Del organicismo nihilista a la vía revolucionaria en Martínez Estrada

From nihilist organicism to revolution in Martinez Estrada

A partir organicismo revolucionária niilista em Martinez Estrada

Hugo E. Biagini

Recibido: 01-09-2016 Aprobado: 19-09-2016

 

Hablaré en mi carácter de especialista en dolencias secretas

Ezequiel Martínez Estrada, “Discurso en México”

 

Si partimos de la validez que implica acceder al perfil de un intelectual mediante sus dedicatorias éditas, el caso Martínez Estrada me da pie para encarar el presente abordaje, a través de su libro Las 40, en el cual, allá por 1957, nos exhibía sus afinidades pensantes desde el mismo pórtico del texto, consagrado sin más por el autor a dos puntales de nuestro firmamento doctrinario: en primer lugar, Agustín Álvarez y, en un segundo escalón, Deodoro Roca: es decir, el reconocido maestro del gravitante positivismo argentino, por una parte, y el abanderado del movimiento reformista latinoamericano, por la otra.

 

Matrices deterministas

En la misma obra señalada al principio, Martínez Estrada (ME) exalta la figura de Agustín Álvarez a quien apoda reiteradamente como su “amigo”, pese a la distancia cronológica que guardan sus respectivas existencias: pues Álvarez fallece cuando el primero sólo contaba 18 años de edad. Sea como sea, ME se preocupa por retomar aquello que, según él, caracterizó a Agustín Álvarez, una iracundia similar a la de Sarmiento y una trompeta metálica para denunciar el cúmulo de trastornos circundantes: la viveza criolla que se burla de las leyes, el robo impune y la corrupción institucional, el pueblo ignorante y ventajero, las revueltas sociales y los gobiernos taimados, los “historiadores de bocacalle” que silencian los grandes desastres nacionales. La apelación a las ideas de Álvarez lo induce a ME a descalificar cuatro décadas de políticas oficiales: todo el entero lapso que media entre Yrigoyen y Perón.

Bajo ese marco conceptual ME invoca varias obras de su admirado ensayista mendocino, a saber: Manual de patología política[1], South America y Adónde vamos. Un rastreo de tales obras arrojaría su fuerte contenido etnocéntrico y un dudoso paralelismo entre la fisiología corporal y la cultura o el espíritu, lo cual conduce a describir a nuestra América y a su gente como provista de un “protoplasma político”[2] inconsistente y sumida en enfermizos extravíos de la razón. Ello desemboca en propuestas como las de “gobernar es sanear”[3] , a tener que practicar como el médico, “la autopsia de nuestras entrañas morales”[4]  y trasmutar la desgraciada constitución mental del argentino frente a sus taras hispanas; o a sostener desvaríos como los de distancia sideral que existe entre el coya –abúlico o mendaz – y el digno caballero medieval. Dichas polarizaciones también se dan para AA en el plano continental: mientras América del Norte, colonia anglosajona, representa el Día y está habitada por personas de primera clase, América del Sur, colonia latina se identifica con la Noche y los agitadores, exentos de moralidad y de aptitud para el autogobierno.


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Los condicionamientos climáticos, que darían lugar a una de las zonceras criollas de Arturo Jauretche, también se abren paso en el corpus de Agustín Álvarez reivindicado por Martínez Estrada, cuando aquél insinúa una correspondencia biunívoca entre el medio ambiente cálido –sinónimo de indolencia– y el propio del frío, equiparable con la rectitud, la honradez y la laboriosidad. En otros libros suyos, Alvarez reforzará aún más esos prejuicios idiosincráticos y hará hincapié en el lastre racial que impera en nuestra región, donde se puede comprobar una “tuberculosis del alma” o “un “instinto de engaño” fomentado –a diferencia de lo que ocurre en Inglaterra– por el sistema escolar. Asimismo, podemos enterarnos, en esas mismas fuentes, de cosas tan disparatadas como las de que la barbarie es contagiosa o que el salvaje carece no sólo de racionalidad sino también de fantasías.

Las analogías organicistas estarán imbricadas de un modo u otro en el análisis interpretativo de nuestras realidades. Ya en Radiografía de la Pampa,[5] con su emblemático título ad hoc, se bosqueja el recorrido predeterminado en cuestión, a través de expresiones psicosomáticas como las de “cabeza decapitada” (67), “pueblo esclerosado” y “biológico” (76, 170), “parálisis periférica”, “sopor profundo”, “existencia letárgica” (81), [guerras que obedecen a] “energías orgánicas”, “tumefacción” del hombre pampeano (133), abolición de la personalidad (147), “revoluciones endémicas” y “su pecado original”, “muerte del interior” e “hipertrofia de Buenos Aires” (195). Además se esgrimen argumentos de este tenor: “la fatalidad de las leyes geográficas” (81), [Latinoamérica] “descoyuntada para siempre en el cerebro” 88, la imposibilidad de que los ríos sudamericanos posean el significado de los “ríos de lucha y civilización” (87), el mal de “la vastedad” y de la “tierra vacía” (93, 94), “no hay luchas de clases ni problemas sociales” (94), [poblaciones enteras viven en] el “estado sonambúlico” [del amor libre y la embriaguez] (129). Desde la visión esquemática, cunde una atmósfera de primitivismo, marginación, derrota y negatividad, en una América subsidiaria de Europa, desinteligente y atomizada por falta de ideales integradores, con su naturaleza aplastante, su paisaje intemporal y su historia apócrifa. El indígena, un residuo arqueológico, sería la quintaesencia de ese cuadro, por su falta de pasado y porvenir, por su mera índole sensorial y anticivilizatoria.

La cabeza de Goliat también arranca con una adjetivación cientificista, al subtitulársela, Microscopía de Buenos Aires. [6]A ello se le añaden apreciaciones como “hipertrofia de la Nación” (21), “promiscuidad de razas” (15), “la hez traída de los países de Europa” (176),  [la cabeza] “se chupaba la sangre del cuerpo” (27), [la Atenas del Plata] “tiene el hedor del alma descompuesta” (176); un tipo de afiliación a las cuales puede incluirse otras alocuciones contextuales del mismo tenor como la de “tumores” [ciudadanos] (“Estadios”, citado en la antología de Pedro Orgambide, Genio y figura de EME, EUDEBA, 1985 pp. 133-137].

Si bien el lenguaje corporalista se eclipsa en una producción coetánea como Diario de viaje, datado en 1942, se mantiene allí cierta yancofilia semejante a la que pulula en el propio Agustín Álvarez, pues los Estados Unidos, lejos de evidenciársele a ME como una “civilización del dólar” (64) –según lo percibirá en sus últimos años–, constituye “el país más casto y puro” (75), con un Estado “muy sólidamente fundado” (59), donde los agitadores no ofrecen ningún peligro y donde la gente que deja su cartera en la calle vuelve a encontrarla en el mismo lugar o hasta se la retornan a su casa (33). Dos puntos urticantes –el papel de la democracia y de las fuerzas armadas norteamericanas– serán despachados liviana y acríticamente:

Democracia es siempre igualdad en la pobreza, ignorancia, nivelación hacia abajo. Aquí es bienestar, conducta, educación (40) […] los militares existen sin mortificar al resto del género humano (34)

 

En su estudio sobre Sarmiento,[7] aunque ME toma alguna distancia frente a ese coloso del liberalismo y el positivismo argentino, preserva /el parti pris de/ la matriz segregacionista y defiende el paradigma de una obra tan discriminatoria como Conflicto y armonías para plantear el tema de la nacionalidad; la cual debe ser abordada con el bisturí sarmientino que no embota nunca, pues “quiere y cura lo más sensible de nuestro amor al país” (8), presentándose en definitiva como indiscutibles los términos antitéticos de civilización y barbarie. Para ME, Sarmiento comprendió que lo americano ha sido inficionado por el mestizaje de una semicivilización o semibarbarie, ocasionando una degradación del tipo étnico peninsular. La historia argentina o sudamericana deviene una “cultura bastarda” (60) y el elemento aborigen resulta un factor contaminante que agudizó los trastornos coloniales. En Los invariantes ME reivindica como un verdadero hallazgo sarmientino el mito negativo de las fuerzas bárbaras y sostiene la unidad psicosomática de los pueblos, la cual, entre los “primitivos”, trasunta una inmovilidad mental y técnica que se impone regresivamente sobre los demás.[8]

En Cuadrante del pampero,[9] que recoge artículos publicados por ME anteriores a 1956, se habla de un país que debe ser resucitado, de una plebe psicoanalizable de “hermafroditas espirituales” (140) y del pueblo como un sujeto oscuro que sigue a los embaucadores, se compra fácilmente por un asado o actúa como una muchacha hermosa pero fácil (139, 138, 134). Al mismo tiempo, se alude a una misteriosa enfermedad que se exterioriza “por pústulas sanguíneas, disenterías, neuralgias” (132) y lleva un nombre ignominioso: peronismo, identificado con la doctrina fascista y el máximo de inmoralidad, mientras su creador es tildado como látigo, flagelo, azote y castigo divino a la vez (83). Y se despliega nuevamente la misma artillería experimentalista para una nación que tenía que recobrarse hasta alcanzar un metabolismo normal (133).

Para ese entonces ME da a conocer, ¿Qué es esto?,[10] otro libro detonante o “apocalíptico” –según lo postula su propio autor. En él vuelve a hacerse referencia a una chusma ciega y corroída que requiere de una terapia recuperadora, a un Perón prestigiado por masas analfabetas y descamisadas –propensas a creer en milagreros y manosantas–, a un gobierno que equiparó salarialmente al trabajador con el profesional y que habituó a los obreros a correr tras la zanahoria de un ingreso más alto. Evita nunca es llamada por su nombre pero responde a distintos apodos: “ella” (308), “esa mujer” (327), “la vedette” (304) que tuvo como público a los “grasitas” (307) o, más in extenso: “una sublimación de lo torpe, ruin, abyecto, infame, vengativo, ofídico […] que encarnaba atributos de los dioses infernales” (307).


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Con todo, las baterías no apuntan sólo contra el peronismo –como suele decirse– sino ante otro ídolo popular como Hipólito Yrigoyen, al cual se le endilga nada menos que la descomposición política y económica del país junto a un estilo personal sumamente defectuoso: por su desatino e irresponsabilidad, por su “inspiración sibilina” (289) que lo exhibía como un shamán o mago, por su “estolidez verbal” (287), sus “vocablos mesméricos” (ibid.) y sus palabras huecas. ME, que se hace eco de una nota sobre el golpe del ’30 de La nación –donde se habla del desprecio de Yrigoyen por la inteligencia, de su “adjetivación delirante” y “sus descoyuntamientos sintácticos” (290) – termina condenando al primer presidente democrático argentino por convertir en ministros a los limpiadores de cloacas y porque sus aforismos podrían parangonarse con la ulterior plataforma peronista.

En esas filípicas, Martínez Estrada rescata la prédica “genial” (153) de un “filósofo trashumante” (111), el conde de Keyserling (K), cuya inveterada caracterización de nuestra sociedad como un animal reptilíneo de sangre fría induce a nuestro escritor a hacerla extensiva a la falta de reacción que provocaría en principio el peronismo. Con K, que también llegó a exorcizar al mismo Yrigoyen, asistimos a otra de las variables causalistas fundantes del pensamiento de ME, quien tampoco podría alardear como K. ni el político radical imputado de poseer un lenguaje transparente, si nos atuviéramos a dicha óptica simplista que pasa por alto las mediaciones (entre el habla y las cosas).

Como se sabe, el trasfondo magnético que emanaba la obra de K. emerge ya con la misma Radiografía,[11] donde se traza un cuadro de similar orientación: al describirse la precordillera como proveniente del “segundo lapso de la creación” (83), cuando América Latina es ubicada dentro de un orden rudimentario, cuando se tienden filiaciones estrechas entre el político regional –un señor de plebes postulantes– y el curandero, el brujo y la comadrona. A posteriori,[12] ME admitirá haber titulado una parte de ese opus clásico con el mismo concepto que K. denominará a una de sus meditaciones: el miedo. Pueden constatarse menciones más expresas a K en muchos otros pasajes de ME. Por ejemplo, en el texto editado por Joaquín Roy, Diagrama de los Estados Unidos, cuando ME le reconoce al ideólogo báltico el haber captado una profunda similitud del “alma americana” con la eslava (158); el haber advertido un rasgo típico de la barbarie moderna en las culturas fronterizas junto a su evocación del influjo ejercido por las “fuerzas telúricas” sobre el inmigrante que vendría a ocupar el sitio vacante del indio [13]; o el haber intuido hondamente el cuerpo social de América y sus arcaicas fuerzas en pugna, donde la naturaleza conserva su poderío salvaje y se tensiona la evolución individual.[14]

Si nos detenemos por último en la prominente silueta de K., me permito evocar un trabajo propio –lleno de ínfulas juvenilistas– y que, de un modo u otro, ha sido generosamente comentado como una interpretación bastante pionera en la materia. El mismo fue expuesto inicialmente, con el nombre de “Caracterologías germánicas de lo americano” allá por 1985 en unas Jornadas alemano-iberoamericanas de Etica y luego publicado en distintas circunstancias. [15]En ese paper, yo hacía hincapié no sólo en los distintos grados de deshumanización con los que K. encaraba la americanidad y su incidencia sobre Martínez Estrada sino también cómo, sin confesarlo, hacía leña del árbol recién caído y maltrataba a Yrigoyen como un instintivo cabecilla indígena dotado de carismáticos aires de hechicero sobre el populacho, según lo vimos casi gráficamente reproducido en ¿Qué es esto?

Salvando los esquematismos, reitero en forma sintética la conclusión que formulé hace tres décadas; conclusión que en el aquí y ahora de esta ponencia puede incluir al propio Agustín Alvarez y a su no menos trascendente intento de sustancializar nuestras presuntas ineptitudes:

Keyserling viene a reforzar una prolongada línea valorativa que se remonta a los orígenes mismos del colonialismo […] Esa ideología de la inmadurez y la incapacidad intrínseca del sudamericano ha servido para justificar el sojuzgamiento de nuestros países por los centros de dominación mundial y por los elitismos locales –ora a través de la ocupación lisa y llana de nuestro territorio, ora mediante el derrocamiento de gobiernos mayoritarios–, so remanidos pretextos, como el que insinuaba el propio K, de que hay pueblos [“retrasados”] que no están en condiciones de elegir sus autoridades [de vivir según “los principios de la democracia moderna”]

 

Cabe deplorar por cierto cómo esa impronta golpista se apoderó de muchos intelectuales y de cómo el mismo ME también sucumbió ante ella, llegando a dirigirse a un gobernante militar de facto, Pedro Eugenio Aramburu como a un excelentísimo presidente muy querido en Bahía Blanca.[16]

 

La raigambre liberacionista

toutes les sociétes humaines ont derrière elles un passe
qui est approximativement du même ordre de grandeur
Lévi-Strauss, Race et histoire.

 

hemos recuperado la confianza en la natural sabiduría de los pueblos […]
el esfuerzo de nuestros intelectuales ha sido más bien
 apartarse en todo lo posible del pueblo.
M. Estrada, Mi experiencia cubana.

 

Si nos plantamos en una versión como la que acabo de esbozar tendríamos que clausurar sin más el ruedo martínez-estradista y coincidir con visiones penetrantes como las del maestro Eugenio Pucciarelli o la de la entrañable Graciela Scheines. Pucciarelli, en el número que le dedicó la revista Sur a ME, se refería a una “reflexión implacable sobre nuestros males [y] calamidades [en donde] nada se salva”, mientras que Graciela, en su premiadísimo libro cubano, no dejaba a su vez de puntualizar que ME “impuso a las futuras generaciones el ejercicio de una crítica despiadada y sin salida de la realidad autóctona”, lo cual ella englobaba en un paralizante apotegma: no hay nada que hacer…[17]

Así y todo, frente a ese nihilismo a ultranza nos queda, por fortuna, la pata roquista o, mejor dicho, para disipar equívocos, ese puente deodórico que sugerí al comienzo. En puridad, un Deodoro Roca vendría a representar como el Dr. Hyde de ME, quien, sin mayores explicaciones y fuera de su estilo iconoclasta, llegaría a consagrar a su par cordobés como el escritor político argentino más importante del siglo XX. Con ello se superaba hasta el propio parecer del severo Ortega y Gasset quien, destacó a Deodoro como una de las dos mejores personalidades que había conocido en la Argentina. Si bien Deodoro no comulgó con la exaltación que hizo ME de Leopoldo Lugones –al cual en una memorable polémica lo lapidó con el epíteto de “león de alfombra”– existen en cambio algunas convergencias con el ME que voy a recuperar en esta parte de la disertación. Por lo pronto, el nombre de Deodoro Roca puede asociarse con un ferviente anhelo rupturista, similar al de Martí o Ugarte por materializar nuestra independencia económica y cultural, la afirmación nacional y la unidad continental, en contraposición al expansionismo estadounidense –todo un ideario fuertemente revitalizado en el último ME, el cual, como Deodoro, fue primero un miembro conspicuo de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre hasta rematar ese cariz progresista durante su activa participación en la Revolución cubana.

            Junto al factum mundano que lo lleva a ME a proclamar “Estoy en Cuba para servir a la Revolución”, ¿qué otros referentes han podido acompañar ese giro o salto ideológico de nuestro ensayista que lo habrían alejado del reduccionismo genético-ambientalistas para incorporar en sus miras a la función utópica, o sea a esa actitud de oposición lo dado para transformarlo y anticipar el futuro? La respuesta a ese viraje hermenéutico no puede sólo plantearse como el énfasis que le imprimió Ambrosio Fornet: “A los sesenta y cinco años, un intelectual decide renunciar a todo un repertorio de ideas enmohecidas […] y tiene la audacia de situarse ante la realidad como si todo empezara de nuevo y no hubiera más remedio que aceptar”. [18]


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            Una verdad palmaria si tomamos en cuenta la mutación que se produce en la cosmovisión de Martínez Estrada a partir de su acercamiento a la Revolución cubana. No obstante, fuerza es preguntarnos si no hubo significativos elementos de juicio previos a ese punto de inflexión que permitan configurar un panorama menos disruptivo. Acudamos por ello a distintos pasajes de su obra, aún la más urticante, con notorio carácter alternativo o contrahegemónico, v. gr:

[Buenos Aires como] la ciudad de los grandes sueños del terrateniente y del hacendado, del político y del agente de la banca internacional: la ciudad que da la espalda al interior y mira a Europa. (Goliat, 15)

[Sarmiento] no comprendió que Inglaterra y Estados Unidos constituían países fundados sobre la ignominia (Sarmiento, 61)

el pobre para [Sarmiento] era simplemente pobre, no un ser despojado injustamente de sus derechos naturales a la libertad y a la felicidad  […] el indio […] era a sus ojos un instrumento de atraso, pero no un infeliz que soportaba sobre sí el peso de una injusticia social e histórica (ibid., 145)

[ME presenta como] agentes invisibles de putrefacción [al] antisemitismo, [al] militarismo prusiano, [y al] nacional socialismo católico (Cuadrante del Pampero, 133)

Se ha dicho que ninguna revista ni periódico americano […] está libre de influencias de Wall Street […] que los dos partidos políticos, el republicano y el demócrata, están a sueldo […] de este movimiento imperialista universal que emplea la ciencia, el arte, las letras y las iglesias para realizar sus tenebrosos planes (ibid., 14)

si antes, para someter al hombre, era preciso vencerlo, hoy basta con enfermarlo. Y el vehículo de contagio asombrosa, maravillosamente eficaz no es siquiera el libro o el diario, sino la radio (Ibid)

a los quince años […] cantaba la Internacional, y leía La Vanguardia y La Protesta […] Yo soy, en fin […] un individuo peligroso para la seguridad del Estado, (ibid, 109)

el estudiantado debe participar en el gobierno de todas las casas de estudio […] mi lema es: “Todo el poder a las cooperativas y a los sindicatos” (Ibid. 160, 161)

Perón marca una avanzada sobre la vanguardia del pensamiento social y político argentino[19]

los gobiernos políticos están gobernados por gobiernos económico militares [20]

Hoy en día […] le es imposible al trabajador de Suramérica tener idea ni aproximada de la situación mundial y menos de la mundial (Ibid. 101)

 

Más allá de esas pinceladas anticipatorias de ME definitivo y definitorio, puede igualmente aseverarse la creencia sobre el parte aguas que representa primero su intenso pasaje intelectual por México bajo los auspicios del argentino Ornaldo Orfila Reynal, director a la sazón del Fondo de Cultura Económica y ex líder reformista de la Universidad de La Plata, donde había llevado un insigne magisterio el propio Martínez Estrada. Se trató de una estancia durante la cual éste publicó su obra más voluminosa, Diferencias y semejanzas entre los países de América Latina, en la cual, sin prescindir del evangelio determinista,  se critica el miraje sobre el indio como tipo humano inferior y estancado, renuente a la civilización y refractario al trabajo y a la instrucción; mientras se adelanta en asociar la guerra de la independencia cubana con el movimiento revolucionario castrista, desde análogos fundamentos éticos y sociales. En México ME diseña una línea de trabajo sobre Martí y las gestas emancipadoras, para abrirse francamente a la problemática supranacional.

Es probable también que desde el mismo México, ese promontorio hondamente regionalista haya gestado el libro que sería objeto de reconocimiento por Casa de las Américas en 1960 (similar al que, salvando distancias, recibiría, como es vox populi nuestra compatriota Graciela Scheines cuarenta años después). Me estoy refiriendo a su Análisis funcional de la cultura,[21] una breve pieza, más académica que ensayística, y en la cual hace eclosión otro Martínez Estrada, que revierte su carga simbólica previa, se muestra receptivo a las aportaciones antropológicas y denuncia ciertos patrones occidentales. Depuesto el parti pris racialista, sostiene que el hombre es el mismo en todas las latitudes y que existe una única civilización. Lejos de visualizar al pueblo como una masa insulsa y de confundir pobreza con abyección, vincula al pueblo con la sapiencia y con valores sacrosantos, por más que se intentara embrutecerlo con la cultura kitsch y con un taylorismo explotador. También cuestiona la frecuente escisión entre trabajo manual e intelectual, el modelo excluyente del homo faber tecno-positivista. No sólo advierte la predisposición reflexiva del indígena sino que alude a las culturas madres originarias como basamento de una renovada cultura americana.

Tales considerandos no suponen el total abandono del pivote sanitarista sino que, como ha solido ocurrir con ese arquetipo metodológico, el mismo puede cambiar de sentido y orientación, habida cuenta de que, fuera de sus limitaciones epistémicas, las explicaciones organicistas –de equiparar un cuerpo viviente con la sociedad humana– pueden oscilar entre los propósitos inmovilizadores del statu quo y formas evolucionistas favorables a la dinámica comunitaria.[22] Aunque ME dedica todo un apartado del texto a la “Patología del cultura”, se aparta de la mira que le atribuye a los pueblo(s) aborígene(s) filiaciones anómalas y morbosas, para inclinar la balanza de lo enfermizo hacia las “altas culturas occidentales” (42) en su más diversas manifestaciones superestructurales, las cuales desnaturalizan, contagian y prostituyen el cuerpo social hasta producir la decrepitud de sus tejidos vivos. Y, en un tono curiosamente vaticinador, acusa como un fenómeno de propagación infecciosa al periodismo propio de las “más poderosas organizaciones monopolísticas”, (53) empresas mercantiles funcionales al imperialismo y destinadas a pergeñar “un orden de barbarie moral, injusticia y mentira”. (57)


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De ahí en más nos topamos con aquello que le toco experimentar desde adentro: lo que se ha dado en llamar una utopía realmente existente: la Revolución cubana en marcha, sus realizaciones y sus boicots. Además, la índole física del emplazamiento en cuestión nos remite a una de las pautas principales con la que, según Fernando Aínsa,[23] es concebido el género utópico clásico: la insularidad como un espacio ideal para la convivencia humana, al estilo de la isla figurada por Tomás Moro. Dicha asociación de ideas lleva a ME a desarrollar su ensayo sobre El nuevo mundo, la isla de Utopía y la isla de Cuba. [24]Se estaría en presencia de una nueva realidad, una nueva historia y una nueva humanidad apta para teorizar y conducirse, la isla de los utópicos en la que Moro le atribuía el Moro el cese de la opresión y postula la igualdad de bienes, con eliminación de la propiedad privada y con distribución equitativa de la tierra. Para ME se trata de una profecía que anuncia un régimen social en el cual desaparecen las pestes centenarias que traen aparejado los gobiernos y regímenes “predatorios”, en la línea de lo proclamado por la constitución mejicana y la acción revolucionaria cubana. Utopía deja de ser una isla imaginaria y se encarna en las Antillas, la Utopía de Moro viene a ser así la Cuba implementada por el movimiento 26 de julio. En Cuba se instrumentan las cualidades presagiadas por Moro y en Estados Unidos los “vicios y perversidades” que aquél observaba en Inglaterra, la caza de brujas que acaba con la vida de ese libre pensador y subsiste en las entrañas del coetáneo coloso del Norte.

En el último texto seleccionado, Mi experiencia cubana,[25] se recopila una serie de heterogéneos escritos situacionales donde tampoco falta el símil fisiologista. De tal manera, la Revolución, planteada como una mutación radical, resulta el más descollante acontecimiento de masas en la historia independentista de nuestros pueblos y en correspondencia con factores metabólicos de la misma evolución cubana, mientras se potencia la misma lexicografía en relación a los disvalores políticos. Para dar cuenta del rol que jugaron los distintos poderes y fuerzas públicas –como Justicia, Ejército e Iglesia–, ME declara: “eran órganos catabólicos que, absorbidas las sustancias vitales del esfuerzo colectivo, las expelían en residuos tóxicos y estupefacientes”.  La etiología de sus jaquecas eran jocosamente atribuidas a una Sagrada Trinidad: Dios, Patria y Hogar, mientras lanzaba sus dardos contra “el gigante [que] se pudría de una enfermedad vergonzosa que aludía a drogas heroicas y que su estertor amenazaba con aniquilar el planeta”.[26]

Así, desde Cuba, como “territorio libre de América”, (101) ME desafía a una “siniestra organización” como la CIA, impugnada por ejercer una coacción descomunal,  junto al Departamento de Estado, el Pentágono y el FBI asesinando en masa a personas que contemplan esperanzadamente el porvenir (18), como el pueblo cubano que, sobreponiéndose a su postración, ha reconquistado su tierra y adquirido una conciencia cabal de sus derechos y de los poderes insospechables que contienen las fuerzas morales. Imbuido de lirismo anunciará la buena nueva: “Tras las cumbres de la Sierra Maestra, lució un nuevo amanecer en la Historia […] Después del 1º de enero de 1959 no podemos pensar, sentir, juzgar ni hablar como antes”

Tras tanta descarga de pruebas en torno al dilemático ideario en juego y a la conversión de su portavoz en un ser humano apreciable y sensiblemente nuevo, podemos evocar con la conciencia analítica más suelta, el poema dedicado a su persona por ese Fernández Retamar que fue uno de sus principales anfitriones cubanos:

Que la alucinante suma de azares
que a través de astros, espacios, monstruos,
cataclismos, historias, se hizo una vez
Ezequiel Martínez Estrada […]
Puesto que ha habido gente como usted,
es probable, es bastante probable,
que todo esto tenga algún sentido.
Por lo pronto ya sé: no bajar la cabeza. [27]

 

Notas:

[1] Álvarez, A., (1916). Manual de Patología politica , Buenos Aires, La Cultura Argentina.

[2] Álvarez, A., (1918). South America, Buenos Aires, La Cultura Argentina, p. 241.

[3] Álvarez, A., (1918). South America, ed. cit., p. 222.

[4] Álvarez, A., (1915). ¿Adónde vamos?, Buenos Aires, La Cultura Argentina, p. 325.

[5] Martínez Estrada, E. (1976). Radiografía de la Pampa, Buenos Aires, Losada.

[6] Martínez Estrada, E. (1940). La cabeza de Goliat, Buenos Aires, Club del Libro.

[7] Martínez Estrada, E. (1969). Sarmiento, Buenos Aires, Sudamericana.

[8] Martínez Estrada, E. (1974). Los invariantes históricos en el Facundo, Buenos Aires, Casa Pardo.

[9] Martínez Estrada, E. (1956). El Cuadrante del pampero. Buenos Aires, Deucalion.

[10] Martínez Estrada, E. (2005). ¿Qué es esto?, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, Colihue.

[11] Martínez Estrada, E. (1976). Radiografía de la Pampa, ed. cit.

[12] Martínez Estrada, E. (1974). Los invariantes…, ed. cit., p. 27.

[13] Martínez Estrada, E. (1969). Sarmiento, ed. cit., pp. 62, 90.

[14] Martínez Estrada, E. (1962). Diferencias y semejanzas entre los países de América Latina, México, UNAM, p. 19.

[15] H. E. Biagini, “Deutsche Charakteriologien der sudamerikanischen Welt”, en R. Fornet-Betancourt y C. Lértora Mendoza (1985), Ethik in Deutschland und Lateinamerika heute, Frankfurt, Peter Lange, incluido en H. Biagini (1989),  Filosofía americana e identidad, Buenos Aires, Eudeba.

[16] Martínez Estrada, E. (1956). El Cuadrante del pampero, ed. cit., p. 100.

[17] E. Pucciarelli, (1965). “Imagen de la Argentina en Martínez Estrada”, Sur, 295, p. 39; G. Scheines (1991), Las metáforas del fracaso, La Habana, Casa de las Américas, p. 51.

[18] Citado por R. Fernandez Retamar, Antología personal, Siglo XXI, p. 220.

México, [19] Citado por Hebe Clementi (2004). La historia de una editora, Buenos Aires, Leviatán, p. 71.

[20] Martínez Estrada, E. (1983), Las 40, Buenos Aires, Torres Agüero, p. 87.

[21] Martínez Estrada, E.  (1967). Análisis funcional de la cultura, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

[22] Vallejo, G., (2008). “Evolucionismo social”en H. Biagini y A. Roig, Diccionario del pensamiento alternativo, Buenos Aires, Biblos, pp. 212-214. 

[23] Aínsa, F. (1997). La reconstruction de l’utopie, París, Arcantères/Unesco, pp. 23-24.

[24] Martínez Estrada, E. (1963). Sobretiro de Cuadernos Americanos, 2, pp. 29, 33.

[25] Martínez Estrada, E. (1965). Mi experiencia cubana, Montevideo, El Siglo Ilustrado, pp. 83 y 89.

[26] Chistian Ferrer, en su libro La amargura metódica: Vida y obra de Ezequiel Martínez Estrada, Buenos Aires, Sudamericana, 2014, hace referencia a un texto póstumo de Martínez Estrada sobre Nicolás Guillén en el cual se rescata un tema correlativo a nuestro trabajo: el somatismo, en este caso planteado por el poeta cubano como una expresión antiburguesa con respecto a la cultura popular.

[27] Fernández Retamar, R., Fervor de la Argentina, Buenos Aires, Del Sol, 1993, p. 66.

 

Cómo citar este artículo:

BIAGINI, Hugo, (2016) “Del organicismo nihilista a la vía revolucionaria en Martínez Estrada”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 29, octubre-diciembre, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1390&catid=4