A principios de 1976 se presentó para buena parte de la izquierda sudamericana, una opción extrema: abandonar el país de origen en las condiciones que se pudiera y salvar la vida o afrontar en la clandestinidad, el avance de las fuerzas represivas. Las condiciones políticas de Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia, Paraguay y Brasil eran de horror. Con matices, la situación de Perú bajo el mandato del general Morales Bermúdez mostraba un panorama menos degradado, pero que se fue descomponiendo poco después de nuestra llegada a Lima. De esa forma y en condiciones precarias, un grupo de exiliados argentinos nos instalamos en Perú. No parecía tan grave lo que habíamos decidido, con cierta ingenuidad y buen ánimo, esperábamos que en un par de años la dictadura argentina se derrumbara, lo que seguía sería un retorno triunfal a Buenos Aires en cuatro horas de vuelo. Poca cosa para una época cargada de épica militante y proyectos maximalistas.
Con visa de turista y escasas opciones laborales, nuestro deambular limeño se parecía bastante a la Armada de Brancaleone.[1] Cada uno aportó las habilidades y conocimientos que traía en la valija, un poco a los tumbos y como resultado de esas iniciativas, surgió un emprendimiento que fue la salvación económica del grupo, nos dedicamos a producir empanadas y ofrecerlas en las calles de Lima en lo que parecía un extraño contingente de exploradores “ilustrados”.
Pero no todo estaba mal, la mano solidaria de amigos peruanos hizo menos dura la estancia limeña. En ese trajinar de golpear puertas y buscar oídos receptores, llegué a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y entre las muchas figuras de esa histórica institución académica, conocí a quien tuvo un gesto clave para marcar un rumbo en mi vida fuera de Argentina. La antropóloga Alicia Jiménez me vinculó al centro de estudiantes sanmarquinos y tomó una decisión que aún le agradezco: presentarme a Ricardo Melgar.
El lazo profesional y personal que se estableció con Ricardo se constituyó en un puerto seguro para quien luchaba contra cierta sensación de desamparo. Con la ventaja que da el tiempo, puedo relatar anécdotas y episodios chuscos o bien solemnes, de su amplia labor académica y de una entrañable amistad que mantuvimos durante cuarenta años. Guardo en la memoria, como si fuera hoy, una tarde de otoño limeño en mayo de 1976, cuando Alicia Jiménez, nos presentó, y un segundo después, regresar a nuestras charlas con Ricardo, por Zoom, días antes de su muerte, el pasado 10 de agosto de 2020.
Imagen 1. Ricardo Melgar Bao, mediados de 1970
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.
Imagen 2. Hilda Tísoc y Ricardo Melgar, 1978.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.
En una peña de los exiliados argentinos, en la calle Roma 1, en la Ciudad de México, nos reencontramos con Melgar a mediados de 1977. Las condiciones políticas de Perú habían empeorado y junto con Hilda decidieron salvaguardar su seguridad personal. Nuestros encuentros se hicieron más frecuentes. Solíamos hablar, debatir y cruzar autores y evidencias testimoniales de todo tipo, frente a mil temas de la realidad latinoamericana. En materia documental aprendí a manejar archivos y consultar fuentes primarias insospechadas. Para Ricardo el papel más inocente y en apariencia insignificante, podía guardar toda clase de secretos. Años después, mientras revisábamos antiguas publicaciones peruanas y como producto de una charla de sobremesa acerca de los combatientes internacionales en la guerra civil española, se derivó un trabajo que, bajo su orientación, tuve el gusto de investigar y redactar. El ensayo acerca de los milicianos peruanos que participaron en la guerra de España fue publicado en la revista Pacarina del Sur,[2] otro logro del espíritu emprendedor de Melgar. El primer gran aterrizaje que logré en esa especie de amable “toma y daca bibliográfico” fueron algunas sugerencias de Ricardo para abordar el estudio de la obra de José Carlos Mariátegui. Esos apuntes fueron el norte que marcaron un punto de inflexión en el estudio de ese gran revolucionario latinoamericano. La cuestión indígena y el tema campesino ampliaron, de la mano de Ricardo, una visión demasiado estrecha que cargaba desde mis años de estudiante de sociología en la Universidad de Buenos Aires. Si el surgimiento y el devenir del sujeto histórico responsable de hundir al capitalismo estaba explicado en una obra monumental como El Capital, poco había para añadir más allá de discutir los temas específicamente políticos y las vías de acceso al poder de la izquierda latinoamericana. En su casa de Cuernavaca y entre pisco y vino tinto, le escuché a Ricardo afirmar que el peor error del pensamiento social marxista estaba en reducir el análisis a la espera eterna de que maduraran las uvas verdes de las “condiciones objetivas”. Casi en sus propias palabras, el “economicismo” desvirtuó el pensamiento de Marx y degradó el arsenal crítico de su obra. Por el contrario, en el momento de estudiar a los actores sociales debía ponderarse a quienes, sin ocupar un lugar central en la literatura socialista clásica, podían jugar un rol sustantivo en los procesos revolucionarios de la región. Y otra vez, Ricardo insistía, los pueblos originarios y las diversas formas de lucha y organización de las comunidades campesinas no podían ser entendidos como agentes accesorios en la transformación de los capitalismos latinoamericanos.
Regresé a Mariátegui de otra manera, comprendí el injustificado desdén político de los dirigentes de la Tercera Internacional y de los propios comunistas peruanos, con el legado intelectual de quien había sido su principal impulsor y dirigente. También el estudio crítico de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y el papel de su fundador Víctor Raúl Haya de la Torre adquirieron un espacio propio. No era productivo subsumir los movimientos populares bajo un denominador común y querer asimilar a Getulio Vargas con Lázaro Cárdenas o al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) boliviano con la APRA o fusionar el pensamiento político de Perón con las propuestas de Haya de la Torre en los años cuarenta.
El debate sobre los temas de actualidad es otro hermoso capítulo de la relación con Ricardo. La polémica sobre las explotaciones mineras a cielo abierto, el deterioro ambiental o el manejo irresponsable del agua potable fueron asuntos de la vida cotidiana que ocuparon un lugar relevante en su agenda de los últimos años. Polemizó sobre esas cuestiones con la misma seriedad y el mismo compromiso con el cual se metía en un archivo para escribir un libro sobre el exilio latinoamericano en México o estudiar la vida y obra de los principales pensadores de una modernidad alternativa para nuestros países.
Cuando los tiempos cambiaron y lo golpeó la adversidad, mostró un temple admirable. Pude estar cerca de la familia Melgar en momentos difíciles. Ese lado flaco de todos los seres vivos, la salud, le quitó tiempo y le aumentó preocupaciones. La pérdida de Hilda Tísoc, su compañera de toda la vida y sus propios achaques fueron un condicionante que supo afrontar con enorme entereza. Continuó trabajando hasta poco antes de su muerte y además de dejar un magnifico testimonio escrito sobre el deterioro de sus condiciones físicas, pudimos entrevistarlo vía Zoom y hacer un repaso de algunos aspectos de su obra y de su vida personal. Meritoria labor de coordinación a cargo de Marcela Dávalos y Perla Jaimes. Esperamos tener para el próximo año, la edición de esas cuatro entrevistas y poner a disposición del público, a través de las redes del INAH, la imagen y la palabra de Ricardo Melgar. Tal vez el mejor homenaje que podamos rendirle y para nosotros, la mejor forma de tenerlo presente.
Ciudad de México, octubre de 2020.
Imagen 3. José Miguel Candia, Ricardo Melgar y Olga Gaja. El mundo en Mariátegui y Mariátegui en el mundo, UNAM, CDMX, 16 de mayo de 2018
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.
Imagen 4. Ricardo Melgar, Perla Jaimes y José Miguel Candia
Clausura del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual, CDMX, 19 de septiembre de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.
Imagen 5. De izquierda a derecha: Marcela Dávalos, Perla Jaimes, José Miguel Candia y Ricardo Melgar.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.
Notas:
[1] [N. E.]: Referencia a la sátira La armada Brancaleone (1966) del director Mario Monicelli.
[2] Ver: Candia, J. M. (2016). Internacionalistas peruanos en la guerra civil española, Pacarina del Sur [en línea], 8(29). Disponible en: http://pacarinadelsur.com/home/huellas-y-voces/1398-internacionalistas-peruanos-en-la-guerra-civil-espanola