Martha Eugenia Delfín Guillaumin y Hugo Enrique Sáez

 

Mi primer contacto personal con Ricardo Melgar Bao ocurrió hacia 1987 en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde él se desempeñaba como profesor investigador de la licenciatura de Antropología Social y yo cursaba el último semestre en Etnohistoria. Por entonces iniciaba yo mi noviazgo con Hugo. Ellos dos participaron en un ciclo de conferencias sobre Antonio Gramsci al que yo acudí. Fue un evento académico excelente por la calidad de sus brillantes exponentes (entre otros, Carlos Pereyra, fallecido unos meses más tarde), quienes generosamente compartieron sus conocimientos sobre la vida y obra de Gramsci, así como acerca de su repercusión en América Latina.

Años más tarde tuve oportunidad de conversar con Ricardo sobre cuestiones académicas, cuando él se encargaba de ser catedrático titular del proyecto de investigación formativa sobre “Antropología de la noche”, ofrecido a los estudiantes de la licenciatura de Antropología Social. Y con motivo de que su asistente, de ese entonces, era egresada de la licenciatura de Historia en la ENAH, y yo me desempeñaba como jefa de carrera de esa especialidad. Si mal no recuerdo, incluso yo me integré como sinodal en el examen de grado de la tesis de esta última, dirigida por Ricardo.

Este motivo me dio la oportunidad de charlar más con él, aunque ya había una relación personal previa, pues él y Hugo, quien para entonces ya era mi esposo, eran muy amigos; y de vez en cuando nos reuníamos para compartir empanadas hechas por Hugo y beber una copa del excelente vino tinto que nos traía Ricardo.

Más adelante, en 2004 ingresé al doctorado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y allí Ricardo figuraba como un destacado y muy reconocido catedrático. Fue designado como uno de mis asesores de tesis para mi trabajo titulado “¿Salvajes o marginados? La justificación ideológica de la Campaña del desierto del general Julio A. Roca de 1879 en la obra de Estanislao S. Zeballos”.  Realmente me sorprendía su nivel de erudición sobre la cuestión indígena latinoamericana, y se me hizo muy placentero indagar acerca de los temas que él me recomendaba. En el prólogo de la tesis escribí lo siguiente:

 

El Dr. Ricardo Melgar, quien forma parte del sínodo que ha evaluado este trabajo, me ha brindado la oportunidad de indagar sobre la decodificación de la imagen visual de los diversos materiales fotográficos que incluyo en este escrito. Su agudo comentario sobre mi tesis es, a la par, sumamente generoso y enriquecedor; me hace sentir segura al comentar su percepción sobre mi tono irónico en algunos pasajes del texto, ya que considero que el deslizar ciertas ironías en mi tesis no rivaliza con el que yo trate de profundizar sobre un tema tan escabroso como es la figura de Estanislao S. Zeballos.

 

Y es que en eso consistía lo divertido de charlar con Ricardo: él hacía gala de su sapiencia, sin perder el buen humor y un toque de fino sarcasmo cuando era necesario. Cuando presentó un breve libro que escribí sobre religiosidad popular y el culto al Niño Dios de Tingambato en Michoacán, y más adelante escribió una reseña de su lectura al mismo, comentó que “era sabroso como una sopa purépecha”.[1]

Ir a la casa de Ricardo en Cuernavaca, era cruzarse con un rico escenario intelectual y gastronómico. También tener la oportunidad de escuchar a gente muy versada en historia, economía, sociología, arte, lingüística y otros saberes, mientras se degustaban los platillos peruanos, mexicanos, latinoamericanos, y se gozaba de los excelentes vinos y licores de su bodega. Probar el pisco era una delicia, tomar el té de coca un privilegio, y recordar a Ricardo y extrañarlo es un honor por hacerme parte de sus amigos y amigas.

Ricardo Melgar, Martha Delfín y Hugo Sáez
Imagen 1. Ricardo Melgar, Martha Delfín y Hugo Sáez, “El mundo en Mariátegui y Mariátegui en el mundo”, UNAM, CDMX, 16 de mayo de 2018.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

A partir de este párrafo escribo yo, Hugo Sáez, esposo de Martha y padre de nuestra hija Silvia, quien también quedó muy afectada por la repentina muerte de Ricardo, a cuyo cumpleaños habíamos asistido en febrero de 2020. Silvia no pudo concurrir por tener tareas relativas a su maestría en el Colegio de México, y al comentárselo Ricardo lamentó su ausencia. No volví a verlo en persona, aunque dos días antes del fatídico 10 de agosto, como era casi diario, habíamos intercambiado mensajes por WhatsApp. Según nos contó su hija Dahil, en la madrugada en que perdió la vida concluyó un artículo. Tremenda fuerza de alguien que por muchos años combatió sin tregua con el cáncer, al que logró vencer, algo que no consiguió su compañera de vida, Hilda. Ante la desgracia de su propia enfermedad, Ricardo reflexionó que él estaba seguro de que se marcharía antes que ella.

Pertenecíamos a la misma generación que, tanto en Perú como en Argentina, nos tocó ser intelectuales comprometidos con los movimientos sociales que se enfrentaron a las dictaduras militares. Ambos tuvimos que salir hacia México para conservar el sueño de una América Latina y caribeña liberada de la dominación capitalista. La labor de Ricardo fue extraordinaria para conectar fuerzas intelectuales, así como para participar y organizar encuentros que establecieran y fortalecieran lazos entre quienes desde distintos puntos del subcontinente contribuían a estudiar y difundir las ideas que evidenciaran los caminos para enfrentar el discurso del amo. Su carácter, generoso y alegre, servía como pasta de unión tanto entre los convocados a congresos y seminarios como entre los asistentes a sus legendarias comidas en su casa de Cuernavaca.

Por supuesto, la tarea de investigar fue incansable en él. Todos sus libros y artículos reflejan esa búsqueda de información que se estructura en una teoría destinada a despejar los mecanismos de la dominación en un sentido muy amplio. Como reflejo de esa personalidad abierta al otro con propósitos de sumar esfuerzos, nos hereda Pacarina del Sur, de la que fue un impulsor y actor clave. Su amplísima obra escrita nos permite a nosotros seguir dialogando con Melgar, así como a futuros estudiosos. En cambio, tu presencia física, querido Ricardo, es insustituible. En la mejor tradición intelectual del pensamiento crítico, él demostraba que espacio académico y espacio privado no debían de estar separados. A contrapelo de una izquierda normativa y solemne, su vitalidad y sencillez sumaba el placer al conocimiento.

 

8 de diciembre de 2020.

Ricardo Melgar Bao, Coyoacán, CDMX
Imagen 2. Ricardo Melgar Bao, Coyoacán, CDMX.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Notas:

[1] [N. E.]: El Niño Dios de Tingambato. Tradiciones y religiosidad popular, de Martha E. Delfín Guillaumin fue presentado el 3 de octubre de 2012 en la XXIV Feria del Libro de Antropología e Historia, en el Museo Nacional de Antropología. Posteriormente Ricardo Melgar publicó una reseña sobre este libro en la revista En el Volcán Insurgente (14). Disponible en: http://www.enelvolcan.com/oct2012/181-el-nino-dios-de-tingambato-tradiciones-y-religiosidad-popular-de-martha-delfin-guillaumin