Diego Jaramillo Salgado

 

Pocas veces se integran en una persona la alegría, la prudencia, el respeto, el encanto por la vida, la solidaridad y el disfrute de sus afectos. Difícil aún si el marco de su concreción es la vida intelectual y académica. Esa que nos permite establecer las primeras relaciones y sostenerlas a través del tiempo. Esa que se configura bajo la figura de la amistad. Tan extraña a veces en esta época de auge del individualismo y de enajenación de valores básicos de convivencia humana. Trascendental, cuando se logra poner en juego lo mejor de nuestras vidas en reciprocidades que trascienden las lógicas de los encuentros formales. Vital, al conjugar intereses, allende las fronteras, sin que las distancias opaquen la energía de episódicas vivencias personales.

Conocí a Ricardo Melgar Bao en el “Primer Congreso de filosofía y cultura del Caribe”, realizado en Barranquilla entre el 2 y el 4 de agosto de 1994. Había tenido referencia de él por su libro El Movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna, publicado por Alianza editorial en 1988. En él encontré signos de un estudio e interpretación muy frescos. De un carácter muy crítico. Pues ya adquirían protagonismo en su obra las mujeres, los negros, los indígenas, los inmigrantes, la vida cotidiana, los inquilinatos, y los símbolos. Sin reducirse a una sola corriente ideológica, como fue predominante en algunas historias de este tipo que le precedieron. Es un eje central de su análisis las intersecciones entre las diferentes corrientes socialistas y las luchas obreras de cada período estudiado.

Me sorprendió, positivamente, la inclusión de dos hechos históricos de Colombia, a través de sendos subcapítulos. Uno, bajo la denominación “La Comuna de Bogotá: 1854”, referido al gobierno de José María Melo y las llamadas Sociedades Democráticas. Otro, “Colombia, 1928: la huelga roja del Magdalena”, centrado en la movilización de los trabajadores de la bananera de la United Fruit Company, destacada por García Márquez en Cien años de soledad.

El movimiento obrero latinoamericano, primera y segunda edición, 1988
Imagen 1. El movimiento obrero latinoamericano, primera y segunda edición, 1988.
Fuente: Pacarina del Sur.

Llama la atención que este texto no da cuenta del interés por Mariátegui definido en sus trabajos posteriores. Las alusiones en que lo tiene en cuenta son generales cuando aborda temas relacionados con el Perú. Básicamente, referidas a la fundación y dirección de la Confederación de Trabajadores del Perú y del Partido Socialista, y a algunos análisis de conflictos mineros como el de Morococha. Circunscritos a la lectura de algunos artículos publicados en Labor y Amauta. De hecho, solamente incluye un libro del Amauta en su bibliografía: “La Organización del proletariado”, Lima, Ediciones Bandera Roja, publicado en 1967. Seguramente, abrebocas de lo que inmediatamente después lo llevaría a la producción de importantes trabajos sobre el líder e intelectual socialista peruano. De todas maneras, son pocos los textos anteriores al que comento en los que lo analizó. Los que registro son: “La tercera Internacional y Mariátegui” (1980) y “La Revolución mexicana en el movimiento popular-nacional de la región andina (La controversia Mariátegui y Haya de la Torre)” (1987). Incluso, en el primer encuentro sobre “Mariátegui y la Revolución Latinoamericana”, realizado en 1980 en la Universidad Autónoma de Sinaloa, su ponencia fue: “Lima, la clase obrera y la revolución en el Perú”.

En junio 22 de 2020, Ricardo haría una confesión especial sobre este texto: “En mi experiencia este libro no fue deseado. Me refiero a El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna (1988). Su propuesta fue realizada gracias a la insistencia de Luis Millones. Yo andaba con otra línea de investigación acerca de movimientos mesiánicos y milenaristas. Lo paradójico es que ganó el concurso de la Sociedad Quinto Centenario de España y de Alianza Editorial para ser integrado en la colección Alianza América y obviamente tuve que renunciar a mi proyecto de historia campesina. Su edición latinoamericana salió en 1990 desde México. Su mérito, al decir de los críticos, fue realizar una historia comparativa e impugnar el modelo europeo lineal acerca del desarrollo del capitalismo, al mismo tiempo que incorporaba el criterio de pertenencia étnica entre el proletariado. Había varios libros sobre el tema, pero los capítulos eran monográficos, por países. Nuestra opción fue otra”.

Estas orientaciones de su trabajo académico fueron factores suficientes para optar por proponerle la dirección de mi proyecto de investigación para realizar el doctorado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM (Jaramillo Salgado, 2001), dentro de mi propósito de dar continuidad a una investigación en curso sobre el socialismo en Colombia. En este caso, retomando tesis de Foucault, en la relación poder y saber, de Marx, y teorías de los imaginarios. Orientaciones que eran del agrado de Ricardo. Petición aceptada, y ponderada posteriormente por él como la ocasión en que “mis lecturas colombianas se ensancharon y enriquecieron; mi conocimiento sobre el accidentado proceso de desarrollo de sus izquierdas se afinó” (Jaramillo Salgado, 2011, pág. 12). Diálogo que se mantuvo hasta pocos días antes de su muerte.

El congreso efectuado en la costa norte de Colombia, nos permitió un encuentro más formal, antecedido de correspondencia virtual, en función de abrir caminos. Él presentó la ponencia “Los orishas y la ciudad de la Habana en tiempo de crisis”.[1] Yo, “La democracia participativa. (Aproximaciones al discurso político de Estanislao Zuleta)”. Él tenía unas referencias de trabajos sobre Marx de este filósofo que nos permitió tender un primer puente de diálogo. Principalmente, porque esta conversación había sido acordada con anterioridad para conocernos y hablar de mi trabajo de investigación para realizar el doctorado. En efecto así lo logré, iniciando una amistad, compartiendo unos primeros rones, de los cuales el “Viejo de Caldas”, de Colombia, era muy de su aprecio. Tanto, que era la petición obligada cada que realizaba un viaje a México, o a donde nos encontráramos.

Al año siguiente, me sugirió asistir al “XX Congreso Latinoamericano de sociología” realizado en Ciudad de México. En cuyo desarrollo dialogamos en dos oportunidades con Aníbal Quijano. Encuentro que nos permitió conocer los resultados del Concurso Internacional de ensayo sobre “Vigencia del pensamiento de José Carlos Mariátegui”, convocado en 1994 por la Comisión Nacional del Centenario de José Carlos Mariátegui, bajo el auspicio de la UNESCO, en la conmemoración de los cien años de su nacimiento. Quijano fue jurado en compañía de Leopoldo Zea, Antonio Melis, Gunter Maihold, Roland Forgues, y Estuardo Núñez. Ricardo obtuvo el tercer lugar con el texto “Mariátegui, Indoamérica y las crisis civilizatorias de occidente”.[2] Yo le seguí con una mención de honor, con el trabajo: “Revaloración de la política. Lectura del discurso político de Mariátegui”. Publicado posteriormente con otros artículos de mi autoría con el título Mariátegui y su revaloración de la política (Jaramillo Salgado, 2011). Reconocimientos que nos permitió compartir, en los años posteriores, un interés común por el Amauta.

Ricardo Melgar en conferencia en Casa Museo José Carlos Mariátegui, Lima, 29 de abril de 2014
Imagen 2. Ricardo Melgar en conferencia en Casa Museo José Carlos Mariátegui, Lima, 29 de abril de 2014.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

En Mariátegui, Indoamérica y las crisis civilizatorias de occidente, Ricardo aborda una temática no muy frecuente en los análisis de la obra de Mariátegui. Justamente, porque la mayor atención se ha concentrado en la interpretación marxista del amauta a partir de las condiciones propias del Perú y de Nuestra América. El enfoque de Melgar Bao es hacia una mirada más universal, al retomar de este autor sus análisis de los diversos continentes y de algunos de sus países. Englobados, principalmente, en el carácter que le asigna a las civilizaciones y a su profunda reflexión sobre el eurocentrismo. Por eso, es muy crítico en este aspecto pues parte de afirmar que:

 

para este original pensador de Nuestra América, el marxismo, si realmente quería erigirse en vehículo para construir otro modo civilizatorio, debería fungir como puente entre Occidente y las demás civilizaciones no europeas, abandonando así su fisonomía eurocéntrica (Melgar Bao, 1995, pág. 54).

 

Partiendo así de la base indoamericana, origen de la reflexión mariateguiana. Sin la cual le hubiera sido imposible plantearse la crítica al papel otorgado a sí misma por Europa de ser el centro del universo. De tal manera que el carácter pluricultural y pluriétnico del pensamiento originado en el Perú, configuraba un punto de referencia para descentrar la discusión. Reivindicar en el concepto la tradición indígena de América es una postura novedosa del marxismo, aunque con algunos visos de concesión al eurocentrismo. Orientada a establecer las bases para el cambio civilizatorio que se desprendería de la transformación del capitalismo. Identificando, como posible opción, el encuentro con las culturas radicadas por fuera de la configuración europea. En este caso, en una referencia directa a la población inca del Perú; pero extensiva a la de los Andes y a Mesoamérica.

En este ensayo, Ricardo retoma los escritos de Mariátegui sobre Asia y África, en primera instancia, y, sobre el discurrir de la política mundial de la época, en otra. Seguimiento necesario para configurar su tesis central sobre la crisis civilizatoria, que lo coloca atemperado a su contexto histórico con el proceso del pensamiento crítico en Nuestra América. Acompasado con lo que Quijano definiría como colonialidad. Especialmente, al conceptuar desde dónde se estructuraba una civilización que se asumía como la universal y única válida para la humanidad. A su vez, introduciendo el racismo y la explotación económica como elementos constitutivos de ese nuevo orden mundial. Llamado por Enrique Dussel “la primera modernidad”.

De la parte académica pasamos a compartir momentos sociales, con su esposa y sus dos hijos; tanto en Ciudad de México como Cuernavaca, donde residía. Especie de ritual que se repetiría generalmente cuando efectuábamos sesiones de asesoría de mi trabajo de grado y luego en mis viajes a la capital mexicana. Una relación que iba y venía entre los compromisos académicos y la relación personal. Un encuentro permanente con nuestro trabajo intelectual, del cual admiraba yo, de manera especial, su disciplina y dedicación. Era un incansable trabajador. Su relación afectiva y política, difícil de marginarlas de su personalidad. Compartíamos similares intereses teóricos y, en parte políticos; sobre todo en lo relacionado con los movimientos sociales y el marxismo en Nuestra América. Partiendo de Mariátegui y de mi seguimiento a los procesos de las luchas indígenas en Colombia.

Una gran sorpresa me llevé cuando me pidió que leyera críticamente el ensayo “José Carlos Mariátegui lumbrera de América” que le había sido solicitado por la Enciclopedia Británica Infoteca en 1997. Reconociendo su dedicación a estudiarlo en los últimos años, y su premio con el ensayo en el centenario de su nacimiento, quise soslayar ese compromiso. Fue inútil por su confianza en que mi lectura podía aportarle algo a su escrito. Consideró que yo tenía una actitud crítica y por eso era necesario que lo hiciera. Sobre todo, destacando la autonomía que podía asumir, distanciándome de su condición de director de mi trabajo de investigación, dentro del doctorado.

A partir de 1997, empezamos a compartir nuestras disfunciones en la salud. Su opción por las medicinas alternativas encontró en mí un interlocutor permanente, por cuanto hacía muchos años era mi orientación en los tratamientos necesarios para garantizar la mía. La primera experiencia fue el ofrecimiento de ubicación de una indígena médica tradicional. Para ello ofreció su propio departamento en Cuernavaca. Allí ella me hizo una sesión con yerbas conservadas en alcohol, unas; y otras acarreadas en una bolsa que llevaba consigo. Luego, las continué en su propia casa, ubicada en un pequeño poblado por la carretera libre a Cuernavaca. Ricardo hacía el seguimiento de la experiencia y me animaba a continuar con ella, mientras permaneciera en Ciudad de México.

Ricardo Melgar e Hilda Tísoc, década de 1990, Ciudad de México
Imagen 3. Ricardo Melgar e Hilda Tísoc, década de 1990, Ciudad de México.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Ese mismo año participó en la presentación de mi libro Las Huellas del socialismo. Los discursos socialistas en Colombia, 1919-1929 (1997). Lo hizo tanto en Toluca, por cuanto la UAEM había participado en la coedición con la Universidad del Cauca, y en la UNAM, en la Facultad de Filosofía y Letras. Gesto muy especial por el aporte que hizo sobre otros procesos socialistas y marxistas en la década del veinte en Nuestra América, y por el diálogo establecido con los otros dos presentadores, la maestra Norma de Los Ríos y el recordado colombiano Enrique Valencia.

Habitual participante y colaborador del Centro de documentación e investigación de la cultura de las izquierdas en Argentina, CeDInCI, de Buenos Aires, me invitó a presentar una ponencia. En este caso, en las “IV Jornadas de Historia de las izquierdas”, bajo el tema: “Prensa política, revistas culturales y proyectos editoriales de las izquierdas latinoamericanas”, realizado entre los días 14 y 16 de noviembre de 2007. Él lo hizo con el texto: “Mariátegui y el periódico Labor: redes e ideas socialistas”. Entretejido de prensa, producido en condiciones precarias desde el punto de vista económico y de la acción represiva de los diferentes regímenes a que se enfrentaban quienes tenían la osadía militante de publicarlas. Inolvidable ocasión para conocer investigadores de Nuestra América, persistentes en no abandonar los rumbos trazados por Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Gramsci y Mariátegui, y procesos de la izquierda en este continente. Lo mismo que conocer el acopio de documentación que el Centro había logrado con la iniciativa de Horacio Tarcus.

El final fue un sobrio, pero afectuoso acto social en el mismo espacio del CeDInCI. Al terminar, Hilda, su esposa, me aborda y me comenta: “Ricardo me pidió que te transmitiera este mensaje: mañana nos encontraremos a las nueve de la mañana en una estación del metro. Iremos a unas terapias con un médico japonés y otro chino”. Sin conocer como desenvolverme en esa ciudad por ese transporte, al otro día estuve muy puntual a la cita, como lo estuvieron también ellos. Mientras ella utilizaba el tiempo en recorrer calles aledañas, nosotros exponíamos nuestros cuerpos a la intensa acción de un nipón que con enormes ventosas en las espaldas nos dejó por un tiempo, mientras atendía otros pacientes que continuaban llegando. Al cabo de media hora retiraba los vasos de vidrio, terminando la compresión que ejercían sobre la piel. Un ligero masaje y una despedida, previa al respectivo pago.

Saliendo del lugar y sin comentar sobre la experiencia, Ricardo sentenció: “esta es la primera parte. La complementación es con un médico chino”. Solo fue dar vuelta a la calle y ya estábamos solicitando consulta con dicho galeno. Cuando éste me encuentra sobre la camilla a la cual me había pedido me acostara de espaldas, soltó una exclamación y una expresión de rabia. Argumentando la irresponsabilidad de personas que, sin tener ningún título ni permiso, como él si los tenía, sometían a pacientes a torturas, como yo lo evidenciaba con los gruesos moretones esparcidos en mi espalda. Estábamos nada más ni nada menos que en el Barrio Chino. El final fue disfrutar, a nuestras anchas, de deliciosos asados argentinos en un inmenso restaurante cercano.

Ricardo Melgar en el barrio chino de Belgrano, Buenos Aires, 11 de marzo de 2013
Imagen 4. Ricardo Melgar en el barrio chino de Belgrano, Buenos Aires, 11 de marzo de 2013.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Mi invitación a Ricardo a prologar mi libro “Mariátegui y su revaloración de la política” (2011) fue una iniciativa que permitió incorporar una complementación especial de lo allí tratado. Particularmente, por su amplio conocimiento del amauta y de las relaciones políticas y organizativas producidas alrededor suyo en la década del veinte del siglo pasado en su país. Su escrito se centró en hacer algunas aproximaciones sobre la recepción del peruano en Colombia. Yo conocía las de Baldomero Sanín Cano. Tanto por sus escritos como por las cartas que se cruzaron. Más no las de Carlos del Barzo y Benjamín Rejtman, exiliados en la costa norte colombiana. De este último, argumentó que, después de esta estancia, fue identificado como un actor encubierto, enviado por el Comintern para hacer seguimiento a las labores del Partido Socialista Revolucionario de Colombia, vinculado con la III Internacional Comunista. Tampoco yo había registrado el conocimiento del pensamiento mariateguiano y de su autor por parte de Fidedigno Cuellar, miembro de esa organización. Estos y otros aportes en esta dirección, me permitieron abrir un camino para ampliar la búsqueda del conocimiento que se tuvo en Colombia de la revista Amauta y de los escritos de su mentor.

La invitación de Ricardo a que yo participara en el Consejo consultivo de una de sus utopías: Pacarina del Sur, me fue muy placentero. Especialmente porque fue un encuentro cuya iniciativa sobrepasó sus metas iniciales. Contar hoy con su ISSN y sus registros en Indautor y Latindex, le dan un reconocimiento institucional; que no es condición para valorar los trabajos allí publicados; más si lo son para la acreditación en las redes académicas del orbe. También son un reflejo de la calidad de los trabajos allí publicados. Así mismo, el hecho de que en la actualidad tenga cerca de tres millones de visitas da cuenta de su aceptación en amplios sectores académicos y de organizaciones populares. Mi inclusión en el Consejo Consultivo responde a nuestras relaciones intelectuales y afectivas referidas, en parte, en este artículo. En correspondencia con ello, atendí su llamado de coordinar el tercer dossier de la revista, de abril-junio de 2012, denominado Resistencias y movimientos sociales.[3] Una buena aceptación de la convocatoria nos permitió incluir textos de Colombia, México y Bolivia. Introduciendo diferentes análisis sobre el devenir de los sujetos sociales en Nuestra América y su resistencia frente a la colonialidad y la dominación del modelo neoliberal. Sin haber correspondido, de una manera más diligente, con el trabajo de esta página web, si he tratado de difundirla y de ofrecer algunas participaciones de otros intelectuales. Espero hacerlo ahora con mayor continuidad en honor a toda la energía que Ricardo puso para lograr lo que es actualmente.

Su responsabilidad frente a los compromisos no tenía límites. Ni siquiera los derivados de eventos críticos de su salud. Para noviembre de 2014 fue programado en Lima el “VI Coloquio de Filosofía Política”, convocado por la Asociación Iberoamericana de filosofía Práctica. Su presidente, me solicitó participar para hacerle entrega a Ricardo de un reconocimiento que lo acreditaba como miembro honorario de esa organización académica. Lo hacía en tanto yo había sido uno de los tres primeros académicos en recibir esa distinción, junto con Hugo Biagini. Por mi estado de salud, yo había expresado mi imposibilidad de hacerlo. De la misma manera, creí que él nominado no lo haría por encontrarse en uno de los tantos tratamientos de quimioterapia. Lo llamé para, supuestamente, corroborar mi idea. Cual no fue mi sorpresa cuando, al hacerlo, su respuesta fue afirmarme su interés en estar presente. Mayor aún, al comprometerme en hacer la presentación en ese evento de su último libro, a punto de salir de la editorial: Los Símbolos de la modernidad alternativa: Montalvo, Martí, Rodó, González Prada y Flores Magón (2014). Para lo cual me lo envió en su versión digital. Ese era uno de los tantos desafíos que Ricardo se imponía a sí mismo y encausaba con ello a quienes estábamos cerca de sus afectos. Ante semejante decisión, mi padecimiento de fibromialgia lo asemejé a un pasajero dolor frente a lo que él estaba viviendo. No me quedó más que organizar el viaje de inmediato para cumplir, una vez más, una de sus tantas citas. Aún más sorprendente fue saber, en nuestro encuentro en Lima, que su viaje desde Ciudad de México lo había hecho uno o dos días después de una sesión de quimioterapia.

Diego Jaramillo y Ricardo Melgar en la UNMSM, Lima, 2014
Imagen 5. Diego Jaramillo y Ricardo Melgar en la UNMSM, Lima, 2014.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

No podía evadir la confianza depositada en mí para presentar su libro. Acostumbrado a tener otra referencia en el enfoque de sus textos, este me llamaba la atención por detenerse en la modernidad. Más no cualquiera, puesto que la identificaba con el calificativo de “alternativa”, con lo cual se distanciaba de los abordajes más comunes, y se aproximaba a sus escritos anteriores, inscritos en la perspectiva de los procesos de transformación de Nuestra América. De otra parte, el núcleo de su estudio centrado en los símbolos, abría un espacio poco común en los análisis de estos pensadores. Importante, en cuanto los asumía en su “carácter histórico y cultural”. Por cierto, referentes obligados en las historias del pensamiento y de la intelectualidad de Nuestra América. Tratados, en este caso, en sus diferencias, así el eje de interpretación sea la producción simbólica en ellos. Por último, su elección explícita por la heterodoxia, le permitió no circunscribirse a un solo campo de análisis. Factor importante, porque los personajes estudiados se movían entre lo estético y las apuestas políticas, los principios filosóficos y las prácticas en su propio país o en sus destierros.

De todas maneras, Ricardo establece en el libro una elección afectiva por José Martí. Sobre todo, porque se inscribía en lo que él llamaba la “autoctonía cultural” al recurrir a símbolos que provienen desde las raíces propias de nuestros pueblos, y articularlos con la lucha por la independencia de su país. Por lo cual registra la ausencia de los pueblos étnicos en la formación del Estado y la Nación. Eso, para él, llevó a un quiebre del propio liberalismo para cumplir los fines que teóricamente contemplaba en el desarrollo de las sociedades. Aspecto en que podría identificarse una relativa relación con los anarquistas Manuel González Prada y Ricardo Flores Magón, sin que lo sea en el sentido profundo que le asigna el cubano. Por contraste, Juan Montalvo lo haría en aquellos que expresaban más las dinámicas del desarrollo: “el ferrocarril, el navío de vapor, la electricidad y el telégrafo”. Propios de una modernidad que se imponía como deseante para muchas de las élites de Nuestra América. Atravesadas, sin embargo, por las limitantes propias de la historia particular de cada uno de los países. Además, por las que introducía el carácter transitorio de los fundamentos grecolatinos y europeizantes hacia el encuentro con lo propio de nuestras culturas. En José Enrique Rodó, Ricardo enfatizó el símbolo de lo escultórico en la formación de la ciudad teniendo como referente inmediato a Montevideo. Partiendo de su visión de las “América escindidas”, postura identificada con su arraigo en la herencia intelectual aportada en su estadía en Francia.

El cierre de este encuentro no pudo ser mejor. Al término de mi exposición de la ponencia: “El conocimiento propio en la transformación social en el discurso político de Antonio García”, fui sorprendido con la entrega de un diploma de reconocimiento por mi participación en Pacarina del Sur, en la celebración de los diez años de su existencia. Iniciativa emprendida por Ricardo, acompañada de la invitación a destacados ponentes del evento para estar presentes tanto en mi ponencia como en la entrega del símbolo de nuestra complicidad intelectual. Luego sería el ritual acostumbrado en el final de cada encuentro académico, en el que el humor, el albur, la risa, el baile, el gracejo, y unas cuantas copas, no faltaban. Esta vez en la compañía de Hilda y Hugo Biagini, disfrutamos de un inolvidable día de recorrido por El Callao. Donde seguramente los recuerdos de infancia avivaron los pedazos de niñez que habitan nuestros espíritus. Hasta el punto de registrar a un argentino y a un colombiano, esquivar las piedras de acceso al mar de La Punta, en el Callao para sumergirse en ropa interior en sus frías aguas. Mientras alcanzábamos a escuchar, a lo lejos, las sonoras carcajadas de Ricardo, acompasadas con la tenue sonrisa de su esposa, intentábamos acercarnos a los alcatraces, extraños jueces de nuestras travesuras juveniles. Bello momento, coronado con el disfrute de los mejores ceviches y comidas de mar de la zona, acompañados con el licor propio del lugar. Huella imborrable de nuestro itinerante trasegar.

Ricardo Melgar en El Callao, Lima, 29 de abril de 2014
Imagen 6. Ricardo Melgar en El Callao, Lima, 29 de abril de 2014.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

Quizá su última iniciativa abierta de convocatorias académicas se produjo el año anterior a su deceso (2019). Como era su costumbre conmigo, y seguramente con otros, Ricardo me compartió la idea inicial de una propuesta de realizar un encuentro académico de vasto alcance; tanto por su perspectiva internacional, como por la convergencia entre antropología e historia. Su denominación así lo insinúa: “Diálogos entre antropología y la historia intelectual. Códigos, repertorios culturales y políticas urbanas contemporáneas de Nuestra América”.[4]

Su persistencia en que yo participara en la mesa “Políticas públicas urbanas y saberes prácticos”, nos llevó dialogar sobre mis posibilidades académicas para hacerlo. Principalmente porque yo no había incursionado específicamente en estudios sobre lo urbano. De dicha conversación quedó como resultado mi decisión de participar con la ponencia: “La ciudad aristocrática de Popayán interpelada por la resistencia comunitaria indígena”. Centrada en dos momentos particulares: uno, el levantamiento del indígena Manuel Quintín Lame en la segunda década del siglo XX; dos, la Minga indígena: Caminando la palabra y su versión actual como Minga social y comunitaria. Él lo hizo con una temática varias veces visitada en sus trabajos, el exilio, ahora con un país del Caribe: “México y el olvidado exilio haitiano (1922-1930)”. Dentro de la mesa 6: “La galaxia del exilio: identidades, polémicas y retornos”.

En este encuentro, Ricardo hizo, nuevamente, gala de su hospitalidad, cediéndonos su apartamento en el sur de Ciudad de México, junto con Roberto Reyes Tarazona y María, su esposa. No sin dejar de compartir momentos de la cotidianidad de esos tres días del evento. Entre ellos de cerciorarse que no tuviéramos problemas para llegar a los dos espacios en que fueron programadas las sesiones en la UNAM y en una sede de la UAM en el centro de la ciudad, ni tampoco para nuestros retornos. Nos fue clara su preocupación por garantizar, con los coordinadores y coordinadoras, los detalles que facilitaran el éxito del encuentro. Incluyendo las fotografías de su hija Dahil al cierre del evento, y los compromisos de Perla Jaimes, previamente acordados.

El espectro de temas abordados dentro de las seis mesas programadas, permitieron un encuentro lleno de opciones teóricas y referencias prácticas. La variopinta participación de académicos de diferentes países de Nuestra América le dio una connotación plural, suficiente para urdir un entretejido que, en gran parte, se explica por la iniciativa de Ricardo, a través del entramado de relaciones que había conjugado a lo largo de su vida. Lejos estábamos de intuir que el alegre y afectuoso cierre social del encuentro, pródigamente organizado con Marcela Dávalos, sería, el último que personalmente compartiéramos. La programación del próximo en Lima para el año 2020, por el contrario, auguraba continuidad en la creación de ocasiones para dar fuerza a los afectos y complicidades intelectuales, compartidas por tanto tiempo.

La última vez que Ricardo me requirió una colaboración académica fue el 12 de julio de este año cuando me comentó que del INAH le estaban haciendo una “entrevista de larga duración” sobre su itinerario intelectual en esa institución. En ese momento, me comentaba que ya llevaban cinco sesiones de dos horas. Por sus palabras, parecía sentirse de ánimo por haber podido salir con oxígeno al jardín en silla de ruedas a tomar el sol. Las preguntas que le transmití para ser tenidas en cuenta en las entrevistas no fueron las adecuadas. Mis referencias estaban circunscritas a Enrique Valencia y Gustavo Vargas Martínez, quienes fueron mis tutores de tesis de maestría.

Infatigable, no daba su brazo a torcer y asumía esos compromisos, como retando su cuerpo. Ya lo dijo Emiliano, su hijo, en uno de los homenajes póstumos que le han hecho: hasta un día antes de su muerte, su padre persistió en terminar un último trabajo intelectual.[5] Lo mismo podría decirse sobre su voluntad de no renunciar a su compromiso político: el 26 de julio envió el video con el anuncio: “El muro de Trump también se cae”. A mi pregunta si fue por el huracán, atinó a responder: “los soplidos de los mexicanos son más potentes”. El 9 de agosto le envié un aviso de un documental sobre Manuel Cepeda Vargas, dirigente de la Unión Patriótica asesinado. La respuesta solo la recibí al día siguiente en un lacónico mensaje: “Diego, soy Dahil, mi papá falleció”.

Roberto Reyes Tarazona, María Ramos Mellárez, Diego Jaramillo y Ricardo Melgar. Clausura del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual, CDMX, 19 de septiembre de 2019
Imagen 7. Roberto Reyes Tarazona, María Ramos Mellárez, Diego Jaramillo y Ricardo Melgar. Clausura del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual, CDMX, 19 de septiembre de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Notas:

[1] Posteriormente publicado como “Los Orishas y la ciudad de La Habana en tiempos de crisis”. Ver: Melgar Bao (1994).

[2] Este ensayo se publicaría un año más tarde. Ver: Melgar Bao (1995).

[3] El dossier puede consultarse en: http://www.pacarinadelsur.com/home/saberes-y-horizontes/29-misc/indices/461-dossier-3

[4] El Primer Seminario Internacional Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual se celebró en la Ciudad de México, del 17 al 19 de septiembre de 2019.

[5] La obra referida se titula Revistas de vanguardia e izquierda militante. América Latina, 1924-1934, actualmente en prensa en la editorial Tren en Movimiento, de Buenos Aires, Argentina.

 

Referencias bibliográficas:

  • Jaramillo Salgado, D. (1997). Las Huellas del socialismo: los discursos socialistas en Colombia 1919-1929. Universidad Autónoma del Estado de México, Universidad del Cauca.
  • _____ (2001). Los discursos socialistas en Colombia 1930-1958 [Tesis de doctorado en Estudios Latinoamericanos]. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional Autónoma de México. Obtenido de https://repositorio.unam.mx/contenidos/los-discursos-socialistas-en-columbia-1930-1958-66671?c=g8DxMv&d=false&q=*:*&i=1&v=1&t=search_1&as=0
  • _____ (2011). Mariátegui y su revaloración de la política. Universidad del Cauca.
  • Melgar Bao, R. (1980). La Tercera Internacional y Mariátegui. Nuestra América(2), 47-78.
  • _____ (1987). La revolución mexicana en el movimiento popular-nacional de la región andina (La controversia Mariátegui y Haya de la Torre). En Mariátegui: unidad de pensamiento y acción, vol. 2 (págs. 65-101). Ediciones Unidad.
  • _____ (1988). El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna. Alianza Editorial.
  • _____ (1994). Los Orishas y la ciudad de La Habana en tiempos de crisis. Cuadernos Americanos, 5(47), 166-184.
  • _____ (1995). Mariátegui, Indoamérica y las crisis civilizatorias de Occidente. Empresa Editora Amauta.
  • _____ (2014). Los símbolos de la modernidad alternativa: Montalvo, Martí, Rodó, González Prada y Flores Magón. Sociedad Cooperativa del Taller Abierto, S.C.L.; Grupo Académico La Feria.