María Elena Moyano y Epsy Campbell. La lucha contra la doble discriminación en América Latina

Maria Elena Moyano and Epsy Campbell. The fight against double discrimination in Latin America

María Elena Moyano e Epsy Campbell. A luta contra a discriminação dupla na América Latina

Rafael Cedillo Delgado[1]

 

Introducción

María Elena Moyano fue una activista social afroperuana de Villa el Salvador, un barrio marginado de Lima, Perú. Su ejemplo en favor de los desposeídos se materializó en el programa Vasos de Leche y en los Comedores Populares, mediante los cuales pretendían alimentar a los pobres de las zonas urbanas de la capital del país. Su desenlace lamentable ocurrió en 1992, cuando el grupo guerrillero Sendero Luminoso (SL) la asesino porque, supuestamente, le hacia el juego al gobierno de Alberto Fujimori y competía por la base social que SL necesitaba en su guerra popular.      

Epsy Alejandra Campbell Bar es una mujer afrocostarricense nacida en San José, la capital de Costa Rica. Es un actor político que ha caminado por las veredas de las organizaciones sociales en favor de mujeres y afrocostaricenses,  de igual forma por la vía de la política institucional, pues en 2018 asumió la vicepresidencia de su país y ha sido dos veces diputada nacional. Desde la Asamblea legislativa ha luchado por el reconocimiento y respeto a los derechos humanos y civiles de las mujeres y de la población afrodescendiente, proponiendo iniciativas de ley, impulsando programas sociales y encabezando comisiones parlamentarias y en organismo internacionales en favor de grupos vulnerables.

María Elena Moyano y Epsy Campbell son dos mujeres afrodescendientes que, en etapas históricas y condiciones políticas diferentes, lucharon por terminar con los prejuicios patriarcales y racistas que asumen que la actividad política está reservada para los hombres blancos. La organización social y la vía institucional, como mecanismo complementarios, que busca remediar la situación de exclusión y marginación de grupos sociales minoritarios, es la postura abrazada por ambas para desterrar las prácticas prejuiciosas y racistas en contra de las mujeres y afrodescendientes, lo que  significa luchar contra la doble discriminación: por razones de género y pertenencia étnica.

El objetivo del artículo es rescatar a dos personajes que comparten la singularidad de ser mujeres, afrodescendientes y latinoamericanas, en un contexto regional en donde se menosprecia la trascendencia de mujeres políticas o de luchadoras sociales que salen del patrón aceptado de que la actividad pública se encuentra realizada mayormente por la elite blanca, en donde predominan los varones. Dicha visión invisibiliza, discrimina y menosprecia la historia subalterna de aquellas protagonistas mujeres afrodescendientes que luchan por una sociedad más igualitaria, equitativa y justa.

Con base en una revisión bibliográfica y opiniones de la comunidad afrodescendientes de Perú y Costa Rica, se argumenta que María Elena Moyano y Epsy Campbell son dos personajes reconocidos en sus países, por ser activistas sociales que abrazaron la actividad pública institucional para luchar en favor de los derechos de la mujer y de la población peruana o costarricense en general, pero sin que se destaque su identidad afrodescendiente, lo que revela un racismo estructural que desdeña o niega la tercera raíz.

El documento está organizado en cuatro apartados. En primer lugar se presenta el aparato conceptual relativo a la doble discriminación y cómo se relaciona con las minorías sociales y étnicas. En el segundo punto se  enfatiza sobre el activismo político de María Elena Moyano Delgado en una comunidad pobre, marginada y emergente en Villa el Salvador, Lima, Perú, con especial énfasis en los derechos de la mujer. En el tercero se analiza el desarrollo social y político de Epsy Alejandra Campbell Car, en donde se especifica el papel como impulsora de los derechos de la mujer y de afrodescendientes. En el cuarto,  se  destaca la manera en como el estado y la clase política peruana y costarricense, acentúan  el aporte de María Elena Moyano y Epsy Alejandra Campbell como emblemas de la lucha en favor de los derechos la mujer; sin que se repare en el significado de que ambas son  afrodescendientes, revelando una tendencia racista al negar el carácter diverso y multiétnico de nuestros países latinoamericanos.

 

Las minorías y la doble discriminación

El silencio también es racismo, por eso aquí buscamos llamar la atención sobre nuestra tercera raíz en América Latina. Reconocer en la ley y en el discurso político que nuestras naciones latinoamericanas están conformadas por una gran diversidad étnica y cultural, resulta ser incómodo para algunas élites políticas, quienes imaginan naciones homogéneas, occidentales y modernas; niegan que somos fruto de un largo proceso de formación poblacional integrada por varias tradiciones. Lo cierto es que en los hechos reniegan de la composición multicultural de los países y en el terreno de los hechos se esmeran por destacar un sólo rostro: el de naciones integradas, culturalmente uniformes.

Una realidad innegable de las naciones latinoamericanas es el carácter multicultural y multiétnico de su población. A pesar del avance del proceso de homogenización el ingrediente poblacional de lo “diverso”, lo “diferente” está presente en su vida social y cultura. Durante el siglo XX el desarrollo político-democrático del subcontinente caminó por senderos del reconocimiento del derecho al voto de minorías como campesinos,  mujeres, jóvenes, indígenas y afrodescendientes; con ello se amplió cada vez más el espectro de la participación político-electoral. Sin embargo, de cara al siglo XXI y de acuerdo a las nuevas circunstancias, garantizar los derechos políticos de los ciudadanos ya no pasa sólo por asegurar el derecho a “votar”, sino también a “ser votado”; lo que implica incluir en la toma de decisiones a grupos sociales que históricamente han sido marginados, excluidos o limitados en el acceso a los cargos de gobierno y de representación.

Temáticamente, hacer referencia a la diversidad es hacer alusión a las diferencias que existen en la sociedad por motivos étnicos, sociales, culturales o generacionales. Lo innegable es que las sociedades del siglo XXI son cada vez más homogéneas, pero todavía con ingredientes de diferenciación social. Término clave para entender la diversidad es el de minoría, que se define como:

Un grupo social cuyos miembros se ven limitados por prejuicios, discriminación, segregación o persecución (o por una combinación de éstos) por parte de otro grupo… La mayoría. La posición dominante del grupo mayoritario consiste en el mayor poder sobre el mecanismo social, político y económico de la sociedad, y no siempre en su superioridad numérica. (Kenny, 1979: 36)

Como dice Arjun Appadurai, la noción de mayoría no es previa ni independiente de la de minoría, sobre todo en los discursos de la política moderna. “Las mayorías son producto de la enumeración y de las denominaciones políticas en la misma medida en que lo son las minorías. En efecto, las mayorías necesitan de las minorías para existir, incluso más que a la inversa”. (Appadurai, 2007: 68)

Lo que encontramos en las sociedades modernas es un rechazo a las minorías y una tendencia a borrarlas del imaginario nacional, porque representa para las elites dominantes un recordatorio de su frustración por no haber constituido una sociedad homogénea, blanca-occidental; por ello hay un impulso de purificar a la sociedad de aquellas minorías incomodas. He aquí un elemento fundamental de la respuesta a la pregunta de por qué los números pequeños despiertan odio. “Los números pequeños representan un obstáculo minúsculo entre la mayoría y la totalidad o la pureza total. En cierto sentido, cuanto más pequeño es el grupo y más débil es la minoría, más profunda es la furia, por la capacidad que aquel tiene para hacer que la mayoría se sienta una mera mayoría y no una etnia total e irrefutable (Appadurai, 2007: 6872).

En tal sentido, las mayorías tienen la intención de reducir –ideológicamente- las distancias con las minorías, con lo cual buscan eliminarlas mediante instrumentos censales y constitucionales que, con tonos intolerantes y potencialmente genocidas, las minimizan, excluyen y, bajo las categorías de inclusión y  equidad, hacen las que las diferencias mayores se conviertan en menores, y logren así negarlos hasta desaparecerlos.  En términos concretos esto opera para el caso de las minorías étnicas y culturales, pues la exclusión de su historia misma (de mujeres, indígenas o afrodescendientes) significa reducir las diferencias y borrarlos como parte de la sociedad nacional.

Dado que, debido a la maleabilidad de los censos, de las constituciones y de las cambiantes ideologías sobre la inclusión y la equidad, las categorías de mayoría y minoría plausiblemente pueden intercambiar su lugar, las diferencias menores ya no son solo preciados indicios de un yo incierto y, por ello, dignas de ser especialmente protegidas, como podría sugerir el punto de vista original de Freud. De hecho, las diferencias menores podrían convertirse en las menos aceptables, puesto que hacen aún más resbaladizo el camino de ida y vuelta entre las dos categorías. La brutalidad, degradación y deshumanización que frecuentemente han acompañado a la violencia étnica en los últimos quince años son indicio de unas condiciones en las que el limite mismo entre diferencias mayores y menores se había tornado incierto (Appadurai, 2007: 25)

Para las elites políticas y la clase dominante, la existencia de minorías sociales, étnicas o culturales, son portadoras de recuerdos no deseados, de actos de genocidio o persecución. “Las minorías son señales que apuntan al fracaso y la coerción. Son una vergüenza para toda imagen de pureza nacional y de justicia publica patrocinada por el Estado. Son, por tanto, chivos expiatorios en el sentido clásico” (Appadurai, 2007: 60). Por ello, hay una apuración estatal por eliminar a las minorías, con acciones estructurales como la enumeración censal, los reconocimientos “de la diferencia mínima” en las constituciones y a través del discurso de inclusión y equidad, para desaparecerlos del imaginario nacional.   

En cuanto al tratamiento de las minorías por razones de género o de pertenecía étnica en América Latina, las élites políticas dominantes tratan el asunto mediante medidas que buscan la paridad y la inclusión, a través del reconocimiento de que las mujeres o grupos étnicos, como indígenas o migrantes, que han sido históricamente discriminados, los reivindican y –dicen- tratan de enmendar. En realidad, a través de una política ideológica de la diferencias mínimas,  niega el problema y en los hechos invisibiliza, discrimina y menosprecia su historia, con lo cual los aniquilan del imaginario nacional. Su preocupación es principalmente, aunque no únicamente, la pureza étnica, por lo que pueden aceptar diversidades de tipo social y cultural pero no aquellas que trastoquen su sentido de estado nacional. Así pueden estar abiertos a la  inclusión de campesinos, obreros, mujeres o jóvenes, pero suelen mostrarse intolerantes con indígenas, migrantes y afrodescendientes, pues atentan contra su ideal de casta dominante.

Refiriéndose al papel de la política para abordar el asunto de la diversidad, desde un enfoque multifactorial, Geertz sostiene que:

Necesitamos una nueva variedad de política, una política que no contemple la afirmación étnica, religiosa, racial, lingüística o regional como un resto irracional, arcaico y congénito que ha de ser suprimido o trascendido, una locura menospreciada o una obscuridad ignorada, sino que, como ante cualquier otro problema social –digamos la desigualdad o el abuso del poder-, lo vea como una realidad que ha de ser abordada, tratada de algún modo (Geertz, 2002: 248).

Las minorías, así, en los estados modernos suelen ser reconocidas, pero tratadas en forma diferenciada. Son reconocidas y toleradas, con cierto dejo de discriminación, aquellas que no trastocan las fibras del proyecto étnico nacional, por ejemplos: diferencias por género, edad, posición social o creencia religiosa. Otras son igual reconocidas, pero discriminadas, negadas y racializados por poner en entredicho el ideal étnico nacional de la clase dominante, por ser habitantes originales o migrantes “incomodos”, como indígenas o afrodescendientes. Hay minorías toleradas y otras incomodas, peligrosas y no deseables. Hay algunas aguantables, objeto sólo de discriminación y otras, objeto de negación, racialización y aniquilación.

Para fines de este trabajo podemos afirmar que, en los estados modernos las políticas de inclusión para minorías suelen ser selectivas, reconocida y permitida la equidad de género, por no representar un peligro para la pureza racial; pero negados aquellos, como los afrodescendientes, que cuestionan e incomodan el proyecto étnico nacional. Así, equidad e inclusión, son palabras utilizadas para suavizar la discriminación y racismo de que son objetos algunas minorías, por ello, la lucha de las mujeres pone acento en terminar con la discriminación, pero para los afrodescendientes es necesario acabar con la discriminación y el racismo. Cuando ambas diferenciaciones se reúnen en la misma persona, entonces se pugna por superar la doble discriminación, concluir con todo tipo de prejuicio racista.       

Acciones afirmativas o discriminación positiva, es el término utilizado, y aceptado, para ilustrar los mecanismos utilizados por grupos minoritarios para superar –gradualmente- la situación de segregación y exclusión por parte del sector dominante.

La discriminación positiva o acción afirmativa es el término que se da a una acción que, a diferencia de la discriminación negativa (o simplemente discriminación), pretende establecer políticas que dan a un determinado grupo social, étnico, minoritario o que históricamente haya sufrido discriminación a causa de injusticias sociales, un trato preferencial en el acceso o distribución de ciertos recursos o servicios así como acceso a determinados bienes. Con el objeto de mejorar la calidad de vida de grupos desfavorecidos, y compensarlos por los perjuicios o la discriminación de la que fueron víctimas en el pasado (Arámbula, 2008: 4).

Las acciones afirmativas implementadas desde el estado, que buscan permear a toda la sociedad, implementan mecanismos compensatorios y especiales para llegar a una situación social y jurídica en donde se dé, más o menos,  la igualdad de oportunidades. El sistema de cuotas electorales es un ejemplo de aquellos mecanismos utilizados para permitir y alentar el acceso a cargos de elección popular de mujeres y jóvenes; lo cual ha venido acompañado de otras gestiones y mecanismos para reconocer el trato equitativo para éstos en los campos educativos, laborales y sociales.

Sin embargo, tales medidas encuentran resistencias por parte de los grupos mayoritarios que, por prejuicios varios, se oponen a la inclusión irrestricta a las minorías. La situación llega a los límites cuando las características diferentes del sujeto se juntan, entonces la discriminación se duplica o triplica; puede haber una discriminación por razones de edad, género o pertenecía étnica; una doble discriminación por ser mujer indígena, mujer joven,  joven indígena o bien, como en nuestro caso mujer afrodescendiente. La doble discriminación así, se refiere a una situación de exclusión de sectores sociales por dos distintas causas, sea por su edad, género o pertenecía étnica.

Se debe poner énfasis en que, para el caso de la distinción étnica, como ocurre con los afrodescendientes, población migrante “supuestamente inferiores”, sufren no sólo de una simple discriminación, sino también prácticas racistas, ya que incomodan y cuestiona la pureza racial de los estados modernos. En tal sentido, no sólo debemos hablar de discriminación, sino también de racismo.

Según Michel Wieviorka: “El racismo consiste en caracterizar un conjunto humano mediante atributos naturales, asociados a su vez a características intelectuales y morales aplicables a cada individuo relacionado con este conjunto y, a partir de ahí, adoptar algunas prácticas de inferiorización y exclusión” (Wieviorka, 2009: 13). Los motivos del racismo pueden ser varios, por simples diferencias físicas o biológicas, por supuestas capacidades intelectuales o por simple dominio de la estructura social.

El racismo que interesa destacar es aquel no visible pero efectivo, no abierto pero que logra segregar a las minorías, el que enarbola la bandera del reconocimiento, de la inclusión y equidad, pero que en la práctica niega, invisibiliza y devasta a las minorías incomodas, como a los afrodescendientes.  El racismo institucional, es aquel:

En el cual las capas sociales dominantes no son conscientes de los mecanismos de su dominación y, en última instancia, se pueden permitir una buena conciencia compartible con convicciones antirracistas. Este tipo de análisis implica que ciertas lógicas, que estas capas tal vez no consideren como propias, aseguren un funcionamiento enmascarado o invisible de la discriminación aun cuando las benefician. Las causas del racismo están camuflajeadas y aparentemente no son identificables, mientras que sus efectos son, sin embargo, tangibles.

El racismo esta descualificado políticamente, prohibido por ley o echado a perder ante los ojos de los científicos, ahí donde los prejuicios no tienen cabida para expresarse, si nada es llevado a cabo  de manera voluntariosa para contrarrestar las tendencias espontáneas de las instituciones, de los miembros de los grupos victimas del racismo siguen confinados en puestos subalternos en la vida económica y política o sufren la discriminación en el empleo, la vivienda y la educación.

La utilidad del concepto de racismo institucional, tal vez consista, ante todo, en abogar por que se escuche la voz de los que padecen la discriminación y la segregación y piden cambios  políticos e institucionales para rectificar las desigualdades e injusticias que sufren (Wieviorka, 2009:33).

En la práctica, los estados nacionales, se permiten reconocer, tolerar y promover aquellas acciones afirmativas que no ponen en peligro su ideal de etnia dominante, de tal manera que utilizan el discurso de la diversidad y equidad, para incluir minorías históricamente discriminadas, como a las mujeres, pero se muestran intolerantes y, a través del racismo institucional, desconocen y menosprecian a grupos humanos distintos por razones étnicas. Así, podemos testificar el reconocimiento y acceso de las mujeres a la vida social, cultural y política del país, pero no de los afrodescendientes, considerados como “incomodos”,  porque  cuestiona el ideal de la clase dominante.

 

Esencia y trascendencia de María Elena Moyano en Perú

María Elena Moyano Delgado nació en Barranco, el 29 de noviembre de 1958 y fallece el 15 de febrero de 1992, a los 33 años. Algunos de los rasgos sobresalientes eran su condición de mujer, joven, pobre y afrodescendiente. Pero más allá de su condición de género, edad, condición social o identidad étnica, es reconocida por ser una gran luchadora social en favor de las clases desposeídas, los “sin techo”, sin empleo, sin educación, sin destino (Arenas, 2015: 136).

A ella se le asocia con tres hechos de la historia de fin del siglo XX en Perú. Primero, con el Programa Social “Vasos de Leche” y los “Comedores Populares”, con lo cual buscaba ayudar con la alimentación de niños y adultos de Villa el Salvador, un barrio marginado del sur de Lima, la capital del país. Segundo, por ser una ferviente defensora de los derechos de las mujeres, en contra del maltrato de que eran objeto y salvaguardar su derecho a la educación, empleo y vida digna. Tercero, por ser una mujer valiente al enfrentar a la guerrilla Sendero Luminoso (SL), quien por su forma cruel de actuar en contra del estado y de todo aquel que no coincidía con sus ideas y forma de lucha, le quito la vida en febrero de 1992, en lo que dijeron era un ejemplo de escarmiento para quienes no congeniaban con forma de lucha.

María Elena Moyano estuvo marcada en su vida social y persona con el establecimiento y desarrollo de la barriada de Villa El Salvador, espacio vivencial que como barrio emergente, pobre y marginado, define la idiosincrasia de las personas. Ella llego a Villa el Salvador cuando éste se fue formando, en donde tuvo que levantar su casa con palos y piedras, en un arenal difícil de habitar. La pobreza, el hacinamiento familiar con siete hermanos y con carencias de acceso a la educación, salud y empleo. Fue en ese lugar donde se formó como luchadora social con gran liderazgo.  

Desde su infancia tuvo interés por la vida religiosa y deportiva, ya que estuvo ligada a la iglesia de su comunidad y la afición por el volibol, una actividad deportiva en donde los peruanos, principalmente en la rama femenil, son de las mejores del mundo. Sin embargo, ambas inclinaciones no marcaron su destino, como si lo fue su interés por los problemas sociales y comunales que afectaban a los pobladores de Villa el Salvador.

En su autobiografía se signa que, luego de su formación educativa inicial y secundaria, estudio por dos años Sociología en la Universidad Garcilaso de Vega, en donde desarrollo su preocupación por los asuntos sociales y de pobreza en Perú y en los barrios emergentes. Cabe señalar que en su pasó por la universidad y en su vinculación con los grupos estudiantiles, se encontró con la lectura de Marx y con los diferentes teóricos y movimientos de izquierda, en donde abrazo su postura en favor de la clase trabajadora, pero por la vía pacífica y de la organización social ciudadana alterna pero no violenta, diferente al movimiento radical de Sendero Luminoso. Su actividad social y política la inicia como Animadora educativa, profesora voluntaria para escuelas en formación para cubrir la falta de colegios estatales en su comunidad. Se casó con Gustavo Pineki, con quien procreó dos hijos; y en medio de carencias económicas, falta de servicios elementales y graves problemas en su barrida, la hace involucrarse en la actividad social y política local (Miloslavich, 1993: 63-64).

A hora y media por el Metropolitano de Lima, se llega a Villa El Salvador, en donde la Luchadora social María Elena Moyano Delgado buscó aliviar la pobreza y resolver los problemas de un barrio popular emergente. Sólo estando en Villa El Salvador, donde luchó día con día, se puede entender su aporte a la sociedad y a la comunidad del barrio marginado. Es una comunidad ubicada en los márgenes de Lima, donde la pavimentación es incompleta, lo popular emerge y las carencias son evidentes. Lugar seco, árido y duró, pero solidario como todo barrio popular. Cuenta con 418,768 habitantes y, a pesar de haberse creado por impulso del General Velasco Álvaro en la década de 1970, como parte del desborde popular de la población y del reacomodo urbano, las condiciones materiales de vida y bienestar todavía demandan ser satisfactorios (Matos, 2015: 230).

María Elena Moyano tiene un monumento en Villa El Salvador, (imagen 1), en donde se le reconoce por su lucha social por lograr cerrar la brecha social que azota a los peruanos de barrios marginales, hundidos en la pobreza y la carencia de recursos económicos y sociales. Es reconocida en la comunidad por su participación activa en la Federación Popular de Mujeres de Villa El Salvador (FEPOMUVES), organización desde la cual pugno por la dignificación de la mujer, por alcanzar la equidad frente al varón, por modificar la situación de violencia de las amas de casas, de las madres solteras y de aquellas mujeres que tenían dificultades para tener un empleo bien remunerado, alimentar a sus hijos y contar con una mejor calidad de vida.

Su formación y desarrollo político estuvo al lado de las clases subalternas, no subversiva.  Algunos datos biográficos señalan que, de 1973 a 1975, fue presidenta del grupo juvenil Renovación, dedicada a actividades de canto, teatro y prevención de la adicción a las drogas, en donde tuvo gran acercamiento con la teoría marxista, desarrollando posturas de izquierda. En 1983 fue nombrada delegada en una convención de club de madres, a partir del cual fundó el club de madres Micaela Bastidas en abierta confrontación con organismos gubernamentales, y participó en la formación de la Federación de Mujeres de Villa El Salvador (FEPOMUVES) elegida como subsecretaria; para que en 1984 fuera designada presidenta y en 1988 reelecta. El FEPOMUVES reunía a 105 presidentas de club de madres y 450 coordinadoras de los Comités de Vaso de Leche (Arenas, 2015: 133-134).

Imagen 2. La FEPOMOVES en Villa el Salvador, Lima, Perú.Foto del autor
Imagen 2. La FEPOMOVES en Villa el Salvador, Lima, Perú.Foto del autor

En la oficina de la FEPOMUVES, que se encuentra en la acera de enfrente del monumento-homenaje a María Elena Moyano, la dependiente Josefina “N” señaló que:

María Elena Moyano, “Madre Coraje” como era conocida, es un legado para nuestra organización y para Villa El Salvador. Su sacrifico hizo voltear los ojos sobre su papel como luchadora social, por su batalla por rescatar a las mujeres del papel de sumisión y marginación en la que se encuentra históricamente. Hizo muchas cosas por los pobres y marginados cuando el gobierno nos dejó en manos de terrorismo. Gestiono recursos y materiales en las oficinas de gobierno para que los niños y pobres tuvieran alimentación y no se murieran de hambre. Fue valiente frente a los grupos subversivos cuando penetraron la comunidad y pretendieron enrolarnos en su lucha política. Participó en diferentes eventos, en programas de radio y televisión, para que la sociedad volteara hacia esta parte del país y sobre la situación de marginación en que viven los pobres, y en especial las mujeres. Se peleó con el gobierno y con el ejército cuando quisieron usarnos como frente de lucha. Y lo más importante: dio su vida misma por un ideal de un mejor mundo para todos los desposeídos, los pobres y marginados del mundo (Josefina “N”, 2017: 1-2).

Su formación y desarrollo político estuvo al lado de las clases subalternas.  Algunos datos biográficos señalan que, entre 1973 a 1975, fue presidenta del grupo juvenil Renovación, dedicada a actividades de canto, teatro y prevención de la adicción a las drogas, en donde tuvo gran acercamiento con la teoría marxista, desarrollando posturas de izquierda. En 1983 fue nombrada delegada en una convención de club de madres, a partir del cual fundó el club de madres Micaela Bastidas en abierta confrontación con organismos gubernamentales, y participó en la formación de la Federación de Mujeres de Villa El Salvador (FEPOMUVES) elegida como subsecretaria; para que en 1984 fuera designada presidenta y en 1988 reelecta. El FEPOMUVES reunía a 105 presidentas de club de madres y 450 coordinadoras de los Comités de Vaso de Leche. En 1989 fue elegida Teniente alcaldesa de Villa el Salvador (Arenas, 2015: 133-134).

Imagen 1. Monumento a María Elena Moyano en Villa El Salvador. Foto del autor
Imagen 1. Monumento a María Elena Moyano en Villa El Salvador. Foto del autor

Entre los reconocimientos y homenajes recibidos se encuentran: Príncipes de Asturias que recibió en 1987, junto con el alcalde Michel Azueta de Villa El Salvador, por ser una “Ciudad mensajera de la paz”. El 23 de mayo de 2002 el Congreso de la República la proclamó Heroína Nacional. En 2006 la Asociación Orgullo Afroperuano creó el premio Heroína Nacional María Elena Moyano; en febrero de 2012 la Asociación Cultural Arena y Esteras le realizaron un homenaje y la Asociación Flora Tristán organizó el concurso “María Elena Moyano, cada día la ciudad más mía”. En 1998, basada en su vida, el director Alberto Duran produjo la película “Coraje”. En 2011 se creó el Centro de Promoción de la Equidad María Elena Moyano; además que avenidas, poemas y organizaciones civiles llevan su nombre (Arenas, 2015; 140).

Entender la muerte de María Elena Moyano implica entender la expansión de la guerra interna a las barriadas de Perú a fines de los ochenta; y a la falta de perspectiva de vida para los marginados de las ciudades: jóvenes, mujeres, niños, pobres y  afrodescendientes. El momento histórico revela que la responsabilidad del estado peruano fue evidente en el crecimiento de la espiral de violencia en el país y que el problema no era sólo de la zona rural y de la región cultural Chanka (departamentos de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac). Ricardo Melgar señala al respecto que:

El gobierno de Belaunde Terry (1980-1985) desestimó la iniciativa del general Huamán, optando por llevar adelante el curso genocida de la guerra contrainsurgente. Su gestión gubernamental dejó un saldo de diez mil muertos, 6,000 desaparecidos y 120,000 refugiados internos, en su mayor parte de la región cultural Chanka.

El actual gobierno aprista de Alan García ha dado un viraje en materia de guerra interna, retomando las prácticas represivas del anterior régimen, pero articuladas a un proyecto contrainsurgente que atendieron al llamado del general Huamán buscando consolidar los frentes urbanos a los embates guerrilleros. Bajo la instauración del toque de queda en Lima y Callao, las fuerzas armadas se han dedicado a copar selectivamente barriada por barriada, casa por casa. Pretende limpiar la ciudad para trasladar el teatro de operaciones al marco interno y rural. Estas medidas vienen siendo, por el contrario, capitalizadas por las fuerzas guerrilleras al ampliar con su política represiva el odio popular hacia las fuerzas del orden (Melgar, 1988: 138).

La situación de desamparo de Villa El Salvador y de indefensión de la lucha de María Elena Moyano, quien también denunció los excesos del estado en contra de la población, tuvo en esos años una vorágine de violencia y amenaza. Villa el Salvador era estratégica para Sendero Luminoso, por su ubicación, población y movilización popular, pues era un distrito del sur limeño, cerca de la carretera Panamericana y enlace con otras zonas populares y barriadas; desde donde SL pretendía estrangular la capital de Perú (Matos, 2016: 469). De ahí la importancia para para el estado y la guerrilla, y porque se decidió acabar con María Elena. La forma en que terminó la vida, que no el legado e importancia de María Elena Moyano, ocurrió de la siguiente manera:

El 14 de febrero, el PCP-SL, decretó un paro armado. María Elena planteó que villa y sus organizaciones debían protestar contra el paro en una manifestación pública denominada Marcha por la Paz. Los grupos de izquierda y muchas personas decidieron no participar por el temor a las represalias. Michel Azcueta, en una carta publicada dos días después de la muerte de María Elena, advertía y solicitaba a su vez protección pública: <<Lo hemos hecho público (las amenazas de SL) por todos los medios posibles. Nadie dijo nada>> (Diario La República) Ese mismo día se realizó la marcha convocada por María Elena, con poca participación. Ninguna de las organizaciones de izquierda se comprometió ni participó en ella.

El 15 de febrero, María Elena asistió a una pollada organizada por el Comité de Vaso de leche del grupo residencial 23 del Primer Sector  de VES. Un suboficial que la custodiaba de lejos fue herido y consiguió escapar de una carga de dinamita; mientras tanto, se acercaron a ella y a sus hijos una mujer y un hombre: la mujer disparó contra ella en el pecho y la cabeza, la arrastraron hasta la salida y le colocaron aproximadamente cinco kilos de explosivos, haciéndola explotar.

María Elena Moyano y Pascuala Rosado Cornejo, del Asentamiento Humano de Huaycán, en el departamento de Lima, fueron mártires de esta confrontación. La CVR sostiene que ambos crímenes no fueron hechos aislados sino que se orientaron a eliminar a aquellas personas que lideraron los procesos de organización social a nivel de su comunidad, por considerarlas opositoras a las acciones de violencia que desarrollaba el PCP-SL (Arenas, 2015: 139).

La versión histórica oficial sobre María Elena Moyano, pone especial énfasis en su carácter de luchadora social de un barrio marginado de Lima, la capital de Perú. Quien se ocupó de problemas concretos como garantizar una mejor vida de los pobres, trabajadores, mujeres, jóvenes y niños de ciudades emergentes. Quien, con base en el respeto a los derechos humanos, por cauces legales y pacíficos, defendió a los desposeídos, causa que al final la llevó a su muerte frente a un grupo armado que en su lucha contra el estado peruano no permitía alternativas distintas a la suya; convirtiéndose en mártir y ejemplo de la lucha social de las mujeres, y hombres, en contra todas las injusticias e inequidades que sumergen en la pobreza a los barrios marginados. Pero cuál es el significado de María Elena Moyano como parte y para los afroperuanos, adelante lo trataremos.

 

La irrupción política de Epsy Alejandra Campbell Bar

Epsy Campbell es una mujer afrodescendiente de Costa Rica que ha destacado, primero, en el campo de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) en favor  de los derechos de las mujeres y de los afrocostaricenses en su país y en América Latina; en su inicial etapa como activista política participó en forma destacada en diversos foros y espacios púbicos defendiendo los derechos humanos de la población en desventaja social, económica y política. En una segunda fase, ya en la primera década del siglo XXI, incursionó dentro de la vida política institucional en el Partido Acción Ciudadana (PAC), gracias a lo cual se convirtió en diputada por dos ocasiones, líder de bancada y del partido gobernante en Costa Rica. En el 2018, luego de las elecciones resueltas en segunda vuelta, en donde obtuvo el triunfo Carlos Alvarado, fue electa como vicepresidente y luego designada como canciller de la república (imagen 3). 

Imagen 3. Canciller de Costa Rica en 2018: Epsy Campbell Barr.
Imagen 3. Canciller de Costa Rica en 2018: Epsy Campbell Barr.

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La luchadora social y política Epsy Campbell nació y creció en San José, Costa Rica, el 4 de julio de 1963. La importancia de crecer en San José, la capital del país, estriba en que ahí se encuentran las mejores condiciones de vida, pero también un sinnúmero de dificultades para la minoría afrocostarricense, por las actitudes de discriminación de que son objeto. Como parte de una familia de clase media, su infancia la vivió en San Francisco de Dos Ríos, luego se mudó a Desamparados en una casa de interés social del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (INVU). Estudio la primaria en la escuela Ricardo Jiménez Oreamuno, tomó clases de música y práctico diversos deportes. En su familia siempre se le apoyó para que estudiara y se desarrollará personalmente, gracias a ello obtuvo el título de licenciada en Economía y Administración de Negocios, y cuenta con estudios de posgrado en Ciencias Política (Gómez, 2018: 1).

A la edad de 21 años se casó con Norman Swaby Gómez, con quien vivió en la provincia de Limón durante 10 años (1984-1995). En esta provincia de la costa caribeña, en donde la comunidad afrocaribeña es numerosa, ocupó una plaza de maestra. Aunque se considera “Josefina”, manifiesta gran cariño por el distrito de Cahuita, en Limón, donde cuenta con familiares y mayores lazos afrocostaricenses, su abuela era originaria de ahí (Peltronieri, 2018: 1). Tal circunstancia marcó su vida, porque le permitió entender la discriminación y falta de oportunidades no sólo de las mujeres y afrodescendientes, sino de los pobres de las regiones alejadas del valle central de Costa Rica.

En su historia de vida, Epsy Campbell, signa tres momentos importantes en su relación con la provincia de Limón, en donde su partido político (PAC), en la elección del 2018, fue derrotado por el candidato evangélico Fabricio Alvarado de Restauración Nacional (PRN): en su niñez, cuando inició su vida de casada y vida laboral. En entrevista señaló:

A los ocho años Epsy Campbell viajo por primera vez a Limón, lugar al que se le asocia con su origen, pero ella siempre aclara que nació y creció en San José. Entonces, argumenta que empezó a sentir el racismo, sufrirlo incluso por los mismo negros de Limón, porque decían que ella y su hermana Narda eran de San José”  Residió por 10 años en Limón, con su primer esposo, en donde inició su carrera profesional como maestra del nivel primario; del cual dice: “No me gusto, entonces me fui a otro espacio” (Gómez, 2018: 2-3).

Epsy Campbell entró a la política a través de organizaciones no gubernamentales, como parte de la sociedad civil, por lo que inicio como activista política en algunas  organizaciones sociales en favor de los derechos humanos, para luego ocupar distintas funciones profesionales y cargos públicos de elección. Sus antecedentes políticos indican que de regreso a San José, en 1996, fue integrante del “Foro de Mujeres para la Integración Centroamericana” y en 1997 se constituyó como coordinadora de la “Red de Mujeres Afrolatinoamericanas y Afrocaribeñas”, desde donde comenzó a destacar y ser reconocida. También fue fundadora de la “Alianza de Pueblos Afrodescendientes de América Latina y el Caribe”, del “Centro de Mujeres Afrocostarricenses” y del “Parlamento Negro de las Américas”. En su haber profesional se destaca que fue directora ejecutiva del “Centro de Mujeres Afro” y Presidenta del “Grupo de Trabajo sobre Afrodescendientes en las Américas y el Caribe”. Docente en la Universidad de Costa Rica (UCR) y coordinadora del Proyecto Afrodescendientes en los Censos (Gómez, 2018: 1-2).

Entró al PAC hacia las elecciones del 2002, cuando decidió ser diputada para luchar, por canales institucionales, por la defensa de los derechos de la mujer y de los afrodescendientes. El Partido Acción Ciudadana se constituyó a fines del 2000, fundado por un grupo de políticos escindidos del Partido Liberación Nacional (PLN), con ideas progresistas y bajo el liderazgo de Otthón Solís Fallas, participaron sin éxito por la presidencia en 2002 y 2006, hasta que obtuvieron el triunfo en 2010. Entonces el PAC se presentaba como una organización política que incluía a diversas expresiones sociales y buscaba romper con el bipartismo histórico conformado por el PLN y el Partido Unidad Social Cristina (PUSC). La transición del activismo político a la política institucionalizada de Epsy Campbell, ella la explica de la siguiente forma:

Yo llegue al partido una vez que estaba ya constituido, porque además el partido abrió los espacios para que representantes de movimientos sociales optáramos a puestos de decisión en lugares realmente privilegiados. Entonces hay una invitación a organizaciones sociales para que se incorporen en las filas y a través de un espacio que construimos posteriormente que es el Consejo Consultivo de la Sociedad Civil, que es un espacio de organizaciones sociales que no tienen que darle la adhesión al partido pero que dialogan permanentemente con el partido para nutrir la propuesta política partidaria y para tener la posibilidad de discutir con ellos lo que nosotros estábamos llevando a la Asamblea Legislativa en ese momento. (Tamayo, 2007: 1)

Epsy Campbell, como otras personalidades que han iniciado su trabajo social y político con las organizaciones de la sociedad civil, en la lucha por defender los derechos humanos, laborales, sociales y culturales de los desposeídos, han decidido pasar de la política informal a la institucional, bajo el supuesto de que se puede lograr más dentro de los órganos de representación política que por la lucha social; en el entendido de que no deben ser actividades excluyentes sino complementarias. Hay en el fondo de la decisión una suposición de lograr mayor alcance en los objetivos para los grupos representados y el efecto vinculante que institucionalice los logros obtenidos. Campbell lo argumentaba así:  

Siempre creí que mi espacio de acción eran las organizaciones sociales. Además, veía la política con bastante desdén. Siempre pensé que no era un punto de llegada para mí. Tenía mucha crítica hacia la política tradicional, pero también tenía la certeza de que una puede hacer las cosas que quiere por su país y por la sociedad, como un todo. Soy una mujer con una vocación internacionalista desde siempre, pero nunca he dejado de lado la parte nacional. Había tenido algún nivel de reconocimiento entre las organizaciones y los fundadores del que hoy es mi partido político (Partido Acción Ciudadana), me invitaron a participar como parte de una lista de las diputaciones que iban a ofrecerle a la ciudadanía. Yo no soy fundadora de mi partido, aunque todo el mundo me ubica como tal, porque cuando se dio a conocer una de las caras más conocidas era la mía. Pero en realidad ellos me llamaron y tuve que pensarlo mucho, y cuando leí lo que me estaban planteando, me di cuenta de que coincidían con mis ideas. Entonces, al decir ‘sí', la asamblea del partido me eligió como candidata, en tercer lugar, en la lista de diputaciones, y seis meses después, me convertí en diputada. O sea, que mi antecedente político es mi activismo social, digamos que esa actividad fue la que me permitió entrar a la política. (Redacción, 2018: 1)

La carrera política de Epsy Campbell como representante en la Asamblea nacional, de liderazgo dentro del Partido Acción Ciudadana y como parte de la élite política de Costa Rica ha sido vertiginosa y muy exitosa. Fue diputada en dos ocasiones por el PAC, electa por la provincia de San José, en donde fue jefa de la fracción legislativa entre el 2003 y 2005. Fue Presidenta del PAC (2005-2009) y precandidata a la presidencia en su partido en 2010, enfrentando en la elección interna a Otthón Solís, quien fue postulado finalmente; entonces la opinión pública la consideraba presidenciable y una de las personalidades más conocida y popular del PAC. 

Como Diputada en la Asamblea de representantes, en sus dos periodos, participó en las comisiones de “Pacto Fiscal y Reforma Fiscal Estructural”, la “Permanente de Asuntos Hacendarios”, la “Subcomisión de Presupuesto de la República”, “Especial de Aduanas”, “Control de Ingreso y Gasto” y de “Asuntos Internacionales y Comercio Exterior”. Fue considerada en 2003 como una de las diputadas mejor valoradas, en 2004 como una de las 10 personalidades más populares y en  2005 algunas encuestas la colocaban como la mujer con más  probabilidades de convertirse en presidenta de Costa Rica (ACIAMERICAS, 2008: 1).

Si bien es cierto que su participación en tribuna y en distintos foros nacionales e internacionales, tuvieron como tema central la defensa de los derechos humanos, el empoderamiento de las mujeres y la atención a la problemática de los Afrocostarricenses, se debe destacar que su especialidad política tiene que ver con temas económicos y de relaciones exteriores. Por su perfil de economista, fue  destacada su postura en la tribuna legislativa en asuntos relacionados con la reforma hacendaria, el presupuesto público y el comercio exterior. Uno de los aspectos que se han destacado de Epsy Campbell son sus conocimientos en temas financieros, mercantiles y socioculturales, en donde despunta su postura en favor de la equidad social.

Epsy ha sabido combinar la actividad política con la actividad académica e intelectual, no sólo como conferencista y ponente en Congresos y foros, sino también a través de la publicación de artículos y libros. Entre sus obras están: Racismo en Costa Rica (1996); Género y Manejo de Recursos Naturales (1996); Construyendo una Centroamérica con Equidad (1996); Justicia y Discriminación en Costa Rica (1999); Hacia una integración desde abajo (1999) y Poderes Cuestionados: Sexismo y Racismo en América Latina (2001), que publicó con Gloria Careaga (edición UNAM), entre otras (ACIAMERICAS, 2008: 2). En estas obras ha logrado plasmar sus ideas respecto a que no se puede superar la pobreza, la inequidad y la desigualdad si no se termina con el racismo de que son objeto las mujeres, campesinos, jóvenes y negros. De igual forma pone énfasis en que los problemas de los excluidos y marginados de Costa Rica deben ser comprendidos como un asunto regional, de toda Centroamérica, y continental, de América Latina. Por eso el alcance de su visión y propuesta ha tenido alcances internacionales y no sólo nacional.

Políticamente ha sabido posicionarse y mantenerse en un sistema político en donde la clase política está dominada predominantemente por una elite de varones blancos. Desde el punto de vista del género, se convirtió en 2018 en la segunda mujer en ocupar la vicepresidencia  del país, cargo por el que ya había competido sin éxito en 2006; la primera vicepresidenta fue Victoria Garrón (1986-1990). En realidad el ambiente político para la mujer se ha vuelto favorable, toda vez que Laura Chinchillo fue la primera presidente de Costa Rica en 2010-2014). En relación a la población afro, se debe señalar que ha sido una de las diputadas afrodescendientes más destacadas, aunque no fue la primera, pues Thelma Curling (en 1982-1986) se distinguió como la primera legisladora afrocostarricense.  

Como parte del empoderamiento de Epsy Campbell como mujer, participó en diversas comisiones sobre género, economía y derechos humanos en el recinto legislativo, lo que la llevó a ser reconocida en el plano nacional e internacional. De tal forma que ha sido una destacada consultora y conferencista internacional en temas de empleo, género, mujeres, derechos humanos, desarrollo social y pueblos afrodescendientes. Su propuesta discursiva vincula la discriminación de género y pertenencia étnica al racismo, por lo que la superación de la pobreza, desigualdad, inequidad y discriminación, van de la mano con la lucha contra el racismo.

 

El perfil negado de María Elena Moyano y Epsy Campbell

María Elena Moyano y Epsy Campbell son dos mujeres de América Latina que forman parte de la lucha social y política en contra de la discriminación y racismo por razones étnicas, de género y situación social. Su condición de mujer y afrodescendiente, nacidas y formadas en un ambiente con actitudes discriminatorias y racista, del medio urbano de Lima y San José, ciudades capitales de Perú y Costa Rica, perfiló su desarrollo social y político, primero en las organizaciones de la sociedad civil y luego dentro de los canales institucionales del poder público. Ambas han sido reconocidas por las élites políticas de su país y por institucionales nacionales e internacionales como mujeres íntegras, ejemplo de las luchas sociales y virtuosas por defender los derechos humanos; sin embargo, hay una propensión, en la clase dominante, por negar o minimizar su ascendencia africana, el color obscuro de su piel, sus costumbres y tradiciones ancestrales.   

La historiografía estatal, los medios de comunicación oficiosos y el discurso político dominante de Perú y Costa Rica se han encargado de prescindir y restar importancia a la identidad afrodescendiente de María Elena Moyano y Epsy Campbell. Las valoraciones que se hacen de ellas como “activista política”, “protectora de los derechos humanos”, “mujer empoderada”, “guardiana del desfavorecido” y “política destacada, son aceptadas y estimuladas, porque no trastoca el ideal criollo-europeo que siempre se ha querido proyectar: una sociedad social y culturalmente homogénea.

Si bien es cierto que los gobiernos de Perú y Costa Rica reconocen en sus constituciones el carácter pluricultural y multiétnico de sus países, en el terreno de los hechos tratan de ocultar y borrar las contribuciones colectivas y de personalidades destacadas con identidad afrodescendiente. La clase dominante en ambos países reconocen la diversidad social y cultural, pero más como algo folklórico, de ubicación geográfica específica, con tradiciones y prácticas minoritarias y con recreación vivencial sólo en algunas fechas y regiones; por ejemplo las costumbres y usanzas afroperuanas en El Carmen y Yapatera o las prácticas afrocaribeñas en Limón, Costa Rica.

Lo cierto es que en Perú y Costa Rica, como en muchos países latinoamericanos, la población de ascendencia africana conforma sectores poblacionales y culturales importantes, con aportaciones a nuestros países no sólo en la música, danza, gastronomía y tradiciones representativas, sino también en la economía, sociedad y en la política, como en los casos de Moyano y Campbell. Para la clase dominante reconocer la participación y trascendencia de personalidades de piel negra, de origen africano o caribeño, resulta un serio cuestionamiento al ideal de la casta política que se asume criolla, eurocéntrica y occidental. Por ello se muestra abierta a reconocer que sectores sociales como las mujeres, jóvenes, campesinos y obreros incursionen y destaquen en la actividad política, siempre y cuando no trastoquen su imaginario “correcto” de estado-nación.

María Elena Moyano y Epsy Campbell son ejemplo de mujeres y madres destacadas y se les reconoce como luchadoras sociales, personas inteligentes, con liderazgo e iniciativa política; pero se toma con reserva su ascendencia e identidad afrodescendiente. Invisibilizar también es una forma de racismo, y esa es la manera como se ha tratado de minimizar la caracterización étnica de dos mujeres que entendieron que, la lucha contra la discriminación, marginación, inequidad y exclusión, también es una lucha en contra de todas las formas de racismo. Descubrieron que la actividad política es un instrumento más por lograr el reconocimiento y respeto a los derechos humanos, sociales, culturales y educativos de quienes están azotadas por la pobreza y el olvido estatal, de quienes ocupan el escalón social más bajo: trabajadores, mujeres, indígenas y afrodescendientes.

La revisión de la trayectoria social y política de Moyano y Campbell nos revela que el medio social y cultural en el que crecieron, urbano, popular y citadino de Lima y San José, en donde las actitudes de marginación y machismo en contra de las mujeres y de exclusión y racismo en contra de la población negra, que son cotidianas y arraigadas, generó en ellas un interés por los problemas de marginación y por la defensa de los derechos humanos.

María Elena Moyano vio en la defensa de los derechos de las mujeres y en la búsqueda por superar la situación de pobreza de la población de los barrios pobres, un aliciente para participar políticamente en organizaciones sociales que representaban una vía no violenta por mejorar las condiciones de vida de la sociedad. Comprendió que la lucha por eliminar la violencia contras las mujeres, era al mismo tiempo un canal mediante el cual se podría combatir la pobreza, la desigualdad, la discriminación y el racismo. Superar la situación de desigualdad y marginación de las madres y mujeres en general, ayudaba también a la población de barrios empobrecidos a alcanzar el acceso a la educación, salud, trabajo y servicios públicos elementales; lo cual al mismo tiempo contribuía a alcanzar una sociedad  con mejores condiciones de vida.   

La población afroperuana constituye un sector poblacional importante de Perú, principalmente en la costa, en zonas rurales y en barrios marginales, como Villa El Salvador, donde creció y participó en organizaciones sociales María Elena Moyano. Jorge Rafael Ramírez señala:

En cuanto a su ubicación geográfica las y los afroperuanos por lo general residen en los barrios y lugares más pobres de las zonas urbano-marginales y agrícolas de la costa peruana, donde la falta de servicios básicos elementales afecta drásticamente los niveles y la calidad de vida. Las familias negras sufren las graves consecuencias de la desocupación, el desempleo, baja calidad educativa, el racismo y carencia de oportunidades, todo lo cual incide en el desarrollo de una débil autoestima e identidad para una gran mayoría de afrodescendientes.

Los hogares afroperuanos tienen un ingreso per cápita mensual menor que el promedio nacional haciéndolos ocupar estratos socioeconómicos bajos y experimentar distintos niveles de discriminación étnica que limitan la calidad y calidez de los servicios de salud, educación y empleo a los que acceden. Además, analizando las concepciones de la población afrodescendiente sobre su propia situación de pobreza, esta población se percibe víctima de una doble exclusión: debido a sus condiciones socioeconómicas y a sus características étnico-raciales (…)

Si esto es así con la población afroperuana en general es mucho más grave con la mujer afroperuana en particular, la cual es víctima del machismo y marginación por ser mujer y ser pobre. En la mayoría de los casos las afroperuanas tienen menor acceso a los servicios educativos y se desempeñan por lo general en oficios de muy baja remuneración lo cual contribuye al llamado proceso de Feminización de la Pobreza. Sin embargo, al igual que las mujeres de otras poblaciones étnicas, las afroperuanas han sido un soporte fundamental de la familia negra y se han incorporado crecientemente a las organizaciones de sobrevivencia promovidas por las mujeres de campo y la ciudad, un ejemplo claro de estos lo constituyó María Elena Moyano, quién ofrendó su vida heroicamente en el combate al terrorismo en defensa de la paz. (Ramírez, 2015: 29)

Desde entonces, su imagen, su memoria y su ejemplo, ha sido utilizado en Perú como bandera visible de la lucha en contra de la pobreza, la injusticia y el terrorismo. De igual forma, gobernantes, líderes sociales y políticos han recurrido a su virtuosa trayectoria para ensalzar la democracia, los derechos humanos, la libertad y la igualdad social. Sin embargo, poco se destaca que María Elena Moyano era afroperuana y que su lucha era en favor de los derechos de todos los afrodescendientes de los barrios pobres de las ciudades, de aquellos con graves problemas económicos, con limitado acceso al empleo, educación, salud y vivienda; aspecto sobre el que no se repara y enfatiza debidamente.

Debido al proceso de estabilidad democrática que se pretendía establecer en Perú, luego de una década de guerra interna entre el Estado y Sendero Luminoso, la imagen de María Elena Moyano, con su muerte en 1992, fue utilizada para minar el apoyo social que pudiese tener el movimiento guerrillero entre las capas sociales marginadas, urbanas, barriales y campesinas. Los medios de comunicación y el discurso gubernamental destacaron el papel social de Moyano, su lucha a lado de los pobres de las zonas urbanas, su férrea defensa de las mujeres y madres peruanas, su participación institucional como teniente alcalde en su distrito y su oposición al avance de SL  en los barrios marginales de Lima; pero casi nada se hizo alusión a su identidad étnica como afroperuana.

Luego de su asesinato, Moyano fue aclamada por todos los medios de comunicación como una figura heroica que repudiaba la violencia, y varios analistas han citado su asesinato como un punto de inflexión en la guerra entre el Estado peruano y Sendero Luminoso. Al mismo tiempo, el Estado trató de apoderarse de la memoria de Moyano, y lo desplegó como un elemento legitimador de sus políticas, lo cual fue clave en su intento de conquistar los corazones y mentes de los ciudadanos peruanos en la guerra contra Sendero Luminoso. El ex Presidente Alberto Fujimori (1990-2000) y sus aliados invocaron a menudo su memoria para recordar a los peruanos la brutalidad de Sendero y para legitimar la política contrainsurgente del Estado. En todo este embalaje y mercadeo de la memoria de Moyano, su militancia política de izquierda y sus elocuentes críticas—tanto hacia la violencia por parte del Estado como ante políticas económicas neoliberales del gobierno de Fujimori—fueron borradas y silenciadas. (Burt, 2010: 170-171)

Desde entonces, el oficialismo se ha encargado de destacar sólo aquello que conviene a los intereses del Estado peruano, aquello que no trastoque el ideal criollo-mestizo de la clase dominante, incluso de los familiares de María Elena Moyano, como su hermana Martha, quien se convirtió en diputada, y desde cuyo cargo se facultó de sólo enfatizar la cara anti-terrorista de María Elena, obviando que ésta también hizo críticas al gobierno, a la clase política y al ejército que también cometía excesos con la gente de los barrios marginales. La ola comunicativa oficial en torno a su figura se sintetiza así:

En este sentido, la memoria de María Elena Moyano fue instrumentalizada para dar forma a una narrativa que tenía un objetivo político muy específico: exculpar ante la opinión pública nacional a Fujimori y asegurar la supervivencia política de su partido. Lo que resulta más paradójico es que fuera Martha, la hermana de María Elena Moyano, una de las actoras principales en este esfuerzo por reconstituir la imagen de Moyano como víctima de Sendero al servicio del fujimorismo. (Burt, 2010: 197)

No obstante, en fechas más recientes, con las La Organización de las Estados Americanos (OEA), cuando aprobó en su Asamblea General de 2016 el “Decenio de las Personas Afrodescendientes”, resaltó algunas figuras que han destacado en la América Latina, entre las personalidades incluyó a Nicomedes Santa Cruz, destacado artista e intelectual; pero también a María Elena Moyano, de quien dice:

Afroperuana, luchadora social y dirigente vecinal del distrito de Villa el Salvador. Conocida como “Madre coraje”, representó una de las más notorias personalidades de oposición al grupo terrorista Sendero Luminoso, organización que entre los años de 1980 y 2000 se levantó en conflicto armado en contra del Estado peruano. Desde su rol de presidenta de la Federación de Mujeres de Villa El Salvador, se alzó en contra de Sendero, y en defensa de los derechos humanos y la construcción de una cultura de paz, movilizando a la población de su distrito y teniendo gran influencia en el resto del país. (OEA, 2016: 1)

Otro esfuerzo más reciente es el del Centro de Desarrollo Étnico (CEDET) de Perú, que a través de múltiples actividades culturales, de difusión y promoción ha apoyado la publicación de obras educativas y de formación de la identidad afro, como la de Personajes Afrodescendientes del Perú y América (2015), en donde incluye a María Elena Moyano como una de las más destacadas personajes afroperuanos (imagen 4).  

Imagen 4. Portada de <em>Personajes afrodescendientes del Perú y América</em>
Imagen 4. Portada de Personajes afrodescendientes del Perú y América

Epsy Campbell Car, por su parte, forma parte de una familia de clase media de San José que le apoyo con recursos materiales y humanos suficiente para concluir una preparación universitaria. Creció en un seno familiar que favoreció su desarrollo personal y humano, sin limitaciones materiales o intelectuales. Pero, que sufrió desde su niñez, juventud y adultez de las actitudes racistas, discriminatorias y prejuiciosas de una sociedad poco tolerante y abierta a reconocer la aportación afrodescendiente en la formación de la nación costarricense. Muestra del trato discriminarlo y racista hacia los Afrocostarricenses de Limón, principalmente, pero de todo el sector disgregado por las siete provincias del país, fueron las leyes que en el siglo XIX y en una etapa temprana del XX, buscaron impedir que se importaran africanos, emigraran trabajadores del caribe, que pudiesen movilizarse internamente hacia la capital o que adquirieran la nacionalidad (Senior, 2011: 83-207).   

En San José, como en las provincias de la costa, principalmente en Limón, los afrodescendientes son objeto de discriminación y racismo, se encuentran condenados a trabajos con baja remuneración, al difícil acceso a la educación, salud, vivienda y servicios públicos. Pero la situación más delicada son las actitudes de distinción por parte de la población mayoritaria que niega su pertenencia nacional, que los desdeña en el transporte público, escuelas, centros de salud, bancos, cines, teatros y oficinas públicas. Son excluidos de la historia oficial, a pesar de su aporte económico en la formación de un país dedicado a la producción agrícola y exportación de frutas o en la construcción del ferrocarril que conecto al Valle Central con la Costa Atlántica. Y son invisibilizados al presumir de ser una nación con población mayoritariamente blanca, homogénea y de costumbres europeas occidentales, con la “excepción” de algunas regiones bien localizadas en donde “ellos” (los afrocaribeños o jamaiquinos) recrean sus costumbres y tradiciones exóticas. Sin dejar de mencionar que en los censos y en el discurso oficial niega que dicha población tenga una verdadera importancia numérica o cultural.

A todas esas actitudes racistas y discriminatorias tuvo que enfrentarse Epsy Campbell durante su proceso formativo y en la vida cotidiana, situación que incluso sufrió en la provincia de Limón, en donde no fue diferenciada por ser “negra”, pero de San José. Por eso ella consideraba que toda lucha en favor de los derechos de las mujeres, formaba parte de una lucha mayor por mejorar a los demás sectores sociales desfavorecidos de Costa Rica, pobres, campesinos, indígenas y afros. Su participación en las organizaciones civiles y sociales tenía como objetivo superar la inequidad de género, pero también vislumbraba mejorar la situación de vida de otros grupos poblacionales minoritarios como a los Afrocostarricenses, al cual pertenece. Tal situación la podemos ejemplificar a través de sus ideas reveladas en una de sus ponencias presentada en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL:

El racismo y más específicamente el modelo económico racista se construyó a partir de una realidad también económica milenaria, el sexismo, en la cual los poderes y los recursos se encontraban en manos de los hombres, siendo las mujeres prácticamente propiedad de los hombres, al igual que lo eran las casas, las tierras y los caballos. El racismo, reafirma el sexismo e incorpora en su seno las diferencias sexuales y la superioridad de los hombres sobre las mujeres como una característica inherente y constitutiva de esa ideología. Del mismo modo el sexismo incorpora a la diferenciación racial como una categoría de estratificación, creando una pirámide que no solo está marcada por la diferenciación sexual sino también por la distinción racial, que reafirma, como se planteó anteriormente a lo blanco como prototipo de lo humano en contraposición de lo negro relacionado siempre con lo no humano o lo menos humano (Campbell, 2004: 2).

Por ello, como diputada afrocostarricense, además de luchar por el reconocimiento de la comunidad negra, en los ámbitos laboral, educativo, social y cultural, y de buscar el reconocimiento constitucional del Costa Rica como sociedad pluricultural y multiétnica, tuvo que defender también los derechos de las mujeres para lograr la igualdad de derechos frente a los varones y que se les reconozca la plena equidad en los ámbitos educativos, laborales y culturales. Así, el combate a la doble discriminación es un sello distintivo de Epsy Campbell, como luchadora social, activista política, funcionaria partidista, legisladora (y hoy como vicepresidenta y canciller de Costa Rica) ha representado y defendido los derechos de las mujeres costarricenses en diversos foros nacionales e internacionales, al mismo tiempo que ha pugnado en favor de la población negra[2] en su país. 

Los discursos de Epsy Campbell como política, las conferencias, ponencias y publicaciones como académica, los postulados personales en los foros nacionales e internacionales y en el Congreso de Costa Rica, así como en las entrevistas ofrecidas a periódicos y revistas, es evidente que vincula el problema de discriminación de la mujer con el de racismo hacia los afrodescendientes, en una postura en donde transforma uno implica también el segundo, por ello propone superar la doble discriminación y todos los tipos de distinción negativa. Su planteamiento es el siguiente:

Bueno, yo quiero decir que he tenido, no sé si se llama suerte, pero…yo entré como diputada y fui jefa de la fracción de mi partido y recibí un apoyo impresionante, por eso digo que en Costa Rica la gente está deseosa de cambio. En el primer año de mi gestión fui declarada la mejor diputada del país. A partir del segundo año, superé en todas las encuestas –esas encuestas que cuestiono tanto- a todos los políticos tradicionales, y siempre fui catalogada como la política con mejores oportunidades positivas a nivel nacional. E inclusive, antes de las elecciones de 2006, tuve que tomar una opción si quería ser o no candidata presidencial pero no era por presión interna del partido, era por la presión externa de importantes sectores que pensaban que el país estaba listo para una presidenta negra. Qué significa esto para una mujer afro? Primero que cuando la sociedad nos mira en lo que somos se da cuenta que el prejuicio racial es parte de la ignorancia cultural, ósea como decir que una mujer es buena o mala porque es mujer o porque es negra. Yo, además, entré a los temas más duros de la política, como economista trabajé en el tema fiscal, en comercio internacional, en presupuesto, que se yo, entonces como que la gente se puso a pensar, yo digo, me convertí en una protagonista de la política en temas que eran tradicionalmente de hombres y jamás de negros. Creo que ahí hubo un rompimiento de estereotipos que me permitió entrar a un diálogo más directo. Obviamente, un caso individual no puede extenderse como para decir que ya tenemos el tema solucionado. Yo creo que estamos en un debate permanente. Nuestro partido, tiene la terrible falta de haber tenido dos diputados afrodescendientes en el anterior  periodo y ninguno en este periodo, siempre hay ires y venires. (Tamayo, 2007: 2).

La baja representación política afrodescendiente, que nunca ha rebasado el 5.2%, junto con la ausencia de una agenda afrocostarricense única, ha provocado que el impacto sea visto, desde el centro, como un asunto folclórico. No hay que dejar de subrayar la tendencia de la élite política nacional de negar la raíz africana y defender el carácter blanco mestizo de Costa Rica. Es común en Limón la expresión de que “Para los del Valle Central sólo hay una Costa Rica, como si ellos produjeran la riqueza del país; siempre nos han visto como de segunda y eso no es posible en un país que se asume como el más democrático de Centroamérica” (Martels, 2018: 1). 

No es gratuito que en el proceso electoral del 2018, cuando Epsy Campbell fue electa como Vicepresidente del país, primera mujer afrodescendiente en ocupar el cargo, se destacó como una mujer exitosa, una política de carrera, luchadora social, economista e internacionalista, que vendría a colaborar con un gobierno que se plantea resolver problemas urgentes de balance comercial, política fiscal y productividad; pero en el cual no se destacó su pertenecía étnica de manera relevante. Una explicación a tal situación es que para la clase política son más importantes los temas macro y microeconómicos, y de reconocimiento e inclusión de sectores sociales que no cuestionen su ideal de nación blanca mestiza homogénea. En fin, que se niega, oculta y desdeña todo reconocimiento étnico que cuestiones un imaginario colectivo deseado, aunque no responda a la realidad diversa de nuestros países latinoamericanos.    

 

Conclusión

En Perú y Costa Rica, como en muchos países de América Latina, hay una tendencia a negar la participación y aporte económico, social, cultural y político de la población descendiente de África que, en distintas épocas, costumbres y momentos históricos han conformado una tercera raíz de nuestra identidad.  Como se ha constatado, en los dos países revisados no ha sido enfatizado lo suficiente la identidad étnica de María Elena Moyano como afroperuana de un barrio marginal de Lima, ni la misma condición de Epsy Campbell en Costa Rica. Invisibilizar la identidad de los actores sociales y políticos es una forma de discriminación, y sí estos tienen una pertenecía étnica afrodescendiente es racismo institucional, que se debe interpretar como etnocidio en tanto que busca desaparecer mediante la negación discursiva de una raíz constitutiva del peruano y costarricense diverso y multicultural.

Por ello, es importante subrayar la importancia de María Elena Moyano para los afroperuanos como de Epsy Campbell como afrocostarricense. Enfatizar dentro del mundo de destacados artistas, deportistas e intelectuales afrodescendientes el significado emblemático de las  luchadoras sociales que a fines del siglo XX han contribuido con los esfuerzos por mejorar la condición de vida de mujeres, negros y los desposeídos en general. La revisión bibliográfica y testimonios, señalan que María Elena Moyano y Epsy Alejandra Campbell Car fueron grandes activistas y defensora de los derechos de la mujer y de la población peruana y costarricense en general, pero también eran afrodescendientes y como tal debe rescatarse también su valía para la población afro, en donde eliminar la doble o triple discriminación, es parte de una lucha integral para eliminar cualquier tipo de racismo en nuestra América Latina.   

Existen de alrededor de 200 millones de habitantes afrodescendientes a lo largo y ancho de las Américas, que según lo han reconocido los órganos del Sistema Interamericano, continúan siendo víctimas del racismo, de la discriminación, y además, siguen siendo privados de algunos de sus derechos y necesidades básicas. Invisibilizar y negar su importancia, forma parte de una tendencia de la clase política de todas las naciones por exteriorizar una imagen distorsionada de la realidad que, a todas luces, se revela como diversa, multicultural y pluriétnica. Las mujeres han contribuido en la lucha contra hegemónica del sistema mundo que se asume homogéneo, pero en el entendido que toda lucha de género es al mismo tiempo una disputa en contra del racismo y cualquier forma de discriminación de que son objeto de la población subalterna en nuestra América.     

 

Notas:

[1] Doctor en Ciencias Sociales  (UAEM). Maestro en Estudios Latinoamericanos (UNAM), licenciado en Ciencia Política (UAM-I) y Doctorante en Estudios Latinoamericanos (UNAM). Es coautor de los siguientes libros: El capital social en el Estado de México 2000-2009, Diagnóstico, estado y desafíos de la democracia mexiquense (2013); El voto en los procesos electorales del Estado de México 2000-2009 (2012), Partidos políticos en el Estado de México (2012), Gobernabilidad, partidos políticos y elecciones en el Estado de México (2010) y El proceso electoral mexiquense ´99, (2000). Autor de artículos en las revistas: LiminaR. Estudios sociales y Humanísticos, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Espacios Públicos, Apuntes Electorales, Convergencia y El Cotidiano. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma del Estado de México, campus Amecameca. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. CONTACTO: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Epsy Campbell, como algunos autores que estudian y explican la situación de los afrodescendientes utilizan la palabra “negro” o “negros”, como una forma de identificarse, sin que lleve un sentido peyorativo. La palabra “afrodescendiente” que es una manera políticamente correcta de nombrarlos es relativamente reciente y en muchos casos extraña para los propios descendientes de africanos, quienes poco a poco han adoptado el término genérico de afrocostarricense. Aquí no nos ocupamos del debate, pero valga la aclaración. 

 

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Cómo citar este artículo:

CEDILLO DELGADO, Rafael, (2018) “María Elena Moyano y Epsy Campbell. La lucha contra la doble discriminación en América Latina”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 37, octubre-diciembre, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1681&catid=4