El sacrificio secular y el desencanto de la democracia. Nuestra América ante las imposiciones del “mundo civilizado”[1]

The secular sacrifice and the disenchantment of democracy. Latin America before the impositions of the "civilized world"

VO sacrifício secular e o desencanto da democracia. Nossa América antes das imposições do "mundo civilizado"

Ricardo León García[2]

 

…fueron muchos los hombres que perdieron la vida para obtener al cabo de tan largo tiempo resultados tan precarios, porque en verdad vivimos en una democracia imperfecta y vivimos en un ambiente donde las conquistas sociales prácticamente resultan nulas.

Franklin J. Franco P.

 

Invasión… Intervención… Ocupación… Por muchos lares he escuchado decir que este tipo de temas ya no se deberían tratar en los ambientes académicos y mucho menos fuera de ellos. “El marxismo no tiene sentido, el mundo es diferente”, es una afirmación tan absurda como que “ya pasaron de moda” las ideas que motivan la búsqueda de la justicia, la equidad y la democracia más allá del acto de la votación. Son argumentos tan débiles que es mejor ignorarlos. No cabe duda de que el entusiasmo por la propuesta de Francis Fukuyama (1992) alcanzó tal nivel de vulgarización que hasta conceptos propios de las interpretaciones de la historia de la humanidad tendieron a hacerse desaparecer del léxico.

Tener como preocupación la imposición de ideas o formas de organización, así como tratar un episodio en el que el ejército de una potencia militar lleva a cabo una invasión contra una nación lejanamente equiparable en recursos económicos o en recursos bélicos, para nada nos convierte en marxistas. Reflexionar sobre la imposición, sobre la violencia armada o no en contra de un pueblo o los miembros de un pueblo es un asunto de la humanidad misma, independientemente de las ideologías y los amores partidistas que puedan profesarse.

Por otro lado, ignorar el pasado no lo modifica. La historia no puede negarse y, en todo caso, con nuevas perspectivas es que pretendemos abordar los asuntos que en nuestro presente adquieren una relevancia diferente. Eso sí, quien lo quiera saber y analizar, discutir y enriquecer, bienvenido. La cabal comprensión de este tipo de fenómenos sociales amplía la posibilidad de construir un futuro mejor que el que nos promete una sociedad dispuesta al laisser-faire, laisser passer.

Absurdo es, al mismo tiempo, tratar de minimizar tan violentos procesos de injerencia, cuando además han sido recurrentes en la historia de las naciones de Nuestra América. Hacer a un lado este tipo de fenómenos, máxime en un país tan apabullado por el intervencionismo estadounidense y el control de las empresas que desde allá se organizan, puede parecer una forma de autonegación, pues la sociedad dominicana en general no se ha quedado de brazos cruzados ni se ha sometido apaciblemente a este tipo de agravios.

Recordamos ahora el primer centenario de la intervención militar estadounidense a la República Dominicana, la de 1916. Se trataba, en ese tiempo, de una experiencia con la que ya cargaban Argentina, Uruguay, México, Paraguay, Nicaragua, Cuba, Puerto Rico, Haití… después, muchos de los pueblos latinoamericanos compartieron el mismo agravio. Estamos hablando de una práctica repetida una y otra vez. La sabiduría popular nos habla hasta el cansancio eso de que “mal de muchos, consuelo de tontos” y debo asumir que hay razón en ello. Pero también nos dice que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. En otras palabras, no significa un alivio que las fuerzas armadas del vecino del norte hayan emprendido operaciones invasivas en muchas naciones de Nuestra América, así como tampoco la menor recurrencia de este tipo de acciones signifique que gocemos de independencia, paz y prosperidad en nuestros pueblos.

Mientras los europeos pobres se mataban entre sí para dar gusto a sus dirigentes empresariales y políticos, en mayo de 1916 los US Marines desembarcaban en territorio dominicano “para restablecer el orden” que se había perdido. En otras palabras, para alimentar las ambiciones de sus dirigentes empresariales y políticos, también. Se trataba del proyecto de expansión de los dueños del capital. Un proyecto perennemente apoyado por sus títeres a cargo de los gobiernos. Sustentado, además por la carne de cañón de siempre, quienes forman parte de la base de la pirámide social que, para alcanzar un lugar en el prometido progreso civilizatorio, han de arriesgar el pellejo por el bien de la nación (¿quién es la nación?) y por extensión, alcanzar una butaca dentro de la función de gala del reino de los cielos.

Las tiernas, emotivas y consoladoras palabras del entonces capitán Harry S. Knapp, a cargo de la nave insignia USS Olympia, y dirigidas al pueblo de Santo Domingo el 29 de noviembre de 1916, son ilustrativas de la labor civilizatoria de nuestros hermanos mayores:

This military occupation is undertaken with no immediate or ulterior object of destroying the sovereignty of the Republic of Santo Domingo, but, on the contrary, is designed to give aid to that country in returning to a condition of internal order that will enable it to the terms resting upon it as one of the family on nations (Knapp, 1917).

 

Una ayuda, por cierto, no solicitada bajo circunstancia alguna por los dominicanos que constituyen la base de la pirámide social del país, aunque es posible que haya sido un alivio para quienes, desde el vértice de la misma figura, sentían amenazadas sus posiciones de privilegio. En desagravio, es justo mencionar que el médico don Francisco Henríquez y Carvajal, hasta ese día presidente de la República Dominicana, jamás pidió la ayuda norteamericana (Cfr. Hernández Flores, 2015).

No era la primera vez que los estadounidenses se aventuraban a tierras latinoamericanas con la intención de terminar de imponer el proyecto de “modernidad”. El dos de diciembre de 1823, el presidente de los Estados Unidos, James Monroe, se dirigió al pleno del congreso de su país para, entre otras cosas, anunciar que, a partir de esa fecha, el gobierno de esa nación jamás permitiría que una potencia europea sentara nuevas bases en el hemisferio occidental.[3] Además, junto con su secretario de Estado, John Quincy Adams, se manifestaba a favor de las sanas intenciones de los inversionistas de su país para llevar al resto del continente las bondades de las formas de vida que se estaban experimentando allá.

En 1904, Theodore Roosevelt, a la sazón ocupante de la Casa Blanca en Washington, “enmendó” la doctrina Monroe, añadiendo que su país se reservaba el exclusivo derecho de utilizar la fuerza militar en América Latina y el Caribe para obligar al cumplimiento de las obligaciones adquiridas con los acreedores extranjeros y evitar la intervención extranjera en la región. Teddy Roosevelt afirmó que usaría las tropas para garantizar la paz, la estabilidad y el progreso de todos en el continente. La conversión se había dado: de promotores de la paz y la democracia, los “hermanos mayores” devinieron en policía con el big stick en la mano.[4]

Y aunque este Corolario Roosevelt a la doctrina Monroe de inmediato fue invocado para “justificar” la ocupación norteamericana de Cuba, Nicaragua, Panamá, Haití y la República Dominicana, la presencia invasiva de los gringos no era nueva, siempre hemos de recordarlo, a pesar de que el recuerdo de la ignominia y la injusticia no formen parte de la moda en tiempos de la corrección política y la supina resiliencia.

El arribo de las fuerzas armadas estadounidenses a territorio dominicano en 1916 marcó la culminación de un largo anhelo expresado por quienes dirigían los destinos de la parte invasora. Desde mucho tiempo antes se habían dejado escuchar opiniones entre inversionistas y sus corifeos en el Congreso de los Estados Unidos, como en la misma Casa Blanca, de que no era desdeñable apoderarse del territorio de la isla de Santo Domingo. En 1854, en el pleno de Capitol Hill, se oyeron las voces que clamaban por la urgencia de hacerse de la isla para instalar un puerto comercial y militar en la bahía de Samaná,[5] para posteriormente aprovechar los recursos naturales del oriente de la isla y, desde ahí, controlar el tráfico de mercancías en el Caribe.

A los promotores de la idea, honestos hombres de negocios, de esos que siempre han querido hacer el bien, derramando riquezas do quiera que se presentan, no les salió bien la jugada: corrían los días de la más álgida confrontación entre los defensores del proyecto esclavista en los Estados Unidos y los que pretendían un capitalismo con la formalidad de trabajadores asalariados pero muy libres.

Se trataba de empresarios sureños que soñaban con un Santo Domingo pletórico de esclavos, produciendo riqueza a manos llenas en nombre del progreso y la civilización. El principal promotor de este proyecto fue el general William L. Cazneau, un militar al servicio del ejército de Texas y, posteriormente, del ejército de la Confederación. Participó en la guerra de independencia de Texas, en la invasión a México y después fue agente especial de los presidentes Pierce y Buchanan ante el gobierno de la República Dominicana (Wagner, s/f).[6]

A William L. Marcy, secretario de Estado de 1853 a 1857, le encantaba la idea de poseer la isla. Por supuesto que adujo razones geoestratégicas. Además, junto con su hijo y segundo de a bordo en la oficina, tenía intereses en el negocio de especulación de tierras. Tampoco pudo convencer a la elite política de su país, pues temía un fuerte enfrentamiento con la Gran Bretaña y Francia. Parecía que no era el tiempo preciso para las aventuras imperiales tan lejos de su territorio continental. La expansión de cualquier manera se dio y los inversionistas y especuladores comenzaron a apoderarse de la economía de la región. Siempre hemos de tener presente el enorme trabajo que realizó Marcy antes, durante y después de pasar por el Departamento de Estado, pues fue el principal instigador para involucrarse de lleno en los asuntos de Cuba (incluso, participó dentro de un grupo de empresarios sureños que planteaba la compra inmediata de la isla a la corona española, con la posibilidad de amenazarla de invadirla y arrebatarla a la fuerza), la República Dominicana, México, Nicaragua e incluso en el conflicto de la Guerra de Crimea.[7] Después de la guerra civil en los Estados Unidos, los intentos de anexión se redoblaron.

Los esfuerzos por apropiarse del territorio dominicano no terminaban ahí. Los intereses empresariales no podían esfumarse de la noche a la mañana y si de algo puede presumir el espíritu capitalista es la constancia, es la planeación a largo plazo, es el diseño del futuro en las mejores condiciones para la generación de la riqueza a costa de lo que sea. Lo era entonces, como lo es ahora. Posiblemente cambian las estrategias, como han cambiado los individuos y las circunstancias. Las coyunturas pueden no ser favorables para una empresa en cierto momento, sin embargo, quienes están al frente de ella, hacen todo lo posible para llevar a cabo el proyecto prefigurado.

Obviamente hemos de considerar que es primordial la participación de un sector nativo clave en el territorio para que se abra la posibilidad de una anexión. Es aquí donde quiero retomar la propuesta metodológica que hiciera un académico dominicano. Franklin Franco Pichardo, con una claridad envidiable, dejó pavimentado un camino por el cual ya otros habían realizado trazos y consolidaciones. No inventó el método, sino lo pulió para evitar tropiezos y lo aclaró para asegurar el feliz arribo al análisis sin desviaciones. Su conclusión del ensayo República Dominicana, clases, crisis y comandos resulta una pieza primordial que debemos tener en cuenta cuando tratamos de dar una explicación profunda de los fenómenos sociales (Franklin, 2000: 295-323).[8]

Hemos recorrido ya más de un siglo y medio suponiendo que esa grandiosa promesa de la libertad y el bienestar para todos será cumplida dentro de la forma de vida que venimos construyendo los seres humanos desde que decidimos que el liberalismo es el camino máximo que puede andar la humanidad.

Para lograr que todos abonemos material en este camino, las nociones referidas, libertad y bienestar, así como la de democracia, han rezumbado en nuestras mentes una y otra vez. Vamos seguros a encontrar ese paraíso en el que nadie sufrirá. Sin embargo, para alcanzarlo, el sacrificio debe ser grande. Para que esas promesas nos sepan mejor, el esfuerzo, la vida entera ha de dejarse en el proceso de construcción del orden, paz, progreso, libertad, igualdad, fraternidad, democracia…

El sacrificio llega a convertirse en tortura. No importa. Con los brazos abiertos recibimos a los heraldos portadores de la buena nueva. No podemos sino agradecer a hombres como William L. Cazneau o William Marcy, que hayan hecho hasta lo imposible por traer Nuestra América ese ambiente de trabajo fecundo, creador de las condiciones necesarias para que en un clima de libertad todo el mundo trabaje de sol a sol, dejando la piel en la tierra, trozándose las manos y las espaldas para lograr la producción que habrá de surcar los mares con el fin de alcanzar mercados inimaginables y todos, allá afuera, se sorprendan de la calidad de la producción de millones de latinoamericanos, asiáticos y africanos que dejan todo lo mejor de sí para que este mundo siga avanzando por la senda de la libertad y la democracia.

Cuando en 1926 Pedro Henríquez Ureña hablaba del descontento y la promesa, no lo hacía solamente sobre el aspecto de la creatividad literaria en nuestros pueblos. Siguiendo la línea trazada por Juan Montalvo, por José Martí, por José Enrique Rodó y por Rubén Darío, don Pedro estaba seguro de que de este trozo de humanidad podría surgir una propuesta diferente pero conveniente, de acuerdo a los sueños y necesidades propios.

Franco Pichardo, en 1966, nos recordaba que el análisis de la sociedad, si no toma en cuenta el factor de la diferenciación clasista, se quedará en la superficie (Franklin, Op. Cit.: 247). Pero las modas y las tendencias dominantes alcanzan a imponerse hasta en el pensamiento que se llama a veces “de vanguardia”. Las reflexiones sobre las supuestas fallas del sistema capitalista las hacemos desde la óptica que mejor acomoda al capitalismo y a sus beneficiarios. Suponemos, o nos han empujado a creer ciegamente, en que el mundo está dividido por nacionalidades, las personas por razas o por creencias religiosas, que podemos separar claramente a los buenos de los malos y que la democracia tal como está impulsada y patrocinada desde los grandes centros de decisión del sistema dominante, es la que vale. No nos atrevemos a llegar al fondo de las cosas por ignorancia, por comodidad. Cuán peligroso resultaría para nuestra propia idea de la vida confortable, para lo que consideramos nuestra estabilidad emocional, si nos atreviésemos a cuestionar lo que tanto anhelamos. La superficialidad es confortable, es segura, no daña nuestra imagen ante los demás y hasta puede resultar muy conveniente como forma de vida.

Pensamos al mismo estilo que los gerentes de las grandes corporaciones, nuestros parámetros tienden a ser iguales: progreso; mejora continua; superación personal; el esfuerzo será recompensado con un cúmulo de bienes; defender a la patria está por encima de cualquier interés; la libertad para competir promueve la fortaleza de espíritu; lo importante no es que ganes, sino que compitas, que te mantengas en la pelea; el conocimiento es neutro, no hay intereses detrás de él; el amor siempre viene contenido en la cajita de happy meal de MacDonalds.

Y el mundo sigue girando. Ya vivimos una vida mucho mejor que la que gozaron nuestros abuelos y bisabuelos. Se goza de la libertad… cierto, no todos pueden. Dicen, por ejemplo, que nuestros colegas cubanos justo comienzan a saborear las posibilidades que les debe permitir la apertura de mercados. Esa libertad de la que no han disfrutado para escoger si se mueren de cáncer de próstata o por un cáncer de estómago… ya pronto podrán elegir entre una suculenta comida congelada pletórica de preservativos y edulcorantes químicos, lista para recalentarse en el microondas o una sanísima barra de semillas Monsanto apelmazadas con un semilíquido dulce, subproducto de algún insecticida Bayer. ¡Viva la libertad y el poder de elección!

Al ganarse la libertad, sépanlo ya, colegas, tendrán la posibilidad de deshacerse de ese empalagoso Estado que proporciona educación, salud, vivienda y servicios. La vida sustentada por la libertad de empresa, por un mercado en permanente competencia, sin la paternidad estatal, se llena de emocionantes aventuras. En el mundo libre, somos ricos en adrenalina. La movilidad social ha permitido la disminución drástica de la masa de proletarios… cada vez el número de lúmpenes es mayor. El subempleo y el paro nos lleva a apostar con los vecinos, “¿cuánto juegas a que sí comemos hoy?” Obviamente hay una trampa en esta forma de apostar, la única forma de comer es ganar la apuesta.

Hace ya veinte años, Viviane Forrester, una escritora francesa asustada con el presente de ese tiempo y más con lo que esperaba para el futuro, nos legó algunas de sus reflexiones que, sépanlo ustedes, no significan el descubrimiento del hilo negro o el agua caliente. ¿Qué es el trabajo? Nos han dicho hasta el cansancio que es lo que dignifica a la humanidad. Engels afirmó que es el proceso por el cual adquirimos la categoría de “hombres”. Forrester considera que es una de las peores perversiones de esta era. Millones de personas tienen cancelado el acceso al trabajo y cientos de millones, aunque lo tengan, ni siquiera sueñan con la dignidad, no les es suficiente el salario ni el tiempo de vida (Forrester, 1996).[9]

La lógica del capital siempre es lógica. El capital gana o gana. Y si no gana hoy, ganará mañana lo doble o dejará de existir como capital. La ética bajo la cual se rige es la del capital. Su moral, la del capital. Gana o gana, hoy y siempre.

Otra mujer, Naomi Klein (2007), periodista canadiense sin pelos en la lengua y con ganas de desenmascarar lo peor del sistema en el que nos movemos todos, relaciona los eventos de crisis con la imposición de reformas que exacerban el salvajismo del capital. Milton Friedman y sus allegados, sus discípulos y sus fanáticos seguidores, han logrado, afirma Klein, modificar los elementos sustanciales del capitalismo que alguna vez se llamó de bienestar, aduciendo que apesta a socialismo, para entregar absolutamente toda iniciativa a los inversionistas privados que, de nuevo, con la bandera de la libertad de empresa, la libertad de mercados, la libertad para exprimir al otro, hagan lo que se les venga en gana con las vidas de quienes no forman parte de su clase.

¿Quién gana con mi trabajo? La patria. ¿Por qué siempre he trabajado y nunca dejaré de trabajar mientras que cada día soy más miserable?

Todavía hace cien años, en esta tierra, los impulsores del capitalismo desembarcaban con el fusil en la mano, detrás de las piezas de artillería y con las nuevas leyes en la mano, listas para ser mañosamente aprobadas por un congreso nacional, por el dirigente nacional o por el comandante en jefe de las fuerzas de ocupación a nombre de la nación, esa agradecida nación que se postraba de hinojos para loar a sus salvadores en uniforme de campaña: les trajeron el progreso, la libertad y la democracia, la prosperidad, la modernidad, la seguridad… la nación postrada no era otra que esa casta de oportunistas que aprendieron a servir a los patrones y servirse de los miserables que no aceptaron la presencia de nuevos amos. Los paladines de este modelo son a partir de un siglo ha, los comandantes del capital con sede en los Estados Unidos. No fueron sus inventores, sino sus perfeccionadores. Retomaron las experiencias británica, belga, francesa, holandesa, sueca, española, portuguesa.

Esa fue precisamente una de las claves del cambio. Insisto en los proyectos a largo plazo. La intervención armada se convirtió en la estrategia vital para construir una sociedad que tendiera a ya no requerir de futuras presencias de soldados o marinos provenientes de la sede imperial. La presencia de tropas en Santo Domingo supuso ya desde 1916, un profundo trabajo de limpieza, de cirugía reconstructiva y de establecimiento de las bases suficientes para la consecución de los objetivos primarios de la sociedad moderna. El modelo no acepta desviaciones de su principio fundamental: la obtención de ganancias en el menor plazo posible. Los argumentos para el convencimiento general son también constantes: progreso, evolución, civilización, modernidad, libertad, igualdad, democracia.

Las palabras del primer teniente Charles H. Noxon, Jr., uno de los creadores de la Guardia Nacional dominicana, en un texto enviado a The New York Times en noviembre de 1919, no pueden ser menos precisas. Tratando de explicar la misión civilizatoria de las fuerzas armadas estadounidenses en este país, tan lejos de su home, sweet, home, Noxon justificaba la presencia con estos conceptos fundamentalistas: “… to stabilize, to establish law and order, to teach a weaker nation how to do and then later on to expect them to take their place with other nations as an example of American training and of the application of the Monroe Doctrine” (Noxon, Jr., 1919). Equiparaba las tareas estadounidenses en la República Dominicana con las que unos años antes habían realizado los mismos hombres de dios en Cuba. Los golpes de pecho arreciaban en autocomplacencia cuando Noxon afirmaba que los dominicanos eran tan libres que incluso podían hacerse cargo de su sistema educativo, elegían a las autoridades locales y que los invasores únicamente manejaban los ingresos gubernamentales y nombraban a los gobernantes principales, siempre supeditados a la autoridad militar de los Estados Unidos.

Con o sin justificación “legal” o moral, las ocupaciones han sido constantes. Aunque la presencia militar estadounidense fue reduciéndose, no significó el final de la política intervencionista. De James Monroe a Barack Obama, las relaciones entre los Estados Unidos y las naciones del resto del continente han estado marcadas por la firme decisión de proteger a toda costa el modelo económico que transfiere la riqueza del sur al norte, de las clases desposeídas a las que todo tienen y desean controlar, independientemente de su ubicación geográfica o el estado nacional que expida su cédula de identidad. No importa que los índices de miseria se incrementen, que se destruya el ambiente, que se contaminen o se agoten los recursos naturales, ni que los estados de derecho no pasen de ser tan sólo un sueño. La economía de mercado está por encima de cualquier otro proyecto, nos guste o no.

Es dentro de ese marco de relaciones que los marines desembarcaron en territorio dominicano en 1916. Los conflictos entre las fuerzas locales que trataban de imponerse al frente del estado dominicano, habían sido factor fundamental para que se dejaran de pagar los créditos contratados con los banqueros estadounidenses. A partir de 1907, la secretaría de Estado en Washington obligó, con la dulzura habitual de estos casos, a la firma de un tratado por el cual una compañía privada, la Santo Domingo Improvement Corporation, se haría cargo por completo de las aduanas dominicanas para de esta manera garantizar el pago de la deuda. Los grupos en conflicto no dejaban a los pobres gringos administrar en paz la riqueza del país y esa fue razón suficiente para imponer un estado de excepción bajo el comando de las fuerzas militares de ocupación.

No pasó mucho tiempo para que numerosos grupos de gente molesta por la invasión se organizaran para tratar de expulsarlos. De hecho, desde el momento mismo en que los marines plantaron sus botas sobre territorio dominicano, las operaciones de resistencia fueron constantes. Como siempre ha sucedido, a estos inconformes se les dio trato de delincuentes, les llamó gavilleros y bandidos y se les cazó como a perros rabiosos. La decencia se impuso después del derramamiento de sangre a lo largo de más de cinco años. Con el correr de los meses, políticos y empresarios locales decidieron aliarse con los patrones de lengua inglesa y al poco tiempo ya gozaban de los privilegios que recibían por adular al tío Sam. Desde dentro, la elite nativa acumulaba recursos, recuperó el poder político y aplastó a la oposición mientras se hinchaba los bolsillos gracias al trabajo de los que siempre trabajan.[10]

Detalles más, detalles menos, sucesos similares, justificaciones parecidas más miles de muertos adicionales, fueron la norma en América Latina. Debemos tener presentes los casos del Brasil, Colombia, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, México, para nombrar unos cuantos. Para evitarse la molestia de andar golpeando y matando dominicanos, los intervencionistas forzaron la creación de la Guardia Nacional, un organismo represivo muy útil para el control de la población, para garantizar el esquema de expoliación del territorio nacional y para colocar a la República Dominicana en el concierto de las naciones modernas del mundo. El modelo de la Guardia Nacional fue replicado en Nicaragua, El Salvador, Puerto Rico, Panamá y Venezuela.

Años después, en el marco de la confrontación contra el modelo capitalista de Estado, comúnmente llamada la Guerra Fría, y con la imposición del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca o Tratado de Río de Janeiro en 1947, así como con la definición y puesta en práctica de la doctrina de seguridad nacional, la estrategia para conseguir un mejor ambiente para el desarrollo del capitalismo liberal en Nuestra América fue la correcta formación de individuos que con toda claridad tuvieran la manera de ponerse al frente de los esfuerzos patrióticos en cada una de las realidades nacionales para impulsar con toda libertad la democracia y la libertad de los pueblos, siempre acordes con los principios de la civilización occidental cuyo modelo, ya sabemos, es el que nos remite Hollywood cotidianamente.

La historia reciente nos indica que hemos sido mudos receptores de las estrategias “menos” violentas por parte de quienes poseen este mundo. ¿Para qué necesitarían una invasión militar si ya cuentan con sendos sistemas políticos que gustan de maquillar las cosas y se atreven a llamarles “reforma”, “cambio”, incluso “revolución” o “transformación”? Los fusiles y las balas, la presencia extranjera en uniforme de campaña ha sido sustituido por una democracia participativa que tiene todas las limitaciones posibles y que se le llaman “Estado de derecho”, más deseado que efectivo.

Cuando el estado de derecho se debe mantener como tal, se anuncian los recortes en el gasto social. Cuando el estado de derecho consolida la democracia, anuncia privatizaciones y alianzas estratégicas con corporaciones organizadas en otros rumbos del planeta, o a la vuelta de la esquina, ya no importa. Cuando la democracia de las leyes del mercado se afianza, sabemos de las desregulaciones del mercado y cada uno hace su santa voluntad, siempre y cuando forme uno parte de la oligarquía, de la burguesía, de quienes no dejan de tener la sartén por el mango.

Sin embargo, seguimos soñando en un mundo tal como nos lo ha pintado el cine, como nos lo muestra la televisión. Y parece que esa es nuestra última y única aspiración. La asumimos, la aceptamos.

 

Notas:

[1] Este trabajo es una versión modificada de la Conferencia magistral inaugural dictada en el marco del Seminario Internacional Las intervenciones estadounidenses en el continente: A cien años de la primera ocupación militar a República Dominicana, 1916-2016, en el Auditorio Juan Bosch de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, en Santo Domingo, República Dominicana, el domingo 5 de septiembre de 2016. Mi más profundo agradecimiento a Luisa Navarro y Altagracia Fernández de la Universidad Autónoma de Santo Domingo por la invitación y su generosa recepción.

[2] Antropólogo e historiador. Profesor-investigador de tiempo completo en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México, desde 1988. Autor de Teoría del juarense (Córdoba, Almuzara, 2007); Civilizar o exterminar; tarahumaras y apaches en el siglo XIX (México, INI-CIESAS, 2000, en coautoría con Carlos González Herrera); Misiones jesuitas en la Tarahumara, siglo XVIII (Ciudad Juárez, UACJ, 1991). Además de trabajos relacionados con la historia empresarial e intelectual, pueblos indígenas de México y cultura urbana en el norte de México.

[3] Si bien nunca se definió un documento especial para declarar este principio geopolítico, ha quedado bien establecido que la llamada Doctrina Monroe quedó definida en el séptimo mensaje anual de James Monroe al Congreso de los Estados Unidos, dado en la ciudad de Washington el 2 de diciembre de 1823. El fragmento del discurso puede consultarse en línea en https://www.ourdocuments.gov

[4] Ocho décadas después que James Monroe, el 6 de diciembre de 1904, Theodore Roosevelt se dirigió al Congreso de los Estados Unidos para plantar su corolario a la doctrina Monroe. Consulte el documento también en https://www.ourdocuments.gov

[5] Samaná era el objetivo principal. Una ubicación alternativa de este puerto era Manzanillo, muy cercano a la frontera con Haití.

[6] Véase también: Treudley, Mary (1916). “The United States and Santo Domingo, 1789-1866”. En: The Journal of Race Development, vol. 7, núm. 1 (July), pp. 83-145; 52nd Congress, 1st Session, Senate Executive Document No. 149, Bulletin No. 52, p. 6.

[7] El trabajo más completo donde puede conocerse la vida y las acciones de Marcy es el de Ivor D. Spencer, The Victor and the Spoils: A Life of William L. Marcy. Providence, Brown University Press. 1959. Marcy fue secretario de Guerra entre 1845 y 1849, en el gobierno de James K. Polk y luego Secretario de Estado entre 1853 y 1857, con Franklin Pierce como presidente. No puede ser una simple coincidencia que al frente de las instituciones castrenses haya ocurrido la invasión a México (1846-1848) que tuvo como producto principal la anexión de casi la mitad del territorio original mexicano. Ya como Secretario de Estado, impulsó el establecimiento de los Tratados de La Mesilla en 1853 (The Gadsden Purchase dentro de la tradición estadounidense). Con ambas adquisiciones, México transfirió a los Estados Unidos poco más de 2’300,000 kilómetros cuadrados.

[8] Esta obra obtuvo en 1966 el Premio Internacional de Ensayo Casa de las Américas. El método de análisis que propone utilizar Franklin no es más que una explicación sencilla de del método dialéctico expuesto por Karl Marx más de una centuria antes, donde deben tomarse en cuenta todos los elementos de la realidad explorada y a la luz de una profunda conciencia de la estructura clasista de la sociedad. Pensar solamente en un enfrentamiento de nacionalidades o, peor aún, en la confrontación de países, conlleva un simplismo brutal que oscurece toda interpretación.

[9] Existe la edición argentina, El horror económico. Buenos Aires, FCE, 1997.

[10] El trabajo de Bruce J. Calder publicado hace ya casi cuatro décadas, es un claro ejemplo de cómo puede hacerse un análisis de clase para explorar un movimiento social. Si bien son escasas sus fuentes dominicanas, deja en evidencia que los militares estadounidenses sabían hacer su trabajo de inteligencia en el medio rural del oriente del país. Así mismo, debe quedar claro que, aunque exista la certeza de las motivaciones para hacer frente a la invasión extranjera, los discursos públicos para descreditar el esfuerzo toman una dirección diferente. Véase Bruce J. Calder, “Caudillos and Gavilleros versus the United States Marines: Guerrilla Insurgency during the Dominican Intervention, 1916-1924”, The Hispanic American Historical Review, Vol. 58, No. 4 (November, 1978), pp. 649-675. Posteriormente, en 1984, el propio Calder profundiza su perspectiva acerca de la resistencia dominicana, con una mayor utilización de trabajos locales, además de las invaluables aportaciones que pueden brindar los archivos militares estadounidenses; El impacto de la intervención; la República Dominicana durante la ocupación norteamericana de 1916-1924. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, vol. CXVIII, 2014 [Tercera edición en español del original publicado en Austin, University of Texas Press, 1984].

 

  • FORRESTER, V. (1996). L'horreur Économique. Paris : Fayard.
  • FRANKLIN J., F. (2000). República Dominicana: Clases, crisis y comandos. Santo Domingo: Librería La Trinitaria.
  • FUKUYAMA, F. (1992). The End of History and the Last Man. New York: Free Press.
  • HERNÁNDEZ FLORES, I. (2015). República Dominicana, Estados Unidos 1844-1930. Santo Domingo: Universidad Autónoma de Santo Domingo.
  • KLEIN, N. (2007). La doctrina del shock; el auge del capitalismo del desastre. Barcelona: Paidós.
  • KNAPP, H. S. (1917). “Proclamation of the Military Occupation of Santo Domingo by the United States”. En: The American Journal of International Law, vol. 11, núm. 2, Supplement: Official Documents (April), pp. 94-96.
  • NOXON, Jr., C. H. (1919). “Santo Domingo; ward of the marines”. En: The New York Times, November 30, pp. 3 & 11.
  • WAGNER, F. (s/f). “Cazneau, William Leslie”. En: The Handbook of Texas [en línea]. Texas State Historical Association: https://tshaonline.org/handbook, consultado el 12-07-2016.

 

Cómo citar este artículo:

LEÓN GARCÍA, Ricardo, (2019) “El sacrificio secular y el desencanto de la democracia. Nuestra América ante las imposiciones del “mundo civilizado””, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 38, enero-marzo, 2019. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1714&catid=9