Juan José García Miranda

 

Tirso Ricardo Melgar Bao ha retornado al seno de la vida, luego de 74 años de acompañarnos, conociendo, estudiando y comprendiendo desde la Antropología las vicisitudes de los pueblos de América, principalmente de Centro y Sudamérica. Aunque Ricardo ya no está físicamente continuará gravitando en el quehacer de las Ciencias Antropológicas.

Osmar Gonzales Alvarado

 

La partida de Ricardo Melgar Bao deja una gran tristeza en quienes lo conocimos y mantuvimos una amistad con él, un profundo vacío en las ciencias sociales latinoamericanas, así como una agenda pendiente.

Diego Jaramillo Salgado

 

Pocas veces se integran en una persona la alegría, la prudencia, el respeto, el encanto por la vida, la solidaridad y el disfrute de sus afectos. Difícil aún si el marco de su concreción es la vida intelectual y académica. Esa que nos permite establecer las primeras relaciones y sostenerlas a través del tiempo. Esa que se configura bajo la figura de la amistad. Tan extraña a veces en esta época de auge del individualismo y de enajenación de valores básicos de convivencia humana. Trascendental, cuando se logra poner en juego lo mejor de nuestras vidas en reciprocidades que trascienden las lógicas de los encuentros formales. Vital, al conjugar intereses, allende las fronteras, sin que las distancias opaquen la energía de episódicas vivencias personales.

Carlos Illades

 

Conocí a Ricardo Melgar Bao en 1995. Yo estaba por publicar mi libro sobre el artesanado de la Ciudad de México en el siglo XX (1996)[1] y lo visité en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para conversar sobre las sociedades de auxilios mutuos en América Latina. Hacía algunos años que El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna (1988),[2] quizá su libro más conocido, había aparecido en la colección Alianza América que Nicolás Sánchez Albornoz dirigía en Alianza Editorial. Me llamó la atención la generosa disposición de Ricardo para compartir sus conocimientos, no tan públicos en un periodo de largo reflujo de la izquierda, y también la calidez de su trato. Desde ese primer encuentro, me hizo sentir que hablaba con un amigo. Y así fue. En los siguientes veinticinco años nos encontramos intermitentemente en reuniones académicas, y siempre ocurría lo mismo: nos ilustraba a quienes compartíamos la mesa con él, después la charla se teñía de amistad. Hablábamos siempre de los mismos temas (las clases trabajadoras, los movimientos sociales y la izquierda socialista). Invariablemente también salían cosas nuevas, así fuera la simple mención de historias marginales que el memorioso Ricardo reconstruía al detalle. Compartíamos nuestros libros cuando alguno tenía la fortuna de publicarlos. Los suyos, una veintena, eran de lo más variado dentro de los grandes temas que los orientaban; ya fuera por las diversas geografías de estudio, los cortes temporales, los personajes elegidos o los aspectos particulares sobre la izquierda o el mundo del trabajo que Ricardo destacaba en cada uno de ellos. La última vez que lo escuché y platiqué con él fue en 2019, en un encuentro latinoamericano de historia intelectual realizado en el INAH.[3] Esa vez Ricardo habló de Centroamérica con gran conocimiento de la izquierda local. En el segmento final de la reunión me tocó leer una conferencia, y él me presentó de una manera tan generosa que no podría ser sino producto de nuestra amistad. Esa noche cenamos con los organizadores e invitados del seminario y compartimos el pisco que algún colega andino destapó. La conversación con Ricardo fue amena y afectuosa. Quedamos que nos veríamos en un próximo encuentro. Tristemente no fue así, pero me quedo para siempre con el abrazo y su sonrisa de hombre bueno cuando nos despedimos.

Andrés Kozel

 

Siendo estudiante del posgrado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México a comienzos de los años 2000, era inevitable asociar el nombre y la figura de Ricardo Melgar Bao al Perú, al legado de José Carlos Mariátegui, a aquellos tomos suyos sobre la historia del movimiento obrero latinoamericano y a cierto modo de hacer antropología. Primero lo conocí a través de referencias de amigos comunes como Horacio Crespo y Ezequiel Maldonado. Luego, hacia 2005, lo conocí en persona a raíz que integró el jurado de mi tesis doctoral (Kozel, 2006); la cual leyó con apasionado interés y rigurosidad. Gracias a Ricardo conocí a Jorge Fuentes Morúa, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana y biógrafo de José Revueltas; y gracias a Jorge, conocí mejor la obra de Revueltas y pude entrever las intensas facetas del mundo andino. Ezequiel Maldonado, publicó en una edición anterior de Pacarina del Sur un texto acerca de los entrelazamientos de Jorge Fuentes con la obra de Revueltas y el mundo andino (Maldonado, 2012).