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Ser enviado al gabinete de historia natural del colegio era el peor de los castigos. Sea por miedo, en el caso de los más pequeños –se hablaba de seres de figuras tremebundas, amenazantes, que infundían pavor con sus gestos–, o sea porque robaba el precioso tiempo para divertirse. En el caso de los mayores, todos repudiaban quedarse retenidos después de clase en el gabinete.
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Hay historiadores que de tanto estudiar personalidades y movimientos del pasado acaban impregnados de su espíritu. Es el caso del historiador y antropólogo peruano, afincado en México, Ricardo Melgar Bao, quien acaba de fallecer, víctima del coronavirus. La obra de Melgar se distingue por su familiaridad con algunos de los artífices de la izquierda latinoamericana de los años 1920, especialmente José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre y Julio Antonio Mella.
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A inicios de septiembre de 2020, desde un balneario vasco, me enteré de la noticia de la muerte de Ricardo Melgar Bao, casi un mes después de sucedida. La actual pandemia ha ensanchado tanto las distancias como una guerra que separa a las familias desde ambas orillas del océano. La noticia fue del todo inesperada, ya que consideraba inmortal a Ricardo Melgar, especialmente después de la gravísima enfermedad de la que se había curado cinco años atrás. Además, era probable que se tratara solamente de una recaída de la afección que lo aquejara a inicios del milenio. Ese fue el tiempo en que me entrevisté con él por primera vez.
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El 10 de agosto de 2020 el coronavirus se cobró la vida de nuestro querido amigo, el antropólogo e historiador Ricardo Melgar Bao.
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De Perú a México
Conocí al hermano peruano Ricardo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en el año de 1978, cuando concursó por una plaza de profesor-investigador de tiempo completo. Yo era coordinador de “Años Generales” (tronco común de dos años para las distintas especialidades que se cursaban en ese entonces) y lo atendí. Hay que apuntar que la orientación de los planes y programas de estudio era la predominancia de la enseñanza del marxismo y, por lo tanto, de la antropología marxista (destacaban los llamados Siete Magníficos).[1] A mí me entregó sus papeles y de entrada mostró un espléndido currículum. Puedo decir que desde un principio hubo química entre los dos, tanto en lo político (crítico de la izquierda tradicional y del marxismo eurocentrista) como en lo académico. Él estaba cercano a posiciones antisoviéticas-maoístas-luxemburguistas; pero hubo muchas coincidencias en su perspectiva de nacionalizar (Revueltas, dixit), regionalizar el pensamiento marxista en México, Perú y Latinoamérica; teniendo como faro el pensamiento de José Carlos Mariátegui.