Pandemia, trabajo, cuidado y politicidad: los feminismos populares en Argentina

Pandemic, work, care and politics: popular feminisms in Argentina

Pandemia, trabalho, cuidado e política: feminismos populares na Argentina

Laura Palma[1]

Universidad Nacional Autónoma de México

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Recibido: 13-04-2022
Aceptado: 10-06-2022

 

 

Introducción

Escritoras, comunicadoras sociales y militantes feministas coinciden en señalar que en Argentina el movimiento político y social más importante de la etapa, por su masividad y popularidad, es el feminista. 2015 fue una fecha clave, pues en ese año las plazas de las principales ciudades de Argentina se poblaron de mujeres y disidencias al grito de “Ni Una Menos”. En los siguientes años el movimiento feminista fue tomando más fuerza con las convocatorias a paros y protestas, especialmente de aquellas enmarcadas el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras (8 de marzo), y cobró mayor fuerza y masividad durante 2018 debido al debate en el Congreso por la legalización de aborto –legal, seguro y gratuito–.

En general se puede mencionar que el feminismo en Argentina es un movimiento intergeneracional, tiene una enorme fuerza entre mujeres muy jóvenes, y es transversal, situación que permite que sus demandas se amplifiquen y ocupen un lugar central y permanente en el espacio público, tanto en los medios masivos de comunicación, como en los ámbitos políticos y sociales –en el cultural y en los espacios educativos y laborales–. Con ello ha logrado que muchas situaciones de la vida se relean públicamente en clave feminista.

En su irrupción apareció con ímpetu el cuestionamiento y la denuncia a los femicidios y a la violencia contra las mujeres, el repudio a todas las formas que adquiere la violencia en la vida cotidiana, tanto en el espacio privado como en el público. Pero lo que comenzó denunciando modalidades explícitas de coacción, terminó por cuestionarlo todo. Se puso en evidencia que la violencia brotaba como el emergente de relaciones desiguales y patriarcales que se reproducen en la totalidad de los entornos de la vida: en el económico, en el político e institucional, en el afectivo y en el doméstico. Y habilitó a repensar y desnaturalizar todo lo aceptado, lo acordado, sin exclusiones.

Pero los feminismos no están encerrados en las problemáticas de las mujeres y de las disidencias, en sus demandas identitarias, como muchos han señalado. Los feminismos en América Latina han recogido una agenda que aparece vinculada con la transformación de nuestras sociedades, con la precariedad de la vida, la desigualdad y la pobreza producto de años de implementación de políticas neoliberales. Por ello, su agenda aparece imbricada con la agenda de la lucha contra otras formas de violencia y desigualdad; entre ellas la defensa ambiental contra los agros negocios y los pesticidas, las luchas contra la pobreza y la desigualdad salarial, así como por una educación, alimentación, servicios de salud y vivienda dignas, o por una niñez libre, entre otras.

Los feminismos vienen creciendo fuertemente en los ámbitos urbanos, se fortalecen en los barrios populares y dentro de lo que en Argentina se denomina la Economía Popular, y aparecen ampliando su fuerza en el medio rural unidos a la lucha contra el extractivismo, en defensa del territorio y los bienes comunes en América Latina. Es decir, muchos de ellos se desarrollan en el espacio social en el que mujeres y disidencias habitan el neoliberalismo más agresivo, el de la periferia del planeta.

Silvia Federici ha señalado (2020) que uno de los elementos que explican la potencia de los feminismos latinoamericanos es que se ha producido un encuentro entre este movimiento y las luchas populares que vienen creciendo desde hace décadas como respuesta a las políticas neoliberales. Esto es particularmente cierto en el caso de los feminismos populares.

Este artículo considera, en primer lugar, el papel de los feminismos populares durante la Pandemia. El trabajo que han desempeñado las mujeres y disidencias en las tareas de alimentación, salud y atención a las violencias, que se ha mostrado fundamental para sostener la vida en las comunidades. En segundo lugar, se tocan temas vinculados a la pareja trabajo y cuidado, al proceso reflexivo de las mujeres respecto a la valorización de las tareas comunitarias como formas de trabajo, las diferentes situaciones y circunstancias que permitieron que sucediera, y la disputa que emprenden con el sentido común de una parte de la población dispuesta a abrazar un proyecto político y ético conservador. En tercer lugar, se considera la relación de los feminismos populares con el Estado, y la implicancia que tiene la incorporación de cientos de mujeres y disidencias a la vida política para el espacio público. Por último, se abordan las nuevas formas de politicidad y de comunicación política que se han ido desarrollando durante los últimos años, y que se diferencian de los criterios de participación de la política “tradicional”, patriarcal.

 

Los feminismos populares durante la pandemia

Los feminismos populares abarcan un abanico diverso de movimientos de base territoriales, muchos integran e interactúan con movimientos populares mixtos que hace décadas son parte de la resistencia al neoliberalismo (Korol, 2016; Gamba y Diz, 2021). En general su nacimiento se inscribe en un contexto extra académico, pues no se originan en las universidades, si que “han nacido desde las revueltas y rebeldías populares en las que mujeres, lesbianas, travestis y trans se encuentran en primera línea desde las ollas comunes, los comedores comunitarios, las huertas en el campo y la ciudad, los cortes de ruta, las recuperaciones de territorios ancestrales, los gritos colectivos de Ni Una Menos –contra las violencias y los femicidios–, las acciones socorristas acompañando a mujeres y personas que abortan, y exigiendo en la calle la aprobación de una ley por el aborto seguro y gratuito” (Gamba y Diz, 2021, pág. 257).

La irrupción del feminismo popular no puede entenderse sin tener en cuenta la historia de los movimientos de desocupados, que aparecieron con fuerza durante la crisis argentina que estalló en 2001. Los primeros levantamientos que dan origen al movimiento piquetero sucedieron en el interior del país previo a la crisis –en la localidad de Cutral Co, provincia de Neuquén; en General Mosconi, provincia de Salta–; y pronto se extendieron a la provincia de Buenos Aires. Durante todo el periodo 2001-2015 las organizaciones piqueteras se reconfiguraron y, en los últimos años, se han redefinido como movimientos sociales articulados a la organización de la Economía Popular.

Una de las marcas más fuertes que ha dejado el neoliberalismo es la destrucción del empleo formal. Según los datos de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) el trabajo informal en América Latina ha trepado la cifra del 50%, y en Argentina asciende al 47,2% (GT-CLACSO Economía popular: mapeo teórico y práctico, 2020). Hoy la Economía Popular en Argentina, un segmento del trabajo “informal”, está compuesta por alrededor de 6 millones de personas, trabajadoras y trabajadores que han “inventado” su propio trabajo, y como menciona Dina Sánchez –Secretaria General Adjunta de la UTEP (Unión de Trabajadores de la Economía Popular)–, han reconvertido los recursos que proporciona el Estado en trabajo genuino (entrevista a Dina Sánchez, Diario AR, 5 de diciembre de 2021). La Economía Popular está organizada en unidades productivas que consisten en el desarrollo de diferentes áreas de trabajo (polos textiles, recicladoras, comercializadoras, cooperativas de construcción de viviendas y urbanización de barrios, rama cartonera, etc.). Esta economía se ha fortaleciendo desde hace años y sostiene la vida de miles de familias (entrevista a Dina Sánchez, Diario AR, 5 de diciembre de 2021).

El movimiento piquetero fue el primer actor que puso sobre la mesa el debate sobre consideran otras labores como trabajo, pero sobre todo de trabajo digno (Gago, 2019). Este debate apunta a desarmar el modelo estrecho que considera trabajadorxs solo a aquellos que perciben un salario completo y están bajo una relación laboral formal. El trabajo semi-asalariado y el que no percibe salario es considerado marginal (por ejemplo, el trabajo comunitario y el trabajo del hogar son tareas que realizan principalmente mujeres). La discusión acerca de la conceptualización del trabajo y al carácter restringido respecto a quienes son considerados trabajadorxs es una polémica que recogerán los feminismos populares como centro de sus reflexiones, y que analizaremos en este artículo.

La pandemia del coronavirus visibilizó la importancia de estas economías como articuladores de la reproducción social. Las tareas comunitarias que las mujeres y disidencias realizaron y siguen realizando en los barrios populares vinculados a la alimentación, la salud y el cuidado de les niñes, puso de manifiesto la importancia del trabajo de reproducción de la vida y el lugar que éste ocupa en las comunidades.[2]

Además del trabajo en las cooperativas textiles y otras unidades productivas, las mujeres y disidencias son las primeras responsables de la organización de ollas populares, comedores y merenderos, los cuales diariamente garantizan la alimentación en barrios y comunidades. La tarea ha sido ampliada considerablemente a consecuencia de la crisis y la pandemia, y hoy sus trabajadoras estiman cocinan diariamente para aproximadamente 10 millones de personas.

A esta labor comunitaria se sumó la gestión cotidiana de la salud especialmente durante el aislamiento social de la pandemia, lo que llevó a mujeres y disidencias a crear estrategias de cooperación y coordinación y en algunos casos consolidar una red de promotoras de salud atentas al seguimiento y atención alimentaria de las familias contagiadas, así como la prevención y la educación en los cuidados básicos ante el virus; la organización de la vacunación comunitaria e inclusive el trabajo de contención y amorosidad ante el temor que provocaba la aparición de un virus desconocido.[3] Esta gran labor fue reconocida por ejemplo en diversos carteles hechos a mano para la movilización y paro feminista del 8 de Marzo de 2022; en uno de ellos se leía “Nos cuidan las promotoras” y en otro: “Que sería de Nosotras sin Nosotras”.


Imagen 1. Comedor comunitario en un barrio popular de la Ciudad de Buenos Aires, abril de 2020. Imagen proporcionada por la agencia de noticias AnRed (anred.org). Derechos de uso de la imagen gestionados por la autora.

En el contexto de la pandemia incrementaron las situaciones de violencia contra las mujeres y los cuerpos feminizados, situación que amplió muchísimo la agenda de trabajo de las promotoras de género. Antes de la pandemia ya existían Casas de mujeres, construidas por diversas organizaciones. A grandes rasgos estas Casas son espacios de puertas abiertas ubicadas o vinculadas a comunidades y barrios que acompañan a mujeres en situación de violencia, además de que brindan un abordaje integral sobre la violencia de género con miras a prevenirla. Cada organización le imprime su sello distintivo a su Casa de acuerdo a sus objetivos y estrategias para hacer frente a la lucha contra la violencia; pero una importante característica compartida es que estas Casas son espacios vinculados con los barrios. En ellas también se brindan espacios de recreación para las mujeres; como nos cuenta Susana las Casas permiten “recuperar el tiempo para nosotras mismas”. Un punto a destacar es que en las Casas hay una separación entre los espacios destinados a los comedores populares y aquellos en donde se desarrollan actividades educativas y recreativas para las niñeces, mujeres y disidencias. Es decir, hay espacios separados para “nosotras mismas”, en los que se recupera el goce y es posible “encontrarnos y preguntarnos qué queremos hacer, que nos gusta”.[4]

A su vez, cada Casa incorpora a su agenda diferentes temáticas de acuerdo a las necesidades del territorio en donde se sitúa. Por ejemplo, la Casa de Mujeres y Disidencias que organiza La Poderosa en el barrio Yapeyú, en la provincia de Córdoba, organiza su agenda en “ejes” temáticos: el tratamiento a la salud, el trabajo, los derechos humanos, el papel de las disidencias, la educación y la recreación. A la fecha La Poderosa ha organizado nueve Casas que funcionan en diferentes localidades y provincias, y proyectan abrir otras más.[5]

La Casa “Lety Rocha” funciona hace más de una década en la localidad bonaerense de Florencio Varela en un barrio cooperativo construido por las unidades de construcción del Frente de Organizaciones en Lucha.[6] La construcción de esta Casa, desde sus cimientos, estuvo a cargo de mujeres y disidencias que dentro del FOL trabajan en cooperativas de construcción y que, con el paso del tiempo, se han capacitado en diferentes oficios que habitualmente realizan los varones. La Casa Lety Rocha es autogestionada, como todas las que sostienen las organizaciones, sus puertas permanecen abiertas todos los días y allí trabajan una treintena de promotoras de género. Asimismo, alberga a mujeres y niñes en situaciones urgentes, por lo que cuenta con un jardín de infantes para brindarles contención. Pini nos cuenta que durante la pandemia se han multiplicado los casos de violencia, y en lo que va del año ya han acompañado a 250 mujeres.[7]

La labor que desempeñan las diferentes Casas no se circunscribe al acompañamiento de mujeres, infancias y otros cuerpos feminizados en situaciones de violencia, pues gran parte de sus tareas consiste en fomentar la reflexión acerca de cómo prevenirla. Por ejemplo, Casa Comunidad surgió en 2017 a partir de una serie de asambleas de mujeres militantes del Encuentro de Organizaciones llevado a cabo en la provincia de Córdoba con la idea de tener herramientas para hacer frente a la violencia machista en sus comunidades.

Casa Comunidad se construyó como un espacio de acogida para las mujeres que necesitaran irse de sus casas, pero también en ella se debate sobre las violencias machistas a fin de “generar un sentido común antipatriarcal en las comunidades”.[8] Durante tres años rentaron una casa en el barrio San Vicente, pero al poco tiempo se dieron cuenta de que no era efectiva como espacio de acogida ya que las mujeres en situación de violencia no querían separarse de sus casas ni de sus barrios. El caso de un femicidio en una de las comunidades las llevó a pensar en crear “autodefensas comunitarias” como una herramienta más eficaz para evitar la violencia en los territorios. La idea de fortalecer el trabajo en las comunidades, en vez de sacar a las personas sujetas a violencia de su barrio fue una respuesta al rol que juega el entorno en esas situaciones. Lxs integrantes de Casa Comunidad consideraron que el acompañamiento que brindaba la Casa no era suficiente, por lo que se plantearon ¿cómo resolverlo? Pensaron en fomentar el tejido de redes o núcleos de cuidado en los territorios en las cuales mujeres y disidencias en situación de violencia pudieran compartir las situaciones que atravesaban, especialmente dado que éstas suelen permanecer en ámbitos privados o en el secretismo. Asimismo, buscaron que fueran mujeres de los barrios y vecinxs promovieran la Casa como un espacio al cual acudir, especialmente en situaciones de urgencia. De esta manera la Casa se convirtió en una forma de respuesta a la violencia situada en relación al contexto. La reflexión conllevó a entender que no se puede avanzar en la lucha contra la violencia en las comunidades si no se genera un sentido común colectivo que enfrente a las hegemonías que violentan a las mujeres, entre ellas la patriarcal.[9]


Imagen 2. Casa feminista Popular Lety Rocha, del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), Florencio Varela, provincia de Buenos Aires. Imagen proporcionada por una integrante de la organización. Derechos de uso gestionados por la autora.

El papel de las organizaciones sociales ha sido sustancial en esta época de pandemia y desnudó la ausencia del Estado: “Creo que si no estuvieran los movimientos sociales mucha gente no hubiera podido resolver muchas cosas durante el aislamiento”.[10] Las organizaciones que vertebran la Economía Popular en promedio están compuestas por un 80% de mujeres, y algunas representan un porcentaje mayor.[11] El trabajo de las mujeres en los comedores y tareas de atención a la salud y la violencia es fundamental para sostener la vida en las comunidades, especialmente en un país donde la pobreza ronda el cincuenta por ciento de la población, y entre los niños asciende al 64.

Su labor fue imprescindible durante el aislamiento social y apareció acompañada de la auto-reflexión sobre las tareas que realizan las mujeres todos los días en sus comunidades, y en la sociedad en su conjunto. Es por ello que el trabajo y las labores de cuidado tienen un lugar central en la agenda de los feminismos populares: “cuidar es trabajar” y “trabajadorxs somos todxs” son consignas que reconocen el cuidado como trabajo y a los diversos sujetxs del trabajo.[12]

 

Cuidado y trabajo, y la disputa por el sentido común

Diversidad de organizaciones sociales iniciaron la campaña “Somos esenciales” con el objetivo de que las tareas de asistencia alimentaria que las mujeres realizan en los comedores y merenderos comunitarios se remuneraran gubernamentalmente.[13] También incluía las demandas trabajo digno y la valorización de estas labores como formas de trabajo.

Las primeras huelgas protagonizadas por mujeres y disidencias transcurrieron durante el gobierno derechista de Mauricio Macri. Una de ellas fue catapultada por el femicidio de Lucia Pérez en 2016. Los paros feministas fueron un enorme catalizador que abonó a la valorización del trabajo femenino y de las diversidades. En las movilizaciones por el 8 de marzo de 2017 y 2018 se popularizó la consigna “Trabajadoras Somos Todas”. Esta consigna articuló a trabajadoras sindicalizadas –que se nuclearon transversalmente en una Intersindical Feminista que reunió a mujeres de todas las centrales sindicales, a las que integran la Economía Popular y las que desempeñan trabajos de cuidados desde sus hogares.

Para Silvia Federici la consigna “Trabajadoras Somos Todas” crea un “terreno común” que desvanece y rompe la división y la barrera histórica entre el trabajo doméstico y el trabajo extra-doméstico, el cual siempre es remunerado de forma más baja (Federici, 2018).

“Trabajadoras Somos Todas” también reconoce que los trabajos que habitualmente son considerados tareas naturales de las mujeres –como las del hogar– y otros los trabajos que las mujeres realizan en los barrios y comunidades como extensión “natural” de los primeros. Verónica Gago puso el acento sobre dos aspectos cruciales vinculados a la conceptualización del trabajo y el carácter restringido sobre quienes son considerados trabajadores y actores legítimos y autorizados del “derecho” de huelga.

El llamado a la huelga feminista incluyó las diversas formas de trabajo y puso en el centro del debate qué entendemos por trabajo, “a qué le llamamos trabajo y cuál es el valor de lo que producimos” (Gago, 2019a, pág. 3). Según la autora, la huelga reconoció que los trabajos históricamente desvalorizados, como los que desarrollan las trabajadoras de la Economía Popular, fueran considerados espacios de producción de valor (GT-CLACSO Economía popular: mapeo teórico y práctico, 2020). También abrió camino para reconocer otros trabajos precarizados no necesariamente realizados por mujeres. Es por ello que se dice que la perspectiva feminista “no sólo alumbra, visibiliza y valoriza el trabajo de las mujeres y de los cuerpos feminizados, sino que a partir de ahí permite leer de modo situado la condición general de precarización…” y de todas las formas de trabajo (Gago, 2019a, pág. 3). La huelga feminista también cuestionó a quiénes se consideraba “sujetos de la huelga” o sujetos autorizados a la huelga, que tradicionalmente eran masculinos, blancos, asalariados y sindicalizados, pero que hoy incluye a otros actores y actrices considerados socialmente periféricos o “marginales” en la vida social (Gago, 2019b).


Imagen 3. Campaña “Somos Esenciales”. Diferentes organizaciones sociales reclaman el reconocimiento de las tareas comunitarias. Septiembre de 2020. Imagen proporcionada por la agencia de noticias AnRed (anred.org). Derechos de uso gestionados por la autora.

El mecanismo del paro feminista cumplió un papel vital en el proceso de autovaloración entre las mujeres y disidencias en los barrios y comunidades sobre las tareas que realizan diariamente como formas de trabajo. Si bien el paro actuó como dispositivo detonante, esta idea se fue sedimentando a través de sus vivencias diarias, y otras experiencias.

Susana cuenta que desde el 2001 las mujeres tomaron la tarea de organizar las ollas populares porque en los barrios estaba el hambre. Las mujeres no son ni fueron indiferentes ante esa demanda.

Lo hacíamos, porque sentíamos que éramos las mujeres las que teníamos el deber de hacerlo como mujeres, de estar asistiendo a la gente. Y antes, no lo identificábamos como un trabajo. Cuando empezó la Pandemia, cuando perdimos a Ramona, empezamos a nombrar un montón de cosas.[14]

A las vecinas les costó en un principio entender que somos trabajadoras, que no estamos haciendo caridad, ni que lo hacemos porque nos sobra. Este trabajo tiene que ser reconocido. Y luchamos y vamos a seguir luchando por ese reconocimiento. Porque son horas y horas las que nosotras ponemos en la comunidad.[15]

 

El Encuentro de Organizaciones (E.O.) permitió que diferentes movimientos confluyeran en la provincia de Córdoba y allí compartieron durante años un espacio de articulación. En 2015 finalmente conformaron un movimiento social unificado bajo algunos principios básicos (democracia de base, autogobierno y autonomía popular con respecto del Estado, los partidos y la Iglesia). Hace unos años el movimiento se incorporó a la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP).

La UTEP es una estructura gremial que reúne a organizaciones sociales y sindicales y a una gran parte de los trabajadores y trabajadoras de la Economía Popular. En 2016, durante la gestión de Cambiemos, La UTEP logró que en el parlamento se aprobara la Ley de Emergencia Social (27.345) y a partir de ella se creó el Salario Social Complementario (SSC). Esta ley buscó que las labores que desempeñan los trabajadores de la Economía Popular fueran reconocidas como formas de trabajo, así como complementar los ingresos de estos trabajadores a través del Salario Social Complementario.[16] Los referentes de la UTEP sostenían que ya no era posible que los trabajadores volvieran al mercado formal de trabajo, y por ello debían ser reconocidos por el Estado, y éste debía garantizarles derechos similares a los que poseen los trabajadores formales (Hudson, 2022). Muchas de las organizaciones sociales que componen la UTEP hoy forman parte del Frente de Todos –la coalición que gobierna el país actualmente–, y algunos de sus referentes ocupan cargos en el Ministerio de Desarrollo Social.[17] Otros, mantuvieron su independencia política, como es el caso del Encuentro de Organizaciones el cual no se integró a la alianza de gobierno.

Para las mujeres y disidencias que desempeñaban trabajos reproductivos dentro de sus comunidades y barrios el hecho de que sus organizaciones participaran de Encuentro de Organizaciones y se reconociera el Salario Social Complementario (SSC) tuvo un enorme significado simbólico.[18] Sobre este tema Anabela cuenta que éstos les proporcionaron herramientas para repensarse y hacer dialogar el trabajo productivo y reproductivo:

La compañera que estaba en un comedor y que hacia el “trabajo por amor”, de pronto era una trabajadora comunitaria, una trabajadora socio-comunitaria. Entonces, poder reconocernos desde el trabajo, para nosotras como feministas fue muy fuerte.

De pronto La Ramona de Maldonado que es la encargada del comedor tiene un salario por su tarea, y en su casa se ordena distinto porque ella tiene un salario por lo que hace .[19]

 

Otro cambio sustancial en la conquista de espacios de politicidad fue que las mujeres que participan de los comedores y ollas populares fueran reconocidas como “trabajadoras de la alimentación”. Esto permitió que pudieran proyectar su agenda sobre sus condiciones de trabajo y su participación gremial. Dentro de la UTEP hay una rama que se denomina “sociocomunitaria” a la que pertenecen las trabajadoras y trabajadores que se dedican a las tareas de cuidado en la vida comunitaria. De allí que en los comedores se comenzaron a debatir temas laborales,

Comenzamos a debatir las condiciones y organización del trabajo: cuántas horas trabaja cada una, pero también condiciones de salubridad en el trabajo. Así como discutimos que en las cooperativas textiles lo mejor es tener una silla ergonómica para cocer y no hacernos daño la espalda, en las ollas también hay algunas cuestiones que tienen que ver con la seguridad. Y eso se puso de manifiesto mucho más durante la pandemia. Todos estos debates, me parece que han abonado más al reconocimiento del trabajo que el paro en sí mismo.[20] 

 

La idea de que las tareas reproductivas comunitarias no se presentan como la extensión de las tareas que las mujeres hacen “naturalmente” en el hogar afirmó la opinión de que las tareas del hogar son también un trabajo. Este recorrido fue tomando diferentes formas de acuerdo a diferentes contextos y situaciones (la pandemia), acciones políticas y mecanismos de participación (los paros y la incorporación a la UTEP), horas de debates y reflexiones que fueron sumando, abonando y fortaleciendo el concepto.

Nombrar a estas tareas como lo que son, un trabajo, les proporcionó a mujeres herramientas para repensarse como sujetos y reposicionarse en el ámbito social. En las entrevistas apareció la idea de “situaciones que estaban ahí” pero que no estaban; que “no salían a la luz”, pero que estaban. Algunas mujeres, que se incorporaron a la militancia previo a la explosión feminista (2015) mencionaron en las entrevistas que dentro de las organizaciones había temas que no se hablaban, pero que “sabíamos que algo estaba mal”. No eran públicos, pero hoy están en la agenda.

 “Lo que no se nombra, no existe” ya que no se reconoce en términos sociales y está condenado a la marginalidad política. Esta frase se escuchó con frecuencia en el último Encuentro feminista y de las disidencias celebrado en la ciudad de La Plata en el que se propuso incluir en el título de los próximos encuentros la palabra “plurinacional”. Pensar que la agenda de los encuentros feministas debía tener también un carácter plurinacional permitió reconocer la agencia política de las mujeres y disidencias de las comunidades indígenas; quienes durante cientos de años no existieron ni para la sociedad ni para el Estado nacional.[21]

Nombrar y a través de la enunciación reconocer parecen ser sólo transformaciones en el “ámbito de las ideas” pero también transforman la vida de las personas, y tienen un impacto en su subjetividad y percepción de sí y el papel que juegan como grupo social y el espacio que ocupan en la sociedad.

Evelina Dagnino menciona que las sociedades latinoamericanas están estructuradas en sectores o franjas que ocupan un “lugar social” que aparece “naturalmente” asignado, pero que está determinado por la clase, la raza y el género. Para el caso de Brasil, menciona que “las diferencias de clase, raza y género constituyen las principales bases de una clasificación social que históricamente ha penetrado la cultura brasileña, estableciendo diferentes categorías de personas dispuestas jerárquicamente en sus respectivos “lugares en la sociedad” (Dagnino, 2001). Este ordenamiento jerárquico de la sociedad determina el “lugar” social de las personas e interviene en la reproducción de las relaciones sociales desiguales y de poder, así como en su sostenibilidad en el tiempo.[22]

El hecho de que las mujeres que participan de labores de cuidado comunitario se nombraran trabajadoras transformó su posicionamiento en el “espacio social”, en sus casas y en los barrios. También les permitió dirigirse hacia la sociedad con la voz en alto e interpeló a la derecha política y social argentina quienes usualmente denominan a lxs trabajadorxs de la Economía Popular como “planeros” y “planeras”. Esta denominación en términos generales refiere a personas que cobran un “plan social”[23] otorgado por el Estado. Sin embargo, en Argentina se ha transformado en un insulto ya que refiere a personas pasivas o en el mejor de los casos a sujetos de beneficencia y en sus formas violentas remite a individuos que no quieren trabajar. Por lo que son comunes las frases: “que [los planeros] trabajen y paguen sus impuestos” o “las planeras tienen hijos para cobrar la AUH (Asignación Universal por Hijo)”.

Natalia Zaracho, –trabajadora de la Economía Popular, cartonera, y diputada nacional– en una reciente entrevista para la televisión mencionó que estos prejuicios sobre lxs planerxs parten del desconocimiento, y argumentó que gran parte de la sociedad ignora el trabajo que hacen lxs cartonerxs. Desconocen, decía, “que nosotrxs nos inventamos nuestro propio trabajo y que peleamos por los derechos que nos corresponden” (entrevista a Natalia Zaracho, Right Now, 19 de marzo de 2022).[24]

De allí que los feminismos populares disputan de manera cotidiana un lugar y reconocimiento en los mercados, en los barrios, en las escuelas, ante la sociedad, las clases medias y el gobierno.

A mediados de agosto de 2021, durante unas Jornadas del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) celebradas en la provincia de Rio Negro, tres mujeres presentaron el proyecto Albañilas, una experiencia en clave feminista. Este proyecto integraba a mujeres que se dedican a la construcción de viviendas y que se han especializado en diferentes oficios (electricidad, colocación de cerámica, etc.). Las expositoras comentaron que Albañilas busca disputar dos ideas fuertemente arraigadas en la sociedad,

 

Una, es la idea de división sexual del trabajo que rige toda la sociedad, y no solo la tarea de albañilería; y por otra parte, cuestionar otra idea del sentido común también muy reaccionaria y conservadora que tiene que ver con el lugar de las organizaciones sociales y las organizaciones populares en la sociedad. Tiene que ver con que quienes nos organizamos en estos movimientos somos vagas, planeras, planeros, que no queremos trabajar (FOL, 2021).

 

En la etapa kirchnerista, período en el cual esta fuerza política se mantuvo en el poder (2003-2015), la derecha argentina (social, cultural y económica) se alió con las patronales del campo para promover durante el primer gobierno de Cristina Fernández huelga en 2008; y durante su última presidencia, esta derecha se fue consolidando en la sociedad con el apoyo de una franja considerable de la clase media. Aunque en aquel momento aparecía dispersa y desunida, entre 2015 y 2019, el PRO-Propuesta Republicana accedió a la presidencia.

El PRO le dio forma y argumentos a esta nueva derecha. Durante su gestión expuso varias ideas-fuerza que marcaron su doctrina; en primer lugar, el rechazo a la función social del Estado, la primacía del mercado y la meritocracia, así como una crítica a la “política tradicional”, calificada de corrupta y mafiosa. Pero también la estigmatización de la pobreza (Palma, 2021).

El antiplebeyismo apareció como una constante en la tradición histórica liberal en la Argentina durante todo el siglo XX, y marcadamente desde el ascenso del primer peronismo. Sin embargo entonces la clase obrera era el sujeto político contra el cual se lanzaban los imaginarios liberales del antiplebeyismo. Hoy, con una franja de pobreza estructural más aguda producto de años de neoliberalismo el antiplebeyismo se reactualiza y se expresa como un rechazo y odio a la pobreza, así como a los sectores más vulnerables de la sociedad. El antiplebeyismo de la derecha macrista es anti-pobre.

El crecimiento de proyectos autoritarios no se circunscribe a la Argentina, crecen en América Latina y se arraigan en las sociedades de toda la región; sin embargo, los feminismos aparecen como muros de contención ante ese avance pues se oponen a las formas de política que asume las diferencias como desigualdades y que buscan “culpables” entre los sectores “vulnerables”: pobres, negros, mujeres y migrantes. En contraparte, los feminismos aceptan en su lucha a todo el arco de actores sociales y problemáticas sociales que se ubican en la periferia de un centro normativo, puesto que la lucha contra la violencia patriarcal parte de la desjerarquización de la sociedad y la politización del racismo, el machismo, la xenofobia, y la estigmatización de la pobreza (Palma, 2021).

En Argentina los feminismos enfrentan a esta “nueva” derecha en la primera línea. Lo hacen desde el territorio y los barrios, en el seno de la vida cotidiana, en la familia y en el espacio público.

Los feminismos populares luchan contra el “resentimiento social” de una franja de la sociedad que deposita su frustración social en contra de quienes llama “planeras” y reafirman su lugar y enunciación social como trabajadoras. Sin embargo, los feminismos populares cuestionan la condición desigual de las mujeres (diferencia sexual) y su voz resuena fuerte ya que se han reposicionado en el espacio social y hablan con autoridad desde su posición como trabajadoras.

 

Estado, sociedad y feminismos

El movimiento feminista en Argentina ha desafiado la tradición política del proyecto nacional-popular en la cual el Estado es el escenario privilegiado de la arena política, y el único lugar posible donde se expresan las relaciones de poder y la acción política (Palma, 2021).

Pero esta convicción no pertenece solo a la el populismo-estatista sino que fue parte también del universo político-cultural de las izquierdas setentistas en América Latina. Al respecto Evelina Dagnino menciona que bajo la influencia del estructuralismo marxista las izquierdas vieron en el Estado el único objetivo y espacio pertinente de la lucha, porque lo consideraban como el espacio de “condensación de relaciones de poder y como lugar específico de la dominación en la sociedad” (Dagnino, 2001, pág. 54). Es decir, el Estado era leído como el “foco privilegiado de atención en el análisis de la política y la transformación política”. Para estas fuerzas, “era el único escenario decisivo para las relaciones de poder, y por lo tanto el único lugar y objetivo pertinente de la lucha política” (Dagnino, 2001, pág. 54). Aquellas ideas todavía están presentes al interior de ciertas agrupaciones políticas y de la izquierda en nuestro continente –que persisten casi por “herencia” de tipo cultural– y que relegan a un segundo plano la lucha y disputa en y al interior de la sociedad (Palma, 2021).

El movimiento feminista en Argentina ha comprendido muy bien que el poder se encuentra tanto en el Estado como en la sociedad. Los feminismos luchan por cambiar las estructuras sociales y culturales que ordenan la vida social. Y lo están haciendo ahora mismo, no es una promesa de futuro, y lo hacen en términos de disputa. Los feminismos aparecen interpelando y cuestionando por diferentes vías el “sentido común” social (Gramsci, C.11, § 12-13, 1999) pues dirigen su palabra a la sociedad toda, y por ello tienen una intención generalizadora.

Se plantean una lucha contra el “sentido común patriarcal” en sus diversas expresiones de violencia y desigualdad de género. Los eslóganes y consignas de la lucha feminista apuntan hacia la relación desigual de poder en la cotidianidad, sus cuerpos, y las relaciones sociales. Mismas que han identificado, decodificado y presentado en forma polémica; por ejemplo, en contra de la intromisión del mercado, el Estado y la Iglesia sobre el cuerpo de las mujeres o de los cuerpos feminizados. Las consignas: “No es no”, “Mi cuerpo es mío”, entre muchas otras expresiones fueron muy contundentes en el marco de la legalización del aborto en Argentina (2018). A ellas se suman otras formuladas por el activismo gordex que apunta a pensar en la autonomía y soberanía corporal. Otras, refieren a la división sexual del trabajo, y quieren visibilizar el trabajo doméstico y el cuidado de personas: “No es amor, es trabajo no pago”. Pero éstos solo son algunos de los temas a los que han apuntado los feminismos durante los últimos años (Palma, 2021).

Ahora bien, la lucha por el reconocimiento del trabajo de las mujeres que participan de la Economía Popular presenta una disputa por el sentido común en la sociedad sobre lo que se entiende por trabajo (planeras vs trabajadoras). También es la lucha contra las concepciones culturales y políticas que determinan la forma de actuar y pensar de estos sectores. A su vez, sus voces le exigen al Estado que las reconozca salarialmente de manera digna y con derechos. Le reclaman un rol activo en las áreas de salud, alimentación, trabajo, violencias y niñez de las cuales ellas se han ocupado. La gran ausencia del Estado durante la pandemia, no hizo más que reforzar estas demandas ya que ellas se ocupan de lo que “debería hacer el Estado”.

Inclusive las instituciones barriales estatales (el centro de salud, la escuela, el municipio o el centro vecinal) acuden a las Casas de mujeres y disidencias en diferentes situaciones. Por ejemplo, en algunas circunstancias es la Municipalidad zonal quien acude a las Casas, y les “deriva” casos de violencia de género: “Esta Casa es autogestionada y nosotras tenemos casos que nos derivan de la propia Municipalidad. Nos llaman a nosotras. Ahí te das cuenta de cómo es. Debería ser al revés. Que el Estado tenga una política pública para resolver”.[25]

También sucede que se presenta una “articulación” de las organizaciones con los actores institucionales del barrio. Esto mismo sucede con los trabajos de cuidado de las niñeces en los centros de salud o los colegios del barrio. Muchas veces cuando algún niño o niña deja de asistir a la escuela “terminan sonando nuestros teléfonos”, es decir, las escuelas acuden a las mujeres de las organizaciones en pedido de ayuda.

Es muy complejo y nosotros como organización articulamos con el centro de salud del barrio, con el colegio del barrio, es decir, como organización articulamos con todos los actores políticos del barrio, pues también son ellos quienes deben garantizar los derechos, como justamente eso, como actores políticos que forman parte del Estado.[26]

 

El Estado, según plantean las mujeres entrevistadas, es quien debe cumplir las funciones de las Casas. Sin embargo, hay una profunda desconfianza de que ello suceda; saben que los recursos que obtienen se ganan mediante la lucha, más que del cumplimiento del Estado sobre sus labores.

Las organizaciones sociales y los feminismos populares han construido un entramado sustancial de “organismos” o “instituciones” que vertebran la vida social y que cubren casi todos los aspectos de la vida comunitaria que se desarrolla de manera independiente del Estado. Realizan estas funciones con muy pocos recursos y muchos autogenerados, actúan como un Estado o en el lugar del Estado, sustituyéndolo.

A lo largo del artículo hemos descrito muchas de las áreas que cubren las organizaciones; entre ellas: los cientos de comedores en los barrios populares, la red de promotoras de la salud, las Casas habitadas por mujeres y disidencias, el trabajo cooperativo organizado en diferentes unidades productivas y la tarea que desarrollan con las niñeces.

Los feminismos populares han emprendido una enorme labor que cubre casi todos los aspectos vinculados a la salud, la educación y la recreación de las niñeces, pero también de la detección de abuso intrafamiliar y el fomento a la diversidad dentro de las infancias. Por mencionar solo un ejemplo, el FOL ha construido una red de jardines de infantes a los que asisten les niñes de las mujeres que trabajan en las cooperativas. Sin embargo, las diferentes organizaciones han diseñado sus propias estrategias y espacios para atender esta agenda.

 

Espacio público y participación en la vida política de los feminismos

El movimiento feminista argentino ha construido grandes organizaciones, espacios políticos que expresan un politicidad feminista y de las disidencias, sobre los que hemos señalado algunas construidas por el feminismo popular. Uno de ellos es el Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias ya mencionado en apartados anteriores y el cual reunió a 250 mil mujeres durante su último encuentro.

De 2015 a la fecha el feminismo en Argentina ha construido espacios y agendas atravesados por la transversalidad: el colectivo “Ni Una Menos”, pionero en las convocatorias a las protestas contra las violencias;  la organización Socorristas en Red, vinculada al acompañamiento a mujeres a abortar; la Intersindical Feminista que une a las mujeres de los principales sindicatos; la Campaña Nacional Contra las Violencias hacia las Mujeres la cual es coordinada por los feminismos populares y que lleva diez años de lucha contra los femicidios y las violencias; la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito la cual articuló la lucha por su legalización y hoy brega por su implementación efectiva; y el entramado de organizaciones vinculadas a los feminismos populares –ya nombrados en este artículo– son algunas de las más relevantes. A ellas, hay que sumar las cientos de colectivas, redes, plenarias, foros de debate y discusión impulsadas por mujeres y disidencias durante los últimos años.

Esta amplia malla de organización social feminista se sigue expandiendo y plantea la incorporación de miles de mujeres y disidencias a la vida política. Maristella Svampa ha mencionado en un reportaje reciente que “más que un movimiento social” se trata de “la sociedad en movimiento” (Svampa, 2019, pág. 3). Sin embargo, esto ¿implica una ampliación democrática de la sociedad civil? o ¿el movimiento feminista se ha incorporado al espacio público tradicional?

Desde las primeras luchas feministas, sobre todo desde el momento en el aparecen articuladas en términos políticos y teóricos –durante la segunda mitad del siglo XIX y el XX– se planteó qué papel debían jugar frente a la dicotomía que aparece en la sociedad moderna entre el espacio público y el privado. El primero entendido de forma genérica como el espacio político habitado tradicionalmente por varones, y regido por reglas y normas que responden a una politicidad patriarcal: formas políticas autoritarias y verticales. A su vez, un espacio en el cual el ejercicio de la política y el poder se estructuran a partidos e instituciones. Mientras que el espacio privado refiere a la esfera del hogar, el espacio privado, íntimo, el mundo de las mujeres.[27]

Carole Pateman señala que la sociedad civil tiene una estructura patriarcal y que el espacio público conserva criterios patriarcales de participación plasmados en la estructura del Estado (Pateman, 1995; 2018).

En el mundo contemporáneo, regido por un régimen político y una cultura política liberal, para que una mujer “se constituya como ciudadana completa y activa, deber ser (parecida al) hombre” (Pateman, 2018, pág. 31). Rita Segato agrega que para “entrar” a ese mundo las mujeres “tenemos” que travestirnos, convertimos en el “sujeto universal”, cuando; por ejemplo, entramos a los partidos o participamos en el Estado (Segato, 2019, 2018).[28]

Entonces, ¿el movimiento feminista se ha incorporado al espacio público? Es evidente que el cuestionamiento de la desigualdad de género trae consigo la democratización de la vida social. Los feminismos intervienen activamente en el espacio público tradicional, es allí donde plantean una disputa cotidiana: en los medios masivos de comunicación y en todos los ámbitos de la sociedad, en los públicos y privados. Sin embargo, han creado un espacio público paralelo ya que se presenta opuesto signado por formas propias de politicidad y no aparece “integrado” en términos de asimilación al espacio público tradicional. Este fenómeno no presenta una ampliación sino una ruptura de la democracia liberal-parlamentaria y del espacio público tradicional, sin implicar un separatismo en términos políticos.

 

Nuevas formas de politicidad de mujeres y disidencias

Mujeres y disidencias han ingresado al mundo de la política portando una nueva politicidad. Muchas de ellas no poseían una militancia previa y se incorporaron a ella vía el feminismo, y otras, más experimentadas, han resignificado su práctica y acción política. Lo cierto es que se ha ido cocinando una nueva politicidad sobre la que señalaremos sus aspectos innovadores.[29]

Una particularidad que caracteriza al movimiento feminista argentino es que es un movimiento político inclusivo en el cual “todas las voces caben” ya que agrupa diferentes subjetividades –entre ellas voces indígenas y negras– y reconoce todas las identidades sexuales. Sin embargo, sus demandas se presentan más en términos culturales y sociales, que de tipo economicista.

El colectivo Ni Una Menos tiene la virtud de expresar e incluir la diversidad de las demandas feministas. En el paro feminista del 8M-2022 abrazó diversidad de consignas que unen y mezclan historias que inicialmente parecen distantes, pero que se pueden “narrar en clave de género, de racismo y de transfobia” (Dillon, 2022, pág. 3). Por lo que sintetiza el cúmulo de demandas de los feminismos en plural y reafirma su carácter

internacionalista, antirracista, antiimperialista, antibiologicista, antiespecista, anticapitalista, antigordofóbico, transfeminista, plurinacional, anticarcelario, anticapacitista, migrante, transfronterizo, antiextractivista, antifascista, antiedadista y transgeneracional (Ni Una Menos, 2022, pág. 17).

 

En los barrios, los territorios y comunidades donde habitan los feminismos populares se afirma que la lucha feminista incluye a los sujetxs diversxs que integran a la comunidad: las diversidades sexuales (travestis, trans, no binaries, intersexuales y otrxs), los cuerpos racializados, lxs migrantes y las infancias diversas.

La participación en los Encuentros feministas abona mucho a esa y otras ideas y prácticas políticas. Por ejemplo, Anabela comenta que estos encuentros les permite reconocerse como parte de una lucha colectiva masiva, además de “ver esa diversidad de cosas muy distintas, y abrazarlas”. Para ella, una de las características que distingue a la politicidad de las mujeres y disidencias es la actitud ante la diversidad:

Yo creo que un punto interesante tiene que ver con la diversidad. Aceptar la diversidad, con dejarnos de uniformar. De pensarnos en ideas rígidas y poder abrir al diálogo. Andar preguntado un poco más, escucharnos, pero de verdad. Sinceramente. Esta construcción colectiva desde la diversidad, desde la pluralidad, es algo que en los Encuentros de Mujeres aparece impresionante. Yo la primera vez que fui a un Encuentro no entendía nada. Me preguntaba, qué hace toda esta gente hablando, cada una tomaba la palabra y decía otra cosa. Y yo decía: ¿qué es todo esto, por qué nadie ordena? (se ríe).[30]

 

Cada año se realiza el Encuentro de feminismos populares en una provincia diferente. Ello implica un viaje y una organización muy grande. Cada agrupación realiza asambleas pre-Encuentro para definir los temas que se propondrán para el debate. Pero los Encuentros también significan salir de los barrios, viajar. Y quienes asisten nunca regresan igual. “Quien va a un Encuentro, no vuelve igual”, es una frase que resuena mucho: “Las compañeras lo esperan todo el año y lo sienten como un evento en su vida, las cambia subjetivamente en su casa, en sus barrios y con sus compañeres”.[31]

Los Encuentros son un espacio privilegiado donde se expresan muchos aspectos de esta nueva politicidad. En el más reciente, miles mujeres y disidencias se reunieron a debatir en más de 87 talleres, cada uno dedicado a una temática diferente. Estos talleres son el corazón de los Encuentros, y su distintivo ya que la reflexión es empática, desordenada, democrática y horizontal. No hay nadie que dirija los talleres ni que coordine la palabra. La manera en que se presenta la decisión política es la del consenso, es decir, no se vota: se publican los debates, las distintas posturas y opiniones y se leen en el acto general que cierra el evento. Esta nueva forma de comunicación política no niega el conflicto, lo gestiona de manera diferente: evita la lucha por la imposición forzada de un “espacio” de poder sobre otro, como lo hace habitualmente la política tradicional (Palma, 2021).


Imagen 4. Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias realizado en la ciudad de Trelew, provincia de Chubut, 2018. Imagen proporcionada por la agencia de noticias AnRed (anred.org). Derechos de uso gestionados por la autora.

Muchas de las entrevistadas mencionan que las formas de politicidad de las mujeres y disidencias marcan una diferencia en cómo se establecen los debates y en cómo se escucha,

A mí me parece que nosotras fuimos aprendiendo a romper ciertos modos de reproducción de la política patriarcal. Me parece que hay algo que yo lo vivencio de ese modo. Tenemos prácticas patriarcales todas y todes en diferentes ámbitos, y en lo político también se reproducen. Pero me parece también que hay una cuestión con respecto a la escucha, con respecto al lugar de la palabra, que tiene que ver más con los modos y los métodos. Que no hay que idealizarlos tampoco […]. Y obviamente que las disputas políticas existen y son genuinas.

Me parece que hubo un aprendizaje colectivo, respecto a la idea de poder tomar distancia en algunos momentos, de escuchar a la otra compañera. Es importante, porque venimos de prácticas de avasallamiento de la palabra, de la imposición. De ciertos modos que no son saludables.[32]

 

Tradicionalmente mujeres y disidencias han ingresado a la vida política vía la aceptación de criterios de participación que pertenecen a la política “tradicional”, de reglas y normas patriarcales. Inclusive esa fue la manera de hacerlo durante el periodo de radicalización política de las décadas de 1970 y 1980 en Argentina y en América Latina. Hoy, el estallido feminista abrió la posibilidad de repensar las militancias y comenzar a practicar diferentes:

Yo creo que la pregunta es muy feminista. Preguntar, dudar, animarse a no estar segura. Yo creo que eso es algo que no se permite o no se permitía tanto en las militancias más masculinizadas. Que se muestra como lago muy productivo, muy potente, muy imponente en algunos casos, muy productivista, muy para el afuera […]. Entonces a la compañera que habla bajito, no hay animarla a que hable más fuerte, sino escucharla.[33]

 

La posibilidad de crear consensos transversales en la diversidad política y en la acción política es otro elemento que caracteriza esta nueva politicidad. Esto fue claro durante la lucha por la legalización del aborto de la “Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito” que reunió más de 300 organizaciones y colectivas de todos los colores políticos. Haber logrado esa unidad y movilización entre tanta diversidad política es un gran logro de los feminismos:

En este tema el feminismo aportó muchísimo. Haber logrado esa unidad en la diversidad para temas que son para nosotras y para toda la humanidad. Yo creo que el feminismo dio una lección importante.

Cuando se aprobó la legalización el aborto, me escribían compañeras de Ecuador y de Bolivia, felicitándonos. Ahí tomas conciencia de que es una lucha tan de todas. Ahora nos toca a nosotras. Sí, eso lo ha logrado el feminismo, me parece.[34]

 

Esta práctica, aparece junto a una forma de hacer política más colectiva contrapuesta a lógicas verticales y paternalistas presentes en la arena popular,

Es una forma de hacer política más colectiva. Y en los Encuentros feministas se pone a flor de piel todo eso. Creo que hay una certeza que dice que el cambio es colectivo, y que esa fuerza, esa enorme fuerza de la “ola verde”, del Ni Una Menos, es resultado del protagonismo de las mujeres y de esa fuerza colectiva.[35]

 

Las nuevas formas de politicidad tienen un lazo evidente con la vía por la cual mujeres y disidencias entran a la política a través de actos de cuidado y acompañamiento. Mariana, comentaba a través de su testimonio expuesto líneas arriba que la escucha, el reconocimiento y el lugar de la palabra han sido fundamentales a la hora de acompañar casos de violencia, de abuso sexual y de femicidios. Quizá aquí, se encuentre una clave para aproximarnos a entender estas nuevas formas de ejercicio de la política presentes en los ámbitos de los feminismos y en los feminismos populares en particular. Esa manera de dirigirnos, dice Mariana, 

Nos ha ayudado muchísimo, sobre todo en las situaciones de violencia, en el caso de los femicidios también, de los abusos sexuales. Hubo un reconocimiento de como nosotras, como sujetas políticas y como mujeres y disidencias vivimos ciertos aspectos. Ese reconocimiento e identificación con la otra. Darle lugar a lo que el otre piensa, siente y vive. Sí, yo creo que hay algo que cambió.[36]

 

 

Conclusiones

En este artículo se ha analizado el papel de los feminismos populares insertos en la organización de la Economía Popular durante la pandemia, así como del papel sustancial que juegan las mujeres en la “reproducción comunitaria” de la vida social en barrios y villas. Su labor fue imprescindible durante el aislamiento social de la pandemia y se acompañó de un proceso de autorreflexión iniciado algunos años atrás acerca de la valorización de las tareas de “cuidado comunitario” como formas de trabajo y de las mujeres dedicadas a este tipo labores como sujetxs de trabajo.

A su vez se documentaron diferentes caminos (circunstancias políticas, mecanismos de participación y vivencias) que les permitieron a diversas mujeres dedicadas a trabajos de cuidado comunitario reconocerse como trabajadorxs. Al nombrarse como tales se repesaron y reposicionaron como sujetxs en el ámbito social y político. Este reposicionamiento también parte del cuestionamiento de su condición desigual como mujeres (diferencia sexual).  A su vez, han disputado un lugar en el espacio público.

Si bien se ha considerado la relación de los feminismos con el Estado se mencionó que en términos políticos éstos dirigen su lucha y palabra no sólo hacia el Estado sino también hacia la sociedad, ya que identifican relaciones asimétricas de poder en ambas esferas. Los feminismos exigen al Estado reconocimiento efectivo de sus tareas comunitarias en términos salariales, así como le exigen un rol activo sobre la atención a la salud y la alimentación, el trabajo y la educación, así como el combate a las diversas formas de violencia. Por otra parte, los feminismos populares han construido un entramado de instituciones y organizaciones que vertebran la vida social y que cubren casi todos los aspectos de la vida comunitaria (el trabajo cooperativo en unidades productivas, el sector de la alimentación, la red de promotoras de la salud, las Casas habitadas por mujeres y disidencias, el sector educativo y recreativo dedicado a las niñeces) que se presentan de manera independiente al Estado y sustituyen sus funciones.

Por otro lugar, se examina la relación entre la participación en la vida política de los feminismos y los feminismos populares y sus implicancias para el espacio público. Se sostiene que los feminismos no se han incorporado a este último, si no que han creado uno paralelo al espacio político tradicional (regido por normas y reglas patriarcales) y signado por formas propias de politicidad.

Por último, se abordaron las nuevas formas de politicidad y de comunicación política que han tomado forma durante los últimos años. Una de ellas, la inclusión que, opuesta al uso liberal de la palabra, se presenta en términos culturales y sociales, pues incorpora e integra a grupos sociales e identitarios que aparecen minorizados en términos políticos y sociales. Todo lo cual democratiza la vida social.

También se presentaron otras formas de comunicación política. Se mencionó, por ejemplo, que la disputa política se lee como genuina, pero se gestiona de manera diferente; que la transversalidad permite crear consensos en la diversidad política y que hubo una transformación de las formas del diálogo político. Estas nuevas formas de comunicación política y de politicidad tienen un lazo evidente con los actos de cuidado y acompañamiento a través de los cuales mujeres y disidencias en Argentina entran a la vida política a través de los feminismos populares.

 

Notas:

[1] Posdoctorante, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM; Doctora en Estudios Latinoamericanos UNAM; integrante del FEM-Historia y del comité editor de la revista Catarsis. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

*Este trabajo se hizo gracias al apoyo del Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM,
otorgado durante mi estancia posdoctoral en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la UNAM.

[2] Disidencias refiere a las diversidades y diferentes identidades sexuales (travestis, trans, no binaries, intersexuales, bisexuales, lesbianas y otrxs). Las disidencias integran los feminismos populares.

[3] Entrevistas a Susana integrante de La Poderosa, del barrio Yapeyú ubicado en la provincia de Córdoba, y a Anabela del Encuentro de Organizaciones, del barrio San Vicente, situado en la misma provincia.

[4] Entrevista a Susana.

[5] Entrevista a Susana.

[6] El FOL reúne a unas 20 mil familias situadas en quince de las veintitrés provincias argentinas. Su tarea fundamental es la organización del trabajo en cooperativas. En esta etapa están iniciando la urbanización de 18 barrios situados en diferentes provincias que incluye tareas vinculadas a la hechura de veredas, cloacas y la extensión de la red de agua potable. Unido a ello están emprendiendo la tarea de organizar polos productivos para la fabricación de hormigón, carpintería y herrería. Pero su labor también incluye a la organización de emprendimientos productivos que involucran la rama textil, la gastronomía, y en las provincias a la agricultura y ganadería (cría de animales), entre otras. En cada zona el FOL ha montado un centro comunitario abierto a la comunidad, en los que funcionan asambleas de delegados. Información obtenida a través de entrevista a Pini.

[7] Entrevista a Pini.

[8] Entrevista a Anabela quien trabaja en el “área” de género de E.O.

[9] Entrevista a Anabela.

[10] Entrevista a Pini.

[11] Por ejemplo, La Poderosa cuenta con un 90%.

[12] Estas consignas aparecen enumeradas entre las más importantes en el documento de Ni Una Menos elaborado divulgado en el paro feminista del 8M/2022. Los cinco puntos que ordenan las demandas fueron: 1. Cuidad es trabajar; 2. Reforma Judicial Feminista y Transdiciplinar; 3. Contra la precarización: Trabajadorxs somos todxs; 4. Autonomía de nuestros cuerpos y nuestros territorios; 5. Educación Sexual Integral (Dillon, 2022). La que encabeza el documento puso en el centro del debate el problema de la deuda externa con la consigna: “La Deuda es con Nosotras, nosotros y nosotres. Que la paguen quienes la fugaron”.

[13] La campaña es una propuesta organizada por la Federación Nacional Territorial (de la CTA-A), Somos Barrios de Pie, el Frente de Organizaciones en Lucha y la Federación de Organizaciones de Base, e incluyó el respaldo de figuras de la cultura y varias protestas en el Obelisco y otras zonas del país.

[14] Ramona Medina era una referenta del espacio de salud de la Casa de las Mujeres y de las Disidencias de la Asamblea de La Poderosa en la Villa 31, ubicada en la Ciudad de Buenos Aires. Durante uno de los momentos más difíciles de la pandemia, cuando los contagios estaban en alza, un sector de la villa se quedó sin agua, situación que Ramona denunció y mostró en un video que se volvió viral. Una semana después que denunciara la situación, le diagnosticaron covid y murió. La denuncia de La Poderosa por esa época también estaba relacionada con las condiciones de hacinamiento y la falta de servicios públicos en las villas de la ciudad. Información obtenida a través de entrevista a Susana.   

[15] Entrevista a Susana.

[16] Integran la UTEP, la Corriente Clasista y Combativa (CCC), Barrios de Pie, el Frente Popular Darío Santillán, Nuestra América, el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), entre otros.

[17] Aquí aparece una tensión respecto a la “institucionalización” de los movimientos sociales. Dentro del Ministerio de Desarrollo Social, Emilio Pérsico, Secretario General del Movimiento Evita, encabeza la Secretaría de Economía Popular; Daniel Menéndez, referente de Barrios de Pie, la Subsecretaría de Promoción de la Economía Social; y Rafael Klejzer, dirigente de la Izquierda Popular y del Movimiento Popular La Dignidad ocupa el cargo de director de la misma cartera.

[18] Entrevista a Anabela.

[19] Entrevista a Anabela.

[20] Entrevista a Anabela.

[21] Incluir es una palabra que caracteriza al movimiento feminista argentino. Profundizaremos este tema en otro apartado. De allí el nombre largo de los Encuentros: Plurinacional de Mujeres y Disidencias, Lesbianas, Trans, travestis, no binaries, bisexuales, intersexuales. En el último Encuentro participaron alrededor de 250 mil mujeres y fue realizado en la ciudad de La Plata en el mes de octubre de 2019.

[22] Silvia Federici (2020) ha prestado especial atención a tema de las jerarquías, ha analizado el lugar que desempeñan en la modernidad y ha destacado su función como productoras de desigualdades. En este sentido, menciona que el capitalismo no sólo se ha asentado en el despojo y la privatización de los medios de producción, sino que ha basado su permanencia en la recreación continúa de divisiones sociales y jerarquías, que tienen el poder de enfrentar a los unos contra los otros, a través del salario, por ejemplo, diferenciar a trabajadores blancos-hombres, de las mujeres, los trabajadores negros y los indígenas (Federici, 2019).

[23] Las comillas están puestas porque los trabajadores de la EP no reciben “planes sociales”. El Estado les otorga el Salario Social Complementario (SSC).

[24] Natalia Zaracho asumió el cargo de diputada del interior del país.

Entrevista a Susana, integrante de la del centro de Argentina quién juró “por la patria cartonera y por la lucha de los pobres de nuestra tierra”.

[25] Entrevista a Pini.

[26] Entrevista a Susana.

[27] Esta dicotomía ha sido entendida de diferentes maneras de acuerdo a las preocupaciones de los distintos feminismos en el transcurso de la historia, pues para los feminismos liberales el espacio público era y es entendido como la esfera en la cual se desarrolla la política y las relaciones de poder; y para el feminismo radical, sobre todo el estadounidense de los años setenta, dentro del espacio privado también se presentan relaciones de poder y dominación, idea que sintetizaron con el slogan: “lo personal es político”.

[28] Rita Segato sostiene que durante el proceso de transición del mundo indígena/precolonial a la modernidad colonial en América Latina se constituye el sujeto del espacio público, que es un sujeto universal, enunciador de temas de “interés general”, y que va secuestrar de todo lo que se pretende político –el hombre blanco, páter familias, propietario–. Junto a ello, las mujeres van a perder los espacios de politicidad que poseían en el mundo indígena, representados en una “domesticidad” comunal, un lugar habitado y concurrido que permitía la deliberación, y que podía incidir en el destino de la comunidad. En el proceso de transición, el espacio doméstico se transforma en la “familia nuclear” moderna. El mundo de las mujeres se transforma en un espacio íntimo y privado, y su politicidad es expropiada (Segato 2018; 2019).

[29] Formas tradicionales se expresaron, por ejemplo, en el último Encuentro feminista vía la resistencia de algunas organizaciones que integraron la comisión organizadora de nombrar o rebautizar a los encuentros plurinacionales. Por otra parte mencionar que para que esta nueva politicidad pudiese desarrollarse, inventarse y recrearse el movimiento feminista tuvo que en términos organizativos separarse. Quizá, una lección recogida de las reflexiones de las feministas sufragistas (fines del XIX y principios del XX), que habían sacado conclusiones de la experiencia política de las mujeres que guiadas por los principios iluministas participaron activamente en la Revolución Francesa, y que fueron excluidas de aquella experiencia, expulsadas de los “clubes políticos”, muchas de ellas guillotinadas y otras exiliadas por los revolucionarios jacobinos. Ellas, las sufragistas, aprendieron de la generación anterior que tenían que luchar de forma autónoma para conquistar sus reivindicaciones, separadas de los varones (Ana de Miguel, 2000; Gamba y Diz, 2021).

[30] Entrevista a Anabela.

[31] Entrevista a Anabela.

[32] Entrevista a Mariana.

[33] Entrevista a Anabela.

[34] Entrevista a Pini.

[35] Entrevista a Pini.

[36] Entrevista a Mariana.

 

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Entrevistas

  • Las entrevistas han sido realizadas por la autora, entre el mes de diciembre de 2021 y marzo del 2022, a mujeres que integran las organizaciones que abajo se detallan. El criterio de selección fue tomar una muestra representativa por cada sector, abarcativo de diferentes organizaciones ubicadas en distintas localidades, entre las que incluye la región del centro de Argentina (Capital Federal y provincia de Buenos Aires), y el interior del país.
  • Entrevista a Susana, integrante de la Casa de las Mujeres y de las Disidencias y del Frente de Género de La Poderosa del barrio Yapeyú, provincia de Córdoba. Realizada el 2 de febrero de 2022.
  • Entrevista a Anabela, integrante de la Casa Comunidad, trabajadora del área de género e integrante del Encuentro de Organizaciones, barrio San Vicente provincia de Córdoba. Realizada el 4 de marzo de 2022.
  • Entrevista a Marianela “Pini”, integrante de la Casa Lety Rocha, y del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), localidad bonaerense de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires. Realizada el 15 de diciembre de 2021.
  • Entrevista a Mariana, integrante de la Campaña Nacional Contra las Violencias hacia las Mujeres, de la Casa Lety Rocha y del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), localidad bonaerense de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires. Realizada el 26 de enero de 2022.

 

Cómo citar este artículo:

PALMA, Laura, (2022) “Pandemia, trabajo, cuidado y politicidad: los feminismos populares en Argentina”, Pacarina del Sur [En línea], año 14, núm. 49, julio-diciembre, 2022. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2078&catid=8