Dalia Ruiz Ávila

 

Usted preguntará por qué cantamos […].
Cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo.
Cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos…
Benedetti

Introducción

La vida suele plantearnos situaciones inimaginables. Hasta hace unos meses no estaba en mis proyectos de futuro escribir algunas líneas que aludieran al recuerdo de mi amigo Ricardo Melgar Bao. No es tarea fácil cuando el vínculo sentimental aún pende de fibras emotivas que añoran y protestan por su ausencia; sin embargo, escribo este texto con el afán de difundir con mayor amplitud y motivar a la lectura de su obra. Reflexionar sobre ella permite mantener activo su legado académico y que éste continúe nutriendo nuevas vetas de análisis sobre la complejidad de América Latina.

Luis Anamaría

 

Hoy, que escribo estas líneas, 15 de noviembre de 2020, en Perú se está acordando el nombramiento de un nuevo presidente y una nueva Junta Directiva del Congreso.[1] El nuevo presidente gobernará el país hasta las elecciones generales en 2021. Esta dimisión es el resultado de las recientes movilizaciones de una juventud peruana que se manifestó enérgicamente en las calles para destituir a un gabinete de gobierno que carecía de legitimidad y que había efectuado un golpe de Estado desde el congreso.

Sergio Raúl Arroyo García

 

Ricardo Melgar Bao no fue ajeno a las utopías que iluminaron el paisaje latinoamericano desde el amanecer del siglo XX. Como Tomás Moro, intuyó la utopía como una isla en la que se llevaría a cabo un mundo mejor. Entre los fenómenos que albergaba esa isla estaba la noche, vista como una posibilidad o un tiempo alterno que permitía realizaciones inéditas y deseables para sociedades enteras, pero, sobre todo, para el sujeto individual que transitaba una modernidad plagada por los signos ominosos que marcaron el destino de la época que le tocó vivir. La noche lo mismo era el sitio de creaciones íntimas y comunes, que un continente de aspiraciones colectivas e individuales, ya desprovistas del lastre de una funcionalidad social que describe la existencia utilitaria como una de las formas de sometimiento que la realidad adopta en los territorios del capital.

Angélica Aranguren Paz

 

Se me ha invitado a escribir una semblanza sobre mi amigo Ricardo Melgar Bao. Puedo optar la estructura que yo quiera, y enfocarme en los aspectos de mi interés. Así que he decidido escribir sobre Ricardo en la vida cotidiana, y no centrarme en una lectura académica o política sobre él. Otros amigos y conocidos podrán hacerlo. Me ocuparé de lo que en realidad nos unió, una amistad basada afectos desinteresados e inspirada en la colaboración y ayuda mutua del Ayni. Una tradición prehispánica de reciprocidad, aún vigente y arraigada en nuestra tierra andino-amazónica. Nuestra amistad también se fortaleció por una profunda lealtad, amor a nuestro pueblo y a la tierra sagrada que muchos reconocemos como Pachamama. Las diversas expresiones de la entraña de la tierra como son las fallas geológicas, cuevas, volcanes y grietas conectan a ríos, lagunas y los mares que forman el cordón umbilical que nos une a la “Pacarina”. Las raíces de donde nacemos y a donde retornaremos al final, siempre nos conducirán a la Pacarina.

Hernán Camarero[1]

 

Comencé a investigar la historia del movimiento obrero, de las izquierdas y del pensamiento socialista en la Argentina y en América Latina hace unos treinta años. Y ya en ese entonces, el nombre de Ricardo Melgar Bao era un punto de referencia.