Luis Millones

 

Tuve una conversación ininterrumpida con Ricardo desde que nos conocimos en 1966, hasta pocos días antes de fallecer, en que recibí su habitual llamada desde México. Conversamos de las muchas cosas que compartíamos, sin aludir a enfermedades o la muerte, que también para mí debe ser cercana.

Nos encontramos por primera vez en la Universidad de Huánuco, un centro de estudios en deplorables condiciones. En aquella época yo fui a enseñar historia, y entre mis alumnos estaba Ricardo; aunque en ese tiempo estaba mucho más interesado en la literatura. Me invitó a una de sus reuniones de alumnos en las que compartían poemas y narraciones. También hacían lecturas de libros, la mayoría de autores peruanos, y ensayaban sus propias composiciones, escritas con pasión y en busca de un estilo propio. La sesión a la que asistí estuvo dedicada a Javier Heraud. La invitación me emocionaba por que el poeta fue mi compañero de clase y guardo con cariño el poema que me dedicó.

Melgar era probablemente el único que sabía de esa relación y que conocía el pequeño libro en que circuló la primera edición del poemario “El río”. Ricardo leyó para sus compañeros el poema central, del mismo nombre, y la voz se le quebró cuando culminaba el primer verso:

 

Yo soy un río, voy bajando por las piedras anchas,
voy bajando por las rocas duras, por el sendero dibujado por el viento.[1]

Ricardo Melgar Bao, Lima, 1964
Imagen 1. Ricardo Melgar Bao, Lima, 1964.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Apenas duré un semestre en ese centro de estudios y regresé a Lima e ingresé a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a enseñar en la sección de Antropología. Muy pronto Ricardo también se incorporó a la misma universidad y seguimos frecuentándonos.

Años después, decidió emprender la aventura de trabajar en México y sus éxitos posteriores son conocidos; esta vez en el campo de las ciencias sociales, aunque nunca perdió el gusto por la literatura. Quizá por ello sobresalió como un excelente ensayista, aunque tampoco dejó de hacer incursiones con trabajos estrictamente históricos o antropológicos.

Debido a que Ricardo se estableció en la Ciudad de México y luego en Cuernavaca fue imposible que nos viéramos con frecuencia; salvo las veces en que él viajaba a Lima o yo llegaba a México. Ricardo siempre siguió cuidadosamente el quehacer de los estudios sociales en el Perú y los colegas contábamos con él para enriquecer nuestras publicaciones o para invitarlo a asistir como invitado de lujo a nuestros congresos.

Hilda Tísoc y Luis Millones, México, finales de 1970
Imagen 2. Hilda Tísoc y Luis Millones, México, finales de 1970.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

La lejanía del Perú impidió que se le diesen los honores que merecía, aunque la Universidad Nacional de Educación (La Cantuta) alcanzó a otorgarle el Doctor Honoris Causa en una lucida ceremonia a la que Renata, mi esposa, y yo llegamos a tiempo luego de manejar cuatro horas por el espantoso tráfico de Lima. Unos días después cenamos en casa, con él y su nueva compañera Marcela, quien lo acompañó con enorme cariño el poco tiempo que le quedaba por vivir.

Agradezco a Pacarina del Sur este espacio que puedo dedicar a Ricardo, y les deseo todo el éxito del mundo. Publicar en el Perú es una hazaña que no podemos dejar de admirar.

Mario Melgar, Renata Mayer, Marcela Davalos, Ricardo Melgar, Luis Millones, Irma Vázquez, Javier Menendez y Natty Valier en el nombramiento de Doctor Honoris Causa de Ricardo
Imagen 3. Mario Melgar, Renata Mayer, Marcela Davalos, Ricardo Melgar, Luis Millones, Irma Vázquez, Javier Menendez y Natty Valier en el nombramiento de Doctor Honoris Causa de Ricardo, UNE “La Cantuta”, 21 de marzo de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Notas:

[1] [N. E.]: Véase: Heraud, J. (1960). El río. Cuadernos del Hontanar.