Arturo Vilchis Cedillo

 

Recordar es vivir, decía “el Tex”, viejo vocalista del grupo Histeria, y recordar a Ricardo o Tirso (como nunca le gustó que lo llamara), es volver a caminar por la brecha donde sembramos amistad y camaradería.

Conocí a Ricardo por primera vez a través de una relación de estudiante-profesor (1992-1993), en el Colegio de Estudios Latinoamericanos de la UNAM. Son diversas las anécdotas y confabulaciones que surgieron en ese año, pero al caminar por senderos distintos nos distanciamos por varios años. Un instante memorial de esos años, surgió cuando Ricardo organizó, junto con otros investigadores, las jornadas sobre José Carlos Mariátegui en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, tituladas: Mariátegui entre la memoria y el futuro de América Latina.[1] Siendo estudiantes universitarios, los recursos económicos eran mínimos y en un gesto de apoyo y solidaridad Ricardo nos preguntó a un compañero y a mí si teníamos para comer en el intermedio del evento. Nuestra respuesta fue simple: buscaríamos una tortillería para comer tortillas y engañar al estómago. Con una sonrisa esbozada en su rostro, nos detuvo y nos pidió le diéramos un momento. Salió y en minutos regresó dándonos dos pases para alimentarnos en el comedor de la ENAH, acción que repitió con otros estudiantes que permanecían en el recinto. Conocí así, más que el profesor, el apoyo mutuo que siempre proporcionaba.

Ricardo Melgar Bao, Perú, 2010
Imagen 1. Ricardo Melgar Bao, Perú, 2010.
Fuente: Blog Tutaykiri, Walter Saavedra http://tutaykiri.blogspot.com/2010/06/saludamos-la-presencia-del-dr-ricardo.html 

Los senderos que se bifurcan se vuelven a entramar hacia el año de 2005, en las inmediaciones del Posgrado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, donde él permanecía como profesor y en nuestro caso regresábamos a la universidad a realizar una maestría. Ante nuestro reencuentro surgió en el rostro serio de Ricardo una pregunta intrigante:

- ¿A usted lo conozco? No sé en dónde nos hemos visto antes.

- Fue mi profesor en la licenciatura.

 

Mi respuesta ocasionó una sonrisa en él, y un comentario de broma:

- Eso fue antes del diluvio neoliberal, hace muchos años, antes de esta era.

 

Nuestras conversaciones comenzaron a ser más frecuentes: desde tópicos peruanos, nuestroamericanos, de diálogos y debates sobre mariateguismo y afinidades-corrientes socialistas que oscilaban desde el trostkismo hasta el anarquismo. Su marcado acento en caracterizarnos por nuestra postura en el lado “ultra radical” (tanto a Miguel mi hermano y a mí), con el viejo bagaje del sarcasmo irónico que no ofende, sino que incita al debate y al diálogo. Conversábamos dentro y fuera del seminario que él impartía sobre Mariátegui y los hallazgos archivísticos que él y yo por mi parte, íbamos realizando. Empezamos así una práctica de reciprocidad e intercambio de documentos, libros, fotografías, etc. Permitiéndonos apreciar un margen de irradiación y la heterogeneidad de hallazgos convergentes. Así surgió un intercambio de personajes, revistas y grupos que en nuestras pláticas iban surgiendo. A nuestro estrado de hurgar en los recovecos de las afinidades políticas y sociales de diversos personajes, Ricardo preguntaba e intercambiaba, me ponía al tanto de sus indagaciones sobre descendientes o familiares de militantes y simpatizantes. En sus palabras: “Querido compa: si de reciprocidades se trata debemos seguir creciendo mutuamente”; Así evoco, que surgió en nuestras charlas, la aparición del “Ángel exterminador”, Víctor Recoba y/o Alejandro Montoya. Él había descubierto familiares de este enigmático militante ácrata peruano que había pisado tierras mexicanas; por mi parte, yo había descubierto algunos artículos que “El Ángel Exterminador” publicó en un periódico anarquista en Tampico, Tamaulipas.

En otras ocasiones, surgían periódicos y folletos, incluso la petición de su parte de películas y/o videos que algunas amistades le pedían cuando partía de viaje a otros espacios del continente. Sus indagaciones sobre una miríada de temas, era sorprendente y a menudo pedía apoyo y acompañamiento de sus investigaciones. Su humildad ante nuevos temas era un incentivo que permeaba con quienes colaboraba; en sus palabras: “[…] Adolezco de una anemia crónica acerca de la historia del cine mundial y latinoamericano”.

Un sendero que nos unió fue la indagación de personajes peruanos, ya fuera en su estancia en suelo mexicano o en Perú, Bolivia u otras latitudes. A veces, me preguntaba: ¿Por qué siendo mexicano me interesaba indagar sobre el peruano Churata? Una pregunta que hasta la fecha no encuentro razón u objetividad para responder, pero solo señalaba que era un sentir inexplicable por lo que hacía, así como él lo hacía por indagar acerca de Esteban Pavletich u otros personajes. Es un sentir, un latir de afinidades, de militancias.

Ricardo insistía en que lleváramos nuestros hallazgos a la letra impresa, a la publicación, fuese en artículos o en ponencias. Su insistencia era frecuente, ante mi incredulidad para escribir. Cuando surgió la idea de crear Pacarina del Sur, platicó sinceramente conmigo y me invitó a participar en el primer número. De antemano manifestó que el proyecto de Pacarina no era un vehículo que formara parte del grupo especializado de revistas que otorgan puntos para el “sustento académico” del hoy capitalismo del saber, sino que era un espacio para dar voz, conversar y debatir sobre los avatares de nuestro continente. Y no se puede negar que la revista nació de manera desinteresada. Su apoyo para participar en la revista siempre fue insistente pero cordial, como señalaba: “Te queremos de vuelta en las páginas de la Pacarina del Sur.  Recuerda que representas al ala libertaria”.

Fuimos descubriendo senderos alternos que ambos caminábamos. Con el tránsito del tiempo y espacio, fuera de manera personal o vía correo electrónico, las conversaciones se enmarcaron en acervos que había indagado y que yo estaba o emprendía hurgar. De ello resultaron charlas sobre quiénes habían visitado y “depurado” los acervos, aquellos que en la década del ochenta y noventa del siglo XX, ocultaban en los propios archivos los documentos, hacían el cortejo sutil con los bibliotecarios para negar el acceso a otros que osaran buscar los documentos ya reservados. De su memoria salían personas y militantes, simpatizantes y oportunistas que, si bien no mencionábamos con su nombre, las alusiones directas e indirectas nos llevaban a su reconocimiento. Ricardo preguntaba si los conocía y yo a veces afirmaba o negaba. Descubrimos así, un grupo numeroso de personajes que se valían de artimañas para ocultar archivos; de otros, cuyas presencias estaban prohibidas en bibliotecas, repositorios y archivos en México, en el Perú y en otras latitudes.

Una ocasión, a resueltas de estos tópicos de encubrir los documentos y archivos por parte de ciertos personajes, salió en nuestra conversación el arte del espionaje, del seguimiento de seguridad que se daba en ciertos acervos. Así, ambos pudimos corroborar que en la Galería 2 del Archivo General de la Nación existían “infiltrados”, agentes pagados por Gobernación o por el Centro de Investigación de Seguridad Nacional que atendían a estudiantes e investigadores, de esa manera se confabulada el entramado del espionaje en el país. Otras veces, la conversación se manifestaba en cuáles archivos estaban negados para que pudiéramos investigar y siempre el referente principal era el archivo del Ejército. Ricardo comentaba:

– Arturo, me gustaría saber qué tienen ellos sobre mí y sobre ti.

– Creo que la única manera de hacerlo es que tú investigaras sobre mí y yo sobre ti –le respondía.

– Quizás nunca lo sabremos, y quizás lo que haya sobre mí, es más basto, por la edad por supuesto, soy mayor que tú, un poco nada más.

 

Siempre ameno el diálogo contigo estimado Ricardo. Tirso, aunque no te gustara. Una imagen de tu presencia, para ir abriendo brecha, más que finalizar estos recuerdos vigentes, lo hago, cediendo a tus propias palabras: “Si algo hemos cultivado Hilda y yo, a lo largo de nuestra vida compartida, es el ejercicio de la sana amistad y la solidaridad, el valor de la disidencia y del combate de ideas, así como de la construcción de una comunidad emocional positiva sustentada en ideales justicieros y libertarios” (R. Melgar, comunicación personal, 24 de octubre de 2015).

Ricardo Melgar y Arturo Vilchis, un abrazo. Fragmento de video de evento en la FFyL de la UNAM, septiembre de 2013
Imagen 2. Ricardo Melgar y Arturo Vilchis, un abrazo. Fragmento de video de evento en la FFyL de la UNAM, septiembre de 2013.
Fuente: Arturo Vilchis Cedillo.

 

[1] Evento del cual años después surgió el libro Mariátegui entre la memoria y el futuro de América Latina, en coautoría con Liliana Weinberg y publicado en México por la UNAM, en el año 2000.