Pueblo, Poder y Autoridad en los Suplementos de La Protesta (1922-1930). La columna “Militarismo, comunismo y antimilitarismo” de “Pierre Ramus”

Nicolás Andrés Tacchinardi[1]

 

 

 

Advertencia del autor

Este es el segundo de una serie de artículos en los que analizamos los usos y significados de los conceptos “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad” y su vínculo con los principios doctrinarios defendidos en los Suplementos publicados por La Protesta entre el año 1922 y 1930. Los dos primeros apartados reproducen con correcciones los dos primeros apartados del primer artículo de esta serie.[2] Consideramos relevante su inclusión aquí por los siguientes motivos: presenta a lectores que no hayan accedido al primer artículo de la serie los antecedentes y lineamientos generales de la investigación de la que este artículo ofrece un resultado parcial y resuelve imprecisiones del artículo anterior.

 

Introducción

Si bien mucho se ha escrito sobre el movimiento anarquista en general y sobre el periódico La Protesta en particular, exceptuando nuestro primer artículo de esta serie, ningún estudio se ha ocupado antes de los Suplementos que se publicaron entre el año 1922 y el año 1930. En estos Suplementos, los protestistas se hicieron cargo de la falta de reflexión y divulgación doctrinaria imprescindible para el anarquismo en un momento de desplazamiento de centralidad del anarquismo comunista en la organización del movimiento obrero. Por la importancia que tuvo La Protesta como órgano de expresión del anarquismo comunista, y debido a la relevancia que sus directores[3] les consagraron a estos Suplementos como órgano de difusión y reflexión doctrinaria, consideramos imprescindible ocuparnos de reconstruir la[s] doctrina[s] protestista[s] a partir de estas fuentes aun no exploradas.[4]

Realizar un estudio de estos Suplementos nos proporcionará materiales sumamente relevantes para reconstruir tanto las doctrinas anarquistas que circulaban en la década del ’20 en Argentina como las disputas por los sentidos de los conceptos “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad”. Además, nos permitirá evidenciar qué sentidos de estos conceptos fueron tomados o descartados por el movimiento.

Ahora bien, La Protesta. Suplemento Semanal (de ahora en más LPSS) cuenta con 255 números publicados (en su mayoría de 8 páginas, con excepciones en números especiales que son más extensos), y de La Protesta. Suplemento Quincenal (de ahora en más LPSQ) se han publicado 80 números (en su mayoría de 16 páginas, con excepciones análogas a las de LPSS). Por la cantidad de artículos que componen la totalidad de la publicación, consideramos pertinente realizar una selección de una muestra que resulte significativa para llevar a cabo nuestros propósitos. Para que la muestra sea pertinente, hemos adoptado los siguientes criterios: nos centramos en artículos que cumplan la función de “editorial”; en artículos que sean firmados por sus directores (Emilio López Arango y Sinesio Baudilio García Fernández), ya sea con sus nombres o con seudónimos reconocibles; en columnas que tengan permanencia en por lo menos cinco números consecutivos; y en artículos que fueron publicados por partes en cinco números o más debido a su extensión.

Partimos de la siguiente hipótesis: los principios doctrinarios y los conceptos fundamentales de las doctrinas se determinan mutuamente. Los sentidos aceptables de los conceptos se encuentran restringidos por los principios adoptados, y los principios adoptados requieren la aceptación de significados particulares de esos conceptos.

Consideramos que la corroboración de esa hipótesis requiere de un proyecto de investigación que debe desarrollarse en tres etapas:

Una primera etapa que se debe llevar a cabo en tres movimientos. 1) se debe realizar un trabajo de interpretación a través del análisis de los argumentos presentados en las muestras seleccionadas para identificar los principios doctrinarios que se encuentran formulados o supuestos en dichas argumentaciones. 2) se deben formular de manera precisa esos principios doctrinarios. 3) se deben esclarecer los usos y significados de los conceptos de “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad” empleados en la muestra analizada y su vínculo con los principios doctrinarios. Debido a la ausencia de estudios sobre estos Suplementos de La Protesta, creemos que es pertinente realizar una reposición de los argumentos que se presentan en la muestra seleccionada, comentar esos argumentos y posteriormente realizar el análisis descripto.

Una segunda etapa en la que, empleando el marco teórico de la Historia Intelectual (Pluet-Despatin, 1999; Dosse, 2006; Palti 2004-2005; etc.) y tomando los resultados de la etapa anterior como punto de partida, se recuperen las tensiones y polémicas que evidencian la disputa por los sentidos de los conceptos de “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad” y la relación entre la aceptación de esos sentidos y los principios doctrinarios defendidos, tanto al interior de los Suplementos como en relación con otras publicaciones vinculadas a La Protesta. La reconstrucción de los principios doctrinarios será de suma utilidad para esta segunda etapa, puesto que la disputa por los sentidos de los conceptos sería también una disputa por la aceptabilidad e inaceptabilidad de los principios doctrinarios.  

Y una tercera etapa en la que, utilizando el marco teórico de la Historia Conceptual (Pocock, 2011; Koselleck, 1993,2006; Rosanvallon, 2003), se repongan los significados y usos de los conceptos de “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad” que fueron comúnmente aceptados y adoptados por la comunidad discursiva anarquista en la década del ’20.

Este artículo pertenece a la primera etapa de nuestro proyecto de investigación. En primer lugar, realizaremos una reposición del contexto histórico de publicación de los Suplementos y justificaremos la selección de las fuentes y de los conceptos que hemos elegido. Luego realizaremos un análisis de una de las muestras.

La muestra que hemos seleccionado para este artículo cumple con uno de los criterios establecidos: es una columna publicada en siete números de LPSS. Aquí realizaremos un análisis interpretativo de los argumentos presentados por Pierre Ramus (Rudolf Grossman) para identificar el principio doctrinario que se encuentra supuesto en sus argumentaciones. Luego, esclarecemos los usos y significados de los conceptos de “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad” empleados en sus argumentos. Finalmente, explicaremos por qué consideramos que esos conceptos y ese principio se determinan mutuamente.

 

Cuestiones preliminares: Contexto histórico de publicación de los suplementos, y justificación de las fuentes y los conceptos elegidos

A partir de la década del ’80 del siglo XIX comienza a gestarse en Argentina el anarquismo como movimiento político y cultural, cumpliendo un rol fundamental desde las primeras décadas del siglo XX hasta su momento de decadencia en la tercera década de dicho siglo (Suriano 2001, 2005; Doeswijk, 2013). Durante la primera década del siglo XX, dos concepciones del anarquismo son las de mayor relevancia en Argentina y se expresan en dos periódicos: por un lado, el anarquismo individualista divulga sus ideas a través del periódico El Rebelde, por otro, el anarquismo asociacionista o anarco-comunismo se nuclea bajo el periódico La Protesta Humana, que pasará a llamarse La Protesta a partir de 1903 (Suriano, 2001). Dentro del anarquismo asociacionista pueden diferenciarse tres corrientes: la corriente anarcosindicalista, la corriente de los doctrinarios puros y la corriente de los intelectuales heterodoxos (Suriano, 2001). Esta heterogeneidad que presenta el movimiento anarquista habilita espacios de fronteras difusas propicios para la participación intelectual (Rey, 2012). El anarquismo se ocupó de problemáticas que despertaron interés de sectores que en ese entonces se movían en los márgenes de la vida pública. Y lo hizo mediante la configuración de discursos que contribuyeron a la elaboración de una idea general de pueblo, a una construcción dialéctica del poder a través de las figuras del opresor y el oprimido, y a una fuerte crítica a la idea de autoridad (Godoy, 2000; Suriano, 2001).

Según afirma Suriano (2001), el movimiento anarquista, por sus características ligadas a la militancia de urgencia, relegó la reflexión a un segundo plano, desentendiéndose de las particularidades de la Argentina. Esto le impidió realizar un diagnóstico certero de la sociedad en la que llevaba a cabo sus prácticas. Con la persecución llevada a cabo producto de la Ley de Residencia y de la Ley de Defensa Social, y con la expansión de la participación política de las masas a través de la Ley Sáenz Peña (incompatible con la doctrina ácrata, que rechazaba la delegación del poder que representaba esta Ley), los problemas para el movimiento se incrementaron. En este contexto, el anarquismo comienza a perder fuerzas dentro del movimiento obrero, y finalmente termina siendo desplazado de la dirigencia de la FORA en manos del sindicalismo revolucionario en el IX congreso en el año 1915. “A partir de ese momento y hasta 1922 el sindicalismo revolucionario ingresó en un periodo de crecimiento que lo convirtió en el sector predominante del movimiento obrero” (Suriano, 2005, p. 62). En el año 1922 tiene lugar, además, el proceso de unificación sindical que tendrá como resultado la USA. En ese año, La Protesta, que era el órgano de difusión más importante del anarquismo asociacionista, comienza a editar LPSS, que luego pasará a convertirse en LPSQ.

Si bien se han realizado varios estudios históricos sobre el anarquismo en Argentina (Bayer, 1975; Oved, 1978; Blisky, 1984; Godio, 1985; Barrancos, 1990; Zaragoza, 1996; Colombo, 1999; Mancuso y Minguzzi, 1999; Capelletti, 2006; Suriano, 2001, 2005, 2007; entre otros), no solamente sobre el movimiento en general, sino también sobre personajes importantes del movimiento (Bayer, 1975; De la Rosa, 2014), o sobre instituciones como la FORA (Abad de Santillán, 1971; Blisky, 1985), más extraño es encontrar trabajos que se ocupen particularmente de los periódicos anarquistas (Abad de Santillán, 1927; Rey, 2004, 2017; Di Stefano, 2015) o de las revistas culturales (Minguzzi, 2007, 2014; Rey, 2008, 2012; Malosetti, 2009; Ansolabehere, 2011), sobre todo de los años que Suriano (2005) llama “de caída” del anarquismo. Y sobre los Suplementos publicados por La Protesta entre el año 1922 y el año 1930 no se ha realizado ningún estudio (Domínguez Rubio, 2018).

Estos Suplementos cumplirían el rol de extender la propaganda escrita del periódico para ocuparse de las deficiencias vinculadas a aspectos doctrinario, como afirmarán en la primera editorial:

 

LA PROTESTA realiza más bien una labor sindical que doctrinaria, es necesario suplir esa deficiencia, complementando la obra en su doble faz gremialista y anarquista. […]

en lo sucesivo el diario puede dedicar más atención a esas cuestiones de actualidad relacionadas con el movimiento obrero y la propaganda anarquista en el país, dedicando las páginas del suplemento a aquellos problemas de orden internacional y de carácter puramente doctrinario. (Suplemento semanal, año 1, núm. 1, p. 1).

 

Ante la falta de un espacio para la divulgación de las ideas filosóficas del anarquismo, La Protesta decide publicar estos Suplementos para compensar esa falta de reflexión que no les permitía vincular su doctrina con el contexto de intervención en el que llevaban a cabo sus prácticas. A partir de la crisis en la labor sindical, producida en parte por el fortalecimiento en el sindicalismo del “Comunismo Autoritario” vinculado a la Internacional de Moscú y al avance del proceso de unificación sindical en Estados Unidos, el anarquismo asociacionista comienza una etapa de repliegue desde los espacios de intervención sindical hacia espacios de intervención cultural. En este contexto aparecen estos Suplementos en los que la labor no es la información gremial, sino la reflexión filosófica y la divulgación doctrinaria.

Consideramos que los problemas de diagnóstico que Suriano señala en sus estudios sobre el anarquismo (Suriano 2001, 2005 y 2007) quedan opacados ante la publicación de estos Suplementos: los ácratas, o por lo menos los vinculados a La Protesta, se percataron de la deficiencia en la divulgación de sus doctrinas y de la falta de un espacio de reflexión en torno a las mismas, y es ese diagnóstico el que los lleva a publicar estos Suplementos. Es por eso que las fuentes principales para llevar adelante la primera etapa de nuestro trabajo serán LPSS, publicado entre los años 1922 y 1926, y LPSQ publicado entre 1927 y 1930.[5]

Ante la inexistencia de estudios sobre los Suplementos de La Protesta y debido a que sus objetivos eran de carácter doctrinario, consideramos necesario realizar una reconstrucción de los principios doctrinarios defendidos en dicha publicación a partir de un estudio profundo de la misma y de los usos y significados de los conceptos “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad”. Estos tres conceptos son fundamentales para reconstruir el discurso anarquista en general y el de La Protesta en particular. Por un lado, el concepto de “Pueblo”, como ya han destacado Suriano (2001), Godoy (2000) y Rey (2012), cumple un rol central en el discurso anarquista. Por otro lado, el concepto de “Autoridad” tiene un papel fundamental puesto que, como afirma Suriano, “parecen haber existido varios anarquismos que confluían en un movimiento cuyo eje nucleador era la negación de la autoridad encarnada en el Estado” (Suriano 2001, p. 22). Finalmente, la relación fundamental entre el Pueblo y la Autoridad es una relación de Poder, y es por ello que este tercer concepto resulta igualmente relevante en nuestro análisis del discurso protestista.

Si los conceptos determinan y son determinados por los principios doctrinarios que se defienden, una reconstrucción adecuada de las doctrinas que circulaban en el movimiento requiere la sistematización la red de conceptos fundamentales que en estas doctrinas y discursos se emplean, esclareciendo sus usos, sus significados y los efectos que estos producen en el público al que se encontraban dirigidos y en los receptores críticos de la doctrina ácrata, y los vínculos entre esos conceptos y los principios doctrinarios que se defienden.

 

Los argumentos antimilitaristas de Pierre Ramus (Rudolf Grossmann) en Militarismo, comunismo y antimilitarismo

A partir del número dos de LPSS y hasta en número ocho se publica[n] un[a serie de] artículo[s] escrito[s] por Rudolf Grossmann bajo el seudónimo Pierre Ramus llamado[s] “Militarismo, comunismo y antimilitarismo”; artículo[s] destinado[s] a presentar el posicionamiento de los anarco-comunistas de La Protesta en lo referente a la toma y el mantenimiento del poder a través de las armas. La tesis que funciona como uno de los pilares fundamentales de la doctrina ácrata defendida por quienes adhieren a la línea anarco-comunista de LPSS es que las relaciones de poder que generan relaciones de dominación son producto de y tienen su fundamento en el militarismo. Por lo tanto, uno de los primeros pasos para el establecimiento de una sociedad anarco-comunista sería la desmilitarización de esa sociedad. En otras palabras, para la línea doctrinaria de LPSS, ser anarco-comunista implica necesariamente ser antimilitarista.

A continuación, presentaremos y comentaremos los principales argumentos que Rudolf Grossmann emplea en su[s] artículo[s] para defender esta tesis. Este análisis nos permitirá identificar y formular de manera más precisa el principio que fundamenta estos argumentos para luego esclarecer el significado y uso de los conceptos de “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad” en Militarismo, Comunismo y Antimilitarismo y finalmente mostrar cuál es el vínculo entre estos conceptos y el principio doctrinario defendido por el autor.

El segundo número de LPSS ve la luz el 16 de enero del año 1922 y allí se comienza a publicar el [primero de los ocho] artículo[s] firmado[s] por Rudolf Grossmann bajo el seudónimo Pierre Ramus intitulado[s] “Militarismo, comunismo y antimilitarismo”.

Allí Grossman defiende la siguiente tesis:

 

En todos los tiempos históricos conocidos –aún en la prehistoria de la humanidad y en la antigüedad– el armamento social por un jefe cualquiera, caudillo, emperador, rey, presidente o dictador sovietista, no se ha hecho nunca para defender los intereses de la humanidad sino siempre para mantener el poder y la dominación de los que, según las creencias autoritarias de las masas populares, encarnan los intereses sociales […]. (Ramus, 1922a, p. 3, el subrayado es nuestro)

 

E intenta demostrar que es imposible transitar el camino hacia el comunismo anárquico sin una previa desmilitarización de la sociedad. Según este autor, la militarización de la sociedad produce relaciones de poder en las que un sector de la sociedad domina a otro sector de la sociedad a través de la violencia efectiva o potencial. La dominación por medio de la violencia efectiva, con el tiempo y gracias a las instituciones encargadas de conformar la opinión pública y el ethos comunitario, le imponen a la comunidad mecanismos espirituales para la aceptación del dominio por parte de quienes ejercen esa dominación por medio de esa potencial o efectiva violencia. Gracias a estas instituciones, que legitiman las formas de dominación que el armamento le proporciona al grupo dominante, las masas populares conforman sus creencias autoritarias, que legitiman la relación de dominación a la que el pueblo se encuentra sometido, primero por la fuerza, luego por la amenaza, y finalmente por el ethos comunitario impuesto por los grupos dominantes a través de diferentes instituciones:

 

Los hombres convertidos en Estado a través del triunfo de las armas se sostienen en el poder en primer lugar por la violencia de la minoría armada a ellos subyugada, la cual, por su parte, está ligada a sus dominadores por múltiples intereses económicos y someten con el poder de las armas a los demás elementos del pueblo opositor, hasta que la gran masa –trabajada por la obra armónica del clericalismo, de la teología y de la Iglesia, de la educación y de la escuela, de la opinión pública, de las teorías morales o de las ventajas económicas– reconoce la potencia militar como Estado. (Ramus, 1922a, p.3, el subrayado es nuestro)

 

Es decir, se comienza con la imposición del dominio a través de la violencia por parte de la clase dominante, y luego ese dominio pasa a estar legitimado gracias a la labor de las instituciones que el Estado produce con el propósito de obtener una autoridad que prescinda de la violencia armada efectiva para la aceptación del rol de dominado por parte de las masas populares.  A través de esas instituciones, entonces, se conforman esas creencias autoritarias de las masas populares que legitiman esas relaciones de poder donde la clase dominante hace ejercicio de la “autoridad” que las clases dominadas le otorgan con el propósito de resguardar supuestos “intereses del pueblo”, bajo la forma de intereses sociales que disfrazan los intereses de las clases dominantes.

Es por eso que más adelante Rudolf Grossmann afirma que

 

Esa génesis del militarismo y la fundación del Estado por su medio es completamente perceptible en todas sus formas: tanto como militarismo del pueblo, armamento general, servicio nacional de defensa, milicia popular, como instrumento mercenario de una clase, el militarismo nunca es consecuencia de los intereses sociales de la comunidad que arraigan en la libertad individual. (Ramus, 1922a, p.3)

 

Independientemente de las manos que tomen las armas para esa supuesta defensa de los intereses sociales, el verdadero propósito del militarismo sería la defensa de los intereses de las clases dominantes, que, además, gracias al ejercicio de la violencia y a la posterior imposición institucionalizada de una autoridad legitimada, obtienen, aparte de la dominación por medios económicos que subyugaba a las minorías armadas, la dominación por medios políticos sobre los oprimidos.

Como vemos, el propósito del militarismo sería la imposición del dominio de las clases dominantes sobre las clases dominadas. Esa búsqueda de la imposición de la dominación a través de la violencia militar no solamente es intra-comunitaria, sino también inter-nacional:

 

El único principio del militarismo, como instrumento de violencia del poder dominante –el cual debe siempre aparecer como Estado para someter toda comunidad y forzar a los individuos a servirlo–, lo ha puesto en evidencia clara e internacionalmente la primera guerra mundial, excrecencia de las luchas de la rivalidad entre los Estados Centrales y Occidentales, surgidos del anhelado predominio en los Balkanes, indicando que todos los Estados, sean monárquicos o republicanos, están a merced de los mismos intereses de dominio y de explotación, y por eso, inclinados a inevitables trágicos conflictos. (Ramus, 1922a, p.3, el subrayado es nuestro).

 

Según Grossmann, el militarismo posibilita la dominación de una clase sobre otra para el enriquecimiento de la clase dominante gracias a la explotación de la clase dominada.

Sin embargo, según el autor, el malestar producido por las pérdidas económicas y vitales que trae como resultado la guerra, con el correr del tiempo, crea situaciones revolucionarias:  

 

La guerra mundial, con sus consecuencias, ha creado una situación revolucionaria. Primero en Rusia; después en Austria Hungría y Alemania, el militarismo se descompuso. Tal quebrantamiento trajo consigo en el primer momento su completa disolución, a la cual siguió también la del Estado. Se demostró irrefutablemente que el militarismo es la piedra angular del Estado, en su acción monopolizadora, explotadora, esclavizadora y opresora del pueblo. (Ramus, 1922a, p. 3-4)

 

Para Grossmann, el malestar social y las pérdidas vitales en las instituciones militares durante la primera guerra mundial habilitaron una situación revolucionaria producto de la descomposición del militarismo. Ahora bien, lo importante de este punto de la argumentación de Grossmann es lo siguiente: si con la descomposición del militarismo se vuelve inevitable la descomposición del Estado, entonces el militarismo es imprescindible para el Estado; y, si esto es así, entonces las relaciones de poder que se hacen presentes en cualquier Estado son producto de la violencia efectiva o potencial que ejercen los sectores dominantes de esa comunidad a través del militarismo sobre los sectores oprimidos de esa comunidad. Por lo tanto, toda autoridad estatal que se pretenda legítima no es más que una autoridad precaria que solo se sostiene por la fuerza de las armas.

Sin embargo, en una sociedad donde las ideas del antimilitarismo se encuentren arraigadas, las relaciones de poder que efectivizan la relación opresor/oprimido podrían llegar a abolirse. Y si bien las condiciones para que la abolición de las relaciones de poder caracterizadas por la dominación de un sector de la comunidad sobre otro estuvieron dadas luego de la primera guerra mundial, las ideas antimilitaristas no estaban suficientemente difundidas y arraigadas, y por ello, cuando las condiciones para la revolución estaban dadas, los líderes revolucionarios reestablecieron el militarismo, y con ello las relaciones de dominación de un sector de la comunidad sobre otro:

 

Desgraciadamente, esa preciosa y feliz situación se mantuvo tan sólo un instante. Las ideas de un antimilitarismo positivo y activo no estaban ni en el pueblo ni en el proletariado bastante difundidas. Los jefes ‘radicales’ de la social-democracia, a merced espiritual de las teorías guerreristas jacobino-revolucionarias de los revolucionarios jacobinos burgueses nacidos del 1793 se apresuraron a crear un nuevo militarismo. Bajo el falso y sonoro nombre de Volkswehr (defensa del pueblo) guardia nacional republicana, guardia roja, ejército rojo y otras semejanzas, se crearon ejércitos mercenarios, los que desde el primer momento de su formación, ayudaron a constituirse en poder a una nueva forma de violencia estatal, que de inmediato salvó, erigió y defendió el poder del capitalismo que, en el terreno económico, estaba tambaleante. Pues sólo por medio del militarismo pudo el Estado mantener la estructura económica capitalista. (Ramus, 1922a, p. 4, el subrayado es nuestro)

 

Con el restablecimiento del militarismo luego de la primera guerra mundial, los sectores dominantes cambiaron, pero prevalecieron las relaciones de dominación, con otros lemas, pero con el mismo propósito: el sometimiento de los sectores oprimidos de la comunidad a punta de rifle. Sin embargo, las condiciones materiales no eran las mismas: producto de la guerra, la economía entró en estado crítico las condiciones de vida del proletariado se volvieron más precarias. Por ello afirma Grossmann lo siguiente:

 

Para el proletariado mundial, el cambio de los dominadores del mundo, el traspaso del poder de manos de unos bandoleros y opresores del pueblo, como los capitalistas alemanes y austríacos, a las de los capitalistas de la Entente no significa, por sí mismo, un empeoramiento, un espantoso aumento de la miseria en el nivel económico de la vida.

La causa del hundimiento de las antiguas formas de vida, tienen más bien su origen en la guerra mundial, en las consecuencias naturales de toda guerra, y el proletariado internacional puede aprender en eso que la guerra se hace sólo en favor de los capitalistas, de los propietarios, del Estado y nunca por el bienestar del proletariado.

Al mismo tiempo vemos que los Estados vencidos intentan en todas partes aun engañar al pueblo para que combata nuevamente por los intereses capitalistas. En los países de los Estados vencidos, como en los de los vencedores, los problemas de la reconstrucción y los de la explotación y la opresión internacional del cumplimiento de los deberes del tratado de paz, etc., juegan un rol premeditado para envenenar el espíritu del pueblo y preparar una nueva guerra. (Ramus, 1922a, p. 4, el subrayado es nuestro)

 

Según el diagnóstico de Grossmann, la guerra es impulsada por los capitalistas para su propio beneficio, y estos intentan convencer al pueblo de que los intereses por los que pelearán son los de la sociedad a la que pertenecen. Sin embargo, los intereses por los que realmente se entablan las guerras son los intereses económicos y políticos de los capitalistas, propietarios y funcionarios estatales. El pueblo, por otra parte, compuesto mayormente por el proletariado, es engañado y envenenado para que vele por esos intereses que le son ajenos a través de la lucha armada, y ya sea por la amenaza a punta de pistola o por las creencias autoritarias impuestas a través de las instituciones mencionadas al principio de este apartado, es impulsado a pelear una batalla que, para los oprimidos, solamente generará pérdidas. Por ello, Grossmann sostendrá que

 

Es objetivamente claro y comprensible que sólo la existencia del militarismo y con él la inextricable y complicada industria del armamento y de las municiones dio al Estado poder para organizar y conducir la guerra mundial. Así, el militarismo es el instrumento más violento de todo estatismo para lograr sus propósitos antisociales.

El militarismo es el arma del Estado, que siempre debe volverse contra el principio vital del propio pueblo y de la humanidad, como sucedió claramente en la guerra mundial. (Ramus, 1922b, p. 4, el subrayado es nuestro)

 

Ante esta situación, la apuesta de Grossmann es la lucha por la desmilitarización con el propósito de avanzar hacia la disolución del Estado y con ella hacia la abolición de las relaciones de dominación para instaurar el comunismo anárquico:

 

Sólo esa desmilitarización puede determinar y determinará, como natural consecuencia, la desmonopolización de la sociedad; con esto, al mismo tiempo, se hace posible el nacimiento de un comunismo libertario, como natural expansión surgido del grado de desarrollo, dentro del cual, después, las fuerzas productoras de la sociedad serán enteramente libres. Ningún parásito de la autoridad, del poder existirá entonces y por consiguiente la miseria desaparecerá. La desmilitarización de la sociedad es por eso la condición preliminar del pasaje a una sociedad sin monopolios y con esto hacia el comunismo, como el más natural y sobre todo el más justo y apropiado estado económico de la sociedad.

Para el antimilitarismo, el comunismo forma la base económica de la sociedad sin monopolios. Para existir sin monopolios la sociedad debe apoyarse en una ausencia completa de autoridad en la anarquía. Esto supone la ausencia de todo militarismo, de toda organización armada, y también del Estado, en la sociedad. (Ramus, 1922b, p. 4, el subrayado es nuestro)

 

Entonces, la circulación fluida de las ideas antimilitaristas son necesarias para que no vuelva a suceder lo que ya sucedió (la reinstauración del militarismo bajo otras banderas tras un proceso revolucionario), luego debe haber un proceso de desmilitarización, con ese proceso un habría un avance hacia la disolución del Estado, y con dicha disolución un acercamiento a la desmonopolización de la sociedad  para el arribo al más justo sistema económico posible para una sociedad: el anarco-comunismo, que requiere la ausencia de autoridad, es decir, la ausencia de funcionarios del  Estado, del Estado mismo y de la institución que lo sostiene: las fuerzas armadas. Con la disolución del militarismo, del Estado y de los monopolios se volvería inevitable la abolición de las relaciones de dominación, y con la ausencia del sometimiento la desaparición de la miseria sería inminente.

Ahora bien, ¿Cuáles son las propuestas para el avance del antimilitarismo de Grossmann?

 

para el antimilitarismo consecuente no existe ningún grado de diferencia entre la guerra de defensa y ofensa del Estado, porque el antimilitarismo condena y rechaza toda guerra conducida con una táctica militar, como defensa del Estado, al mismo tiempo que como destrucción de la sociedad y de la vida humana. Por esta razón el antimilitarista, en conformidad a su conciencia, como revolucionario, como anarquista y comunista, y sobre todo, y en modo especial, como hombre animado del más noble y ético ideal de humanidad y de amor personal a sí mismo, debe rehusar al Estado todo servicio militar, todo juramento o promesa y en todo país, debe, por sí y por su pueblo, contra el propio Estado, anunciar y propagar en su ambiente el más absoluto antipatriotismo y el antinacionalismo. (Ramus, 1922b, p. 4, el subrayado es nuestro)

 

Es, entonces, el antimilitarista un sujeto que no solamente debe rehusar cualquier tipo de servicio militar, sino además ser un militante del anti-patriotismo y del anti-nacionalismo. No resulta llamativo este llamamiento considerando que uno de los principios fundamentales del anarco-comunismo es el internacionalismo: para ellos, la guerra entre naciones es una guerra entre las clases dominantes peleada por las clases sometidas, donde las pérdidas vitales y económicas, como ya hemos visto, siempre recaen sobre los hombros del proletariado, sobre los lúmpenes, sobre los pobres. En este punto, para Grossmann, no hay diferencias entre el uso que hace la burguesía y el uso que hace el comunismo ruso del militarismo y la guerra:

 

El comunismo y la revolución, como semejantes creaciones estatales, no son más que frases superficiales, las que de ningún modo tienen una consistencia real en el pueblo. Los comunistas emplean los mismos argumentos que la burguesía y sus representantes políticos, apelando en sus expresiones a las palabras Nación, Patria, ‘Intereses del pueblo’, defensa del hogar propio, etc. En realidad se trata siempre del mantenimiento del principio existente del poder y del Estado en el pueblo y sobre el pueblo

La semejanza entre el Estado burgués y el Estado-proletario-sovietista-dictatorial se evidencia cuando confrontamos los métodos de dirección de la guerra de ambos. Los dos poseen un militarismo que se mantiene gracias al sometimiento violento del hombre y de su individualidad, a la esclavitud general del servicio de defensa; ambos se sirven del pueblo y principalmente del proletariado, contra los hermanos de clase de los otros pueblos para hacer valer los intereses del Estado y del poder de las oligarquías: por consiguiente llevan a la carnicería internacional de los pueblos, carnicería que no es más que un mutuo degüello de campesinos y obreros que asegura, precisamente, en sus altas y protegidas posiciones, en su frecuentemente cobarde seguridad, a las personas que encarnan el principio de la guerra y del Estado.

Además, observamos en la dirección de la guerra del Estado-dictatorial-sovietista que los intereses financieros del armamento y las municiones, tienen, para los personajes que usufructúan el poder, la misma gran importancia que en los Estados burgueses. El mejor argumento contra el comunismo dictatorial sovietista es que, en lugar de redimir a la clase trabajadora de la loca idea del militarismo, del principio de autoridad, de la bestialidad de la guerra no hace más que aumentar y reforzar esos males, y por lo tanto envenena y desvía sistemáticamente el sentimiento y el espíritu del pueblo. (Ramus, 1922c, p.4, el subrayado es nuestro)

 

Por estos motivos, el antimilitarista no solamente se opone a los Estados burgueses, sino también a los Estados que promueven la guerra en nombre del pueblo o de la dictadura del proletariado. Pues tanto en los Estados burgueses como en la URSS, quienes están en los frentes de batalla no son los burgueses, ni los funcionarios de alto rango, es decir, no son los que ejercen la dominación: son miembros de las clases sometidas los que pelean las batallas craneadas por las clases dominantes.

Además, sostiene Grossmann que, llegado el caso de que el proletariado sea armado para llevar adelante una revolución que los libere del sometimiento, no hay garantías de que esas armas proporcionadas a la masa no se vuelvan en contra de los proletarios revolucionarios:

 

Con estas nociones, el antimilitarista en sus tareas, se opondrá en el futuro próximo a un nuevo problema: el del armamento del proletariado, como el punto de vista marxista de la conquista del poder difundido en la masa del pueblo y encarnado por la Tercera Internacional.

Ninguna ayuda sembró más confusión ni prestó a la reacción un apoyo tan eficaz como esa. Es enormemente obscura, ambigua, y en general, solo responde para reforzar el principio militarista en lugar de arrancarle sus armas.

Considerada desde el punto de vista revolucionario, esa fórmula ideológicamente, sin otras premisas, ve en el proletariado una masa homogénea, la que sólo porque es proletariado debe ser revolucionaria y puede dirigir sus armas únicamente al servicio de la revolución. Una concepción semejante no tiene en cuenta que en todas las guerras modernas y particularmente en la guerra mundial los contingentes armados son en gran parte proletariado. No obstante, se ha demostrado en la mayoría un dócil instrumento de la bestialidad criminal de la guerra.

[…]

Por lo tanto, un armamento general del proletariado significaría siempre que los numerosos y atrasados estratos proletarios recibirían en sus manos las armas, que pueden muy bien volverse contra la minoría proletaria revolucionaria. (Ramus, 1922d, p. 4, el subrayado es nuestro)

 

El método antimilitarista para la realización de la revolución anarco-comunista, entonces, dista mucho del mecanismo de la toma del poder a través de la violencia. Para el antimilitarismo, el mecanismo fundamental para la instauración del comunismo anárquico es la abolición del militarismo, ya que este es el sostén principal del Estado y de la dominación de unas personas sobre otras, y esta abolición se debe lograr con todos los medios disponibles: la instauración de ideas antimilitaristas, la resistencia al servicio militar, el boicot y otros que menciona en su artículo:

 

El comunismo anárquico apoyado en el antimilitarismo, enseña que la cuestión de la realización de sus principios es justamente un problema de la abolición del militarismo y su fuerza armada y no un problema de superioridad militar y de poder victorioso del mismo.

En la lucha por la instauración del comunismo se trata sólo de abolir el militarismo como la más violenta y principal base del Estado, el cual es, además, la única defensa del monopolio estatal. Esas tareas han de cumplirse por medio de la resistencia a todo servicio militar, en todas las circunstancias, con los medios de acción personal, tales como los económicos y los sociales, y por el movimiento revolucionario sindical. (Ramus, 1922e, p. 5)

 

Pero la inquietud que surge inmediatamente es la siguiente: supongamos que una comunidad consigue abolir el militarismo, ¿Cómo se defenderá esa comunidad, entonces, de otras comunidades que no compartan los principios antimilitaristas? ¿Cómo se defenderá una comunidad de este tipo de los vecinos que intenten imponer su dominio sobre esa comunidad por la fuerza? Pues es claro que, en un mundo donde predominan el militarismo, el imperialismo, el intento de dominación económica no solamente intracomunitario, sino también intercomunitario; en otras palabras, en el orden mundial fáctico, una comunidad que defienda y practique el antimilitarismo posiblemente se encuentre indefensa ante los intentos de invasión extranjera. Esta problemática es vislumbrada por Grossmann y su respuesta es que esa comunidad debe encontrar otros medios que no sean los del militarismo para defenderse de esas amenazas externas:

 

No solamente es posible, es muy probable que en una sociedad comunista anárquica semejante, las invasiones militaristas y las investidas guerreras de las potencias estatales circundantes serían paralizadas. Si ella quiere, en nombre de la defensa debida a su existencia, en nombre de la integridad territorial y nacional, en nombre de su propia defensa recurrir a las máximas y a los métodos militaristas y guerreros, esa sociedad comunista anarquista se convertiría en un engaño ante sí misma y ante la humanidad. Pues todo militarismo, toda guerra y toda disciplina forzosa son la negación de la anarquía y del comunismo y constituyen el fundamento de la esclavitud estatal y del monopolio económico. Por estas razones, el verdadero comunismo libertario debe emplear otros medios para su propia defensa: tiene que cumplir la misión de indicar a la humanidad que son otros y más eficaces medios que los del militarismo los que llevan al logro de los principios de la libertad y del derecho. (Ramus, 1922e, p. 5)

 

En el suplemento posterior al de la última cita, Grossmann despliega cuáles son esos medios alternativos al militarismo que le permitirían a una comunidad anarco-comunista resistir los intentos de invasión extranjera. Para desarrollar su argumentación parte de la siguiente afirmación: todas las comunidades que posiblemente intentasen invadir a la comuna estarían compuestas por oprimidos mayoritariamente pertenecientes al proletariado, y es por ello que no se debe proceder contra ellos con estrategias militaristas; además, sería muy fácil para quienes dominan a esos desposeídos convencerlos de que la guerra es en defensa del propio pueblo:

 

Ante todo, un pueblo que se emancipa socialmente, en especial una comunidad comunista anárquica, debe haber superado la estúpida creencia en el espectro espantoso del ‘enemigo’; deberá saber que en todos los países atrasados que la rodean, la composición de la población es de tal naturaleza que la mayoría de los desposeídos, de los oprimidos, consiste en elementos proletarios y asalariados. Estos son los que por falta de madurez espiritual pueden ser empleados por sus propios Estados y círculos financieros contra la sociedad sin Estado y sin monopolios.

Ahora bien, proceder igualmente con fuerza militar contra esos elementos proletarios significaría borrar la diferencia existente entre Estado rapaz y comunidad libre, Levantar entre pueblo y pueblo un contraste que guiará al recíproco despedazamiento y de ninguna manera a la lucha contra el Estado y sus representantes. También se hace posible a estos el presentar al propio pueblo la guerra, a través de la prensa y de los medios consiguientes de engaño, como necesaria y justificada en el interés del mismo pueblo. (Ramus, 1922f, p.4, el subrayado es nuestro)

 

Por lo tanto, las consecuencias negativas de adoptar una defensa del tipo militarista serían varias: primero, que los perjuicios, como ya hemos visto que sucede en cualquier guerra, recaerían sobre el proletariado de la comunidad con intenciones de conquista; segundo, que difícilmente se pueda convencer a los elementos proletarios del Estado invasor de que los miembros de su población son asesinados por una causa justa; tercero, que la resistencia armada y las muertes que trae como consecuencia daría excusas a las clases dominantes para acarrear a una mayor cantidad de elementos del proletariado para pelear esa guerra. Por ello, la estrategia que se debe adoptar debe ser diferente. Según Grossman:

 

Completamente distinta sería la situación si un pueblo libertado socialmente, un pueblo revolucionario, una comunidad comunista anárquica, con la lógica del antimilitarismo se rehusara a ver un enemigo en el pueblo, en el proletariado arrastrado por su Estado y sus representantes y no opusiera ninguna resistencia a la entrada o a la invasión de las tropas extranjeras. (Ramus, 1922f, p. 4, el subrayado es nuestro)

 

Este es el siguiente paso en la argumentación sostenida por Grossmann para presentar la alternativa defensiva antimilitarista ante una invasión extranjera. Una defensa del tipo militarista debe ser descartada, como dijimos, porque implicaría ver en el pueblo invasor al enemigo de la comunidad anárquica, cuando los elementos proletarios son arrastrados por los representantes del Estado atacante para llevar a cabo la invasión. Por lo tanto, la estrategia debe ser no oponer resistencia a la entrada de las tropas extranjeras. Estrategia que, además, en una sociedad antimilitarista, es la más inteligente, puesto que al no ser una comunidad militarizada es una comunidad que no cuenta con el armamento necesario para rechazar una invasión extranjera:

 

No podría resistirse porque una comunidad anárquica no posee ningún militarismo ni industria alguna de armas. Pero esa comunidad sabe también  que la invasión, aun la del ejército más fuerte, no representa nada frente a una densa población, y que ese ejército, para poder ocupar un país, una vez entrado en él, debe antes descentralizarse y desparramarse: esto se hace indispensable sólo cuando a ese poderoso ejército no se oponga ningún cuerpo análogo y compacto, con las armas en la mano, sino ofreciéndole la resistencia de la desobediencia pasiva de elementos ligados ya, federativamente, unos a otros, pero esparcidos sobre todo el país, los cuales, asociados, ponga en práctica los medios de la obstrucción económica y social del sabotaje y de la resistencia pasiva. (Ramus, 1922f, p. 4)

 

Incluso haciendo caso omiso de las ideas antimilitaristas en caso de una invasión extranjera, al no poseer industria armamentística por el principio antimilitarista que practica, la comunidad anárquica no puede oponer resistencia armada eficaz; sin embargo, puede oponerse a la invasión extranjera de otra manera: una vez descentralizado el ejército invasor, la comunidad anárquica puede oponer resistencia a través de la desobediencia pasiva por medio de la obstrucción económica y social del sabotaje y la resistencia pasiva. Pero esos medios deben dirigirse hacia un sector del ejército invasor en particular: “Una vez lograda la descentralización del ejército invasor, los mencionados medios no deben dirigirse contra los soldados, los cuales son también pueblo y proletariado, sino especialmente contra los jefes de los mismos.” (El subrayado es nuestro) (Ramus, 1922f, p. 4). Para con los soldados, la forma de proceder debe ser la siguiente:

 

Sobre los soldados, al contrario, se debe influir espiritualmente y con sentimientos de moderación, en el sentido eminentemente antimilitarista, para que reconozcan y comprendan el abuso que se hace de ellos.

Se debe hacer ver claro a los soldados la posibilidad también del acceso a una nueva comunidad en la cual ellos, de mercenarios y esclavos se convertirán en cooperadores y hombres libres. (Ramus, 1922f, p. 4)

 

En cambio, con los elementos dirigentes, el trato debe ser diferente. No se deben emplear con ellos métodos militaristas tampoco, pero sí deben ser despreciados, boicoteados, rehusados de tener relaciones personales, ayuda o servicio, e incluso debe negárseles el alimento; y debe fomentarse que este mismo tipo de actitud sea adoptada por los soldados y el resto de la población del Estado invasor para con los elementos dirigentes y gobernantes

 

Al contrario que los soldados, los jefes, comandantes y en general todos los elementos dirigentes deben tratarse con la mayor severidad e inexorabilidad, para que reconozcan pronto ellos mismos la infamia y la vileza de su acción.  Pero tampoco contra ellos se debe proceder con los bárbaros medios de la violencia militarista. Los antimilitaristas no pueden y no deben servirlos si quieren dar a la humanidad el ejemplo que liberta y redime del Estado, a lo cual están llamados. Es por la acción cultural del espíritu por las que deben ser regidas nuestras aspiraciones y finalidades, a las que nunca debemos ser infieles, y que nunca y de ninguna manera necesitan semejantes y jamás eficaces medios. En lugar de emplear los métodos criminales militaristas se debe, contra los elementos dirigentes del estatismo y del militarismo, emplear los métodos económicos y sociales, el desprecio, el boicot, se debe rehusarles toda relación personal y toda ayuda o servicio, y hasta negarles los alimentos. Al mismo tiempo se debe invitar a los pueblos de aquellos Estados que conducen tal guerra de invasión, a proceder también, personal e individualmente contra sus gobernantes, con los mismos medios económicos y sociales, huelga general y boicot, y, como recurso más importante, debe llegarse a la no fabricación de municiones y a la destrucción de las existentes, lo cual ha de ejecutarse por grupos enteramente pequeños, sencillamente, y sin peligro para la vida misma, y aun contra la voluntad de la mayoría de los trabajadores – y además de esto la destrucción de todas las conexiones del transporte y de los intereses de los capitalistas del tráfico y de las camarillas de especuladores del país. (Ramus, 1922f, p. 4, el subrayado es nuestro)

 

Son, entonces, los medios para repeler una invasión extranjera, la resistencia pasiva, el boicot y el ostracismo contra los elementos dirigentes de esa sociedad; y la influencia espiritual en el pueblo dirigido hacia la invasión para que opongan resistencia no armada contra sus dirigentes.

Finalmente, esta serie de publicaciones culminan en el número 8 de LPSS, en primer lugar, con una arenga contra los poderes dominantes:

 

La diferencia entre cultura e incultura, libertad y opresión, militarismo y antimilitarismo, barbarie y humanidad, como en una palabra entre los intereses del pueblo y del Estado, y la evidente diferencia que existe en todas partes entre esos contrastes –todo esto conducirá rápidamente a que la lucha contra los poderes dominantes sea internacional. (Ramus, 1922g, p. 6, el subrayado es nuestro)

 

En segundo lugar, identificando y denunciando a esos poderes dominantes no solamente en los Estados capitalistas, sino también en el gobierno comunista ruso: “El comando guerrero bolcheviqui, como el de los contrarios han, hasta ahora, consumido millones de vidas humanas. Y en verdad, exclusivamente, en favor del principio de autoridad o de dominio” (El subrayado es nuestro) (Ramus, 1922g, p. 6). Y, en tercer lugar, argumentando que el principio antimilitarista es un principio revolucionario que sienta bases más sólidas para la abolición de la dominación que cualquier tipo de estrategia revolucionaria militarista, puesto que estas últimas solamente cambia los nombres de quienes forman parte de la clase dominante:

 

nosotros entrevemos en la acción antimilitarista económica y social del proletariado, que da infinitamente más garantías de que esta tarde o temprano, consiga o realice su fin de despojar a los gobernantes de su poder, pues podemos constatar en toda bestial lucha militarista que se llega siempre a esto: a guiar a los pueblos a una recíproca y destructora carnicería y a elevar al trono del poder a nuevos dominadores y opresores.

Partiendo del punto de vista de todas estas bases razonables y de todos esos pequeños momentos de lucidez, el principio revolucionario del antimilitarismo social emancipador, declara que los pueblos se pueden liberar por su intermedio (Ramus, 1922g, p. 6)

 

Vemos, entonces, que los argumentos de Grossman se encuentran dirigidos a establecer que el antimilitarismo es un principio fundamental de la doctrina anarco-comunista que defiende. Este principio será formulado de manera precisa en el próximo apartado de este artículo.

 

 

El principio antimilitarista

Para Rudolf Grossman una comunidad anarco-comunista debe ser antimilitarista. El principio antimilitarista sostiene que el militarismo es el instrumento material que posibilita las relaciones de dominación, y por ello debe ser abolido. Según Grossman, sin militarismo ni el Estado ni la burguesía pueden sostener el sometimiento sobre los oprimidos. Las relaciones de dominación se establecen primero a través del uso efectivo de la violencia y luego a través de su uso potencial. Mientras tanto, las instituciones instalan en la comunidad la idea de que las autoridades son legítimas. Luego de instalada esa legitimidad a través de las instituciones conformadoras de la opinión pública y del ethos comunitario, el uso potencial de la violencia legitimada se vuelve sumamente necesario para mantener las relaciones de dominación ante posibles cuestionamientos a esa autoridad legitimada, y el uso efectivo de esa violencia el medio empleado a la hora de sofocar los levantamientos que de esos cuestionamientos surjan.

Para Grossman, el principio antimilitarista debe ser divulgado y aceptado por la comunidad anarco-comunista previamente a la revolución. Sostiene que la revolución rusa fracasó en su intento de abolir las relaciones de dominación porque este principio no se encontraba suficientemente divulgado y arraigado, y es por ello que, al desplazar a las autoridades zaristas, se instalan otras autoridades en su lugar que hacen uso de las fuerzas armadas para ejercer la dominación sobre el proletariado.

Por otra parte, el principio antimilitarista no solamente debe ser aplicado al interior de la comunidad, sino también en los casos de defensa externa. Ante la posibilidad de una invasión extranjera, la comunidad no debe defenderse con las herramientas del militarismo, ya que los soldados del Estado invasor forman parte del proletariado. Además, una defensa del tipo militarista le proporcionaría argumentos a la fuerza invasora para incrementar su incursión bélica, las muertes que implicadas en esa resistencia debilitarían a la comunidad que se defiende, y facilitaría la victoria de los incursores por reducir el número de los integrantes de la comunidad y hacer menos necesaria la descentralización del ejército invasor.

Es este principio en el que se fundamentan los argumentos de Grossman en favor de la desmilitarización de la comunidad como condición necesaria para el establecimiento de una comunidad anarco-comunista. A partir de este principio, Grossman despliega los argumentos empleados en su[s] artículo[s] en contra de las estrategias militaristas y de la producción armamentística. También, a partir de allí, establece los mecanismos y objetivos del sabotaje, que considera la estrategia más eficaz para llevar adelante la revolución.

Para Grossman, este principio es fundamental para que la revolución posibilite la abolición de las relaciones de dominación. Sin la internalización de este principio, la revolución sería parcial y solamente conseguiría cambiar los nombres de quienes ejercen la dominación sobre el pueblo, y los métodos y objetivos de la opresión sobre el proletariado, pero no desterrar el sometimiento en la comunidad que lleve adelante el proceso revolucionario.

 

Interpretación de los conceptos de “Pueblo”, “Poder” y “Autoridad”[6]

En este tercer momento o movimiento de nuestro trabajo relevaremos y analizaremos los usos y funciones de los conceptos de Pueblo, Poder y Autoridad empleados por Grossman en su columna Militarismo, comunismo y antimilitarismo durante el primer trimestre de publicaciones de LPSS a partir del análisis de los argumentos fundamentados en el principio antimilitarista que se presentan en nuestra muestra. Luego, analizaremos el vínculo entre estos conceptos y el principio antimilitarista.

La primera aparición del concepto de Pueblo tiene lugar en la segunda cita de la muestra. Allí, el Pueblo se caracteriza como “Pueblo opositor”, y esa oposición es presentada como una confrontación entre el Pueblo y las autoridades del Estado que hacen uso de la violencia para establecer posiciones de autoridad. Por lo tanto, el Pueblo es presentado como esa masa que opone resistencia a las autoridades estatales que hacen uso de la fuerza para legitimar su dominación sobre el resto de la población, autoridades que, además, como se deja ver en la cita, se encuentran relacionadas con quienes poseen el poder económico dentro de la comunidad.

La segunda aparición del concepto de Pueblo tiene lugar en quinta cita de la muestra. Allí, el Pueblo es el conjunto de personas oprimidas por el Estado. Se establece el conjunto de pertenencia de los miembros del Pueblo por oposición al Estado.

En sexta cita de nuestra muestra vuelve a aparecer el Pueblo, aunque esta vez vemos que ese Pueblo es algo distinto del proletariado. Según Grossman, durante la revolución rusa las ideas militaristas no estaban suficientemente divulgadas “ni en el pueblo ni en el proletariado” (Ramus, 1922ª, p. 4).  Vemos, entonces, que el Pueblo, para Grossman, no es solamente el proletariado.

En la onceaba cita de la muestra vuelve a hacerse referencia al Pueblo como lo que se opone al Estado, pero en esta ocasión Pueblo es definido por su pertenencia de clase: el pueblo son los obreros y los campesinos. Aquí también el pueblo es presentado como dominado, susceptible de engaños y envenenamiento espiritual por las autoridades estatales.

En la séptima cita de nuestra muestra el Pueblo vuelve a ser caracterizado como oprimido, y vuelve a aparecer la oposición con el Estado, que envenena y engaña al Pueblo para hacer uso del mismo en la guerra, y lo mismo acontece en la octava cita seleccionada. Accedemos entonces a la categoría de oprimido, que le permite a Grossman incluir a quienes no forman parte del proletariado dentro del Pueblo.

En la quinceava cita extensa podemos remarcar varias cosas. Por un lado, el concepto de Pueblo es utilizado para referenciar a los oprimidos en general, y la mayor parte de los oprimidos pertenecen al proletariado. Es por ello que sostenemos que el Pueblo, en este artículo, no solamente hace referencia a la clase trabajadora, como sí sucedía en la muestra de nuestro primer artículo, sino también al resto de los desposeídos, y en general a los oprimidos. Por otro lado, no hay un solo Pueblo, sino una multiplicidad de Pueblos. El margen que traza la diferencia entre Pueblo y Pueblo no es claro, pues hay Pueblos que se definen por oposición a las autoridades que lo someten, pero también hay Pueblos emancipados socialmente. A estos últimos se los nombra como comunidad, pero luego, al describir la posible situación de guerra entre la comunidad libre y el Pueblo que la invade, se habla de lucha entre Pueblo y Pueblo. Podemos sostener, a partir de esto, que el Pueblo se caracteriza por estar compuesto por los miembros de una comunidad determinada, ya sea esta una comunidad libre o una comunidad sometida al poder que ejercen las autoridades del Estado. Por otro lado, el Pueblo es susceptible de ser engañado y dirigido en contra de sus propios intereses por las autoridades estatales debido a su falta de madurez espiritual. Esta pobreza espiritual sería producto de la instalación de creencias en el mismo por parte del Estado a través de las instituciones que gestionan la opinión pública, y es por ello que resulta fundamental para la realización de una revolución que posibilite la abolición de las relaciones de dominación la toma de conciencia de los principios doctrinarios que permitan a las comunidades emanciparse de la opresión a las que se encuentran sujetas.

Por último, vemos en la cita número veinte de la muestra que la oposición entre Pueblo y Estado es una oposición de intereses. Para Grossman, la oposición entre Estado y Pueblo se debe a que los intereses del Estado se encuentran vinculados a mantener el dominio sobre los oprimidos, mientras que los intereses del Pueblo se encuentran vinculados a la liberación de la opresión que el Estado ejerce sobre el mismo.

En cuanto al concepto de Autoridad, vemos que su sentido se encuentra vinculado al rol que cumplen ciertos individuos en tanto funcionarios estatales, y que hace referencia a los individuos que tienen un rol jerárquico dentro del aparato Estatal. En el caso de las instituciones militares, por ejemplo, la Autoridad se encuentra en los Generales y no en los soldados, que a pesar de formar parte de una institución estatal son considerados proletarios. Podemos definir, entonces, a la Autoridad como un rol dentro del aparato estatal que posibilita el ejercicio de la dominación sobre los sectores oprimidos de la comunidad. Y puesto que establecimos que el sector oprimido de la comunidad es el Pueblo, la Autoridad es el rol que posibilita el ejercicio de la dominación de los individuos que ocupan ese rol sobre el Pueblo.

Finalmente, debemos decir que el término Poder es empleado por Grossman como un equivalente al de Autoridad. En el empleo del término notamos que siempre que se utiliza el concepto “Poder” se hace referencia a la posición de autoridad que posibilita el ejercicio del Poder para la dominación del Pueblo. Sabemos que no podemos determinar el significado de un concepto solamente por el uso que se haga de la palabra. Nos parece claro que en Militarismo, Comunismo y Antimilitarismo Grossman emplea el término para hacer referencia a las posiciones de Autoridad que posibilitan el ejercicio del Poder sobre el Pueblo. Sin embargo, nos encontramos firmemente convencidos de que el concepto de Poder (no el término) determina las relaciones que se producen entre personas que cumplen un rol determinado, y que de los argumentos de Grossman se puede deducir que la relación fundamental que se critica en Militarismo, Comunismo y Antimilitarismo es la relación de dominación que las autoridades ejercen sobre el Pueblo.

Si nuestra definición de los conceptos de Pueblo, Poder y Autoridad es correcta, podemos afirmar que el empleo de estos conceptos tiene su fundamento en el Principio Antimilitarista que estos mismos conceptos posibilita. Este principio solamente es aceptable si el Pueblo es, o bien una comunidad liberada de la opresión, o bien la clase oprimida; si la Autoridad es ejercida necesariamente fines opresivos; y si el Poder es esa relación de dominación que se ejerce gracias de las posiciones de autoridad posibilitadas por el Estado. Si esto es así, entonces el rol que cumplen estos conceptos es el de definir las relaciones ontológicas que habilitan el rol doctrinario que cumpliría el principio Antimilitarista. Pues este Principio cumpliría la función de generar las condiciones de posibilidad intelectuales para abolir las condiciones materiales que posibilitan la opresión y la relación de dominación de las autoridades sobre el Pueblo.

Tanto el principio que hemos identificado a partir de los argumentos de nuestra muestra como los argumentos que en este principio se fundamentan solamente son coherentes y consistentes si se encuentran fundamentados en el significado y/o interpretación que hemos proporcionado a partir de ellos de los conceptos de Pueblo, Poder y Autoridad. Sin embargo, estas definiciones se encuentran limitadas por la muestra que hemos seleccionado para la realización de nuestro trabajo, y por ello insistimos en que estas definiciones son solamente parciales y pasibles de ser modificadas en el curso de nuestra investigación.

 

Conclusiones

A partir del principio antimilitarista aparecen nuevas determinaciones del concepto de Pueblo. En esta segunda muestra se ha expandido el concepto de Pueblo empleado en LPSS respecto al concepto definido en nuestro primer artículo. El Pueblo ya no está compuesto solamente por el proletariado, sino por los oprimidos en general. Esta ampliación es el resultado de la ampliación del campo de incidencia del principio doctrinario que se defiende en esta muestra: ya no es un principio solamente vinculado al campo sindical, sino al campo político en general. Por ello, el concepto Pueblo deviene una propiedad que no solamente se aplica a la clase trabajadora. Sin embargo, este concepto de Pueblo no es incompatible con el concepto de Pueblo empleado en la muestra anterior. Por lo cual, por el momento, no aparecen tensiones ni conflictos en el sentido del concepto de Pueblo empleado en LPSS.

Por otro lado, el concepto de Poder, en esta muestra, mantiene la imprecisión que ya hemos señalado en la muestra anterior. Aunque en este caso no se emplea en ninguna ocasión en su sentido estricto. Por lo tanto, se mantiene la confusión terminológica que hemos señalado en nuestro primer artículo, pero en esta ocasión durante toda la muestra. En posteriores muestras pondremos suma atención a este concepto para corroborar si el uso común del término Poder mantiene esta confusión terminológica.

En cuanto al concepto de Autoridad, no hay diferencias relevantes con los usos presentados en la muestra anterior.

Finalmente, podemos decir que con la expansión del campo de incidencia del principio doctrinario antimilitarista se vuelve necesaria la ampliación del sentido del concepto de Pueblo. Y esto nos permite corroborar que los sentidos de los conceptos se encuentran determinados por los principios doctrinarios que se defienden. Una ampliación del campo de aplicación de un principio doctrinario parece necesariamente conllevar una modificación en el sentido de por lo menos alguno de los conceptos que permiten la constitución de una doctrina. Por lo tanto, creemos que es necesario continuar avanzando en el análisis de las muestras que hemos constituido a partir de los criterios especificados para mantener nuestra hipótesis: que los principios doctrinarios y los conceptos fundamentales de una doctrina se determinan mutuamente.

 

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Notas 

1 Profesor en educación media y superior de Filosofía graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, actualmente se desempeña como becario doctoral en el Instituto de Filosofía Alejandro Korn y forma parte del proyecto de UBACyT “Encuentros y desencuentros entre liberalismo y democracia: un recorrido por las revistas culturales argentinas del siglo XX (1916-2001)”. Sus estudios se encuentran enmarcados en la historia de los lenguajes políticos, el análisis del discurso y la historia intelectual. Correo: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

2 El artículo que mencionamos es el siguiente: Tacchinardi, N., Pueblo, Poder y Autoridad en los Suplementos de La Protesta (1922-1930). Primeros pasos de un proyecto de investigación, OLAC, 6, (2), 2023.

3 Si bien tanto De La Rosa (2014) como el mismo Abad de Santillán afirman que solamente este último tenía un auténtico interés por la doctrina, por el momento podremos en duda esa tesis, pues sospechamos que para Emilio López Arango también fue sumamente relevante la reflexión doctrinaria.

4 Debido a la multiplicidad de voces que confluían en La Protesta, hablar de una sola doctrina nos parece, por lo pronto, apresurado, pero no totalmente desechable.

5 Consideramos la posibilidad de incluir como fuente la publicación producto del Certamen Internacional La Protesta en Ocasión del 30 Aniversario de la Fundación del Periódico La Protesta Humana publicado en 1927. Pero aún no hemos determinado su pertinencia para nuestros propósitos.

6 En este apartado, al mencionar el orden de aparición de las citas, solamente haremos referencia a las citas que ocupan más de tres líneas.

 

Cómo citar este artículo:

Tacchinardi, Nicolás Andrés (2023) “Pueblo, Poder y Autoridad en los Suplementos de La Protesta (1922-1930). La columna “Militarismo, comunismo y antimilitarismo” de “Pierre Ramus””, Pacarina del Sur [En línea], año 15, núms. 50-51, enero-diciembre, 2023. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Lunes, 29 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2092&catid=4