Nelson Manrique

 

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Cuando concebimos la idea de publicar una revista virtual inmediatamente pensé en Ricardo Melgar como integrante del equipo. Ricardo emigró a México junto con Hilda, su esposa, hace cuatro décadas y desarrolló su carrera profesional en nuestro hermano país, ganando un gran reconocimiento en el medio académico universitario. Sin embargo, debido al aislamiento en que nos movemos, era poco conocido en el Perú, a pesar de ser uno de los intelectuales más importantes de su generación. La mayoría de los integrantes de La Corriente había oído hablar de él, pero eran pocos los que lo conocían en persona. Yo apostaba a que se ganaría fácilmente su espacio y así ocurrió. Su simpatía personal, su auténtico interés por los demás y esa erudición que llevaba con mucha modestia le ganaron inmediatamente el aprecio del grupo. En esas circunstancias le sobrevino el contagio del Covid-19.

Con Ricardo nos conocimos el año 1976. El general Juan Velasco Alvarado había sido derrocado el año anterior y su sucesor, Francisco Morales Bermúdez, estaba dedicado a desmantelar las reformas del régimen militar. Su acuerdo con el Fondo Monetario Internacional inauguró la era de los paquetazos, golpeando duramente la economía popular. Lo que entonces ignorábamos era que Morales Bermúdez había establecido clandestinamente relaciones con las criminales dictaduras del Cono Sur, para integrar al Perú al Plan Cóndor, el aparato de persecución y eliminación de los enemigos de los regímenes militantes. Bajo este acuerdo, en Lima se secuestró, torturó y asesinó a militares del movimiento Montoneros de Argentina, en instalaciones de la Marina de Guerra del Perú. Por este crimen de lesa humanidad Morales Bermúdez ha sido condenado por la justicia italiana.

Conocí a Ricardo cuando confluimos en la Escuela Nacional de Arte Dramático (ENAD), como profesores. En la ENAD se había reunido un notable grupo de intelectuales, entre los cuales figuraban el poeta Pablo Guevara, los directores y actores Jorge Guerra y Rafael Hernández, este último, en mi opinión, el mejor director brechtiano del país. Había también un contingente de refugiados que huían de las dictaduras del Cono Sur, como el gran director uruguayo Atahualpa del Cioppo, y su paisano, el entonces muy joven director Marcelino Duffau, hoy primerísima figura del teatro uruguayo. Esta fue una gran oportunidad para estudiar algo de estética, y compartir lecturas de Bertolt Brecht, Erwin Piscator, Branislav Stanislavski y Georgy Lukacs.

Junto con Natty entablamos una gran amistad con Ricardo y su esposa, Hilda Tísoc. En algún momento ellos decidieron emigrar a México para seguir estudios de posgrado. Ahí Ricardo e Hilda hicieron sus estudios ganando calificativos de excelencia. Él, con su grado de doctor en Estudios Latinoamericanos, enseñaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y la Universidad Nacional Autónoma de México.

Al mismo tiempo, junto con Hilda, desplegaron una enorme actividad de apoyo a los refugiados que iban llegando a México como consecuencia de la oleada represiva que se vivía en el Cono Sur y en Centroamérica. La solidaridad que entonces desplegaron, con una generosidad sin límites, ha sido recordada en estos días con emoción por quienes fueron acogidos en su hogar.

Ricardo Melgar y Juan Carlos Bossio, representantes del Comité de Solidaridad y Apoyo con el Pueblo Peruano
Imagen 1. Ricardo Melgar y Juan Carlos Bossio, representantes del Comité de Solidaridad y Apoyo con el Pueblo Peruano (COSAPP) con Genaro Carnero Checa en la inauguración de las Jornadas de Solidaridad con el Pueblo Peruano, llevadas a cabo en la Universidad Autónoma Chapingo el 19 de agosto de 1979.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Hilda y Ricardo Melgar con otros peruanos en México
Imagen 2. Hilda y Ricardo Melgar con otros peruanos en México (de izquierda a derecha: Juan Manuel Pérez Zevallos, Juanita Sedano, Hilda, Ricardo, Manuel Guima y Emilio Watanabe). Ciudad de México, 1977.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Creo que esta experiencia fue determinante para las opciones que Ricardo siguió en su quehacer intelectual. La migración forzada por las persecuciones políticas, en un continente donde habitualmente se alternan regímenes represivos de derecha, es un fenómeno que se repite con regularidad. Por lo tanto, hay siempre circulando una cierta cantidad de políticos radicales desarraigados de su país, buscando cómo proseguir sus luchas. Ricardo observó que desde un siglo atrás estos constituían redes sociales trasnacionales de refugiados que tenían una gran importancia en el quehacer político. No siempre eran simplemente víctimas abrumadas por la persecución y el destierro, sino protagonistas de la historia política de sus países, actuando desde un nuevo medio social, utilizando nuevas herramientas, como por ejemplo el correo postal. La historia del APRA, para citar un ejemplo, es incomprensible si no se considera esos periodos de acción política desde el exilio y la articulación de jóvenes radicales dispersos en varios países, que mantenían la ilusión de cambiar el mundo. Este se convirtió en un tema fundamental de investigación para Ricardo. No fue el único, por cierto, su herencia intelectual abarca decenas de libros y centenares de ensayos, pero fue el fundamental. Aún están inéditas sus investigaciones sobre el movimiento obrero de América Latina y sus líderes,[2] trabajo que, como varios otros, emprendió en equipo con investigadores de varios países.

Nelson Manrique y Ricardo Melgar en evento en Perú, década de 1990
Imagen 3. Nelson Manrique y Ricardo Melgar en evento en Perú, década de 1990.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

A su vez, sus estudios le llevaron a constituir sus propias redes académicas y a anudar relaciones de amistad a lo largo del ancho mundo. Este capital se convirtió en la fuente de la cual nació su proyecto editorial más importante: Pacarina del Sur, una revista virtual de una excepcional calidad cuyo 10º aniversario celebramos en Lima a fines de 2019. En ese periodo la Pacarina publicó a 546 autores y generó 1,000 artículos, consultas procedentes de 56 países y más de 2 millones y medio de visitas. Todo este ingente trabajo no impidió que él mantuviera una relación permanente con el Perú, viniendo periódicamente por temporadas.

Para un extranjero, destacar en el mundo académico mexicano, tan marcado por el nacionalismo, es muy difícil. Ricardo fue muy querido y apreciado como profesor y como investigador. Fue reconocido con varios premios nacionales. Finalmente, el Instituto Nacional de Antropología e Historia le otorgó el grado de profesor investigador emérito, una distinción muy difícil de conseguir, inclusive para los mexicanos.

Ricardo se prodigaba en el trabajo, pero su estado de salud era precario. Dos décadas atrás fue víctima de un cáncer que en la medida en que era controlado –intervenciones quirúrgicas mediante– reaparecía una y otra vez en otros lugares de su cuerpo. En varias oportunidades estuvo al borde de la muerte, pero solía salir adelante debido a su inmenso amor por la vida. Durante estos años alternó su labor como maestro e investigador con la búsqueda de terapias alternativas y convencionales para afrontar su enfermedad. Así, terminó convertido en una autoridad en problemas de salud.

Las adversidades continuaron. Hilda enfermó súbitamente de un cáncer que terminó con su vida en un corto tiempo. Ricardo perdió así a la compañera sin cuyo apoyo a lo largo de una existencia dedicada a la creación no hubiese logrado realizar toda la obra que ha legado.

Un par de años atrás él se sometió a un chequeo y el resultado fue desolador. Los índices oncológicos estaban muy por encima de los límites aceptables y al parecer le quedaba muy poco tiempo de vida. Logró sobreponerse, pero fue atacado por una fibrosis pulmonar. En esas condiciones encontró el apoyo emocional y afectivo de una nueva compañera, Marcela Dávalos. En su texto póstumo Ricardo habla de lo que ella significó para él en esta última etapa de su vida.

Cuando se contagió del Covid-19 temimos lo peor, dado su estado de salud, pero pasó la crisis y logró reponerse. “Contigo vamos a necesitar una bazooka”, le dije bromeando. Le pedimos entonces que redactara para primer número de La Corriente un testimonio de lo que era esta terrible plaga, vista desde adentro.[3] Su médico de mayor confianza le recomendó hacerlo y redactó el conmovedor texto que publicamos, que expresa bien su temple, lucidez y sensibilidad. Desgraciadamente nuestras ilusiones duraron poco. La enfermedad golpeó en el punto débil, sus pulmones, y finalmente sus defensas se derrumbaron. Murió el día 10 de agosto de 2020. Tenía 74 años.

Causa desasosiego que su obra sea tan poco conocida en el Perú. El mejor homenaje que se puede hacer a un autor es leerlo. Junto con su familia hemos decidido publicar una antología de sus textos para ponerlos al alcance del público peruano. Su espíritu estará siempre junto con nosotros, acompañándonos la aventura editorial que ahora emprendemos.

Ricardo Melgar y Nelson Manrique en el Rincón Rojo, Casa Museo Mariátegui, Lima, 2019
Imagen 4. Ricardo Melgar y Nelson Manrique en el Rincón Rojo, Casa Museo Mariátegui, Lima, 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Ricardo Melgar y Nelson Manrique en Cuernavaca, México, 15 de marzo de 2019
Imagen 5. Ricardo Melgar y Nelson Manrique en Cuernavaca, México, 15 de marzo de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Notas:

[1] [N. E.]: Publicado originalmente en 2020, La Corriente. Revista de Política y Cultura, (1), 13-15. Agradecemos a su autor por permitir su reproducción en este número especial.

[2] [N.E.] El autor hace referencia al Diccionario biográfico del movimiento obrero y popular peruano (1848-1959) que Ricardo Melgar Bao inició hace varias décadas y que saldrá publicado de manera póstuma.

[3] [N. E.]: Véase: Melgar Bao, R. (2020). “Me falta el aire”. Testimonio de vivir y sobrevivir al Covid 19.  La Corriente. Revista de Política y Cultura, (1), 7-12, disponible en: https://drive.google.com/file/d/1P9H0Nks2jqjh9kNMI8M2pH6qEbpSzahB/view?fbclid=IwAR0T6_BBytWFbrtIDFehE9gY4D4HZXUf9MwfdwTj9saXt93bGdxCuBlKtPo