos del “policial negro”, pero ambientado en la gélida tierra de Groenlandia.

Manifestación independentista en Groenlandia
Imagen 37. Manifestación independentista en Groenlandia. https://visitgreenland.com

En Canadá, la evolución política de los territorios del extremo norte y sus poblaciones nativas sedentarizadas a fines de siglo arroja datos interesantes. El creciente activismo de los pueblos originarios reclamando autonomía y exigiendo que el desarrollo económico contemple los intereses de los pequeños productores frente a las corporaciones mineras, forestales, pesqueras, etc., logró ganar espacio en la opinión pública canadiense. En 1976, luego de una disputa entre el inuit Tapinit Kanamatami (organización de los inuit) y el gobierno de Ottawa, sobre la organización territorial de la región, se inició un camino para la reorganización territorial del extremo norte del país. Comenzó el proceso que llevaría a la creación de un nuevo estado que debía llamarse Nunavut. Estas discusiones involucraban también la asignación de derechos de explotación compartidos entre las grandes empresas establecidas en el Ártico y los pobladores inuit como sujeto colectivo. El 14 abril de 1982, un plebiscito entre los habitantes arrojó un resultado favorable a la creación de nuevos estados en los viejos Territorios del Noroeste. En los años siguientes se firmaron acuerdos entre el gobierno canadiense y los foros representativos de la población local para acordar los derechos de la población inuit sobre la explotación económica del subsuelo: el usufructo compartido entre los gobiernos central y estadual de los aranceles de la explotación minera, gasífera y petrolera; los derechos a cazar de modo tradicional por los inuit y la consagración del inglés, francés e inuit como idiomas oficiales del nuevo territorio. En 1992 se realizó una nueva consulta para la creación definitiva del nuevo territorio de Nunavut siendo aprobada por el 85% de los votantes. Al año siguiente, las actas del Acuerdo de Nunavut y el Acta de Nunavut, que incluían todos los acuerdos previos, fueron aprobadas por el parlamento canadiense. En 1999 se consumó la transición hacia el establecimiento pleno del nuevo estado autónomo. Nunavut, con un 85% de habitantes que se definen como indígenas americanos, presenta un perfil particular en su espacio nacional y regional. Una región poblada mayormente por pueblos originarios integrada a las estructuras productivas y el sistema territorial de uno de los países más ricos del mundo y con un complejo sistema de administración territorial.

La presencia en Alaska del Partido de la Independencia de Alaska, fundado en los años 70, representa realidades más propias de la región. Fue fundado por Joe Vogler, un ex minero que se caracterizó por una actitud muy beligerante contra la nacionalidad estadounidense. Se trata de una fuerza política con sede en Fairbanks, ciudad importante del norte del estado. Cuenta con no más de 15.000 miembros activos y los apoyos electorales que ha cosechado han sido más bien modestos. Pero su presencia en el medio político alaskeño no pasa desapercibida. Su consigna principal es “Alaska Primero”. Sostiene una plataforma política de orientación New Right (derecho a la posesión de armas, privatización de servicios, desescolarización optativa, rechazó al pago de impuestos federales). Los independentistas basan su ideología en un cuestionamiento la legitimidad, jurídica e histórica, del paso de Alaska de territorio a Estado en 1959. Con los años el partido modero un poco sus planteos secesionistas. Hoy por hoy el independentismo alaskeño parece ser, en lo fundamental, una variedad de “secesionismo fiscal” que parte de la base que la importante industria petrolera del estado puede garantizar el sostén impositivo de un estado independiente al dejar de pagarse los impuestos que cobra Washington. De la misma manera, parece reflejar viejas contradicciones regionales en el espacio estadual. La mayoría de sus dirigentes son de Fairbanks, ciudad que aspiró a ser capital del estado, o de localidades del norte de Alaska u otras zonas de peso marginal en la política local. En lo subjetivo expresa una nostalgia de la vieja Alaska de los pioneros que seduce a una parte de la población local de raíces anglos o nórdicas. En las filas del independentismo alaskeño militó, hace años, la ex candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos y líder del Tea Party Sarah Palin.

Chamán atapasco
Imagen 38. Chamán atapasco. www.pinterest.com

 

Resistencias y tensiones geopolíticas

En estos territorios ha crecido en los últimos decenios el activismo inuit y amerindio en defensa de los derechos de sus comunidades. En 1977, los esquimales se federaron formando el Consejo Circumpolar Inuit. Los otros pueblos de la región los imitaron. Mencionemos, como casos la lucha de los autóctonos por sus derechos, la ya mencionada oposición de los inuit y amerindios de Alaska al avance de las explotaciones petroleras y la exitosa lucha que los indios cree del Labrador llevaron a cabo para oponerse a la construcción de represas hidroeléctricas que inundarían sus tierras de caza en la Bahía de James en 1980. Tanto los crees como los inuit de la península de Labrador se negaron a apoyar las iniciativas separatistas del nacionalismo francófono de Quebec. Frente al plebiscito por la secesión estadual realizado en 1995, los representantes cree e inuit llamaron a votar por la permanencia dentro de la Confederación Canadiense, posición que se impuso por muy poco. Actualmente, tanto el gobierno de Quebec como el gobierno confederal reconocen el carácter de naciones a los pueblos autóctonos del estado. En la última década del siglo XX el activismo de los aborígenes llevó al desmonte del sistema de escuelas-internados y a la formación de una “Comisión de la Verdad” para que investigara las denuncias de internos que pasaron por ellas. En 1996 se cerró el último internado. En 1998, una “Declaración de reconciliación” reconoció la responsabilidad de estas instituciones y las iglesias que las administraban en los abusos psicológicos y sexuales a los internos. En otro orden los pueblos aborígenes de los Territorios del Noroeste, con fuerte presencia numérica de población autóctona, consiguieron en la década de 1980-1990 el reconocimiento de sus idiomas en paridad de condiciones con el francés y el inglés.[8]

En 1991, los distintos países próximos al Ártico (americanos y euroasiáticos) suscribieron un acuerdo o estrategia para la protección del medio ambiente. Ese fue el puntapié original para la formación de un organismo de consulta regional que se establecería en 1996 por medio de la Declaración de Ottawa. El Consejo del Ártico es un foro en donde están representados como miembros plenos los gobiernos de Canadá, Estados Unidos, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Suecia y Rusia. También lo integran como entidades estaduales o autónomas de los países miembros: Alaska, Groenlandia, Nunavut, Yukón, Territorios del Noroeste e islas Feroe. Forman parte como miembros observadores: India, Singapur, China, Japón, Italia y Corea del Sur. Lo integran en calidad de observadores no miembros: Francia, Alemania, Países Bajos, Polonia, España y Reino Unido, en representación de Escocia. El organismo también contempla la participación de organizaciones de los pueblos autóctonos como miembros de pleno derecho. Las del Ártico americano son: Asociación Internacional Aleut, el Consejo Athabascano; el Consejo Internacional Gwich'in (aborígenes de lengua na-dené) y el Consejo Circumpolar Esquimal. Por Eurasia participan la Asociación Rusa de Pueblos Indígenas del Norte y el Consejo Sámi (lapones). Las organizaciones de los pueblos autóctonos integran conjuntamente con científicos y funcionarios gubernamentales los distintos grupos de trabajo del foro. En 2018, el plenario bianual del consejo se reunió en Finlandia, donde se propusieron soluciones para temas como; a) consecuencias del cambio climático; b) protección del mar ante el derrame de hidrocarburos; c) preservación de la flora y fauna; d) formación de profesionales de los pueblos autóctonos.

Emblema del Consejo Ártico
Imagen 39. Emblema del Consejo Ártico. www.northernforum.org

Un tema aparte es el complejo juego de tensiones geopolíticas que desde hace algunos años se viene desarrollando entre los estados ribereños del Ártico alrededor de la lucha por los recursos de la región (minerales, pesquerías, acuífero) y el control de puntos estratégicos en el área militar. Debe tenerse en cuenta que debajo del casquete polar, que el calentamiento global está achicando, se encuentra el 25% de las reservas mundiales de petróleo extraíble más importantes yacimientos gasíferos. También yacimientos de una serie de minerales no convencionales (“tierras raras”) que constituyen importantes insumos de industrias de punta (informática, telefonía, automotriz, etc.). Entre las principales empresas multinacionales que actuaban o actúan en el Ártico del tercer milenio, figuran Shell Oil Company (anglo holandesa), Exxon (USA), Chevron (USA) y ENI (sociedad por acciones con participación del estado italiano). Compiten por áreas de influencia con la gasífera Gazprom, de capitales de la Federación Rusa y la petrolífera estatal rusa Rosneft. En 2014-2015 una fuerte campaña de grupos ambientalistas logró el freno de algunos de los proyectos extractivistas más controvertidos que se estaban poniendo en pie en la región. En 2016, a consecuencia de las campañas en defensa del medio ambiente, el presidente estadounidense Barack Obama cerró la posibilidad de nuevas extracciones de petróleo en las aguas territoriales de Alaska. En 2019, Donald Trump derogó la prohibición reiniciándose la polémica por los daños al medio ambiente como consecuencia de esta medida.

Sin duda es la Federación Rusa, en la cual más de 20% del PBI proviene del norte del círculo polar, el país con una presencia económica más agresiva en la región. Desde hace años se viene barajando, especialmente en Eurasia, la posibilidad de convertir al Océano Glacial Ártico, donde las banquinas de hielo retroceden, en una especie de “Mediterráneo Boreal”. Una vía marítima que permitiría achicar costos en la navegación comercial entre Europa, Asia y América del Norte. Todo lo anterior explica que incluso países no ribereños del Ártico como China, Japón, o la Unión Europea, presente a través de Noruega y Finlandia, muestren cada vez más interés en los problemas de la región. La posibilidad de desarrollar una importante ruta de tráfico marítimo en el Ártico entra en colisión con varias disposiciones de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (1982). Convenio que busca la preservación de la fauna, la flora y el medio ambiente en general, que los países involucrados subscribieron y se comprometieron a respetar.

Los países ribereños como Canadá, Estados Unidos, Rusia y Dinamarca vienen desarrollando una importante acción diplomática para reclamar soberanía efectiva sobre un territorio de difícil delimitación. Se ha llegado a hablar de una verdadera “guerra del frío” que tendría su expresión principal en una carrera armamentística entre Estados Unidos y Rusia por desarrollar flotas de rompehielos de guerra ante una posible contingencia bélica. Proceso en el cual Rusia hasta ahora parece estar mejor posicionada con una flota de más de 40 barcos rompehielos. Se habla también de una posible estrategia militar común de Rusia y China Popular para la región. En relación a China, es importante resaltar que capitales particulares y empresas mixtas de ese país vienen ensayando distintos emprendimientos, en particular en el área de las infraestructuras, en países árticos y subárticos europeos (Islandia, Finlandia, etc.) En 2018 las presiones de Washington frustraron el proyecto de capitales chinos para construir tres aeropuertos en Groenlandia. Por oposición varios observadores destacan el reforzamiento de la fuerza militar de aire por Estados Unidos en sus bases de Alaska y las situadas en Groenlandia. En este contexto se inscribe la peculiar propuesta de Donald Trump de comprar Groenlandia, reeditando la oferta que había hecho Harry S. Truman en los albores de la Guerra Fría. Se presta a sugestivas reflexiones el hecho de que el mismo gobernante que quiere comprar Groenlandia sea un empecinado negacionista de la problemática del cambio climático. Por su parte Canadá y Dinamarca también vienen reforzando su presencia militar en el Ártico en el último decenio. El gobierno de Ottawa ha abierto centros de formación militar y apostado fuerzas especializadas para operaciones en el clima polar y el de Copenhague ha reforzado su presencia en el extremo norte de Groenlandia.

 

Imaginarios coloniales y alteridades en la historia del Ártico

El rudo habitante del Norte, grande de cuerpo y blanco de piel, lanza toscamente al aire el bramido de su ira y ataca con fuerte puño la cara de su enemigo.

Jack London, Una hija de las nieves (1963).

Las miradas desde la alteridad sobre los inuit y amerindios del Gran Norte americano se remontan a las sagas vikingas y su descripción de los skraelings. Entre los siglos XVI y XVIII los relatos de viajeros, las crónicas de los misioneros y los tratados geográficos basados en estos textos aportaran lo suyo. Pero es durante el siglo XIX, durante el proceso final de reconocimiento geográfico general e incorporación de esta región a los espacios estatales modernos que comenzaron a tomar forma una serie de imágenes más constantes del extremo norte americano y sus poblaciones miradas desde una alteridad colonial. Los imaginarios coloniales del Ártico americano han dejado sus huellas en un cúmulo de fuentes diversas y de difícil síntesis (informes misionales, crónicas de viajeros, tratados geográficos, álbumes de ilustraciones y dibujos, obras literarias, etc.). Recorriendo el mundo durante la tercera década del siglo XIX, el gran Alcide d'Orbigny nos dejó una visión original de los inuit de Groenlandia. Luego de una descripción de la inhóspita geografía groenlandesa con sus témpanos, glaciales y factorías aisladas en la larga noche boreal, el naturalista francés describe a los nativos:

Los indígenas son de corta estatura, tienen la cara ancha y chata, los carrillos redondos y con los juanetes muy pronunciados, los ojos pequeños y negros, pero sin expresión, la nariz chata, la boca pequeña y redonda, y el labio inferior más grueso que el superior. Su color es aceitunado por lo general, sus cabellos negros, espesos y muy largos; la barba corta y cerrada, las manos pequeñas y carnosas, y las espaldas anchas, sobre todo las mujeres. Esta raza es valiente, robusta, fuerte para las fatigas, y capaz de levantar doble peso del que levanta un europeo. Su carácter es burlón mas bien que festivo: contentos de su suerte no ambicionan otra dicha que la de una pesca abundante (D'Orbigny, 1842, págs. 145-146).

 

D'Orbigny, gran defensor de los aborígenes americanos, sigue describiendo los hábitos de caza de los esquimales: “En otro tiempo las armas de los groenlandeses eran el arco y flecha, ahora usan el fusil” (1842, pág. 146); sus viviendas, sus técnicas de construcción de embarcaciones, su organización familiar, el rol de los hechiceros, sus fiestas y rituales funerarios y sus prácticas de trueque con los europeos. Se trata de un relato inscripto en el modelo de crónica de viajes científicos de tiempos pretéritos. Una forma de mirar a los pueblos aborígenes del mundo que pronto asistirá a una transición como reflejo de la consolidación de nuevos paradigmas disciplinares.

El mayor conocimiento del Gran Norte americano y el incremento de la presencia de colonos y traficantes blancos en la región, en especial en la costa noroeste del Pacífico y el Gran Bosque Boreal. Durante la segunda mitad del siglo XIX, fue contemporánea con la consolidación de la antropología y etnología como disciplinas de solidez teórica. Cuando el Ártico estaba todavía siendo reconocido por los exploradores, el conde de Gobineau menciona a los habitantes del extremo septentrión americano en su libro Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-1855). Este precursor del racismo biológico moderno, definía a los esquimales, a los que consideraba emparentados con los “fineses mongoles”, como uno de los pueblos más inferiores del mundo. La contemporaneidad de la exploración profunda del Ártico y el desarrollo de las ciencias del hombre explica un cierto interés por los pueblos de la taiga y la tundra que se refleja en obras clásicas de estas disciplinas. En 1877, Lewis Morgan da a conocer La Sociedad Primitiva, estudio centrado en las formas de parentescos de sociedades en distintos estadios de evolución (iroqueses, aztecas, Grecia, roma). En ese derrotero, incluye un punto sobre los pueblos indígenas de la familia athabasca y afines. Siguiendo la obra del naturalista William H. Dall, que recorrió Alaska entre 1872 y 1874 y la del etnólogo Hubert H. Bancroft sobre la Columbia Británica y Alaska (1875), Morgan analiza la organización de estos pueblos en clanes totémicos y sus sistemas de parentesco de base exogámica. Morgan distingue a los amerindios del noroeste de los esquimales de los que afirma que tienen un sistema social mucho más simple y que son producto de migraciones posteriores.

Antes de analizar imágenes más elaboradas de la alteridad en el Gran Norte queremos llamar la atención sobre dos episodios ligados a la historia de la exploración del Ártico con una fuerte carga simbólica a la hora de analizar la actitud del mundo burgués y anglosajón victoriano en relación a dicha región y sus habitantes autóctonos. El primer episodio se relaciona con la expedición de Ross y Parry buscando el paso del Noroeste y su contacto con los esquimales de la Bahía Melville, que nunca habían tenido contacto con gente ajena a su medio (1818). Este encuentro de la expedición británica con los esquimales más septentrionales derivó en observaciones, intercambios de objetos y el rapto de John Saccheus, un esquimal que fue llevado como rehén-curiosidad a Inglaterra, tenido como prisionero, estudiado por los científicos y convertido al cristianismo de forma compulsiva. Esta lógica del zoológico humano seguiría practicándose en América y Europa hasta comienzos del siglo XX con los habitantes del helado norte, como también se lo haría con africanos, melanesios y fueguinos. Nuestro compatriota, el filósofo Carlos Octavio Bunge, luego de observar a un grupo de inuit expuestos en una jaula en el zoológico de Nueva York a comienzos del siglo XX, los calificaba de apenas superiores a los animales.[9]

Otro episodio relacionado con aquel tipo de conducta la encontramos en la historia que rodeó a Robert Peary, descubridor oficial del Polo Norte, su asistente el afroestadounidense Matthew Henson y su relación con los inuit, con los que trataron en sus largos años de residencia en el Ártico. Pasemos por alto el hecho de que Robert Peary fue un militar arrogante, racista y reaccionario y que marginó a su asistente negro de los honores que le correspondían como codescubridor del Polo Norte. Pasemos por alto la larga controversia desarrollada alrededor de la posibilidad de que el celebrado arribo de Peary al polo no habría sido real.[10] Pasemos por alto que los inuit acusaron a Don Robert de robar meteoritos de su territorio, única fuente de hierro local. Incluso pasaremos por alto que Peary no reconoció a los hijos que engendró con una adolescente inuit llamada “Ally”. Actitud, esta última, en que fue imitado por su fiel Henson, que tampoco reconoció a los hijos que tuvo con su pareja esquimal. Nos centraremos en el hecho de que Peary llevó en 1897 seis inuit como trofeo, apenas disimulado, de sus primeras aventuras árticas a Nueva York. Varios de ellos murieron y fueron exhibidos embalsamados en la vidriera de un museo. Un niño inuit llevado por Peary a Estados Unidos, bautizado como Minik Wallace, pasó de manera compulsiva por varios hogares adoptivos, donde no se adaptó, para luego emprender un largo y traumático regreso a Groenlandia, en donde comprobó que la experiencia de aculturación le había hecho perder vínculos con su tierra natal. Minik Wallace volvió a Estados Unidos, donde trabajo en una empresa maderera hasta que murió víctima de la gripe española de 1918.[11]

Recientemente se ha publicado el diario de viajes de Josephine D. Peary, esposa de Robert, que acompañó a su marido en el periodo de aclimatamiento en las zonas polares. El relato de la señora Peary sobre su primer contacto con el medio groenlandés reproduce una imagen muy recurrente de la presencia occidental colonial en el límite de las tierras “salvajes” en la época victoriana. La clásica imagen del poblado/estación/puesto colonial acondicionado con la mayoría de las comodidades que la sociedad burguesa de la época. Esa celebración de la capacidad del colonizador de crear progreso aun en el medio más primitivo y hostil. En el relato de Josephine, la población de Godthaab es una modesta, pero más que digna, avanzada de la civilización sobre el desierto helado poblado por hombres salvajes. En la mirada de la señora Peary, los nativos son primitivos y no muy agradables al contacto, pero simpáticos y poco problemáticos. Describe cómo a su llegada a Godthaab, un grupo de niñas inuit, a las que denomina con el término despectivo de picaninnies,[12] les regaló flores a las damas a cambio de galletitas. Más adelante describe danzas de esquimales en un galpón del almacén de ramos del lugar donde acota que era muy difícil permanecer por el olor desagradable que reinaba. En otro tono describe como ella su marido y acompañantes fueron agasajados por las autoridades coloniales en una cena:

Peary, el profesor Heilprin, otros dos miembros de la expedición y yo cenamos con el inspector, junto con otros miembros de la comunidad danesa. El menú consistió en bacalao fresco con salsa de alcaparras, perdices nivales asadas, patatas hervidas doradas y, a modo de postre, Rudgrud, un puré de almendras y uvas. Como es habitual en Europa, bebimos una gran variedad de vinos.

Tras la cena, los caballeros subieron a examinar las colecciones, Geológica y ovológica, del inspector, mientras las damas preferimos charlar tomando café. De no ser por los alrededores, habría sido difícil darse cuenta que estábamos en el lejano reino ártico, así de sinceramente hogareña era la vida en la casa y tan pequeños los actos que daban alegría, comodidad y placer a un lugar como este. El total de la comunidad apenas alcanza las ciento veinte almas, de las cuales el noventa por ciento son esquimales, sobre todo mestizos; el resto se compone de funcionarios daneses y sus familias, cuyo entretenimiento se reduce, casi por completo a los círculos sociales que se establecen entre ellos (Peary, 2019).

Robert Peary Mathew Henson. Racismo en el polo. Servicio Postal de Estados Unidos, 1986
Imagen 40. Robert Peary Mathew Henson. Racismo en el polo. Servicio Postal de Estados Unidos, 1986. www.si.edu

Al igual que otros mundos coloniales con mayor capacidad de resistencia, el Ártico fue explorado por hombres que comulgaban con el espíritu del poema “la carga del hombre blanco” de Kipling,[13] combinado con la política del “Big Stick” de Theodore Roosevelt. La mirada racista tan básica sobre los habitantes de la tundra americana cerraba muy bien con una perspectiva imperialista sobre la expansión hacia las regiones polares. El solo hecho de concebirse en los países anglófonos la conquista de los polos como una carrera –igual que había pasado años atrás con la búsqueda de las fuentes del Nilo– es representativo de lo que estamos diciendo. En 1904, durante una conferencia que auspiciaba la expedición del malogrado explorador inglés Robert Scott al polo sur, Mr. Joseph Hodges Choate, embajador estadounidense en Inglaterra, expresó los siguientes conceptos:

Si ustedes permiten que en el capitán Scott prosiga su gran tarea, completando el mapa del mundo al plantar la bandera de la Union Jack en el Polo Sur, y dejan que nuestro Peary continúe laborando con sus disciplinados compañeros, para plantar a su vez la bandera de las barras y estrellas en el Polo Norte, el globo en el que habitamos quedará como debe estar: entre los cálidos y cordiales brazos de la raza anglosajona (Kirwan, 2001, pág. 213).[14]

 

Para el mundo victoriano que terminó de reconocer y ocupar el septentrión de América, ese gran territorio y sus poblaciones autóctonas representaban problemas de menor entidad que en otros mundos coloniales que se estaban ocupando contemporáneamente (África, Oceanía). Más allá de los esquemas más abiertamente racistas, podemos mencionar miradas sobre los inuit y amerindios, pensadas a partir de un esquema evolucionista, como los representantes de un mundo pronto a desaparecer. Esto se hace presente en la mirada del Gran Norte americano hasta en un autor anarquista como Élisée Reclus que se ocuparía de los inuit en sus tratados de geografía humana. En El hombre y la tierra, realiza comentarios elogiosos sobre la cultura material de los esquimales:

Los instrumentos y las armas del esquimal destinados a herir al ser que huye bajo las aguas, son obras maestras de destreza. Los artistas esquimales rivalizan en celo para dibujar, tallar, y, sobre todo, grabar y esculpir. Hasta se dice, que el ingenio de los esquimales de Alaska se ha revelado por el descubrimiento de la hélice; en mecánica habrían ido más allá que los griegos como inventores. A las puntas de sus flechas, aplicaban la corta hélice uniformemente encorvada hacia la izquierda (Reclus, 1911, pág. 26).

 

El geógrafo francés atribuye la pobreza y primitivismo de la cultura inuit a los condicionamientos de un medio extremo donde la lucha por la alimentación lleva al hombre al límite de sus posibilidades. Eso explica prácticas como el infanticidio, el senicidio y la antropofagia. En su obra de mayor aliento, Novísima Geografía Universal, vuelve a elogiar las habilidades técnicas de los esquimales (“los mejores barqueros del mundo”). Recuerda que esquimales y amerindios vivieron en continua guerra por la ocupación del territorio en el pasado. También afirma que, tanto unos como otros, estaban llamados a la pronta extinción. Entre ellos campea la mortalidad infantil y enfermedades producto del contacto con los blancos. Los nativos no se adaptan ni a la comida de los colonos, ni a los hábitos de los colonos ni a las nuevas relaciones económicas que estos traen:

[…] no tienen estos indios otro porvenir que el de vegetar obscuramente en pequeñas comunidades y desaparecer después. Como nación, como raza, su suerte está decidida. Lo que Europa les ha cogido no lo recobrarán nunca. Hombres del desierto y del bosque, cazadores y pescadores, no tienen nada que hacer en medio de las gentes que pueblan los desiertos y llenan los bosques de surcos. Necesitan la guerra para vivir, y les obligamos a la paz; necesitan el espacio amplio, y ven cubrirse su país de casas, vallas, fosos y empalizadas; necesitan la libertad sin límites, y los europeos los encierran en la prisión de las leyes (Reclus, 1906, págs. 64-65).

 

Reclus le carga a la expansión colonial moderna la decadencia de la sociedad indígena, pero su enfoque presupone de manera implícita la incapacidad de adaptación de los nativos a la sociedad moderna.[15] Otro observador contemporáneo a Reclus, y coparticipe de un mismo universo de ideas con el autor de Novísima Geografía…, como Piotr Kropotkin, se ocupó también de los habitantes del Ártico americano. En El apoyo mutuo. Un factor de evolución (1902), este ácrata ruso analiza las formas de cooperación en el reino animal y en las distintas sociedades humanas como un elemento que favorece el progreso de la humanidad. Gran admirador de Darwin, este intelectual ruso polemizó con los darwinistas sociales. Conmilitón de ideas de Reclus, aparte de ser su amigo y prologuista, arribó a conclusiones diferentes de este en su panorama de los pueblos “primitivos” de las regiones polares. Kropotkin puso su lente en los inuit y sus primos los aleutas. Trazó un cuadro elogioso de su organización productiva colectivista, su estructura de organización clánica, la vida en común en las viviendas colectivas de aldea y el uso de mecanismos de sanción basados en la presión social (cánticos burlescos y otras prácticas lúdicas) en vez de la coerción. Kropotkin también justifica prácticas como el infanticidio y el senicidio, como dictadas por las necesidades de adaptación a un medio geográfico extremo. Siguiendo a sus fuentes, Kropotkin analiza los rituales de distribución y dones de los inuit y aleutas:

La vida de los esquimales está basada en el comunismo. Todo lo que obtienen por medio de la caza o pesca pertenece a todo el clan. Pero, algunas tribus, especialmente en el este, bajo la influencia de los daneses, la propiedad privada ha comenzado a infiltrarse en sus instituciones. Sin embargo, emplean un medio bastante original para disminuir los inconvenientes que surgen del acumulamiento personal de la riqueza, que pronto podrá perturbar la unidad tribal. Cuando el esquimal comienza a enriquecerse excesivamente, convoca a todos los miembros de su clan a un festín, y cuando los huéspedes se sacian, distribuye toda su riqueza. En el río Yukón, en Alaska, Dall vio que una familia aleutiana repartió de este modo diez fusiles, diez vestidos de pieles completos, doscientos hilos de cuentas, numerosos brazaletes, diez pieles de lobo, doscientas pieles de castor y quinientas pieles de marta cibelina. Luego, los dueños se quitaron sus vestidos de fiesta y los repartieron vistiéndose ellos con sus viejas pieles y dirigieron a los miembros de su clan un breve discurso diciendo que, aunque ahora se habían vuelto más pobres que todos ellos, habían ganado su amistad (Kropotkin, 2016, págs. 135-136).

 

Kropotkin interpreta a estos rituales de tipo “Potlatch” no como formas de revalidar liderazgos sino como una forma de reforzar la cohesión igualitarista de la comunidad. En esta perspectiva, el cooperativismo comunitarista de los hombres de “la edad glacial”, no es caracterizado como un estancamiento en la evolución social, sino como la persistencia de una edad de oro igualitaria con valores prácticos y éticos dignos de ser rescatados para pensar una humanidad mejor que la de los tiempos contemporáneos. La forma de evaluar la alteridad de los pueblos aborígenes de Kropotkin lo acerca más a d'Orbigny que a Reclus, aunque comparta con este último un mismo universo de ideas. El tiempo no había pasado en vano. Esta evaluación de la cultura inuit por Kropotkin será resaltada por un antropólogo que estudió el mismo tema con criterios más cercanos a los actualmente vigentes en las ciencias sociales como Birket-Smith (1983, pág. 180).

Fiesta Potlatch en el territorio del Yuko
Imagen 41. Fiesta Potlatch en el territorio del Yukon. http://www.yupikscience.org

Los habitantes del norte americano no se prestaban para construir imágenes exotistas complejas, como los de otros mundos coloniales de la época. El enfoque evolucionista derivaba, mayormente, en un imaginario primitivista. Entre las dos últimas décadas del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la cultura de los habitantes de la tundra americana formará parte de una especie de miscelánea antropológica que dejaría su huella en el corpus de las ciencias sociales del llamado mundo desarrollado. Al igual que en el caso de sus primos libertarios en la obra de distintos intelectuales socialistas del fin del siglo XIX aparecen referencias etnográficas a distintos elementos de la cultura inuit que en esa época ganaba la atención de exploradores y antropólogos en el Ártico. El marxista ruso Gueorgui Plejánov menciona la organización productiva comunitaria de los inuit (la caza de ballenas como una práctica colectiva, las distintas formas de propiedad –común, familiar, individual– que existían dentro de cada banda), tomando como fuerte la obra de Heinrich J. Rink. Plejánov también analizó las expresiones artísticas de los inuit, junto a las de otros “primitivos” (australianos, bosquimanos) en algunos artículos sobre la teoría marxista del arte. Otros autores socialistas reformistas o revolucionarios (Max Nordau, Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo, Nikolái Bujarin, etc.), citan en sus obras teóricas información etnográfica sobre los esquimales. Sigmund Freud recogió información etnográfica sobre el universo espiritual de los inuit y la utilizó en su clásico ensayo Tótem y Tabú (1923). Un autor, inscripto en una línea social darwinista no ajena a esquemas racistas como Charles Letourneau, muy leído en las bibliotecas obreras del Buenos Aires de 1900, le dedicó un comentario tipo “mano de cal, mano de bleque” a los pobladores de la tundra americana:

Ha de concedérsele una categoría muy honrosa entre los primitivos en general, pero haciendo constar que posee ya los caracteres morales de la raza mongólica, á saber: un temperamento plácido y más bien pasivo que activo; menos impresionabilidad y movilidad refleja que las otras razas; más aptitud para las industrias útiles que para las obras de imaginación; en resumen: un temperamento tranquilo y más inclinado á la prosa que á la poesía (Letourneau, 1905, págs. 80-81).

Del filme Tierra de Osos (2003). Una reconstrucción animada de la vida de los tempranos pueblos cazadores de la taiga de Alaska
Imagen 42. Del filme Tierra de Osos (2003). Una reconstrucción animada de la vida de los tempranos pueblos cazadores de la taiga de Alaska. ©Walt Disney Pictures.

Los habitantes de la taiga también llamarán la atención de algunas plumas decimonónicas y más tardías. Julio Verne escribió una novela de traficantes y tramperos en las taigas del noroeste de Canadá con el nombre de El país de las pieles (1872) y un relato de aventuras como César Cascabel (1890), en el cual una familia de cirqueros franceses del oeste de América vuelve a Europa atravesando Alaska y Siberia. Verne también se ocuparía de la zona oriental de Canadá en la novela Familia sin nombre (1889), sobre la rebelión de los habitantes franco-canadienses de Quebec en 1837-1838. En una de sus últimas novelas, Las historias de Jean-Marie Cabidoulin (1901), volvió a ocuparse de las costas americanas del Pacífico Norte. Las novelas de Verne sobre el Gran Norte americano transmiten una imagen relativamente simpática de los nativos de la taiga en términos paternalistas. Es una mirada evolucionista en donde las tierras del norte están abiertas a la conquista de los colonizadores blancos que, se supone, son los que podían llevar la civilización a donde solo había atraso. No obstante, Verne no cae en una mirada de apología unilateral. Para Verne las compañías comerciales que explotaban el tráfico de pieles eran monopolios inescrupulosos con intereses reñidos con cualquier proyecto de desarrollar una colonización tipo farmer:

Bueno será advertir que esta Compañía del Noroeste no retrocedía ante ningún acto inmoral cuando de su interés se trataba. Sus agentes, explotando a sus propios empleados, especulando con la miseria de los indios, maltratándolos, robándolos después de haberlos embriagado, desobedeciendo abiertamente la ley que prohibía la venta de bebidas alcohólicas en los territorios indios, realizaban enormes beneficios, a pesar de la competencia de las sociedades americanas y rusas que se habían establecido, entre otras la Compañía Americana de Peletería, fundada en 1809 con un capital de un millón de duros, la cual explotaba el Oeste de las Montañas Rocosas (Verne, 2019).

 

Verne no se hacía ilusiones sobre los resultados concretos que rol “civilizador” que el hombre blanco estaba desempeñando en la taiga canadiense. No obstante, la mirada del Gran Norte en clave tecnológica, también es tributaria del imaginario evolucionista del que ya dimos otros ejemplos. El autor de Veinte mil leguas de viaje submarino no realiza juicios tan severos, como otros autores, sobre los pueblos autóctonos ni tampoco prescribe su desaparición inevitable. Le reconoce a los amerindios la posesión de saberes nacidos de su experiencia cultural de tiempo largo que los blancos necesitan aprender para moverse en un medio natural hostil. Pese a lo anterior, cree que existe una barrera cultural que, más tarde o más temprano, determina el límite de la adaptación del aborigen a un estadio superior de civilización –“Mantienen, por otra parte, frecuente relación con las factorías, y este comercio lo han, por decirlo así, britanizado, hasta donde puede britanizarse un salvaje” (Verne, 2019)–. Señala Verne que lo anterior diferencia a las relativamente complejas etnias amerindias del noroeste de los esquimales que representarían el caso típico de una cultura cazadora primitiva, adaptada a un medio extremo, sin haber sido modificado de manera importante por el contacto con el hombre blanco. Como síntesis de su mirada sobre los pueblos autóctonos del Ártico americano, Verne señala que ellos no constituyen el principal obstáculo para la incorporación de estos territorios a la “civilización”. Al igual que para otros observadores contemporáneos, el verdadero obstáculo a la expansión colonial en el Gran Norte son las características geográficas y climatológicas del terreno no sus habitantes autóctonos:

En las regiones intertropicales son principalmente los indígenas los que constituyen el más insuperable obstáculo, ¡y no ignoro cuántos viajeros han perecido víctimas de esos bárbaros africanos a quienes una guerra civilizadora reducirá necesariamente algún día! Por el contrario, en las regiones árticas o antárticas no son los habitantes los que detienen la marcha de los exploradores, sino la naturaleza misma; la insuperable barrera de hielos; el frío, implacable y cruel, que paraliza las energías humanas (Verne, 2019).

Territorio de la Compañía de la Bahía de Hudso
Imagen 43. Territorio de la Compañía de la Bahía de Hudson. https://upload.wikimedia.org

En César Cascabel, Verne traza un cuadro más colorido y variopinto de las distintas tribus amerindias que habitaban la Columbia Británica y la Alaska, recién adquirida por Estados Unidos. También aquí la mirada de Verne es benévola y hasta laudatoria en algunos aspectos de la cultura aborigen. Pero de la misma manera el estilo del relato no es ajeno a una mirada paternalista un poco obvia. Lo anterior puede verse con claridad en los pasajes que relata el asombro y el azoramiento de los indígenas ante la función que les brinda la familia de saltimbanquis franceses. El viejo esquema del salvaje inocente que puede ser deslumbrado con prodigios de prestidigitador está presente en este simpático relato de aventuras. En relación a los inuit Verne, que no los conoció en persona como tampoco a los amerindios, los describe a partir de un esquema básico que asocia primitivismo cultural/igualdad natural/inocencia prístina:

Reina entre ellos la más perfecta igualdad. No tienen ni aun jefes de clan. Adoran, en cuanto a divinidades, maderos con figuras esculpidas y pintadas de rojo, que representan diversas clases de pájaros cuyas alas se despliegan en forma de abanico. Tienen costumbres puras, muy desarrollado el sentimiento de la familia, el respeto a los padres y a las madres, el amor a los hijos, la veneración a los muertos, cuyos cuerpos, expuestos al aire libre, están vestidos con sus trajes de fiesta, teniendo junto a sí sus armas y su kayak (Verne, s/f).

Inuit del ártico canadiense
Imagen 44. Inuit del ártico canadiense. https://images.kienthuc.net.vn

Pasando a autores que conocieron el Ártico por experiencia directa y continuada, nos encontramos con quien sin duda fue el gran ensalzador de los pioneers blancos en el Gran Norte americano. Producto de su experiencia como buscador de oro en Klondike el estadounidense Jack London escribió una serie de relatos ambientados en Alaska y otros puntos del Ártico americano (Colmillo blanco (1903), Una hija de las nieves (1902), Relatos del Gran Norte (1900), etc.). Se ha señalado en varias ocasiones la tensión visible en el opus londoniano entre la adscripción a posicionamientos socialistas y una visión de los pueblos no occidentales desde una mirada social darwinista etnocéntrica e incluso racista. El Gran Norte de London es un mundo de arrojados pioneers blancos, ambiciosos y egoístas, pero dotados de una impronta vitalista, de la que el nativo carece. Estos pioneros son los protagonistas de la ocupación de las tierras boreales casi como una etapa superior de la conquista del Far West.

¡La fe! No podrá mover montañas, pero si ha levantado el Norte. Ningún mártir cristiano tuvo jamás tanta fe como los pioneros de Alaska. Nunca dudaron de la estéril y desierta tierra. Los que llegaron se quedaron, y cada vez más y más. No podían marcharse. “Sabían” que el oro estaba allí, y persistieron en su empeño. De algún modo, el romanticismo de la tierra y la prospección se le había metido en las venas, y el hechizo de todo aquello los retenía sin poder soltarlos. Uno tras otro, después de sufrir las más terribles privaciones, se sacudían en el barro de los mocasines y se marchaban para siempre. Pero la primavera siguiente los encontraba siempre navegando por el Yukón, entre las acumulaciones de hielo (London, 2009).

 

En los relatos de London, el mundo de los campamentos mineros del Gran Norte se explica en clave de mosaico racial. Los blancos sajones, germanos o nórdicos son los conquistadores que desafían a la naturaleza y que combinan el egoísmo y la ambición con un código de solidaridad de la “Gran ruta del oro” que los hace compartir comida y hospedaje en esas tierras inhóspitas. Solidaridad que solo se concreta entre los espíritus fuertes. Los débiles y haraganes están fuera de sus límites. La falta de coraje o la pereza son crímenes imperdonables en este lugar. Un poco más debajo de los anglos y nórdicos, London sitúa a los viejos colonos rusos de Alaska a los que caracteriza como bravos y empeñosos, pero faltos de imaginación. Por su parte los voyagers, o mestizos de francés e indio son, para este autor, personajes complejos. Combinan la vitalidad y la ambición del blanco con la desconfianza y la crueldad instintiva del indio. En el opus londoniano, los amerindios del Gran Norte no son siempre ajenos a cierto sentimiento de camaradería y amistad con los blancos que traban vínculo con ellos. London les reconoce fortaleza, astucia, la posesión de saberes y habilidades nacidas de su vínculo estrecho y auténtico con la naturaleza. En esos términos, presenta a personajes como Naposaa, la nodriza y curandera sabia, y a la astuta y zafia sirvienta How-ha, ambas de Una hija de las nieves, o al viejo y duro cazador Koskooh de la Ley de la vida. Pero también para London los amerindios suelen ser primitivos, agresivos, lascivos y a veces sanguinarios. Como afirma Frona, la mujer pioneer de Una hija, los indios son más resistentes que otras razas no blancas (negros, asiáticos, esquimales), pero la falta la capacidad de adaptarse a situaciones distintas de las que siempre conocieron. Por eso carecen de la creatividad y la vitalidad de los pioneers blancos. La síntesis de ese universo se resume en la imagen del campamento minero con las miserables carpas de indios aledañas y sus habitantes en eterna decadencia frente a un mundo blanco que los compra a cambio de alcohol, prostitución y trabajo temporario mal pago.

Klondike
Imagen 45. Klondike. https://upload.wikimedia.org

Por oposición a los amerindios, en la obra de London, la mirada sobre los inuit se presenta más desde la exterioridad. Ellos son los habitantes primitivos de la tundra y su cultura y forma de vida no han sido alteradas por el contacto con los pioneers blancos. Su primitivismo es bestial e irreversiblemente cruel. El personaje de St. Vincent, de Una hija… relata de la siguiente manera su experiencia como cautivo de los esquimales de la costa siberiana y su venta como esclavo a tribus del interior:

Al principio fui tratado de un modo más que vil; las mujeres y los críos me apaleaban, me vistieron con pringosas pieles infectadas de parásitos y tuve que alimentarme con desperdicios. Eran de una crueldad inimaginable. Cómo me las apañé para sobrevivir, no me lo he explicado todavía. Al principio la idea del suicidio acudió con mucha frecuencia a mi mente. Lo único que en aquel periodo me impidió quitarme la vida, fue el hecho de que, a fuerza de sufrimientos y degradaciones, me aturdí, me bestialicé. Muerto de frío, muerto de hambre, pasando miserias y escaseces sin cuento, molido a palos muchísimas veces hasta quedar sin sentido, me transformé en el más dócil de los animales. Volviendo la vista atrás, mucho de lo que me sucedió en aquellos tiempos me parece un sueño. Encuentro lagunas que la memoria no acierta a llenar. Tengo un vago recuerdo de haber sido atado a un trineo y arrastrado de campamento en campamento, de tribu en tribu. Me llevaron de una parte a otra, supongo que con el fin de exhibirme, lo mismo que hacemos nosotros con los leones, los elefantes y los pieles rojas (London, 1963, pág. 114).

 

El personaje de St. Vincent concluye su relato contando cómo con ciertas habilidades de mago o prestidigitador, terminará ganando la admiración de los salvajes y conseguirá convertirse en un hombre libre y luego en un caudillo que se casaría con la hija de uno de los jefes siberianos. El mismo esquema que señalábamos en César Cascabel de Verne. A manera de happy end, el astuto pionero blanco, como una versión ártica de Tarzán, se convierte en el rey de la tundra. Si los habitantes de los hielos no parecen, como colectivo humano, representar un obstáculo importante frente al avance de la pujante raza blanca, su ferocidad en la lucha por la vida a nivel individual y grupal parece indiscutible. En el cuento La Odisea, London le da la palabra a un personaje nativo para que relate el choque entre pioneers y autóctonos. Naas, un aleuta que había visto mucho mundo, describía así este choque:

Yo no era como los míos. En las arenas de la playa se veían los hierros retorcidos y las maderas deformadas por las olas de una embarcación distinta de las que construía mi pueblo. Recuerdo que en la punta de la isla que tenía tres lados en contacto con el océano se alzaba un pino que no podía haber crecido allí naturalmente, pues era alto y de tronco liso y derecho. Se decía que dos hombres se turnaron para vigilar desde allí durante muchos días, a las horas de luz. Estos dos hombres habían llegado en el barco que yacía en la playa hecho pedazos. Eran como vosotros, y tan débiles como las crías de las focas cuando están lejos sus madres y pasan cazadores que regresan con las manos vacías. Yo sé estas cosas por los viejos y las viejas, que las supieron por sus padres y sus madres. Aquellos extraños hombres blancos no se adaptaron de momento a nuestras costumbres, pero el pescado y el aceite les dio con el tiempo vigor y temeridad. Y cada uno de ellos se construyó una casa. Luego eligieron lo mejor de nuestras mujeres y, andando el tiempo, tuvieron hijos. Así nació el que había de ser padre del padre de mi padre. Como he dicho, yo era distinto de los míos, pues por mis venas corría la sangre fuerte y extraña de uno de aquellos hombres blancos que llegaron por el mar. Se dice que nosotros teníamos otras leyes antes de la llegada de estos hombres; pero ellos eran feroces y pendencieros y pelearon con nuestra gente hasta que no quedó nadie que se atreviese a enfrentarse con ellos. Entonces se erigieron en jefes, desecharon nuestras viejas leyes y nos dieron otras. A partir de entonces el dueño del hijo fue el padre y no la madre, como había sido siempre entre nosotros. También decretaron que el primogénito heredara todos los bienes de su padre y que los hermanos y hermanas se las compusieran como pudiesen. También nos enseñaron nuevos modos de pescar peces y matar los osos que infestaban nuestros bosques; y nos acostumbraron a acumular grandes reservas de víveres en previsión de las épocas de hambre. Y los nativos vieron que todas estas cosas eran buenas (London, 2019).

 

La clásica visión darwinista del choque de cultura, con un único final posible, contado por un nativo aculturado. Una especie de versión ártica de la “Visión de los vencidos”. La consolidación de la presencia colonial en el Ártico y el subártico producirían durante el siglo XX miradas literarias más complejas sobre los pueblos originarios, su relación con la población eurodescendiente y sobre el tipo de sociedades que estos habían puesto en pie. Existe en Canadá una tradición novelística del Gran Norte como frontera abierta cultivada por autores como Aritha Van Herk, Rudy Wiebe, Margaret Atwood, etc. Algo parecido sucede con la literatura del suizo-italiano Hans Ruesch, autor de una serie de novelas ambientadas en Groenlandia y el Ártico canadiense El país de las sombras largas (1950), Ruesch narra el derrotero de dos generaciones de una familia de esquimales del extremo norte canadiense a mediados del siglo XX. O sea, cuando la presencia estatal (militar, policial, misioneros) comenzaba a alterar la vida de los nómades más septentrionales. Ruesch traza una imagen del mundo esquimal que intenta ser no estigmatizante. Sin por eso eludir ocuparse de aquellos rasgos de la sociedad inuit más chocantes para la mirada de la sociedad moderna (consumo de carne en descomposición, la hospitalidad sexual a los viajeros, infanticidio, senicidio, etc.).[16] Ruesch apela a la explicación, ya conocida, de que tales rasgos culturales son consecuencias derivadas de una adaptación estrecha e inmemorial a las condiciones de vida en un medio extremo. En el opus de Ruesch, el mundo inuit es una comunidad igualitaria basada en la cohesión de los pequeños clanes de cazadores y donde las normas consuetudinarias se imponen, mayormente, por la simple presión social. El comunitarismo esquimal, en la perspectiva de este autor, no es una virtud ni un defecto, sino una ley de hierro dictada por el medio. No hay en su mirada una reivindicación libertaria o romántica del “comunismo primitivo” de los cazadores polares. No busca que el lector admire ese modo de vida, sino que trate de comprenderlo. Entre los pobladores del Ártico existen rencores, sevicias y las demás miserias de cualquier colectivo humano. Es una sociedad organizada por hombres, donde las mujeres son un elemento de intercambio y los padres deciden qué hijos sobreviven y cuales no en los momentos de hambruna. En la mirada de Ruesch, es una “sociedad fría” y no solo por la temperatura. Esto se ve claramente en el siguiente párrafo donde describe la cultura material de los esquimales:

El secadero, la lámpara, el montón de carne, el pedernal, el cubo de nieve potable y todos los otros utensilios estaban dispuestos de acuerdo con un orden más antiguo que la historia, transmitido desde la noche de los tiempos de padres a hijos: cada cosa estaba al alcance de la mano, para que se la pudiera encontrar fácilmente aun en la oscuridad y para que todo se pudiera hacer sin moverse del banco. Ese iglú era idéntico al iglú que habían dejado y a los iglúes que habían de tener en el futuro, y todos los enseres estaban hechos teniendo en cuenta las dimensiones de ese iglú. El hacha de sílice era corta, y el cuchillo para uso doméstico, de hueso de caribú, era circular, de suerte que para emplearlo sólo bastaba realizar un movimiento con la muñeca, en lugar de tener que mover también el codo, lo cual habría sido incómodo en un ambiente tan reducido (Ruesch, 1962, pág. 30).

 

Desde esta realidad de continuidades largas y poco permeables al cambio es que los inuit se paran para mirar al mundo del hombre blanco. Ruesch esboza el esquema de una posible imagen de colonizador blanco desde la mirada inuit como alteridad. Una de las cosas que el inuit no puede comprender del blanco es su apego a leyes y normas que no se basan en tabúes que regulen la relación del hombre con la naturaleza, por mediación del mundo invisible, y en saberes relacionados con la supervivencia en el medio físico. Las absurdas leyes del hombre blanco prohíben prácticas ancestrales a la vez que imponen otras normas que nadie jamás llevó nunca a la práctica. De la misma manera no pueden comprender las palabras que usan los blancos, pero cuando se entienden descubren que aluden a cuestiones ajenas a la solución de los problemas básicos de la vida. Decididamente, el aspecto más disruptivo de la cultura blanca sobre los inuit son sus creencias que se quieren imponer de forma tajante y exclusivista.

La trama de El país… contrapone la acción de un primer misionero que arriba a una comunidad del círculo polar y busca tener una actitud relativamente comprensiva de las creencias y la cultura esquimal, con la actitud de su sucesor que tomará otro camino. El compresivo pastor Kohartok busca algún tipo de modus vivendi con el chamán inuit, respeta las prácticas terapéuticas nativas y no se pone muy exigente si sus conversos entienden la nueva fe de forma no muy ortodoxa. El límite de su tolerancia es la práctica generalizada de la hospitalidad íntima y el infanticidio. Kohartok logra hacerse querer por sus feligreses y especialmente por su joven conversa Ivalú, que hace las veces de catequista oral a su manera. Luego que Ivalú quede embarazada, tras afirmar que el dios del hombre blanco la había visitado una noche que el pastor le había dado de beber una copa de “agua de fuego” (whisky), el ministro de dios se muestra atribulado. Le ofrece matrimonio a la joven inuit, pero esta rechaza la oferta argumentando sesudamente que los hombres blancos no suelen ser buenos cazadores, ni se las arreglan para conducir un trineo y cosas por el estilo. El “reverendo” bonachón decide dejar la misión y no estará presente para cuando Ivalú dé a luz un niño de pelo rojo y ojos claros, que la joven conversa sostiene que sería algo así como el hijo del dios de los blancos. Ivalú, en su pretensión de ser una especie de Virgen María de la tundra, mantendría los rezos en la misión hasta la llegada de un nuevo ministro. Para su sorpresa, cuando llega el nuevo pastor este, lejos de agradecerle por sus servicios la trata de blasfema por haber hecho propalar la buena nueva de que su hijo era un vástago del todopoderoso. El nuevo ministro al que los nativos bautizan Titerarti –“el que escribe”– es un personaje intolerante, que desprecia la cultura de los nativos y ha venido con la intención de sacarlos buenos cristianos, por las buenas o por las malas. Luego de expulsar de su congregación a Ivalú empezó con su cruzada para extirpar del cerebro de sus feligreses inuit cualquier resabio de paganismo y de barbarie. La pobre Ivalú se siente doblemente rechazada. Titerarti la expulsó de su rol de “diaconesa” oficiosa y los inuit cristianos la ven como un personaje incómodo que las mancha. Ahora descubre que quedó en el medio de dos mundos y en la peor posición. En el viaje, el curandero Storakidsok le habla y realiza el siguiente balance del proceso de imposición de la religión cristiana:

Si intentas imitar a los hombres blancos, estás perdida, Ivalú, como lo están ellos en la tierra de los hombres, si no tienen leña y carbón. El dios de los hombres blancos no tiene el poder de proteger ni a ti ni a ellos en los hielos polares: el frío lo paraliza. Muchos, pero muchos hombres blancos intentaron siempre avanzar hacia el norte con equipos enormes, con enormes cantidades de carbón y estufas, con infinidad de perros, trineos y barcos humeantes; pero su dios siempre los dejó plantados y se volvió a su casa apenas se agotó el combustible, de suerte que tales viajes debieron quedar interrumpidos por la mitad o terminaron en algún desastre. Allí donde reina el hombre blanco, tú eres ignorante; pero en tu tierra, los ignorantes son ellos. Por eso un curandero te dice: Vuelve a los silenciosos hielos del norte, donde tú eres sabia, pues no existe pecado más grave que el de la ignorancia, y allí estarás al resguardo de los hombres blancos y de la venganza de su dios, que tiene los mismos rasgos que ellos: rasgos de tirano fúnebre y vengativo, que fija un precio a la salvación y encadena a sus hijos en lugar de hacerlos libres. Huye de un dios que te dice: Quiero ser amado sobre todas las cosas, porque de no ser así, te arrojaré a un horno en llamas. Cree, en cambio, en un dios que te diga: Pequeña Ivalú, te amo mucho, y no deseo otra cosa que tu felicidad (Ruesch, 1962, pág. 172).

 

La intolerancia de los misioneros y del orden colonial del que constituyen su brazo espiritual, promovió una situación cada vez más traumática que concluiría en la reacción violenta de los inuit y la muerte del intolerante Tirerarti. Es interesante comparar la novela de Ruesch con Hawái de James Michener, sobre la evangelización por pastores congregacionalistas de los nativos del archipiélago homónimo; o con el Bon Dieu rit de Edris Saint-Amand, sobre las misiones entre los campesinos haitianos, acólitos del vudú, durante la ocupación del país por el imperialismo estadounidense. Al igual que en la novela El país…, la conversión al cristianismo, en su recargada versión protestante, es una verdadera agresión cultural que promueve un proceso de aculturación traumático. La erosión del universo espiritual de los “primitivos” promovió la disgregación de las estructuras sociales más básicas y se lleva con ellos las formas de solidaridad comunitarias más básicas. En la novela de Ruesch están presentes elementos paternalistas que vimos en otros autores. También la mirada de la cultura inuit como un límite objetivo en relación de la posibilidad de transformación social de los nativos. Pero en ningún momento se exime a la sociedad colonial y misionera de sus responsabilidades en el proceso de aculturación traumática que experimentan los pueblos del extremo norte. En esta novela se plantea que no existe una sola vía, ni una sola lógica con la que encarar la relación con los pueblos autóctonos de la tundra. La forma histórica concreta en que se terminó plasmando esta relación no fue la más interesada en comprender las particularidades de las sociedades de las bandas de cazadores ni en tratar de seleccionar qué aspectos de la misma podían ser quizás rescatados. En esto radica la originalidad de su mirada en relación a los autores victorianos y post-victorianos que escribieron sobre el Gran Norte.[17]


Imagen 46. http://www.sensacine.com

Después de London, la novelística estadounidense siguió ocupándose de Alaska como fuente de inspiración profunda. Rex Beach, que se dedicó a la minería en Klondike durante la fiebre del oro, escribió algunas novelas ambientadas en Alaska que reconocen cierta deuda con London. En The Spoilers (1939) relata una historia de jueces y burócratas corruptos que buscan arrebatarles sus derechos sobre las minas a los esforzados pioneros de la región. La presencia de los aborígenes en este relato es completamente marginal. Los pioneros de Beach no son tan vitalistas como los de London ni tampoco muy supremacistas en cuestiones raciales. Pero son unos leones defendiendo lo que ganaron con su sudor y esfuerzo. El relato incluye un motín protagonizado por una milicia local de mineros (“los vigilantes”) en la mejor tradición paramilitar anglo del Far West, contra la milicia territorial que sirven de instrumento de las pretensiones de los “usurpadores”. La novela tiene mucho de celebración de la Alaska de la fiebre del oro como una especie de época dorada perdida por la sevicia de politicastros y magnates sin escrúpulos. El mundo cálido y ajurídico de los mineros contra la sociedad fría y legalista de burócratas y magnates. Por su parte, la escritora norteamericana Edna Ferber nos brinda un cuadro interesante sobre la vida en Alaska en los años 50 del siglo XX en su obra El palacio de hielo (1958). Escrita en vísperas de la consagración de Alaska como quincuagésimo estado estadounidense, la novela de Ferber está escrita partiendo de la premisa que el periodo “territorial” de la vida de Alaska estaba agotado y había que dejarlo atrás. Acusando cierta deuda con London y Beach, el libro de Ferber refleja la vigencia del imaginario pioneer y su proyección de tiempo largo en la vida regional. Ferber no propone una lectura racial de la sociedad regional. Por el contrario, la visión de la cultura esquimal adopta, mayormente, un tono comprensivo y no hostil. Sin embargo, el relato no es ajeno a ciertos reflejos “anglosajoncistas”. En El Palacio… la vieja Alaska minera está presentada en una relación de distancia/cercanía con la Alaska de los años 50. Relación que se sintetiza en la coexistencia en el tiempo de la vieja generación que conoció la Alaska de la fiebre de oro con la de una nueva generación que llegó a la madurez en la Alaska transformada por la militarización durante la Segunda Guerra Mundial. Un mundo dinámico donde se desarrolla la industria forestal, pesquera, alimenticia y donde los adelantos tecnológicos (radio, televisión) llegan casi en simultáneo. Una región en donde la presencia de las fuerzas armadas, y particularmente la fuerza aérea, constituyen un elemento cuasi identitario. Las demandas de los lugareños por conseguir la condición estadual y el viejo vínculo con el puerto de Seattle también aparecen como tópicos recurrentes. A mediados del siglo XX, Alaska seguía siendo el fruto del trabajo tesonero de hombres emprendedores y luchadores. Estos están representados en los dos abuelos de Chris, la protagonista del relato. Ello son el sueco Thor Storm y el estadounidense Zar Kennedy. El primero de ellos es un hombre intelectual, idealista, solidario y no discriminador con los nativos. El segundo es un hombre sin cultura, cínico, individualista y racista. Ambos emprendedores y luchadores. Representan dos caras de la misma sociedad.

Rico Mac Pato buscando oro en Alaska
Imagen 47. Rico Mac Pato buscando oro en Alaska. www.comicdom.gr

Ferber no presenta una visión idílica de las relaciones raciales en Alaska. Entre los blancos de Alaska existen prejuicios para con los nativos. No obstante, el mensaje que parece querer transmitir El palacio es la idea que la propia dinámica de la sociedad regional obligaba a una interacción entre blancos y nativos. El mestizaje tiene mucha presencia en este relato. Chris, la protagonista, tuvo una abuela esquimal, la concubina del abuelo Thor. Uno de sus amigos es Ross Guildenstern, un simpático piloto de la fuerza área yanqui, mestizo de esquimal y escandinavo. En varios pasajes del libro los esquimales son mostrados como trabajadores esforzados, como habitantes que buscan a asimilarse a la sociedad blanca y hasta como una curiosidad que vienen a ver los turistas. Los inuit de Alaska no están exentos de la fuerte carga que arrojaba sobre aquel estado yanqui el ser parte de una frontera olvidada de la Guerra Fría. En una parte del relato se alude al entrenamiento de los nativos por las fuerzas armadas en tareas de inteligencia. El personaje del viejo Thor, memoria y conciencia de la región, describe con sus propias palabras la realidad del “telón de acero” que separaba a los inuit de América de los de Asia:

[…] pero los nativos de ambas islas se visitan en sus botes de pieles, traban amistad, hasta se casan entre sí, cada cual trata de decirle al otro hasta qué punto es superior su isla. Tienen receptores radiotelefónicos, fonógrafos, lujos mecánicos de toda clase. Alimento. Ropa. Libros. Son un ejemplo en miniatura de la humanidad que vive en este planeta. En otros tiempos, vivían en una relativa paz, separados por la distancia y los obstáculos naturales. Ahora, los unen los inventos de la ciencia moderna y los separa el miedo reciproco. El esquimal de la Gran Diómedes le dice al de la Pequeña Diómedes: “¡Ven, cruza el agua! ¡Aquí, a los esquimales le permiten aceitar las máquinas, curar a los enfermos, vivir con mujeres rusas, escupir sobre los comerciantes, ir a Moscú, llegar a ser capitanes!”. El esquimal de la Pequeña Diómedes dice: “Somos ciudadanos libres de la Gran Republica de Estados Unidos. Los peces que pescamos son nuestros y las ballenas son nuestras, nadie puede arrebatárnoslas”. Pero el de la Gran Diómedes se ríe al oír esto y responde: “Nos han hablado de ustedes, sabemos que son esclavos, todos los habitantes de Alaska lo son, ni siquiera saben quién será su presidente. Pero están tranquilos y tengan paciencia: algún día iremos a libertarlos” (Ferber, 1960, págs. 224-225).

Pesca invernal de los aborígenes del gran norte en un cuadro de Peter Rindisbacher (1821)
Imagen 48. Pesca invernal de los aborígenes del gran norte en un cuadro de Peter Rindisbacher (1821). https://upload.wikimedia.org

No solo la literatura propuso su particular mirada de los pueblos del extremo norte americano a partir de alteridades diversas. La paleta del pintor occidental que en el siglo XIX plasmaba beduinos, chinos, africanos y polinesios también llegó hasta las taigas y tundras para inmortalizar a amerindios e inuit. Es el caso del pintor suizo Peter Rindisbacher (1806-1838), que siendo casi adolescente llegó al Red River y pintó la vida de las poblaciones métis, los indios chippewa y los inuit del noroeste de Canadá. Rindisbacher fue para los pueblos del bosque boreal y la tundra, lo que el famoso pintor estadounidense George Catlin fue para los pueblos de las praderas y los bosques de los Grandes Lagos. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, el arte de los pueblos de la costa norte del Pacífico desde la Columbia Británica hasta Alaska con sus máscaras, tallas y tótems va a concitar el interés de los nuevos movimientos plásticos que desafiaban el principio de mimesis (fauvismo, cubismo, surrealismo) en una medida semejante al descubrimiento contemporáneo del arte del África subsahariana o de Melanesia. La cámara de fotos, ese arte al que la historia le deparó un rol tan solidario con la exploración y ocupación de los confines del globo, también llegó al norte de América para mostrar la vida en los campamentos mineros, estaciones peleteras, poblados de indios aculturados y factorías balleneras. También el cinematógrafo, verdadera etapa superior de la reproducción tecnológica de la imagen, que ya en los primeros años del siglo XX llegó al norte helado con filmes documentales como Expedición a Alaska (1909) y la más conocida Nanuk, el esquimal (1922) de Robert J. Flaherty, filme paradigmático en la historia del cine documental. El filme de Flaherty pinta un cuadro bello, exotista pero no carente de interés de la vida de un grupo de familias de “despreocupados y alegres” (así los califican en uno de los textos indicatorios de la película silente) esquimales como sufridos cazadores de la Bahía de Hudson. Pero, como muchos otros hitos de la historia del cine documental, se trata de un montaje que no reproduce objetivamente (no podría hacerlo en el fondo) la cotidianeidad del pueblo que lo protagoniza, sino como el ojo del realizador la reinterpretó y buscó presentarla a través de su cámara. Flaherty filmó en un set-iglú partido por la mitad para poder ubicar la cámara y reprodujo escenas no reales de la pesca con lanza bajo el hielo. Nanuk se llamaba Allakariallak y fue un actor esquimal, un tanto aficionado es cierto, pero no un simple cazador que se limitó a realizar frente a la cámara sus actividades cotidianas. La mujer de Nanuk, no era su mujer real, sino Nyla, la esposa esquimal de Flaherty. Confirmando su adscripción crítica a la visión evolucionista sobre las culturas nativas, Flaherty incluyó en el filme un texto afirmando que su objetivo era: “mostrar el antiguo carácter majestuoso de estas personas mientras ello aun fuera posible, antes que el hombre blanco destruyera no solo su cultura, sino también el pueblo mismo”.[18]

Nanuk el esquimal (1922), de Robert Flaherty
Imagen 49. Nanuk el esquimal (1922), de Robert Flaherty. www.documentary.org

En el actual estado de nuestro trabajo creemos haber arribado a un grado de relevamiento de información y análisis de la misma que podemos resumir en algunas proposiciones generales. Por empezar proponemos abordar, el tiempo largo del espacio Ártico y el subártico americano como una relativa unidad desde la geografía física y la geografía humana a partir de dos ecosistemas macro (tundra y taiga o bosque boreal), habitados por una serie de sociedades autóctonas no productoras de alimentos con una fuerte adaptación al medio. De la misma manera, proponemos pensar el límite meridional del bosque boreal como una frontera cultural con pueblos productores de alimentos y con rasgos de mayor complejidad social. Esta macro región, por donde se produjo el ingreso de los primeros hombres a nuestro continente, fue durante miles de años surcada por numerosas corrientes de inmigración humana. Al final del holoceno, la principal de estas corrientes fue la que se produjo en dirección noroeste/suroeste (Siberia/Bering/los bosques de la taiga en dirección a las rocosas), representada por la migración de los pueblos paleoamericanos siendo continuada, milenios después, por la migración de los pueblos de lengua na-dené. En los milenios siguientes fue importante el eje oeste/este por el que los pueblos mongoloides árticos se desplazaron entre la taiga y la tundra desde el Pacífico al Atlántico. Existieron también movimientos de población sur/norte en el que pueblos amerindios de las zonas templadas migraron hacia las regiones subárticas y árticas en los periodos de calentamiento del clima. Por oposición, se produjeron algunas migraciones puntuales norte/sur de cazadores especializados que seguían a sus presas durante periodos de enfriamiento.

Entre 500 y 1200 d. C., la gran dispersión de los pueblos Thule a través del Ártico americano, y su interacción con los viejos cazadores Dorset, marcará una revolución en la cultura material y la organización social de los cazadores del Ártico. La llegada de los cazadores y balleneros antepasados de los inuit hasta el Ártico Atlántico, fue un proceso contemporáneo a la llegada de los vikingos a Groenlandia y sus avanzadas efímeras sobre tierras isleñas y continentales de América. El marco de ambos procesos fue el calentamiento global que vivió el planeta entre 900 y 1350 d. C., aproximadamente. El Ártico americano fue la primera parte del continente que se convirtió, de manera lateral, en la terminal de una red comercial interoceánica trasatlántica y luego, paradójicamente, en la región más tardía y gradualmente incorporada al sistema económico mundial y a una serie de espacios coloniales. Lo anterior puede resumirse en las siguientes etapas temporales: a) expansión nórdica en el Atlántico (siglos IX-XI); b) enfriamiento y decadencia de la red comercial entre Escandinavia y Groenlandia (siglos XIV y XV) y; c) la expansión europea posterior a 1500 y la lenta incorporación del Ártico al sistema económico mundial.

En el segmento temporal 1500-1800 se desarrollaron distintos procesos que derivarían en la formación de los primeros espacios coloniales regionales. Luego de un siglo de tanteos (pesquerías, primeros intentos del tráfico de pieles) se formará, en el siglo XVII, un espacio colonial en el límite sur de la taiga (Nueva Francia) y otro entre los bordes de la taiga y la tundra (Compañía de la Bahía de Hudson en la Tierra de Rupert). En el siglo XVIII se formaron dos espacios en la tundra ártica ligados a redes comerciales trasatlánticas (Groenlandia danesa) y con el espacio asiático-siberiano (América rusa en Alaska). Durante el siglo XIX, el Ártico y el subártico americano mantendrían importantes zonas no ocupadas, e incluso no exploradas, rodeadas de limes coloniales. La presencia de compañías comerciales y grupos misioneros, seguidos de traficantes y marinos ligados a distintos ciclos económicos (comercio de pieles, caza de ballenas, etc.), constituyeron una realidad estructural de tiempo largo para la región. Esto acerca la problemática del Ártico americano con sociedades de otras geografías que conocieron un largo periodo de vinculación con distintos actores que provenían del exterior antes de pasar a ser partes de espacios coloniales dependientes de un estado metropolitano (Madagascar, Hawái, etc.). En esos casos el largo periodo precolonial de contactos derivó en la incorporación de elementos externos (escritura, uso de la moneda, códigos legales, etc.). Pero se trataba de sociedades con mayor grado de complejidad que las del extremo norte de América. No había en el Ártico sociedades complejas que pudieran/necesitaran incorporar dichos elementos como forma de extender el poder de sus elites o reafirmar su control político y territorial. El intercambio en las redes del septentrión americano se caracterizó por el clásico comercio de pieles por fusiles y al doble impacto de efectos revulsivos, de los misioneros que traían la Biblia y los balleneros y otros traficantes que trajeron el alcohol y cambiaban mujeres por cuchillos de hierro o abalorios. Es en el contexto de interacción entre aborígenes y euroamericanos en las redes de comercio, que se inscribe el surgimiento de poblaciones nacidas del mestizaje como un fenómeno característico de la región. Culturas con un perfil étnico cultural propio y fenómeno lateral a la presión colonial que iría debilitando la cohesión de las poblaciones nativas y luego sería vehículo de su aculturación. El villorrio indio o inuit, junto al campamento minero en tiempos de las fiebres del oro, sucedió a la aldea vecina a la factoría y el puesto peletero de tiempos pretéritos. Luego vendrán el puesto policía o militar y la misión religiosa como agentes de los distintos poderes coloniales intrusivos.

Potlatch en el sur de Alaska, circa 1895
Imagen 50. Potlatch en el sur de Alaska, circa 1895. www.sheldonmuseum.org

En el plano ideológico, los imaginarios coloniales del extremo norte americano, durante las décadas del ascenso del imperialismo victoriano, presentan un perfil bien diferenciado dentro de las imágenes coloniales epocales a lo largo del planeta.

El extremo norte de América no género en las mentes victorianas y post victorianas imágenes fuertemente exotistas o de una barbarie amenazante. Las grandes planicies heladas y los bosques del norte generaron un imaginario que combinaba la exaltación de la voluntad del pioneer blanco, creador de un mundo en tierras vírgenes y la presencia de los pueblos autóctonos como testimonio de un pasado condenado a la extinción. Casi como monumentos de una era geológica pasada. Todo bajo un esquema general evolucionista en que convivían las miradas más estigmatizadoras con las de tono dialoguista y humanitario, pero en la mayoría de los casos, también inapelables en sus conclusiones finales. Marcando la distancia que separa, pero que de alguna manera también une, la exposición de los cuerpos de inuit en museos con las imágenes de los esquimales “alegres y despreocupados” frente al lente de la cámara de Flaherty. La modestia cultural de la tundra y la taiga no dejó de inspirar algunas miradas alternativas (artísticas, literarias, antropológicas, etc.) que entraban en tensión, aunque fuera parcialmente, con el evolucionismo colonial. Entre ellas ocupa un lugar especial el interés de antropólogos y artistas por las culturas más complejas de los pueblos de la costa del Pacífico en el limes subártico, sus mecanismos de dones y contradones y su arte de cierta complejidad. El avance del estado de la cuestión en las ciencias sociales ejercería presión sobre el imaginario darwiniano en visión primitivista. La tarea de los antropólogos y etnólogos que recorrieron la tundra y la taiga entre fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX superarían las miradas etnográficas más básicas y le terminarían de conferir a los inuit y amerindios boreales un perfil etnohistórico. A mediados del siglo XX el opus de algunos autores de ficción trazaría imágenes parciales del Gran Norte americano que buscaban dar cuenta de las transformaciones estructurales de una periferia atípica del mundo contemporáneo y la asimilación aculturadora y traumática de los pueblos autóctonos.

Tótems canadienses. Stanley Park, Vancouver
Imagen 51. Tótems canadienses. Stanley Park, Vancouver. www.winetravelandsong.com

El Gran Norte minero y ballenero del novecientos fue la antesala del Ártico moderno. El gran espacio del extremo norte que terminó de ser explorado e incorporado en distintas jurisdicciones estatales en las primeras décadas del siglo XX asistiría a cambios estructurales: a) el desarrollo de distintas explotaciones económicas primarias (petróleo, minería no aurífera, pesquerías modernas, etc.); b) cambios en su infraestructura material (ferrocarriles, rutas, emprendimientos hidroeléctricos, formas incipientes de urbanización, redes aéreas, etc.) y; c) el involucramiento en distintos procesos históricos contemporáneos de alcance mundial ( Segunda Guerra Mundial, guerra de bloques, etc.). El tercero de estos puntos es el determinante a la hora de pensar las transformaciones del Ártico en un sentido estructural. En particular la militarización durante la Segunda Guerra Mundial como punto de inflexión con variadas consecuencias. Un antes y un después que lo acerca con las experiencias de otras periferias coloniales del mundo que combinaron el carácter alterno de teatro de guerra/retaguardia en el conflicto (islas de Pacífico). La continuidad de este proceso durante la Guerra Fría profundizó dicha tendencia.

El Ártico americano emergió en el mundo de la segunda posguerra en la madurez de una periferia atípica del mundo desarrollado. Con la intensificación y complejizacion tecnológica de nuevas industrias extractivas que afectaban las condiciones medioambientales y el creciente peso del aparato militar de un estado gendarme envuelto en la guerra de bloques planetaria. Los elementos anteriores hacen al marco de una situación colonial de facto que involucraba a la mayor parte de las decisiones que afectaban la vida de la región y sus pobladores. Sin duda uno de los principales ordenadores de las sociedades contemporáneas del Ártico continental es la alteridad entre pueblos autóctonos y euroamericanos. La preminencia numérica de los autóctonos decrece siguiendo ejes norte/sur y este/oeste. La inserción en la sociedad de los grupos étnicos autóctonos en cada una de estas regiones reconoce elementos particulares, pero también rasgos de conjunto. Aun con sus puntos de inflexión, la oposición hegemónico/subalternos se corresponde bastante con la frontera que separa a euroamericanos y autóctonos, tanto en términos étnicos como clasistas. Es nativa o mestiza el grueso de la mano de obra asalariada, especialmente la menos calificada, de los principales polos de desarrollo que se formaron en el Gran Norte. Lo anterior sin perjuicio de la consolidación de grupos de autóctonos en las elites políticas y profesionales en Groenlandia y Nunavut. Reconociendo distintos grados de incidencia, los efectos traumáticos de la asimilación aculturadora de los autóctonos también constituyen una problemática regional general. Lo mismo el conflicto entre poderes estatales y grupos económicos con las comunidades y colectivos de autóctonos en defensa de sus ecosistemas y condiciones de vida. El movimiento inuit y amerindio, en sus distintas expresiones, constituye un actor político clave en la vida del Ártico americano. No se trata de fuerzas con vocación revolucionaria, sino de espacios creados para defender equilibrios y disputar espacios de poder sin cuestionar el sistema, pero con cierta efectividad dentro de dichos límites. Una pieza clave dentro del entramado social y político regional. Su papel en los foros regionales es también una instancia importante en ese sentido. Lo anterior les ha permitido a los grupos de decisión de dichas comunidades acumular poder con base en sus capitales étnicos y políticos. Con excepción del derechista independentismo de Alaska, las fuerzas políticas que cuestionan más severamente los equilibrios coloniales, de facto o de iure, tienen su principal base social en los pueblos autóctonos.

El fin de la Guerra Fría y una serie de problemáticas político ambientales de comienzo del tercer milenio (control de los acuíferos, cambio climático, protección de los recursos marítimos) ha concedido a las tensiones geopolíticas en el Ártico un grado de centralidad en la política mundial nunca antes conocido. Inscribiendo la problemática del Ártico entre los fenómenos que caracterizarían a la fase terminal del imperialismo que centra su interés en el control de los recursos naturales más básicos. De forma paradójica, o no tanto, el carácter fuertemente transnacional de las megaempresas que quieren apoderarse del “techo del mundo”, convive con una insistente y hasta agresiva política de los distintos estados involucrados por fortalecer su poder jurisdiccional en la región. Quizás la clave de este fenómeno no esté tanto en la monopolización de los espacios nacionales por los capitales de cada país, sino en el poder de decisión de cada estado por establecer reglas de juego y favorecer la actuación de las megaempresas con las que mantengan relaciones más estrechas. En dichos términos, proponemos leer las alianzas entre estados (ribereños/no ribereños; megapotencias militares/potencias de alcance medio) como parte de sus estrategias sobre el Ártico. Es obvia la tensión existente entre los objetivos de los megaemprendimientos que se ensayan y se proyectan en la región y los acuerdos firmados por los estados para el cuidado del medio ambiente y el uso racional de los recursos. Quizás también pueda leerse dicha tensión como parte de un campo en donde se negocian posiciones y en la cual los poderes estatales ocupan el vector mayor. Un juego triangular en donde estados/ multinacionales/comunidades-ambientalistas interactúan en un equilibrio cambiante, pero no ajeno a las asimetrías de poder político y económico. Un esquema que, en última instancia, fundamenta el poder arbitral de los gobiernos con base en su poder militar como garante último. El armamentismo polar de los últimos años es una prueba de ello.

Islas Diómedes en el mar de Bering. Una olvidada frontera de la Guerra Fría
Imagen 52. Islas Diómedes en el mar de Bering. Una olvidada frontera de la Guerra Fría, ©Dave Cohoe. http://www.rfi.fr

A la hora de pensar un esquema general para la historia del Ártico americano, creemos en la pertinencia de un enfoque con un fuerte compromiso interdisciplinario. Dentro de dicha perspectiva proponemos como ordenador principal de la historia del septentrión americano la lucha por la ocupación del espacio físico. Bajo la forma de migraciones y guerras; creación de circuitos de comercio, formación de espacios coloniales, redes misionales; explotación de los recursos y control por poderes estatales, la historia del Ártico americano ha sido, en lo fundamental, una lucha por el control del espacio físico. Sea que se la entienda en términos de conflicto o de cooperación, de intercambio o de colonización. Sin negar su incidencia y la necesidad de estudiarlas, creemos que las contradicciones interclasistas han jugado un papel menos central en la historia regional hasta épocas recientes. El adoptar como ordenador principal la lucha por la ocupación del espacio físico nos permite articular distintos aportes interdisciplinarios a partir de una serie de campos temáticos clave: a) Historia del medio ambiente centrada en la relación de las sociedades locales con el medio, a través de distintos periodos climatológicos y sus respuestas a las transformaciones en sus ecosistemas; b) Historia de las estructuras productivas centrada en la pluralidad de culturas materiales de la taiga y la tundra, la difusión de elementos culturales y las apropiaciones entre las distintas sociedades que interactuaron en el espacio ártico y subártico. Las rupturas y las continuidades en las formas y modos de producción, a causa de los desplazamientos de pueblos a través de las distintas etapas de la historia de la región; c) Historia de las redes centrada en la formación de circuitos de comercio regionales y extra regionales, formación de los espacios coloniales como limes/nexos con los mundos autóctonos; exploración y delimitación jurisdiccional del espacio regional en su conjunto; la inclusión de la región en procesos políticos planetarios y las tensiones geo/políticas y; d) Etnohistoria centrada en las relaciones entre distintos grupos étnicos a partir de sus asimetrías (hegemónicos/subalternas) y sus interacciones. Lo anterior incluye tópicos como la formación de las culturas mestizas; interacción entre distintos mundos culturales a través de los limes y fronteras; los procesos de evangelización y su impacto sobre los universos espirituales autóctonos; los procesos de aculturación; el rol de las poblaciones nativas como sujeto político y social y; las miradas de la alteridad entre autóctonos y euro descendientes.

Torre control de la base área estadounidense en Thule (Groenlandia)
Imagen 53. Torre control de la base área estadounidense en Thule (Groenlandia). https://ast.wikipedia.org

 

Notas:

[1] Una primera versión de este trabajo fue presentada originalmente como ponencia con el título de “Cazadores, traficantes y misioneros. El ártico americano una colonialidad atípica” en las VI Jornadas de Historia del ISP Joaquín V. González de la ciudad de Buenos Aires, en 2016. En la presente versión hemos desarrollado más algunos temas particulares y actualizando alguna información en relación con la evolución del estado de la cuestión sobre los tópicos aquí abordados.

[2] Primer subrayado en el original. El segundo es mío.

[3] El potlatch es un tipo de festín ceremonial en donde se afirman y revalidan las relaciones jerárquicas entre grupos (clanes de cazadores y pescadores) al cumplirse un ciclo temporal determinado. Los anfitriones, jefes de un clan de rango superior, agasajan a los clanes subordinados entregándoles las piezas de caza que acumularon durante el ciclo que termina, junto con enseres y otros objetivos. De esta manera revalidan su prestigio y reaseguran la lealtad de los clanes subordinados para el nuevo ciclo que comienza. Se trata de un sistema de dones y contra dones en los que se intercambian regalos por prestigio. Fue una práctica distintiva de las Jefaturas de relativa complejidad de las costas del Pacífico canadiense (kiwakult, haida, tinguit, etc.).

[4] Son numerosos los indicios de viajes precolombinos a la costa Atlántica de América del norte. Las famosas travesías a la “isla de los bacalaos” (¿Terranova?). Las noticias más sólidas al respecto son las menciones en fuentes islandesas de comienzos del siglo XV sobre la actividad de los balleneros vascos en el oeste del Atlántico; la ya mencionada expedición danesa-lusitana de 1472 y un posible arribo a Terranova de marinos de Bristol en 1480 aproximadamente (De Lucia, 2016).

[5] William Seward también barajó la posibilidad de comprar Groenlandia e Islandia en el marco de una política de expansión hacia el norte en ambos océanos. Como objetivo máximo, esta política contemplaba la posibilidad de anexar todo Canadá al territorio estadounidense.

[6] El internado o extrañamiento de niños nativos en Canadá y Groenlandia es equiparable al fenómeno de la “generación robada” en Australia. Se denominó de esa manera al secuestro de niños aborígenes y mestizos llevada adelante por el gobierno australiano entre 1898 y 1976 para entregarlos a misiones cristianas para separarlos de sus raíces ancestrales y convertirlos en “buenos ciudadanos”. En 2008 el gobierno australiano pidió tardías disculpas por esta violación de derechos elementales.

[7] La SIK fue fundada en 1956 como GAS (Grønlands Arbejder Sammenslutning), siendo filial del Consejo de Sindicatos Nórdicos. Cambió su nombre en 1978. Junto a las reivindicaciones de los asalariados se ocupa también de los reclamos de las comunidades inuit por sus territorios de caza, pesca, etc.

[8] Sin duda el perfil étnico de las distintas regiones del ártico y subártico contemporáneos son disimiles. Resalta Groenlandia en el carácter de sociedad mayormente mestiza, le sigue de cerca en la tendencia su vecino Nunavut, con un fuerte predominio numérico de autóctonos que decrece marcadamente en el Yukón y aún más en Alaska. Los Territorios del Noroeste de Canadá representan una isla en el noroeste con más de 60% de habitantes originarios (amerindios e inuit) y mestizos (métis) marcaría la excepción a esta tendencia decreciente este-oeste al norte del paralelo 60. En las provincias sureñas de Canadá, los autóctonos representan un porcentaje pequeño sobre el conjunto total de la población. Destaquemos que en la franja territorial al sur del paralelo 60 se invierte la tendencia decreciente este/oeste ya que son las provincias del oeste (Saskatchewan, Columbia Británica) las que tienen un mayor porcentaje de amerindios y mestizos.

[9] En la Argentina, los habitantes del ártico americano solían cosechar juicios poco laudatorios. En Conflictos y armonía de las razas en América (1883) Domingo F. Sarmiento, al calificar el atraso étnico-cultural de los gauchos mestizos de las pampas, sostenía que solo los esquimales o los aborígenes australianos podían ser más atrasados. Estudiosos como Florentino Ameghino, Perito Moreno o Estanislao Zeballos, en el contexto de las discusiones sobre la antigüedad de la “raza de los patagones” especulaban con algún parentesco de los habitantes de la tundra ártica con los aborígenes fueguinos o los tehuelches. El propio Darwin, maestro de dicha generación de científicos, comparaba a esquimales y fueguinos, situando a estos últimos en desventaja, en su famoso diario de viaje alrededor del mundo

[10] Robert Peary se involucró en una controversia con su excolaborador, luego distanciado, Frederick Cook que afirmaba haber llegado al Polo Norte en 1908. Al día de hoy la mayoría de los analistas que se ocuparon del tema se inclinan a sostener que ninguno de los dos llegó efectivamente al Polo Norte.

[11] Sobre Saccheus, ver Malaurie (1996). Sobre Peary y su relación con los inuit ver Harper (1998).

[12] Picaninnies es una palabra de cierto pidgin anglo-portugués que se hablaba en las Indias occidentales y Brasil durante los siglos de la expansión colonial. El término se traduce como “pequeñito” y en Estados Unidos y el Caribe anglófono se utilizaba para denominar, de manera despectiva, a niños de piel oscura.

[13] El escritor anglo-hindú Rudyard Kipling, furibundo defensor del imperialismo británico, incluyó en sus obras El libro de las tierras vírgenes (1894) y El segundo libro de la selva (1895), dos cuentos ambientados en el Ártico americano: La foca blanca y Quiquern. Este último relato transcurre en el ámbito de una banda de cazadores inuit. Kipling, conoció el gran norte americano e incluso llegó a tener una residencia en la ciudad de Vancouver. Otro devoto de la ideología del supremacismo anglosajón, y amigo personal de Kipling, como Arthur Conan Doyle también visitó tierras polares experiencia que volvo en su libro Viaje al Ártico (1880) y en otros relatos.

[14] El subrayado es mío.

[15] Es interesante comparar la mirada de Reclus sobre lo que él consideraba la paulatina e inevitable extinción de los esquimales con los pronósticos que por ese entonces realizaba el escritor socialista argentino Roberto Payró, en relación a los aborígenes fueguinos, en La Australia argentina (1898). Con base en un mismo esquema evolucionista Payró, al igual que Reclus, deploraba la depredación de los cazadores y traficantes que invadían la isla Grande de Tierra del Fuego, pero sostenía que la desaparición de las etnias cazadoras y canoeras era un proceso inevitable. Común esquema teocéntrico, compartido por el anarquismo de inspiración spenceriana y el socialismo evolucionista. También puede hablarse de un imaginario común en la mirada sobre las etnias de las regiones sub polares del planeta. Sobre Payró ver: De Lucia (1997).

[16] El país de las sombras largas fue llevada al cine con el título de Los dientes del diablo (1960). Se trata de un filme dirigido por Nicholas Ray y protagonizado por Anthony Quinn, Yoko Tani y Peter O'Toole. La trama del filme se basa en un episodio puntual de la novela. La muerte de un blanco por un inuit ofendido por que este rechazó su oferta de hospitalidad sexual y el posterior encuentro de la pareja esquimal con un oficial de la ley que se da cuenta que no tiene sentido castigar aquella muerte. El filme de Ray resalta más una mirada paternalista de los inuit como salvajes casi niños.

[17] Es interesante cotejar el relato ficcional de Ruesch sobre un testimonio de reapropiación sincrética del cristianismo por una comunidad inuit en los años 20 del pasado siglo. En su célebre crónica De la Groenlandia al Pacífico (1930), Rasmussen describe un culto que se desarrolló en la isla de Baffin predicado por Noratdlaq, un profeta inuit que había recorrido poblados canadienses, y había elaborado su propia versión de la región cristiana (“religión celeste”) que incluía las creencias inuit sobre el mundo invisible, los espíritus de los antepasados, el uso de fetiches y los clásicos rituales y tabúes ligados con la caza y la pesca. Noratdlaq crearía una comunidad que reunía tanto a esquimales que habían sido tocados por enseñas de misioneros protestantes o católicos junto con paganos de pura cepa. El carismático Noratdlaq generó preocupación en las autoridades canadienses que lo enviaron a prisión, pero luego lo liberaron por cuestiones de salud.

[18] El cine sobre el ártico tuvo otras expresiones en los años de la transición entre el cine silente y los primeros años del sonoro. En 1933 se realizó la coproducción germano-estadounidense S.O.S. Eisberg sobre un grupo de exploradores del ártico que buscan los restos de una expedición perdida en Groenlandia para terminar de ser rescatados de un iceberg por una aviadora interpretada por la futura directora de cine Leni Riefenstahl. Según una práctica muy común en la época, se firmó una versión en alemán (Arnold Fanck) y otra en inglés (Tay Garnett). Ese mismo año W. S. Van Dyke da a conocer Eskimo, basada en un libro del célebre explorador del ártico Peter Freuchen. Ambientada en Alaska, la trama de este filme, bastante audaz para la época, cuenta una historia que incluye el tema de la hospitalidad sexual y la sevicia de los traficantes blancos.

 

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  • Verne, J. (1987). Familia sin nombre. Barcelona: Orbis.
  • Verne, J. (1987). Los ingleses en el Polo Norte. Viajes del Capitán Hatteras. Santiago de Chile: Editorial Antártica.
  • Verne, J. (2019). El país de las pieles. ePub: Amazon Digital Services LLC.
  • Verne, J. (s/f). César Cascabel. ePub: LibroDot.
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  • Zavatti, S. (1967). El polo ártico. Barcelona: Labor.

 

Materiales audiovisuales*

  • Alaska, tierra de oro. 1960. [Película] Dirigido por Henry Hathaway. Estados Unidos: 20th Century Fox.
  • Bering, equilibrio y resistencia. 2013. [Película] Dirigido por Lourdes Grobet. México: Beca Cuauhtémoc Moctezuma-Ambulante; Catatonia Cine.
  • Corazón de Luz. 1998. [Película] Dirigido por Jacob Grønlykke. Groenlandia: ASA Film Produktion.
  • El enigma de otro mundo. 1951. [Película] Dirigido por Christian Nyby, Howard Hawks. Estados Unidos: RKO Pictures.
  • El llamado salvaje. 2020. [Película] Dirigido por Chris Sanders. Estados Unidos: 3 Arts Entertainment/20th Century Studios.
  • El mundo en sus manos. 1952. [Película] Dirigido por Raoul Walsh. Estados Unidos: Universal Pictures.
  • El pueblo inuit. 2018. [Película] Dirigido por Francesc Bailón. España: TN Productions.
  • Eskimo (Mala el magnífico). 1933. [Película] Dirigido por W.S. Van Dyke. United States: Metro-Goldwyn-Mayer.
  • Estación polar Cebra. 1968. [Película] Dirigido por John Sturges. Estados Unidos: Metro-Goldwyn-Mayer.
  • Estado de alarma. 1965. [Película] Dirigido por James B. Harris. Reino Unido: Columbia Pictures.
  • Glory & Honor. 1998. [Película] Dirigido por Kevin Hooks. Estados Unidos: TNT.
  • Informe desde las Aleutianas. 1943. [Película] Dirigido por John Huston. Estados Unidos: U.S. Army Pictorial Services.
  • La quimera del oro. 1925. [Película] Dirigido por Charles Chaplin. Estados Unidos: United Artists.
  • La sombra del lobo. 1992. [Película] Dirigido por Jacques Dorfmann, Pierre Magny. Francia: Coproducción Francia-Canadá.
  • Los dientes del diablo. 1960. [Película] Dirigido por Nicholas Ray. Reino Unido: Magic Films/Société Nouvelle Pathé/Joseph Janni-Appia Films/Play Art/Gray Films.
  • Mis aventuras con Nanuk, el esquimal. 1994. [Película] Dirigido por Claude Massot. Canadá: Bloom Films/Christian Bourgois Productions/France 3 Cinéma.
  • Nadie quiere la noche. 2015. [Película] Dirigido por Isabel Coixet. España: Neo Art Producciones/Mediapro/Ariane & Garoe/Noodles Production/One More Movie.
  • Nansen, la conquista del Polo Norte. 2006. [Película] Dirigido por Mike Slee. Reino Unido: BBC.
  • Nanuk, el esquimal. 1922. [Película] Dirigido por Robert J. Flaherty. Estados Unidos: Revillon Frères / Pathé Exchange.
  • Oí al búho decir mi nombre. 1973. [Película] Dirigido por Daryl Duke. Estados Unidos: CBS Television.
  • Otros pueblos: Canadá, primavera esquimal. 1993. [Película] Dirigido por Luis Pancorbo. España: Televisión Española.
  • Otros pueblos: Columbia británica. Las primeras naciones. 1993. [Película] Dirigido por Luis Pancorbo. España: Televisión Española.
  • Red Snow. 1952. [Película] Dirigido por Boris Petroff, Harry S. Franklin. Estados Unidos: All American Film Corporation.
  • S.O.S. Eisberg. 1933. [Película] Dirigido por Arnold Fanck. Alemania: Deutsche Universal-Film.
  • Smilla, misterio en la nieve. 1997. [Película] Dirigido por Bille August. Dinamarca: Constantin Film.
  • The Grizzlies. 2018. [Película] Dirigido por Miranda de Pencier. Estados Unidos: Hammond Entertainment.
  • Tierra de osos. 2003. [Película] Dirigido por Bob Walker Aaron Blaise. Estados Unidos: Walt Disney Pictures.

* En caso de no existir indicación en contrario las películas de esta lista son largometrajes de ficción con actores.

 

Cómo citar este artículo:

DE LUCIA, Daniel Omar, (2020) “El Ártico americano. Una historia que vino del frío”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 44, julio-septiembre, 2020. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 10 de Octubre de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1901&catid=5